lunes, 3 de febrero de 2025

LIRICA GRIEGA ARCAICA (POEMAS CÓRALES Y MONÓDICOS, 700-300 a. C.)




 NOTA INTRODUCTORIA 

 Intentamos recoger y traducir en este volumen la totalidad de la lírica griega que se conserva hasta el año 300 a. C., aproximadamente. Hay excepciones, sin embargo: dejamos fuera la elegía y el yambo (que, en lo relativo a la edad arcaica, hemos editado y traducido nosotros mismos, Líricos Griegos. Elegiacos y Yambó- grafos arcaicos, Barcelona, 1957-59); la poesía hexamé- trica; Píndaro y Baquílides, que por su amplitud que dan reservados para ser traducidos más adelante en esta misma colección. Dentro de estos límites hemos intentado, como de cimos, ser completos. Traducimos todos aquellos frag mentos transmitidos literalmente y de los que se puede obtener un sentido. Nuestras introducciones y notas, más extensas de lo habitual en la colección, están destinadas a hacer accesibles estos textos difí ciles, pero que cobran vida y belleza puestos en el contexto adecuado. Así, en definitiva, el contenido del volumen viene a equivaler a la suma de los Poetae Melici Graeci de Page (ed. de Oxford, 1967), el Sappho et Alcaeus de A. M. Voigt (Amsterdam, 1971) y el Supplementum Lyri cis Graecis de Page (Oxford, 1974). Faltan unos pocos fragmentos que por diversas razones no encajaban en nuestro marco. Y se añaden otros que no figuran en 10 LÍRICA GRIEGA ARCAICA estos tres libros, incluidos algunos de publicación pos terior a los mismos. En general seguimos las tres ediciones mencionadas, aunque no siempre: ello se señala en la ocasión opor tuna. Y no seguimos más que en cierta medida la organización de los fragmentos. Es muy diferente la de nuestra parte primera, «Lírica Popular», y es per sonal la de los fragmentos de Estesícoro, que se apoya en un estudio nuestro. En los demás casos seguimos aproximadamente el orden de fragmentos de las edi ciones en cuestión. El libro se organiza en cuatro partes: la primera, dedicada a la lírica popular, como decimos; la segun da, a la coral (Alemán, Estesícoro, íbico y Simónides); la tercera, a la monódica (Alceo, Safo y Anacreonte); la cuarta, a los poetas menores y fragmentos anónimos. Hemos visto, para la traducción, las españolas de Ferraté y Rabanal, además de ediciones y comentarios extranjeros diversos y de la bibliografía adecuada. Hay que hacer constar que con frecuencia el texto que seguimos es más moderno que el de estos traducto res, lo que explica las diferencias, aparte de las que pueda haber por razones de gusto y estilo; y que en muchísimos casos no existen simplemente traduccio nes españolas, siendo las nuestras las primeras (a veces, las primeras a cualquier lengua). 

INTRODUCCIÓN GENERAL 

 1. La lírica popular griega De la misma manera que la épica literaria proviene de un desarrollo a partir de la épica popular, de ca rácter oral y tradicional, también en el terreno de la lírica ha habido un desarrollo del mismo tipo, de cronología sólo ligeramente más reciente. La lectura de la Iliada y la Odisea, efectivamente, hace ver que en la edad heroica a que estos poemas se refieren existía una lírica popular, oral naturalmente. Se alude (II. I 473) al canto del peán, en honor de Apolo, por parte de los aqueos que buscan que el dios los libere de la peste; se reproduce (II. XXIV 723 sigs.) el treno o canción fúnebre en honor de Héc tor y otros héroes; hay una escena de boda en que se canta el himeneo (II. XVIII 490 sigs.), así como otra con una danza erótica en que interviene un coro de doncellas y otro de jóvenes (II. XVIII 590 sigs.); se alude al lino, canto de la cosecha (II. XVIII 567 sigs.) y a monodias cantadas por un personaje femenino (Nausicaa, Od. VI 99 sigs.) o masculino (el aedo De- módoco, Od. IV 17 sigs.) ante un coro. Y hay varios ejemplos más. Hay, en definitiva, canto ya monódico, de solista, ya coral; hay también la intervención de varios solis tas (en el treno por Héctor) o de dos coros (en la 12 LÍRICA GRIEGA ARCAICA danza erótica aludida). Pero siempre, siempre, se exi ge la presencia de un coro. Ahora bien, mientras que el solista canta una canción, el coro, a más de danzar, lanza refranes o gritos diversos, nada más: el coro de aqueos que canta el peán repite el grito ritual, que conocemos por la literatura posterior, ié paián, como sin duda los coros del himeneo repetían hymën δ, hy- mênaie δ, y como los del treno lanzaban simplemente gritos lastimeros. La canción del solista, en cambio, tiene mayor extensión o puede tenerla. Estos solistas se nos dice que improvisan: así, las mujeres de la familia de Héc tor (Hécuba, Andrómaca, Helena) hacen un elogio que no puede ser otra cosa que creado para el momento sobre el modelo tradicional. Todavía Arquíloco, en el siglo vu, uno después de Homero, dice que sabe im provisar el ditirambo —la canción dionisíaca— cuando tiene las entrañas ennegrecidas por el vino (fr. 219): es decir, sabe cantar el solo del ditirambo.

 Este panorama que Homero nos da de la lírica po pular tiene todavía otros rasgos importantes. La lírica es fundamentalmente parte del rito y del rito reali zado por medio de la danza. Aparece en bodas, cere monias de duelo, cantos de cosecha, enfrentamientos de tipo erótico u otros, etc. Aunque ha pasado, en ocasiones, a servir de mero entretenimiento; así cuan do, en un pasaje aludido de la Odisea, Demódoco canta mientras danzan los feacios. Pero aun aquí el tema del canto —el amor de Afrodita y Ares— testi monia un antiguo origen en los cultos eróticos. Por otra parte, no sólo danzan los hombres y mu jeres en coros dirigidos por un exarconte, que es jefe de coro y solista a la vez, sino también los dioses. Se nos presenta constantemente la danza divina: Apolo y las Musas, Ártemis y las ninfas, etc. La danza humana es a veces trasunto de ésta: Nausicaa y sus doncellas INTRODUCCIÓN GENERAL 13 son comparadas con Ártemis y sus ninfas. Más toda vía: en ocasiones la lírica popular de los coros que danzaban en ciertas festividades era mimética. Los danzantes podían encarnar seres divinos, a veces ani- malescos (ninfas, musas, sátiros, golondrinas) o coros humanos de la edad mítica (bacantes, compañeros de un héroe). Y los solistas podían encarnar divinidades como Ártemis o Dioniso. Por supuesto, no es Homero la única fuente de que disponemos para trazar este panorama, relativamente complejo y detallado, de lo que era la lírica popular griega: lírica popular de la que nació la literatura, pero que continuó existiendo al lado de ésta durante toda la antigüedad griega. Nuestras fuentes son de varios tipos: 1. Ecos de lírica popular recogidos por poetas y prosistas posteriores a Homero, pero de edad clásica. Cuando Hesíodo nos presenta la danza y el canto de las Musas tanto en el proemio de la Teogonia como en el de los Trabajos y Días añade nuevos datos, y hay otros más, por ejemplo, en el Himno a Apolo cuando (141 sigs.) describe la danza y el canto de las mucha chas de Délos y (179 sigs. y 514 sigs.) la danza y el canto de Apolo y las Musas y de Apolo y los cretenses. 

 En realidad, es habitual que la lírica literaria con tenga alusiones a la fiesta en que es cantada y, por supuesto, a las danzas y cantos dentro de la misma. Así en el caso de los dos partenios (himnos de donce llas) de Alemán, en el del Epitalamio de Héctor y Andró- maca de Safo (fr. 44 L.-P.), etc. 2. Referencias en los documentos arqueológicos. Recogen, claro está, la danza más que el canto, pero se trata de tipos de danza, de coros y de solistas que son los mismos de los coros de la lírica popular. Pue de, incluso, a veces, adivinarse el momento del canto del solista. Y hasta pueden transcribirse algunas pala 14 LÍRICA GRIEGA ARCAICA bras. Así, por poner un ejemplo, en el vaso del cera mista Oltos, a ñnes del s. vi a. C., que presenta un coro de delfines con la inscripción «sobre un delfín». 3. Referencias en la literatura erudita posterior. Hay muchísimos datos sobre la antigua lírica popular en autores posteriores como Ateneo de Náucratis, Plu tarco, Pólux, escoliastas de autores diversos, etc. Van unidos casi siempre a datos sobre antiguas costumbres o tradiciones, usos religiosos, etc. Con bastante fre cuencia, incluso, se nos transmite el texto literal de esta antigua lírica: precisamente, en el presente libro ofrecemos una colección de lo más importante del material de este tipo que se nos ha transmitido. Aun que con frecuencia se trata de lírica popular ya más o menos alterada por los influjos literarios, véase so bre esto más abajo. 4. Recreación de las formas y temas de la lírica popular en la literaria. Es lógico que, nacida la lírica literaria de la popular, haya conservado mucho de ella. Así, la estructura ternaria: es decir, aquella en que un pequeño proemio va seguido de un coral (que sustitu ye al antiguo coral a base de meros refranes) y éste, a su vez, de un epílogo. 

Es la transcripción al estilo literario del antiguo complejo solista-coro-solista: en literatura se comenzó por una estructura igual, a base de monodias de invocación al dios, oración, etc., y «centro» coral que describe su poder y sus mitos. Luego la estructura ternaria se transplanto incluso a la lírica monódica y a la puramente coral. Fórmulas muy concretas de la lírica literaria, como la exhorta ción al coro (o a los comensales, participantes en la fiesta...) a cantar, orar, realizar acciones rituales, etc., provienen de la popular. Y también multitud de temas: el himno de elogio, temas eróticos, trenéticos, satíri cos, etc., etc. INTRODUCCIÓN GENERAL 5. 15 Derivaciones como son canciones de juego y otras varias de tipo lúdico. Así, nuestro conocimiento de la lírica popular griega, que convivió ampliamente con la literaria desde el siglo vm al v a. C. y aun des pués, es relativamente amplio, mayor que el que se deduciría del simple estudio de los fragmentos trans mitidos. Al tema hemos dedicado un libro al cual en viamos '. De lo dicho hasta aquí puede deducirse ya que la lírica popular griega era sumamente rica y variada. Mucho más, en realidad, que la literaria. Pues la lírica literaria, por ejemplo, sólo en forma excepcional pro dujo formas dialogadas (de coros o solistas), sólo en forma excepcional es mimética. En cambio, la lírica popular era con frecuencia dialógica y mimética, y precisamente de esta vena suya surgió el teatro a fines del s. vi a. C. Es difícil clasificar la lírica popular, establecer exactamente un repertorio de géneros: ni siquiera es ello fácil para la lírica literaria. Los factores sobre los que habría que hacer la clasificación son, entre otros: 1) Instrumento: la lira y la flauta doble son los más frecuentes, no los únicos. Recuérdense, sobre todo, los instrumentos de la lírica orgiástica como son, a más de la flauta, las castañuelas, timbales, etc. 2) Tipos de coro·, de jóvenes, doncellas, viejos, vie jas; sectarios de tal o cual dios o, miméticamente, cortejos acompañantes de los mismos. 3) Tipos de danza: fundamentalmente procesional (pero puede ser lenta o en carrera), circular, agonal (con enfrentamientos), pasándose a veces de unos a otros. 4) Tipos de fiesta y ceremonia: ya se invoca o trae al dios, ya se le canta e implora, ya se le despide; 1 Orígenes de la Urica griega, Madrid, 1976. 16 LÍRICA GRIEGA ARCAICA o bien se entierra al muerto o se celebra la boda; o hay enfrentamientos (agones) entre hombres y muje res, jóvenes y viejos... Hay luego el banquete, derivado de la ñesta, en que los comensales hacen de coro del simposiarca. Y el momento de entrar en la batalla o de celebrar la victoria, el de la cosecha, etc., pueden dar lugar a otros tipos de danza y de lírica. 5) Con todo esto va combinada la música, el me tro, el juego entre coros y solistas, etc., etc. Si se echa una rápida mirada a nuestra colección de lírica popular se podrán ver, efectivamente, tipos diferentes. Está especialmente bien representado el himno que llama al dios o le implora; mucho peor la lírica erótica, apenas la trenética. Hay canciones en honor de Dioniso que podemos calificar de ditiram bos, peanes en honor de Apolo como dios médico y protector en el combate, etc. También hallamos fragmentos de lírica popular ya más alejados de la religión y de la colectividad de los ciudadanos: canciones de trabajo, de juego, de una erótica más personal. Y, al contrario, lírica ritual del s. IV, incluso con nombre de autor, fuertemente in fluida ya por la lírica literaria; como en realidad lo está la mayor parte de la lírica popular transmitida de cierta extensión. 

Aunque, inversamente, la lírica literaria griega, bien estudiada, deja con muchísima frecuencia traslucir sus orígenes populares. 2. La creación de la lírica literaria Como en el caso de la épica es fundamentalmente la introducción en Grecia de la escritura, que se pro dujo en el siglo vm a. C. (difícilmente en el rx) en Rodas o Chipre seguramente, la que llevó a la creación de la lírica literaria. Era, efectivamente, muy fuerte INTRODUCCIÓN GENERAL 17 para el solista-improvisador la tentación de fijar un texto de una vez para siempre, aunque fuera sobre esquemas tradicionales. La existencia de la escritura permitía, de otra parte, que ese texto fijado fuera más extenso, más complejo, más rico. Fue, sin duda alguna, la monodia lo primero que se fijó por escrito. Prescindiendo de Eumelo de Corin- to, que a más de poeta épico escribió un prosodion o canto procesional para que lo ejecutaran los mesenios en Délos, y cuya vida se fecha con gran inseguridad en el s. vm, es en el vil cuando podemos colocar a los más viejos líricos. Muy concretamente, hacia la mitad del siglo se coloca la acmé o centro de la vida de Ar quíloco y Terpandro. El primero es fundamentalmente un poeta monódico, aunque se jacte de ser exarconte o solista del peán y el ditirambo (frs. 218 y 219): del complejo solista / coro tradicional (que canta refra nes o lanza gritos rituales fijos) era fácil derivar un canto monódico literario ya sin coro. O con él todavía: el nomo de Terpandro, canción en honor de Apolo can tada por el poeta acompañándose de su cítara, com prendía la danza circular del coro en torno al propio poeta. Sólo en una fase posterior escribe también el poeta un coral destinado a ser cantado por el coro. En Homero hallamos la situación en que un aedo puede ocasionalmente, en vez de cantar la epopeya, cantar lírica. Esto es lo que hacen los aedos «solistas de trenos» que cantan, a más de las mujeres, en los funerales de Héctor; y también Demódoco cuando canta, acompañándose de la fórminge (especie de cíta ra elemental), el adulterio de Afrodita, mientras dan zan los feacios. Luego, los llamados himnos homéricos son cantados por aedos viajeros que, a juzgar por el metro y el estilo, cantarían igualmente poemas épicos. Hemos visto que Eumelo cultivaba ambos géneros. 18 LÍRICA GRIEGA ARCAICA El hecho es que ciertos aedos o «cantores» comen zaron a simultanear épica y lírica, para luego espe cializarse en esta última. El fenómeno fue contempo ráneo de la introducción o reintroducción en Grecia, a partir de Asia Menor, de los dos instrumentos funda mentales de la lírica griega: la cítara y lira de siete cuerdas y la doble flauta. Y, por supuesto, del des arrollo económico, político e intelectual del s. vu: el que crea la ciudad-estado, la estatuaria, ve el triunfo de las aristocracias, el nacimiento del pensamiento libre. Es el momento en que toman importancia inusi tada ciertas fiestas antiguas de ciudades (Corinto, Es parta...) y santuarios (Délos, Delfos...) cuya «funda ción» no es otra cosa que un relanzamiento con tras cendencia internacional. 

En los agones o concursos que tenían lugar en estas grandes fiestas se dieron a cono cer los artistas internacionales que fundaron la lírica griega. Son los continuadores de los antiguos aedos viaje ros de la epopeya: bien profesionales de cuyo origen social nada podemos decir (Terpandro, etc.), bien no bles locales que pronto descubren que han de salir fuera de su patria para hacerse famosos (Estesícoro, Simónides, etc.). Hay algunos que arraigan definitiva mente en algún lugar (Alemán en Esparta), como hay otros que permanecen estables en su patria: pero éstos son los grandes cultivadores de la monodia, un Arquíloco, un Tirteo, una Safo, un Alceo, no los de la lírica coral. La monodia, en efecto, permaneció más ligada a fiestas locales y, diríamos, particulares —re cuérdense las sátiras localistas de un Arquíloco, los círculos cerrados de Safo y Alceo—. En cambio, la lírica coral fue desde el comienzo internacional. Y lírica coral hay que llamar a la de un Terpandro, que cantaba mientras danzaba el coro. 

INTRODUCCION GüNüKAL 19 Es que la lírica coral es la más solemne, trascen dente, la más unida a la religión de la ciudad y a las grandes festividades. Es la que ha conservado mayor énfasis religioso, la que ha tardado más en descender a temas humanos: celebrar a los muertos ilustres o a los vencedores de los Juegos. Pues hay una gradación en la creación de la lírica coral literaria: lo más anti guo es, fundamentalmente, el himno, aunque hayamos de distinguir entre peanes, partenios (cantos de don cellas), ditirambos (en honor de Dioniso), etc. En definitiva y en resumen, podemos decir que la creación de la lírica literaria consiste, primero, en el desarrollo de las partes monódicas por parte de un cantor que fija ya el texto: el que desde el s. v se llama un «poeta», que incluso puede pasar, a partir de un momento dado, a limitarse a escribir el texto y a ins truir el coro sin cantar ni danzar él mismo. Pero con siste también, segundo, en la conversión de los gritos, estribillos y refranes del coro en un poema continuo, que el poeta enseña igualmente al coro. La fase primera —creación de la monodia— es sin duda el modelo para la segunda. No hace más que desarrollar la monodia elemental, tradicional, que a veces conservamos en fragmentos de lírica popular. El modelo para hacerlo está, sin duda, en la monodia de las literaturas orientales en contacto con la griega desde el s. vu y aun el vm a. C. Efectivamente, en la litera tura babilónica, hebrea, hetita, etc., la monodia, a par tir de una poesía popular más o menos semejante a la griega, se desarrolló en fecha anterior a la de los grie gos. Hemos desarrollado esta tesis, con ejemplos, en otros lugares2. 2 Orígenes..., págs. 190 sigs.; «La lírica griega arcaica y el Oriente», en Travaux du VIe Congrès International d'Études Classiques, París, 1976, págs. 251-263. 20 LÍRICA GRIEGA ARCAICA Hay que hacer ver que la lírica griega literaria nace, precisamente, en contacto con el Oriente. De allí vie nen, en el s. vu, sus instrumentos musicales. De los fundadores míticos de la lírica, Olimpo es frigio, Orfeo y Támiris tracios, Olén licio; añadamos el cre tense Crisótemis. Ya en época histórica, tenemos la línea de los citarodos lesbios: Terpandro, Periclito, Alceo, Safo y luego Aristóclides, Frinis, Timoteo: el citarodo lesbio era un personaje conocido en todas partes, cf. Arquíloco, fr. 106. No lejos está la isla de Quíos, patria del anciano autor del Himno a Apolo; y está en Asia Sardes, capital de Lidia y patria de Alemán, sin duda un griego que allí aprendió de los asiáticos. Éfeso y Colofón, en Asia, son patria de poe tas igualmente (Calino, Polimnesto, Jenófanes, Mim nermo, Hiponacte); e igual islas no lejanas como Pa ros (patria de Arquíloco) y Creta (de Taletas). Esta tradición pasó luego a Argos, Corinto, Lócride y, de aquí, a Italia. La segunda fase es, naturalmente, la creación de un texto para ser cantado por el coro. Es lógico que el poeta, que dirigía al coro, quisiera, una vez que se había llegado a crear partes monódicas nuevas, crear igualmente partes corales. Aquí el modelo está, fun damentalmente, en la traducción de temas míticos pro cedentes de la epopeya al estilo lírico que ahora se va creando.

 El poeta de la lírica coral está muy satisfecho de su sabiduría, de su carácter sacral, de sus relaciones con la realeza espartana o los tiranos de otras ciudades o con los grandes santuarios. Y ello lo mismo si dirige corales en que, en realidad, el coro se limita a danzar, como los aludidos del nomo de Terpandro y sus con tinuadores, que si se trata de lírica mixta, en que el poeta compone ya un texto para el coro (del que hace de maestro, mientras que él bien es solista bien sólo 

INTRODUCCIÓN GENERAL 21 corego, jefe de coro). E igual cuando llega la lírica pu ramente coral. Desde Terpandro el poeta introduce, en el comien zo o fin del poema, lo que se llama la sphragís o «sello», es decir, la indicación de su autoría, para que nadie le robe el poema. Los poetas monódicos como Arquíloco o Teognis hacen lo mismo, por lo demás. Pero no sólo esto. Alemán insiste una y otra vez en la novedad de sus cantos, en su «hallar», «componer» (no, propia mente, «crear»). Hay que tener en cuenta que el eje cutante principal en una gran fiesta religiosa que, en definitiva, impetra el favor divino para la ciudad, es en cierto modo un sacerdote, un hombre enlazado con la divinidad. Según la idea griega, recibe inspiración superior. Y por más que esté al servicio de la ciudad se atreve a aconsejarla, guiarla3. 3. Lírica coral y lírica monódica Como ha quedado dicho, esta guía es a través de la lírica literaria que se ejecutaba en los certámenes o agones de las grandes fiestas religiosas, pensamos que al tiempo que continuaba ejecutándose la lírica popular, tradicional. Son las ciudades y los santuarios más ricos de los siglos vu y vi los que organizan esos certámenes. Así, sobre todo, Esparta, que todavía no era la ciudad militarista y xenófoba de fechas posterio res: fiestas como las Carneas, Jacintias, Gimnopodias y las en honor de Ártemis Grtia y de Helena, entre otras, lo testimonian, así como la existencia de un poeta local, Tirteo, de un extranjero arraigado, 3 Cf. Orígenes..., págs. 132 sigs.; y H. M ahler, Die Auffassung des Dichterberufs im frühen Griechentum bis zur Zeit Pindars, Gotinga, 1963. 22 LÍRICA GRIEGA ARCAICA Alemán, y de muchos poetas visitantes (Terpandro, Taletas, Estesícoro, etc.)· Tenemos testimonio de la lírica literaria ejecutada en estas fiestas, como tam bién lo tenemos de la lírica popular. Está luego la cor te de Corinto, donde bajo el tirano Periandro actuó Arión de Metimna, el verdadero fundador, tras Ter pandro, de la lírica literaria; y la de Samos, en el s. vi, bajo Polícrates, donde actuaron Ibico y Anacreon te. Entre los santuarios, Olimpia se especializó sobre todo en los concursos atléticos y Delfos —a donde acudieron Terpandro, Sácadas, Alceo, Simónides y otros— en los musicales. Está también Délos, donde tenemos noticia de lírica popular, de aedos autores de himnos hexamétricos («himnos homéricos»), de Olén, de Eumelo. Pero no es sólo esto: en lugares menos im portantes, tal Atenas, se empezaba a cantar la lírica coral literaria. 

 Es una pléyade de poetas la que funda esta lírica. Algunos, ya lo hemos dicho, combinan esta dedica ción con la de la épica. Nótese que por estas fechas conviven en Grecia la épica en sus varias derivaciones (el llamado Ciclo épico, sobre todo), la poesía genea lógica de raigambre hesiódica, cultivada también en Lócride, la lírica coral a que nos estamos refiriendo, y la monodia. Hay poetas corales que cultivan también esta última: Arquíloco y Tirteo, por ejemplo, aunque para nosotros sean sobre todo poetas monódicos; y Estesícoro también, según haremos ver. Estos poetas, salvo excepciones, son como hemos dicho viajeros: continuadores de los antiguos aedos. Provienen de todas partes, pero muy especialmente de la isla de Lesbos, patria de los citarodos más ilustres; aunque no solo de allí. Citemos, en una relación in completa, a Terpandro, ya mencionado, a Jenócrito de Locros, Sácadas de Argos, Eumelo de Corinto, Polim- nesto de Colofón, Arión de Metimna, Estesícoro de INTRODUCCIÓN GENERAL 23 Hímera, Alemán de Sardes, Arquíloco de Paros, Calino de Éfeso, Tirteo de Esparta, Taletas de Gortina, Jenía- des de Citera; poetas todos ellos (salvo que Eumelo sea anterior) del s. vrr y bien de Lesbos o Asia Menor, bien del círculo dórico en tomo a Esparta, bien de Locros en Grecia o su colonia de igual nombre en Italia. Estos círculos poéticos influían sobre líricos de otros luga res, por ejemplo el de Locros sobre Estesícoro, aunque se añadía la enorme influencia de Homero, Hesíodo, la poesía genealógica, el Ciclo y la lírica popular. Igual sucedió en el s. vi y en los poetas que cubren el fin del vi y la primera mitad del v, como Simónides, Pín daro y Baquílides. Estos líricos —limitándonos ahora a los corales, in cluidos los representantes de la lírica mixta—, en efecto, se inspiran fuertemente en el mito, antes reco gido en los géneros que acabamos de citar. Su esque ma de composición más frecuente es el ternario, ya mencionado. Se trata, fundamentalmente, del himno en honor del dios, que comienza con la llamada o súplica, las alusiones al propio poeta (sphrazís) y al coro; y cue continúa, generalmente tras un relativo «que», con la narración del mito del dios o de alguna acción suva anterior. Es el «centro», la parte estrictamente coral de la lírica mixta y que se mantiene en la estrictamente coral; «centro» seguido de un epílogo que cierra el anillo, como dijimos. En él el mito sirve para justificar, ilustrar, el poderío del dios, lo aue sirve a su vez para demostrarle al dios mismo que. si quiere, su interven ción puede ser decisiva. La lírica coral ha desarrollado, de otra parte, estruc turas métricas propias. 

Puesto que no conserva restos de la antigua lírica popular dialógica entre solista y coro o entre dos scmicoros, la solución más fácil que le o" ■*!:> es la de la estructura monostrófica: una serie de estrofas iguales, como en la monodia (incluida la 24 LÍRICA GRIEGA ARCAICA elegía y los epodos yámbicos, a base de estrofas de dos versos o pareados). Así ocurre, por ejemplo, en el segundo partenio de Alemán (fr. 3). Pero en general las estrofas de un número de versos entre 9 y 14 se convierten en tríadas, es decir, en grupos de estrofa + antístrofa + epodo. El epodo viene del antiguo hábito de variar el ritmo al final en cualquier estrofa: incluso en los de dos versos. Basta introducir en la parte pre cedente una división simétrica en dos para obtener una estrofa y una antístrofa. Esta estructura triádica es característica de toda la lírica coral, incluida la mixta. Ahora bien, las unidades estructurales proemio, centro y epílogo no coinciden con los límites de las tríadas, es más, se tiende a borrar sus contornos. En suma, la lírica coral se ha mantenido más tra dicional, más centrada en las grandes fiestas de la ciudad, en el culto divino. Ha desarrollado rasgos pro pios: mayor extensión de los poemas, estructura triá dica y, también, una lengua especial, el dorio jonizante u homerizante que es característica en general de esta poesía. Ha evolucionado luego poco a poco: a partir de Simónides, sobre todo, incluye trenos, epinicios y encomios, es decir, canciones dirigidas a hombres y no dioses, y toma un tono menos sacral, más indivi dual y moderno. Con esto volvemos a ocupamos de las fases más antiguas de la monodia, el segundo derivado, además de la lírica coral, de la mixta: aquel en que desaparece el coro o bien es sustituido por el grupo de los comen sales o participantes en la fiesta. 

 De un modo parecido a como en un principio algu nos poetas cultivaban al tiempo la lírica mixta o coral y la épica, lo primero que hay que decir acerca de los poetas monódicos es que no abandonaron completa mente la lírica coral. Tenemos restos de poemas cora les de Arquíloco y Anacreonte; sabemos que los com INTRODUCCIÓN GENERAL 25 puso Terpandro; Safo también, aunque son de tipo popular o tradicional, los epitalamios. Y si llegamos a la división de la lírica monódica en sus diversos géne ros, seguimos hallando varios presentes en la obra de un mismo poeta. Estos géneros son: a) Hímnica hexamétrica, representada para nos otros por los llamados «Himnos homéricos», del s. vil y siguientes, escritos en dialecto épico por aedos via jeros, del mismo tipo de los que cantaban la épica. b) Elegía, escrita en dísticos elegiacos (hexámetro y pentámetro) que eran cantados al son de la flauta. El dialecto es el jónico, con muchos homerismos. Los temas son varios, desde los hímnicos a los de banquete y los más personales y a los epigramas funerarios o dedicatorios. Los poetas suelen pertenecer al tipo de los «poetas locales», tales como Arquíloco, Solón, Teognis, etc., pero, al tratarse de un metro fácil, el género es muy ampliamente cultivado. c) Yambo, en distintas estructuras métricas a base del pie yámbico. Es la poesía más popular, cantada primero al son de un instrumento de cuerda, recitada luego, y escrita en dialecto jónico puro. Los temas son varios, pero destacan los satíricos y eróticos. d) Mélica, en estructuras métricas muy varias, que desarrollan ya composiciones estíquicas, ya estrofas de dos, tres o cuatro versos. Son también producción de autores «locales» y su destino principal es la fiesta y el banquete en círculos cerrados. Es poesía siempre cantada, en dialecto lesbio o jónico. Éstos son los cuatro tipos existentes, los tres pri meros testimoniados desde el s. vi y no traducidos por nosotros: los himnos homéricos pueden encontrarse, traducidos por A. Bernabé, en un volumen de esta 26 LÍRICA GRIEGA ARCAICA misma colección4 y la elegía y el yambo en una tra ducción nuestra anterior5. En este volumen nos ocu pamos de la mélica, derivada de Terpandro en Lesbos y Polimnesto en Jonia, pero no testimoniada para nos otros en textos literarios hasta la obra de Alceo, Safo y Anacreonte en los siglos vi y v a. C. Por más que haya diferencias notables entre los cuatro subgéneros, hay también coincidencias; y más entre la elegía, el yambo y la mélica, pues los himnos hexamétricos estaban destinados a fiestas públicas, eran obra de profesionales y se cantaban, parece, en un contexto de danza6, por lo que en cierto modo están más próximos a la lírica mixta. Son, efectivamente, grandes las coincidencias no sólo de ejecución y ambiente, sino de temática y for ma, que presentan los tres géneros. Por otra parte, ya hemos anticipado que con frecuencia eran cultivados por los mismos poetas: Arquíloco y Solón escriben tanto elegías como yambos, Anacreonte cultiva los tres géneros; de otra parte, poetas corales como Simóni des escriben elegías o epigramas y este género fue, en realidad, amplísimamente cultivado, incluso por los trágicos. 

Por otra parte, las coincidencias de la mélica con los otros dos géneros hacen ver que rasgos que les son comunes son en realidad tradicionales, por más que la mélica, como decimos, sólo desde fecha relati vamente reciente se nos conserve. Se trata, antes que nada, de poesía que se ha des arrollado en círculos cerrados, en torno a la fiesta y el banquete de tíasos, heterías o grupos. De ahí que, aun tratándose de géneros muy antiguos, presenten un grado de evolución muy especial. Formalmente, la es 4 Himnos Homéricos. La «Batracomiomaquia», Madrid, 1978. 5 Líricos Griegos. Elegiacos y Yambógrafos arcaicos, Bar celona, 1957-59. 6 Cf. Orígenes..., págs. 63 sigs. .INTRODUCCIÓN GENERAL 27 tructura ternaria puede faltar o haber dejado sola m en te huellas; y, cuando la hay, el proemio y el epí logo pueden ser de tipos innovados: por ejemplo, manifestaciones generales o autobiográficas, con falta de to da referencia al mundo de lo religioso. O bien queda la forma del himno, que ha sido aprovechado para manifestar, en realidad, pensamientos o deseos individuales: la oda a Afrodita de Safo o la elegía a las Musas de Solón son buenos ejemplos. Con esto va en relación íntima lo relativo al contenido: éste es en gran medida de grupo o bien privado, personal. Nace aquí, en realidad, la poesía personal de los griegos. Naturalmente, hay diferencias profundas entre los géneros, como las hay entre los poetas. Pero es de no tar que los desarrollos más personales, por ejemplo, temas eróticos, satíricos y otros estrechamente ligados a la biografía del poeta (acción política, tema de su ve jez, etc.), tienen raíces muy tradicionales. Dentro de las fiestas griegas —y los restos de poesía popular que conservamos son buen testigo de ello— coexistían los elementos religiosos comunales de llama da y oración a la divinidad con otros más personales o restringidos de sátira, erotismo o personalismo de va rios tipos. En un momento dado, la monodia ha plas mado literariamente unos y otros elementos. Pero luego es la lírica coral la que máximamente ha estado al servicio de la comunidad de la ciudad, de la religión tradicional, mientras que la monodia ha servido a nece sidades sociales e individuales diferentes. Se mantie nen «puentes» entre dichos géneros y entre los subgé neros, sin embargo. No podemos entrar en el detalle del origen de los distintos géneros monódicos: algunas cosas hemos dicho sobre ello en Orígenes de la lírica griega, pági nas 149 sigs. Es importante insistir, sin embargo, en que tanto la elegía como el yambo son géneros inter 28 LÍRICA GRIEGA ARCAICA nacionales, difundidos uno y otro por toda Grecia a partir de un origen único, sin duda, a juzgar por los dialectos y la métrica. Por estos mismos criterios, la mélica tiene rasgos muy propios en Lesbos y Jonia: son dos tradiciones diferentes, que apenas se difun dieron fuera de allí. En sus tres principales represen tantes, de otra parte, adquieren características muy diferentes. Es el género más flexible, más adaptable a necesidades individuales. Es el que, en realidad, a tra vés de Horacio y otros poetas latinos, está en la raíz de todo lo que posteriormente recibió y sigue reci biendo el nombre de lírica. Es importante, sin embargo, destacar sus raíces comunes con el resto de la poesía griega, como hemos venido haciendo aquí. 

NOTA BIBLIOGRÁFICA EDICIONES Adrados, F. R., «Propuestas para una nueva edición e interpre tación de Estesícoro», Emerita 46 (1978), págs. 251-299. Bergk, Th., Poetae Lyrici Graeci, vol. Ill, Leipzig, 1878-18824. D iehl, E., Anthologia Lyrica Graeca, II, Leipzig, 19422. — Anthologia Lyrica Graeca, Supplementum, Leipzig, 1942. E dmonds, J. M., Lyra graeca, vol. Ill, Londres, 1945 [= E.]. G allavotti, C., Safio e Alceo, Nápoles, 1947. G arzya, A., Alcmane. I frammenti, Nápoles, 1954. G entili, B., Anacreonte, Roma, 1958. Lobel F. y Page D., Poetarum Lesbiorum Fragmenta, Oxford, 1968 (1955'). M eillier, C., «Callimaque (P. L. 76 d, 78 abc, 79, 82, 84, 111 c). Stésichore (?), P. L. 76 abc», CR1PEL 4 (Lille, 1976), págs. 257- 360. Page, D. L., «Stesichorus: The Geryoneis», IHS 93 (1973), pági nas 138-155. — Aleman. The Partheneion, Oxford, 1951. — Poetae Melici Graeci, Oxford, 19672 [= PMG] — Supplementum Lyricis Graecis, Oxford, 1974. [= S]. Page, D. L., y Barret, W. S., Lyrica Graeca Selecta, Oxford, 1968. P ow ell, J. U., Collectanea Alexandrina, Oxford, 1925 (19702) [ = P.]· Reinach, Th., y Puech, A., Alcée. Sappho, Paris, 19663. Treu, M., Alkaios, Munich, 19632. — Sappho, Munich, 1954. V oigt, A. M., Sappho et Alcaeus. Fragmenta, Amsterdam, 1971. [ = V.] 30 LÍRICA GRIEGA ARCAICA VüRTHEiM, J., Stesichoros. Leben und Fragmente, Leiden, 1919. West, M. L., «The Dyctaean Hymn to the Kouros», JHS 85 (1965), págs. 149-159. TRADUCCIONES F errate, J., Líricos Griegos Arcaicos. Antología, Barcelona, 1966. Rabanal, M., Alceo. Fragmentos, Madrid, 1969. — Safo. Antología, Madrid, 1963. OBRAS GENERALES Adrados, F. R., Fiesta, Comedia y Tragedia. Sobre los orígenes griegos del Teatro, Barcelona, 1972 (trad, inglesa: Festival, Comedy and Tragedy, Leiden, 1975). — Orígenes de la lírica griega, Madrid, 1976. — Visión del mundo en la lírica griega (en prensa). Boehme, R., Orpheus. Der Sänger und seine Zeit, Berna, 1970. Boyvra, C. M., Greek Lyric Poetry, Oxford, 19612. C airns, F., Generic Composition in Greek and Roman Poetry, Edimburgo, 1971. Calame, C., Les choeurs de jeunes filles en Grèce archaïque, Roma, 1977. Duchemin, Jacqueline, La houlette et la lyre. I. Hermès et Apollon, Paris, 1960. E isen hut, W., Antike Lyrik, Darmstadt, 1970. F raenkel, H., Dichtung und Philosophie des frühen Griechen tums, Nueva York, 1951. Führer, R., Formproblem-Untersuchungen zu den Reden in der Frühgriechischen Lyrik, Munich, 1967. G entili, Β., «Lírica greca arcaica e tardo arcaica», en Introd. alio stitdio della cultura classica, Milán s. f., págs. 57-105. K oller, H., «Das kytharodische Prooimion», Philologus lOO (1956), págs. 159-206. — Musik und Dichtung im frühen Griechentum, Berna, 1963. L aw ler, L. B., The Dance in Ancient Greece, Londres, 1964. NOTA BIBLIOGRÁFICA 31 L esky, A., Historia de la literatura griega, trad, esp., Madrid, 1968. Maehler, H., Die Auffassung des Dichterberufs im frühen Griechentum bis zur Zeit Pindars, Gotinga, 1963. Prudhommeau, G., La dance grecque antique, París, 1965. RoMiLi.Y, J. de, Magic and Rhetoric in ancient Greece, Cambridge (Mass.), 1975. S chmid, W., y S tahlix, O., Geschichte der griechischen Literatur, vol. I. Munich, 1929. TÖLLF, R., Frühgriechische Reigentänze, Wiesbaden, 1964. T reu, M., Von Homer zur Lyrik, Munich, 1955. T sagarakis, O., Self-Expression in early Greek Lyric Elegiac and Iambic Poetry, Wiesbaden, 1977. V ara, J., «Melos y Elegía», Emerita 40 (1972), págs. 433-451. Webster, T. B. L., The Greek Chorus, Londres, 1970. Wiiamüwitz, U. von, Die Text geschickte der griechischen Lyri ker, Berlin, 1900.

viernes, 31 de enero de 2025

CARLOS GARCIA GUAL Las primeras novelas Desde las griegas y latinas hasta la Edad MediA FRAMENTO.

 



PRÓLOGO 

 Al presentar ahora reunidos en un volumen estos dos estudios publicados originalmente en la editorial Istmo, Los orígenes de la novela (1972) y Prime ras novelas europeas (1974), quisiera sugerir a sus lectores un ejercicio de lite ratura comparada sobre un tema histórico de un extraordinario atractivo, el de los orígenes de la novela, ese proteico género literario que es, sin nin guna duda, el más moderno y prolífico de la tradición europea. En dos mo mentos históricos, alejados entre sí casi diez siglos, se ha producido, en épocas y sociedades muy distintas y distantes, el surgir y resurgir de una li teratura de ficción caracterizada por su libertad narrativa y su sentimenta lismo. Este fenómeno del doble nacimiento de la novela occidental invita a una reflexión que resulta más fácil al reunir y contrastar estas dos intro ducciones a los dos contextos y épocas. La invención de la novela no es, resulta obvio decirlo, una ocurrencia ca sual, sino el producto de un proceso cultural, y la aparición de esos relatos que llamamos novelas se sitúa de manera significativa al cabo de una desarrolla da tradición literaria. En las páginas siguientes intentamos caracterizar las dos épocas aurórales del género y explicar por qué y cómo en un determina do contexto surgieron unas y otras novelas. Desde un comienzo conviene destacar que las circunstancias en que surgió la novela en Grecia y Roma son muy diferentes de las que favorecen su reaparición al final de la Alta Edad Media europea. Y, sin embargo, cabe destacar también curiosas afinidades. Como es bien sabido, resulta muy difícil definir qué es una novela, pero es muy fácil advertir que se trata de un género de relatos que se distancia, por su estilo y sus temas, de la antigua épica y de otras formas literarias. Ese tipo de larga ficción no se apoya en normas clásicas, sino que respira desde sus inicios una cierta novedad en la libre relación con sus lectores. En sus 9 10 Prólogo comienzos aparece la novela como una literatura algo frívola y marginal frente a los géneros anteriores, más formales, serios y prestigiosos, pero pronto se revela como una invención literaria de inmenso atractivo que descubre a su público nuevos horizontes. Junto a una fresca y notable liber tad formal, lo novelesco trata insistentemente dos grandes temas ligados al género desde sus comienzos y al parecer imprescindibles en sus tramas: el amor y la aventura individual. Se dirige a los individuos y se ocupa de pa siones privadas y aventuras individuales. Ya en el que consideramos el primer ensayo moderno y docto sobre la historia de la novela desde sus orígenes griegos, el Traité sur I’origine des ro mans (1670) de Pierre Daniel Huet, se comienza por definir las novelas como «Historias fingidas de aventuras amorosas, escritas en prosa con arte, para el placer y la instrucción de los lectores». El sabio obispo Huet, pionero en tratar de un género olvidado por las poéticas clásicas, insiste desde el co mienzo en que «el amor debe ser el tema principal de la novela». Tan ro tunda sentencia vale para las novelas antiguas, y no menos para las medie vales. (Ya sabemos que tiene un valor mucho más limitado respecto de las novelas de la modernidad, aunque aún ahora vale para aquellas más popu lares.) En ambos casos, en las peripecias y aventuras de los jóvenes protago nistas de los relatos románticos el amor es el hilo con el que se enhebra la trama patética de sus avatares, más o menos complicada. El primer nove lista griego define su obra como el relato de una «experiencia amorosa», un páthos erotikpn. Las novelas contribuyen a crear una nueva imagen del amor y las rela ciones amorosas, y marcan una singular sensibilidad frente a esa pasión, que se nos presenta estilizada con pautas novelescas. Todo esto es bien co nocido, pero resulta muy interesante advertir cómo el surgir y el resurgir de la novela son fenómenos con notoria similitud en sus esquemas básicos, y, a la vez, con claras diferencias, pues nos remiten a dos escenarios históri cos muy alejados. La pasión erótica se presenta estilizada sobre un patrón sentimental común en unas y otras novelas. Descubre un nuevo heroísmo, más burgués, al buscar como protagonistas a jóvenes ansiosos de amor y no de guerra. No obstante, entre el eros del helenismo tardío y el amour cortés de los siglos xii y xm hay claras distancias. La idílica Lesbos está muy lejos del artúrico Camelot. Aun así, hay afinidades muy notables en esos casos Prólogo de amor y aventura que se presentan ejemplares y conmovedores, casi siem pre con un feliz final para la fiel pareja. El roman courtois está más cerca de la épica que las novelas griegas y la tinas. Y en esa aurora medieval de la novela surgen figuras de un prestigio so perfil mítico, como Tristán, Lanzarote y Perceval, héroes inolvidables que reaparecen en versiones varias. Su personalidad no tiene paralelo entre los jóvenes amantes de las novelas antiguas. Sin lugar a dudas, las hazañas de esos héroes caballerescos son más gloriosas que las peripecias viajeras de los antiguos y virtuosos amantes perseguidos por el azar hasta el final de la boda feliz. Si en el alba del folletín de las novelas griegas tenemos una fór mula narrativa destinada a un éxito popular de larga duración, en las no velas medievales hay más tensión dramática. Los romans corteses darán un nuevo impulso a las aventuras de sus protagonistas y, a veces, también una resonancia trágica, como en el mito de Tristán e Isolda, o en los relatos de la búsqueda desaforada del Grial. En fin, de todo eso, intentando explicar el significado de los textos a partir de sus autores y sus respectivos contextos históricos, tratan las páginas siguientes. Seguramente esta perspectiva sobre las novelas podría prolon garse si ampliáramos el enfoque y tratáramos de sus reflejos posteriores. Las novelas griegas encuentran decididos ecos e imitaciones en las novelas bizan tinas (de los siglos xn, xm y xiv), mientras que las novelas corteses se con tinúan con muy prolífica descendencia en nuestros enrevesados libros de caballerías (de notable auge editorial en el siglo xvi). Lo que aquí apunta mos es un panorama que queda abierto. Al reeditar estas páginas he querido dejarlas tal como fueron escritas hace ya más de treinta años. No pretenden ser un manual académico, sino un ensayo que invita a la reflexión. Y también a la lectura o relectura de textos de muy singular atractivo. Cuando redacté estos capítulos el lector español no disponía de traducciones de la mayoría. De ahí que entonces ofreciera mis breves resúmenes de los mismos. Ahora, en cambio, conta mos con buenas traducciones de todos ellos (tanto de las novelas griegas y latinas como de los textos novelescos medievales. De los últimos, por ejem plo, hay excelentes versiones publicadas por la editorial Siruela en una se rie admirable, y también por Alianza Editorial. Entre los estudios sobre novelas del Medievo es justo destacar como ejemplo los trabajos de algu 12 Prólogo nos medievalistas, como Carlos Alvar, que ha publicado no sólo notables traducciones, sino varios libros de consulta muy bien documentados sobre el universo artúrico.) Aun así, creo que estos escuetos resúmenes aclaran los comentarios y pueden ser de utilidad al lector que quiere hacerse una idea clara y rápida de la variedad de lances y personajes que van y vienen en ese repertorio, de sus motivos y horizontes, y no ha emprendido todavía lecturas más amplias. Por otra parte, el interés por la narrativa fantástica — a menudo de te mas y decorados medievales— ha tenido cierto renacer en estos últimos tiempos. No está mal, aprovechando ese gusto por ese tipo de ficciones, re cordar algunos de sus prototipos literarios. C.G.G. Diciembre de 2007 NOTA BIBLIOGRÁFICA Sería muy arduo actualizar cumplidamente las referencias bibliográficas sobre las novelas medievales, porque son muchísimos los estudios que debería mencionar. Vuelvo a dejar constancia de los libros que me fueron útiles y sugerentes cuando escribí estos ensayos, inspirado por lecturas inolvidables de grandes medievalistas, como R.R. Bezzola, R.S. Loomis, J. Frappier, E. Köhler, etc. Sé muy bien que son estudios que tienen ya bastantes años a cuestas, pero casi todos me siguen pareciendo de muy gran interés. Y tan sólo aña diré aquí algunas notas concretas, que pueden ser oportunas. Ahora ya está bien traduci do a nuestra lengua el espléndido libro de E. Köhler, La aventura caballeresca. Ideal y rea lidad en la narrativa cortés, Barcelona, Sirmio, 1996. Y también están traducidos, como he señalado, todos los textos novelescos desde la Historia de los reyes de Bretaña (traducido por Luis Alberto de Cuenca en 1984) y todos los romans de Chrétien de Troyes, también el ex tenso Lanzarote del Lago (que trasladó Carlos Alvar, en siete tomos, 1987-1988), las Conti nuaciones del Perceval (en excelente versión de Isabel de Riquer) y La muerte de Arturo de T. Malory (en la clara traducción de Francisco Torres Oliver). Entre los más atractivos estudios españoles de estos años quiero destacar el ameno libro de J.E. Ruiz-Doménec, La novela y el espíritu de la caballería, Madrid, 1993; el diccionario de mitología artúrica ti tulado El rey Arturo y su mundo, de C. Alvar, Madrid, Alianza, 1991; y el docto ensayo de Isabel Lozano-Renieblas, Novelas de aventuras medievales, Kassel, Reichenberger, 2003. Sobre los ecos del universo novelesco artúrico en la literatura moderna el libro más su- gerente me parece el de Mark Girouard, The Return to Camelot. Chivalry and the English Prólogo !3 Gentleman, Yale University Press, 1981, pero hay desde luego otros muchos. También los hay sobre la influencia de los libros de caballerías de abolengo medieval en la novela de Cervantes, que significa a la vez una parodia y una superación de todo ese entramado novelesco y de sus tópicos e ideales. Valga como ejemplo el ya añejo de E. Williamson, El Quijote y los libros de caballerías, Madrid, Alfaguara, 1991, o el más reciente de J. Gutié rrez Ceballos, El Quijote cervantino y los libros de caballerías, Alcalá, CEC, 2007. Pero no es mi intención ofrecer un panorama actualizado y crítico de la enorme producción sobre es tos temas. Cito estos títulos porque su lectura me ha sido muy útil y me gusta recomendar los. Sin duda hay otros que merecerían ser citados.

jueves, 30 de enero de 2025

ANTOLOGÍA POÉTICA DEL SIGLO DE ORO

 



INTRODUCCIÓN UN POCO DE HISTORIA 

 Hacia fines del verano de 1517 llegaba a la costa cantábrica Carlos de Habsburgo, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca y heredero de las coronas de Castilla, Aragón y Navarra. Con este desembarco en un punto del litoral asturiano comenzaba su reinado en España la dinastía de los Austrias, bajo cuya monarquía se convirtió en la más poderosa de Europa durante un siglo y medio. La herencia materna, de por sí jugosa, incluía, gracias a la política expansiva de sus abuelos los Reyes Católicos, las tierras hacía poco descubiertas de América, propiedad de Castilla, y la media Italia meridional propiedad de Aragón; por la rama paterna le correspondían los territorios legados por su abuela María, condesa de Flandes y duquesa de Borgoña y, sobre todo, los derechos para suceder a su abuelo Maximiliano de Habsburgo en el trono del Sacro-Imperio; a ello se sumó desde 1580 la corona portuguesa con sus vastos territorios ultramarinos, recibidos por Felipe II a la muerte de su tío don Sebastián. Era, como tantas veces se ha repetido, un imperio donde no se ponía el sol (pero donde acabó poniéndose, como no podía ser de otra manera). El declinar de esa hegemonía vino provocado por varias derrotas a lo largo del siglo XVII (incluso, algunos historiadores sitúan su comienzo a finales del XVI); pero nadie discute que hacia 1659, cuando se firma la Paz de los Pirineos, la exhausta Monarquía Hispánica encabezada por Felipe IV, bisnieto de Carlos, traspasa definitivamente el cetro europeo a su yerno, el rey francés Luis XIV. Entre esas dos fechas, 1517 y 1659, se sucedieron cuatro reyes: el mencionado Carlos (I de España y V emperador de Alemania, 1517-1556), Felipe II (1556 1598), Felipe III (1598-1621) y Felipe IV (1621-1665), muy ocupados todos con la infinidad de retos de orden político y religioso que tuvieron que afrontar. Debe tenerse en cuenta que la posición hegemónica de esta monarquía plurinacional la convertía en el rival a batir de las naciones europeas, fundamentalmente para Inglaterra y Francia, muy interesadas en debilitarla hostigando sus intereses económicos e instigando la rebelión interna dentro de sus fronteras. Y, además, ha de considerarse que el Emperador —aunque ninguno de los descendientes de Carlos llegara a heredar ese título— ostentaba el liderazgo militar de la cristiandad, lo que le obligaba a defenderla de sus enemigos, los turcos, que constituían una indiscutible amenaza para las vidas y haciendas cristianas en aquel mal siglo para cualquier alianza de civilizaciones. Por si fueran pocos los enemigos políticos, la cuestión religiosa vino a desestabilizar aún más el solar europeo: la Reforma protestante, encabezada por Lutero y surgida en el mismo centro de los estados imperiales, supuso, sin duda, el mayor quebradero de cabeza para unos reyes que conservaron siempre el título de Católicos, otorgado por el papa a sus antepasados Isabel y Fernando. Largo espacio ocuparía resumir la cantidad de guerras en las que se vio envuelta la monarquía, casi siempre en defensa de los intereses de la fe cristiana. Algunas irán apareciendo, a su debido tiempo, en esta introducción. EL MARCO CULTURAL Y ARTÍSTICO: EL SIGLO DE ORO Ese casi siglo y medio vio el nacimiento y desarrollo de dos grandes movimientos artísticos: el Renacimiento y el Barroco (y un tercero intermedio, en discusión, el Manierismo) que en el caso de la historia cultural española, especialmente de la literaria, se identifican con el denominado Siglo de Oro. En ese concepto fluctuante —cuya historia ha sido bien estudiada (véanse los «Documentos...», n.1)— cabe, en su acepción actual, en algo más de un siglo y menos de dos, tiempo acotado por fechas no siempre coincidentes con los hitos de otras artes, como la pintura (brillante sobre todo en el Barroco), o con los de otros dos géneros literarios, como la narrativa y el teatro, que no se tratan en estas páginas. Así, cuando Lope de Vega cifraba en su Arte nuevo de hacer comedias las bases de su fórmula dramática, y Cervantes daba forma magistral a su segunda parte de El Quijote (publicada en 1615), la mitad de los grandes nombres incluidos en esta selección (Garcilaso, Fray Luis, Aldana, Herrera, San Juan...) ya habían pasado a mejor vida. El esplendor de la poesía, objeto de este trabajo, comenzó hacia 1530 y se mantuvo a duras penas sólo unos años más allá de la muerte de Quevedo (1645), cuando Velázquez aún no había pintado Las Meninas y a Calderón de la Barca le quedaba por estrenar alguna obra maestra. Desde entonces, la llama de la poesía fue poco a poco extinguiéndose salvo por algún rescoldo tardío surgido en el virreinato mexicano (la «décima musa», sor Juana Inés de la Cruz), aunque este juicio moderno seguramente no sería compartido por los poetas rezagados de esa España crepuscular de Carlos II (1665-1700), sin espacio en esta antología. Los que sí lo tienen no entendieron demasiado de esas etiquetas (Renacimiento, Manierismo, Barroco) impuestas por la Historia del Arte, tan útiles por otra parte para la didáctica de la Literatura. ¿Fue Góngora un escritor manierista o barroco? ¿Y Lope de Vega? Su vida transcurrió a caballo entre los dos siglos, mientras que su obra delataba la influencia de ambos estilos. Esa ausencia de correspondencia absoluta ha motivado que no dividamos el texto según la adscripción estilística de los poetas, que además nunca es única, sino por ordenación cronológica de sus fechas de nacimiento. Las semblanzas biográficas y las llamadas de atención orientarán al lector por ese recorrido. SUBGÉNEROS POÉTICOS Y TRANSMISIÓN Se debe de matizar que al hablar de poesía nos referiremos en adelante a su manifestación lírica, que no fue ni la única ni la preferida por la cuarta parte de la población alfabetizada hacia principios del siglo XVI. Los romances, de índole narrativa, fueron sin duda el subgénero de más difusión durante todo el período, como demuestran las constantes reediciones del Cancionero de romances de Martín Nucio (1547) y más tarde del Romancero general (1600). A su éxito se aproximó el medio millar largo de publicaciones de poesía épica en el XVII, a raíz de la gran aceptación de La Araucana de Alonso de Ercilla (1569). Y el subgénero romancístico no sólo circuló en recopilaciones como las mencionadas: la naciente industria editorial se adaptó rápidamente al magro poder adquisitivo de ese lector al que rara vez le alcanzaba la renta para comprar un libro, todavía un producto de lujo en aquel tiempo. Para ese sector de población ávido de novedades se imprimieron cientos de pliegos sueltos, es decir, grandes hojas dobladas hasta generar cuadernillos de 8 páginas, apenas sujetas por un hilo o cordel, en las que se apretaban romances, canciones y relaciones de sucesos. Esta literatura de cordel tampoco se ha hecho hueco en nuestra antología, aunque conviene tenerla en cuenta para hacerse una idea del gusto del gran público, como hoy sucede con las ediciones de bolsillo. Otra vía fundamental de transmisión poética fue la manuscrita. Gran parte de los autores seleccionados no editaron en vida, quizá por su propio desinterés, ya que algunos consideraron sus versos como un pasatiempo de su intimidad. Circularon al principio en copias fieles de manos de los autores o de amanuenses profesionales, que podían sufrir pequeñas variaciones a medida que eran trasladadas a cancioneros colectivos donde los aficionados recogían las que más les gustaban. Si alguien, casi siempre un amigo o un familiar cercano, se animaba a agruparlas en un volumen para publicarlas, tenía que vérselas con las variantes surgidas de los poemas (labor compleja hasta para el editor actual) e incluso a asumir los costes. Esto explica que parte de la producción poética siga hoy (a pesar de lo que se ha avanzado en la recuperación de textos) dormida en los antiguos manuscritos. Por último, no hay que olvidar la relevancia que seguía teniendo la transmisión oral de todo el corpus de la lírica tradicional (villancicos o canciones, por ejemplo) especialmente para las tres cuartas partes de población analfabeta. LOS ANTECEDENTES Así las cosas, antes de describir el panorama de la poesía del Siglo de Oro conviene ofrecer algunas pinceladas más sobre el contexto del que se partía y sus antecedentes. Varias tendencias poéticas provenientes del XV siguieron ejerciendo su influencia hasta bien entrado el XVI, algunas de las cuales acabarían el mismo incluso revitalizadas. Por una parte la poesía lírica tradicional y el Romancero, como más arriba se ha apuntado, siguieron gozando del favor de la mayoría del público, especialmente del menos formado. Por la otra, en el ámbito culto, los dos grandes autores del siglo anterior, Juan de Mena con su Laberinto de Fortuna y Jorge Manrique con sus Coplas, encarnaban los referentes, a los que se sumaban la pléyade de poetas cortesanos incluidos en los cuatro tomos del Cancionero general de Hernando del Castillo (1511), recopilación amplísima de subgéneros y poemas entre los que destacaban los de raíz trovadoresca. Ésta última tenía sus remotos orígenes en el código amoroso de las cortes provenzales del siglo XII —el amor cortés establecido por el tratadista Andrea Capellanus en su De amore— que se fue extendiendo por toda las literaturas románicas occidentales durante los siglos XIII y XIV hasta asentarse definitivamente en la castellana a principios del XV. Aquí se la conoce como «cancioneril», pues se recogió junto a otras composiciones en colecciones llamadas cancioneros, como el Cancionero de Baena (1445), el Cancionero musical de palacio o el General antes citado. Se trataba de una fórmula que buscaba impresionar al receptor (generalmente una dama, pero nunca la propia esposa) mediante artificios y variaciones sobre una temática recurrente: la completa sumisión del enamorado, similar a la del vasallaje feudal, al servicio de su amada, cuyas infinitas virtudes se ensalzaban bajo un seudónimo poético, lográndose a veces el premio de su favor aunque las más el poeta sufría el desdén y la actitud distante de su señora, que no hacía sino acrecentar su tormento. Formalmente, el cauce métrico empleado era el octosílabo, y la retórica, muy conceptuosa, se basaba en las repeticiones y en los juegos de contrarios. Dos poetas amigos, cortesanos ambos del Emperador, cansados quizá de repetirse en esas fórmulas gastadas y atraídos por las ideas del Humanismo renacentista, reorientarán la poesía castellana por nuevos derroteros al tentar un nuevo modo de expresión a través de la métrica italiana. Se llamaban Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, y con ellos comienza nuestra materia.

miércoles, 29 de enero de 2025

MORITZ GEIGER INTRODUCCIÓN ./ A LA ESTÉTICA Fragmento




Geiger Moritz

Moritz Geiger (Frankfurt, Alemánia, 26 de junio de 1880 - Maine, Estados Unidos, 9 de septiembre de 1937) fue un filósofo fenomenólogo alemán autor de importantes contribuciones a la filosofía, a las matemáticas, a la estética y también a la psicología. En 1906 asiste a las conferencias de Edmund Husserl en la Universidad de Gotinga. Forma parte de la Escuela de fenomenología Múnich junto con Reinach, Conrad, Fischer, Max Scheler y otras promesas. Entre los años 1913 y 1930 lleva a cabo con el círculo de Múnich de Husserl el Anuario de Filosofía y fenomenológica Investigación (Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung ). En 1907 consigue su habilitación (habilitatio) para la docencia universitaria, lo que le permite en 1915 convertirse en profesor asociado en la Universidad de Múnich. Después de la Primera Guerra Mundial, desde 1923 hasta 1933 fue profesor en la Universidad de Gotinga. En 1933, bajo la dictadura nazi y por causa de su ascendencia judía, se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos, donde imparte su docencia en el Vassar College de Nueva York y posteriormente en la Universidad de Stanford.

Contribución: Dr. Enrico Pugliatti.


 MORITZ GEIGER

 INTRODUCCIÓN

 ./

 A LA ESTÉTICA

INTRODUCCIÓN

 Los adversarios Son muchos los enemigos de-de la Estética. La Estética. Lo es el artista,

 .

 temeroso de verla legislar

 .Inteligentemente sobre su propia actividad

 creadora. Lo es el amante de las obras de

 arte, poco dispuesto a admitir indicaciones

. Acerca de qué debe considerar hermoso. Y- .a mirar desvanecerse su goce inmediato bajo

 .la agria luz de.un análisis disolvente. Lo es

 el historiador del arte, que rehúye toda pe

dantesca disertación sobre lo que se ha de

 .aprobar ..0 rechazar a lo largo de la sucesión

 de los estilos, y quiere ver asegurada la ra~

 zón- razón viva- de lo histórico. frente

 a todas las teorías estéticas.

 Pero el ataque más profundo, el que llega

 .a las raíces mismas de la ciencia estética, es-el favorecido por el irracionalismo 'filosófico,

 .hoy más poderoso que nunca. Para el irra

·cionalismo, toda ciencia es mera .Iorma ar...

 tistica, amoldada al árbol floreciente de la

 · Vida. Se podrá a lo sumo- afirma el Irra

cionalismo- reconocer a la ciencia títulos

 suficientes. para acercarse a las formas muer...

 .tas del mundo inorgánico; pero. su intromi...

 .síón en el dominio de las vivencias profun...

 <las, de lo estético o de lo religioso, significa

10

 MORITZ GEIGER

 una verdadera violación de límites. Pasaron

 ya los tiempos en que Baumqarten, en el ra

cionalista siglo xvni, creía necesario justí

Iícarse por el hecho de atender- él, todo

 un filósofo-a un asunto de tan escaso va

lor como es la belleza. Para el irracíonalís

mo lo supremo e inaccesible no es la cíen

cía, si no la Vida. El irracionalismo ha sub

vertido los valores del pasado. El hombre de

 ciencia no ha de penetrar en el santuario de

 lo estético; no ha de pisar la zona prohibida

 delas profundidades vitales, que ascienden

 a la superficie en ]0 estético.

 Indudablemente el irracionalismo toca im

portantísimos problemas filosóficos. No es

 éste el momento de dilucidarlos. Podemos,

 desde el punto de vista metafísico, estimar o

 desestimar cuanto queramos la ciencia esté

tica. Pero es indiscutible que hay que re

conocerle a la 'ciencia el derecho de explorar

 razonada y sistemáticamente el dominio de

 la valoración estética, como explora todas 'las

 demás zonas de la realidad. Proceda de

 igual modo aquí, en la medida de sus' fuer

zas. quien vea destruido su goce estético

 por obra de la ciencia, manténgase lejos de

 ft)1.J,a; ,Y haga lo propio aquél cuya creación

 artística 'O cuyo conocimiento histórico son

 dañados por La ciencia. Las deformidades y

 extravíos "le la Estética no pertenecen, en

 rigol", a la Estéttca misma; son obra de gue...

 rrilleros Incapaces. La Estética aspira a ser,

 ante todo; tma provincia de la investigación

 cient¡fica:nad·a raás.

INTRODUCCIÓN.LAESTÉTICA

 11

 Dificultades La .Estética sería invulnerable a

 del método todos .los .enemigos exteriores,

 Estético.

 si no llevara en la propia entra...

 ña su mayor enemigo: su inca...

 pacidad metodológica. Si es cierto que para

 transformar un conjunto de conocimientos en

 un "sistema (de conocimientos, en una verda...

 dera ciencia, es condición primerísima el

 empleo seguro de un determinado método

 generál,enton.ces la Estética no es hoy cien...

 cía, ni 10 fué nunca.

. Ampliase continuamente el círculo de los

 :hechos aislados y de los complejos de he...

 chos que se logran iluminar. De todas partes

 afluyen a la Estética nuevos conocimientos.

 Pero falta el principio unificador capar de

 someter estos conocimientos tumultuosos de

 acuerdoc.on un criterio universalmente vá...

 lido: falta un punto de vista que reduzca lo

 .IJLúlt~plea la unidad. No hay viento filosó...

 fíco, cultural, científico, que no sacuda a la

 Estética como a una veleta. Alternativa...

 mente es tratada como ciencia metafísica y

 como ciencia empírica; ya como normativa,

 ya como descriptiva. Para unos, sólo tiene

 derecho de cultivarla el artista; para otros,

 el espectador, el aficionado al arte. Hoy el

 arte parece ser el centro del mundo estético,

 y la belleza natural una simple etapa prepa...

 ratería: mañana se descubre en la belleza

 artística una belleza natural de segunda ma...

 no. Verdad es que no todas' las direcciones

 Metodológicas rque ofrece la historia de la

 Estética tienen IROY representantes: pero ig""

12 .

 MORITZ GEIGER

 noramos si el curso filosófico de nuestros

 propios tiempos no está por llevar de nuevo

 a la luz ciertos métodos abandonados desde

 hace mucho tiempo, y por relegar al olvido

 'orientaciones hoy dominantes.

 La raíz de la inseguridad metodológica de

 la Estética está en la inseguridad de su pun

to de partida. Las verdaderas ciencias de

 hechos, como la Física, la Historia, la Geo--

metría, parten de un círculo de hechos sequ

ra y claramente delimitado: de procesos Iísí

cos, de acontecimientos históricos, de Ior

mas espaciales. Pero la Estética, ciencia

 axíolóqíca, ciencia que aspira a fijar las leyes

 del valor estético, se muestra .íncapaz de

 afirmar en términos precisos cuáles son los

 objetos cuyas leyes pretende inquirir.

 En efecto: imposible hallar objetos esté

ticos cuyo valor haya sido siempre respeta

do por la controversia. Las cantatas de

 Bach y los lienzos de Rafael, las estatuas de

 Polícleto y los dramas de Shakespeare: no

 hay obra maestra que no haya sido recha

zada por alguna. Época o por alguna escuela

 'Estética. Para sentar firmemente el valor de

 esas obras contra todas las negaciones, es

 menester un conocimiento de la belleza que

 sólo puede adquirirse mediante el contacto,

 precisamente, ,de esas obras. Lo que hay de

 trágico en toda auténtica ciencia de valores

 es que sus análisis corren el riesgo de girar

 en :círculo, de erigirse sobre una base que

 sólo la ciencia misma hade fundamentar.

 Los cánones aplicables al juicio estético y a

INTRODUCCIONA LAESTÉTICA

 13',

 la experiencia estética varían con las cultu...~

 ras, con las épocas, con los pueblos, con los

 hombres, y no hay dónde hallar un criterio

 que decida cuál de esos cánones, tan varia....·

 bles todos, deba preferirse a los demás.

 Podría caracterizarse la historia d~ la

 ciencia estética como historia 'de los ensayos.

 tendientes a superar el dilema de la relati...

 vidad del juicio y de la experiencia, por una

 parte, y la objetividad de la ciencie, por otra;

 vale decir, la historia de los esfuerzos reali....·

 zados por reducir ese inestable material de

 experiencias y juicios relativos, a la rígida

 mole de un sistema estético,objetivo. Conti "

 nuamente han surgido puntos de mira nue....

 vos; se ha encarado el problema del valor

 estético en direcciones sin cesar renovadas.

 y aun cuando hasta hoy no se haya logrado

 llegar a una solución capaz de neutralizar

 el abigarramiento de luces en que brilla, tor....

 nasolado, el problema, cada uno de esos in....

 tentos ha revelado un nuevo grupo de he...

 chos y enseñado a considerar desde un nue...

 vo ángulo el material existente. Esa labor

 estética de dos milenios no ha sido, de nin....

 gún modo, despreciable.

 Dos métodos, Dos rutas ha seguido la in....·

 de'laEStética. vestigación en sus esfuerzos,

 por contrarrestar esa releti.....

 vidad empírica de lo estético. Ofrecíasele,

 por ejemplo, la posibilidad de dejarla a un,

 lado, desde el comienzo, y ponerse derecha.....

 mente en camino hacia la Estética absoluta__

14

 MORITZ GEIGER

 La cual, por su parte, no debía atribuir ex

cesiva importancia a esa relatividad empírica

 del .juicio, ni sentirse amenazada por ella,

 corno no se siente- amenazada la Física pOJ!

 análoga disparidad de juicios en su propio

 terreno. Los griegos creían que el sol giraba

 alrededor de la tierra: nosotros estamos per....

 suadídos de lo contrario. Esta diversidad: de

 pareceres deja intacta la existencia de una

 verdad ¡física absoluta. El alcance de la

 oposición de opiniones queda circunscrito

 dentro, de lo psicológico. ¿Por qué no había

 de ocurrir 10 mismo con el conocimiento es....

 tétíco? La relatividad del juicio estético

 tampoco sería más que un accidente, psico....

 lógicamente explicable, y susceptible de ser

 superado  mediante la fijación de una norma

 estética. Bastaría coa dejar establecido,-de

 una vez por todas, qué propiedades debe

 poseer un objeto para ser estéticamente va

lioso: )7 no contentarse con ir enumerando lo

 que constituye el valor estético a juicio de

 este o aquel autor. Entonces la experiencia

 estética subjetiva y variable se esforzaría en

 vano por embestir contra aquel conocimiento

 estético objetivo. De ahí que la tarea iní

cial de la investigación estética debía consis

tir en determinar cuál es el Fundamento de

 la esencia del valor estético. Una vez hecho

 esto, seria posible examinar los títulos de

 cada juicio estético y de cada experiencia

 estética. La Estética sería, pues, central..

 m-ente, una fÜbsofía del' valor estético.

 EI·otro· camino. por el que marchó. la Es

16

 MORITZ GEIGER

 que estorban la constitución de la ciencia es

tética proceden de esa antítesis entre méto-

dos axiológicos (estimativos) y métodos des

criptivos. Vacilaciones que hasta hoy no se·

 han logrado extirpar.

martes, 28 de enero de 2025

Academia Belladonna Pablo De Santis Fragmento novela




 Academia Belladonna Pablo De Santis 

 Para Ivana PRIMERAS LECCIONES Filatelia 

 Una estampilla de Sicilia 

 Una tarde de primavera llegué hasta el número 12 de la calle Strand. En letras rojas se anunciaba: H.COBLER Filatelia. Situado entre una panadería y una tienda de paraguas, el negocio era uno de esos lugares a los que nadie se asoma y que de tan ignorados se gastan y se vuelven invisibles. Bajo el toldo raído la vidriera mostraba un polvoriento manual (El libro del filatelista, de R. H. Hopkins), un par de lupas de madera, una con el cristal roto, una caja de zapatos llena de viejas postales italianas y mi reflejo. Empujé la puerta, que hizo sonar una campanita. En el fondo, sentado ante un escritorio, un hombre de pelo blanco y lentes redondos miraba con lupa un sello que sostenía con una pinza. Tenía un aspecto del todo ordinario: podría haber pasado por un funcionario municipal o un empleado de ferrocarril. En un cenicero ardía un cigarro. Muy cerca del hombre, un gatito blanco —luego supe que era una gata— jugaba con un bollo de papel. Contra las paredes, muebles llenos de cajoncitos, habitados por miles de estampillas. Todas sus posesiones, todos sus tesoros tenían cabida en ese espacio tan reducido. Es la ventaja de vender cosas sin espesor. Saludé y el hombre no contestó. —Busco una estampilla —dije. Mi voz sonó firme, como había ensayado en mi cuarto. —¿Una cualquiera? —preguntó, sin apartar la vista del sello que estudiaba bajo la luz lunar de una lámpara de escritorio. —Busco una en particular. Sicilia, 1859. Se la conoce como El león azul. El hombre entonces levantó la vista y me hizo una señal para que me acercara. Me observó: hacía muchos años que aquellos ojos estaban habituados a juzgar a hombres y estampillas. —El león azul no existe —dijo. —Ya lo sé. —¿Cómo recibió la contraseña? Le expliqué que me había llegado en una carta anónima a la casa de mi tía Sophie. Era la hermana mayor de mi madre, y vivía en… —Muéstreme el sobre —me interrumpió. Vacilé, pero al final le mostré el sobre amarillo. Sin remitente. Tenía estampado un reloj de arena, acompañado de la leyenda: Tempus fugit —Sabe que significa ese reloj que figura en el matasellos, ¿no? —No. —A pesar de que mi padre había trabajado en el Correo Real, poco sabía de las normas misteriosas que gobernaban la correspondencia. —Esta carta pertenece al servicio postal conocido como Correo postergado. Existe desde 1840. Habrá visto que los buzones habituales son rojos; los del correo postergado son amarillos, y cada uno tiene un pequeño letrero con el año en que el destinatario recibirá la carta. Estos buzones suelen estar en los sótanos de algunas oficinas de correos. Sobres amarillos, buzones amarillos. El amarillo es el color del tiempo. Me devolvió el sobre. —La filatelia, ¿está entre sus aficiones? —No tengo ninguna afición. Pero cuando era niño mi padre me regaló un álbum de estampillas. Él trabajaba en el correo y conseguía muchos sellos que yo pegaba en mi álbum. —¿Qué hacía su padre en el correo? ¿Era cartero? La palabra «cartero» me ofendió. Restaba importancia a los viajes de mi padre, a su valija gastada y cubierta con calcomanías de hoteles y de barcos, a sus horarios inciertos y a su cansancio. —Trabajaba en una sección especial. Viajaba para llevar ciertos paquetes y cartas importantes y urgentes. Con paso lento fue hasta la puerta y cambió el cartel «abierto» por «cerrado». La gatita lo seguía y se frotaba contra sus piernas, amenazando con hacerlo tropezar. —Debe saber que una vez que esto empieza, su vida cambia por completo. Capítulo nuevo. —No tengo vida. Nada que pueda perder. Me indicó una silla y me senté. —Siempre hay cosas para perder, además de la vida. ¿Por qué ha decidido venir con nosotros? —Porque poseen un saber que nadie más tiene. —¿Y está decidido a usar ese saber? —No pienso en otra cosa. —¿Cuántas veces planea…? —Una vez. —Nada ocurre una sola vez. Excepto nacer y morir, todo lo demás tiende a repetirse. Inclusive el matrimonio. —Esto no se va a repetir. —¿Una venganza? —Una venganza. El hombre suspiró. —Se lo hace una vez, una única vez… pero de pronto aparece un testigo. O alguna otra clase de complicación. Y entonces esa única vez se multiplica. —Estoy decidido a hacerlo una sola vez. Y si hay testigos, no importa. Cuando vaya a prisión… —…o a la horca… —…lo haré con la conciencia limpia de haber cumplido mi deber. El filatelista asintió, como si aprobara mis palabras. —Muchos vienen aquí por sus buenos sentimientos. Pero acaban haciendo de esto un modo de vida. Y deben poner sus buenos sentimientos entre paréntesis. —Por el momento tengo un solo nombre en mente. No quiero convertir la excepción en oficio. —¿Y ahí termina todo? ¿Una bala, unas gotas de veneno o el silbido de una cerbatana, y toda su vida queda resuelta? —Nada queda resuelto. Pero es un modo de empezar. Un acto de justicia. —Ah, los actos de justicia, los actos de justicia… Cuánta sangre nos ahorraríamos si existieran menos sentimientos puros acerca de la justicia… Me encogí de hombros. Yo era entonces muy joven, tenía la edad en la que uno se encoge de hombros, como una manera de señalar que todo aquello que la experiencia da y que uno ignora no tiene mayor importancia. —En cuanto al pago… Mostré unos billetes. Hizo un gesto con la mano, como si le hubiera mostrado algo abominable. —Cuando vaya a su primera clase, traiga su álbum de estampillas. Tal vez alguna me pueda ser útil. Servirá como pago. Eso, y algún trabajo que tal vez le encarguemos. Volvió a concentrarse en el sello, como si hubiera olvidado que yo estaba allí. —Y esa primera clase… ¿cuándo será? —le pregunté. —¿Lee los diarios? —Algunos días sí, otros no. —Le aconsejo que compre el diario durante los próximos días. En algún cine aparecerá anunciada la película El rubí del rajá. Habrá una sola función. Compre la entrada y ocupe una butaca. Cuando anuncien que la función se ha suspendido, permanezca en su lugar. —¿Hay que ir vestido de alguna forma en especial? —Por supuesto que no… Basta con no llamar la atención. Mi nombre es Cobler, por si alguna vez necesita preguntar por mí. Henry Cobler. —Soy Duncan… —Duncan Dix. He visto su nombre en el sobre. Me despidió con un gesto. Me puse el sombrero y salí a la calle.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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