viernes, 12 de diciembre de 2014

Manuel Acuña. Poeta.


Acuña, Manuel (1849-1873)
Poeta mexicano nacido en Saltillo, Coahuila, en 1849.
A los veinte años de edad inició su carrera poética con una elegía a la muerte de su compañero y amigo Eduardo Alzúa. En el mismo año, fundó en compañía de varios intelectuales la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl, en el seno de la cual dio a conocer sus primeros versos.
En 1871 fue reconocido por la crítica por su drama «El Pasado», publicado en un folleto del periódico La Iberia intitulado Ensayos literarios de la Sociedad Nezahualcóyotl. Este folleto contenía además once de sus poemas y su famoso «Nocturno a Rosario», inspirado en el gran amor de su vida, Rosario de la Peña, quien estuvo íntimamente ligada a sus últimos años y pesó tanto en su ánimo que mucho tuvo que ver con su trágica muerte.
Su obra poética está compuesta por poemas amorosos y satíricos, contenidos en la publicación «Donde las dan las toman» y en una edición póstuma aparecida en 1874.
Se quitó la vida en diciembre de 1873.



A ROSARIO

Esta hoja arrebatada a una corona
que la fortuna colocó en mi frente
entre el aplauso fácil e indulgente
con que el primer ensayo se perdona.

Esta hoja de un laurel que aún me emociona
como en aquella noche, dulcemente,
por más que mi razón comprende y siente
que es un laurel que el mérito no abona.

Tú la viste nacer, y dulce y buena
te estremeciste como yo al encanto
que produjo al rodar sobre la escena;

Guárdala y de la ausencia en el quebranto,
que te recuerde de mis besos, llena,
al buen amigo que te quiere tanto.

A UN ARROYO

A mi hermano Juan de Dios Peza

Cuando todo era flores tu camino,
cuando todo era pájaros tu ambiente,
cediendo de tu curso a la pendiente
todo era en tí fugaz y repentino.

Vino el invierno con sus nieblas vino
el hielo que hoy estanca tu corriente,
y en situación tan triste y diferente
ni aún un pálido sol te da el destino.

Y así en la vida el incesante vuelo
mientras que todo es ilusión, avanza
en sólo una hora cuanto mide un cielo;

Y cuando el duelo asoma en lontananza
entonces como tú cambiada en hielo
no puede reflejar ni la esperanza.

A UNA FLOR

Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento
¿te doblas ya y cansada y sin aliento,
te entregas al dolor y a la agonía?

¿No ves, acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?...

¡Resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.




ADIÓS
A...

Después de que el destino
me ha hundido en las congojas
del árbol que se muere
crujiendo de dolor,
truncando una por una
las flores y las hojas
que al beso de los cielos
brotaron de mi amor.

Después de que mis ramas
se han roto bajo el peso
de tanta y tanta nieve
cayendo sin cesar,
y que mi ardiente savia
se ha helado con el beso
que el ángel del invierno
me dio al atravesar.

Después... es necesario
que tú también te alejes
en pos de otras florestas
y de otro cielo en pos;
que te alces de tu nido,
que te alces y me dejes
sin escuchar mis ruegos
y sin decirme adiós.

Yo estaba solo y triste
cuando la noche te hizo
plegar las blancas alas
para acogerte a mí,
entonces mi ramaje
doliente y enfermizo
brotó sus flores todas
tan solo para ti.

En ellas te hice el nido
risueño en que dormías
de amor y de ventura
temblando en su vaivén,
y en él te hallaban siempre
las noches y los días
feliz con mi cariño
y amándote también...

¡Ah! nunca en mis delirios
creí que fuera eterno
el sol de aquellas horas
de encanto y frenesí;
pero jamás tampoco
que el soplo del invierno
llegara entre tus cantos,
y hallándote tú aquí...

Es fuerza que te alejes...
rompiéndome en astillas;
ya siento entre mis ramas
crujir el huracán,
y heladas y temblando
mis hojas amarillas
se arrancan y vacilan
y vuelan y se van...

Adiós, paloma blanca
que huyendo de la nieve
te vas a otras regiones
y dejas tu árbol fiel;
mañana que termine
mi vida oscura y breve
ya solo tus recuerdos
palpitarán sobre él.

Es fuerza que te alejes
del cántico y del nido
tu sabes bien la historia
paloma que te vas...
El nido es el recuerdo
y el cántico el olvido,
el árbol es el siempre
y el ave es el jamás.

Adiós mientras que puedes
oír bajo este cielo
el último ¡ay! del himno
cantado por los dos...
Te vas y ya levantas
el ímpetu y el vuelo,
te vas y ya me dejas,
¡paloma, adiós, adiós!
AMOR

¡Amar a una mujer, sentir su aliento,
y escuchar a su lado
lo dulce y armonioso de su acento;
tener su boca a nuestra boca unida
y su cuello en el nuestro reclinado,
es el placer mas grato de la vida,
el goce mas profundo
que puede disfrutarse sobre el mundo!

Porque el amor al hombre es tan preciso,
como el agua a las flores,
como el querube ardiente al paraíso;
es el prisma de mágicos colores
que transforma y convierte
las espinas en rosas,
y que hace bella hasta la misma muerte
a pesar de sus formas espantosas.

Amando a una mujer, olvida el hombre
hasta su misma esencia,
sus deberes más santos y su nombre;
no cambia por el cielo su existencia;
y con su afán y su delirio, loco,
acaricia sonriendo su creencia,
y el mundo entero le parece poco...
Quitadle al zenzontle la armonía,
y al águila su vuelo,
y al iluminar espléndido del día
el azul pabellón del ancho cielo,
y el mundo seguirá... Más la criatura,
del amor separada
morirá como muere marchitada
la rosa blanca y pura
que el huracán feroz deja tronchada;
como muere la nube y se deshace
en perlas cristalinas
cuando le hace falta un sol que la sostenga
en la etérea región de las ondinas.

¡Amor es Dios!, a su divino fiat
brotó la tierra con sus gayas flores
y sus selvas pobladas
de abejas y de pájaros cantores,
y con sus blancas y espumosas fuentes
y sus limpias cascadas
cayendo entre las rocas a torrentes;
brotó sin canto ni armonía...

Hasta que el beso puro de Adán y Eva,
resonando en el viento,
enseñó a las criaturas ese idioma,
ese acento magnífico y sublime
con que suspira el cisne cuando canta
y la tórtola dulce cuando gime,
¡Amor es Dios!, y la mujer la forma
en que encarna su espíritu fecundo;
él es el astro y ella su reflejo,
él es el paraíso y ella el mundo...

Y vivir es amar. A quien no ha sentido
latir el corazón dentro del pecho
del amor al impulso,
no comprende las quejas de la brisa
que vaga entre los lirios de la loma,
ni de la virgen casta la sonrisa
ni el suspiro fugaz de la paloma.

¡Existir es amar! Quien no comprende
esa emoción dulcísima y suave,
esa tierna fusión de dos criaturas
gimiendo en un gemido,
en un goce gozando
y latiendo en unísono latido...
Quien no comprende ese placer supremo,
purísimo y sonriente,
ése miente si dice que ha vivido;
si dice que ha gozado, miente.

Y el amor no es el goce de un instante
que en su lecho de seda
nos brinda la ramera palpitante;
no es el deleite impuro
que hallamos al brillar una moneda
del cieno y de la infamia entre lo oscuro;
no es la miel que provoca
y que deja, después que la apuramos,
amargura en el alma y en la boca...

Pureza y armonía,
ángeles bellos y hadas primorosas
en un Edén de luz y de poesía,
en un pensíl de nardos y de rosas,
Todo es el amor.
Mundo en que nadie
llora o suspira sin hallar un eco;
fanal de bienandanza
que hace que siempre ante los ojos radie
la viva claridad de una esperanza.

El amor es la gloria,
la corona esplendente
con que sueña el genio de alma grande
que pulsa el arpa o el acero blande,
la virgen sonriente.
El Petrarca sin Laura,
no fuera el vate del sentido canto
que hace brotar suspiros en el pecho
y en la pupila llanto.
Y el Dante sin Beatriz no fuera el poeta
a veces dulce y tierno,
y a veces grande, aterrador y ronco
como el cantor salido del infierno...

Y es que el amor encierra
en su forma infinita
cuanto de bello el universo habita,
cuanto existe de ideal sobre la tierra.
Amor es Dios, el lazo que mantiene
en constante armonía
los seres mil de la creación inmensa;
y la mujer la diosa,
la encarnación sublime y sacrosanta
que la pradera con su olor inciensa
y que la orquesta del Supremo canta,
¡Y salve, amor! emanación divina...

¡Tú, mas blanca y mas pura
que la luz de la estrella matutina!
¡Salve, soplo de Dios!...
Y cuando mi alma
deje de ser un templo a la hermosura,
ven a arrancarme el corazón del pecho
ven a abrir a mis pies la sepultura.



HOJAS SECAS

I
Mañana que ya no puedan
encontrarse nuestros ojos,
y que vivamos ausentes,
muy lejos uno del otro,
que te hable de mí este libro
como de ti me habla todo.

II
Cada hoja es un recuerdo
tan triste como tierno
de que hubo sobre ese árbol
un cielo y un amor;
reunidas forman todas
el canto del invierno,
la estrofa de las nieves
y el himno del dolor.

III
Mañana a la misma hora
en que el sol te besó por vez primera,
sobre tu frente pura y hechicera
caerá otra vez el beso de la aurora;
pero ese beso que en aquel oriente
cayó sobre tu frente solo y frío,
mañana bajará dulce y ardiente,
porque el beso del sol sobre tu frente
bajará acompañado con el mío.

IV
En Dios le exiges a mi fe que crea,
y que le alce un altar dentro de mí.
¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea
para que yo ame a Dios, creyendo en ti!

V
Si hay algún césped blando
cubierto de rocío
en donde siempre se alce
dormida alguna flor,
y en donde siempre puedas
hallar, dulce bien mío,
violetas y jazmines
muriéndose de amor;

yo quiero ser el césped
florido y matizado
donde se asienten, niña,
las huellas de tus pies;
yo quiero ser la brisa
tranquila de ese prado
para besar tus labios
y agonizar después.

Si hay algún pecho amante
que de ternura lleno
se agite y se estremezca
no más para el amor,
yo quiero ser, mi vida,
yo quiero ser el seno
donde tu frente inclines
para dormir mejor.

Yo quiero oír latiendo
tu pecho junto al mío,
yo quiero oír qué dicen
los dos en su latir,
y luego darte un beso
de ardiente desvarío,
y luego... arrodillarme
mirándote dormir.

VI
Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya
y que te diga adiós...
Tu lámpara está ya por extinguirse,
y es necesario.
-Aún no-.
Las sombras son traidoras, y no quiero
que al asomar el sol,
se detengan sus rayos a la entrada
de nuestro corazón...
-Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas
queda velando Dios?
-¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras
al lado del amor?
-Cuando te duermas ¿me enviarás un beso?
-¡Y mi alma!
-¡Adiós...!
-¡Adiós...!


VII

Lo que siente el árbol seco
por el pájaro que cruza
cuando plegando las alas
baja hasta sus ramas mustias,
y con sus cantos alegra
las horas de su amargura;
lo que siente pro el día
la desolación nocturna
que en medio de sus angustias,
ve asomar con la mañana
de sus esperanzas una;
lo que sienten los sepulcros
por la mano buena y pura
que solamente obligada
por la piedad que la impulsa,
riega de flores y de hojas
la blanca lápida muda,
eso es al amarte mi alma
lo que siente por la tuya,
que has bajado hasta mi invierno,
que has surgido entre mi angustia
y que has regado de flores
la soledad de mi tumba.

Mi hojarasca son mis creencias,
mis tinieblas son la duda,
mi esperanza es el cadáver,
y el mundo mi sepultura...
Y como de entre esas hojas
jamás retoña ninguna;
como la duda es el cielo
de una noche siempre oscura,
y como la fe es un muerto
que no resucita nunca,
yo no puedo darte un nido
donde recojas tus plumas,
ni puedo darte un espacio
donde enciendas tu luz pura,
ni hacer que mi alma de muerto
palpite unida a la tuya;
pero si gozar contigo
no ha de ser posible nunca,
cuando estés triste, y en el alma
sientas alguna amargura,
yo te ayudaré a que llores,
yo te ayudaré a que sufras,
y te prestaré mis lágrimas
cuando se acaben las tuyas.

VIII
1
Aún más que con los labios
hablamos con los ojos;
con los labios hablamos de la tierra,
con los ojos del cielo y de nosotros.

2
Cuando volví a mi casa
de tanta dicha loco,
fue cuando comprendí muy lejos de ella
que no hay cosa más triste que estar solo.

3
Radiante de ventura,
frenético de gozo,
cogí una pluma, le escribí a mi madre,
y al escribirle se lo dije todo.

4
Después, a la fatiga
cediendo poco a poco,
me dormí y al dormirme sentí en sueños
que ella me daba un beso y mi madre otro.

5
¡Oh sueño, el de mi vida
más santo y más hermoso!
¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto
gozo con tu recuerdo de este modo!

IX
Cuando yo comprendí que te quería
con toda la lealtad de mi corazón,
fue aquella noche en que al abrirme tu alma
miré hasta su interior.
Rotas estaban tus virgíneas alas
que ocultaba en sus pliegues un crespón
y un ángel enlutado cerca de ellas
lloraba como yo.
Otro tal vez, te hubiera aborrecido
delante de aquel cuadro aterrador;
pero yo no miré en aquel instante
más que mi corazón;
y te quise tal vez por tus tinieblas,
y te adoré, tal vez, por tu dolor,
¡que es muy bello poder decir que el alma
ha servido de sol...!

X
Las lágrimas del niño
la madre enjuga,
las lágrimas del hombre
las seca la mujer...
¡Qué tristes las que brotan
y bajan por la arruga,
del hombre que está solo,
del hijo que está ausente,
del ser abandonado
que llora y que no siente
ni el beso de la cuna,
ni el beso del placer!

XI
¡Cómo quieres que tan pronto
olvide el mal que me has hecho,
si cuando me toco el pecho
la herida me duele más!
Entre el perdón y el olvido
hay una distancia inmensa;
yo perdonaré la ofensa;
pero olvidarla... ¡jamás!

José María Lacunza.


Nació en la Ciudad de México en 1809 y murió en La Habana, Cuba, en 1869. Fundó con su hermanoJuan NepomucenoManuel Toussaint Ferrer y Guillermo Prieto Pradillo la Academia de Letrán (1836). Fue secretario de Relaciones Interiores y Exteriores, y con Maximiliano de Habsburgo, secretario de estado. Benito Juárez lo desterró a Cuba. Su obra nunca fue recopilada y se encuentra dispersa entre las publicaciones de la época. Injustamente olvidado, fue uno de los pilares de la literatura mexicana al orientar literariamente a los fundadores de la Academia de Letrán.

Notas: A partir de 1985 ha comenzado a señalársele como el autor de Netzula, la primera novela indigenista mexicana, hasta entonces atribuida a José María Lafragua por la similitud de iniciales.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Raúl González Tuñón


Raúl González Tuñón fue un poeta y periodista nacido en Buenos Aires, Argentina, en el año 1905 y fallecido en 1974. Como escritor, su nombre está íntimamente ligado a la vanguardia de la década del 20. Una de sus facetas prominentes, además de la producción literaria, fue su gusto por viajar y conocer el mundo; residió y trabajó en diversos países del continente europeo, donde también se acercó a grandes personalidades de la literatura, como César Vallejo y Miguel Hernández, entre otros importantes literatos. Con respecto al periodismo, se conoce que colaboró con un periódico denominado Crítica, caracterizado por fusionar una tendencia claramente amarillista con un grupo de redactores de la talla de Borges, y también en Clarín, desempeñando los puestos de crítico de arte y de cronista de viajes. Durante los años 30, vivió un tiempo en Chile, donde compartió vivienda con Pablo Neruda y su mujer; ambos escritores se expresaron abiertamente contra el fascismo y a favor de la promoción de la cultura.
Su obra poética comprende tres decenas de poemarios, entre los que se encuentran "Las puertas de fuego", "La rosa blindada" y "El caballo muerto". Con un título que ciertamente tiene mucho para decir, su poema "De pronto entró la Libertad" encabeza nuestra selección de su obra.
http://www.poemas-del-alma.com/raul-gonzalez-tunion.htm

viernes, 5 de diciembre de 2014

Nicolás Olivari.


Nicolás Olivari retrató una Buenos Aires que se modernizaba vertiginosamente

Por Renata Rocco Cuzzi

Se hizo justicia: reeditan a Olivari, un provocador de los años 20

"Soy un habitante circunstancial de Buenos Aires a la que adoro ávidamente en lo que tiene de europeo: el vicio." Así, urbana, provocadora, vanguardista, es la poesía de Nicolás Olivari, un contemporáneo de Roberto Arlt y de los hermanos González Tuñón, un hombre de la Buenos Aires moderna de los años '20.

Su obra se había agotado hace tiempo en las librerías. Hasta que hace apenas unas semanas, una pequeña y flamante editorial, "Malas Palabras Buks", debutó reuniendo bajo el título de Poesías 1920-1930 los libros La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929). Eran textos difíciles de encontrar. "La amada infiel -dice Rocco Carbone, autor del estudio preliminar junto con Ana Ojeda Bär- lo encontramos en la Biblioteca Nacional de Hamburgo. Aquí sólo debía existir en algunas bibliotecas particulares. Y para toparse con los otros libros había que revolver en librerías de viejo o en parques."

Carbone y Ojeda Bär decidieron tomar como punto de partida las primeras ediciones de cada uno de los tres libros. Encontraron otros criterios de edición. Por ejemplo la versión de 1956 de La musa "corregía" aparentes erratas. "Una de las correcciones más frecuentas era colocar coma y seguir con mayúscula, pero la persistencia y abundancia de los supuestos errores nos llevó a pensar que se trataba de una sintaxis deliberada." La hipótesis no carece de lógica: Olivari fue un escritor de evidente inclinación vanguardista y demostró una irreverencia absoluta respecto de quienes bautizara como "los cíclopes de la literatura vieja" (probablemente Lugones, Rojas, Capdevila o Larreta). Así que los editores decidieron respetar esa grafía (interpretando que era la elegida por el autor) e incluir todas y cada una de las "malas palabras" que evitaba la edición anterior.

17 de octubre

"Estábamos en el medio de la multitud, sumamente emocionados. Y advertí que en el rostro de Nicolás Olivari corría un lagrimón." (Alberto Vanasco, sobre el 17 de octubre de 1945).

Uno de los momentos más felices de la búsqueda, según Ojeda Bär, fue el préstamo recibido, de manos del propio hijo de Olivari, de La musa y El gato. "En La musa, Olivari padre había corregido con lápiz una cantidad de palabras: tachaba y ponía otra opción. En nuestro libro conservamos todas esas correcciones."

Como Roberto Arlt y Enrique González Tuñón, Nicolás Olivari vivió y transformó en materiales de su literatura la modernización vertiginosa de una Buenos Aires que en los años 20 era la cabeza visible del país de las vacas gordas. Respecto de esa obsesión ciudadana, el mismo Olivari confesó: "Yo me limito a lo que sé: Buenos Aires. No conozco el campo y no lo entiendo y me moriría de aburrimiento en una provincia".

Desde esta mirada ácida puebla el mundo que le va a interesar: prostitutas, clowns patéticos, oficinistas que eligen la mala vida, novias pálidas y casi siempre tísicas, costureritas cuyo mal paso, para él, era siempre un tropezón afortunado. En ese doble movimiento de despegue muchos han visto su capacidad para cruzar un registro de literatura alta -la musa- con una imagen congelada proveniente del habla popular -la mala pata-

Para Carbone -así lo explica en el estudio preliminar- esta estética de mezcla, propia del grotesco, ubica a Olivari en una "zona alternativa" que permite superar la dicotomía Florida-Boedo. Siguiendo a Carbone, Discepolín hará la misma operación en Cambalache, Enrique Gonzá1lez Tuñón en su narrativa, Arlt en Los Siete Locos.

Volvió Olivari. A veces en la República de las Letras truena la justicia.

[Clarin, 11/07/05]

jueves, 4 de diciembre de 2014

Leopoldo Marechal.


Leopoldo Marechal, más que un escritor de amplio lenguaje

Por Eduardo Pérsico

… porque Buenos Aires por su origen y sus frescos aluviones no es una sóla ciudad, sino treinta ciudades subyacentes y distintas. L.M.

Leopoldo Marechal nació en el barrio de Almagro, Buenos Aires, en 1900 y moriría en 1970. En su inicio literario sería apreciado por sus escritos en la revista Proa y luego como director de Martín Fierro, dos escenarios para la obra poética y narrativa de alguien con perfiles trabajosos de conciliar a veces por él mismo. Antes de cumplir treinta años, el poeta Marechal recibiría en 1929 el Premio Municipal de Poesía por ‘Odas para el hombre y la mujer’, un texto muy estimado luego entre la cofradía literaria porteña por su equilibrio entre clásico y novedoso. Luego en 1940 obtendría el Primer Premio Nacional de Poesía con sus obras ‘Sonetos a Sofía’ y ‘El Centauro’, menciones que lo distinguirían antes de emprender su obra narrativa en 1948. Cuando ya por entonces su obra poética lo hacía comparable con Jorge Luis Borges y ambos serían mejor considerados años más tarde.

Durante su niñez todos los veranos viajaba a casa de sus familiares a Maipú, una localidad a trescientos kilómetros al sur de Buenos Aires, en donde los amigos y familiares del lugar lo llamarían ‘Buenosayres’, nombre que adoptara en su primera obra narrativa de largo aliento, ‘Adán Buenosayres’. Novela donde se aprecian sutiles incidencias narrativas de Roberto Arlt, -que Marechal nunca desmintiera frontalmente- y se publicara en 1948 sin conseguir vender ni la mitad de su escasa primera edición, Aunque dentro del ámbito literario local recibiera elogios muy entusiastas del poeta Rafael Squirru y del aún habitante de Buenos Aires, Julio Cortázar. En verdad, no pocos culparon de ese inicial fracaso a la concepción partidaria del autor, peronista de la primera hora tanto política como afectiva, según acontece con ciertas adhesiones duraderas en el entramado histórico y social de los argentinos. Sobre esa primera experiencia del peronismo el mismo ferviente católico Marechal trabajaría en el campo de la educación y la cultura, y él explicaría ‘al escribir Adán Buenosayres no entendía como salirme de la poesía. Y me pareció que la novela no podía ser otra cosa que el sucedáneo legítimo de la antigua epopeya de lo religioso y lo épico’. Aunque en el mismo texto del ‘Adán’, él bien se entretuvo con varios personajes al ligarlos con personas reales de su amistad y bohemios de la vanguardia porteña. En el astrólogo Shultze se ven rasgos personales del artista Xul Solar, el filósofo Samuel Tesler sería Jacobo Fijman, un judío converso al catolicismo, y hasta el mismo Borges, antiguo amigo de Marechal pero alejados por el peronismo, es Luis Pereda, un poeta criollista y algo ciego. En tanto el nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz sería el petiso Bernini y a Victoria Ocampo la ridiculizó como Titania en el Infierno de la Lujuria. Digamos crueldad pero de intelectuales…

Después de viajar a Cuba en 1967, - donde fuera invitado como Jurado del Premio Casa de las Américas y hoy allá su obra es muy elogiada – tal vez buscando cierta afinidad entre el marxismo y el cristianismo a su retorno sorprendió con unos renglones imprevistos. ‘Recuerdo que una vez en cierto debate sobre el comunismo realizado en París, creo que Jacques Maritain definió al comunismo como una ‘versión materialista del Evangelio’. Pensé entonces que era preferible tener y practicar una versión materialista del Evangelio que no tener ni practicar ninguna’. Texto en verdad reflexivo por la envergadura de su autor y que casi publica el semanario Primera Plana el 2 de mayo de 1967. Ya casi en la máquina de impresión, se levantaría ese texto por esas cosas que suelen acontecer…



Mario Goloboff - Polémica Marechal-Lugones sobre la rima, Suplemento Literario Télam, 08/03/12

En su primera novela, ‘Adán Buenosayres’ se pueden pesquisar unos pocos lunfardismos pero decenas de términos habituales en el habla coloquial de los argentinos. Y ya en su segunda novela publicada en 1965, ‘El Banquete de Severo Arcángelo’. el crítico Tomás Eloy Martínez observaría que la clave cierta de esa novela era el lenguaje. ‘Ese territorio donde Marechal se revela como un maestro. Su idioma es el que puede oírse en cualquier esquina de Buenos Aires, está teñido de giros zumbones, de alguna invención lunfarda y del barullo y la calidez que crecen en las conversaciones cotidianas’. Una certeza elogiosa de que Leopoldo Marechal igual a su primera obra en prosa de largo aliento, señoreaba sobre su propio lenguaje. Algo tan lejano de los escribas que hoy instalan cinco puteadas en un renglón al sólo efecto de confundirse con lo popular.

Es casi saludable apreciar que el Marechal del ‘Banquete’ apenas usara media docena de lunfardías; furca, berretín, apoliyar; y sabiendo que el lunfardo más que un léxico entre cazadores de palabras ‘al bardo’ es un aire y una atmósfera, nos autoriza a ciertos esguinces verbales siempre que por ahí respiren su comunicación los personajes. Según acontece al mechar terminos adversos según optara él en ‘Megafón y la Guerra’: ‘escuche jefe, si esta mufa sigue yo me abro del happening y vuelvo a la pizzería’. Habilitando más adelante ‘Flores, encajale un castañazo’ y que algún otro bramara por ahí: ‘¿Cuál es mi oficio? El de mantener a una runfla de vagos que apolillaban en sus catreras o aprendían a tocar bandoneones tan mártires como yo’. Pero en ‘Megafón y la Guerra’ publicado en 1970, Marechal merodea más que en lunfardías altisonantes en un tácito acuerdo con el lector, mostrando un clima delirante y de atorrantes varios donde un tal Frobenius interrumpe diciendo: ‘y yo haciendo uso de una metáfora porteña diré sólo que mi refutador tiene un corso a contramano en la pensadora’. O más adelante ‘este pobre náufrago quiere impresionar a la platea con un golpe de furca sentimental’, sumando por ahí una terminología coloquial y de entrecasa. Aunque en ‘Megafón’, su última novela, dispuso de algunos divertidos: ‘¿Y a usted qué se le frunce? –dice la vieja divertida’. ‘A mí no se me frunce nada – le gritó la otra’.

El valor ético y estetico de Leopoldo Marechal ayudó a quitarle marginalidad al lunfardo y a ciertos ámbitos solemnes de la Argentina, en tanto él igual a Roberto Arlt frecuentaron palabras y estilos en su comunicación naturales a las voces de nuestro pueblo. Que en definitiva son aquellas que indican nuestra posible permanencia histórica en el planeta. (enero 2014).

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Ricardo Güiraldes.


Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires, en 1886, y murió en París, en 1927. Su juventud transcurrió entre la estancia paterna en San Antonio de Areco y Buenos Aires. A partir de 1910 a esos dos ámbitos se sumaron París y los que le depararon sus viajes.


En París despertó su vocación literaria y en contacto con el medio literario, se sintió atraído por las experiencias de vanguardia, que más tarde lo identificaron con el grupo reunido en tomo de la revista `Martín Fierro`, y que el escritor incorporó a sus primeras obras: El cencerro de cristal y Cuentos de muerte y sangre (ambas de 1915), seguidas por Raucho y Rosaura (ambas de 1917) y Xaimaca (1923). En 1926 publicó su obra maestra, Don Segundo Sombra, en la cual la nostalgia del campo bonaerense de la niñez y la asimilación de las novedades expresivas de la literatura más avanzada, coinciden en una creaci6n de auténtica originalidad. De modo póstumo se edita: Pampa (1954).

DON SEGUNDO SOMBRA.
Clásico argentino, Don Segundo Sombra pervive como el mejor ejemplo de literatura gauchesca en prosa. He aquí un vigoroso personaje literario, retrato ideal y casi mítico del gaucho, con su concepto rabioso de libertad, con su individualismo anárquico a lo largo de andaduras y episodios continuos a través de un paisaje abierto. Sara Parkinson, especialista en la obra de Ricardo Güiraldes, ofrece en este volumen la edición crítica de esta novela de la pampa por antonomasia.
Fuente: N.N.
***
Acá les dejo a los lectores tres cuentos de Ricardo Güiraldes.

Cuentos de muerte y de sangre.
Facundo
[13]
Traspuestas las penurias del viaje cayó al campamento una noche de invierno agudo.
Era un inconsciente de veinte años, proyecto tal vez de caudillo; impetuoso, sin
temores e insolente ante toda autoridad. De esos hombres nacían a diario en aquella
época encargados luego de eliminarse entre ellos, limpiando el campo a la ambición del
más fuerte.
Apersonado al jefe, mostró la carta de presentación. Cambiaron cordiales recuerdos de
[14]
amistad familiar y Quiroga recibió a su nuevo ayudante con hospitalidad de
verdadero gaucho.
Concluida la cena, al ir y venir del asistente cebador, el mocito
recordó cosas de su vivir ciudadano. Atropellos y bufonadas sangrientas,
que aplaudía con meneos de cabeza el patilludo Tigre. Contó también
cómo se llenaba de plata merced a su habilidad para trampear en el
monte.
El Tigre pareció de pronto hostil:
-¡Jugará con sonsos!
Insolente, el mocito respondía:
-No siempre, general... y pa probarle, le jugaría una partidita a trampa
limpia.
Quiroga accedió.
Los naipes obedecían dóciles, y el Tigre perdía sin pillar falta. En su gloria, el joven
[15]
besaba de vez en cuando el gollete de un porrón medianero, y no olvidaba chiste,
entre los lucidos fraseos de barajar.
Inesperadamente, Quiroga se puso en pie.
-Bueno, amigo, me ha ganao todo.
Recién el mozo miró hacia el montón, escamoso, de pesos fuertes, que plateaba
delante suyo.
El general se retiraba.
Entonces, un horrible terror desvencijó la audacia del ganador. Las leyendas brutales
ensoberbecieron la estampa, hirsuta, del melenudo.
Cuando el último peso fue suyo, llamó al asistente, ordenándole con una seña
explicativa:
-Llévelo a dormir al mocito... y que descanse mucho, ¿no?
[18]
El muchacho quiso arrojarse de rodillas e intentar súplicas, pero Quiroga, indiferente,
juntaba las barajas, y el asistente era más fuerte.
[20]
Don Juan Manuel
[21]
Bajó de la diligencia en San Miguel de la Guardia del Monte, uno de los pueblos más
viejos de nuestra provincia.
Un peón le esperaba con caballo de tiro, como era convenido. Nicanor preguntó por
los de las casas. Todos estaban bien y esperaban al señor con grandes preparativos de
fiesta.
Regocijabas con la promesa de alegres días. En Buenos Aires, la facultad absorbía sus
ambiciones de estudioso. Poco se daba al placer. La política, la vida social, los clubs,
[22]
las disipaciones juveniles eran cartas abiertas en las cuales leía escasos renglones.
Las vacaciones, en cambio, le impulsaban a desquitarse.
Miró al gaucho, cuyo chiripá chasqueaba al viento sin que su fisonomía exteriorizara
placer alguno por su libertad salvaje, y apoyó las rodillas sobre el cuero lanudo del
recado, para sentir más precisos los movimientos del caballo, bajo cuyos cascos la tierra
huía marcadora.
[23]
Oyeron, de atrás, aproximarse un galope; alguien los alcanzaba, y los caballos
tranquearon, como obedeciendo a una voluntad superior y desconocida.
-Buenos días.
-Buenos días.
Llamó la atención de nuestro pueblero el flete, primorosamente aperado de plata
tintineante
(1)
, cuyos reflejos intensificaban su pelo ya lustroso de colorao sangre e toro.
El hombre era un gaucho en su vestir, un patricio en su porte y maneras.
Con facilidad de encuentros camperos, se hizo relación. Sin nombrarse el recién
llegado, preguntó a Nicanor quién era y adónde iba.
-Yo he sido amigo e su padre. Compañero e política también.
Y prosiguió, afable:
-¿Va a lo de Z...? Es mi camino y lo acompañaré; así conversaremos para acortar el
galope.
[24]
-Es un honor que usted me hace.
El peón venía a distancia respetuosamente. Nicanor le ordenó se adelantara a anunciar
su llegada, y quedaron los nuevos amigos demasiado
(2)
interesados en sus diálogos para
pensar en el camino.
El hombre averiguaba mucho, y Nicanor respondía, halagado por las atenciones del
que adivinaba personaje.
-¿Entonces viene a pasar una temporadita? Ya se divertirá. Aquí hay campos para
correr todo el día y también avestruces para
[25]
ejercitar el pulso, y vizcacheras pa
probar los paradores, ¿no?
Nicanor no se atrevía a interrumpirle. El tenor de parecer un pobrecito pueblero
incapaz de hazaña ecuestre alguna, le impedía protestar con decisión.
-Yo no soy de a caballo...
-¡Qué no ha e ser! Lo mismo es si me dijera que es lerdo el zaino.
-Presumo que es sólo un mancarrón manso, elegido para un maturrango como yo.
-¡Bah!... Ya se desengañaría si hiciéramos una partidita.
En sus ojos claros brillaban todas las malicias gauchas.
-Una partidita corta, aunque sea -insistía- como hasta aquel albardón, a la derecha de
la vizcachera que blanquea... dos cerradas, cuanto más... ¿Eh?
Nicanor, no sabiendo ya cómo negarse, objetó, mientras el deseo de ganar le golpeaba
en las arterias.
[26]
-Como quiera, entonces. Pero estoy, desde ahora, seguro que el colorao me va a cortar
a luz.
El semblante de su interlocutor había adquirido un singular poder de brillo. Las
facciones parecían más nítidas y los ojos reían, en la promesa de un intenso placer de
chico travieso.
-Bueno, cuando diga ¡vamos! Ahora... Atráquese pie con pie... así... galopemos a la
par hasta la voz de mando.
Achicábanse los caballos sobre sus garrones, temblorosos de empuje. Veinte metros
irían golpeando rodilla con rodilla, sujetando las monturas, que roncaban de impaciencia.
-Bueno... ahora... ¡Vamos!
-¡¡Vamos!!
Y el tropel de la carrera repiqueteó como agudo redoble de tambor.
Tras los desacomodadores sacudones de la partida, corrían serenos par a par. Los
vasos
[27]
crepitaban o se ensordecían en las variaciones de la cancha; redondeles de
barro seco saltaban como pedradas del molde de los vasos.
Nicanor animaba al zaino y parecía ganar terreno, cuando el peso del colorado le
chocó con vigor inexplicable. Pensó en una desbocada; pero al mismo tiempo, sin lógica
alguna, su caballo, con un quejido y la cabeza abrazada entre las manos, corcoveó
furiosamente.
Se defendió como pudo. Sus dedos, al azar, arrancaban mechones del cojinillo.
-¡Cuidao! ¡Cuidao... la vizcachera! -le gritaron en una risotada.
Toda noción precisa desapareció para Nicanor. La tierra se le vino encima. Vio un
pedazo de cielo, la mole del caballo que amenazó aplastarle, e, inseguro aún, se levantó
con un pesado dolor en las espaldas.
Volvió a subir. A lo lejos por un bañado,
[28]
corría el compañero de hoy, y un
hornero cantaba, o alguien reía.
Cuando llegó a destino, el atolondramiento había cesado.
Casi sin contestar a la efervescente recepción, contó su aventura.
Carlos, su amigo, le interrogó al fin:
-¿Cómo era el hombre? ¿Alto, rubio? ¿Muy buen mozo? ¿De ojos claros y sonriente
como una dama?
-Sí, sí -contestaba Nicanor viendo a su hombre.
-Ya sé quién es.
-¿Quién? -preguntó el mozo con secreta idea de venganza.
-Don Juan Manuel.
[29]
Justo José
[31]
La estancia quedó, obsequiosamente, entregada a la tropa. Eran patrones los jefes. El
gauchaje, amontonado en el galpón de los peones, pululaba felinamente entre el soguerío
de arreos y recados. Los caballos se revolcaban en el corral, para borrar la mancha
obscura que en sus lomos dejaran las sudaderas; los que no pudieron entrar atorraban en
rosario por el monte, y los perros, intimados por aquella toma de posesión, se acercaban
temblorosos y gachos, golpeándose los garrones en precipitados colazos.
[32]
La misma noche hubo comilona, vicio y hembras, que cayeron quién sabe de dónde.
Temprano comenzó a voltearlos el sueño, la borrachera, y toda esa carne maciza se
desvencijó sobre las matras, coloreadas de ponchaje.
Una conversación rala perduraba en torno al fogón.
Dos mamaos seguían chupando, en fraternal comentario de puñaladas. Sobre las
rodillas del hosco sargento, una china cebaba mate, con sumiso ofrecimiento de esclava
en celo, mientras unos diez entrerrianos comentaban,
[33]
en guaraní, las clavadas de dos
taberos de lay.
Pero todo hubo de interrumpirse por la entrada brusca del jefe; el general Urquiza. La
taba quedó en manos de uno de los jugadores; los borrachos lograron enderezarse, y el
sargento, sorprendido, o tal vez por no voltear la prenda, se levantó como a disgusto.
A la justa increpación del superior, agachó la cabeza refunfuñando. Entonces Urquiza,
[34]
pálido, el arriador alzado, avanza. El sargento manotea la cintura y su puño
arremanga la hoja recta.
Ambos están cerca, Urquiza sabe cómo castigar, pero el bruto tiene el hierro, y el
arriador, pausado, dibuja su curva de descenso.
-¡Stá bien!; a apagar las brasas y a dormir.
El gauchaje se ejecuta, en silencio, con una interrogación increíble en sus cabezas de
valientes. ¿Habría tenido miedo el general?
Al toque de diana, Urquiza mandó llamar al sargento, que se presentó, sumiso, en
espera de la pena merecida. El general caminó hacia un aposento vacío, donde le hizo
entrar, siguiéndole luego. Echó llave a la puerta y, adelantándose, cruzole la cara de un
latigazo.
El soldado, firme, no hizo un gesto.
-No eras macho, ¡sarnoso!; ¡sacá el machete
[35]
ahora!... -y dos latigazos más
envuelven la cara del culpado.
Entonces el general, rota su ira por aquella pasividad, se detiene.
-Aflojás, maula, ¿para eso hiciste alarde anoche?
El guerrero, indiferente a los abultados moretones, que le degradan el rostro, arguye,
como irrefutable, su disculpa:
-Estaba la china.

martes, 2 de diciembre de 2014

Leónidas Barletta.


(Buenos Aires, 1902-1975) Narrador y ensayista argentino, fundador del Teatro del Pueblo, con el que se inició el movimiento del teatro independiente argentino y donde R. Arlt estrenó sus obras. Se vinculó a los escritores del grupo de Boedo, que defendían el realismo social. Fue secretario de redacción de la revista Claridad y fundó y dirigió el periódico cultural Propósitos, una singular tribuna de la izquierda independiente argentina de mediados del siglo XX.

A través de diarios y revistas dio a conocer artículos en los que defendía el valor de la literatura como testimonio y denuncia de los problemas sociales. Es autor de obras dramáticas como Odio (1931) y La edad del trapo (1952). Escribió también relatos y novelas: Cuentos realistas y canciones agrias (1923), Vientos trágicos, María Fernanda (1924), Los pobres (1925), Vidas perdidas, Royal circo (1926) y, sobre todo, Cuentos del hombre que daba de comer a su sombra (1957).
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/barletta.htm

lunes, 1 de diciembre de 2014

Macedonio Fernández.


Macedonio Fernández
(Argentina, 1874-1952)
Escritor argentino, nacido y fallecido en Buenos Aires. Cursó estudios jurídicos en su ciudad, siendo compañero de Enrique Larreta y del padre de Jorge Luis Borges. Ejerció durante veinte años como abogado y eventualmente como fiscal. Después llevó una vida ociosa y modesta, animando tertulias de café y participando en las reuniones y revistas de la vanguardia. Parte de su obra se conoció póstumamente, en virtud de que dejó papeles sueltos y colaboraciones dispersas que, gracias a la labor de su hijo Adolfo de Obieta y de otros estudiosos de su literatura, acabaron reunidas en libro. La influencia de Macedonio fue sobre todo oral y epistolar (se escribió largamente con William James y con Ramón Gómez de la Serna), aparte de proponer un ejemplo de contraliteratura, basado en el desmontaje y la parodia de los grandes géneros. Escritores notorios como Borges, Leopoldo Marechal y Julio Cortázar han reconocido la importancia de sus ideas, sus formulaciones sorprendentes y, sobre todo, de su ruptura con los lugares comunes y la solemnidad a través del humor. En sus ensayos se advierte una buena lectura de Henri Bergson y Sigmund Freud. Escribió No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), Papeles de recienvenido (1929), Una novela que comienza (1940), Poemas (1953), Museo de la novela de la Eterna (1967), Cuadernos de todo y nada (1972), Teorías (1974), Adriana Buenos Aires (1974), Epistolario (1976), Papeles antiguos (1981).
Fuente:NN.
***
Marianela Pionetti-.
Macedonio Fernández: la vida y la literatura

Macedonio Fernández: la vida y la literatura. Itinerarios y escorzos de una poética de la inexistencia, presenta un estudio original sobre el funcionamiento de la relación literatura-vida en la obra de este autor enfocada desde diversas ópticas, tales como la adscripción a una época, la vinculación con la vanguardia, las nociones de experiencia y comunidad, y la relación de Macedonio con otros escritores, intelectuales o pensadores.

 
Mónica Bueno parte de una conceptualización sobre la figura del autor moderno y la relación vida/obra constitutiva de su definición para analizar las formas que asume esta función en Macedonio a través de los pares autor/escritor y autor/época. Esto le permite, por un lado, adelantar la hipótesis de que su figura se inserta en la fisura producida entre las nociones que conforman el primer par, en tanto asume formas ficcionales que exasperan su dispositivo y, por otro, proponer una periodización posible para su obra, en la que entra a funcionar el segundo par.

Como lo anuncia el subtítulo, la autora descubre puntos claves del itinerario de una escritura signada por la construcción de una poética original, desde los primeros textos de Macedonio Fernández. El estudio parte de los escritos producidos en el Fin de Siglo, continúa con los que se incorporan a la vanguardia de los años veinte, y finaliza con los textos de los años cuarenta. En la periodización propuesta es posible  identificar la presencia de una prehistoria del autor, del escritor y del intelectual. Mónica Bueno propone una mirada aguda que atraviesa sus textos más vanguardistas, y lo hace a la manera del genealogista nietzscheano: busca procedencias y reconoce emergencias de una poética singular en una textualidad compleja. Traza un arco que va desde Papeles antiguos hasta la primera novela buena, Museo de la Novela de la Eterna. Vale destacar la elección de un modo de trabajo particular por parte de la autora, que focaliza un periodo particular de la obra del autor, ilumina zonas en penumbras y permite reconocer cada época como un eslabón fuerte en la cadena interpretativa del pasado. Emplear la metodología del genealogista habilita la identificación de la confluencia de tiempos en un espacio textual preciso, y el reconocimiento del cambio de época en los fragmentarios escritos macedonianos, publicados unos, en su tiempo, algunos, en el nuestro, y otros, aún inéditos.

El primero de los cuatro capítulos que conforman el libro está dedicado a la escritura de Macedonio en el Fin de Siglo XIX y a las relaciones establecidas con el campo intelectual de la época a través de escritos en revistas –su lugar predilecto de publicación- y principalmente, en Papeles antiguos. La autora se detiene en esta obra e indaga en sus particularidades genéricas, en la convivencia de la crónica periodística, el artículo de costumbres, el ensayo filosófico y la poesía, que le permiten identificar las disonancias respecto del sistema de creencias hegemónico en esos años. Realiza un análisis minucioso de textos como “La calle Florida”, “Cándido Malasuerte”, “Gatos y tejas”, este último, una crónica en verso que se vuelve metáfora y encierra una parodia y una crítica a las  instituciones sociales. Se detiene en escritos, como “El problema moral”, “Ensayo de una teoría de la psiquis” y teoría atomística”, que instauran la duda como motor de búsqueda de solución a los problemas de época; atacan el sistema de creencias, abordan problemas de la constitución del yo y muestran el germen de la “inexistencia de la vida” al que todo verdadero arte debe apuntar. En el poema “Hay un morir”, Bueno ve un enlace entre la primera etapa de su poesía y su producción de vanguardia a través de la intensificación del trabajo con el lenguaje y la resignificación de motivos en pos de una concepción de la poesía como forma de reflexión filosófica. Se trata de textos que muestran tempranamente los ejes del pensamiento macedoniano y revelan la existencia de una teoría del arte en ciernes que el autor completará hacia la década del veinte. En estos textos la autora identifica un funcionamiento singular de la ironía, a través de la cual Macedonio enmascara su crítica tenaz al presente, al lenguaje, a las ideas de época y donde la mirada actúa como dispositivo de trabajo que convierte al otro en objeto de análisis y habilita el ejercicio de la crítica. El análisis detenido de los poemas y de las estrategias rupturistas puestas a funcionar en ellos iluminan una etapa de su producción  que,  aunque  fragmentaria,  diseminada, dispersa, borrosa, adelanta un Macedonio escritor de una literatura futura.

Siguiendo la trayectoria propuesta, en el segundo capítulo la autora se detiene en la relación de Macedonio con la vanguardia de los años veinte, período en que consolida postulados presentes en la producción de Fin de Siglo. Para esto, apunta las particularidades de la vanguardia  y subraya la complejidad del contexto, la división de aguas entre tendencias ideológicas representativas como Boedo y Florida y el vínculo con los “padres” de la literatura argentina, Lugones y Gálvez, principalmente. Este panorama ilumina el lugar disidente en que se sitúa Macedonio. En este tramo,  Papeles de Recienvenido sintetiza los postulados adelantados en los textos de Fin de Siglo y los actualiza en relación con las particularidades contextuales. Macedonio ingresa en la literatura y socava sus cimientos desde adentro, ataca la hegemonía del nombre propio y la relación entre el sujeto y las instituciones. La autora señala como estrategia central de esta operación la instauración de nombres que remiten a un margen: el Bobo, Recienvenido, construyen la paradoja del sujeto y por tanto, desrealiza la figura de autor “instaurándola sólo como una móvil función compleja y variable de un sujeto inestable” (Bueno 2013:96).

En el tercer capítulo, dedicado a la relación entre experiencia y novela, la autora introduce una, serie de consideraciones acerca de la relación entre experiencia estética y experiencia literaria, partiendo de las formulaciones sobre experiencia estética de teóricos como Agamben, Adorno y Benjamin para delimitar la noción de experiencia particular en la obra de Macedonio Fernández. Mónica Bueno entiende que la puesta en juego de la vida en una obra es una decisión ética que convierte a la vivencia (Erlebnis) en experiencia (Erfharung), idea sintetizada en la fórmula “la vida puesta en obra”, de manera que la experiencia es definida en un espacio que denomina “vida literaria”. Sobre esta conceptualización, Bueno analiza la radicalización de dicha fórmula en Museo de la novela de la Eterna, su primera novela buena, y parte del cuestionamiento acerca de por qué construye en la novela –género predilecto del realismo- su experimento vanguardista de mayor envergadura. Para esto acude a teorizaciones sobre la novela como las de Bajtín, Lukács, Lubbock , Foster y los ensayos de Henry James, que relaciona, por supuesto, con la teoría de la novela postulada por el propio Macedonio, para quien el mundo inventado en la novela solo tiene sentido si logra un efecto: la construcción por parte del  lector de su propio sentido de experiencia. Así, se instala en un género que postula la representación de la realidad para, desde allí, corroer la creencia en la representación. La forma en Museo apunta a una “desorganización razonada” que moviliza al lector y conforma un nuevo modo de leer el género. El complot de los personajes de la novela contra la Realidad de la ciudad de Buenos Aires es una ficcionalización del complot del propio Macedonio respecto de la tradición literaria: entrar en ella y socavarla desde su interior. La autora sintetiza el análisis de “una novela que no es novela” (Bueno 2013: 181) propuesto en este capítulo parafraseando la concepción de arte de enunciado por Duchamp. La novela provoca en el lector lo mismo que los “preguntadores” colgados en los árboles por  Macedonio: desconcierta, descoloca, provoca la reflexión y constituye así, un “taller de artefactos”.

El último capítulo continúa el análisis de la noción de experiencia en la escritura de Macedonio, pero esta vez, en relación con el concepto de comunidad, que remite a la construcción de la primera persona en la novela y su vinculación con los otros. La autora parte de la configuración de la primera persona en Museo como indicador de una heteronomía constitutiva de esta poética, destructora del yo único y a la que Macedonio denomina Autorística. Recupera a Bataille y Blanchot para ingresar en la noción de experiencia comunitaria y acude a las postulaciones de Scheler y Rozitchner, entre otros, sobre la noción de comunidad basada en un principio de solidaridad atravesada por una conciencia política e histórica del contexto. Conciencia que la autora reconoce en el complot de los personajes de la Estancia contra Buenos Aires, contra el esencialismo de la tradición argentina exaltado en las dos primeras décadas del siglo XX. El concepto de experiencia en Macedonio asume nueva forma al definir modos específicos de la vida colectiva y puede pensarse su literatura como el relato del experimento con su existencia y la experiencia con los otros.

En el tramo final, dedicado a sus Teorías y a la revista Papeles de Buenos Aires, la autora recupera una serie de reflexiones de Macedonio en torno al Estado, la guerra y su incidencia en la vida social anticipadas en Papeles de Recienvenido y Continuación de la nada. Según ella, Papeles de Buenos Aires constituye un espacio despojado de definiciones y límites, uno de sus intentos vanguardistas que acentúa el alejamiento de la sociedad burguesa. Considerando la preferencia del autor por las publicaciones periódicas o en revistas, Bueno propone una mirada retrospectiva de la participación de Macedonio en este tipo de ediciones durante las décadas previas, tales como sus colaboraciones en Sur. Luego se ocupa de Papeles de Buenos Aires, donde identifica como dispositivo predilecto la diseminación, estrategia que pone a funcionar todos los mecanismos vanguardistas exhibidos en sus obras previas, tales como el humor, el fragmento, la conversación y la convivencia del nombre propio de otros autores con pseudónimos que exasperan dicha categoría. Papeles de Buenos Aires es entonces concreción y efecto. Finalmente incluye, a modo de homenaje y agradecimiento a Adolfo de Obieta, su hijo, albacea, su transcriptor, su cuidadoso heredero, el texto leído por él mismo en la apertura al homenaje a Macedonio realizado en la ciudad de Mar del Plata en el año 1997, titulado “Macedonio en Mar del Plata”.

El siguiente apartado se ocupa del par Borges-Macedonio y analiza el vínculo entre ambos a partir de la relación con los jóvenes martinfierristas y del funcionamiento de conceptos análogos tales como la figuración del lector y la relación vida/literatura en sus respectivas obras. Luego, revisa los puntos de contacto entre la escritura vanguardista de Macedonio con la de Mario de Andrade, centrada principalmente en el vínculo con la tradición y los procedimientos que cada uno pone a funcionar en Museo de la Novela de la Eterna y Macunaíma, respectivamente. La tríada Macedonio, Hobbes, y Shopenhauer amplía el panorama de relaciones establecidas por nuestro vanguardista con pensadores extranjeros. En este caso, Bueno alude a las disidencias y el diálogo que mantienen las teorías sobre el Estado, el sujeto y el libre albedrío en estos pensadores, señalando las procedencias del autor de El mundo como representación en las teorías del arte de Macedonio. Por último, dedica un espacio a comentar los “desafíos y riegos” en que se ha visto envuelta la crítica que, recién hacia los años sesenta reconoce la densidad y heterodoxia de las reflexiones de este autor, su concepción del arte y la vida. Bueno recupera la lectura de tres críticos en los que reconoce un mérito fundacional sobre los escritos de Macedonio, en tanto han dado un paso adelante respecto de las lecturas previas. Ellos son Ana María Barrenechea en “Macedonio Fernández y su humorismo de la nada”, Noé Jitrik en “La novela futura de Macedonio Fernández” y César Fernández Moreno en “El existidor”, quienes se animan a ingresar en la textualidad de sus escritos y sortear los problemas epistemológicos surgidos de una lectura tradicional de la literatura. Con esta última lectura, la autora muestra una “zona de riesgo” en la que estos críticos entran para quitar el lastre de sujeto “raro”   e intentar un paso más en la comprensión de la compleja producción macedoniana. La elección de finalizar el libro con el análisis “arriesgado” de estos críticos vale como evidencia de lecturas emergentes que “fundan (…) una comunidad que se despliega secreta y dialógica, que es también una arquitectura y una ética” .

domingo, 30 de noviembre de 2014

Enrique Amorim.



Narrador uruguayo cuya obra es muy extensa y variada estéticamente, pero que es recordado por una clásica novela rural: La carreta.

Nació en Salto y se le identifica con los temas del gaucho, el campo y la pampa, a los que estuvo ligado desde niño y que en los años treinta ocupaba una posición central en la literatura de la región. Pero hay otras facetas en su obra: el novelista urbano, el escritor comprometido, el realista, psicológico y poético, por citar algunas.

Hijo de estancieros, nació en el mismo pueblo que Horacio Quiroga y, como él, fue un escritor de las dos orillas del Río de la Plata. Después de llegar en 1916 a la provincia de Buenos Aires, comienza a escribir poesía y cuentos. La publicación de La carreta (Buenos Aires, 1929, primera edición, definitiva, Buenos Aires, 1952) y, cinco años después, de El paisano, señalan el inicio del primer ciclo significativo de su producción y el apogeo de su fama. El segundo ciclo es de transición, pues intenta fórmulas y temas nuevos para él: la novela psicológica (La edad despareja, 1938), policiaca (El asesino desvelado, 1945) y política (Nueve lunas sobre Neuquén, 1946). Es un periodo dominado por su creciente participación en las cuestiones ideológicas propias del momento. En 1950 se inscribe en el Partido Comunista y sufre persecución del gobierno de Perón, por lo que busca refugio en Salto.

La tercera etapa es una especie de síntesis de las anteriores porque retorna a los temas del campo, pero les añade sus preocupaciones sociopolíticas, como lo demuestran Corral abierto (1956), Los montaraces (1957) y otras novelas que siguió publicando hasta el año de su muerte. Amorim representa la vertiente telúrica de la novela realista hispanoamericana, con una tendencia esencialmente tradicional en cuanto a técnica narrativa. El hecho de que permaneciese fiel durante tanto tiempo a esos ideales, cuando la novela marchaba ya en otras direcciones, quizá ayude a explicar porqué un autor, que escribía aun pasado el medio siglo, resulta ahora tan alejado de nuestros gustos.

***
Enrique Amorim (1900-1960), quien con El asesino desvelado de 1945 logró ser el único uruguayo incluido en la mítica colección El Séptimo Círculo, cuando era dirigida por Borges y Bioy Casares. Sin lugar a dudas que fue la amistad de Amorim con los directores editoriales la que determinó su inclusión, ya que la novela no posee méritos propios que justifiquen su publicación en esa serie.Esta novela registra la aventura de un argentino que se evade de Francia durante la ocupación alemana. En alta mar se enamora de una extraña mujer, hija del inventor de la `hulla invisible`. Tal es el principio de este relato, después , en rauda sucesión, ocurren un casamiento comprometedor, audiciones de discos misteriosos, remitidos por enemigos, coartadas inéditas en la historia del crimen. Diestramente, a través de los laberintos de una mentalidad torturada, nos conduce hasta la inolvidable revelación.

Fuente: N.N.
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Fragmento de la novela: “El asesino desvelado”.



ENRIQUE AMORIN
EL ASESINO DESVELADO

Editorial Huemul
Buenos Aires – República Argentina – junio de 1981

CAPÍTULO PRIMERO

"De Tito Hassam puede asegurarse que se condujo como un hombre normal durante su permanencia en Francia, allá por el año 1942. Soportó los riesgos y las privaciones con absoluta entereza; pero, según sus declaraciones, dormía penosamente, con el sueño resquebrajado. Sin razones de salud que podrían justificar el turbio reposo, al despertarse pasaba largas horas analizando la permanencia de sus fugaces huéspedes nocturnos. Se sentía "abandonado de la mano de Alá"   -eran sus palabras- desde la penosa evasión de París, al día siguiente de la visita de Hitler a la Tour Eiffel.
Dormía muy mal, con los oídos destrozados, no por el fragor de los cañones y el tableteo de las ametralladoras, sino por la dañina voz de los receptores de radio clandestinos. Europa lo devolvió a América con el sentido auditivo hiperestesiado de tanto campear noticias fidedignas. Trasnochado, insomne, partió rumbo a Buenos Aires y, en el camino, cargó con una mujer que imaginaba un delicado cadáver recogido en el campo de batalla.
Y ¡qué mala suerte la suya! A los 42 años, con buena salud y un físico agraciado, -piel mate, frente alta, ojos de lince, boca sensual-, el destino le deparó una de esas mujeres de hermosura espectacular, agresiva y beligerante de la cabeza a los pies.
Pero dejemos para más adelante las señas de la extranjera. Ya nos veremos obligados a no eludirla y, sobre todo, a contar el memorable encuentro en Madeira. Hablemos por ahora de Tito, Tito Hassam, xilógrafo de familia árabe, nacido en la calle Tres Sargentos de Buenos Aires -los padres importaron tejidos-, con justa nombradía en los ambientes artísticos del París de anteguerra y, por supuesto, perfectamente desconocido en su patria.
Hassam llevaba tres noches en blanco. No porque no durmiese, sino porque soñaba que no dormía. Una forma atroz del insomnio. Soñaba que padecía largas vigilias, dilatadas en paseos por el cuarto. Se levantaba con los huesos molidos, y no bien se veía reflejado en el espejo del lavatorio, le entraban ganas de tirarse nuevamente en la cama.
Cuando entró en el vestíbulo del cine Ambassador, su sistema nervioso se acomodó, de pronto, como una batería que empieza a recibir la carga con perfecta regularidad. Gracias al piso cubierto de gruesa alfombra, detalle éste que suele pasar inadvertido para los enfermos del sistema nervioso. Existe una importante relación entre el hombre y el suelo. Así, recuperada la calma, tranquilizado, en pocos minutos se convenció de la importancia que tendría aquella noche en el resto de su vida.
Sabía muy bien que en la gestación de cualquier aventura, además de la absoluta confianza en sí mismo, es necesario no tropezar con objetos inanimados que en una u otra forma se opongan a nuestros designios.
La alfombra espesa puso en sordina las cuerdas de sus nervios.
Se acercó a la taquilla y con marcada violencia pidió que le vendiesen una butaca, punta de banco, en la quinta fila del pullman. De antemano había estudiado aquella situación estratégica. Cuando el taquillero le contestó que lamentaba no poder complacerlo, levantó la voz y protestó:
-¡Claro, claro! ¡Se necesita ofrecer propina! ¡No hay ¡otra forma de contentar al público! ¡Qué asco, qué vergüenza!
El taquillero murmuró algunas excusas en voz baja: "No es posible contentar a todo el mundo... Usted comprenderá… Pero vamos a ver qué podemos hacer por usted".
Hassam creyó que había llegado el momento de hacer el escándalo, de vociferar agarrado a los barrotes de la taquilla.
-¡Y apúrese, que usted está aquí para servir al público y nada más!
La simulada indignación hizo blanco en el más robusto de los taquilleros que, en actitud belicosa, articulando esas confusas frases que muchas veces         -suelen oírse y no se toman en cuenta, abandonó su puesto y salió al vestíbulo. Algunos peatones callejeros entraron a presenciar el altercado, dispuestos a no perder una escena de la vida real en el recinto de la ficción. Un oficial de policía avanzó decidido a intervenir. Y como los uniformes tienen extraño poder atractivo, los noctámbulos ociosos, en desordenada balumba, irrumpieron en el vestíbulo. Ya entre ellos se comunicaban las más peregrinas versiones: Que habían aplaudido a Hitler, que alguien silbó á Fiorello La Guardia, que un sujeto gritó "¡Viva Francia!", que se pretendía interrumpir la proyección, que alguien se propasó con una señora.
Uno de los curiosos, en broma, o en serio (en tales momentos es difícil conocer la medida del buen humor), un sujeto con quevedos de oro, señores éstos que siempre tienen a mano las tarjetas de visita, tendió su diminuto distintivo por arriba del hombro del oficial, ofreciéndose para declarar en su favor.
-¡Tiene razón, tiene! -dijo el comedido- ¡Son más abusadores, son! ¡Los mejores asientos para el que los corrompe con la propina! ¡Tome mi tarjeta, tome!
Los ánimos se apaciguaron cuando intervino el empresario con el aire persuasivo del que tiene mucho que perder y mucho que ganar. "No se moleste. Yo le daré lo que pide". Mientras el oficial despejaba el vestíbulo, el provocador Hassam trepaba de tres en tres peldaños la escalinata lateral que conduce al pullman. Al subir, fue murmurando por lo bajo, entre suspirando las palabras alteradas por la prisa y el esfuerzo:
-¡Estupenda coartada! Yo creo que ninguno de estos tipos se olvidara de mí. Una coartada perfecta. ¡Con intervención policial! ¡Magnífico!
Entregó el billete y se dejó conducir hasta el asiento solicitado. Introdujo la moneda en la mano del acomodador, como, si presionase en el interruptor de una lámpara, y la luz se apagó al segundo.
Ya sentado, se fue quitando el sobretodo con economía de movimientos, y mientras la linterna encandilaba a otros espectadores, aprovechó para levantarse rápidamente y abandonar la sala. Al bajar la escalinata, en cabeza y sonándose las narices para que el pañuelo ocultase un tanto su rostro, se le ocurrió calarse los lentes ahumados y renquear por si alguien reconocía en él al irascible sujeto del altercado. Como la taquilla se hallaba bajo la escalinata, era difícil que le viesen abandonar el local. Se dirigió a la izquierda, perdiéndose entre el gentío, contento de verse reincorporado al tumulto de la calle.
Anduvo de prisa con el cuerpo penetrado por el frío de la noche. El insomnio produce escalofríos, pero también oleadas de calor no bien el paso se hace pronunciadamente enérgico. Cuando Tito Hassam llegó a la esquina de Florida y Tucumán buscó su automóvil en la fila de vehículos estacionados, tratando de esquivar al cuidador. Lo evitó, luego de una silenciosa maniobra. Nada de acelerar el motor ni dar portazos, ni encender las luces. Cuando el cuidador se acercó a recoger la propina, dejó caer la moneda en la mano callosa, ocultando el rostro. Y en pocos minutos, más exactamente en siete minutos -porque es de suma importancia contarlos en el presente caso-, nuestro hombre corría velozmente por Esmeralda, en dirección a Retiro. Aprovechó la breve pausa que le ordenó un agente de tránsito para sacar de la guantera su viejo Colt calibre 34 y colocarlo en el bolsillo trasero del pantalón, con las consiguientes dificultades.
Dieron las 10 en el reloj de la Torre de los Ingleses. Las campanadas lo impulsaron por Leandro Alem, buscando a la derecha el letrero luminoso del "Albatros Bar". Sabía que bajo la recova se balanceaba el llamativo pájaro luminoso que guiaba a marinos y noctámbulos.
Lo divisó desde lejos y trató de estacionar el coche en algún sitio oscuro, al amparo de uno de los pilares de la recova. Su viejo automóvil, de carrocería francesa -un auténtico modelo de Kellner, faux-cabriolet-, resultaba comprometedor por singularizarse demasiado. De cuatro plazas, nadie podía creerlo tan amplio a simple vista. Más bien parecía de dos asientos. Las personas que viajaban atrás pasaban inadvertidas. Pero en el coche persistía una presunta y remota elegancia, a pesar de que las líneas de la carrocería distaban bastante del gusto aerodinámico.
Al bajar del automóvil, palpó el revólver para experimentar la sensación reconfortante de un objeto inanimado a su disposición. Dos pasos más adelante, y las puertas de resorte del bar espetaron a tres marineros resueltamente borrachos. Tres marineros griegos que se insultaban en seis idiomas. Hassam conocía el griego de los barcos y las tratorías de los puertos italianos. Uno de los marineros amenazó de muerte al menos borracho de los tres porque le reclamaba cien dracmas.
Con el enjambre de voces aguardentosas y de soeces insultos, avanza por entre las mesas, tratando de afinar el oído mientras se aproxima al mostrador y se sienta, mejor dicho, cae en la silla con un peso de plomo colgado de las piernas.
A pesar del murmullo, del rumor y de los gritos repentinos que lanzan los mozos al reclamar las bebidas, puede distinguir las voces del barman. El cajero le resulta el menos expresivo y por lo tanto el más sospechoso. Gente extranjera, desechos de la vieja Europa, turba amontonada, oliente a café y tabaco ordinario.
Tito busca tenazmente una voz, tan sólo una voz en la ruidosa colmena de Buenos Aires. Está seguro de que un día, una noche, ¡O la tarde menos pensada, le saldrá al cruce, pues sus oídos están dispuestos a oírla, preparados para no confundirla con ninguna otra.
Es una voz particularísima de brusco acento nasal, grave y autoritaria, tal vez por su inflexión extranjera. Una voz de mando que emerge de un disco de fono-postal, de un siniestro disco negro que gira en sus pesadillas y en los dilatados insomnios.
Al sentarse, oyó una vez más el anónimo, fatigando una terrible amenaza. La púa recogía el hilo del siniestro mensaje. "¡Gloria!... ¡Sigo en el "Albatros"!... ¡Debes responder a nuestro llamado! Sabes que hay amenaza de muerte... ¡No escaparás!... Ven a verme. Sigo en el "Albatros"... Sigo en el "Albatros"... Sigo en el "Albatros"... "
En sus oídos sonaba la frase como si la púa se hubiese atascado. Tres discos había recibido Gloria en una semana. Y no sabía explicar la posible procedencia. Juraba y perjuraba que nada tenía que ver con aquella voz asomada a su vida con impresionante terquedad. Hassam escuchaba los discos, a veces solo. Cuando Gloria estaba presente él observaba las alteraciones de su rostro. Del disco mágico se alzaba un invisible personaje capaz de trastornar al marido menos celoso. A ella se le demudaba el semblante. "Le tiemblan los músculos de la cara -pensaba Hassam- como si, burlona y sarcástica, contuviese la risa o el llanto. Sus facciones se alteran. Sufre, padece, oculta un drama cuyas raíces están en un pasado tormentoso. ¿Por qué tanta emoción si nada tiene que ver con los anónimos? ¿Acaso teme a alguien?"
Hassam se considera una buena persona y se deja llevar por su natural inclinación a mirar la vida con desinterés. Evoca, entonces, toda su existencia anterior al encuentro con la misteriosa mujer que le acompaña.
El mozo se acerca y le sirve rebosando la medida de estaño. Hassam toma en sus manos la botella y le ruega que calcule la cantidad de whiskies que contiene y la deje sobre la mesa para poder servirse a su gusto. Paga la consumición a tiempo que mira la botella con mirada confidencial. Con otra botella en las manos, una de ésas en las que navegan su viaje sin fin los barquichuelos de yeso con mástiles de pino trabajado, contemplando el clásico navío de los presidiarios, lo sorprendió Gloria en la cabina, la víspera del arribo a Madeira.
La botella de whisky aviva en ese instante el memorable encuentro. Para entregarse al recuerdo, debe vaciar el contenido y ver de nuevo el mi-núsculo navío surcar el espacio limitado.
Bebe de un trago el primer vaso. Luego otro. La bebida va dando lugar al imaginario navío.
El oído se aligera con el aguardiente. Esto sólo lo saben los insomnes. Envuelto en la neblina del alcohol, echa a andar su pasado escrutando las palabras desperdigadas en el "Albatros Bar". De un momento a otro surgirá como un fantasma la voz de los anónimos...

CAPÍTULO II

En la línea ecuatorial el invierno se presenta solapado, alevoso. Sale de pronto como un lobo de un cubil.
Hassam recuerda la noche en que una mujer de extraordinaria belleza irrumpió en su cabina sin mediar el golpe de nudillos en la puerta. Se hizo presente como una ráfaga invernal. El viento que acompañaba a la desconocida heló sus manos. La miró, atontado, sin articular palabra, paralizado por su hermosura. Pocas veces en su vida le fue dada la fortuna de contemplar a una mujer de tan armoniosas formas. Su figura, enmarcada en la puerta de tableros que cerró con estrépito, resultaba plásticamente perfecta. Su estampa componía a maravilla contra los maderos de la cabina, la cara de perfil, los cabellos caídos cubriéndole la sien izquierda y parte de la mejilla, el hombro en escorzo, el cuello grácil. Inmovilizada por el miedo o el pudor, le recordaba a las modelos del atelier con todos los rigores de la composición:
-Usted puede salvarme, señor -dijo la desconocida con la mirada en el vacío-. Desde la partida de Lisboa he observado el pasaje, oculta en mi camarote, sin ser vista. Es usted el único capaz de comprenderme. Usted parece reacio al trato con el capitán... Él no me permite viajar en paz. Espera mi retribución por ocultarme. Me llamo Gloria, soy francesa, de Blois. Mi origen, alemán. Mi apellido, Liber. Tengo 26 años. He sido modelo de pintores. De Mariano Andreu, de Van Dongen, de Guillaume. Vengo huyendo. Escapé de un trance atroz, del que no puedo hablar. Le ruego que si nos permiten desembarcar en Madeira, me acompañe a tierra.
A medida que hablaba, su rostro iba despejándose, hasta ponerse radiante, cuando una ráfaga de viento marino, como un tajo en el cielo, desgarró las nubes permitiendo el lucimiento de un sol esplendoroso. El limpio raudal entró por el ojo de buey a tiempo que una claridad mental excitaba la imaginación del grabador. Fue un doble relámpago flamígero el que los unió. Hassam contaba días negros, lamentándose el abandono voluntario de una excelente compañera, cierta modelo francesa capaz de soportar la gloria y el infortunio. La abandonó cobardemente en un hotel de Montparnasse. Le faltó coraje para traerla consigo, no supo solucionar con naturalidad el problema sentimental que tantos artistas tenían resuelto. Había dejado escapar la ocasión que no se debe desdeñar, porque aquella muchacha conocía la clave de todos los sueños. Él necesitaba a su lado a un ser que contrariase sus mezquinas costumbres, a un ser lo suficientemente decidido para retorcer el pescuezo al despreciable burgués que a veces mal disimulaba.
Como el balance de su vida sentimental era desastroso, se abandonó al fácil encanto de la desconocida.
El barco crujía azotado por el desabrido temporal del mediodía. Esas borrascas con el sol en el cenit, oculto entre nubarrones, que nos toman en plena digestión a la hora más impropia para la prueba marina. Nunca había leído descripciones de tempestades desatadas a las doce del día. Y el navío soportaba en esos momentos el castigo de un disfrazado viento nocturno, de un viento trasnochado. La espantosa belleza de las tormentas, todas aquellas que se recuerdan a la vejez en tertulias dignas del cine, se produjeron siempre a altas horas de la noche o a la madrugada, como los suicidios, los estupros, los crímenes. Hassam recibió la visita de Gloria Líber a esa hora en que el barco huele a brea, transpira alquitrán y resinas excitados por el calor. La mujer soportaba la luz cenital, corriendo el riesgo de no verse favorecida por las medias tintas. Los vaivenes del temporal inusitado perjudicaban a su belleza. ¡Con qué placer, con qué fruición recordaba su primera entrevista con la Líber!
-Es la única hora que el capitán me deja libre. Su acecho acabará por dañarme -dijo ella en forma dramática y convincente. Un mechón de lacio cabello le cubría la mejilla derecha.
-No piense mal de mí. No soy una aventurera dominada por el capitán de un barco. En mala hora le pedí protección. Juega conmigo a los naipes y me presta libros de su biblioteca. Nada más. Pero impone que viaje escondida. Me amenaza con hacerme bajar en el primer puerto por no sé qué deficiencias en mi pasaporte. Usted puede salvarme. Es el único hombre soltero entre el pasaje de este grasiento Ville Fleury. ¿Me puede ayudar? ¿Tiene coraje? ¿Le sobra un poco de valor después de la huída de París? ¿Verdad que daba miedo aquel éxodo bajo la metralla?
La entrevista se perfilaba como un largo monólogo de Gloria. En realidad, Hassam le respondía afirmativamente porque él creía oír a la modelo abandonada en "La Coupole". Aquello que no supo emprender en tierra firme -tierra ardiendo-, lo desdeñado por cobardía, humanizaba su complacencia. Sí, debía ponerse a sus órdenes. Le rogó que esperase un momento. Ordenaría sus maderas, buriles y dibujos y saldrían a pasear juntos por la cubierta, y, si era necesario, enfrentada al capitán del Ville Fleury.
Hicieron un primer paseo por el deck a la caída de la tarde. Los pasajeros más inquietos se hallaban en la cabina del telegrafista, oyendo los noticiosos que irradiaban Berlín, Londres y Nueva York. Se reunían los desaprensivos del pasaje, simples curiosos, presuntos neutrales o que no temían exponerse a ser juzgados como agentes de espionaje. En cambio, aquellos que viajaban bien pagados por el Servicio Internacional de los países en guerra simulaban olímpica indiferencia, cansancio bélico, incredulidad...
Monsieur Hassam y mademoiselle Líber, los cuellos protegidos por espesas bufandas de lana, hablaban acodados a la borda con la mirada fija en el oleaje, siempre distinto, igual siempre. El mar, en ese momento, dominaba al barco. En los cristales se posaba una arena impalpable, de procedencia africana. Soplaría el simún. Al pasarse las manos por la frente, ella notó el salitre y la arenisca que endurecían las hebras de su pelo rubio. Él se lamió los labios, acosado por una sed repentina. Comunicó la sensación y ambos sonrieron mirándose la boca. En ese instante Gloria vio que el capitán del barco se dirigía hacia ellos. Con voz velada y misteriosa se lo advirtió a Hassam. El tono íntimo infundió en el ánimo de él la inequívoca condición de amante que acababa de otorgarle la extraña pasajera.
Le contestó en voz baja aun, posesionado de su papel.
-Las cartas están tiradas. No se aflija usted. Tranquilícese. El resto corre por mi cuenta.
Sí, Gloria estaba tranquila, completamente serena. El capitán, un hombre que frisaba en los cincuenta -nariz pronunciadamente aguileña-, tenía la complexión del marino, pero algo en él lo hacía falso, ambiguo, artificial. El curtido de la piel, la pigmentación de sus mejillas, no eran las del hombre de mar. Las ropas, demasiado elegantes...
Pasó de largo, sin saludarles siquiera, apenas soslayando una hosca mirada de hombre de tierra firme. "Los marinos no miran con esa teatralidad de mesa de tahúres", pensó Hassam.
-¡Qué hombre más raro! ¡Un aguilucho en el mar! -comentó cuando el capitán estuvo lejos-. La guerra, ¿habrá transformado a estos hombres en seres maliciosos, prevenidos? No parece un marino de verdad... ¿A usted no le hace la misma impresión?
Gloria Líber prefería no hablar demasiado del capitán.
-Tal vez... No todos son lobos de mar -contestó en tono burlón.
-Parece un capitán de pega. Usa los galones demasiado brillantes. Y he observado que sube las escaleras en una forma chambona. Es el marino más terrestre que he visto en mi vida.
-¡Oh, no tanto, Tito, usted exagera! ¿Qué quiere que sea? ¿Una especie de Simbad?
-Se ha dejado la barba para disminuir las proporciones de la nariz y adoptar mayor prestancia... ¡Y esa barba es de las crecidas en el sanatorio... o en el presidio!
Entre "sanatorio" y "presidio" hizo una pausa intencionada. Gloria se quedó mirándolo. La sombra de una sospecha cruzó por su imaginación.
-Le interesa demasiado la gente de a bordo -comentó-. Desconfianza o recelo. ¡Vaya uno a saberlo!
Le entretenía saberse confundido, tomado por lo que no era, suscitar sospechas entre la tripulación. Ya estaba acostumbrado a dudar de todo el mundo, a ver espías delante y detrás, a investigar en los desconocidos, a padecer desconcierto a cada paso. En el trance del capitán del Ville Fleury, ya se mostraba suspicaz, de puro temperamento deportista.
-No se inquiete usted, Gloria. Me importa tres pepinos lo que haga o deje de hacer, lo que sea o deje de ser ese sujeto disfrazado de capitán o ese capitán que pretende intrigarnos. Esperemos. ¡Verá cómo el lobo de mar se marea!
Rió dando rienda suelta a una franca familiaridad. Ella lanzó una mirada investigadora para desentrañar el rostro tornadizo del grabador. Se le acercó, como si pretendiese leer en sus pupilas. La proximidad de la desconocida le resultaba molesta. Ésta, en voz baja, entre persuasiva y familiar, fue diciéndole por lo bajo:
-¡Qué alivio, Dios mío! Ahora puedo confiar en alguien. He viajado como una delincuente, escapando del camarote a medianoche. Aguardando la salida del sol para esconderme. Creía que todos los pasajeros eran siniestros. Así me lo dio a entender el capitán. Pues ahora, que se guarde su barba venerable. Prefiero recuperar mi profesión de modelo para un artista argentino.
No. No tenía el desparpajo de la aventurera, porque hablaba sin ninguna seguridad con frases entrecortadas, tajeadas de miedo. No pretendía conquistar a un pasajero cualquiera aprovechando la soledad. Tenía un aire huérfano, nada ficticio.
Tito Hassam daba crédito a sus palabras por una razón muy personal. Mientras la mujer hablaba, veía en ella a otra insistente mujer de la misma edad y condición que expresaba idénticas ideas. La confundía con la ausente, aquella tierna francesita de Montparnasse que soñó atravesar el mar, y que el artista Hassam había defraudado exponiéndola a la metralla del invasor. También ella tenía la costumbre de hablar en voz baja con frases cortas y suspiradas deformando las palabras infantilmente, pequeña variante que todavía no se le había ocurrido a la desconocida.
Las huellas del amor incumplido se prolongan hacia el primer ser que nos brinda cariño. Él volvía a padecer la ausencia de las ternuras que le ofreciera la modelo parisiense. Eran esquirlas metidas en su carne como residuos de una explosión.
-Volvamos cada uno a su respectiva cabina -dijo Gloria al separarse.
La conversación se había prolongado. Ambos se sentían humedecidos por la brisa crepuscular, aprendiza del viento nocturno.
-Hace frío, estoy toda húmeda -prosiguió-. Mi cuerpo reclama mantas y calor... ¡Qué lástima! ¡Quizá nunca podamos estar unidos junto al fuego!
Hassam, por toda respuesta, la tomó por el brazo y le preguntó:
-¿Comerá con él?
-No -respondió con firmeza-. Y para ahorrarle a usted el más mínimo disgusto, le prometo cortar relaciones con el capitán. Desde esta tarde -lo miró profundamente- seré su protegida.
-No me tome usted en forma tan paternal, Gloria. Tengo algunos años más que usted, pero...
Sacaron los cálculos. Evidentemente, Tito podía ser su padre.
Ella se tornó pensativa, pero un poco teatrales su actitud y su gesto produjeron una reacción desfavorable en el ánimo de Hassam.
-¿Cómo era su padre?
Ella habló del señor Líber, inventor, fabricante, hombre de empresa, cuya vida resultaba misteriosa desde el comienzo de la guerra, vale decir, desde que empezó a padecer los más atroces vejámenes y las más injustificadas persecuciones, para reincorporarse, de pronto, a la vida normal, sin dar explicaciones, sin la menor queja, sin una sola palabra de censura. Entraba y salía de los campos de concentración en forma sospechosa.
-El sufrimiento de mi padre no se relacionaba con el destino de mi madre. Poco le importaban nuestras penurias. Usted sabe que ese aspecto de la vida se anula con la fiebre bélica. Mi padre era un inventor y algo más... Guardaba un precioso secreto: podía aprovechar las vibraciones del sonido y transformarlas en energía, en fuerza motriz. Creía revolucionar la mecánica moderna.
Tito Hassam frunció el entrecejo demostrando asombro.
-Sí, era una realidad. Yo he visto funcionar la primera transformadora de energía en el pequeño taller que teníamos en Passy. Mi padre trabajaba al borde de las vías. Cuando se cruzaban dos trenes a un tiempo, el fragor hacía andar el mecanismo veinte minutos. Había contratado el ruido de varias fábricas de París. "La hulla invisible, la hulla invisible", repetía con aire iluminado. Pretendió arrendar el estruendo de un taller metalúrgico, y lo tomaron por loco. Yo sé que su idea no es nada descabellada. Mi padre trabajaba en el invento desde el año catorce. Se le ocurrió la idea al oír el tableteo de las ametralladoras. Pero no quiero..., no puedo hablar más de estas cosas. ¡Por favor, no me deje hablar más! Es un peligro para mí.
Hassam fue prudente. En premio a su discreción, manifestada como si se sintiese ofendido, Gloria le transmitió algunos sutiles entretelones del asunto.
-Mi padre confiaba en mí, tan sólo en mí. Los planos estuvieron en mis manos durante un tiempo. Me daba miedo ser depositaria de tal responsabilidad. Me dijo que sólo se los entregase a la persona que se presentara con este anillo.
Gloria sacó de su cartera un anillo de oro con una calavera cincelada.
-Me entregaron este anillo, les di los planos. Según Laval, unos minutos después el emisario murió carbonizado entre los escombros provocados por una bomba. Todavía veo la escena en todos sus detalles. Era un depósito de vinos. Oleadas de coñac invadían la calle, ríos de licores inflamados. Allí quedaron los planos del invento. Mi padre aseguraba que eran los únicos.
Gloria hizo un silencio lleno de gestos teatrales.
-Dicen que mi padre murió loco en un campo de concentración. Yo estoy segura de que es una mentira su muerte y la del emisario carbonizado. No sé... no sé... ¡No me haga usted hablar más, por favor!
Hassam estaba impresionado. No se atrevía a pronunciar una sola palabra. El oleaje del mar acunaba una frase de la desconocida: "La hulla invisible".
Pero la presencia corporal y rotunda de la espléndida mujer impedía el fantaseo. Estaba demasiado presente, era demasiado real para eludirla. La miró primero en los ojos, luego en los hombros y, por fin, fijó la vista en las manos. "Los dedos parecen garras", -pensó en ese instante-. "Esta mujer es distinta a todas".
-No sé si me persiguen, si alguien está encargado de seguirme. Creen que llevo el invento conmigo. Tomé el primer barco que pude porque hay dinero a mi nombre en un banco de Buenos Aires. Lo he sabido por una carta de mi madre. Y no me pregunte más, absolutamente nada más, porque yo no podré responderle a una sola de sus preguntas.
Y desapareció por el tubo de la escalera que descendía a las cabinas.
Desde aquella tarde, el capitán del Ville Fleury vivió aislado en su puente de comando. El segundo capitán dijo que la salud de su superior era delicada. Le excusó en el salón comedor y en la mesa de baraja francesa. Uno de los telegrafistas le dijo a Hassam que el capitán se había afeitado las barbas.
Hasta el arribo a Madeira contados pasajeros alcanzaron a verlo. Algunos, Tito Hassam entre ellos, lo buscaron en los días de tempestad y en el entrevero de conversaciones sobre la conducta desconcertante de los que emigraban de Europa. Al árabe Hassam -a pesar de su nacionalidad argentina, el pasaje lo veía como árabe, lo vigilaba como árabe, lo escuchaba como se oye a un oriental trasplantado que se expresa con la piel oscura de su raza-, el árabe Hassam, grabador, artista plástico, daba particular importancia a los rasgos humanos. Le inquietaba la presencia física del capitán: desde su indumentaria hasta su descomunal nariz aguileña. Un día lo sorprendió de perfil tras los cristales de la cabina. Un rostro extraño -aguilucho disecado, resultaba con las mejillas desprovistas de barba-. Aquélla fue la última vez que vio al capitán. Y ahora lo recordaba vagamente entre las turbonadas del alcohol, en un bar de Buenos Aires.
* * *
Se dejó llevar luego por la corriente de los recuerdos, deteniéndose en los pueriles detalles de su encuentro con la Líber.
Pero el episodio de su casamiento en Madeira le llenaba de gozo. A pesar del riesgo que corrió, era el momento estelar de su existencia. Entre sorbo y sorbo, volvía sobre los pasos perdidos, reconstruyendo el pasado.
Bajaron a tierra. Treparon la montaña y comieron debajo de un toldo anaranjado que más bien acrecentaba la tibieza cuando el sol dejaba caer rápidas pinceladas de calor. Almorzando en una terraza de vecina vegetación lujuriosa, rica en fragancias inéditas. ¡Oh tierra de Madeira, inolvidable, recordada en un bar cargado de voces aguardentosas, de agrios olores entremezclados!
Desde aquella terraza se divisaba la hermosa bahía limpia de embarcaciones con la grasienta presencia del Ville Fleury que, inmóvil en la rada, era escamoteado por súbitas nieblas, internándose caprichosamente en el mar o surgiendo de entre las montañas.
A veces, la visibilidad se tornaba dificultosa, como si mirasen a través de un cristal empañado. Las largas pestañas de Gloria recogían diminutas gotas de vapor y era un pretexto feliz para acercarse a su rostro. La charla se hizo confidencial, favorecidos por la atmósfera propicia, libremente expuestos a las influencias climatéricas.
El amor suele irrumpir impetuoso cuando la niebla aísla a las personas colocándolas como entre los bastidores de un vasto escenario de farsa. De pronto, las palabras adquieren categoría sobrenatural, sobre todo cuando el sol esgrime su alfanje y parte en dos las densas nubes, a la par que el ramaje humedecido.
Gloria y Tito se expusieron a los cambios atmosféricos y recibieron su influjo.
Fue en ese trance que el argentino prometió ayudarla, invocando el pabellón de su patria. Se lo comunicó en voz baja, casi en secreto, envolviendo sus palabras en la sordina de la niebla.
Gloria Líber sabía que una mujer soltera tropieza a cada instante con serios inconvenientes. Casada, podía entrar al país de su marido y defender su condición. Ella no se atrevía a insinuar semejante arreglo. Pero al abandonar la terraza del hotel descubrió que alguien los había estado espiando. Unas ramas se agitaron dejando caer la breve llovizna de la huída. Descendieron de la montaña por la pendiente, utilizando un vehículo sin ruedas, tosco trineo tropical.
El Ville Fleury permaneció en la rada tres semanas, incomunicado, esperando órdenes para zarpar y sin saber hacia dónde debían dirigirse. En las forzadas vacaciones, Gloria conquistó un nombre. En el Registro Civil de Madeira se puede leer: Gloria Líber, 26, francesa, y Tito Hassam, 42, argentino, contrajeron enlace el 25 de julio de 1942.
Hassam juró solemnemente -un extraño ademán de indudable origen árabe rubricó el pacto-, juró no hacer la más mínima averiguación sobre el pasado de su mujer. Vale decir, en términos contrarios, que desde ese mismo instante viviría obsesionado con el pasado de Gloria Líber, hermosa francesa; al parecer, hija de un inventor alemán; al parecer de 26 años, huérfana, al parecer...
Cuando el Ville Fleury enfiló hacia el Sur y ya volaba solitaria la inevitable gaviota ganadora de la maratón marina, Gloria y Tito formaban la pareja más feliz del barco. Tanto, que casi no les importaban las penurias del oscurecimiento obligado ni la dirección que llevaba el navío, ni el puerto al que arribarían. Si escaseaban los alimentos, Hassam dejaba de comer su parte para ofrecérsela a Gloria, y en las tediosas tardes invernales, le enseñaba a dibujar. Gloria se interesaba por la técnica y la destreza de su marido, que en pocos días hizo más de cien apuntes de su cabeza y una docena de xilografías.
Al parecer, ella iba poco a poco enamorándose del árabe argentino que Dios y Alá le habían puesto sobre un barco donde navegaban dudosos refugiados. Casada, legalizados sus pasaportes, dejaban de ser sospechosos. Madame Hassam, un nombre redondo, de grave enunciación.
El pasaje, curado de espanto, no reparaba en los signos extraños que generalmente preocupan a los supersticiosos. Los cambios de nombre en la vida del mar tienen profunda significación. Y un capitán que se afeita y desaparece por injustificados motivos sobre un barco que en épocas de paz surcaba los mares con otro nombre, se sumaba a innumerables agorerías. Ville Fleury podía leerse en los botes salvavidas. Y todos ignoraban el nombre primitivo. Pero no así la leyenda marina con los riesgos fatídicos que persiguen a las embarcaciones rebautizadas.

martes, 25 de noviembre de 2014

Jorge Guillén. Poeta de la Generación del 27 española.


LULA GÓMEZ.
Dentro de la colección dirigida por José Caballero Bonald de los mejores poetas del siglo XX en castellano, pone a la venta una antología de los poemas del vallisoletano Jorge Guillén (1893-1984), una de las voces más personales de España, según Rafael Alberti.

El literato, perteneciente a la generación del 27, es considerado el máximo representante español de la poesía pura, que él mismo define como "matemática y química y lo que permanece en un poema después de haber eliminado todo aquello que no es poético".

Su primera poesía se da a conocer a través de la Revista de Occidente, donde se publica la primera edición de Cántico, con 75 poemas, que crecería hasta las 334 composiciones de la cuarta y última edición (1950). Se trata de una obra vitalista y entusiasta que exalta la perfección del universo: "El mundo está bien hecho", dice Guillén.

Las guerras, dictaduras, injusticias, muerte y tiranías de mediados del siglo pasado marcan un giro en la visión del mundo del poeta que, a pesar de mantener su espíritu inicial, se tiñe más amargo y melancólico. Esa actitud se refleja en Clamor, que lleva como subtítulo 'Tiempo de historia' y que a su vez se subdivide en Maremágnum (1957), Que van a dar la mar (1960), Y a la altura de las circunstancias (1963). Por el contrario, en Homenaje (1967) vuelve al enfoque de primera poesía con versos dedicados a la cultura, el amor y la amistad.

Sus últimos trabajos fueron Y otros poemas (1973) y Final (1981), en donde, según el propio autor, aclara toda su obra. En su último libro las reflexiones sobre el mundo le llevan a consagrar su fe en la poesía, en la libertad y en la paz, para acabar su obra con un contundente: "Paz, queramos paz".

En 1977, un año después de recibir el Premio Cervantes, regresa de Estados Unidos a España. Vuelve del exilio al que le condenó la Guerra Civil. "Estalló entonces el acontecimiento / después de cuarenta años implacables, / a los cuarenta en punto de la Historia. / El exilio voluntario había concluido".

Como crítico, el poeta prologó Obras completas de Federico García Lorca y de Pedro Salinas, y estudió a Gonzalo de Berceo, Góngora, san Juan de la Cruz y Gustavo Adolfo Bécquer. Destacan sus ensayos Federico en persona y Semblanza y epistolario. Fue traductor de Paul Valéry, Paul Claudel y Jean Cassou.

El prólogo de la antología que se vende mañana junto con EL PAÍS es del escritor Mario Hernández.

http://elpais.com/diario/2009/03/10/cultura/1236639607_850215.html

Manuel Altolaguirre. Poeta de la Generación del 27 española. Rocío Huerta.



Rocío Huerta.
En el siglo XX ha habido muchos poetas-impresores. En España Juan Ramón Jiménez, Bergamín, Max Aub, pero sobre todo, Manuel Altolaguirre. Probablemente el más desconocido de la Generación del 27, en su no demasiado longeva vida (falleció a los 54 años en un accidente de tráfico cuando regresaba del Festival de Cine de San Sebastián, en 1959), fue además de poeta, editor, impresor, dramaturgo durante la Guerra Civil, crítico literario y cineasta (guionista y productor). La Residencia de Estudiantes publica ahora una retrospectiva de su obra y legado en formato de álbum de fotos acompañado por una completísima biografía a cargo del profesor James Valender.

Posiblemente, apunta Valender, esta multiplicidad de oficios que le ocupaban y su inmensa labor editorial haya ido en detrimento de su reconocimiento como poeta, “por otra parte él se quitaba importancia a sí mismo, es un ejemplo de humildad y de generosidad, ya que se encargó de la impresión y edición de las obras de sus contemporáneos”. Cernuda decía que era un poeta injustamente poco valorado, y Jorge Guillén declaró que, de todos los del 27, Altolaguirre es el que tiene una mayor biografía. Juan Manuel Bonet coincide con Valender en que ser impresor sí que le perjudicó: “En España no se soporta que alguien haga bien más de una actividad”, sentencia el crítico.

Cernuda decía que era un poeta injustamente poco valorado, y Jorge Guillén declaró que, de todos los del 27, Altolaguirre es el que tiene una mayor biografía
El volumen dedicado a Altolaguirre, el cuarto de la colección, es un viaje por el arte y el mundo de la imprenta, la revista literaria, la Residencia de Estudiantes, la Guerra en el exilio en México y Cuba, los veranos con Salvador Dalí y Gala y un mosaico de los fotogramas de Subida al cielo, que co-dirigió con Buñuel, y que capta los valores más plásticos y visuales de la película. El álbum es el fruto de siete años de trabajo, puesto que la recopilación de las fotografías ha requerido una importante labor de investigación. La mayoría de ellas proceden del archivo personal de Paloma Altolaguirre, hija del poeta, que vive en México, pero también se ha aprovechado el legado que había en la Residencia. “Un equipo de investigadores de la institución se ha dedicado a buscar archivos y materiales, sobre todo en España y también en México y Cuba. Aunque yo haya escrito el texto", explica Valender, "siento que este es un libro de equipo, porque he visto desde dentro la labor de muchas personas para homenajear a este editor desinteresado que gastó tanto tiempo en editar obra ajena”.

A pesar de ser un experto en la Generación del 27, y tener un profundo conocimiento de la vida y obra del poeta malagueño, a Valender sigue sorprendiéndole por los aspectos más personales del editor: “Hay un extraño ritmo en la vida de Altolaguirre. Salinas lo llamó el don Juan de las imprentas. Era una persona impulsiva, con mucho entusiasmo, pero también muy sensible a las presiones del momento”, explica el biógrafo refiriéndose a unas fotografías inéditas del poeta repartiendo propaganda republicana. Como los de su generación, Altolaguirre se sentía muy republicano y siempre se sintió comprometido de sobremanera con el momento sociopolítico. “Fotos como estas, que siempre están invitando a reconsiderar lugares comunes, recuerdan que Altolaguirre era una especie de ángel que vivía en las nubes… Pero a la hora de la guerra tuvo una postura muy clara”.

Su obra maestra, que es su primer poemario, Las islas invitadas, justifica el talento del autor. Juan Manuel Bonet considera que solo “por su limpieza twenties, por su felicidad de expresión en esta obra que describe sus playas geométricas con insectos y fragatas, ya habría que leer a Altolaguirre”. Pero hay muchas más razones para seguir leyendo a este “poeta de gran pureza, y también de gran hondura”, tan considerado por algunos y un poco olvidado por muchos al que, sostiene Bonet, le pudo perjudicar el ser simpático, “ese Manolito Altolaguirre, peyorativo para algunos”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/06/07/actualidad/1339096540_714915.html

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