lunes, 5 de septiembre de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas Nos: 15, 16, 17.



Carta N.º 15
París, 3 de octubre de 1961.
Querido León Ostrov:
Espero que no haya recibido mi carta de Capri en la que le decía cuánto no me gustaba el sitio, la gente, todo… La verdad es que a la semana me enamoré de la isla, de la gente, de todo, y averigüé qué posibilidades había de quedarme a vivir en ella varios años. Lo mismo me pasa con Roma. Tengo muchos deseos de irme a esta ciudad, por mucho tiempo, porque creo que es preciso sufrir y andar mucho en una ciudad como Roma, como París, y por todo esto aquí estoy, nostálgica de Italia, tratando de ordenar y reanudar mi existencia parisina. He perdido definitivamente mi horroroso departamento de Saint-Michel (llegué a medianoche con las valijas y lo encontré ocupado) y ahora vivo en una chambre de bonne —sin agua, sin calefacción— al lado de Saint-Germain y Rue du Bac. Lo que me parecía una enfermedad sin nombre, una lenta agonía de orígenes desconocidos es una vulgar maladie du foie, resultado de mis excesos báquicos. A mí de cuidarme y protegerme ahora: lo difícil, cómo quererse, cómo guardarse y no hacerse daño. Estoy extrañada y confusa. Capri es una suerte de paraíso de la homosexualidad. He visto rostros maravillosos, he jugado el terrible juego de las miradas sin desenlace (yo en un café y una mujer misteriosa que se acerca y se sienta en la mesa de al lado y no hace más que mirarme; esto duraba horas; levantarme y sentir que me sigue, pero mirarla de nuevo y ver que no es la de recién sino otra, una nueva, et c’est toujours la seule, —ou c’est le seul moment. No es que yo exija nada, pero me pregunto si hay derecho de jugar de esta manera para nada, si hay derecho a jugar de esta manera con algo tan serio como la mirada). He vuelto confusa a causa de esto y veo que en el plano erótico sigo inmersa en un mundo de fantasmas y de inexistencias, que no hay qué tocar o abrazar. Felizmente, a mi vuelta me encontré con mi amigo Roberto Juarroz, que llegó con una beca de la Universidad. Largas charlas sobre la poesía, el espíritu, la muerte… todo esto me recupera, me aleja del peligro, me recuerda, me recobra. Recibí una carta de la revista Mito —según mi experiencia en lecturas latinoamericanas es la mejor revista— donde me dicen de publicar mi diario (creo que le hablé de él en la carta anterior). Si hay algo en lo que creo es en este diario: hablo de su calidad literaria, de su lenguaje. Es infinitamente mejor que todos mis poemas. Cuanto a mis poemas me siguen angustiando…
Comenzaré mañana unos cursos de historia del arte, en el Louvre. Quisiera seguir otros estudios más serios, más intensos, pero no sé aún, lo quisiera para poder alguna vez ganarme la vida sin tener que escribir a máquina en horribles oficinas, pero me espanta este miedo al futuro, y creo mejor hacer lo que tengo ganas, es decir, leer mucho y conocer y escribir, sola y solitaria.
Mi familia anda contenta de mí y tranquila —según la correspondencia. Ahora que llegó Roberto J. se me hace más amable la imagen de Buenos Aires, pero de volver no se ha pensado.
He conocido a una muchacha que usted conoce: Chichita Singer, que lo recuerda con mucho afecto.
Aquí todos hablan de la bomba atómica y de la venida del final de los finales. Cómo hacer, después, para despeñarse en la hoja en blanco y pelear con las palabras. Me pregunto quién me da fuerzas, quién me hunde en el silencio fantasma de las palabras.
Espero recibir pronto noticias suyas.
Abrazos para los tres,
 Alejandra
9, Rue de Luynes
París 7è



  Carta N.º 16


París, 10 de enero de 1962.

Querido León Ostrov:
Le envío unas rápidas líneas en madrugada para decirle de mi afecto y de mi amistad de siempre. Me sería muy difícil explicarle mi prolongado silencio, pero es como siempre, o tal vez no, pero me gusta cada vez menos escribir para contar mis desdichas. No obstante, como la perpetua felicidad se demora le escribo igual.
No le envío el «diario» publicado porque la revista tarda en aparecer. Todo es tan lento, todo depende tanto de las voluntades ajenas que es preciso respirar bien y tenderse como «el yoghi a la sombra de la higuera». Me tradujeron mis poemas al alemán y saldrán —según me anuncian— en la revista Akzente, la más importante de Berlín. También me tradujeron al árabe y saldré en una revista de Beyrouth. Esto se lo cuento sonriendo porque me divierte pasar por «poetisa internacional». Pero tengo ganas de publicar mucho, de ser tan famosa que por ello me den una pieza con agua y calefacción, porque el invierno es cruel y mi piecita inenarrable y mi tarea en la revista más fatigosa que nunca. Cuanto a volver hago vagos proyectos pero no tengo muchos deseos: quisiera ir por unos meses solamente lo cual no es posible por razones financieras. La nostalgia de la «madre» patria decrece notablemente y tal vez por eso me siento mal, como el que interrumpe bruscamente una droga, el que se desintoxica de una manera brutal. ¿Cómo vivir sin nostalgia, cómo vivir sin angustias, sin sufrir? Pero estoy lejos de preguntar esto de una manera absoluta.
He visto al matrimonio Kogan —ambos profesores en la Facultad y muy encantadores. Con ellos y otros amigos comimos en un restaurant judío de la fascinante Rue de Rosiers. El resultado fue un violento ataque de sionismo que me duró una semana. En esos días leí un artículo de Victoria Ocampo sobre el proceso Eichman. Me conmovió tanto que le mandé poemas a Murena. Es así como pronto —según me anuncian— publicaré en Sur.
La situación política de aquí es horrenda. Bombas y policías por todas partes. He tomado sanas medidas: no leer más los diarios. De manera que leo a mi Góngora de siempre y hago poemas y trabajo y publico en revistas «reaccionarias» y sólo sueño con una vida a lo Balzac. Mi rebeldía consiste en desear que se mueran todos pero que yo consiga una buena pieza y pueda «tomar mi taza de té».
Ando bastante mal de salud. Renuncié absolutamente al café, al alcohol y casi al tabaco. Tengo vértigos y desfallecimientos. No sé si es físico, metafísico o patafísico. Pero tengo una fatiga inenarrable. A los 25 años puedo decir: «Cansada de la edad…». ¿Es esto la adultez que llega definitivamente? No sé, no comprendo nada. Pero es bueno leer y doblemente bueno escribir. (Hace tiempo que deseo preguntarle si conoce a Georges Bataille). Le envío una foto: las ojeras señalan e indican el proceso de monstruificación por el que pasa toda poetisa que se respeta en París. La pequeña foto de la izquierda me representa montada en el centauro de Versailles.
Bueno, le escribiré pronto. Abrazos para los tres de
 Alejandra
9, Rue de Luynes
París 7è



  Carta N.º 17


París, 3 de abril de 1962.

Querido León Ostrov:
Me pregunto si habrá recibido mi última carta. Yo hace mucho tiempo que no tengo noticias suyas y me gustaría tenerlas. En estos últimos días pienso mucho en Argentina, con suma inquietud, naturalmente. Los diarios de aquí ofrecen una imagen caótica de la situación argentina y le auguran un cercano futuro espantoso. Espero —aunque es infantil decirlo— que usted esté bien como siempre y que en nada le perjudiquen los acontecimientos externos.
Lo que es a mí me perjudican doblemente. La Argentina, mejor dicho, mi casa, mi familia, es como un telón de fondo en mi vida parisina. Algo de color gris y más bien desagradable pero que no obstante garantiza y es signo de alguna protección —material, digamos. Como aquí se espera una revolución o guerra civil o un gobierno fascista, me limitaba a decirme que cuando suceda me vuelvo a mi «hogar». Pero ahora tampoco aquello es seguro, qué digo, aquello lo es mucho menos que esto. De ahí mi mala salud de ahora: vértigos y palpitaciones. Vivir sola no es nada. Recién ahora empieza la soledad verdadera: sin seguridades ni garantías. Por ello ando con miedos, triste y desorientada.
No sé si le hablé de mi libro de poemas que pensaba publicar en México: Apariciones y silencios. Pues bien, Murena me ofreció publicarlo en Sur. Escribí a México pidiéndoles el libro y lo mandé a Sur. Me pregunto si con los acontecimientos políticos su publicación será posible. ¿Me lo dirá usted, por favor? De todos modos me dejo llevar por una vieja superstición que usted ya conoce: sufrir cuando el libro está por entrar a la imprenta o ya en ella, sufrir y temer lo peor, como si con ello mi libro ganara méritos, se hará acreedor de elogios que, en el caso contrario, no arribarán a mí.
No sé si sabe que vino Olga Orozco. Me encontró «cambiada», lo que me alegró mucho. Yo creí que su visita iba a ser fundamental en mi vida pero no es así. La quiero mucho pero ya no me produce ese antiguo fervor ni esa exaltación vacía y sin objeto. Cada vez me es más difícil el acceso a ese estado casi místico, de alienación total, en el que yo y mis fantasmas hacíamos verdaderas orgías de evasión. Si cierro los ojos no tengo adónde huir. Por eso estoy tan triste: tal vez las fantasías absurdas de mi adolescencia y los amores inventados eran los que me conducían a la «realidad». Ahora hay como ausencias palpables en donde hubo presencias invisibles. Pero es muy difícil hablar de esto.
He conseguido, al fin, un «estudio» comme il faut. Después de la piecita fría y miserable en donde pasé el invierno más duro de mi vida, heme aquí en otra muy amplia y muy limpia, en la que es menos penoso arreglárselas sola para quien es como yo torpe y absolutamente desordenada. No obstante, desde que llegué me siento mal —vahídos, palpitaciones— porque después de todo yo ya estaba acostumbrada a la otra y ahora es un nuevo recomenzar: cama distinta, otros reflejos en la noche, espejos en lugares que no esperaba… Proust lo «sabía».
Mi trabajo en Cuadernos continúa siendo fastidioso y fatigoso. Ahora trabajo de 9 a 12.30 hs. Objetivamente no es mucho tiempo pero vuelvo tan cansada que debo dormir. Con todo mi respeto por el psicoanálisis me atrevo a no estar de acuerdo sobre la importancia de «ganarse la vida» una misma. Creo que me la ganaría más quedándome dormida hasta muy tarde y recibiendo dinero sin tener que escribir a máquina doscientas direcciones por día. Pero tampoco es posible hacer solamente poemas. En cambio sí es posible pintar todo el día o escribir novelas. Tal vez el mito del poeta que sufre, cuyos «únicos instrumentos son la humillación y la angustia» viene de esta imposibilidad de hallar un ritmo de creación, una continuidad, un hacer día a día. Es posible que si mi trabajo fuera más interesante yo no me quejaría.
Me gustaría mucho tener noticias suyas.
Un abrazo entonces y otros para Aglae y Andrea,
 Alejandra
30, Rue Saint-Sulpice
Paris 6è

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