martes, 16 de febrero de 2021

Barcelona-Vallvidrera, 1969-1971 . CORRER EL TUPIDO VELO. PILAR DONOSO.

 

 


Barcelona-Vallvidrera, 1969-1971

 

Atraído por el mundo editorial e intelectual, Barcelona será su nuevo destino. Mi madre se angustia, no quiere más cambios, pero, muy a su pesar, quedarán varios traslados más, de ciudad, de país, de continente.

Al llegar a Barcelona mi padre ve a su mujer tan disminuida ante el terror de buscar nuevamente un departamento, que la deja instalada en un restaurante en el barrio de Vallvidrera y empieza a recorrer el sector, pues los precios eran razonables. Sin saber por qué —con esa visión que lo caracterizó para encontrar lugares espléndidos donde vivir, hallaba casas y departamentos que siempre tenían un carácter especial— va directamente a un edificio antiguo cerca del Tibidabo, barrio que en otra época había sido muy elegante. Toca el timbre y pregunta si alguno de los departamentos está en arriendo. Hay uno en el segundo piso. Era un departamento maravilloso, se asomaba sobre el precipicio del cerro Vallvidrera, con ventanales de medio punto de una altura de tres metros, de cara al Mediterráneo y a toda la ciudad de Barcelona. Tanto en su vida como en sus novelas las casas fueron puntos centrales para él.

Poco tiempo después de instalarse, las hemorragias uterinas de mi madre vuelven. Es operada de urgencia y se le practica una histerectomía. Al momento de internarse, mis dos abuelas están en Barcelona. Todo sale bien, a pesar de las constantes peleas entre las dos ancianas por definir cuál es merecedora de más amor de mi parte, lo que torna el ambiente un poco infernal. Una vez que mi madre se recupera, ambas señoras regresan a Chile y la calma vuelve al hogar.

Mi padre, que trabaja incansablemente para poner punto final a la novela, refleja sus dudas de la época en una carta fechada el 13 de mayo:

Elucubro sobre la posibilidad de que reescribir toda la primera parte antes de seguir con la segunda sea un error, simplemente seguir adelante, ya que al fin y al cabo esto no será The Final Draft. Creo que voy a seguir adelante en cuanto termine esta parte como está. Entonces, cuando tenga las primeras tres partes listas, que al fin y al cabo son las fáciles y rápidas, entonces la reescribiré en un final draft. Después seguiré con las dos últimas partes. Pero, por otro lado, me gustaría desgenetizar esta primera parte. En fin, that can wait. Probablemente sea lo más realista, ya que es lo más trabajado que tengo y lo más listo para presentar. Tengo que seguir adelante.

Por otro lado, pienso que debo reajustar toda la primera parte con una revisión final. En fin. Estoy muy confuso. Trataré de terminar esta semana esta parte. No es imposible.

Más adelante:

Me aterra, de pronto, el volumen que ha cobrado la parte dos, con el agregado tan lógico de la historia de los monstruos al final.

Me entusiasma tanto la idea y la encuentro tan lógica, que creo que me va a seducir para seguir adelante.

En realidad, no le voy a dar a leer a nadie nada hasta terminar la segunda parte. Es la novela imaginada. Esto está fantástico. La novela está tomando un orden nuevo y una nueva dirección. Sobre todo un orden.

En un cuaderno posterior anota el 3 de diciembre:

Estoy definitivamente terminando el libro.

Idea: una serie de cuentos sobre ropa: Los vestidos.

Bueno, tengo completo y total el trabajo en bruto hasta el final.

Nombre para la próxima novela: Los malos pasos, Los malos pensamientos, me gustaría empezar a planearla en Málaga este invierno y comenzar a escribirla aquí en Vallvidrera en la primavera que viene, quizás terminarla a fines de año.

Luego, el 7 de diciembre:

Mañana tengo que comenzar el último capítulo de mi novela. Superficialmente parece que no le temo. Pero durante el día de hoy no he pensado en él, quitándole el poto a la jeringa. Es un capítulo final que se compondrá de dos partes cortas. La primera parte es la más complicada desde mi punto de vista. La segunda tiene que estar maravillosamente escrita y sutilmente hecha.

En la tarde del miércoles puedo llevarle a Carlos Barral todo el material completo y llamar a Carmen Balcells. Quizás festejar en Boccaccio.

El obsceno pájaro de la noche llega a su punto final, después de años de distintas versiones, trabajo, frustraciones y satisfacciones. Es el cierre del círculo creativo. Escribe entonces a sus padres:

He decidido hacer una locura... no regresar a USA a enseñar. Estoy en la etapa más creativa de mi vida y no puedo archivarme en una universidad. El pájaro lo entrego definitivamente a fines de esta semana. Carlos Barral, que es muy parco, escribió una carta a Gallimard diciéndoles: «Se trata de una obra genial, de gran, gran calidad, una de las piezas mayores de la literatura contemporánea...», etc. Él es el dueño de la Editorial Seix Barral y gran autoridad.

Pero está asustado. Rechazar un sueldo seguro lo hace dudar de si tomar el riesgo de dedicarse a los proyectos que tiene en mente, dos novelas pensadas, un libro de cuentos y uno de ensayos.

En otra carta a su padre:

Las opiniones sobre El obsceno pájaro de la noche me han envalentonado. Tengo una carrera demasiado linda por delante, y mis años maduros más creativos, que no puedo tirar a la basura. De modo que... bueno, tengo que salir adelante, ser valiente, si hay que pasar hambre se pasará, aunque no creo, pero María Pilar está de mi parte... No hay pelea que ganar, ya está ganada: lo decidí. Las locuras generalmente me salen bien.

Hasta ese momento su agente literario era Carl Brandt, de Estados Unidos, pero esta relación no durará más tiempo ya que conoce en Barcelona a Carmen Balcells, quien desde entonces será siempre un personaje central en su vida. Brandt quedará por un tiempo sólo a cargo de los derechos para lengua inglesa.

Hablando sobre Carmen en esas largas conversaciones, sentados bajo la sombra de la flor de la pluma, en la terraza de nuestra casa en Santiago de Chile, se reía de sí mismo por la autoridad que esta mujer tiene sobre él:

—Llego donde la Carmen Balcells, justo antes de terminar El pájaro, bastante mágicamente, me parece. Ella estaba muy presente en nuestras vidas, iba a visitarnos a nuestro departamento a menudo. Es una catalana de gran carácter. Por ambición llegó a ser lo que es. Estudió letras en la universidad, Carlos Barral la conoció y la invitó a participar en la editorial para manejar toda la parte extranjera, ahí toma contacto con muchos escritores y crea lazos de amistad con ellos. Luego, se va de Seix Barral y funda su agencia. Trabajó mucho, tenía muy buen «ojo literario», sabía reconocer dónde iban las cosas. Con esta visión logra ser la agente literaria de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Edwards y muchos escritores importantes que con el paso del tiempo fue reclutando. Hoy en día tiene una oficina elegantísima y es la más importante agente de la lengua castellana. Una vez dijo: «Pepe Donoso es el más escritor de todos mis novelistas», aludiendo a mi trabajo, porque veo las cosas literariamente. Ella entra en la función literaria de los otros escritores, pero no entra a la «cocina literaria», como la obligo yo.

»¿Si la quiero? No, no la quiero nada, me hace sufrir horriblemente, es una canalla, una perversa».

Mi padre espera mi reacción ante sus palabras y se ríe porque sabe que yo noto lo mucho que la quiere, admira, depende y, a la vez, teme sus opiniones. A pesar de que dice sobre ella:

—Es una mercenaria de la literatura y me inspira terror la autoridad de su tono, pero me pregunto admirado de dónde habrá sacado ella tanta sabiduría, además de un gran sentido del humor.

Años más tarde, Carmen Balcells será un personaje en la novela El jardín de al lado, caracterizada en Nuria Monclús, y de algún modo mi padre también será un personaje en esa novela, Marcelo Chiriboga, un escritor exitoso. Luego del funeral de mi padre llegaron unas condolencias dando el pésame a nombre de Nuria Monclús y Marcelo Chiriboga... por supuesto enviadas por Carmen Balcells.

La Editorial Seix Barral va a publicar El obsceno pájaro de la noche. Las editoriales norteamericanas Knopf, Harpers & Row y Dutton quieren publicarla. Le llegan noticias de posibles «grandes oportunidades» para él sobre algo «que alguien dijo», que «era posible, pero aún nada definitivo», que «otro editor dijo», que «tal crítico opinó».

En Francia, Editions du Seuil; en Italia, Bompiani, y Jonathan Cape en Inglaterra publicarán también la novela, además de Coronación. Postula entonces al Premio Biblioteca Breve, de Seix Barral, uno de los más prestigiosos de la lengua española en ese momento. La felicidad para él es absoluta. Sin embargo, huye a Marbella, escapando de la olla de grillos, respecto de los dimes y diretes del mundo editorial, que le producen un temor inmenso. Marbella le parece un paraíso terrenal:

Sofisticado, elegante, blanco, Gibraltar al frente, África al otro lado del agua, cerca de Cádiz, Málaga, Sevilla, Granada. Greta Garbo entrando a una boutique en la plaza de los Naranjos. La duquesa de Windsor con perros iguales al Peregrine, sólo que negros. La joven esposa de Alain de Roschild agonizando de una larga leucemia con las mostacillas al tope. En la fonda, en el bar, de noche, hay marquesas disfrazadas de hippies y hippies disfrazados de marquesas. Nosotros paseamos impertérritos en nuestro Seat 600 inmundo (hay agencia de Rolls Royce en este pueblo de veinte mil habitantes), con la Pilarcita y el Peregrine.

Pienso usar este mundo en una novela: tenemos nuestra «petite entree» a través de Mary Foxá, la viuda del conde Agustín de Foxá, inmundo embajador de Franco ante Perón, y ella, íntima de Evita, es muy linda, muy extraña, le está estrujando hasta la última gota a lo que le queda de sus blasones, y muy amiga nuestra.

Desde Marbella escribe una carta a sus padres, fechada el 26 de febrero de 1970:

Hace ya dos meses que los parlamentos van y los parlamentos vienen, que las intrigas se tejen y se entretejen alrededor de mi novela, que dicen y que no dicen, que me llaman por teléfono, que se publica un artículo en Madrid echándome abajo, otro ensalzándome, que se citan palabras de Carlos Barral falsamente, que ya no sé quién es mi amigo y quién mi enemigo... la faramalla usual en un caso así. ¿Pero se imaginan lo que significa para mí el ganarme el Premio Biblioteca Breve? Hasta en Chile tendrían que reconocerme y tendrán que reconocer, pese a sí mismos, que en Chile HAY novelistas.

Es el premio que consagró a Mario Vargas Llosa, se lo ha ganado Goytisolo, Carlos Fuentes el año pasado. Y como, por ser muy «hereje» como libro, no lo van a publicar en España, va a ser un escandalazo que lo va a vender muchísimo más. Y, según dicen, es una novela tan loca y tan extraña que tiene material de best-seller. Carlos Barral me dijo que desde que leyó La casa verde, de Vargas Llosa, y Rayuela, de Cortázar, no ha leído nada que lo haya conmovido más y le haya interesado más profundamente.

Una cosa buena: que si no me saco el premio, Carlos Barral me ha prometido que no figuraré, de manera que así no se desprestigie mi novela. Hoy deben estar llegando todos los escritores del jurado y todos los periodistas, y me escuecen las orejas de lo que estarán hablando de mí.

¡No saben la ilusión que me hace sacarme el dichoso premio! Podría significar, incluso, que me atreva a regresar a Chile. ¿Se dan cuenta de que, en ese caso, su hijo será, junto con Neruda, el escritor chileno más conocido en el extranjero, y el hombre de letras número dos de Chile? Sería la consagración. Bueno, esperar... esperar... La María Pilar no deja de rezar rosarios, hagan ustedes otro tanto o lo equivalente.

Para qué cito a la lechera... el cántaro se puede romper en cinco días más, las ilusiones, los proyectos son infinitos, entre ellos, naturalmente, traerlos a ustedes por un buen tiempo, además de ir nosotros a Chile a ver a mi Nana y llevarles a la niña para que la conozcan.

Bueno, viejos queridos, aquí los deja este hijo egoísta, egocéntrico y ambicioso. Hay una vida, hay que vivirla bien y gozosamente, con todo lo que tiene, y a la mayor altura posible. Jamás creí que se me presentaría la oportunidad para vivirla a la altura emocional, profesional y social a la que la estoy viviendo. Creo que muy pronto voy a «hacer» otra úlcera, qué horror. Un abrazo muy grande para los tres, y para la Claudia, Martín y el Pocho y demás Donosos.

En Marbella mis padres se reencuentran después de muchos años con Toño Fernández Muro y su mujer, Sarah Grilo, pintores extraordinarios, ambos argentinos, residentes en Nueva York. Amigos verdaderos, profundos, entrañables, con los que hubo un vínculo excepcional, al punto de que tratan de convencerlos de que abandonen Nueva York y se vayan a vivir a Barcelona con ellos.

No coincidirán ahí, sino en 1979 en Madrid, donde la amistad se hace aún más estrecha y de mutua admiración. Viajaremos con ellos y su nieta, Carolina Head, en un recorrido inolvidable en auto desde Granada a Marruecos, lleno de acontecimientos, accidentes, peleas y aventuras. Pero como suele ocurrir en la estrecha y larga convivencia, la amistad fue distanciándose cada vez más y luego nos veíamos con muy poca frecuencia.

De vuelta en Barcelona, con todas estas nuevas posibilidades, la situación económica mejora algo. Ha ahorrado e invertido su dinero en Estados Unidos en una cuenta en dólares. Se siente liberado, por un tiempo, de los problemas financieros y del yugo de su suegro, que los ha ayudado en los últimos años, pero no sin pasar la cuenta. Le está pagando lo que le adeudaba por la operación de úlcera como por otros gastos realizados. No era fácil pedirle dinero prestado a su suegro, le incomodaba profundamente ser un supuesto «príncipe consorte». Le escribe, entonces, a mi abuelo ante estos nuevos augurios económicos.

Me falta muy poco para completar lo que he «sacado» del patrimonio de María Pilar y pienso reponerlo todo. De modo que, además de haberle mantenido a su hija a mi suegro en bastante buen estado, «devuelvo» todo y no adeudaré ni un solo cinco a mi suegro.

Podré pagar el alquiler en Barcelona y una criada. Voy a ahorrar para que nos podamos dar lujos. Recuerdo la primera carta de casado que Jorge Valdivieso me escribió desde Roma: «Estamos ahorrando en todas las cosas de primera necesidad para poder darnos lujos». Es lo que pienso hacer.

Lamentablemente, no obtiene el Premio Seix Barral y se siente frustrado. Justo en ese momento pelean Carlos Barral y Víctor Seix, lo que concluye en la disolución de la editorial y, por consiguiente, el premio. Carlos Barral fundó independientemente Barral Editores, y con un nuevo premio trató de hacer renacer el Biblioteca Breve sin conseguirlo. En una comida mi padre discute acaloradamente con Carlos Barral y terminan peleándose por un tiempo. Barral le echaba en cara que publicara El obsceno pájaro de la noche con su rival. Ingenuamente mi padre le ofrece el manuscrito a Carlos Barral, con la intención de ayudar a su nueva editorial.

Me relata así este acontecimiento que lo perturbó durante semanas, pues era incapaz de enfrentar el conflicto:

—Le dije: te doy mi manuscrito, te lo regalo, para que tú formes una nueva editorial, y Carlos Barral se puso furioso conmigo: «¡Qué eres, un indigno de mierda!, ¡con esa barba mal cortada!, ¡te ves ridículo con tus anteojos pegados con scotch!», me dijo furioso. Lo consideró como una ofensa, como un insulto. Luego, las cosas se arreglaron entre nosotros, gracias, en parte, a las gestiones diplomáticas de Carmen Balcells.

Mi padre esa noche cayó en cama con un supuesto ataque de úlcera y Carlos Barral abandonó la fiesta con unas copas de más, llorando. Pasada esa noche ambos «corrieron un tupido velo» sobre el asunto y volvieron a ser tan amigos como antes.

Mi padre está lleno de sí mismo en ese momento, todo lo que no está relacionado con su ascendencia en la carrera literaria ha tomado un segundo plano. A pesar del apoyo incondicional de mi madre, la deja bastante sola y a mí también. Incluso temas como la tramitación final y legal de mi adopción, tan necesaria, ha quedado relegada frente a su enorme egocentrismo.

Los problemas que ocurren en Chile con su familia tampoco lo inquietan demasiado, a pesar de las preocupaciones que sienten sus padres con respecto de la reciente separación de su hermano Gonzalo de su mujer, Gaby Plate, que en ese momento vive en la casa de avenida Holanda con sus hijos: Claudia, Martín y Gonzalo. Mi padre, a su manera, les da consuelo:

Queridos viejos:

Veo que los Plate les preocupan, pero no se les dé nada, acuérdense lo que éramos nosotros a la misma edad. Yo, por lo menos, un verdadero monstruo... y tan mal no he salido, por lo menos hasta ahora. La adolescencia en los niños sensibles es terrible, larga y casi intolerable. Cuando son inteligentes, logran salir en parte de la adolescencia y de eso se trata. Cuando son tontos, o muy débiles, la adolescencia se los devora y se quedan con los mismos problemas toda la vida. No dudo de que la Claudia y Martín vayan a salir de la adolescencia porque los dos son muy inteligentes. Yo, personalmente, y quizás por afinidad, prefiero las adolescencias convulsionadas que las adolescencias planas... el fruto maduro, generalmente, es mejor y más interesante. Y me parece estupendo que la Gaby ponga casa por su cuenta y haga su vida, lo único que siento es la soledad de ustedes. Hay que dar comprensión y cariño, que no dudo de que ustedes darán, ofrecer un puerto de afecto, un refugio, quedándose siempre a un lado y sin exigir demasiado... Es absurdo aconsejarlos. ¿Pero qué voy a hacer desde aquí? Cuéntenme de Gonzalo, ténganlo al tanto de mis movimientos, para que así quizás nos encontremos.

A pesar del distanciamiento, al escribir a Chile no deja de sentir cierta nostalgia por un aislamiento afectivo: estar lejos de su historia, de los viejos amigos que le hacen falta, de su país. El aislamiento emocional le duele. Encuentro la siguiente nota en su cuaderno de la época:

Es increíble que si me dieran a elegir a pasar quince días con, digamos, mi gran amigo Juan Goytisolo, con quien tengo mucho tema y mucho afecto, o quince días con alguna prima solterona y bigotuda de Talca, me temo que casi seguramente elegiría esta última.

Mi padre siente que aún no se recupera bien de la operación de úlcera, que le queda poca energía vital y psicológica. En una carta a Alberto Pérez le dice:

Envejecí mucho, y fuera de los libros, y aun eso, no me interesa realmente casi nada. Lo único posible para mí es escarbar dentro de la poca tierra que adentro me queda, a ver si encuentro algo antes de llegar a la roca donde no hay respuesta. Y eso ya no tardará. Tengo que apresurarme. Mi hija, maravillosa, crece, pero como un monumento al tiempo que yo voy perdiendo y que ella va ganando, amenaza constante, envidia constante que matiza el amor, distancia infinita, ser cuya experiencia será de otro siglo que el mío, de otro milenio que el mío, rubia, ojos negros, alegre, libre, vital, todo lo que yo no soy y no he sido nunca.

La época de Barcelona está plagada de éxitos, amigos, reconocimiento, contactos y proyectos. Pero las dificultades económicas persisten y a pesar del adelanto por El obsceno pájaro de la noche, que en un momento pareció solucionar las cosas, la economía familiar tambalea nuevamente. Como bien dice Gabriel García Márquez: «Todos los editores son ricos y todos los escritores son pobres».

Mi padre nunca consiguió la estabilidad económica que hubiera querido. Los premios le fueron siempre esquivos y sus ventas nunca alcanzaron la envergadura de sus pares del Boom. Piensa en Chile y trata de crear una conexión entre su historia familiar y yo, su hija española. Me cuenta historias familiares, me describe la casa de avenida Holanda, las calles, me detalla aromas y sensaciones, me hace imaginar y tomar conciencia de la existencia de mis abuelos, de la Nana y de mis primos, y a contestar que yo soy chilena. Pero mi sentido de pertenencia a España es más fuerte y, a pesar de los esfuerzos que hace mi padre, me paso horas viendo corridas de toros por la televisión, hablo catalán, ceceo y digo «olé» y «vale».

La posibilidad de volver a Chile está excluida en todo sentido y se aleja cada vez más. Las noticias que llegan desde allá anuncian un clima político desastroso por las próximas elecciones. El país está convulsionado y dividido en bandos totalmente antagonistas. Esta vez Salvador Allende parece no tener contrincante y parece probable que sea electo. Mi padre dice a sus padres, de manera premonitoria, en una carta de julio de 1970:

Yo estaría muy por un gobierno revolucionario, pero Salvador Allende me parece lo último de lo último, y no votaría por él por ningún motivo. No sé qué gente lleva. Si lleva a Carlos Altamirano me parece horrible. Aquí hay gente que se está yendo de regreso a Chile porque están tan seguros que va a salir Allende. Para mí sería un motivo más para no volver a mi patria. Si sale Allende, ¿no habría, como corolario, un golpe militar de derecha casi inmediatamente?

La vida en Barcelona es uno de los momentos más felices en la vida de mi madre. Está siempre alegre, dispuesta a todo. La recuperación del «entorno social» es clave. Ella es por naturaleza sociable, acogedora con quien llegue a su casa. Sigue a mi padre a todos lados; es una suerte de secretaria que trata de resolver la parte práctica de la vida, sin mucho resultado, pero, desde luego, bastante mejor que mi padre. Se siente acompañada al estar rodeada de amigos, invitaciones y largas conversaciones. Es admirada por su elegancia y su estatura. Es bautizada por todos como la «Nefer de Barcelona», por sus características similares a las de la raza egipcia. En una conferencia, Rosa Regàs la recuerda así en esa época:

Donoso nos hacía reír mucho, y sobre todo nos hacía reír María Pilar. Yo recuerdo la primera vez que la vi, en casa de unos amigos comunes: ella bajaba por una escalera y llevaba un traje muy bonito, con una especie de capa que le llegaba casi hasta las rodillas. Entonces, cuando llegó abajo, estuvo hablando un momento con nosotros y se desabrochó la capa, se la quitó, se la volvió a abrochar en la cadera y le quedó una falda larga preciosa que nos dejó a todos muy impresionados.

Personaje importante durante muchos años fue nuestro perro Peregrine. Mi padre lo había comprado mientras vivían en Pollensa y entonces era un miembro central y muy querido en la familia. Mi padre lo describe en una carta a su amigo Alberto Pérez:

Cómo es posible que haya escrito una carta tan importante sin mencionar al Peregrine. El Peregrine es mi perro campeón, un elegante pug blanco (Mopse, Carlin), como el perro que mira al público desde los pies de la marquesa de Pontejos de Goya, y en los autorretratos de Hogarth. Es un ser estupendo, un dragón minúsculo (según Mario Vargas Llosa) que echa mucho humo y ruidos increíbles.

Cuando quisieron que el Peregrine se cruzara ya era un poco viejo. Mi madre no perdía la esperanza y le compró todo tipo de productos geriátricos para que funcionara la cruza. Años más tarde este perro se convertiría en un verdadero monstruo, digno de El obsceno pájaro de la noche. Empezó a sufrir de cataratas, hubo que operarlo y, para que no abriera los ojos, le cosieron los párpados con dos botones color crema, que en esa enorme cara chata y negra resaltaban dándole un aire simplemente terrorífico.

Los perros siempre fueron muy importantes en la vida de mis padres, pero éste fue especial, tanto así que al morir, mientras vivíamos en Sitges, quisieron enterrarlo en la casa de Calaceite con una lápida que lo conmemorara. El problema era mantenerlo en buenas condiciones durante su traslado, así es que mi madre no encontró nada mejor que congelarlo en el freezer de la casa. Se me prohibió acercarme, pero mi curiosidad de niña de diez años pudo más y, al abrir la puerta del congelador, vi que el perro, con la cara hacia delante y muy apretado en el reducido espacio, aún miraba con los botones cosidos a sus párpados.

Creo que nunca olvidaré esa imagen.

A mi primo Martín le encargaron el traslado de Peregrine de Sitges a Calaceite, pues mis padres partieron antes para preparar las pompas fúnebres de tan célebre personaje. Martín lo envolvió en bolsas de basura y lo metió en una maleta con la que viajó tres horas en tren y luego otra más en autobús, mientras el descongelamiento inevitable hacía que la maleta goteara incesantemente.

 

Pero las cosas seguían su rumbo y una de ellas era la política y el modo en que sus pares del Boom se relacionaban con el tema.

Mi padre, más reacio a «la amistad», me describe esa época:

—Yo me sentía lejano, porque en ese momento todo era política, era estar con o en contra de Fidel Castro. Tanto Carlos Fuentes como Gabriel García Márquez como Vargas Llosa hacían política, estaban muy metidos en eso. A mí la política nunca me ha hecho vibrar, aunque mis novelas sí tienen un fondo político, esa es toda la política que concedo, es un poco lo que dice Ramokov que debe tener un autor, que también lo tienen Chejov y Tolstoi, es escribir la vida de ellos, pero no haciendo política.

»Yo he logrado que la gente de derecha me tilde de izquierdista, y los de izquierda me tildan de derechista».

 

En ese mismo tiempo viven en Barcelona Mario Vargas Llosa con su mujer, Patricia Llosa, que es mitad boliviana y pariente de mi madre. La amistad entre ellos se hace fuerte, se admiran mutuamente, y mi padre le pide a Mario Vargas Llosa que le escriba el prólogo de Coronación para una edición de bolsillo. Gabriel García Márquez también vive en Barcelona, pero mi padre, un poco celoso, creo yo, lo encuentra parco, menos humano y amistoso que Mario. Además, están Sergio Pitol y Jorge Edwards. Todos ellos se reunían constantemente durante el día para comer cualquier cosa en la Tortillería Flash-Flash y, por las noches, en las profundidades art nouveau de la boîte Boccaccio. Eran la gauche divine del momento, las mujeres guapas y bien vestidas; los hombres, talentosos y muy sofisticados: Carlos Barral, el editor-poeta, y su mujer; los hermanos Moix, el arquitecto Oriol Bohigas y Rosa Regàs; Óscar Tusquets y su mujer, Beatriz de Moura; los hermanos escritores Juan, Luis y José Agustín Goytisolo; la fotógrafa Colita.

También existía un grupo numeroso de novelistas hispanoamericanos que vivían autoexiliados por razones políticas, o bien por huir de los fantasmas que en los propios países los ahogaban. Todos pasaron largas temporadas fuera de sus países, de modo que el exilio, el cosmopolitismo y la internacionalización como escritores fue lo que los unió y lo que dio fruto a esa legendaria cofradía. La mayoría de las novelas capitales del Boom fueron escritas fuera del lugar de origen de cada autor.

Mi padre creía que este momento era ya el fin de ese fenómeno. Al igual que ve su inicio en aquella fiesta en México en casa de Carlos Fuentes, en 1965, ve su fin como unidad en una fiesta de Noche vieja de 1970 en Barcelona, en la casa de Luis Goytisolo, donde estaban Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez y otros. Esta celebración, que marcó para él este comienzo del fin, es descrita así en Historia personal del Boom:

María Antonia, la mujer de Luis Goytisolo, presidía la fiesta, que, bailando ataviada con bombachas de terciopelo multicolor hasta la rodilla, botas negras, y cargada de alhajas bárbaras y lujosas, sugería un figurín de Léon Bakst para Scherezade o Petruska. Cortázar, aderezado con su flamante barba de matices rojizos, bailó algo muy movido con Ugné, su compañera; los Vargas Llosa, ante los invitados que les hicieron rueda, bailaron un valsecito peruano, y luego, a la misma rueda que los premió con aplausos, entraron los García Márquez para bailar un merengue tropical. Mientras tanto, nuestra agente literaria, Carmen Balcells, reclinada sobre los pulposos cojines de un diván, se relamía revolviendo los ingredientes de este sabroso guiso literario, alimentando, con la ayuda de Fernando Tola, Jorge Herralde y Sergio Pitol, a los hambrientos peces fantásticos que en sus peceras iluminadas decoraban los muros de la habitación. Carmen Balcells parecía tener en sus manos las cuerdas que nos hacían bailar a todos como a marionetas, y nos contemplaba, quizás con admiración, quizás con hambre, quizás con una mezcla de ambas cosas, mientras contemplaba a los peces danzando en sus peceras.

En esa fiesta había un clima de esperanza, de coherencia, de unidad, pese a que ya se traslucían las semillas de las divergencias que terminaron por, si no deshacer amistades, por lo menos por enfriarlas. Se evidenciaban algunos zarpazos de los excluidos y de celosos. Poco después estalló el caso de Heberto Padilla en Cuba, donde una serie de hechos llevaron a este poeta a leer en una sesión pública una carta de autocrítica donde se calificaba a sí mismo de «contrarrevolucionario objetivo» y afirmaba que, a pesar de la conmoción que su arresto había provocado, «no merecía estar libre», involucrando además a otros intelectuales cubanos que llamó al proscenio junto a él.

Fue este caso el que, con todo su estruendo, puso fin a la unidad entre los intelectuales latinoamericanos, dividiéndose entre quienes siguieron apoyando las políticas culturales de Fidel Castro y los que no.

Con todo, los contornos de este fenómeno son imposibles de fijar. Son sólo cuatro los nombres que, si los definimos, componen para el público el «gratis» del Boom, la elite, los «capos de mafia». Éstos eran y siguen siendo los más exageradamente alabados y los más exageradamente criticados: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Pero hay muchos otros nombres importantes que engrosaron las líneas de este movimiento: Augusto Roa Bastos, Manuel Puig, Mario Benedetti, entre otros.

Mi padre se sintió integrante de este Boom por converger en un mismo momento y en un mismo lugar con este grupo, pero intuyó que en el fondo nunca fue parte importante del movimiento, al igual que en otros momentos de su vida sintió su incapacidad de ser parte de un grupo o de un partido político. Sus libros nunca tuvieron el éxito comercial alcanzado por los de sus pares, si bien su calidad literaria nunca ha estado en duda.

El obsceno pájaro ya está suelto. En todas las librerías hay afiches con la portada del libro, además de jaulas colgando con el libro adentro. Hay entrevistas, reportajes fotográficos, avisos en los periódicos. Las «precríticas», lo que dice Vargas Llosa, lo que dice García Márquez, lo que dice Clotas, lo que dice Castellet. En fin, todo un mundo admirativo que se moviliza.

El lanzamiento, en diciembre de 1970, se realiza en un edificio decorado por Picasso frente a la catedral de Barcelona. Hay 250 invitados. Mi padre no cabe en sí de felicidad, aunque con cierta ironía escribe:

Por primera vez toco el papel en que viene envuelto el triunfo. No sé lo que habrá de verdadero, de valioso, adentro. Quizás no sea más que un mojón. Pero el papel, esta temporada, es muy bonito.

Para esta ocasión le ha comprado a mi madre, para que se luzca, una capa negra que le llega hasta los pies y un sombrero con alón negro y botas de cabritilla negra hasta las nalgas.

Es en esos días cuando recibe el llamado de Época Films, los productores de Tristana, de Luis Buñuel, pues «el maestro» quería hablar con él. Mi padre viajó inmediatamente a Madrid y estuvo tres días hablando con el cineasta, interesado en hacer una película de El lugar sin límites. Incluso ya tenía el reparto y las locaciones determinadas. El desarrollo del libro se trasladaría a un ambiente español y el guión parecía estar definido. Buñuel estaba muy entusiasmado, pero la censura española bajo Franco terminaría por hacer fracasar el proyecto.

Le escribe su padre:

Buñuel hace años que dice que ya no quiere hacer más películas. Pero que si la censura pasaba esta película, la haría inmediatamente. Yo puse cara larga: que no me atribulara, dijeron los productores, el gobierno español tiene tantas ganas de que Buñuel siga filmando en España, que le aguantan cualquier tema. Que no me preocupara, que ellos tienen mucha influencia. Tres días de conferencia, apuro, almuerzo con un sordo (Buñuel es como una tapia) y demás. Luego, tres semanas de espera, telefonazos diarios, que sí, que no, que parece, que... en fin, hasta que hace algunos días el telefonazo definitivo: la censura española dice que no, definitivamente, Buñuel o no Buñuel, que es una inmoralidad inaceptable, rechazada definitivamente y sin apelación y ya está... esperanzas rotas.

Mi padre empezó a sentir la necesidad urgente de un cambio. Otro lugar, otra gente o simplemente estar solo. La gauche divine era muy gauche y demasiado divine para él. Sentía que no pertenecía completamente a ese grupo, pero los frecuentaba, los observaba divertido, armando en su cabeza lo que luego sería Tres novelitas burguesas.

Entonces, mágicamente, aparecerá el lugar indicado donde emigrar.

lunes, 15 de febrero de 2021

Pollensa, España, 1968-1969. CORRER EL TUPIDO VELO. PILAR DONOSO.

 





Pollensa, España, 1968-1969

 

Mis padres llegaron a Pollensa invitados por una prima de mi madre, Maggie Ear, una gorda inmensa, beata y bastante fea. Todos aspectos que naturalmente mi padre no pasaba por alto. Pero como era encantadora, deliciosa y divertida, le perdonaba estas particularidades que, por lo general, no toleraba. La verdad es que la quería mucho y ella, bastante rica, fue siempre muy generosa con ellos.

Encantados con el lugar, decidieron quedarse por «un tiempo»: dos años y medio. Estaban convencidos de que ahí podrían vivir con muy poco dinero. Les dan la dirección de una princesa rumana que estaba necesitada de dinero y que tenía en arriendo su casa. No era muy linda pero quedaba en la cima de un cerro rodeada de almendros floridos... Esto la convertía en una maravilla. Era una época de verdadera escasez económica. Mi padre no había logrado escribir nada en el último tiempo, ni generar ningún ingreso, así que vivían como bohemios, casi con nada. En Pollensa conocieron a mucha gente. En una comida les presentaron, entre otros, a la princesa polaca Osthouska, una mujer excéntrica dedicada a hacer joyas. Cuando mi madre le preguntó con quién era casada, ella contestó: au du notre (uno de los nuestros).

Ahí nació la gran amistad con Gene y Francesca Raskin, una pareja de judíos neoyorquinos brillantes, que habían sido cantantes de cabaret por muchos años y se dedicaban a componer música con gran éxito (escribieron Those Were the Days, una canción de moda que les dio bastante dinero).

Gene era aficionado a las letras y escribía. Tenían una casa muy bonita y lujosa; les gustaba navegar, afición que no compartían en absoluto con mis padres. Ella era muy lectora; él, un buen escritor pero no tuvo éxito. Publicó varios libros financiados por su propio bolsillo. De algún modo fueron los mecenas de mi padre. Tiempo después, sin dinero y con la necesidad de dedicarse a escribir tranquilo, los Raskin le prestaron doscientos dólares al mes por mucho tiempo. Cuando mi padre quiso devolvérselos, dijeron que era un regalo. Esta amistad se conservó hasta el final de sus vidas.

También se hicieron amigos del doctor Carretero, mi pediatra, al cual llamaban constantemente para hacerle todo tipo de preguntas. Mi padre lo llamaba desesperado para saber por qué hacía caca verde o por qué lloraba, o por cualquier cosa.

En esa época conoce a Mario Vargas Llosa, por entonces un joven escritor. Le cuentan que está de paso por España y lo invita a pasar unos días a Pollensa. Luego, coincidirán en Barcelona en pleno Boom.

Mi padre, desesperado por la situación económica por la que pasa, postula entonces a una beca Guggenheim que felizmente obtiene.

La escritura de El obsceno pájaro lo absorbe por completo. Durante todo 1968 trabaja incansablemente. En su cuaderno número 37 anota:

Creo que he dado en el clavo para el intermanejo de las narraciones, usando notas al pie de página. Puede ser interesante, y como voy a escribir todo esto, lo que pasa con Jerónimo ahora, Jerónimo con Iris, y él con Jerónimo y con Iris, en la parte cuatro, para hacer una gran parte media de la novela.

La cuarta parte la comienzo en la voz de las notas, en el mundo de las notas, y es toda esta parte, hasta que esa parte se transforma en el mundo enloquecido de «El último Azcoitía» y, gradualmente, lo que era relato realista se transforma en pura fantasía suelta... Ahí, empieza la quinta parte, se rompe, en la altura total de la fantasía y tenemos el mundo sórdido.

En la última página de ese mismo cuaderno escribe:

Bueno, voy en la página 308 y debo terminar la tercera parte, hoy era el día señalado, pero con los desperfectos de la máquina fue imposible. Veremos ahora. Además, estoy en una parte muy engorrosa de la que me resulta muy difícil salir.

Mi padre quiere dar forma a las miles de página de las distintas versiones que se han ido acumulando a lo largo del tiempo. ¿Cómo lograr cerrar el ciclo? ¿Hasta dónde continuar? La novela se le ha convertido en un verdadero laberinto. Pero no cesa en la búsqueda del hilo conductor para, por fin, terminarla.

Entre los papeles que dejó en la biblioteca de la Universidad de Princeton encontré un interesante ensayo, escrito en 1975, en el cual relata una importante etapa en la gestación de El obsceno pájaro de la noche y que para mí era totalmente desconocida. El texto me intrigó sobremanera. De cualquier modo, el texto aclara muchas dudas sobre esta obra.

Tengo, sin embargo, grabada otra imagen de la disolución y del fracaso y de la soledad, mucho más cerca de mí, y con ciertos ribetes muy importantes. Se trata de Jorge Sanhueza. Jorge Sanhueza era... ¿qué era Jorge Sanhueza? Pequeñísimo, como el Mudito de El obsceno pájaro de la noche, con un rostro fino y sensible, que con el tiempo fue descomponiéndose, de una timidez enfermiza, le temblaban las manos con huesos como de pajarito, siempre un poco húmedas, un poco blandas, y los ojos rara vez miraban de frente detrás de sus pequeñas gafas: tenía rostro de niño que no piensa madurar jamás. Su ingenio, su simpatía, lo hizo durante un tiempo el «enfant gaté» de la inteligencia santiaguina: secretario de Neruda; luego, increíble y descuidado cuidador de su biblioteca cuando ésta fue regalada a la universidad; siempre pobre, siempre sin casa, era recibido por todos con los brazos abiertos. Pero, sobre todo, y su ingenio lo hacía acreedor de estos favores, se acercaba a señoras distinguidas y buenas mozas generalmente, supongo, y se enamoraba de ellas. El caso de Inés Figueroa, la mujer de Nemesio Antúnez, es uno; el de Poly del Río es otro. Inés, fascinada con el personaje, organizó unas «jornadas» o algo así en su casa de la calle Guardia Vieja, en que Jorge analizaba cosas de literatura chilena, y los invitados escuchábamos o interveníamos. De alguna manera, Jorge tenía la facilidad para «intervenir» entre marido y mujer, su presencia, que poco a poco se iba haciendo ubicua en las casas, solía destruir la intimidad conyugal. Desde luego, la relación de «secretario» de Humberto con respecto a Jerónimo-Inés está, en cierto modo, basada en lo que sentí de la relación Jorge Sanhueza-Inés-Nemesio: que por un lado, ellos se nutrían de la dolorosa envidia del inferior, Jorge Sanhueza, y que a su vez, Jorge Sanhueza no podía vivir sin ellos.

Esta relación, precisamente, puede haber sido algo completamente subjetivo de parte mía, reflejo de lo que yo también sentía respecto a Inés y Nemesio; en esa época, siempre se quejaban de que la gente no los dejaba tranquilos, que no les daban intimidad, que los destrozaban, que se los devoraban, que la gente iba a pedirles, a sacarles cosas, que no tenían vida propia, porque las gentes no los dejaban vivir. Lo que, claro, era cierto: Nemesio Antúnez, el pintor por excelencia de mi generación en Chile, el triunfante, tenía un taller con alumnos en su propia casa, y ellos le invadían la casa. Inés, por otra parte, siempre aficionada a las amistades confidenciales e íntimas, tenía su corte. Yo, modestamente, formaba parte de esa corte. Muchas veces, lo reconozco, me propasé escandalosamente, pidiendo mucho más de lo que, lógicamente, se me podía dar. Pero el fenómeno era curioso: tenían necesidad de esta corte de admiradores, de esta corte de envidiosos, y uno de los adjetivos con que Inés solía defender a la gente, cuando otros hablaban mal de ella, era el adjetivo «pobre... pobre tal o cual, qué mal le va, no hablen mal de ella», que claro, la eliminaba de la competencia y la ponía en un plano de decidida inferioridad. Yo, claro, cuando ellos vivían en USA y yo también, estuve enamorado, con un amor adolescente cuando ya no era adolescente, de la pareja perfecta Inés-Nemesio, envidiándolos, adorándolos, contemplándolos, y sintiendo todo el tiempo, como es natural, que yo no tenía más que un papel muy tangencial de amigo de la casa en su vida. A pesar de reconocer que esto era natural, el dolor era una constante, y mi imposibilidad de tocarlos más allá de la raya que me ponían como límite, y sentí todo el tiempo, hasta el final, que puede ser algo completamente subjetivo mío y, sin embargo, tengo razones, ya que el pattern se repetía, para creer que si bien había algo de subjetivo, no lo era enteramente, sentí que mi dolor aumentaba su felicidad, que la mantenía. Como en el caso de Jorge Sanhueza, que ya en un momento de mayor disolución del matrimonio, tuvo junto a ellos el mismo papel.

Ver a Jorge Sanhueza tan venido a menos, tan frágil, tan solo, tan hambriento de cariño y a la vez tan peligroso y tan fascinante. Sus amigos lo adoraban: Jorge Edwards, Armando Uribe, Antonio Avaria, Jorge Swinburn eran el grupo que lo rodeó, llenó de admiración durante el último tiempo, hasta que murió en una cama de la sala común de un hospital, y después de haber dedicado toda su vida a la literatura, a los libros, murió diciendo:

La poesía no vale nada, nada,

más vale una naranjada

una naranjada...

Sin embargo, hay que consignar un dato curioso, que quizás sea el que une y cose toda esta aparente disquisición, con el eje de El obsceno pájaro de la noche. Y es esto: que una noche cuando yo regresaba tarde a casa, antes de casarme, me encontré con Jorge en la esquina de Providencia con el canal San Carlos. Sacó un libro, me lo mostró, dijo algunas cosas, y como tartamudeando agregó: «¿Sabías, tú, Pepe, que hay muchas personas que de cara nos encuentran parecidos? Claro que esto no te gustará nada, pero...». A mí, con mis complejos de hermano enclenque, aunque alto, de dos hermanos atléticos, no me gustó, en efecto, nada, aunque no podía ignorar esa sensibilidad, esa disolución a punto de disolverse de la cara de Jorge Sanhueza, incluso de admirar la inteligencia de esos ojitos detrás de los anteojos que siempre se resbalaban. Yo era Jorge Sanhueza; a través de nuestras relaciones paralelas aunque tan distintas con Inés Figueroa, a través de nuestro parecido físico que yo rechazaba. Yo era el Mudito: y sólo cuando Humberto Peñaloza aparece en los esquemas de El obsceno pájaro de la noche, comienza a relegarse a segundo plano la figura Inés-Jerónimo, a hacerse fantástica, como sin duda eran fabulosos Inés y Nemesio.

No quiero por ningún motivo que se desprenda de estas páginas la noción de que El obsceno pájaro de la noche es autobiográfico. Pero hay ciertos puntos de mi autobiografía que decantados, subjetivizados naturalmente, tuvieron que encontrar un camino a mi novela. Puedo agregar, también, que el grado de emoción que le producía a Humberto Peñaloza la belleza de Inés de Azcoitía, es el grado de emoción casi reverencial que me producía la extraordinaria belleza de Inés Figueroa. Sin embargo, curiosamente, no pude armar la belleza de Inés de Azcoitía con los rasgos físicos tan admirados en Inés.

 

La relación entre mis padres muestra ya la dinámica que tendrá siempre. Mi madre se siente a menudo sola, postergada por «el espacio creativo» de mi padre, que se encierra a escribir y también en sí mismo. Encuentro en un diario de ella, fechado el 9 de julio de 1968, la constatación de su amargura junto a un amor incondicional, admirativo y protector hacia él. Deja ver su angustia y desolación frente al ser que ve como tan omnipotente:

Con Pepe sería el único con quien podría hablar a fondo del problema, pero Pepe está «off bounds» envuelto en su novela, y no puede ni debe ser invadido por causas que pueden perturbarlo o distraerlo. Cómo llegar al fondo del problema, verlo, tratar de enfrentarlo... El problema que me hace beber de más y compulsivamente a veces, a odiar a Pepe, a mí misma y ahora a tomar tranquilizantes, para envolverlo todo en una nube de algodón, que lo adormece y acalla todo hasta la próxima vez.

Anoche... al saber que comeríamos «a quatre» con los Flakoll tomé mis precauciones, tomé un tranquilizante como a las cinco antes de salir y llevé otro conmigo cuidadosamente camuflado en la bolsita de mis lentes de contacto. Empezamos bien, nos mandamos a hacer anteojos y Pepe se compró una camisa azul que le sienta de maravilla. Parece que yo estaba muy guapa, lo que a veces pienso es lo único que le interesa, al menos cuando estamos con gente. Nos encontramos con nuestros amigos en el Bar Formentor, todos muy contentos de vernos, ellos encantados con la posible ilusión final de la novela de Pepe y con mil cosas que comentar. Yo, participando de la alegría general, me dejé llevar y... sin querer interrumpí a Pepe, quien me echó una de esas miradas y/o hizo uno de esos gestos que son las exteriorizaciones de nuestro problema de relaciones en y con sociedad. Se me fue el ánimo a los talones, saqué disimuladamente mi tranquilizante de la cartera y me lo tomé. Allí acabó para mí la noche, traté de no hablar más, ni que se notara demasiado el asunto (pero lo notaron y me dijeron que no dejara que esto suceda, que me imponga... No creo que pueda ni que sea lo indicado). No quiero arruinarle las salidas a los demás, ni a Pepe que la pasó muy bien. Para mí se acabó allí y entonces el placer de la salida. Y así sucede una y otra vez.

Este problema debo enfrentarlo, de alguna manera tengo que amoldarme, cambiar probable y desgraciadamente ¡... me gusta la gente, las amistades, reírme, he sido muy sociable! Quizás lo mejor sea que me resigne y conforme a que eso ha terminado. Pepe dice que yo no capto el problema, que no comprendo. Son demasiado los años... y he tratado, quizás no suficientemente, quizás envenenada o dolorida o resentida, quizás son demasiadas las veces, quizás tan conflictuados los motivos de Pepe, como él mismo lo ha reconocido algunas veces, al molestarse hasta los extremos que se molesta.

Creo que un diario me ayudará, ahora la niña llora y trataré de hacerla dormir...

La situación se complica para mi padre. Él necesita poder trabajar el año completo para concluir la novela. Saca cuentas una y otra vez; los pocos ingresos que ha tenido hasta el momento le permitirán vivir sólo hasta finales de ese año, no más.

Se presenta entonces la posibilidad de ir a la Universidad de Colorado, en Fort Collins, por un semestre a dictar un curso. La idea de ganar algún dinero lo hace decidirse a partir, dejándonos a mi madre y a mí solas en medio de esa isla española donde el sol brilla y el mar se agita contra una costa acogedora pero ajena.

Llega a Fort Collins el 10 de enero de 1969. La decepción es inmediata: encuentra todo espantoso, la atmósfera totalmente distinta a lo que imaginaba. Como muchas veces, su visión se torna radical; ve todo negro, todo repulsivo y vulgar. Se desespera, echa de menos a mi madre, al mundo construido entre los dos, su vida, su ritmo, su quietud. En su diario se ven claramente sus contradicciones en relación a mi madre, a quien oprime por un lado, pero que necesita con una dependencia bastante intensa:

He odiado a todo el mundo aquí, porque no son yo-tú, porque no te conocen, no conocen a la Pilarcita, y nuestra pequeña, pequeña vida juntos, privada. Quiero que sea tan privada, tan escondida como sea posible, esta horrible gente entra y sale de las casa de los otros todo el tiempo, no hay privacidad, intimidad. ¡Oh!, cómo los odio a todos. Es tan distinto a Iowa. Hasta el momento sólo he conocido gente mediocre. Esto está muerto, muerto, una horrible pérdida de tiempo, cuando podría estar terminando mi novela con la Guggenheim.

Lo que es más horrible aún es que vivo en una especie de lujosa fraternidad, con todos los go-go boys y niñas, que estudian cosmetología y silvicultura. Estos van a ser unos tristes y difíciles dos meses y dudo soportarlo. Nada aquí me interesa. Pensé que prácticamente me iban a recibir con una banda musical y todo, pero nadie parece saber quién soy, y parecen ignorar mi existencia. Cuál era el punto de hacerme venir desde España, si me iban a ignorar, y no me van a pagar todo lo que pensé, si mis estudiantes son sólo cinco en un curso y diecisiete en otro —éste parece mejor y se ve más interesante— y tener que estar con gente como Nick Crome, al cual detesto. Además, lo primero que hice aquí fue agarrarme un terrible resfriado. Estoy extenuado, muy deprimido, muy consciente de que esto no es lo que debería estar haciendo. Creo que venir aquí fue la peor idea que nadie ha tenido nunca. Serán meses de completa soledad.

El pueblo es todavía más feo de lo que recordaba. La gente horrible. Hay un «ugly little jewish boy» en mi clase que parece un poco diferente, más leído, más inteligente y sensitivo. Tenía que ser judío.

Sólo puedo pensar en la miseria que es estar lejos de yotú, yo-tú. Trata de mantenerme vivo en la memoria de la Pilarcita. Nunca debemos separarnos de nuevo, eso es seguro.

Durante su estadía, Carl Brant lo llama para ofrecerle un puesto de writer in residence en la Universidad de Columbia por un semestre y con un sueldo increíble. Cómo negarse, aunque se había prometido no más semestres en Estados Unidos para así volver cuanto antes junto a mi madre.

En una carta fechada el 13 de enero de 1969, le escribe:

Me horroriza traerte a New York a ti y a la niña por cuatro meses. Pero de hecho, una cosa: no voy a venir solo a América, ni a ninguna parte otra vez, sea como sea, ustedes tendrán que venir conmigo. Me doy cuenta de que sencillamente no existo si tú no estás a mi lado, me anulo. Soy desagradable con la gente, no sé mantener relaciones sociales con nadie, me apoco, me deshago, pierdo completamente el poco de seguridad en mí mismo que pueda tener y tengo que andar en cuatro patas debajo de las mesas buscando lo que queda de mi yo. Si resulta lo de Columbia y ahorrar algo de esos quince mil dólares, entonces, claro, valdría la pena. Pero si no... Claro que entonces, ¿qué haríamos una vez terminada la beca Guggenheim, en caso de que no la renovaran? Iowa estaría dispuesto a tomarme cuando sea y por el tiempo que sea. No sé. No sé. Estoy confuso y cansado. Y no teniéndote a ti aquí, a mi lado, para hablar las cosas, me parece terriblemente difícil tomar una determinación, si no imposible. Acabo de subir a ver el mailbox y no hay carta tuya. Puede ser que mañana llegue.

 

José Donoso trabaja todo el día para amortiguar la soledad; se acuesta temprano, lee y toma notas para sus clases y conferencias. El trabajo, con el campus casi vacío por esos días, es la mejor parte de su estadía. Ha releído a Borges casi entero pensando en la conferencia que va a versar sobre los elementos de juego en el autor de El Aleph, Julio Cortázar y Carlos Fuentes con alusiones a Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Está releyendo Homo Ludens, de Huizinga, un libro maravilloso que lo tiene fascinado, y al respecto anota:

Carlos Fuentes es cómico: todo Zona sagrada, incluso el título está sacado de Huizinga. He is a fantastic borrower of ideas. Creo que mi análisis sobre Fuentes puede ser brillante con este conocimiento de Huizinga.

Su ánimo ha cambiado. Está más optimista; la primera impresión que tuvo a su llegada se ha ido disipando y el velo de oscuridad se desvanece poco a poco.

El ambiente del campus le parece «físicamente» cómico. Las chicas, bonitas pero muy pasadas de moda, no ha visto ni a Pam Piccards ni a Marna Klines. Los muchachos, en cambio, son increíbles, todos absolutamente peludísimos, de cabello largo, barbas, bigotes del modo más extraño.

La interrupción de la escritura de El obsceno pájaro de la noche lo tiene desesperado. Se siente muy ajeno a todo ese mundo:

Nadie fuera de Nick Crome me ha invitado o tendido la mano. MacMurray, del Spanish Department, me convidó a una comida el viernes para el sábado que viene... te imaginas. No lo conoces, una especie de Buster Keaton idiota.

Puede ser que con Shwartz y su mujer, judíos neoyorquinos, horribles, peludos, sensibles, cultos, tímidos, me salga una buena amistad. Podría ser. Pero miro el paisaje humano alrededor mío y todo lo demás es imposible. Para qué te digo lo que son mis alumnos del workshop... No podrías creerlo, es tan bajo el standard. Por suerte, son sólo cinco.

Relaciona, entonces, la incapacidad social que ha tenido siempre con su madre:

Ahora, lejos de mi madre, la quiero aún más y la entiendo perfectamente, y el dolor que siento al pensar en ella es obsesivo. Me siento tan cercano a ella, por primera vez en mi vida. Es tan frágil, tan cariñosa, tan poco sofisticada, y en muchos sentidos muy parecida a mí. Me veo a mí en ella de alguna manera, su apocamiento, su fragilidad, su dificultad y miedo de comunicación con todo lo que no sea su círculo inmediato y el terror de salir de él. Creo que con el tiempo me voy a poner peor y que tú, María Pilar, vas a tener que ser una especie de intérprete mío, un puente para comunicarme con el mundo, porque solo no puedo. ¿Por qué será que odio tanto a la gente? Me preocupa.

Pero luego de esos pensamientos pasa rápidamente a otra cosa, a pormenores cotidianos, y le pide a mi madre que le compre («sólo si no es un gasto horrible») un poncho para la mujer de Nick Crome, Nancy, ya que, según él, es la única persona relativamente humana por esos lados y que se ha portado divinamente con él.

Me he comprado unas camisas como la mía azul, wash and wear, para no gastar en lavandería, y Nancy Crome me deja ir a su casa a usar su máquina lavadora y ella misma me tenderá la ropa. Compré también dos pijamas drip and dry bastante monstruosos que también lavaré donde Nancy Crome. Pero el poncho, pronto, muy pronto, mira que eso me puede abrir muchas puertas, y Nancy en realidad es encantadora.

Por aquel tiempo, mi padre recibe nuevas propuestas de trabajo. Al parecer, lo de la Universidad de Columbia no era tan fantástico como esperaba, pues se trata de dos semestres en vez de uno: el primero casi sin trabajo, con diez estudiantes en creative writing y nada más, y el segundo con un load de trabajo mucho mayor, un lecture course de Latin American Civilization, y dice al respecto: which I know nothing about, but which I could study in a pinch. Además, un curso sobre literatura latinoamericana contemporánea. Cree que mejor debe contestar que no y aceptar la oferta de la Universidad de Iowa, que le resulta más seductora.

Mi abuela materna, Graciela Mendieta, viaja a Pollensa para cuidar de mi madre y ayudarla conmigo. La relación entre ellas es difícil y tensa, pero en este momento debe aceptar la ayuda, está enferma debido a unos tumores que le han descubierto en el útero. La ausencia de mi padre es cada vez más desoladora. Mi madre debe permanecer en cama mientras las hemorragias continúan. Los doctores quieren operarla cuanto antes, pero finalmente le aconsejan esperar hasta que se traslade a vivir a Barcelona, donde también podrá cuidarla mi abuela paterna, la Titi (Alicia Yáñez), que está visitando en ese momento a la tía Elenita en Alemania y llegará a Barcelona tan pronto como pueda, con tal de ayudar en caso de que la operen.

Mi padre escribe, en una carta dirigida a mi madre, el 20 de enero de 1969:

Mi mamá y mi tía Mina llegan a Barcelona a mediados de febrero. Espero que le hayas escrito a mi mamá sin falta todas las semanas, mira que está muy sentimental, aunque me escribe que ha estado muy de buenas y han salido a todas las tiendas, lo que es su mundo, y ha estado comiendo y durmiendo bien, lo que es un gran descanso para mí. Dice la tía Mina que te han comprado ollas... Las veo llegando en bicicleta desde Francfort, con cuatro pares de medias puestas y calzones largos, cargadas de ollas, pajareras, luleros, espumaderas, maniquíes, y esperándonos en nuestra casa transformada en un loquero absoluto.

Mientras la salud de mi madre empeora, el 22 de enero, en Fort Collins, mi padre empieza a sentir fuertes dolores estomacales. Deja pasar los días hasta que finalmente Nick Crome lo lleva al hospital de urgencia. Llega con una hemorragia producto de una severa úlcera que le dura seis días. Debe ser intervenido de urgencia y recibe constantes transfusiones, las cuales, en el futuro, serán el origen de una hepatitis C que le causará la muerte.

A Pollensa llegan telegramas alarmantes de parte de los encargados de la universidad:

Pepe hospitalizaded ulcer perhaps surgery doctor says he is strong enough keep you informed.

Pepe just had successful ulcer operation way to recovery no need for you to come.

In Fort Collins doctors happy Pepe unhappy will call.

Pepe’s depression temporary all’s well don’t worry.

Para evitar el dolor tras la operación, le dan altas dosis de morfina. Sobrerreacciona a esta droga con delirios y alucinaciones; se arranca las sondas y trata de lanzarse por la ventana. Ve bestias que le devoran el cuerpo, que le comen las entrañas. Cree que los médicos quieren sacarle la sangre, que lo envenenan. Son veinte días en el infierno, pero estas visiones salidas del inconsciente cerrarán, de manera definitiva, el círculo creativo de El obsceno pájaro de la noche.

En una conversación que mantuvimos años más tarde, me cuenta a raíz de esta experiencia angustiosa:

El obsceno pájaro ya existía, tenía forma pero no tenía médula. Fue una cosa muy dura para mí trabajar en la médula. ¿Cuál era el truco? ¿Qué usar? De alguna manera la locura mía durante la operación de mi úlcera me sirvió para encontrar una forma a la novela.

»Me acuerdo perfectamente de mis delirios, de los ojos verdes de la enfermera, de las cosas que yo temía que me estaban haciendo. Recuerdo el horror que me causaba el hecho de que estuvieran mandando mi sangre sana a Vietnam, para que luego me pusieran sangre enferma para que yo la purificara y la mandaran nuevamente a Vietnam para ser usada.

»Es un delirio que me ha quedado firme y estable. Mi horrorosa sensación de que estaba en una cárcel y no podía evadirme. Todos mis monstruos interiores aparecieron en esos delirios».

El posoperatorio es lento, aunque él quiere volver cuanto antes a Pollensa. Los gastos médicos han sido muchos y se da cuenta de que vuelve sin nada de lo que pensó ahorrar. Por momentos duda si quedarse un tiempo más para ganar algo de dinero, pero no sabe si puede soportar el trabajo, el contacto con los alumnos, el temor a la soledad con el debilitamiento físico y emocional en que está.

Escribe a mi madre el 11 de febrero de1969:

Más y más me sano, más y más te echo de menos, más y más estás desesperadamente lejos. Ya estoy completo, mi mente, mi razonamiento, todo: todo difícil, es cierto, todo inseguro, pero me reconozco. ¡Por Dios, las cosas que me han pasado! ¡Qué horror ha sido esta separación! ¡Qué infierno nuestra vida desde que decidimos no ir a Chile, que fue el momento en que decidimos separarnos y todo se vino abajo!

Finalmente, mi padre llega a Pollensa, con enfermera y veinticinco kilos menos. Mientras duró su ausencia, mi madre logra recobrarse y la urgencia de la operación se pospone. Ambos recuperados, mi padre se embarca en un trabajo sin descanso para terminar El obsceno pájaro de la noche.

Luis Guillermo de Perinat les presta una casa, un palacete, por tres meses, en el balneario de Comillas, en Cantabria, para que mi padre pueda escribir.

Era una casa maravillosa, rodeada de jardines repletos de hortensias azules y laberintos de boj, entre los que yo jugaba. Mi padre trabaja mientras me observa, desde su ventana, corretear entre medio de este idílico entorno.

Trabaja todo el día. Antes de la hora de almuerzo se da un descanso y baja un rato a la playa conmigo y mi madre para bañarse en el mar. Mi madre se adentra en el mar y yo la saludo desde la orilla. Pero cuando mi padre entra en el agua, yo grito como una loca, desesperada para que salga y esté a salvo. Así, a mis dos años, se inicia la relación protectora que siempre mantuve con él.

Muchos años después, comentando estos recuerdos, me dijo: «Ya entonces eras más madre mía... que yo padre tuyo».

Al atardecer volvía a interrumpir su trabajo para estar con nosotras. Al acostarse leía, desde el primer número hasta el último, la colección completa de La Esfera, revista del mundo elegante que el dueño de casa coleccionaba. Mi madre no entendía su entusiasmo por esta revista que ella consideraba «un frívolo afán». En su lado de la cama, él sonreía al leer las crónicas, mientras ella trataba de comentarle la lectura que sostenía, Eros y civilización, de Henry Marcuse, a lo que mi padre añadía de vuelta lo elegante que era tal o cual duquesa y mostraba la foto. Mi madre, desconcertada, suponía que aquello era una suerte de esquizofrenia artística.

Pero La Esfera sembró semillas en él que quedarían guardadas hasta dar frutos en Madrid, años más tarde, en su obra La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria.

En Cantabria, finalmente logra agarrar la cola de la novela, entenderla en toda su complejidad y terminarla después de siete años. Para lograrlo debió meterse dentro; él era parte de la novela. Había trabajado años sin entenderla, sin saber hasta dónde podía llegar. De pronto, todo tuvo forma y se plasmó. Me comentó una vez:

—Siempre El pájaro estuvo ahí, la tenía escrita en el ADN, y salió, le di apertura para salir a flote. Fui apilando distintos niveles a lo largo de su gestación, hasta que tenía una cantidad enorme de ellos, y no sabía bien cómo esos niveles iban a cuajar, a funcionar.

Cuando finalmente termina el libro vuelven a Pollensa. En el trayecto de vuelta, mientras mi madre conducía, ocurre algo muy mágico. Pasando ya por Guipúzcoa aparece un letrero en la vía que decía «Azcoitía». Su sorpresa fue grande, pues, según me contó, no sabía que «Azcoitía» era realmente un nombre o un apellido o un lugar; no lo conocía, ignoraba su existencia, y agrega:

—Fue una de esas cosas mágicas que me pasan a mí, fue un nombre que se me ocurrió al iniciar la escritura de El pájaro. Por ejemplo, escribí: «Cuando don Jerónimo de Azcoitía...», y me dije: ¿qué es esto? No sé por qué lo escribí.

Pero no obstante la curiosidad sobre ese pueblo que tenía «su» nombre, no quiso desviarse de la carretera y entrar. Sintió que quizás se perdería la magia.

La gestación de El obsceno pájaro de la noche fue difícil y larga, pero le dará grandes satisfacciones, principalmente el reconocimiento como «escritor». Algunos, hasta hoy, aseguran que no ha escrito nada que valga la pena fuera de su primera novela, Coronación. Carlos Droguett, aún más categórico, afirmó que mi padre ha escrito sólo una cosa que vale la pena, su cuento «Una señora». Más allá de estas lapidarias sentencias, el tiempo demostró que El obsceno pájaro de la noche es reconocida como una de las obras fundamentales del habla castellana del siglo XX.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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