LITERATURA DE RESCATE
LAURENCE STERNE
Tristram Shandy
Traducción
de Javier Marías
Alfaguara
Sinopsis
Título Original: The life and opinions of Tristram Shandy
Traductor: Marías, Javier
Autor: Sterne, Laurence
Tristram Shandy
La vida y las opiniones
del caballero Tristram Shandy
Título original: The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman
Laurence Sterne, 1759
Traducción: Javier Marías
Ilustración de portada: Staircase Group de Charles Willson Peale
Retoque de portada: AlNoah
INTRODUCCIÓN de
Andrew Wright
I
TRISTRAM SHANDY es una obra
ante la que difícilmente se puede reaccionar de manera moderada, y siempre,
desde su aparición, los lectores han respondido ante ella bien con entusiasmo
bien con desazón. De un lado, la novela de Sterne ha suscitado los más
vehementes arrebatos: al igual que Byron dos generaciones después, un día
Sterne (tras la publicación de los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy) se
despertó con la noticia de que era famoso. De repente se vio transportado desde
la oscuridad de Yorkshire a la celebridad de Londres, que lo encumbró y agasajó
como asimismo haría París cuando, más adelante, el novelista viajó a Francia.
Tristram Shandy convirtió a Sterne en una figura de culto, y como tal ha
quedado. De otro lado, la novela ha provocado las más fervientes
desaprobaciones. La figura dominante de las décadas centrales del siglo XVIII
en Inglaterra, Samuel Johnson, despachó Tristram Shandy de un plumazo: «Nada
extravagante permanecerá, y Tristram Shandy no lo ha hecho», díjole a su
biógrafo Boswell en 1776. Y no fue el doctor Johnson el único de los
contemporáneos de Sterne en relegarle prematuramente al olvido con una especie
de esperanzada rotundidad en la que las ganas de ver cumplidos los propios
deseos dan paso al bon mot. Un panfletista anónimo escribió la siguiente
«carta» al autor de Tristram Shandy en 1760: «¡Oh, Sterne! Estás cubierto de
costras(1), y es tal la lepra de tu mente que no podrás curarla, como se cura
la lepra del cuerpo, ni sumergiéndote nueve veces en las aguas del Jordán». De
hecho, la consideración de la novela como algo empalagoso o indecente (o ambas
cosas a la vez) persistió basta bien entrado el siglo XIX. En un célebre
artículo, Thackeray atacó a la sombra de Sterne en términos de inusitada
vehemencia: «Sterne no ha escrito una sola página en la que no asome algo que
mejor estaría proscrito: una corrupción latente, como el atisbo de una
presencia impura». La observación de Thackeray data de 1851, y Sterne era
muchos menos importante para los Victorianos de lo que desde entonces ha pasado
a ser: no es exagerado decir que, de todos los novelistas ingleses de primera
fila del siglo XVIII, ha sido Sterne el que ha ejercido un influjo más
penetrante en la literatura del siglo XX: James Joyce, Virginia Woolf, Samuel
Beckett y Michael Butor son tan sólo los ejemplos más ilustres de esta
influencia. Dicho de otra manera, Sterne habla al siglo XX en un idioma que le
es más accesible, emplea formas que se le acomodan mejor que las de Defoe,
Richardson, Fielding y Smollett.
Y, sin embargo, Sterne
no es ninguna broma. Sin duda pertenece a la tradición dieciochesca tanto como
las demás figuras de envergadura literaria de su tiempo. De no haber sido por
los logros de sus predecesores, Sterne jamás habría podido escribir Tristram
Shandy. Defoe y Richardson y Smollett trataban de particularidades, de los
detalles domésticos de la vida cotidiana; y Sterne reduce este método a un absurdo
parcial o aparentemente loco. Fielding proclamaba ser un historiador (en
oposición a los mendaces escritores de romances, sobre todo a los escritores de
romances franceses del siglo XVII); y Sterne llevó la noción de historia como
evaluación crítica (más que como idealización) a unos extremos que no
parecerían tan trastocados si no hubiera antípodas con los que comparar su
esfuerzo. Pero Sterne es tradicional no sólo por poner la tradición cabera
abajo: lo es además por centrar su mirada en lo que de excéntrico hay en la
conducta humana.
Pues el siglo XVIII
inglés cultivaba y disfrutaba de la extravagancia. En el espléndido logro
formal que, en lo referente a la versificación, fue el pareado heroico (el
pentámetro rimado de Dryden, Pope y tantos otros), hay, junto a un severo rigor
formal, una alternancia y un jugueteo dentro de las exigencias voluntariamente
limitadoras de la forma que resultan de una fluidez maravillosa. Y Pope, sin
duda el mejor de todos ellos, fue capaz de introducir una enorme originalidad
en la convención del pareado, al igual que su contemporáneo J. S. Bach lo
consiguiera en la composición musical. Y, como Pope, Sterne tomó una tradición
y la utilizó para hacer una obra de arte profundamente original.
Pero mientras Pope se
las arreglaba bien dentro de unos límites voluntariamente impuestos, Sterne
decidió romper los moldes y edificar su novela sobre los pedazos que, una vez
coronada con éxito la subversión, quedaron esparcidos a sus pies. En este
sentido, la excentricidad de Sterne es mucho más evidente y llamativa que la de
Pope y sus contemporáneos. Y, en este mismo sentido, Sterne obraba dentro de
una tradición que él reconocía plenamente, la de la miscelánea o «bolsa
ilustrada de plagios y préstamos»; y en ella sus héroes eran Rabelais, Robert
Burton y Jonathan Swift. Sterne se acercó al enciclopedismo con tanta
naturalidad como Burton, pero era menos culto que Rabelais y menos desesperado
que Swift. Y, sin embargo, la afinidad entre las mentes de los cuatro
escritores es patente. E incluso existe una afinidad todavía más estrecha, como
reconocerán con prontitud los lectores de la traducción española: la afinidad
con Cervantes, a quien Sterne hace referencia repetida y admirativamente en
Tristram Shandy. De esta afinidad se hablará más adelante.
Sterne pertenece
también a la tradición en tanto que principal defensor de la doctrina o
religión (amo casi debería llamársela) de la sensibilidad: Viaje sentimental
(1768) vino a tocar en un nervio internacional: la epistemología que propone
(en el más encendido de los apóstrofes) no era nueva en modo alguno; es, por el
contrario, la suprema articulación de un movimiento filosófico y literario que
ya llevaba tomando impulso muchos años:
¡Adorada sensibilidad!
¡Inagotable manantial de cuanto en nuestras alegrías es precioso o en nuestras
penas valioso! Encadenas a tu mártir a su lecho de paja, y eres tú quien al
CIELO lo eleva. ¡Fuente eterna de nuestros sentimientos! Aquí siento tu huella
y es tu «divinidad lo que se agita en mi interior»; no es que en algunos
momentos lánguidos y tristes «mi alma se contraiga y sobresalte ante la
destrucción», ¡mera pompa de las palabras!, sino que siento alegrías y cuitas
generosas que están más allá de mí; ¡todo procede de ti, gran, gran SENSORIO
del mundo!
Por lo menos desde los
tiempos de las Características de los hombres, maneras, opiniones y épocas
(1711) del Conde de Shaftesbury, que contenía los argumentos para un sentido
moral basado en el sentimiento, éste adquirió una importancia que con
posterioridad ya no ha vuelto a perder, aunque (casi no hace falta decirlo) se
lo haya considerado a luces muy diferentes según los tiempos; en el siglo XVIII
tomó un giro morboso, produciendo no sólo Las penas del joven Werther (1774) (y
Goethe fue un ardiente admirador de Sterne), sino además una verdadera lluvia
de novelas góticas durante el último tercio del siglo en Inglaterra.
II
STERNE nació en 1713 de Roger Sterne, un joven abanderado del ejército, y Agnes, née Hebert, hija de un proveedor que acompañaba al regimiento en que servía Roger. La familia Sterne había descollado de manera intermitente durante un periodo de años bastante extenso y, entre otros personajes notables, había dado un arzobispo y un director del Jesus College de Cambridge. Y así, mientras de un lado Roger Sterne era un segundón empobrecido en una época de estricta adherencia al principio de la primogenitura, al mismo tiempo, y en virtud de los derechos inherentes a su nacimiento, era un caballero de buena familia. Pero su mujer pertenecía a otra clase. Con posterioridad se han hecho ciertos esfuerzos por conferirle algún grado de nobleza, pero el documentado biógrafo de Sterne Arthur Cash ha demostrado que se trataba de la hija (como el propio Sterne admitió) de «un Conocido Vivandero» y no de la de una persona de abolengo.
Aunque de niño pasó
algunos años en Irlanda, donde vivía la familia de su madre, la influencia
irlandesa parece haber sido en Sterne mucho menos considerable que la inglesa.
Sterne se formó en Yorkshire, donde fue al colegio (y donde prosiguió su
carrera, ya de adulto). En Cambridge se matriculó en Jesus College. Tomó las
órdenes, se casó y se estableció en Yorkshire, donde permaneció, llevando la
vida normal de un sacerdote protestante, hasta que a la edad de cuarenta y seis
años se hizo famoso.
Sterne se casó, pero su
matrimonio no fue dichoso. Su carrera de sacerdote fue mediocre, aunque cumplió
regularmente con su deber; y los sermones que publicó tienen, si no el sabor de
la piedad más profunda, sí un cierto espíritu práctico en su manera de
aproximarse a las cuestiones relacionadas con el comportamiento y unas muy
atractivas gracia y claridad de expresión: amén de ocasionalmente, como en los
ejemplos publicados en el presente volumen, la fuerza concentrada de su
ingenio.
Pero su carrera
literaria no empezó en serio basta la aparición, en 1760, de los dos primeros
volúmenes de Tristram Shandy. Fue inmediatamente acogido por las figuras
literarias y políticas londinenses y convertido en el centro de un torbellino
de renombre y fama; hasta llegó a cenar en Windsor Castle. Cuando fue a Francia
en 1762, también allí fue aclamado. Una segunda visita a Europa en 1765-66 le
proporcionó el material para su otra obra mayor, Viaje sentimental, que fue
publicada en 1768, no mucho antes de su muerte.
III
A pesar de que así lo proclama el narrador, Tristram Shandy, de hecho, no comienza ab ovo. Y tampoco empieza in medias res. Propiamente, y de manera violenta, comienza in flagrante delicto. Se inicia como una broma sexual, y como tal sigue hasta que, nueve volúmenes después, la cock-and-bull story(2) acaba sin ninguna conclusión. La novela trata del conocimiento, y el matiz sexual es perfectamente característico: uno de los sentidos del verbo inglés «to know (al igual que en el «conocer» español) es «tener conocimiento carnal o relaciones sexuales con alguien». El juego de palabras es, por supuesto, de doble intención, ya que la novela trata de cómo se llega a conocer cualquier cosa, trata de la realidad más intensamente que la mayoría de las obras de este género, y la poco concluyente conclusión queda, más que afirmada, simplemente expuesta: el hombre es un misterio y el mundo es inescrutable; los modos ordinarios de aprehensión y análisis son absolutamente inadecuados a las tareas que se pretende lleven a cabo; la vida misma es inefable, ineluctable, y sin duda trágica, redimida sólo en la medida en que la redención es posible a través de la risa, que se burla del misterio; del amor, que lo acepta; y del arte, que lo recrea. La narración estrictamente cronológica es tan falsa para con la complejidad de la vida como lo es una epistemología basada en el «zigzagueo transversal» (en frase del tío Toby, utilizada en otro contexto) de la teoría lockiana de la asociación de ideas. Contra la manera convencional de contar historias, y haciendo un uso fuertemente irónico de la epistemología de Locke, Sterne describe la figura de un círculo, y puede decirse que la estructura de la novela es periférica. Si bien tanto el lector como Sterne están poco más cerca de un entendimiento del fondo de la cuestión al final de la novela que al principio, al menos los errores y falsedades por que ordinariamente seguían los hombres en sus vidas se han visto desacreditados, y la magnitud de las dificultades que la vida en general presenta ha sido puesta de manifiesto. El ensayo de todas las hipótesis ha terminado en fracaso, pero el circulo ha quedado trabado durante el empeño; el esfuerzo mismo ha llevado a la configuración de una obra de arte.
«No son las cosas
mismas», dice el epígrafe de Epicteto, «sino las opiniones sobre las cosas, las
que perturban a los hombres». Y una de las tareas de Tristram Shandy es
aprehender o reaprehender el sentido de las cosas en tanto que cosas. Se trata
de una novela científica concebida con el espíritu de esa buena fortuna azarosa
e inesperada que en inglés se llama serendipity: el único acercamiento que un
científico que se respete a sí mismo puede justificadamente hacer. La novela
está escrita en primera persona, se sobreentiende que por el héroe epónimo del
relato, cuya «doble prerrogativa de narrador y comentador, de observador y
testigo material, de escritor y filósofo» (en palabras de Henri Fluchère) se
mantiene a lo largo de todo el libro. Y la actitud es, necesariamente, una
actitud de «constante vigilancia».
El tono, por otra
parte, es de una seguridad que resulta algo impertinente e incluso llena de
dobleces; es la seguridad del sacerdote: Tristram se dirige a los lectores de
su obra llamándoles indiferentemente buena gente, señor, señora y milord; e
incluso permite que dichos lectores aparezcan como interlocutores: «—¿Cómo ha
podido usted, señora, estar tan distraída durante la lectura del último
capítulo? Le he dicho a usted en él que mi madre no era papista. —¡Papista!
Usted no me ha dicho tal cosa, señor. —Señora, le ruego que me permita volver a
repetírselo una vez más...» (Volumen I, capítulo 20). Estos apóstrofes,
reiterados con enorme frecuencia, acaban por tener la fuerza de las
declaraciones categóricas y rotundas, y propician un estilo lleno de
familiaridad cuyo propósito no es crear intimidad ni desprecio, sino
distanciamiento, de tal modo que el espectáculo de Tristram Shandy no pueda
tomarse excesivamente a pecho, es decir, con demasiada literalidad. Los
apóstrofes son además divertidos, y los fines curativos de la risa (un lugar
común de la psicología inglesa del siglo XVIII) quedan bien explícitos en la
misma dedicatoria: «Vivo en un continuo esfuerzo para guardarme, por medio de
la alegría, de los achaques de una salud precaria y otros males de la vida:
firmemente persuadido de que cada vez que un hombre sonríe, pero mucho más
cuando se ríe, se le añade algo a este Fragmento de Vida». Tristram Shandy es una
obra juguetona escrita en una época en la que el arte estaba considerado como
una diversión refinada y el examen de ideas se miraba con respeto y aprobación.
En un ensayo excelente,
D. W. Jefferson coloca la novela dentro de la tradición del ingenio ilustrado,
y afirma que «los lectores modernos, sobre todo los de mentalidad puritana o
racionalista, malentienden con frecuencia» las obras escritas en el seno de
dicha tradición, «al haber perdido la noción de una tradición cristiana en la
que fuera posible tanta latitud». La observación es seguramente más aplicable a
los lectores ingleses que a los españoles.
La historia del
engendramiento de Tristram es una historia de coitus interruptus: «—Perdona,
querido, dijo mi madre, ¿no te has olvidado de darle cuerda al reloj? —¡Por D—!
gritó mi padre lanzando una exclamación pero cuidándose al mismo tiempo de
moderar la voz; ¿Hubo alguna vez, desde la creación del mundo, mujer que
interrumpiera a un hombre con una pregunta tan idiota?» (I, 1). La teoría de
que los homúnculos o espermatozoides depositados por el padre de Tristram en el
momento del coito se hallaban «confundidos más allá de la descripción» es, de
hecho y muy característicamente, una conclusión especulativa del propio Walter
Shandy; pero no es más que uno de los desastres que acompañan a la venida de
Tristram al mundo, si bien todos son emblemáticos de las dificultades,
calamidades y accidentes que forman la condición humana. Tristram Shandy, según
su propio relato, es desafortunado desde el mismísimo instante de su
concepción; y su mala suerte incluye el lugar de nacimiento (Shandy Hall en vez
de Londres, donde su madre habría gozado de mejor asistencia obstétrica), la
ineptitud del doctor Slop, la estupidez de Susannah, la doncella, causante de
que se le bautice con el nombre de Tristram (el más desgraciado del mundo) en
vez de Trismegisto, por el que Walter Shandy se había decidido finalmente; e
incluso la fecha de nacimiento, 5 de noviembre, que trae a la memoria la
conspiración y la traición: el 5 de noviembre de 1605 un puñado de fanáticos
católicos intentó volar las dos Cámaras del Parlamento mientras se encontraban
allí reunidos los pares y los comunes; la conspiración fue descubierta y
frustrada; pero desde entonces se la ha conmemorado con la quema de la efigie
de Guy Fawkes, fuegos artificiales y la siguiente tonada infantil, que todo
niño inglés conoce:
Procurad recordar
La conspiración y
traición de la pólvora
Del cinco de noviembre;
No sé de ninguna razón
Por la que la traición
de la pólvora
Debiérase nunca
olvidar.(3)
«He sido», dice
Tristram, «el continuo juguete de lo que el mundo llama Fortuna» (I, 5), y este
lamento, dicho ligeramente pero profundamente sentido, pretende suscitar una
reacción de simpatía en sus lectores, que están igualmente a merced de la
Fortuna.
Porque Tristram no es
un héroe puro y simple. De hecho comparte las candilejas con Yorick, el párroco
engendrado a partes iguales por Cervantes y Shakespeare, que es capaz de hacer
bromas a costa de la muerte, que tiene la nobleza de Don Quijote en tanto que
por naturaleza su corazón es generoso y que también participa del espíritu
práctico de Sancho Panza cuando, por ejemplo, halla mejor solución que
conservar el caballo que todo el mundo le coge prestado. Y, por encima de todo,
Yorick tiene la sabiduría del bufón shakespeariano en tanto que atraviesa las
máscaras de la solemnidad. «Yorick tenía por naturaleza una antipatía y una
aversión invencibles hacia la seriedad; no hacia la seriedad como tal; pues
cuando se requería seriedad él era el más serio o grave de los mortales durante
días y semanas enteras; sino que era un acérrimo enemigo de ella cuando se la
afectaba, y sólo le declaraba la guerra abierta cuando aparecía como tapadera
para la ignorancia o la sandez... La misma esencia de la seriedad era la
maquinación, y, en consecuencia, el engaño» (I, 11). Pero la gloria mundana se
muestra esquiva con Yorick. Y cuando su amigo Eugenius trata de consolar al
párroco en su lecho de muerte hablándole de las probabilidades venideras de que
sobre él recaiga una mitra de obispo, Yorick declara que su cabeza se encuentra
demasiado machacada por los golpes del mundo como para que ninguna mitra se
ajuste a ella.
Y sin embargo a Walter
Shandy, que no tiene nada de héroe, tampoco le va mejor. Su teoría de los
nombres de pila es de una lógica maravillosa, o al menos es un maravilloso
bordado en el que él imagina ver la metodología de la racionalidad. Entre sus
cualidades se bailan la elocuencia, la ignorancia y la pedantería. Su volubilidad
le ha valido una cierta reputación de retórico competente, pero no ha leído a
Cicerón, ni a Quintiliano, ni a ninguno de los modernos. Walter Shandy es un
hombre serio pero la realidad le sobrepasa. La filosofía se inmiscuye siempre,
y, así, la puerta sigue chirriando un año sí y otro también cuando una sola
gota de aceite podría haberla hecho callar.
El tío Toby, por su
parte, cabalga sobre un caballo de juguete(4) porque es incapaz de relatarle a
nadie el sitio de Namur. No sabe hablar lo bastante bien para describirlo. Pero
la dificultad del tío Toby con las palabras es tan sólo una muestra de las
dificultades en que se encuentran todos los seres humanos, por muy clara que
tengan la cabeza y por bien que sepan hablar. Mientras es absolutamente cierto,
que «mi tío Toby... con frecuencia acababa por embrollar aún más a sus visitas
y, a veces, por embrollarse él mismo también» (II, 1), a la vez la naturaleza
del lenguaje es tal que determinadas ambigüedades especialmente tercas en su
ambigüedad confunden hasta a las personas de mayor lucidez e inteligencia. Tal
es la afirmación hecha por el narrador: «la veleidosa utilización de las
palabras... ha dejado perplejos a los entendimientos más preclaros y eminentes»
(II, 2). La solución del tío Toby es radical; divorcia las palabras de su
significado. Como dice Sigurd Burckhardt, «se halla inmerso en su creación de
una manera tan total que las palabras no tienen para él ningún sentido fuera de
aquélla; vive en una metáfora tan envolvente y tangible que ya no es capaz de
verla como tal metáfora».
Incluso dejando de lado
las dificultades de comunicación, el curso de la vida es tan complejo como para
no poder reducirlo a la relación cronológica; ni, de hecho, a la narración, del
tipo que sea y como quiera que esté enfocada. La única esperanza de fidelidad a
la experiencia estriba en una obra que sea al mismo tiempo digresiva y
progresiva. En cuanto a su alcance, en realidad el mundo no es mayor que «un
pequeño circulo... (inscrito en el gran círculo que es éste [el mundo]) de
cuatro millas inglesas de diámetro» (1,7): tal es el universo de la partera, de
Shandy Hall, y sobre todo (en su forma de caballo de juguete del tío Toby) del
sitio de Namur. Esto último es un cómico microcosmos en el que la especulación y
la acción tienen poca o ninguna relación entre si, en el que las batallas se
libran sin derramamiento de sangre, sin derrota, sin victoria y sin fin. Pero
también es un mundo en el que el amor y el arte existen realmente, y en el que
la alegría y la recreación salvan a las almas de la desesperación.
El sermón leído por el
cabo Trim en Tristram Shandy fue escrito por el reverendo Laurence Sterne, y él
mismo lo predicó en York en julio de 1750. La cita de Hebreos, 13. 18., es
«pues confiamos en que tenemos buena conciencia» (II, 17),y hace hincapié en la
idea, perfectamente ortodoxa e irrecusable, de que la conciencia que no está
fundada en la fe es indigna de confianza. En Tristram Shandy, sin embargo, se
la eleva (al igual que el sermón de Yorick) hasta un nivel cómico, siendo
interrumpida la declamación no sólo por el declamador, sino también por el
católico doctor Slop y el estíptico Walter Shandy; y, así, se convierte no ya
en un vehículo de instrucción moral y religiosa en sí, sino en una caja de
resonancia para las opiniones de los oyentes y por tanto en una exposición de
sus caracteres. La manera de presentar el sermón no socava la seriedad de la
cuestión que Sterne in propria persona había planteado desde el púlpito casi
una década antes, pero pone de manifiesto las dificultades que acompañan a
dicha instrucción, debidas principalmente a las dificultades del lenguaje y a
los caprichos de los seres humanos, que (todos sin excepción) se parecen en
mayor o menor grado al padre de Tristram en su reductividad idiosincrásica:
«Mr. Shandy, mi padre, señor, no veía nunca nada desde la perspectiva que otros
adoptaban; él adoptaba la suya propia». (II, 19). Y así, el epígrafe del
volumen III es una adaptación de Sterne del Policraticus de John of Salisbury,
quien declara que «mi propósito ha sido siempre pasar de las bromas a la más
digna seriedad»; y Sterne traspone el latín del filósofo escolástico de la
siguiente manera: «fuit propositi semper, a jocis ad sería, a seriis, vicissim
ad jocos transire», aproximadamente: «mi propósito ha sido siempre pasar de lo
festivo a lo serio y de lo serio a lo festivo otra vez». Lo cierto es que aquí
como en el resto de Tristram Shandy las cuestiones serias son tratadas con
levedad por el narrador y las bromas son tratadas con seriedad por al menos
algunos personajes. En eso consiste la auténtica mezcla shandiana, así como su
sabor. El tío Toby está preocupado por sus campañas militares, el doctor Slop
por inanidades médicas, Trim por el amor, y Walter Shandy por... las narices.
La gracia está en que la conexión entre ellos, la conexión sexual, solamente la
establecen Tristram y el lector.
Mientras,
evidentemente, la vacua conjetura sucede a la especulación igualmente sin
objeto, el asunto verdadero de la vida sigue adelante. Y cuando todos los
personajes están ocupados o dormidos, Tristram escribe el Prefacio del Autor,
en parte un ataque maligno contra los críticos de Sterne, en conjunto una
defensa ardiente del método shandiano de narración ingeniosamente asistemática:
Detesto las
disertaciones prefabricadas, y considero la mayor estupidez del mundo oscurecer
(al establecer una) las hipótesis que se van a manejar mediante la colocación
en línea recta de una serie de palabras altisonantes y opacas, una detrás de
otra, entre el propio concepto y el del lector, cuando por lo demás, con toda
probabilidad, si uno se tomara la molestia de mirar a su alrededor, vería
seguramente algo (de pie o suspendido en el aire) capaz de aclarar la cuestión
al instante.
(III, 20).
Y, sin duda, es a fin de subrayar la naturaleza de las dificultades por lo que Sterne recurre al expediente de las páginas jaspeadas, de las páginas en negro, de las páginas en blanco y de las páginas omitidas, todas las cuales ofrecen una prueba ocular de los extremos a que él, como autor, se ve llevado cuando los límites del lenguaje ya han sido alcanzados.
La erudita disquisición
sobre las narices va precedida por la solemne declaración de que «con esa
palabra no quiero decir ni más ni menos que Nariz» (III, 31). Es ésta, sin
duda, una de las observaciones más manifiestamente doble-intencionadas de todo
Tristram Shandy, rodeada como se encuentra de vociferantes advertencias para
que la palabra sea tomada en su sentido simbólico sexual, al igual que en
Rabelais, a quien el narrador invoca como testigo en el transcurso de la
disquisición. Pues Tristram recurre al cuento de Slawkenbergius: una fábula de
marcado sabor rabelaisiano, un relato de groserías fálicas narrada por un
personaje cuyo mismo nombre significa «orinal de excrementos». Contado sin más,
trata en tono solemne sobre un hombre con una gigantesca nariz; visto desde una
perspectiva más amplia, es una sátira cabal del género romance, con sucesos
increíbles, personajes crédulos e incrédulos y coincidencias de tal magnitud
que se las da enteramente por supuestas. Llegado a Estrasburgo, el héroe ha
estado «en el Promontorio de las Narices; y la que he conseguido es, gracias a
Dios, una de las más hermosas y robustas que jamás le baya tocado en suerte a
hombre alguno» (IV, 0). Cada página insiste en la alusión sexual, y lo hace con
tanta fuerza que casi está fuera de lugar considerar el relato lascivo. Es,
casi en cada línea, abiertamente obsceno. Porque el cuento de Slawkenbergius es
más que una sátira del romance: también lo es de los modos de argumentación
escolásticos, y (de manera más general) es un ataque contra la lógica misma. El
relato acaba con la vuelta de Diego, el héroe de la larga nariz, a España y a
su Julia; y con la consiguiente decepción de los estrasburgueses, que han
aguardado con héctico frenesí el regreso del joven. «El comercio y la
manufactura no han cesado de decaer y decrecer gradualmente desde entonces;
pero no por ninguna de las causas que los cerebros mercantiles han apuntado:
pues se debe tan sólo a que los estrasburgueses han tenido desde aquel día la
cabera tan llena de Narices que han carecido de tiempo para ocuparse de sus
negocios» (IV, 0). El cuento de Slawkenbergius es una demostración de que los
imperativos sexuales tiñen basta las fachadas más severamente racionales de la
naturaleza humana, y de que la naturaleza humana es irrevocablemente física.
Igualmente vigoroso, y
con el mismo propósito, es el tratamiento del tema de los bigotes. La palabra
bigotes, dice Tristram, «se convirtió en algo indecente: tras dar los últimos
coletazos quedó absolutamente inservible para el uso» (V, 1). Resulta tentador
llegar a la sombría conclusión de que lo que le ocurre a esta palabra es
síntoma de la corrupción del lenguaje en general. Pero esa sería una conclusión
ajena al mundo a que Sterne da vida en su novela. Una explicación del asunto
más en consonancia con el festivo y al mismo tiempo sutilmente clarificador
designio de la obra seria que el uso y abuso del lenguaje traiciona las motivaciones
humanas en sus elementos primordiales (de entre los que sobresalen con agudeza
los constreñidores hechos de la sexualidad). El lenguaje no es meramente una
tapadera para la concupiscencia, sino una máscara más o menos elaborada de
falso recato, un magnífico ejemplo (aunque tan sólo un ejemplo) de los
disfraces con que los seres humanos se engañan a sí mismos y tratan de
engañarse mutuamente.
¿Es que acaso no es de
todo el mundo sabido... que hace algunos siglos las Narices corrieron, en la mayor
parte de Europa, la misma suerte que ahora han corrido los Bigotes en el reino
de Navarra? El mal, en aquella ocasión, no se extendió de hecho a más palabras,
pero, ¿acaso no han estado ya siempre, desde entonces, las camas, los
traveseros, los gorros de dormir y los orinales a un paso de la perdición? ¿Y
las trusas, las aberturas de las sayas, las manivelas de las bombas de agua,
los tapones, las espitas? ¿Acaso no siguen en peligro por culpa del mismo
proceso asociativo? Dadle rienda suelta a la castidad, por naturaleza la más
apacible y mansa de todas las virtudes, y se convertirá en un león rampante y
rugidor.
(V, 1).
Semejante pasaje debe más que hacernos desear un lenguaje puro. Nos hace regocijarnos con el propio y festivo acercamiento de Sterne a los problemas de la comunicación y las relaciones humanas.
Incluso la muerte, cuyo
aguijón hace verdadero daño, es transfigurada por Sterne (sin, no obstante,
convertirla en una simple broma). La noticia del fallecimiento de Bobby afecta
de muy diversas maneras a los habitantes de Shandy Hall: desde Susannah, que
espera hacerse con ciertos vestidos de su señora cuando ésta se ponga de luto,
hasta Walter Shandy, que echa mano de cuantos sabios proverbios guarda su bien
surtida memoria sobre el tema de la muerte. «La filosofía tiene una buena
sentencia para cada cosa. Para la Muerte dispone de una colección completa: lo
malo fue que todas se agolparon a la vez en la mente de mi padre, de tal suerte
que resultaba muy difícil hilarlas de forma que de allí pudiera salir algo
coherente. Y en consecuencia, mi padre tomó la resolución de irlas diciendo a
medida que se le fueran ocurriendo» (V, 3). Inevitablemente este tema lleva o
revierte sobre el sexo: el clímax de esta reflexión sobre la muerte se halla contenido
en un breve pero concluyente capítulo en el que Walter Shandy saca a relucir
que Cornelio Galo murió haciendo el amor. Eso es lo que indican los asteriscos.
«—Si era con su mujer, dijo mi tío Toby, no había nada de malo en ello. —Hasta
ahí ya no alcanzan mis conocimientos, respondió mi padre» (V, 4).
La vida y las opiniones
de Tristram Shandy sufren una cierta aceleración con las teorías que sobre la
educación expone Mr. Shandy en su Tristra-paedia, un intento de escritura que
no le resulta nada fácil, quizá porque el documento representa la última
oportunidad para el único hijo y heredero que le queda con vida, ya seriamente
amenazado por las desgracias de su «engendramiento,... nariz y... nombre» (V,
16). Como no podía por menos de ser así, y de manera un tanto hilarante, el
programa educativo de la Tristra-paedia va conformándose a un ritmo tan lento
que resulta enteramente inútil para la instrucción de Tristram: «lo desgraciado
del caso fue que durante todo ese tiempo a mí se me olvidó por completo y se me
dejó abandonado a los cuidados de mi madre; y además sucedió otra cosa que fue
casi tan grave como ésta: la primera parte de la obra, a la que mi padre había
consagrado la inmensa mayoría de sus esfuerzos, se fue convirtiendo, por el
mismo retraso que iba sufriendo, en algo enteramente inútil; cada día que
pasaba, una o dos páginas se le quedaban anticuadas y perdían su relevancia»
(V, 16).
Las desventuras podrán
parar aquí; pero en lugar de ello acaece la más peligrosa de todas hasta el
momento: la circuncisión de Tristram, producida por el bastidor de la ventana
cuyas piezas de plomo habían sido sustraídas afín de hacer con ellas las ruedas
de una de las cureñas del campo de bolos del tío Toby. Y así, prácticamente
todos, a excepción de Walter Shandy, quedan involucrados en la
cuasi-emasculación del heredero de la casa. Esta circunstancia suscita
expresiones de pesar y eruditas (o al menos pedantes) disquisiciones sobre los
aspectos religioso y médico de la circuncisión, concluyendo con un retorno a la
Tristra-paedia y la exposición, a cargo de Walter Shandy, de sus teorías
lingüísticas. Su visión de la función de los verbos auxiliares concuerda
perfectamente con su no del todo articulada idea de que la existencia del
lenguaje no tiene por objeto la comunicación o la formulación, sino el
mantenimiento de las palabras en juego: «Bien, el uso de los Auxiliares
inmediatamente pone al espíritu a trabajar por sí solo sobre los materiales que
le van llegando; y la versatilidad de esta gran máquina lo capacita para
desenredar lo que está enredado, para abrirle a la investigación nuevos caminos
y para hacer que cada idea engendre a su vez millones de ellas» (V, 42).
Si nos limitáramos a
contar «La historia de Le Fever», sería un relato sentimental interpolado del
género habitual; si nos limitáramos a consignar las reacciones de los oyentes,
nos parecería que el tipo de tejido con que se imbrica en la narración
principal goza de numerosos antecedentes. Pero la historia de Le Fever
prácticamente no existe por sí misma. Su inicio y su desenlace están relatados
en una sola frase: «yo era el abanderado de Breda cuya mujer fue muerta de la
manera más desdichada por un disparo de mosquete mientras yacía entre mis
brazos en mi tienda» (VI, 7). Pues bien, mucho después, ya en su lecho de
muerte, Le Fever se convierte en el objeto de las caritativas atenciones del
tío Toby; y es el tío Toby quien, tras la muerte del padre, se ocupa del hijo
de Le Fever, lo envía a la escuela y lo protege. La historia de Le Fever es, de
hecho y en realidad, la historia de la sentimental generosidad del tío Toby, y
queda imbricada en la narración principal cuando el hijo, Billy Le Fever, es
recomendado por Toby a Walter Shandy como preceptor de Tristram. Pero lo que
hace tan shandiana la serie de paréntesis que conforman la historia de Le Fever
es su combinación de sentimiento, obscenidad y comedia. La postura de Le Fever
en el momento de morir su mujer tiene lo bastante de las tres cosas como para
no poderse pasar por alto sin considerar su contexto sexual; y, lo que es aún
más importante, el mismo momento de la muerte de Le Fever es presentado con esa
especie de elevada frivolidad que constituye el sello característico de Sterne:
La sangre y los espíritus
de Le Fever, que se estaban enfriando y adormeciendo en su interior, que se
replegaban hacia su última ciudadela, el corazón, se reagruparon de repente, y
por unos instantes le desapareció el velo de los ojos; elevó basta el rostro de
mi tío Toby la mirada anhelante y acto seguido la dirigió hacia el de su hijo:
y aquel lazo de unión, delgado y tenue como era, no se rompió jamás. Al
instante la naturaleza retrocedió nuevamente: el velo volvió a ocupar su lugar,
el pulso se alteró, se detuvo, siguió su marcha, vibró, volvió a detenerse,
latió, se detuvo... ¿He de continuar? No.
(VI, 10).
Este tono se mantiene, aunque en un grado ya no tan elevado, durante la narración del sermón fúnebre de Yorick, en cuyo margen el párroco se había hecho a sí mismo un elogio al escribir la palabra «Bravo», si bien más tarde tachara modestamente la exclamación.
Hacia el final de
Tristram Shandy las bromas empiezan a decaer, y las repeticiones, las
digresiones, las formas circulares pierden la fuerza de la novedad. Está muy
bien que se nos diga que el método que tiene Tristram de comentar un libro es
el más religioso de todos... «pues empiezo por escribir la primera frase, y
acto seguido me encomiendo a Dios Todopoderoso para que me ayude con la
segunda» (VIII, 2), pero esta declaración de independencia, de libertad con
respecto a la responsabilidad estultificadora, no es ya tan fresca y punzante
como al principio de la novela. Como dice Virginia Woolf, «lo cierto es que no
podemos vivir felices durante mucho tiempo en un ambiente tan sano, y empegamos
a hacernos conscientes de las limitaciones». Y habida cuenta de que Tristram
Shandy representa un último desarrollo de la estructura picaresca, o al menos
de este aspecto de la epistemología picaresca que exige no conclusiones
determinadas sino, por el contrario, rupturas indeterminadas, los riesgos
artísticos son tales que sólo es posible sortearlos en una obra de tal brevedad
que el cansancio no pueda hacer acto de presencia. El Lazarillo de Tormes es
una buena muestra de esta economía. Don Quijote ya es otra cuestión. Sterne
aprendió mucho de Cervantes, pero la conclusión de la más grande de todas las
novelas está tan finamente trabajada (y de hecho tan bien acabada) que Don
Quijote, finalmente, escapa a la picaresca.
Aun con todo, la
historia de los amoríos del tío Toby con la viuda Wadman es un material
bastante bueno para las secciones finales de Tristram Shandy, ya que el
vacilante (y de hecho erróneo) sentimiento del viejo, impotente e inocente
soldado por la mujer resulta, tanto sexual como lingüísticamente, emblemático
de la forma circular de la novela misma. Aunque ya en el volumen VIII se alude
al fondo de la cuestión sin que se trate de él directamente, se cuenta lo
suficiente sobre la viuda Wadman como para dejar bien claro el hecho de que, al
ser sus propósitos matrimoniales, la curiosidad que siente por la herida del
tío Toby debe quedar saciada antes de proceder al enlace. La muy interrumpida y
nunca concluida historia del Rey de Bohemia y sus siete castillos, que cuenta
Trim, se extiende demasiado, pero da a Trim ocasión de impartir a su señor
algunas enseñanzas en materia sexual, al hablarle de una beguina que le curó su
herida de la rodilla. Trim trata de los aspectos fisiológicos del amor de una
manera muy directa, y sin embargo no logra hacer entender a su señor en qué
consiste la unión sexual, ni siquiera tras repetirle la lección ilustrándola
con la escena en que el hermano de Trim ayuda a preparar salchichas a la viuda
de Lisboa. Y el tú» Toby llega incluso a imaginarse que una ampolla reventada
en su trasero es prueba de su enamoramiento, cuando en realidad es sólo
resultado de haber montado con excesivos ímpetus a caballo.
—Lo único que deseo es
manejar bien el asunto, dijo mi tío Toby; pero te aseguro, cabo, que realmente
preferiría avanzar sobre el mismísimo borde de una trinchera.
—Una mujer es algo
completamente distinto, dijo el cabo. Ya lo supongo, dijo mi tío Toby.
(VIII, 30).
Pero el tío Toby no se entera de la diferencia hasta que, magníficamente ataviado y seguido por Trim con su gorra de montero y la casaca del teniente Le Fever, acomete de frente la empresa. La cual queda en nada. Cuando el cabo no tiene más remedio que explicarle al tío Toby, en multitud de formas y con grandes dificultades, la índole de las inquietudes de la viuda Wadman, el capitán responde simplemente: «—Vamos a casa de mi hermano Shandy» (IX, 31). Allí, en el capítulo final, queda delineada una vez más la galería de solitarios personajes cuya incapacidad para entenderse se ve ilustrada por el mixtificador episodio del toro comunal de la parroquia (aportado y mantenido por el propio Mr. Shandy) que no logra cumplir con la única tarea que le está encomendada. El fracaso es, por tanto, la última palabra de la historia de Tristram Shandy, pero la cuestión es presentada al modo de una farsa y descansa sobre el sustrato de simpatía que a lo largo de la novela entera hay entre los personajes. La cock-and-bull story(5), que es una historia incluida en otra historia, establece la distancia necesaria para que podamos contemplar las diferentes actuaciones, y nos recuerda que Tristram Shandy es una representación. A la que acompaña en todo momento la alegría. La alegría es, de hecho, su razón de ser e incluso su condición de posibilidad. En este sentido, la novela ofrece una redención auténticamente shandiana: la de un arte que se atreve a decir la verdad, la del aislamiento hecho tolerable por la risa y rescatado del horror por la compasión.
ANDREW WRIGHT.
(Traducción de J. M.)
CRONOLOGÍA
CRONOLOGÍA DE LAURENCE
STERNE
1713
Nace el 24 de noviembre en Clonmel (Irlanda). Su padre, Roger Sterne, es abanderado del ejército británico, y su madre, Agnes Hebert, es hija de un vivandero de dicho ejército.
1723
Pasa los primeros años de su vida sin establecerse en ningún lugar fijo (tan sólo permanece alguna que otra temporada en Dublín), siguiendo a su padre a lo largo de las diferentes campañas del ejército. En esta fecha se instala finalmente en Halifax (Inglaterra), donde estudia el bachillerato hasta 1731 bajo la tutela de su tío Richard Sterne. Laurence procede de una familia más que acomodada, pero su padre, Roger, es, por así decir, la oveja negra y el más pobre.
1733
Tras la muerte de su padre en 1731, en las Indias Occidentales, Laurence, gracias a la ayuda de su tío Richard, logra entrar en el Jesus College, de Cambridge, donde estudia filosofía, humanidades y a los clásicos (principalmente) hasta 1740, año en que recibe su M.A., habiendo hecho lo propio con su B.A. en 1737.
1738
Ayudado por su tío Jaques, alto dignatario de la iglesia de York, a la muerte de Richard, Laurence (más que nada por conveniencia) toma las órdenes y consigue una vicaria en la aldea de Yorkshire Sutton-in-the-Forest. Durante estos años ‘su’ capital, que visita frecuentemente, es la ciudad de York.
1741
Contrae matrimonio con Elizabeth Lumley, procedente de una buena familia rural venida a menos. Esto no lo sabrá Laurence hasta después de la boda.
1745
Nace la única bija de Sterne, Lydia. Hasta 1759, la vida de Laurence transcurre sin grandes cosas dignas de mención: va ascendiendo lentamente dentro del escalafón eclesiástico, escribe sermones que le dan cierta reputación local y no se ve libre de las intrigas políticas y religiosas de su época.
1759
Estas le llevan a escribir su primer opúsculo; A Political Romance, or The History of a Good Warm Watch-Coat, sátira contra otro eclesiástico de Yorkshire, muy ambicioso, llamado Francis Topham.
1760
Se publican los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy. Sterne obtiene un gran éxito, pasa largas temporadas en Londres y su vida cambia por completo. Seguirá escribiendo volúmenes de su opera magna (alternados con volúmenes de sus sermones, bajo el titulo The Sermons of Mr Yorick) hasta 1767. Para las fechas de edición de los respectivos volúmenes, ver las notas que las indican al comienzo de cada uno de ellos.
1762
Sterne, muy mal de salud (tísico), viaja a París, donde se le da un gran recibimiento. A partir de 1760 ha empezado a conocer a los talentos británicos, ahora va a hacer otro tanto con los ‘continentales’.
1763
Tras pasar parte de 1762 en Toulouse, Laurence sigue dos años más en Francia, hasta 1764, viviendo en diferentes ciudades, desde París a Montpellier. Su enfermedad le sigue amenazando.
1765
Regresa a Inglaterra en 1764, y reanuda la publicación de Tristram Shandy (interrumpida durante varios años) en 1765.
1766
Algo recobrada la salud, Sterne vuelve a viajar por Europa (Francia e Italia). De este viaje saldrá A Sentimental Journey through France and Italy. Pasa el invierno en Nápoles. Regresa a Inglaterra muy empeorado de salud.
1767
Publica el último volumen de Tristram Shandy. Conoce a Mrs Elizabeth Draper, de quien se enamora profundamente y a quien escribe su (más adelante) obra The Journal to Eliza.
1768
En febrero publica su obra maestra A Sentimental Journey through France and Italy, que le consagra en vida como uno de los más grandes escritores del siglo XVIII. Tanto esta obra como Tristram Shandy empiezan a ser traducidas a otras lenguas. Su salud, sin embargo, es cada vez más precaria, sufre continuas hemorragias, y finalmente muere el 18 de marzo de 1768, a la edad de 54 años. El gran escritor alemán Cotthold Ephraim Lessing (1729-1781) resume en una frase la consternación del mundo intelectual de su época: Habría dado diez años de mi propia vida si con ello hubiera podido alargar la de Sterne un año más. Y las ediciones se suceden...
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA SELECTA
I. EDICIONES EMPLEADAS EN LA PRESENTE TRADUCCIÓN
THE LIFE and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman, Basilea, J. L. Legrand, 1792.
The Life and Opinions of Tristram
Shandy, Gentleman, ed. James Aiken Work, Nueva York, The Odyssey Press,
1940.
The Life and Opinions of Tristram
Shandy, Gentleman, ed. Christopher Ricks, notas de Graham Petrie,
Harmondsworth, Penguin Books, 1967.
The Sermons of Mr Yorick, ed.
Marjorie David, Cheadle Hulme, Carcanet Press Limited, 1973.
II. EDICIONES PRINCIPALES DE LA OBRA DE STERNE
Sterne, Laurence: Works, 7 vols., Oxford, Blackwell, 1926-27.
Sterne, Laurence: The
Letters of Laurence Sterne, ed. L. P. Curtis, Oxford, Clarendon, 1935.
Sterne, Laurence: A
Sentimental Journey through France and Italy, The Journal to Eliza y A
Political Romance, ed. Ian Jack, Londres, Oxford University Press, 1968.
III. OBRAS DE CARÁCTER GENERAL EN QUE HAY INTERESANTES REFLEXIONES O COMENTARIOS SOBRE LAURENCE STERNE
Coleridge, Samuel Taylor: Shakespearian Criticism, 2 vols., Londres, Dent and Dutton, 1967, I, p. 214; II, pp. 163, 242 y 248.
Forster, Edward Morgan:
Aspects of the Novel, Harmondsworth, Pelican Books, 1967, pp. 25, 26 y 117.
Hazlitt, William:
Lectures on the English Comic Writers, Londres, Dent and Dutton, 1967, pp.
105, 112, 120, 121, 151 y 152.
Nietzsche, Friedrich:
Menschliches, Allzumenschliches y Autobiographisches aus den Jahren 1856
bis 1869 (en Werke, 3 vols.), Munich, Cari Hanser Verlag, 1956,1,
pp. 780-782 (apartado 113 de la obra citada en primer lugar), III, pp. 43, 44,
53 y 72.
Woolf, Virginia: Collected Essays (Volume III),
Londres, Chatto and Windus, 1969, pp. 86-104.
IV. ESTUDIOS
a) Libros
Alter, Robert: Partial Magic: The Novel as a Self-Conscious Genre, Berkeley, University of California Press, 1975.
Booth, Wayne C: The
Rhetoric of Fiction, Chicago, University of Chicago Press, 1961.
Cash, Arthur H.: Laurence
Sterne: The Early and Middle Years, Londres, Methuen, 1975.
Cash, Arthur H.: Sterne’s
Comedy of Moral Sentiments: The Ethical Dimension of the Journey,
Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1966.
Cash, Arthur H. y John M.
Stedmond (eds.): The Winged Skull: Papers from the Laurence Sterne
Bicentenary Conference, Kent, Ohio, Kent State University Press, 1971.
Cross, Wilbur Lucius: The
Life and Times of Laurence Sterne, 3.ª ed., New Haven, Yale University
Press, 1929; reimpr. Nueva York, Russell and Russell, 1967.
Curtis, L. P.: The
Politics of Laurence Sterne, Oxford, Oxford University Press, 1929.
Dilworth, E. N.: The
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Fluchère, Henri: Laurence
Sterne, de l’homme à l’oeuvre. Biographie critique et essai d’interprétation de
Tristram Shandy, París, Gallimard, 1961 (traducido al inglés y abreviado
por Barbara Bray con el título Laurence Sterne: from Tristram to Yorick,
Londres, Oxford University Press, 1965).
Fredman, Alice G.:
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Hammond, Lansing Van der
Heyden: Sterne’s Sermons of Mr Yorick, New Haven, Yale University Press,
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Laurence Sterne, Londres, Longmans, 1954.
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McKillop, A. D.: The
Early Masters of English Fiction, Lawrence, Kansas, University of Kansas
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Piper, William Bowman:
Laurence Sterne, Nueva York, Twayne, 1965.
Price, Martin: To the
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Shaw, Margaret R. B.:
Laurence Sterne: The Making of a Humorist, 1713-1762, Londres, Richards,
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Stedmond, John M.: The
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Amiable Humorist, Chicago, University of Chicago Press, 1960.
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Excursions: The Life and Fiction of Laurence Sterne, Londres, Weidenfeld
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Shandy’s World: Sterne’s Philosophical Rhetoric, Berkeley, University of
California Press, 1954; reimpr. Nueva York, Russell and Russell, 1970.
Watkins, W. B. C:
Perilous Balance: The Tragic Genius of Swift, Johnson, and Sterne,
Princeton, Princeton University Press, 1939.
Watt, Ian: The Rise of
the Novel: Studies in Defoe, Richardson and Fielding, Berkeley, University
of California Press, 1957; reimpr. Harmondsworth, Pelican Books, 1974.
b) Artículos
Baird, Theodore: «The Time-Scheme of Tristram Shandy and a Source», Publications of the Modern Language Association of America, LI, 1936, 803-20.
Booth, Wayne C: «Did Sterne
Complete Tristram Shandy?», Modern Philology, XLVIII, 1951,
172-83.
Burckhardt, Sigurd:
«Tristram Shandy’s Law of Gravity», ELH: A Journal of English Literary
History, XXVIII, 1961, 70-88.
Cash, Arthur H.: «The
Lockean Psychology of Tristram Shandy», ELH: A Journal of English
Literary History, XXII, 1955, 125-35.
Farrell, William J.: «Nature
Versus Art as a Comic Pattern in Tristram Shandy», ELH: A Journal of
English Literary History, XXX, 1963, 16-35.
Jefferson, D. W.:
«Tristram Shandy and the Tradition of Learned Wit», en Boris Ford (ed.):
A Guide to English Literature, edición revisada, Londres, Gassell, 1962,
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Lehman, B. H.: «Of Time,
Personality and the Author», en Studies in the Comic, University of California
Publications in English, VIH, 1941, 233-50.
Read, Herbert: «The Sense of
Glory», Nueva York, Harcourt Brace, 1930.
Seidlin, Oskar: «Laurence
Sterne’s Tristram Shandy and Thomas Mann’s Joseph the Provider»,
Modern Language Quarterly, VIII, 1947, 101-18.
Towers, A. R.: «Sterne’s
Cock and Bull Story», ELH: A Journal of English Literary History, XXIV,
1957, 12-29.
Woolf, Virginia: «Sterne»,
Times Literary Supplement, 12 de agosto de 1909, reimpr. en Granite and
Rainbow, Londres, Hogarth, 1958, 167-75; y en el vol. III de los Collected Essays
(ver referencia en el apartado III).
Wright, Andrew: «The Artifice of Failure in
Tristram Shandy», Novel, II, 1969, 212-20.
V. OTRAS OBRAS DE STERNE CONSULTADAS
A Sentimental Journey through France and Italy, ed. Alfred Alvarez y Graham Petrie, Harmondsworth, Penguin Books, 1975.
A Sentimental Journey through
France and Italy y The Journal to Eliza, ed. Daniel George, Londres, Dent and
Dutton, 1969.
NOTA SOBRE EL TEXTO
SI ahora soy yo quien
se interpone entre el texto y el lector paciente (el impaciente hace ya rato
que, con bastante buen criterio, estará disfrutando de Tristram Shandy), es, al
menos en parte (quiero creerlo), por el bien de ambos: no me guía otra
intención, lo juro, que la de restarle obstáculos al primero y ahorrarle al
segundo ciertos engorros con los que, si es demasiado curioso o está ávido de
información, puede tropezarse a lo largo de la presente edición.
Quisiera decir en
primer lugar, respecto al texto en general, que he procurado seguir el original
con la mayor fidelidad posible, tratando de conservar hasta el límite de lo
inteligible la estructura sintáctica y la puntuación de Sterne, caóticas e
ininteligibles, en un principio, para el lector español del siglo XX. De ello
se desprende, pues, que la mayor fidelidad posible no ha sido nunca excesiva,
aun cuando las más de las veces haya preferido forjar al máximo la sintaxis y
la puntuación castellanas (en pro de posibilitar la adivinación del texto
inglés por parte del lector español) a seguir la lamentable y generalizada
tendencia de los traductores a castellanizar los textos extranjeros de tal
forma que cualquier vestigio de su condición de obra inglesa, o francesa, o
alemana, queda borrado por completo o barrido por inoportunos casticismos.
Confieso, en cambio,
que al mismo tiempo hay en la traducción algunas infidelidades notorias (tales
como la adición o supresión de un adjetivo, por ejemplo), que, sin embargo, no
pertenecen al orden del capricho; están justificadas por una cuestión de ritmo,
esencial en la novela de Sterne, y, sin estas ligeras libertades, dicho ritmo
podría haberse visto gravemente alterado o trastocado al verter el texto al
castellano.
Respecto a la singular
manera de puntuar de Sterne, desearía hacer una observación en particular:
Sterne era predicador antes que nada, y en consecuencia su puntuación es
eminentemente oratoria, como sobre todo se desprende del abundantísimo uso de
guiones, que en su caso hacen las veces de pausas retóricas (más o menos largas
según la longitud de cada uno), o bien indican el ritmo de la acción narrada.
Aunque esta insólita utilización de dicho signo puede desconcertar al principio
al lector español (acostumbrado por lo general a que el guión equivalga a un
inciso), creo que poco a poco se irá habituando a ello y que no le resultará
molesto. Por esta razón, porque los mencionados guiones en cierto modo fueron
también una sorpresa para el lector británico del siglo XVIII, y porque el aspecto
físico de un texto de Sterne (que él cuidaba mucho) los requiere para no verse
traicionado, he respetado esta puntuación tan característica en su totalidad.
Sterne, con enorme
frecuencia, escribe incorrectamente los nombres propios: he conservado su
errónea ortografía cuando esto sucede para dar una explicación, en cada caso,
en las notas. Asimismo he respetado los nombres latinizados excepto en aquellas
ocasiones en que el personaje citado es bien conocido del público español: en
tales casos he cambiado la forma latina por la castellana; por ejemplo, Justo
Lipsio en lugar del Justus Lipsius del original.
En cuanto a las más de
1.000 notas que acompañan al texto... bueno, como la distancia temporal nos
permite hacer con las obras de los antiguos cosas que nos parecerían
intolerables en un libro de hoy (a saber: explicar lo que el autor, con sumo
cuidado, procuró que fuera inexplicable; acabar con toda sutileza y toda
ambigüedad; desterrar la arrogancia del escritor e introducir el servilismo más
abyecto al lector; aventurar estúpidas hipótesis sobre misterios insolubles,
etc.), como las tendencias de la edición moderna fomentan el vano aplauso a la
erudición, como no se aprecia versión de un clásico sin aparato crítico (y
cuanto mayor sea, mejor)..., por todas esas razones dichas más de 1.000 notas
existen. Y por todas esas razones el lector que tenga a bien consultarlas no
deberá extrañarse de que, junto a unas de gran erudición y poco menos que
destinadas al especialista, aparezcan también otras en las que simplemente (y
de modo algo perogrullesco) se traduce la palabra latina desiderata o la
francesa gourmand: ¡hay que tener en cuenta a todos los públicos!
No voy a negar que
muchas de esas notas son imprescindibles o cuando menos de enorme utilidad para
la comprensión del texto: ahora bien, yo aconsejaría leerlas al lector que
desee tener un entendimiento cabal de la obra y estar bien informado sobre
Sterne, sus tiempos y sus escritos: al curioso, al estudioso, al investigador.
Pero en cambio desaconsejaría su lectura a aquel otro lector que aspire a leer
bien el texto, Tristram Shandy. Antes dije que me había tomado algunas
libertades en pro del ritmo de esta novela, de suma importancia a mi modo de
ver; pues bien, las notas no hacen sino romper ese ritmo: fragmentan,
interrumpen continuamente la lectura y echan a perder lo que primero Sterne y
luego yo (dentro de mis reducidas posibilidades) nos esforzamos por lograr. En
una palabra, merman la libertad del que Nietzsche llamara el escritor más libre
de todos los tiempos. Por tanto yo recomendaría a ese segundo tipo de lector
acudir a las notas sólo cuando no entienda algo... y omitir el resto, en la
seguridad de que lo esencial de Tristram Shandy no se verá afectado por ello;
pues no está en las notas, sino en el texto.
A fin de no sobrecargar
aún más el número de aquéllas, he incluido al final un Glosario de los
incontables términos militares que aparecen a lo largo de la obra, así como de
aquellas palabras que, por estar en desuso, el lector actual puede desconocer.
Por último, quisiera
expresar mi agradecimiento a los profesores Andrew Wright, Juan López-Morillas
y Jack Cressey White (de University of California, University of Texas (Austin)
y Universidad Complutense de Madrid, respectivamente), así como a Francés
López-Morillas, y a la grafista Mercedes de Azúa, de la Escuela Central de
Xiberta, por su paciente, valiosa y desinteresada colaboración durante la
traducción y edición de este libro.
JAVIER MARÍAS
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