martes, 13 de septiembre de 2016

Ignacio Padilla Cumpleaños. Carlos Fuentes.


Ignacio Padilla
Cumpleaños. Carlos Fuentes.
La cristología del tiempo
Ignacio Padilla

Si es verdad que la obra entera de Carlos Fuentes es una épica de la encarnación del tiempo en el espacio, Cumpleaños tendría por fuerza que ser su carta de batalla. En él confluyen no sólo las ideas que sobre el arte de narrar el tiempo el escritor ha acuñado y cultivado a lo largo de su fructífera vida creativa. También están allí, en bruto o en plenitud, sus técnicas, o por mejor decir, la técnica. Allí están los cómo y los por qué, el modus operandi del crimen fuentesiano contra las consciencias tranquilas del arte de la novela. Este librito inmenso exhibe las claves del estilo singular que el autor se ha inventado afanosamente para conseguir que la narrativa sea la única expresión del saber humano capaz de amigarse con y adelantarse a la física cuántica en su búsqueda por fijar de una buena vez y para siempre, más que el tiempo mismo, su caprichoso fluir.
Es sin embargo o por lo mismo un libro extraño, con frecuencia inconseguible, esquivo. Aun cuando guía, Cumpleaños está lejos de la simplicidad ajena a los recetarios o los instructivos de decodificación. Su propio autor, tan insistente a la hora desentrañar públicamente el papel de cada uno de sus libros como partes de una opera omnia balzaciana, apenas lo menciona. Y no lo hacen más sus críticos y sus lectores, que en este caso parecen unidos al autor por un tácito juramento de silencio. Una suerte de pudor colectivo envuelve esta obra. O acaso sea otra cosa, quizá una secrecía de índole iniciática. Durante años, el alquimista ha buscado en la sujeción del tiempo al espacio narrativo una panacea que es piedra filosofal que es la fuente de la eterna juventud: en el secreto del tiempo narrado se cifran los del saber, la inmortalidad y la absoluta síntesis. Los accidentes y resultados de tal búsqueda están en Cumpleaños, que es un mapa en sí mismo, un criptograma que se muerde la cola, como si el tesoro en el corazón del laberinto tuviese que ser al mismo tiempo su minotauro, el monstruo cuyo vencimiento es también parte de la revelación a la que defiende. Naturalmente, no cualquiera puede acceder a este conocimiento, no a cualquiera está reservado. De allí que la obra sea en buena medida un palimpsesto: la catábasis, el acceso al saber que nos mata como requisito para el renacimiento, debe ocurrir mediante un complejo y exigente descenso ad inferos. Y éste, qué duda cabe, lo es en el más sano y más puro sentido de la palabra.
* * *
Pocos autores como Carlos Fuentes conozco tan minuciosos y diestros en el difícil arte del epígrafe. Y el de Cumpleaños es tal vez uno de los más elocuentes. “Hambre de encarnación padece el tiempo”, anuncia el autor en voz del Octavio Paz de Ladera Este. Ésa y no otra es la carta de navegación del libro, aunque también lo había venido siendo para Fuentes desde mucho tiempo atrás, como ha seguido siéndolo desde entonces, adelantado veinte años a la teoría bajtiniana del cronotopo en la novela. Desde Aura, libro hermano de Cumpleaños, hasta los relatos de El naranjo, o los círculos del tiempo, pasando desde luego por La muerte de Artemio Cruz, por mencionar sólo los más explícitos en este orden, el narrador ha consagrado su inteligencia a agotar todas las posibilidades que puedan ofrecer el arte, la historia, la religión y la ciencia para desesclavizar al hombre de la muerte, que en Occidente no ha sido sino el impío sicario del tiempo. La reencarnación, la supuesta circularidad del tiempo, la especularidad y la permanencia del ser en la más absoluta intersubjetividad, el dominio inconsciente que de nuestro transcurrir hacemos en el mundo de los sueños, todo ha entrado y cabido en la obra de Fuentes, suma de una inteligencia que ha buscado obsesivamente nuestra liberación de las ataduras del antes, el ahora y el después.
Saciar el hambre que el tiempo tiene de encarnarse, y hacerla suya. ¿Cómo? En el verbo. Nunca una lección de la tradición judeocristiana había sido mejor asimilada y, al mismo tiempo, con tanto encono desmantelada. Si antes del tiempo estaba el verbo, narrar es la clave para domeñar, fijar y finalmente prevaricar la sucesión ordinaria de los acontecimientos. Pero esta asimilación requiere asimismo de una apostasía, una rebelión prometeica contra la lectura que del continuo espacio-tiempo nos han querido imponer dos mil años de accidentada exégesis cristiana. En Cumpleaños se explicita el rotundo no de Carlos Fuentes a las quimeras de esa línea recta que nos conduce de la Creación a un Apocalipsis que tiene más de psicotrópico, onírico y poético que de aceptable y cierto. Se trata entonces de un refinado non serviam, un rechazo que sin embargo no cierra los ojos a remirar los planteamientos originales con el claro propósito de reinventarlos a partir de sus más célebres paradojas.

Y es que en el fondo, la conclusión de Carlos Fuentes debiera resultarnos tan clara como familiar: si la tradición judeocristiana ha derivado en la postulación de un transcurrir rectilíneo, y la oriental descafeinada nos ha hecho creer en una circularidad sin remisión, resulta indispensable buscar una más creíble y esperanzadora visión del tiempo. La alternativa, por ende, debe hallarse en una noción más cercana a la de los gnósticos, para quienes el tiempo, necesariamente excéntrico en cuanto humano, existe de forma irregular, o a lo menos, en espiral. Y si es verdad que la espiral es la expresión finita de un proceso infinito, la narrativa en particular y el arte en general estarían por antonomasia destinados a ser la espiral del tiempo. Diseñar esta espiral como quien diseña una catedral es la misión que Carlos Fuentes se ha impuesto al escribir Cumpleaños.
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No deja de ser sugerente que Cumpleaños sea el libro de Carlos Fuentes más inmediato al turbulento 68. Un libro en apariencia apolítico, o inclusive impolítico. Un tratado, un criptograma elaborado cuando el mundo entero se sacudía en un presente tan intenso que apenas daba oportunidad de réplica. Bien visto, sin embargo, Cumpleaños tiene y da sentido justamente por la época en que ve la luz. En el año de su publicación, el irlandés Samuel Beckett recibía el Premio Nóbel, mientras Italo Calvino y E. M. Escher alcanzaban acaso el punto más alto de sus carreras creativas y de su popularidad. La física cuántica se encajaba en el palpitante corazón de la Guerra Fría, y tanto Julio Cortázar como Gabriel García Márquez, siempre de la mano de Carlos Fuentes, elaboraban sus correspondientes obras maestras sobre el tiempo soñado y el tiempo espiral. Más allá de la realidad sesentera, de la cual se ocupará más tarde, el novelista mexicano prefiere atender primero a los orígenes de lo sagrado que ante sus ojos van culminando en una violencia anunciada.

Fuente:
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0012/padilla/00padilla.html

domingo, 11 de septiembre de 2016

Salvador Novo. Grupo: Los Contemporáneos.


Conaculta rinde homenaje al poeta, cronista y dramaturgo Salvador Novo en el 107 aniversario de su natalicio

Comunicado No. 1531/2011
30 de julio de 2011
En 1967, Novo recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el ramo de Lingüística y Literatura


Si algo caracterizó el estilo del escritor Salvador Novo fue su defensa de la identidad y los valores mexicanos. Vinculado al grupo de los Contemporáneos, llamados así por participar en la revista del mismo nombre encargada de difundir las innovaciones del arte y la cultura en la sociedad mexicana de la primera mitad del siglo XX, Novo colaboró al lado de Carlos Chávez en el lanzamiento del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1947 y recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el ramo de Lingüística y Literatura en 1967.
Nacido el 30 de julio de 1904, Salvador Novo realizó sus primeros estudios en Chihuahua y Torreón, para regresar a la Ciudad de México en donde se tituló en la UNAM, en la facultad de Derecho y más tarde en la Facultad de Filosofía y Letras hizo sus estudios de maestro en lengua italiana.
Desde 1920 colaboró en revistas literarias y en 1924 fue uno de los redactores de las Lecturas clásicas para niños. Fue profesor en el Departamento de Idiomas Extranjeros de la Universidad Central, por su dominio del francés y el inglés.
A partir de su faceta como docente, surgieron textos como La educación literaria de los adolescentes (1928) y versos en lengua inglesa que publica bajo el título Seamen Rhymes.
En 1925 fue nombrado jefe del Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública. Ese mismo año se publicó su primer volumen de versos titulado XX Poemas y en 1927 dirigió con Xavier Villaurrutia la revista Ulises, conocida por ser precursora de la modernidad literaria.
Su obra poética pronto se distinguió por abordar los inventos modernos de inicios del siglo XX y el amor. En cuanto a su obra en prosa, sobresale Nuevo amor, uno de sus libros más importantes y reconocidos a nivel internacional editado en 1933 y Nueva grandeza mexicana, ensayo sobre la ciudad de México y sus alrededores publicado en 1946 que le hizo merecedor del título de “Cronista de la Ciudad de México".
Novo también destacó por sus cargos en la administración pública como jefe del departamento de publicidad de la Secretaria de Relaciones Exteriores y jefe del departamento de publicaciones de la Secretaría de Economía Nacional.
En 1945 escribió su autobiografía titulada La estatua de sal que fue publicada hasta 1998 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
De 1946 a 1952 dirigió las actividades teatrales en el Instituto Nacional de Bellas Artes y fue creador del proyecto cultural La Capilla que consistió en convertir una antigua capilla de hacienda en un teatro en el cual se estreno la obra italiana El presidente Heredia en 1953.
Entre sus obras como dramaturgo se encuentran Don Quijote (1947), La culta dama (1951) y Yocasta o casi (1961), una versión de la tragedia griega Edipo rey, a partir de la visión femenina.

A partir de 1965 su trabajo literario se concentró en la historia de México, uno de sus últimos títulos, Historia y leyenda de Coyoacán publicado en 1971, es una valiosa muestra de su interés por la crónica. Hasta su muerte acaecida el 13 de enero de 1974, publicó un extenso trabajo sobre la vida artística e intelectual de nuestro país bajo el título Los paseos de la Ciudad de México.

Fuente:
http://www.cultura.gob.mx/noticias/efemerides/14736-conaculta-rinde-homenaje-al-poeta-cronista-y-dramaturgo-salvador-novo-en-el-107-aniversario-de-su-natalicio.html

sábado, 10 de septiembre de 2016

Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo. Hemeroteca Literaria.


Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo.
Efe
sábado, 09 de enero de 2010, 13:53
Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo
Sevilla.- El profesor de Literatura Hilario Jiménez Gómez, que ha biografiado las relaciones personales y literarias de Lorca y Alberti en "La difícil compañía" (Renacimiento), ha asegurado a Efe que cuando se entrevistó con Alberti para este trabajo comprobó que "acabó creyéndose sus propias memorias".
"Alberti mentía mucho, pero inconscientemente" y sus memorias, agrupadas bajo el título de "La arboleda perdida", "las escribió cincuenta años después de los hechos, y eso un escritor de una gran imaginación como fue él", señala Jiménez Gómez, quien pone como ejemplo de inexactitud cómo Alberti contaba que conoció a Lorca.
Según los relatos memorialísticos del gaditano, Lorca le fue presentado por Gregorio Prieto, pero esto no es posible, según el biógrafo, porque se conserva una carta del propio Alberti a Prieto dándole cuenta de que acaba de ver a Lorca.
"Alberti confundía todo, fechas y lugares", asegura Jiménez Gómez, quien tras haber dedicado una tesis doctoral y varios años a investigar las relaciones y el epistolario de ambos poetas, asegura que las cartas que se cruzan Lorca y Alberti son "cartas paladinas, como las que se le escriben a un vecino, vacías".
"Lorca marcó siempre mucha distancia con Alberti, no le gustó nunca; y Alberti hablaba mal de Lorca a sus amigos, como hace por carta a José María de Cossio o a José María Chacón, cuando le llama 'Federica' o le trata con tremenda fobia, o cuando dice del granadino que es 'una niña que coge aceitunas' y que le ha enseñado mucho de botánica".
"Alberti y García Lorca. La difícil compañía" es un libro que aborda los doce años en que ambos poetas se conocieron, desde 1924 a 1936, si bien sólo tuvieron posibilidad de coincidir seis años -cuando Lorca no estaba en América, Alberti se encontraba en Europa- y constata que cuando el granadino fue asesinado "llevaban varios meses sin hablarse".
El desencadenante de este alejamiento final fue que Alberti y su esposa, María Teresa León, trataron de forzar a Lorca para que firmara manifiestos comunistas e ingresara en el PCE, a lo que el granadino se negó con rotundidad, lo que originó una agria discusión entre ambos poetas de la que fue testigo Dámaso Alonso, en Madrid.
Jiménez Gómez también habló con Pepín Bello, quien le constató que Alberti y Lorca nunca fueron amigos, y le aseguró que muchos se apartaban de Lorca por su extremo amaneramiento, una circunstancia que no hacía precisamente feliz al granadino.
El biógrafo de esta "difícil compañía" asegura que sus horas de charla con Alberti en sus últimos años de vida fueron "una experiencia bonita", pero que le reportaron pocos datos "porque se emocionaba; al hablar de Lorca decía 'lo estoy viendo ahora mismo' o aquello de 'tenían que haberme matado a mí en vez de a él'".
"Lo de la Generación del 27 como la 'Generación de la amistad' fue algo que alentaron todos ellos, pero nunca hubo amistad verdadera entre ninguno del grupo", asegura el biógrafo.
Antes al contrario, a Lorca y Alberti los azuzaban sus propios compañeros, desde Pedro Salinas y Jorge Guillén, que se referían a ellos como "gallitos", José Bergamín, que cargaba contra Lorca en cuanto podía, o el padre de todos ellos, Juan Ramón Jiménez, prefiriendo al gaditano.
El poeta Luis García Montero, en el prólogo de esta "difícil compañía", da otra vuelta de tuerca al afirmar: "Federico García Lorca y Rafael Alberti no fueron enemigos. Nada más y nada menos"; y añade: "los motivos de su celebrada cercanía se deben a tópicos de la crítica literaria y a la nostálgica elaboración de una mitología muy propia de la generación del 27".
"La rivalidad a la que se vieron sometidos desde el principio pudo haber tenido, y hubiese sido lógico según otros ejemplos, peores consecuencias", añade García Montero, para acabar su prólogo matizando: "Nunca hubo una amistad estrecha entre García Lorca y Alberti, pero sí respeto mutuo y conciencia de intereses estéticos y humanos compartidos".

Fuente:
http://www.lavozlibre.com/noticias/ampliar/31990/alberti-termino-creyendose-sus-propias-memorias-segun-su-biografo

jueves, 8 de septiembre de 2016

EL LABERINTO DEL VERDUGO. NOVELA. FRAGMENTO.


(2)
Cerca del Valle de las Muñecas.
Primera lectura de siete poemas del poeta Rodríguez Rosado.
 Apartamento de Beatriz Muriel Nigroponte. 7:00 p.m. Monólogos.

Estoy enferma y he recibido un regalo de JC. Me ha mandado una antología de la poesía mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX.
Es un período muy extraño en las letras mexicanas, según lo comenta Xavier Villaurrutia en el prólogo del libro. La antología se intitula: Los nocturnales. Antología de la poesía mexicana.
El libro está encuadernado en cuero negro y sus páginas son de papel vergé con tonos azulados. Es una edición de colección publicada entre 1940 y 1950, digo probable porque no se lee con claridad en la impresión el año de publicación.
JC me lo obsequió en una cajita barnizada de cocobolo marrón oscuro. En su interior la cajita está forrada con terciopelo de color bermellón. JC me mandó una nota diciéndome que el libro era de Sotheby’s, que los ingleses se lo ofrecieron a buen precio y que él entonces pensó en mí porque sabe que me gusta la poesía.
La antología recoge poetas de transición entre el parnasianismo francés de Leconte de Lisle hasta llegar al modernismo de Darío. Los poetas se autonombraron: “Los nocturnales”, que me parece bastante cursi, cómico y ridículo, pero sospecho que para la época era un supernombre.
En la antología está incluido el poeta Efrén Rebolledo que nombra Roberto Bolaño en su novela Los detectives salvajes, y están otros que no conocía, como Rafael Escudero, Antonio Domínguez Rojas; pero el que no he podido quitarme de la mente es el poeta Miguel Rodríguez Rosado, existe una selección de siete poemas suyos que los leo una y otra vez y se me vienen a la cabeza malos pensamientos, pensamientos trágicos, de muertes y de mujeres asesinadas.
Otras veces, los pensamientos son eróticos, de sensualidad y misterio, entonces se me hace una enorme confusión en mi mente, no sé qué pensar de lo que me sucede.
Los poemas me asustan pero me atraen y el estado mórbido de mi cuerpo exacerba mis sentidos.
El primer poema es el siguiente:

Ofrendas de sombras se derraman en ti
Como flores blancas.
Flor herida en llama oculta.

Avanza... ¿quién?
El vampiro, pulso débil en sangre.

Y en la alcoba se desata
En aleteo
En sueño
En boca
En luna
O en sol apagado.

El vampiro avanza desquiciado
Y con las turbias vocales de su tacto
Pronuncia tu nombre
Mientras acaricia melancólico tus cabellos
Ofreciéndote la semilla oscura de su llaga.

¿Lo oyes? En crespón nocturno
Y orlas blancas
Agita azogues, espejos de deseo;
Y a tus espaldas
Muerde tu cuello impostergado.

El poema tiene muchas claves y mucho de simbolismo hermético, que trato de interpretar...

Después que he leído el poema me he dormido con la antología entre mis manos, pero no ha sido un sueño reconfortante, que me sustente, al contrario, cuanto más me hundía en el sueño, en la otra cara de la realidad de este mundo, escuchaba a alguien recitar el poema del vampiro una y otra vez, era una voz casi de tenor. Hizo las pausas necesarias en las vocales y en los versos de un buen recitador y no atropellando el poema, porque muchas personas así lo hacen y parece más bien que están leyendo el periódico en voz alta.
En mi sueño estaba oscuro a mi alrededor, fue un sueño sin imágenes, fue un sueño de voces, nada más voces... la voz que recitaba el poema se me pareció a la voz de JC, pero desistí de la idea porque él no tiene una voz tan ronca y melodiosa a la vez, o si la tiene yo no me he dado cuenta.
Me desperté sobresaltada y demasiado agotada como si hubiera hecho la peregrinación a la Meca, a Santiago de Compostela o a la Virgen de los Ángeles...
Los poemas son su instrumento de perversión. Sospecho que JC me ha obsequiado la antología para torturarme, porque él sabe que yo sé quien es él.
No ha sido casualidad el encuentro con JC en el bufete... pienso tantas cosas y me invade el temor...

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una aproximación a "Terra Nostra" de Carlos Fuentes.


Una aproximación a «Terra Nostra» de Carlos Fuentes.
VÁZQUEZ MALDONADO, JOSÉ NOÉ: «Una aproximación a «Terra Nostra» de Carlos Fuentes».

Terra Nostra es una de las obras más importantes de Carlos Fuentes (1928-2012) y también una de las más difíciles en su lectura, en su análisis y en su comprensión. La novela, desde su publicación en 1975, ha sido objeto de diversas críticas y estudios debido a las facetas tan amplias que abarca en su narración. En 1977 la obra recibió el prestigioso premio Rómulo Gallegos. Desde entonces, los lectores y los distintos estudios literarios que se han hecho sobre la misma han contribuido a acrecentar el mito alrededor de la novela que es una de las más significativas de la literatura hispanoamericana.
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Hablar de Terra Nostra de Carlos Fuentes es referirse a una obra imposible por su dimensión, por su vastedad y por las facetas culturales que busca incluir; hablamos de una obra compleja en su ejecución y laboriosa en su lectura. La novela, que ha encontrado su lugar entre las grandes obras de la literatura del boom latinoamericano se centra en una exploración de las distintas vertientes históricas, sociales, artísticas, en lo particular, literarias, que forman el fenómeno de la hispanidad y sus consecuencias transculturales tanto en España como en Hispanoamérica. La novela es producto de algunos años de investigación y condensación de ciertas obsesiones vertidas en obras como Cambio de piel o Cervantes o la crítica de la lectura y fue publicada en 1975.
Se dice que la idea de escribir esta obra vino desde 1967 cuando Carlos Fuentes visitó por primera vez el Monasterio de El Escorial, construido por Felipe II. Todo indica que lo que Fuentes llegó a percibir de El Escorial, y lo refleja en su obra, es la inmovilidad, el aislamiento, la frialdad, la sobriedad, la austeridad, el ascetismo, la búsqueda de la inmortalidad, el culto a la muerte y la idea de una España sombría que da poco espacio a la vitalidad. El edificio en sí mismo contiene las claves para entender un proceso de transición que va dejando las sombras del Medioevo para adaptarse a los nuevos tiempos que propone el periodo Renacentista y las influencias del Humanismo así como las amenazas de la Reforma y la resistencia hacía la cultura árabe y judía. El Escorial propone un discurso religioso y político que promueve una España poderosa políticamente, una verdadera potencia mundial y es la estructura de este edificio construido con un gran sincretismo en donde el autor ve resumida la relación tensa y contradictoria entre España y los territorios conquistados.
El mito de la España de Felipe II, que Carlos Fuentes traza como punto de inicio de esta narrativa, está marcado por la idea de la intolerancia hacía aquello que representa una amenaza hacia el estado actual de las cosas; las guerras constantes para proteger la fe de las amenazas de la Reforma protestante; la creencia de ser una nación predestinada por Dios al dominio mundial; en Felipe II, la fascinación un tanto mórbida por la muerte y el coleccionismo desmesurado de reliquias; la censura de libros (la Inquisición española llegó a prohibir 33 mil títulos); la excesiva burocracia que caracterizó su gobierno (de ahí que se le llamara El Prudente); la obsesión por la pureza racial de los peninsulares (de ahí las investigaciones sobre el linaje de ciertos grupos).
Es en la España de Felipe II que surge el proyecto de una nación española, pura, católica, homogénea, hegemónica; dentro de un Imperio que hoy definiríamos como multicultural, un verdadero crisol de culturas que convergían en un Imperio sobre el que se decía, “no se ponía el sol”. El Imperio español crecía, no podía contenerse, hoy se diría que forma una hegemonía global. La Contrarreforma, el último baluarte contra la herejía protestante representaba una contradicción en un Imperio que se volvía multirracial, multinacional, plurireligioso y renacentista. Lo dice el personaje de Terra Nostra, Guzmán: “Señor, España ya no cabe en España”. Puede ser un estereotipo, una media verdad y una media mentira pero es la España oscurantista, contaminada por una leyenda negra que no favoreció la fama de sus gobernantes, la que al final se impuso como la visión de un reino cuyos vicios como el desprecio por el pensamiento racional, los esquemas dogmáticos, la fe ultramontana, la corrupción constante de los funcionarios públicos o el desdén por el trabajo físico pudieron permear la vida y el pensamiento de los territorios conquistados.
La obra novelística de Carlos Fuentes que tuvo como piedra fundacional La región más transparente, asumió como temáticas recurrentes la explicación, a través del recurso de la imaginación literaria, de la realidad hispanoamericana. Esta obra en su conjunto llamada La edad del tiempo trata de responder a la pregunta de lo que somos como nación, como herencia multicultural, como utopía social y política.

En ciertas obras como Cristóbal Nonato, concebida a la manera del Tristam Shandy de Sterne, se trata de explicar a un solo un individuo a través de una genealogía antropológica e histórica en donde no falta la exploración de la herencia cultural de cada mexicano, expresada en lenguaje, gustos, temperamento. Cristóbal va a nacer, pero eso no basta, hay que explicar el nacimiento de un mexicano, hay que referir la tremenda tensión cultural, existencial, fenomenológica, que supone tener esta nacionalidad. Cristóbal nace hacia atrás, hacia sus orígenes que le darán una identidad y no otra, una idiosincrasia por la que estará marcado el resto de su vida, pero al olvidar, no nace. Entre otras muchas constantes presentes en el conjunto de su obra podríamos mencionar esa obsesión recurrente alrededor de la traición del grupo político heredero de los logros sociales de la Revolución Mexicana que devino en un gobierno corrupto cuyos líderes se olvidaron del idealismo de su juventud; en obras como Las buenas conciencias o La muerte de Artemio Cruz el olvido de una identidad romántica, utópica y desinteresada marca el inicio de una muerte espiritual; vemos el tránsito hacia el desencanto cínico de la clase gobernante; observamos también la exploración social, económica e histórica de los distintos estratos de la realidad mexicana; la necesidad de incluir una polifonía de voces en su narrativa, rescatando el slang, los usos y las metamorfosis de lenguaje (es común en Fuentes el juego de palabras en inglés y en español); o bien, las distintas vertientes que justifican y vuelven comprensible un temperamento, una personalidad, una forma de ser como nación; la transfiguración y transmutación de una lengua vital como el castellano en un entorno multicultural, sitio de entrecruzamientos culturales; el saqueo cultural que busca ser incluyente y al mismo tiempo quiere crear síntesis y modelos que puedan sintetizar un hecho, un personaje, un lugar que, a fuerza de repetirse, crea una especie de patrón histórico, casi un determinismo (en la obra de Carlos Fuentes todo lo que está siendo “es” porque ya fue en algún otro momento o fue consecuencia de una suma de decisiones); como en la visión circular de Giambattista Vico, Carlos Fuentes suele buscar un casuística de la historia que da lugar a hechos concretos, causas que dan lugar a efectos predecibles que giran en círculos, sin llegar a un fin; una suma de eventos y personas que transmigran como diciendo: “estos somos nosotros, los que hacemos la Historia, siempre los mismos” (esto lo percibimos más notoriamente en Terra Nostra).
Terra Nostra es una geografía vastísima, es un territorio de entrecruzamientos donde confluyen ciertos niveles de intertextualidad que hacen que cada alusión y cada referencia, sea un símbolo, una señal plena de significado, expuesta con una intención incluyente, extensiva y exhaustiva, barroca. Concebida como novela total, posee el mismo linaje otras obras ambiciosas que son parte del boom latinoamericano como Paradiso de José Lezama Lima o El siglo de las luces de Alejo Carpentier, entre otras, entre las también podemos mencionar Hombres de maíz de Miguel Ángel Asturias. Estas obras tienen como característica una búsqueda de la cultura a través del agotamiento, de la explotación de yacimientos lingüísticos y culturales. En el caso de Terra Nostra, con sus abundante materiales, vemos la forma como dialogan los pueblos consigo mismos a través de sus tradiciones literarias. Notamos, por ejemplo, que la novela se nutre de los modelos lingüísticos y de las temáticas de obras como La celestina de Fernando de Rojas; El libro del buen amor del Arcipreste de Hita, El burlador de Sevilla y por supuesto, Cervantes, de quien la mayoría de los escritores son deudores. Esta intertextualidad hace que la novela sea leída como una especie de palimpsesto en la que se hallan sobrescritas, unas encima de otras, la herencia greco romana, la Contrarreforma, la influencia humanística de Erasmo de Rotterdam, en suma, los distintos sustratos de la obra que son una arqueología de la cultura hispánica y las tradiciones que la han formado. Notaremos así mismo, el influjo de otras culturas que fueron negadas por la tradición católica de la España de aquel tiempo; el pensamiento de intelectuales como Américo Castro y José Ortega y Gasset de los que Carlos Fuentes retomó la importancia del sistema de creencias de los pueblos y sus valores espirituales.

Para estos intelectuales no basta la razón y las ciencias naturales para explicar la dimensión y la experiencia humana, no se deben subestimar el conocimiento de la imaginación y la esencia mitológica e irracional que mueve los pueblos, es decir, sus creencias, sus tradiciones. Fue a partir de la lectura de estos dos filósofos que Carlos Fuentes empezó a estudiar el conocimiento del raigambre medieval heterodoxo como el relacionado con tradición arábiga y judía, que en medio de la opresión de una Iglesia secuestrada por el fundamentalismo de la Contrarreforma, representaban una opción liberadora.
En Cristóbal Nonato se advierte la necesidad de justificar una personalidad con la herencia de sus antecesores; pero esta herencia es la que moldea una sola personalidad y es donde se advierte el peso de la historia sobre el individuo, más que su descripción psicológica, su descripción fenomenológica. Esto lo supo ver Milan Kundera en su ensayo Terra Nova, Terra Nostra en donde analiza, a partir de la novela de Hermann Broch, Los sonámbulos a un personaje de nombre Esch al que el autor describe: “Esch era un rebelde. Esch era rebelde como lo había sido Lutero”. A partir de ese momento se le ha dado a un solo individuo la increíble tensión que supone estar inserto en la Historia, Esch, para el lector de Terra Nostra, no es como Lutero, sino que podrá decirse que “Esch es Lutero”. Es decir, la prolongación de una sola personalidad que se repite en cada rebelde que aparece en la Historia. Para Carlos Fuentes “una vida no basta para completar una sola personalidad”.
Decir que un escritor, cualquiera, es Borges tiene sentido si hemos leído Pierre Menard, autor del Quijote. Borges prefería creer que “somos, agradablemente, los otros”. No hace mucho encontré un artículo de Juan Villoro titulado ¿Por qué soy Borges?, quisiera recuperar la frase con al que remata su escrito: “un caos de dobles que buscan su original en un texto”. Borges busca a Borges en la historia de la literatura y, como Pierre Menard, interpreta para crear; a veces la interpretación (como describe Harold Bloom) resulta defectuosa y surge el autor original, el doble del Otro que, como modelo de personalidad, es el mismo. En alguna de las biografías de Borges que leí, recuerdo que se narraba que en su juventud bromeaba un poco con una amiga que recientemente había extraviado un perro que no lograba encontrar, Borges jugaba con la idea de que no había razón para preocuparse ya que cualquiera podía ser ese perro; era un simple modelo, un arquetipo o paradigma que incluía a todos los individuos de la misma especie. Si recordamos el cuento El puñal notamos como sugiere la idea de que un objeto puede ser todos los que le precedieron:
“El puñal que anoche mató en Tacuarembó y los puñales que mataron a César, es, de algún modo el mismo”.
El Terra Nostra advertimos un juego parecido en donde diversas personalidades pueden confluir en una sola, sin necesidad de individualizarla, es decir, sintetizar en un solo personaje a muchos estereotipos ya sea que tengan una existencia histórica o sean productos de la imaginación literaria. ¿Por qué no pensar que Fernando de Aragón es Don Juan? Realizar la misma operación de Daudet que hace confluir en Tartarín al Quijote y a Sancho. Pensar, por ejemplo, que Sor Juana es Santa Teresa de Ávila o Doña Inés de La Celestina y el personaje de Celestina en la novela de Fuentes será cualquier bruja, campesina o trotera que nos haya existido. Si pensamos en los Reyes de España notamos que al referirse a cualquiera de ellos se habla sobre El Señor, su contraparte real puede ser cualquier monarca español: Felipe II, Carlos V, Carlos II, e incluso un dictador como Francisco Franco. El personaje de Guzmán puede ser Maquiavelo, Mazarino, Richelieu. Los ecos borgianos son notorios: cualquier hombre puede ser todos los hombres, cualquier escritor puede ser todos los anteriores. Pierre Menard deberá transmigrar, convertirse en Cervantes y sentirse como él, para poder reescribir El Quijote palabra por palabra.
Terra Nostra es narrada por sus personajes quienes hacen monólogos como por ejemplo, el de Joanna Regina, la reina loca y trotamundos quien viajará constantemente con el cadáver de su marido el rey difundo Felipe El Hermoso y su fiel criada, la enana Barbarica. Narra como personaje-relato, su manera de hablar es explosiva y revela las influencias de la novela arábiga, del cuento interminable cuyo linaje es posible rastrearlo hasta en la Scherezada de Las mil y una noches y ahí es donde entra la participación necesaria del lector que suma su cultura y sus códigos hacia esos niveles de intertextualidad que propone Carlos Fuentes: el autor sabe que el lector sabe que los monólogos de Joanna Regina son también, de alguna manera, el monólogo de Molly Bloom, como en ese torrente de lujuria verbal rabelesiana, agota hasta lo posible las comparaciones, las alegorías y las metáforas para terminar diciendo incluso algo parecido al personaje de Joyce: “Sí, sí”. Ecos de ese monólogo también están en la intensa borrachera verbal hecha de fantasías totalizadoras y de una sed constante de referir del personaje de la novela de Fernando del Paso en Noticias del Imperio, Carlota de Bélgica, emperatriz mexicana, consorte Maximiliano de Habsburgo, loca de amor y recluida en el castillo de Bouchot. Ecos muchos más actuales de la influencia de una narradora omnisciente que cuenta sus historias desde la insensatez y la locura los vemos en una máquina ficticia capaz de tramar verbalmente la realidad que nos toca vivir en la novela de Ricardo Pilgua Ciudad Ausente que refleja una influencia notoria del Ulyses y del Finnegan´s Wake. La Maquina de Narrar que propone Piglia combinará aleatoriamente las palabras para narrar todos los cuentos de Borges e incluso la misma novela pigliana que leemos en ese momento.
Hay una lectura histórica en la obra de Diego de Silva y Velázquez, que también Michel Foucault supo valorar, la lectura de los espejos en la historia, la comprensión del “yo” y del “otro” en los que el espectador-lector participaría, se sentiría incluido en ese juego de correspondencias que busca incluirnos a todos en un juego de reflejos, hablo del cuadro Las meninas del que Terra Nostra hace referencias indirectas pero constantes. En Gringo Viejo, Carlos Fuentes hace contemplarse en el espejo a las personas cercanas al general Arroyo, “Miren, somos nosotros”. Ese “nosotros”, no podemos olvidarlo ni obviarlo, es el muralismo mexicano que, impulsado por José Vasconcelos le dio presencia a una pueblo que se consideraba segregado y apartado del devenir social y político, marginado de toda participación y repercusión en los cambios de un país. Son esos murales como Sueño de una tarde dominical en la Alameda central de Diego Rivera donde podemos contemplarnos como nación y decir: “Somos nosotros”. Pero también es el espejo en donde Quetzalcóatl contempla su vergüenza e inicia su destierro para no volver nunca más. En Las meninas vemos pintar a Velázquez a los reyes Habsburgo, pero también nos mira a nosotros que lo miramos a él, y observamos el espejo que está atrás del pintor en donde esperamos vernos a nosotros, luego el resto del cuadro. Entramos en el cuadro del pintor como una forma de corresponder a una invitación hecha desde la misma confección del mismo. Terra Nostra busca crear un juego de correspondencias parecido en donde abundarán los juegos de espejos, los reversos, los anversos, las contradicciones, las semejanzas que nos unen y nos otorgan una identidad, la impostura de lo Otro que negamos pero que también termina por imbuirnos de su personalidad.

Como en muchas de sus novelas, Carlos Fuentes pretendió explicar un destino, un devenir, y una identidad a través de la Historia y el conocimiento de la imaginación y de los mitos que, más que explicar una realidad la ponen enfrente. El poder de una obra como Terra Nostra radica en exponer a través de una sucesión de alegorías y símbolos, las razones que nos convierten en una nación o grupo de naciones, describiendo la naturaleza de nuestros vicios, nuestros grandes defectos como país o nuestra forma de pensarnos a nosotros mismos. Como Mario Vargas Llosa cuando se pregunta en Conversación en la catedral sobre el origen de un Perú pauperizado, corrupto, formado una masa poblacional semi-analfabeta, marginal e ignorante; la obra novelística de Carlos Fuentes se pregunta lo mismo para el caso de México.
¿Cuándo empezó a joderse México o Latinoamérica? ¿Hubo alguna vez una opción de crear una historia distinta? ¿Era factible? ¿Es necesaria una Historia diferente y no la que vivimos como aprendizaje constante, con sus disyuntivas a resolver, con sus diferencias a zanjar? ¿Es necesario sobreponernos a nuestra herencia hispánica? ¿Es necesario borrar la Historia de lo que somos en aras de una nueva tradición? ¿Hasta qué punto nuestras tradiciones nos perjudican o nos benefician? En Terra Nostra veremos ese choque aparatoso entre distintas utopías y proyectos. De ahí que la obra abarque también una lectura social y política.
La novela de Carlos Fuentes abarca tres mundos, tres formas de trastocar y exponer una realidad: El Viejo Mundo, el Mundo Nuevo y el Otro Mundo, la exposición de esos tres mundos quiere abarcar la complejidad de una identidad que forma lo que el autor alguna vez llegó a describir de la siguiente manera:
“¿Qué nombre nos nombra entonces? ¿Qué resumen lingüístico nos une y reúne? ¿Qué título, simplificándonos, da cuenta verdadera de nuestra complejidad? He venido proponiendo un nombre que nos abarca en lengua e imaginación, sin sacrificar variedad o sustancia. Somos el territorio de La Mancha. Mancha manchega que convierte el Atlántico en puente, no en abismo. Mancha manchada de pueblos mestizos. Luminosa sombra incluyente. Nombre de una lengua e imaginación compartidas. Territorios de La Mancha, el más grande país del mundo”.
Enorme fresco que resume la hispanidad, la latina, la árabe, la judía, las americana en sincretismo con sus etnias y la cultura precolombina; novela de los sueños que engendran conquista y territorio; obra de las identidades compartidas: no se vale decir que “dimos algo”, no se vale decir que “nos dieron algo”, somos nosotros, fundidos en la hispanidad; carnaval de paradigmas culturales que definen una civilización; compendio de arquetipos literarios, pictóricos, arquitectónicos; vastísimo sueño lingüístico donde confluyen las realidades históricas y las interpretaciones literarias; novela de las ideas y de sus actos, de la Historia y de sus monstruos, de la Identidad y de las identidades que nos nombran; novela de la disyuntiva ante un futuro y otro, ante una visión incluyente, abierta y tolerante de la sociedad y una visión cerrada, conservadora, excluyente; obra de la dialéctica constante entre el pensamiento ortodoxo y heterodoxo; novela de los espejos que nos ven y los espejos donde nos contemplamos como raza, como tradición y como cultura, de las imágenes que nos revelan y nos dicen quienes somos. Novela de extensos escenarios. Novela de las apariencias como sombras, como engaños. En Terra Nostra converge la utopía como sueño de existencia nueva, de renovación y nuevos comienzos, aires de libertad, y también, del sueño de muerte que se nos propone como una forma de perpetuación y de inmovilidad eterna. Ambas seducciones validas, ambas definirán la historia de una España contradictoria. Novela de la tradición y del re-encuentro con una tradición que nos otorgue un cimiento para ver el futuro. Novela de la cultura y de la búsqueda de una cultura como reafirmación y ejercicio de memoria. Somos nosotros, la literatura nos dirá entonces: “Recordemos juntos”.

Fuente:
VÁZQUEZ MALDONADO, JOSÉ NOÉ: «Una aproximación a «Terra Nostra» de Carlos Fuentes». Publicado el 6 de marzo de 2015 en Mito | Revista Cultural nº.19 Marzo 2015. URL: http://revistamito.com/una-aproximacion-terra-nostra-de-carlos-fuentes/

martes, 6 de septiembre de 2016

CUADERNO SAN MARTÍN (1929). Jorge Luis Borges.


CUADERNO SAN MARTÍN
  (1929)
As to an occasional copy of verses, there are few men who have leisure to read, and are possessed of any music in their souls, who are not capable of versifying on some ten or twelve occasions during their natural lives: at a proper conjunction of the stars. There is no harm in taking advantage of such occasions.
  FITZGERALD,
 en una carta a Bernard Barton (1842)


  PRÓLOGO

  He hablado mucho, he hablado demasiado, sobre la poesía como brusco don del Espíritu, sobre el pensamiento como una actividad de la mente; he visto en Verlaine el ejemplo de puro poeta lírico; en Emerson, de poeta intelectual. Creo ahora que en todos los poetas que merecen ser releídos ambos elementos coexisten. ¿Cómo clasificar a Shakespeare o a Dante?
  En lo que se refiere a los ejercicios de este volumen, es notorio que aspiran a la segunda categoría. Debo al lector algunas observaciones. Ante la indignación de la crítica, que no perdona que un autor se arrepienta, escribo ahora «Fundación mítica de Buenos Aires» y no «Fundación mitológica», ya que la última palabra sugiere macizas divinidades de mármol. Esta composición, por lo demás, es fundamentalmente falsa. Edimburgo o York o Santiago de Compostela pueden mentir eternidad; no así Buenos Aires, que hemos visto brotar de un modo esporádico, entre los huecos y los callejones de tierra.
  Las dos piezas de «Muertes de Buenos Aires» –título que debo a Eduardo Gutiérrez– imperdonablemente exageran la connotación plebeya de la Chacarita y la connotación patricia de la Recoleta. Pienso que el énfasis de «Isidoro Acevedo» hubiera hecho sonreír a mi abuelo. Fuera de «Llaneza», «La noche que en el Sur lo velaron» es acaso el primer poema auténtico que escribí.
  J. L. B.
 Buenos Aires, 1969


  FUNDACIÓN MÍTICA DE BUENOS AIRES

  ¿Y fue por este río de sueñera y de barro
  que las proas vinieron a fundarme la patria?
  Irían a los tumbos los barquitos pintados
  entre los camalotes de la corriente zaina.
  Pensando bien la cosa, supondremos que el río
  era azulejo entonces como oriundo del cielo
  con su estrellita roja para marcar el sitio
  en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
  Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
  por un mar que tenía cinco lunas de anchura
  y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
  y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
  Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
  durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
  pero son embelecos fraguados en la Boca.
  Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
  Una manzana entera pero en mitá del campo
  expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
  La manzana pareja que persiste en mi barrio:
  Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
  Un almacén rosado como revés de naipe
  brilló y en la trastienda conversaron un truco;
  el almacén rosado floreció en un compadre,
  ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
  El primer organito salvaba el horizonte
  con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
  El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
  algún piano mandaba tangos de Saborido.
  Una cigarrería sahumó como una rosa
  el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
  los hombres compartieron un pasado ilusorio.
  Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
  A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
  la juzgo tan eterna como el agua y el aire.

  ELEGÍA DE LOS PORTONES

  A Francisco Luis Bernárdez



  Barrio Villa Alvear: entre las calles Nicaragua, Arroyo Maldonado, Canning y Rivera. Muchos terrenos baldíos existen aún y su importancia es reducida.


  MANUEL BILBAO, Buenos Aires, 1902

  Ésta es una elegía
  de los rectos portones que alargaban su sombra
  en la plaza de tierra.
  Ésta es una elegía
  que se acuerda de un largo resplandor agachado
  que los atardeceres daban a los baldíos.
  (En los pasajes mismos había cielo bastante
  para toda una dicha
  y las tapias tenían el color de las tardes.)
  Ésta es una elegía
  de un Palermo trazado con vaivén de recuerdo
  y que se va en la muerte chica de los olvidos.
  Muchachas comentadas por un vals de organito
  o por los mayorales de corneta insolente
  de los 64,
  sabían en las puertas la gracia de su espera.
  Había huecos de tunas
  y la ribera hostil del Maldonado
  –menos agua que barro en la sequía–
  y zafadas veredas en que flameaba el corte
  y una frontera de silbatos de hierro.
  Hubo cosas felices,
  cosas que sólo fueron para alegrar las almas:
  el arriate del patio
  y el andar hamacado del compadre.
  Palermo del principio, vos tenías
  unas cuantas milongas para hacerte valiente
  y una baraja criolla para tapar la vida
  y unas albas eternas para saber la muerte.
  El día era más largo en tus veredas
  que en las calles del Centro,
  porque en los huecos hondos se aquerenciaba el cielo.
  Los carros de costado sentencioso
  cruzaban tu mañana
  y eran en las esquinas tiernos los almacenes
  como esperando un ángel.
  Desde mi calle de altos (es cosa de una legua)
  voy a buscar recuerdos a tus calles nocheras.
  Mi silbido de pobre penetrará en los sueños
  de los hombres que duermen.
  Esa higuera que asoma sobre una parecita
  se lleva bien con mi alma
  y es más grato el rosado firme de tus esquinas
  que el de las nubes blandas.

  CURSO DE LOS RECUERDOS

  Recuerdo mío del jardín de casa:
  vida benigna de las plantas,
  vida cortés de misteriosa
  y lisonjeada por los hombres.
  Palmera la más alta de aquel cielo
  y conventillo de gorriones;
  parra firmamental de uva negra,
  los días del verano dormían a tu sombra.
  Molino colorado:
  remota rueda laboriosa en el viento,
  honor de nuestra casa, porque a las otras
  iba el río bajo la campanita del aguatero.
  Sótano circular de la base
  que hacías vertiginoso el jardín,
  daba miedo entrever por una hendija
  tu calabozo de agua sutil.
  Jardín, frente a la verja cumplieron sus caminos
  los sufridos carreros
  y el charro carnaval aturdió
  con insolentes murgas.
  El almacén, padrino del malevo,
  dominaba la esquina;
  pero tenías cañaverales para hacer lanzas
  y gorriones para la oración.
  El sueño de tus árboles y el mío
  todavía en la noche se confunden
  y la devastación de la urraca
  dejó un antiguo miedo en mi sangre.
  Tus contadas varas de fondo
  se nos volvieron geografía;
  un alto era «la montaña de tierra»
  y una temeridad su declive.
  Jardín, yo cortaré mi oración
  para seguir siempre acordándome:
  voluntad o azar de dar sombra
  fueron tus árboles.

  ISIDORO ACEVEDO

  Es verdad que lo ignoro todo sobre él
  –salvo los nombres de lugar y las fechas:
  fraudes de la palabra–
  pero con temerosa piedad he rescatado su último día,
  no el que los otros vieron, el suyo,
  y quiero distraerme de mi destino para escribirlo.
  Adicto al diálogo ladino del truco,
  alsinista y nacido del buen lado del Arroyo del Medio,
  comisario de frutos del país en el mercado antiguo del Once,
  comisario de la tercera,
  se batió cuando Buenos Aires lo quiso
  en Cepeda, en Pavón y en la playa de los Corrales.
  Pero mi voz no debe asumir sus batallas,
  porque él se las llevó en un sueño final.
  Porque lo mismo que otros hombres escriben versos
  hizo mi abuelo un sueño.
  Cuando una congestión pulmonar lo estaba arrasando
  y la inventiva fiebre le falseó la cara del día,
  congregó los archivos de su memoria
  para fraguar su sueño.
  Esto aconteció en una casa de la calle Serrano,
  en el verano ardido del novecientos cinco.
  Soñó con dos ejércitos
  que entraban en la sombra de una batalla;
  enumeró los comandos, las banderas, las unidades.
  «Ahora están parlamentando los jefes», dijo en voz que le oyeron
  y quiso incorporarse para verlos.
  Hizo leva de pampa:
  vio terreno quebrado para que pudiera aferrarse la infantería
  y llanura resuelta para que el tirón de la caballería fuera
  [invencible.

  Hizo una leva última,
  congregó los miles de rostros que el hombre sabe, sin saber,
  [después de los años:

  caras de barba que se estarán desvaneciendo en daguerrotipos,
  caras que vivieron junto a la suya en el puente Alsina y Cepeda.
  Entró a saco en sus días
  para esa visionaria patriada que necesitaba su fe, no que una
  [flaqueza le impuso;

  juntó un ejército de sombras ecuestres
  para que lo mataran.
  Así, en el dormitorio que miraba al jardín,
  murió en un sueño por la patria.
  En metáfora de viaje me dijeron su muerte; no la creí.
  Yo era chico, yo no sabía entonces de muerte, yo era inmortal;
  yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz.

  LA NOCHE QUE EN EL SUR LO VELARON

  A Letizia Álvarez de Toledo

  Por el deceso de alguien
  –misterio cuyo vacante nombre poseo y cuya realidad no
  [abarcamos–

  hay hasta el alba una casa abierta en el Sur,
  una ignorada casa que no estoy destinado a rever,
  pero que me espera esta noche
  con desvelada luz en las altas horas del sueño,
  demacrada de malas noches, distinta,
  minuciosa de realidad.
  A su vigilia gravitada en muerte camino
  por las calles elementales como recuerdos,
  por el tiempo abundante de la noche,
  sin más oíble vida
  que los vagos hombres de barrio junto al apagado almacén
  y algún silbido solo en el mundo.
  Lento el andar, en la posesión de la espera,
  llego a la cuadra y a la casa y a la sincera puerta que busco
  y me reciben hombres obligados a gravedad
  que participaron de los años de mis mayores,
  y nivelamos destinos en una pieza habilitada que mira al patio
  –patio que está bajo el poder y en la integridad de la noche–
  y decimos, porque la realidad es mayor, cosas indiferentes
  y somos desganados y argentinos en el espejo
  y el mate compartido mide horas vanas.
  Me conmueven las menudas sabidurías
  que en todo fallecimiento se pierden
  –hábito de unos libros, de una llave, de un cuerpo entre los otros–.
  Yo sé que todo privilegio, aunque oscuro, es de linaje de milagro
  y mucho lo es el de participar en esta vigilia,
  reunida alrededor de lo que no se sabe: del muerto,
  reunida para acompañar y guardar su primera noche en la
  [muerte.
  (El velorio gasta las caras;
  los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús.)
  ¿Y el muerto, el increíble?
  Su realidad está bajo las flores diferentes de él
  y su mortal hospitalidad nos dará
  un recuerdo más para el tiempo
  y sentenciosas calles del Sur para merecerlas despacio
  y brisa oscura sobre la frente que vuelve
  y la noche que de la mayor congoja nos libra:
  la prolijidad de lo real.

  MUERTES DE BUENOS AIRES

 I
 LA CHACARITA


  Porque la entraña del cementerio del Sur
  fue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;
  porque los conventillos hondos del Sur
  mandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires
  y porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte,
  a paladas te abrieron
  en la punta perdida del Oeste,
  detrás de las tormentas de tierra
  y del barrial pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores.
  Allí no había más que el mundo
  y las costumbres de las estrellas sobre unas chacras,
  y el tren salía de un galpón en Bermejo
  con los olvidos de la muerte:
  muertos de barba derrumbada y ojos en vela,
  muertas de carne desalmada y sin magia.
  Trapacerías de la muerte –sucia como el nacimiento del hombre–
  siguen multiplicando tu subsuelo y así reclutas
  tu conventillo de ánimas, tu montonera clandestina de huesos
  que caen al fondo de tu noche enterrada
  lo mismo que a la hondura de un mar,
  hacia una muerte sin inmortalidad y sin honra.
  Una dura vegetación de sobras en pena
  hace fuerza contra tus paredones interminables
  cuyo sentido es perdición,
  y convencidas de mortalidad las orillas
  apuran su caliente vida a tus pies
  en calles traspasadas por una llamarada baja de barro
  o se aturden con desgano de bandoneones
  o con balidos de cornetas sonsas en carnaval.
  (El fallo de destino más para siempre,
  que dura en mí lo escuché esa noche en tu noche
  cuando la guitarra bajo la mano del orillero
  dijo lo mismo que las palabras, y ellas decían:
  La muerte es vida vivida,
  la vida es muerte que viene;
  la vida no es otra cosa
  que muerte que anda luciendo.)
  Mono del cementerio, la Quema
  gesticula advenediza muerte a tus pies.
  Gastamos y enfermamos la realidad: 210 carros
  infaman las mañanas, llevando
  a esa necrópolis de humo
  las cotidianas cosas que hemos contagiado de muerte.
  Cúpulas estrafalarias de madera y cruces en alto
  se mueven –piezas negras de un ajedrez final– por tus calles
  y su achacosa majestad va encubriendo
  las vergüenzas de nuestras muertes.
  En tu disciplinado recinto
  la muerte es incolora, hueca, numérica;
  se disminuye a fechas y a nombres,
  muertes de la palabra.
  Chacarita:
  desaguadero de esta patria de Buenos Aires, cuesta final,
  barrio que sobrevives a los otros, que sobremueres,
  lazareto que estás en esta muerte no en la otra vida,
  he oído tu palabra de caducidad y no creo en ella,
  porque tu misma convicción de angustia es acto de vida
  y porque la plenitud de una sola rosa es más que tus mármoles.
 II
 LA RECOLETA


  Aquí es pundonorosa la muerte,
  aquí es la recatada muerte porteña,
  la consanguínea de la duradera luz venturosa
  del atrio del Socorro
  y de la ceniza minuciosa de los braseros
  y del fino dulce de leche de los cumpleaños
  y de las hondas dinastías de patios.
  Se acuerdan bien con ella
  esas viejas dulzuras y también los viejos rigores.
  Tu frente es el pórtico valeroso
  y la generosidad de ciego del árbol
  y la dicción de pájaros que aluden, sin saberla, a la muerte
  y el redoble, endiosador de pechos, de los tambores
  en los entierros militares;
  tu espalda, los tácitos conventillos del Norte
  y el paredón de las ejecuciones de Rosas.
  Crece en disolución bajo los sufragios de mármol
  la nación irrepresentable de muertos
  que se deshumanizaron en tu tiniebla
  desde que María de los Dolores Maciel, niña del Uruguay
  –simiente de tu jardín para el cielo–
  se durmió, tan poca cosa, en tu descampado.
  Pero yo quiero demorarme en el pensamiento
  de las livianas flores que son tu comentario piadoso
  –suelo amarillo bajo las acacias de tu costado,
  flores izadas a conmemoración en tus mausoleos–
  y en el porqué de su vivir gracioso y dormido
  junto a las atroces reliquias de los que amamos.
  Dije el enigma y diré también su palabra:
  siempre las flores vigilaron la muerte,
  porque siempre los hombres incomprensiblemente supimos
  que su existir dormido y gracioso
  es el que mejor puede acompañar a los que murieron
  sin ofenderlos con soberbia de vida,
  sin ser más vida que ellos.

  A FRANCISCO LÓPEZ MERINO

  Si te cubriste, por deliberada mano, de muerte,
  si tu voluntad fue rehusar todas las mañanas del mundo,
  es inútil que palabras rechazadas te soliciten,
  predestinadas a imposibilidad y a derrota.
  Sólo nos queda entonces
  decir el deshonor de las rosas que no supieron demorarte,
  el oprobio del día que te permitió el balazo y el fin.
  ¿Qué sabrá oponer nuestra voz
  a lo confirmado por la disolución, la lágrima, el mármol?
  Pero hay ternuras que por ninguna muerte son menos:
  las íntimas, indescifrables noticias que nos cuenta la música,
  la patria que condesciende a higuera y aljibe,
  la gravitación del amor, que nos justifica.
  Pienso en ellas y pienso también, amigo escondido,
  que tal vez a imagen de la predilección, obramos la muerte,
  que la supiste de campanas, niña y graciosa,
  hermana de tu aplicada letra de colegial,
  y que hubieras querido distraerte en ella como en un sueño.
  Si esto es verdad y si cuando el tiempo nos deja,
  nos queda un sedimento de eternidad, un gusto del mundo,
  entonces es ligera tu muerte,
  como los versos en que siempre estás esperándonos,
  entonces no profanarán tu tiniebla
  estas amistades que invocan.

  BARRIO NORTE

  Esta declaración es la de un secreto
  que está vedado por la inutilidad y el descuido,
  secreto sin misterio ni juramento
  que sólo por la indiferencia lo es:
  hábitos de hombres y de anocheceres lo tienen,
  lo preserva el olvido, que es el modo más pobre del misterio.
  Alguna vez era una amistad este barrio,
  un argumento de aversiones y afectos, como las otras cosas de
  [amor;

  apenas si persiste esa fe
  en unos hechos distanciados que morirán:
  en la milonga que de las Cinco Esquinas se acuerda,
  en el patio como una firme rosa bajo las paredes crecientes,
  en el despintado letrero que dice todavía La Flor del Norte,
  en los muchachos de guitarra y baraja del almacén,
  en la memoria detenida del ciego.
  Ese disperso amor es nuestro desanimado secreto.
  Una cosa invisible está pereciendo del mundo,
  un amor no más ancho que una música.
  Se nos aparta el barrio,
  los balconcitos retacones de mármol no nos enfrentan cielo.
  Nuestro cariño se acobarda en desganos,
  la estrella de aire de las Cinco Esquinas es otra.
  Pero sin ruido y siempre,
  en cosas incomunicadas, perdidas, como lo están siempre las cosas,
  en el gomero con su veteado cielo de sombra,
  en la bacía que recoge el primer sol y el último,
  perdura ese hecho servicial y amistoso,
  esa lealtad oscura que mi palabra está declarando:
  el barrio.

  EL PASEO DE JULIO

  Juro que no por deliberación he vuelto a la calle
  de alta recova repetida como un espejo,
  de parrillas con la trenza de carne de los Corrales,
  de prostitución encubierta por lo más distinto: la música.
  Puerto mutilado sin mar, encajonada racha salobre,
  resaca que te adheriste a la tierra: paseo de Julio,
  aunque recuerdos míos, antiguos hasta la ternura, te sepan
  nunca te sentí patria.
  Sólo poseo de ti una deslumbrada ignorancia,
  una insegura propiedad como la de los pájaros en el aire,
  pero mi verso es de interrogación y de prueba
  y para obedecer lo entrevisto.
  Barrio con lucidez de pesadilla al pie de los otros,
  tus espejos curvos denuncian el lado de fealdad de las caras,
  tu noche calentada en lupanares pende de la ciudad.
  Eres la perdición fraguándose un mundo
  con los reflejos y las deformaciones del nuestro;
  sufres de caos, adoleces de irrealidad,
  te empeñas en jugar con naipes raspados la vida;
  tu alcohol mueve peleas,
  tus adivinas interrogan envidiosos libros de magia.
  ¿Será porque el infierno es vacío
  que es espuria tu misma fauna de monstruos
  y la sirena prometida por ese cartel es muerta y de cera?
  Tienes la inocencia terrible
  de la resignación, del amanecer, del conocimiento,
  la del espíritu no purificado, borrado
  por los días del destino
  y que ya blanco de muchas luces, ya nadie,
  sólo codicia lo presente, lo actual, como los hombres viejos.
  Detrás de los paredones de mi suburbio, los duros carros
  rezarán con varas en alto a su imposible dios de hierro y de polvo,
  pero ¿qué dios, qué ídolo, que veneración la tuya, paseo de Julio?
  Tu vida pacta con la muerte;
  toda felicidad, con sólo existir, te es adversa.
Fuente:
   PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, SEPTIEMBRE 2012
  Copyright © 1995 por María Kodama
  Todos los derechos reservados. Publicado en los Estados Unidos de América por Vintage Español, una división de Random House, Inc., Nueva York, y en Canadá por Random House of Canada Limited, Toronto.
 Esta edición fue originalmente publicada en España por Random House Mondadori, S. A., Barcelona, en 2011. Copyright de la presente edición en castellano para todo el mundo excepto EE.UU. © 2011 por Random House Mondadori, S. A.
  Vintage es una marca registrada y Vintage Español y su colofón son marcas de Random House, Inc.
  Información de catalogación de publicaciones disponible en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
  eISBN: 978-0-307-95099-4
  www.vintageespanol.com
  v3.1
 

lunes, 5 de septiembre de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas Nos: 15, 16, 17.



Carta N.º 15
París, 3 de octubre de 1961.
Querido León Ostrov:
Espero que no haya recibido mi carta de Capri en la que le decía cuánto no me gustaba el sitio, la gente, todo… La verdad es que a la semana me enamoré de la isla, de la gente, de todo, y averigüé qué posibilidades había de quedarme a vivir en ella varios años. Lo mismo me pasa con Roma. Tengo muchos deseos de irme a esta ciudad, por mucho tiempo, porque creo que es preciso sufrir y andar mucho en una ciudad como Roma, como París, y por todo esto aquí estoy, nostálgica de Italia, tratando de ordenar y reanudar mi existencia parisina. He perdido definitivamente mi horroroso departamento de Saint-Michel (llegué a medianoche con las valijas y lo encontré ocupado) y ahora vivo en una chambre de bonne —sin agua, sin calefacción— al lado de Saint-Germain y Rue du Bac. Lo que me parecía una enfermedad sin nombre, una lenta agonía de orígenes desconocidos es una vulgar maladie du foie, resultado de mis excesos báquicos. A mí de cuidarme y protegerme ahora: lo difícil, cómo quererse, cómo guardarse y no hacerse daño. Estoy extrañada y confusa. Capri es una suerte de paraíso de la homosexualidad. He visto rostros maravillosos, he jugado el terrible juego de las miradas sin desenlace (yo en un café y una mujer misteriosa que se acerca y se sienta en la mesa de al lado y no hace más que mirarme; esto duraba horas; levantarme y sentir que me sigue, pero mirarla de nuevo y ver que no es la de recién sino otra, una nueva, et c’est toujours la seule, —ou c’est le seul moment. No es que yo exija nada, pero me pregunto si hay derecho de jugar de esta manera para nada, si hay derecho a jugar de esta manera con algo tan serio como la mirada). He vuelto confusa a causa de esto y veo que en el plano erótico sigo inmersa en un mundo de fantasmas y de inexistencias, que no hay qué tocar o abrazar. Felizmente, a mi vuelta me encontré con mi amigo Roberto Juarroz, que llegó con una beca de la Universidad. Largas charlas sobre la poesía, el espíritu, la muerte… todo esto me recupera, me aleja del peligro, me recuerda, me recobra. Recibí una carta de la revista Mito —según mi experiencia en lecturas latinoamericanas es la mejor revista— donde me dicen de publicar mi diario (creo que le hablé de él en la carta anterior). Si hay algo en lo que creo es en este diario: hablo de su calidad literaria, de su lenguaje. Es infinitamente mejor que todos mis poemas. Cuanto a mis poemas me siguen angustiando…
Comenzaré mañana unos cursos de historia del arte, en el Louvre. Quisiera seguir otros estudios más serios, más intensos, pero no sé aún, lo quisiera para poder alguna vez ganarme la vida sin tener que escribir a máquina en horribles oficinas, pero me espanta este miedo al futuro, y creo mejor hacer lo que tengo ganas, es decir, leer mucho y conocer y escribir, sola y solitaria.
Mi familia anda contenta de mí y tranquila —según la correspondencia. Ahora que llegó Roberto J. se me hace más amable la imagen de Buenos Aires, pero de volver no se ha pensado.
He conocido a una muchacha que usted conoce: Chichita Singer, que lo recuerda con mucho afecto.
Aquí todos hablan de la bomba atómica y de la venida del final de los finales. Cómo hacer, después, para despeñarse en la hoja en blanco y pelear con las palabras. Me pregunto quién me da fuerzas, quién me hunde en el silencio fantasma de las palabras.
Espero recibir pronto noticias suyas.
Abrazos para los tres,
 Alejandra
9, Rue de Luynes
París 7è



  Carta N.º 16


París, 10 de enero de 1962.

Querido León Ostrov:
Le envío unas rápidas líneas en madrugada para decirle de mi afecto y de mi amistad de siempre. Me sería muy difícil explicarle mi prolongado silencio, pero es como siempre, o tal vez no, pero me gusta cada vez menos escribir para contar mis desdichas. No obstante, como la perpetua felicidad se demora le escribo igual.
No le envío el «diario» publicado porque la revista tarda en aparecer. Todo es tan lento, todo depende tanto de las voluntades ajenas que es preciso respirar bien y tenderse como «el yoghi a la sombra de la higuera». Me tradujeron mis poemas al alemán y saldrán —según me anuncian— en la revista Akzente, la más importante de Berlín. También me tradujeron al árabe y saldré en una revista de Beyrouth. Esto se lo cuento sonriendo porque me divierte pasar por «poetisa internacional». Pero tengo ganas de publicar mucho, de ser tan famosa que por ello me den una pieza con agua y calefacción, porque el invierno es cruel y mi piecita inenarrable y mi tarea en la revista más fatigosa que nunca. Cuanto a volver hago vagos proyectos pero no tengo muchos deseos: quisiera ir por unos meses solamente lo cual no es posible por razones financieras. La nostalgia de la «madre» patria decrece notablemente y tal vez por eso me siento mal, como el que interrumpe bruscamente una droga, el que se desintoxica de una manera brutal. ¿Cómo vivir sin nostalgia, cómo vivir sin angustias, sin sufrir? Pero estoy lejos de preguntar esto de una manera absoluta.
He visto al matrimonio Kogan —ambos profesores en la Facultad y muy encantadores. Con ellos y otros amigos comimos en un restaurant judío de la fascinante Rue de Rosiers. El resultado fue un violento ataque de sionismo que me duró una semana. En esos días leí un artículo de Victoria Ocampo sobre el proceso Eichman. Me conmovió tanto que le mandé poemas a Murena. Es así como pronto —según me anuncian— publicaré en Sur.
La situación política de aquí es horrenda. Bombas y policías por todas partes. He tomado sanas medidas: no leer más los diarios. De manera que leo a mi Góngora de siempre y hago poemas y trabajo y publico en revistas «reaccionarias» y sólo sueño con una vida a lo Balzac. Mi rebeldía consiste en desear que se mueran todos pero que yo consiga una buena pieza y pueda «tomar mi taza de té».
Ando bastante mal de salud. Renuncié absolutamente al café, al alcohol y casi al tabaco. Tengo vértigos y desfallecimientos. No sé si es físico, metafísico o patafísico. Pero tengo una fatiga inenarrable. A los 25 años puedo decir: «Cansada de la edad…». ¿Es esto la adultez que llega definitivamente? No sé, no comprendo nada. Pero es bueno leer y doblemente bueno escribir. (Hace tiempo que deseo preguntarle si conoce a Georges Bataille). Le envío una foto: las ojeras señalan e indican el proceso de monstruificación por el que pasa toda poetisa que se respeta en París. La pequeña foto de la izquierda me representa montada en el centauro de Versailles.
Bueno, le escribiré pronto. Abrazos para los tres de
 Alejandra
9, Rue de Luynes
París 7è



  Carta N.º 17


París, 3 de abril de 1962.

Querido León Ostrov:
Me pregunto si habrá recibido mi última carta. Yo hace mucho tiempo que no tengo noticias suyas y me gustaría tenerlas. En estos últimos días pienso mucho en Argentina, con suma inquietud, naturalmente. Los diarios de aquí ofrecen una imagen caótica de la situación argentina y le auguran un cercano futuro espantoso. Espero —aunque es infantil decirlo— que usted esté bien como siempre y que en nada le perjudiquen los acontecimientos externos.
Lo que es a mí me perjudican doblemente. La Argentina, mejor dicho, mi casa, mi familia, es como un telón de fondo en mi vida parisina. Algo de color gris y más bien desagradable pero que no obstante garantiza y es signo de alguna protección —material, digamos. Como aquí se espera una revolución o guerra civil o un gobierno fascista, me limitaba a decirme que cuando suceda me vuelvo a mi «hogar». Pero ahora tampoco aquello es seguro, qué digo, aquello lo es mucho menos que esto. De ahí mi mala salud de ahora: vértigos y palpitaciones. Vivir sola no es nada. Recién ahora empieza la soledad verdadera: sin seguridades ni garantías. Por ello ando con miedos, triste y desorientada.
No sé si le hablé de mi libro de poemas que pensaba publicar en México: Apariciones y silencios. Pues bien, Murena me ofreció publicarlo en Sur. Escribí a México pidiéndoles el libro y lo mandé a Sur. Me pregunto si con los acontecimientos políticos su publicación será posible. ¿Me lo dirá usted, por favor? De todos modos me dejo llevar por una vieja superstición que usted ya conoce: sufrir cuando el libro está por entrar a la imprenta o ya en ella, sufrir y temer lo peor, como si con ello mi libro ganara méritos, se hará acreedor de elogios que, en el caso contrario, no arribarán a mí.
No sé si sabe que vino Olga Orozco. Me encontró «cambiada», lo que me alegró mucho. Yo creí que su visita iba a ser fundamental en mi vida pero no es así. La quiero mucho pero ya no me produce ese antiguo fervor ni esa exaltación vacía y sin objeto. Cada vez me es más difícil el acceso a ese estado casi místico, de alienación total, en el que yo y mis fantasmas hacíamos verdaderas orgías de evasión. Si cierro los ojos no tengo adónde huir. Por eso estoy tan triste: tal vez las fantasías absurdas de mi adolescencia y los amores inventados eran los que me conducían a la «realidad». Ahora hay como ausencias palpables en donde hubo presencias invisibles. Pero es muy difícil hablar de esto.
He conseguido, al fin, un «estudio» comme il faut. Después de la piecita fría y miserable en donde pasé el invierno más duro de mi vida, heme aquí en otra muy amplia y muy limpia, en la que es menos penoso arreglárselas sola para quien es como yo torpe y absolutamente desordenada. No obstante, desde que llegué me siento mal —vahídos, palpitaciones— porque después de todo yo ya estaba acostumbrada a la otra y ahora es un nuevo recomenzar: cama distinta, otros reflejos en la noche, espejos en lugares que no esperaba… Proust lo «sabía».
Mi trabajo en Cuadernos continúa siendo fastidioso y fatigoso. Ahora trabajo de 9 a 12.30 hs. Objetivamente no es mucho tiempo pero vuelvo tan cansada que debo dormir. Con todo mi respeto por el psicoanálisis me atrevo a no estar de acuerdo sobre la importancia de «ganarse la vida» una misma. Creo que me la ganaría más quedándome dormida hasta muy tarde y recibiendo dinero sin tener que escribir a máquina doscientas direcciones por día. Pero tampoco es posible hacer solamente poemas. En cambio sí es posible pintar todo el día o escribir novelas. Tal vez el mito del poeta que sufre, cuyos «únicos instrumentos son la humillación y la angustia» viene de esta imposibilidad de hallar un ritmo de creación, una continuidad, un hacer día a día. Es posible que si mi trabajo fuera más interesante yo no me quejaría.
Me gustaría mucho tener noticias suyas.
Un abrazo entonces y otros para Aglae y Andrea,
 Alejandra
30, Rue Saint-Sulpice
Paris 6è

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

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