⚰️ La fugitiva: cuando el homenaje se disfraza de novela y termina en entierro machista
✒️ Por Enrico Giovanni Pugliatti
Sergio Ramírez, ese caballero de Cervantes y de la república de las letras, ha logrado en La fugitiva algo asombroso: una novela que presume de homenaje y termina siendo una sofisticada humillación sin bisturí ético. Yolanda Oreamuno —bajo el alias Amanda Solano— no es exaltada como autora, sino exhibida como mito decorativo: bella, trágica, deseada, atormentada… y convenientemente silenciada.
🧨 Travestismo narrativo y borrado intelectual
Ramírez niega que Amanda sea Yolanda. Pero la biografía coincide con precisión quirúrgica. ¿Por qué esconderla detrás de un seudónimo si se va a desnudar su intimidad con tanto detalle? Porque nombrarla implicaría reconocerla, y reconocerla como escritora sería ceder protagonismo.
La fugitiva no lee a Yolanda, la interpreta desde testimonios ajenos, condescendientes, donde su obra se diluye entre sus supuestos escándalos sentimentales. Las voces narradoras (todas mujeres) no le devuelven agencia: la cosifican con perfume y lástima.
🧠 Machismo literario en clave de prestigio
La belleza de Yolanda se celebra más que su prosa. Su carácter, más que su estética. Su tormento, más que su estilo.
El autor brilla más que el personaje: el narrador sin nombre se convierte en el verdadero protagonista intelectual, y Yolanda queda reducida a anécdota trágica, no a pensadora literaria.
¿La ruta de su evasión? Apenas mencionada. ¿Sus ensayos, su innovación formal? Ignorados. Todo gira en torno a su deseo, su cuerpo, su rareza.
📚 ¿Qué queda de Yolanda?
Un entierro sin lápida, una novela sin crítica, un homenaje sin lectura. Ramírez la entierra simbólicamente dos veces: como mujer incómoda, y como autora exigente. Y lo hace con estilo, elegancia y aparente respeto, el más peligroso de todos los camuflajes narrativos.
🕯️ Epílogo desde mi sillón florentino
Desde aquí, afirmo sin temblor en la voz que La fugitiva es una novela machista disfrazada de tributo, donde la escritora es convertida en cuerpo narrado, no en mente creadora. Ramírez no eleva a Yolanda: la sofoca bajo el peso de su prestigio. Y si hubiera tenido la decencia de leerla con rigor, esta novela tal vez habría contado con la única voz que importaba: la suya.
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