Preludio
La vergüenza es parte de los aperos intelectua les de los verdaderos historiadores. A partir de la observación constante del rigor intelectual, el ejercicio de la responsabilidad y la verificación de fuentes, el clionauta adquiere un enorme cuidado por lo que expresa en cualquier medio. Bajo ese criterio, cualquier originalidad es cuestionada hasta el límite y su búsqueda conlleva el dar crédito a toda idea, toda frase y toda obra que se utiliza, analiza o contrasta. Por esa razón, a quienes optamos por la historia como profesión nos cuesta tanto trabajo escribir o hablar, por que no sólo se piensan dos veces asertos y argumentaciones sino que se enjuician y ponen a prueba incluso una vez dados a conocer. Cuando era estudiante de historia, al final de la década de 1980, fui parte de diversos juegos y chanzas que ahora veo con nostalgia y también valoro como parte de la formación de la autorregulación cognitiva. Había entre algunos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México algunos di LETRAS IMPOSTORAS chos que no pasaban de serlo: “El que esté libre de plagios que tire la primera tesis” o “Plagiarios somos y en el camino andamos”.
Con un amigo chileno bromeaba con que era posible sistematizar el futuro en la investigación histórica que nos repugnaba: “Plantar un árbol, tener un hijo y plagiar un libro”. En una ponencia sobre planes de estudios pronuncié las consignas que debíamos evitar: “El plagio es de quien lo trabaja” o “Si he de plagiar mañana, pos, lo plagio de una vez”. Con esto hacíamos escarnio de la vileza que casi todos condenábamos. Plagiar era peor que la muerte. Los plagiarios estaban arrecidos, junto con los traidores, en la zona Caina del noveno círculo del Infierno del Dante; porque quien plagiaba era más que un ladrón, un ladrón carroñero. La estatua de il Sommo Poeta que preside desde 1964 el jardín de ingreso a las instalaciones de Filosofía y Letras, en Ciudad Universitaria, lo recordaba día a día. Había un ambiente en el que incluso no sólo se debía tener cuidado de no caer en algún fraude académico sino en no parecer cometerlo. Recuerdo que un profesor nos increpó a los miembros de un equipo por el título de un trabajo sobre el teatro de género chico en la Revolución Mexicana: “Es más fácil fusilándote”. Tuve la idea de que el nombre, propuesto por un compañero, era un homenaje al libro de breves narraciones De fusilamientos de Julio Torri, pero eso se mal explicaba en las primeras páginas y aquel que lo debía calificar ni siquiera las ojeó antes de rechazarlo. Con los años escuchamos a maestros como Eduardo Blanquel, Antonio Rubial, Lothar Knauth, Eva Uchmany, Manuel Casadero, Rosa Camelo, Federico Bolaños, Teresa Escobar Rohde, Ernesto Lemoine Villicaña, Alfredo López Austin, Juan Antonio Ortega y Medina, Ricardo Pé rez Montfort, Carlos Pereyra, Aurelio de los Reyes, Miguel Soto Estrada, Gloria Villegas, Vera Yamuni Tabush o María Rosa Palazón Mayoral. Ellos hacían comentarios sobre la probidad intelectual pero, sobre todo, nos daban ejemplo 14 Preludio de integridad. Unos cuantos compañeros se olvidaron de aquellas lecciones, pero no por eso perdieron su vigencia. Hace poco discutí con un grupo de estudiantes universitarios que alegaban, muy serios, que lo penoso no era el plagio sino que el plagiario fuera desenmascarado. Algo ha cambiado para que se hable del plagio con esa llaneza. Incluso, como profesional del libro, algunos auto res me han consultado cómo plagiar sin ser descubiertos o cómo ocultar las huellas de un plagio. Muchos creen, al parecer, que al consultar a un especialista en derechos de autor se levantan privilegios de confidencialidad que obligan al consultor a guardar un secreto hasta la muerte. Ante ese extraño cinismo contesto que ya encontrarán solos el modo de salirse con la suya y les recuerdo una frase de Salvador Elizondo: “Todos hemos cometido, mu chas veces, el crimen perfecto”. Si esa ironía no los persuade a actuar mal, por lo menos impide que insistan en su consulta. Al final les recomiendo pedir a su editor que coloquen en la página legal la leyenda: “Hicimos todo lo humanamente posible para no plagiar”. Eso es muy semejante a lo que alguna vez planteaba la irreverente revista mad creada en 1952 por William M. Gaines: “Todos los días rezamos para que no nos demanden”. Unas líneas referenciales. La dedicatoria tiene indudablemente ecos cervantinos. Letras impostoras. Reflexiones sobre el plagio tiene su origen en el artículo “Plagio que te vea” aparecido en Quehacer Editorial 14, libro-revista dirigi do por Alejandro Zenker y publicado en 2015 por Ediciones del Ermitaño, y en el capítulo “Plagiarismo y cultura hac ker. El apremio por publicar en una sociedad ecolálica y confeccionista” del libro Del Ductus al xml coordinado por Isabel Galina, Marina Garone y Laurette Godinas y publi cado en 2022 entre el Instituto de Investigaciones Biblio gráficas y la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la unam. Además, se han recuperado ideas de diversas conferencias: A veces, la falacia, brindada en distintas entidades y dependencias de la unam entre 2012 y 15 LETRAS IMPOSTORAS 2018; Cultura friki, cultura hacker e hipe redición ofrecida en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el 4 de marzo de 2017 y en la Feria Internacional del Li bro del Instituto Politécnico Nacional el 1 de septiembre de 2017; Fe de plagios. Para regocijo de autores, solaz de lectores y divertimiento de editores, efectuada en la Feria Internacional del Libro de la unam (Filuni) el 27 de agosto de 2017; Lo que el plagio se llevó, brindada en la Feria Internacional del Libro del Instituto Politécnico Nacional el 6 de septiembre de 2018; y Plagiar por necesidad, perder por obligación, presentada en la inauguración de la según da generación de la Escuela de Escritores, “Escribir cambia realidades”, organizada por la Facultad de Contaduría y Administración de la unam el 10 de junio de 2019. Hablemos, entonces, de plagio.
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