CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
jueves, 16 de junio de 2016
Adolfo Bioy Casares. Diarios íntimos. Borges.
Continuación.
1949
Martes, 26 de julio. No pude asistir a la conferencia de Borges sobre
Schopenhauer, por estar levemente resfriado: la conferencia que más me
interesaba.
Jueves, 4 de agosto. Conferencia de Borges sobre Max Nordau.
Lunes, 8 de agosto. El poeta cordobés Sosa López habló a Borges de un
tío suyo (de Sosa López), que había pasado casi toda la vida en el campo.
De visita en la ciudad de Córdoba, un día que paseaba en tranvía con el padre
de Sosa López, explicó al guarda: «Yo soy hermano de este señor».
Borges y Sosa López hablaban de Ulyses Petit de Murat. Sosa López,
refiriéndose a la cara risueña de Ulyses, dijo: «Terminamos por comprender
que su cara sonriente es la puerta del cinematógrafo, afable y cerrada
para todos sus amigos».
A la noche, escribí (hasta las doce) con Borges, para la antología de
los gauchescos, la noticia biográfica sobre Lussich.
Domingo, 21 de agosto. Para celebrar mi vuelta a la salud, curado de
paperas, vinieron a comer, y trajeron champagne, Borges, Peyrou, Marta
Mosquera y Estela Canto. El anfitrión reservaba una sorpresa a esos amigos
(salvo a Borges, que ya la había visto): su barba roja, crecida durante
la enfermedad y que mañana será modestamente podada (y abolida).
Brindamos por nosotros y por gente absurda, como Sigfrido Radaelli y
René Lafleur. Bailamos tangos, aun Borges. Estela dijo que, cuando Cecilia
Ingenieros daba una vuelta en sus danzas, las personas que la querían
temblaban.
Borges dijo que un imitador poco inteligente, inspirado por títulos
como El ingenioso hidalgo don Miguel de Cervantes Saavedra, The Innocence of
G. K. Chesterton, o À la recherche de Marcel Proust,1 podría escribir William
Shakespeare, Prince of Denmark.
Miércoles, 24 de agosto. Para festejar el cumpleaños de Borges, vinieron
a comer Wilcock, Estela, Marta Mosquera, Haydée Lange, Peyrou,
man that ever lived upon this earth had been given a definite and peculiar confidence of God. Each one
of us [...] had a peculiar message [Browning creía que a cada hombre que había vivido en este mundo
Dios le había hecho una confidencia definitiva y particular. Cada uno de nosotros (...) era portador
de un mensaje exclusivo]».
1. Obras de Francisco Navarro y Ledesma (1905), Gerard Bullett (1923) y André Mau¬
rois (1949), respectivamente.
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Elsa Molsser y, por cierto, Borges. Haydée y Estela, muy borrachas. Elsa
Molsser cantó admirablemente canciones francesas, norteamericanas, inglesas,
alemanas (de la Ópera de Tres Centavos, etcétera). Alegría, pero
también sensación de impending disaster, debido a Haydée, que, como un
ancient mariner,1 quería cantar tangos y hacía comentarios hoscos sobre el
canto de Elsa.
Miércoles, 31 de agosto. Es evidente que Borges está enojado con Silvina.
Preocupado por esto. Melancolía ante la actitud de Borges.
Jueves, 1º de septiembre. Como, en casa, con Silvina; hablamos melancólicamente
de su pelea con Borges. Silvina quería enojarse con Estela, porque
tal vez así Borges comprendería su inocencia. Le dije que era inútil: Estela
es irresponsable. Más tarde llegó Marta Mosquera, que había comido
con Borges, a buscar al perro de Silvina, Constantino, para sacarlo a pasear.
Lunes, 5 de septiembre. A la mañana, a la casa de Borges, a escribir
algo para Emecé. Borges abundaba en anécdotas de su reciente viaje a
Montevideo;2 cuando por fin pude proponerle trabajar, dijo que era
tarde y que quería ir a una peluquería. Salimos juntos. A las pocas cuadras
me dijo: «La peluquería se va a convertir, muy pronto, en la esquina
próxima, en Estela».
Almorcé en casa de mis padres; inmediatamente después fui a lo de
Borges, que estaba en una peluquería; volvió; escribimos; a las tres y media
fuimos a Emecé; después fui a casa de mis padres, a despedirme de
mi madre que partió para Córdoba; después, a la conferencia de Borges
sobre Joyce; a mi lado, Estela. Borges declaró que el Ulysses era prácticamente
intraducibie al español y al francés, idiomas de palabras polisilábicas
y sin palabras compuestas.
Martes, 6 de septiembre. A la mañana, trabajo con Borges. Me
cuenta que, al pasar junto a la sala en que Wally Zenner dicta su clase de
arte dramático, oyó las palabras: «¡Vigor, Carmuega!». Esta frase fue
transformándose hasta parar en el siguiente soneto:
1. Alusión a la insistencia en referir su historia del protagonista de The Rime of the Ancient
Mariner (1798) de S.T. Coleridge.
2. El 2 de septiembre dio allí una conferencia sobre La literatura fantástica, recogida en
El País (Montevideo) del día siguiente.
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1949
¡Vigor, vigor, vigor, vigor Carmuega!
Vigora tu apocado sentimiento,
tu floja carne y tu arrastrado acento.
Vigor y más vigor. ¡Vigor, Carmuega!
Carmuega hoy, mañana de Noruega
Peer Gynt serás y ¿ cómo, sin aliento,
vigor tendrás para dar voz al viento
si te falta vigor, feble Carmuega ?
Hoy apenas te sobra bizarría
para rodar de la camilla al suelo
y agitar, tant soit peu, la otra muleta.
¡Vigórate, gigante de afonía!
¡Que tu yacente voz logre del cielo
vigor para ser brazo, arco, saeta!
Miércoles, 7 de septiembre. A la mañana, trabajo con Borges en una
contratapa para Emecé.
Sábado, 10 de septiembre. A la tarde, en tren, solo, a Lomas de Zamora,
a oír la conferencia de Borges sobre Goethe. Allí, breves momentos
con él y con Estela. Borges, fraternal y agradecido. Me invitaron a comer
allí con el presidente del Centro donde ocurrió la conferencia; no
pude aceptar, porque tenía gente a comer en casa. Borges me propuso
como conferenciante. Más entusiasmo en él que en los directores del
Centro. Caminamos unas cuadras por la calle Almirante Brown, con Borges
y Estela y vagos personajes locales.
En la conferencia dijo:1 «A imitación de las religiones, las literaturas
de cada país tienen su libro o su autor canónico. Italia, y acaso el mundo,
a Dante; Inglaterra, a Shakespeare; España, a Cervantes; Francia, a Ra¬
cine, Hugo o Baudelaire; nosotros, acaso a Hernández; Alemania, a Goethe.
El caso de Italia es justo y benéfico; tal vez Dante sea el más extraordinario
de los autores y el estudio de la Divina Comedia comporte el
de la teología cristiana, el de las literaturas clásicas (y, en particular, el de
Virgilio), etcétera. Shakespeare es un caso curioso ya que se trata de un
autor que, por razones de época, no podía verse a sí mismo como literato.
El teatro, entonces, estaba al margen de la literatura; era una actividad
1. Las informaciones biográficas provienen de LEWES, G. H., The Life of Goethe (1855),
en especial caps. III a VI.
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vidad análoga a la actual composición de libretos para el cinematógrafo;
los contemporáneos de Ben Jonson se mofaron de éste porque publicó
sus piezas y las tituló Obras (la palabra les parecía presuntuosa para un
género tan humilde). Tal vez esa libertad, surgida del desdén que Shakespeare
sentía por su trabajo, le permitía volcarse enteramente en él y
lograr sus bruscas y prodigiosas iluminaciones. El caso de Cervantes y del
Quijote es más discutible; Don Quijote es una de las personas más vividas
y también más queribles y más nobles de la literatura: estéticamente, la
elección es inobjetable. Por sus resultados sobre sus lectores —que, en
los casos de estos libros máximos, son todas las personas que hablan el
idioma— la elección no es tan feliz, ya que la actividad crítica que permite
el libro es pobre; la prueba de este aserto, los cervantistas: gente
ocupada en gramática y paremiología. Tampoco es demasiado feliz la
elección del Martín Fierro para nosotros, si bien del tono general de la
obra se desprende una nobleza que sentimos como una buena posibilidad
de nuestra alma (no desmentida por algunos episodios en que el
personaje aparece pendenciero y sanguinario, y que se nos olvidan). El
estudio del Martín Fierro nos ocupará en miserias como la de averiguar
quiénes poblaban las estancias de la frontera o en determinar si se dice
contramilla o cantramilla, o en algún otro problema de la terminología de
los aperos. En cuanto a la elección de Goethe —aunque en su país hay
escritores mayores: Schopenhauer, Nietzsche, Heine— es acertadísima
por razones que ya se verán. Goethe se ocupó de muchos temas; como filósofo
defrauda un poco: cuando Schopenhauer trató de explicarle el
idealismo, nada consiguió. Goethe confiesa que intentó la lectura de
Kant pero que después de pocas páginas de la Crítica de la razón pura comprendió
que el libro, aunque admirable, no lo mejoraba y dejó de leer.
De Spinoza, "ese hombre excelente" que tanto influyó en él, sólo pudo
leer, desordenadamente, algunas páginas; lo comprendió, trató de comprender
el pensamiento de Spinoza, casi de ser Spinoza, y se conformó
con eso. En botánica estudió las plantas fanerógamas; en cuanto a las
criptógamas, tan parecidas entre sí y tan numerosas, él, como admirador
de las formas claras, llegó a mirarlas con verdadera aversión. Creía que
bastaba estudiar el proceso que ocurría en una planta, imaginarlo bien,
imaginarlo casi como lo había imaginado Dios al crearla; así conocería
uno todas las plantas. Quería estudiar la Naturaleza, pero los experimentos
le repugnaban; eran como las preguntas intencionadas de un interrogatorio.
Por eso desdeñaba a Newton y a sus discípulos. Habían investigado
la luz por medio de experimentos, de hendijas, de prismas, y
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1949
¡hasta en un cuarto oscuro! No era extraordinario que hubieran llegado
a resultados tan absurdos como descomponer la luz en los colores del espectro
solar. Había colores más claros y colores más oscuros: el celeste
más claro que el azul; el rosado, que el rojo. La luz es más clara que todos
los colores y sería absurdo encontrarlos en ella; equivaldría a encontrar
oscuridad en la luz. Llevó a las letras la idea de que bastaba imaginar
algo perfectamente para conocerlo. Muy joven, escribió Shakespeare und
kein Ende, Shakespeare infinitamente, un vehemente elogio, aunque sólo conocía
unas pocas piezas del autor. Cuando hizo representar, años después,
Hamlet o Macbeth introdujo cambios en los textos. Creía que, en el
arte, la imitación de la Naturaleza era errónea: siempre se descubrirían
deficiencias. No hizo literatura realista o naturalista; no examinó censos
sobre lo que hacía, por ejemplo, un criminal en la noche del asesinato;
trataba de imaginarse en las situaciones. En sus novelas, personajes alemanes
llevan nombres italianos. En el teatro impuso a los actores reglas
severísimas: no debían mirarse entre ellos al hablar; sólo debían mirar al
público; siempre debían estar de frente al público (un perfil, con un solo
ojo, una sola oreja, media nariz y media boca era algo monstruoso). Los
actores no debían representar sino recitar. Imponía detenciones, por medio
de centinelas, a quienes no observaban estas reglas. Cuando el príncipe
de Weimar quiso ver en el teatro un perro amaestrado, Goethe señaló
un letrero que decía: "No se admiten perros". El príncipe insistió y
Goethe abandonó la dirección del teatro. No buscaba el énfasis, sino la
exactitud. "Si llovizna —decía— no agregaré truenos." Hay admirables
metáforas para el poniente; él escribió "la hora en que las cosas cercanas
se alejan":1 no será muy prodigioso pero es muy justo. Cuando viejo fue
a Italia —aunque trataba de comprender a todos los pueblos no viajaba;
viajar le parecía una suerte de experimento— y se enamoró de una muchacha
joven, a la que ayudó pecuniariamente; además, para congraciarse
con ella, conversaba largamente con la madre. Todo esto, sin adornos,
sin mejorar su papel, es el asunto de las Elegías romanas, un bellísimo
poema. Conoció a los poetas persas a través de malas traducciones alemanas;
los comprendió; advirtió que lo esencial en ellos era la intempo¬
ralidad; escribió el Diván de Oriente y Occidente, escribió poemas chinos,
poemas persas y poemas árabes. No le molestó parecer un imitador; fue
algo más: fue un poeta chino, un poeta persa, un poeta árabe. Trató de
1. «Dämmrung senkte sich von oben, / Schon ist alle Nähe fern» [Chinesisch-deutsche Jahresund
Tageszeiten (1827), VIII].
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imaginar lo que esos hombres lejanos habían sentido, trató de ser ellos.
Por eso puede decirse que, como San Pablo, fue todo para todos los hombres.
1 No era un apasionado ni un fanático. Las guerras napoleónicas fueron,
en Alemania, guerras por la independencia nacional, que despertaron
mucho fervor patriótico: Goethe no tuvo inconveniente en
entrevistarse con Napoleón. Por todo esto, para un pueblo fanático como
es el alemán, la elección de Goethe como autor nacional es acertadísima».
Fuente: Editorial Destino. 2006. Barcelona.
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