martes, 30 de abril de 2013

¿UN ESCRITOR ES UN BUEN CRÍTICO LITERARIO?


* Por Marisa Martínez Pérsico 
Leopoldo Lugones por Jorge Luis Borges 
Un discurso que no puede exceder sus propios márgenes 
Ernesto.⎯ Pero... ¿es realmente la crítica un arte 
 creador? 
Gilberto.⎯¿Por qué no habría de serlo? Trabaja 
 con materiales y los pone dentro de 
 una forma a un tiempo nueva y 
 deleitosa. ¿Qué más puede decirse de 
 la poesía? En realidad, yo llamaría a 
 la crítica una creación dentro de una 
 creación. 
Oscar Wilde, El crítico como artista. 
“Reconozcamos que lo que se ha dicho ya 
no se dice más, y que una expresión no vale 
dos veces, no vive dos veces, que toda 
palabra pronunciada está muerta y que sólo 
 obra en el momento en que se la 
pronuncia”. 
 Antonin Artaud, Terminar con las obras maestras 
El dilema de los críticos practicantes
Hacer crítica de la crítica literaria implica emprender un camino de 
develamiento de las estrategias puestas en juego por un crítico para validar su 
análisis de una obra literaria, los elementos que voluntariamente recorta para su 
razonamiento y justificación –aquellos sobre los cuales focaliza su mirada– tanto 
como las porciones excluidas, los elementos segregados... Esta sintonía de elecciones 
y omisiones que el crítico ejecuta para realizar su labor constituye la base sobre la 
cual funda su opinión, con el propósito de persuadir a los potenciales receptores. Un 
análisis metacrítico debería reponer estas operaciones. 
Hacer crítica de la crítica literaria ejercida por un escritor implica considerar 
ciertas problemáticas específicas de dicho campo. Más de una vez se han señalado las 
diferencias cualitativas de los trabajos críticos elaborados por un escritor, un “crítico 
practicante” en términos de T.S. Eliot, y aquellos producidos por un “crítico 
universitario”, un “crítico literario puro”. 
Para diferentes teóricos, las divergencias entre una y otra crítica se evidencian 
en las diferentes modalidades que el discurso crítico adquiere en uno y otro caso 
(Panesi, Pastormerlo), en el predominio de marcas de subjetividad (Piglia, Rodríguez 
Monegal), en el impacto que este tipo de lecturas puede generar, en ciertas 
circunstancias históricas ⎯y quizás el caso de Borges lector de Lugones se 
transforme en un ejemplo paradigmático, como intentaré demostrar⎯ en el mapa de 
la tradición literaria, en la historia de la recepción de ciertos textos y en la formación 
de un nuevo público. 
Responde Piglia, en una entrevista realizada por Mónica López Ocón: 
“¿Qué uso de la crítica hace un escritor? Esa es una cuestión interesante. De 
hecho, un escritor es alguien que traiciona lo que lee, que se desvía y 
ficcionaliza: hay un exceso en la lectura que hace Borges de Hernández o en la 
lectura que hace Olson de Melville o Gombrowicz de Dante; hay cierta 
desviación en esas lecturas, un uso inesperado del otro texto (...) una lectura 
un poco excéntrica y siempre renovadora” 1

Para Piglia, un crítico-escritor siempre lleva a cabo una operación de 
sobreinterpretación de los textos literarios que critica. Crea, inventa, ilumina y 
oscurece ciertas zonas que lo emparientan con su propia escritura, con su concepción 
personal de lo que es escribir, y en cierto sentido: hace dialogar su crítica con la 
ficción. Entiende el ejercicio crítico como una operación de creación, a la manera de 
la teoría que expresa El crítico como artista: 
“La crítica más elevada, pues, es más creadora que la creación, y el objetivo 
esencial del crítico es ver el objeto tal como no es realmente en sí mismo” 
(51)2

“La crítica superior es a un tiempo creadora e independiente; es, en realidad, 
un arte en sí teniendo la misma relación que la labor creadora con el mundo 
visible de la forma y el color o el mundo invisible de la pasión y el 
pensamiento”(64). 
Esta hibridación característica de la crítica de escritores se pone en evidencia 
a partir de lo que Jorge Panesi denominó problemas de contacto: 
“La relación entre la práctica crítica y la literaria se estrecha; las ideas teóricas 
pasan como material a la producción de literatura, y los escritores, o bien 
escriben crítica, practican la crítica, participan en los espacios donde la crítica 
polemiza (...) Se trata de relevar la distancia variable que la crítica mantiene 
con otros discursos: desde la sumisión territorial, la alianza, el intercambio, el 
préstamo, la adaptación al territorio, y la fusión, hasta la separación, la 
delimitación, la pugna y la guerra discursiva”3

A estos mismos problemas de contacto se refiere Tzvetan Todorov cuando 
analiza la obra de Sartre, Blanchot y Barthes, y se interroga sobre la crítica “que se 
convierte en una forma de literatura”, por ejemplo, en Sartre. (Después veremos que 
esta definición puede ser aplicada a la obra crítica y a la obra ficcional de Borges, 
tomando como ejemplo la figura de Leopoldo Lugones). Todorov sostiene que: 
“Sartre es un polígrafo: no hay fronteras herméticas entre su filosofía, su crítica e incluso 
su ficción” 4

 Además de la fuerte vinculación entre crítica y ficción, la crítica de escritores 
se caracteriza por centrarse en determinados tópicos. 
¿Cuáles serían los aspectos literarios sobre los que suelen detenerse los 
críticos-escritores al analizar obras ajenas? Según Piglia: 
1
 Ricardo Piglia, “La lectura de la ficción”. Entrevista de Mónica López Ocón (Tiempo Argentino, 24 de 
abril, 1984). En Crítica y ficción. Ediciones Fausto. S.R. Pg.17. 
2
 Oscar Wilde, El crítico como artista. Ensayos. Espasa-Calpe Argentina. Buenos Aires. S.A. 
3
 Jorge Panesi, “Las operaciones de la crítica: el largo aliento” en Las operaciones de la crítica. 
Giordano-Vázquez comp. Ed. Beatriz Viterbo. Buenos Aires. S.R. Pg.12. 
4
 Tzvetan Todorov, Crítica de la crítica. Paidós, Barcelona, 1991. Pg.49. “La crítica que escriben los escritores plantea siempre y de un modo directo el 
problema del valor. El juicio de valor y el análisis técnico, diría, más que la 
interpretación. Los escritores intervienen abiertamente en el combate por la 
renovación de los clásicos, por la relectura de las obras olvidadas, por el 
cuestionamiento de las jerarquías literarias”5

La crítica ejercida por un escritor sobre la obra de otro autor puede ser 
entendida como valorativa e ideológica en tanto, en virtud de tener un conocimiento 
interno y activo de los productos escritos, más que interpretar un texto: lo enjuicia 
técnicamente. En la misma entrevista, López Ocón expone la teoría de la ensayista 
italiana María Corti que dice que el escritor que escribe crítica tiene una competencia 
por encima del crítico que sólo hace crítica puesto que él es un productor de textos y 
eso le confiere un conocimiento interno de las obras literarias. Deberíamos pensar si 
la crítica que ejerce un escritor es “más competente” o superior, o simplemente se 
trata de una crítica cualitativamente distinta, en la que podemos reconocer ciertas 
marcas del discurso que la diferencian de la ejercida por un crítico académico. Según 
Sergio Pastormerlo, para definir la crítica de los escritores: 
“Bastaría con invertir los rasgos que definen las modalidades más académicas 
de la crítica universitaria. Se trata de una crítica, por ejemplo, que no borra las 
marcas de la subjetividad: las valoraciones se exponen de una manera directa y 
está escrita en primera persona”6

Estas particularidades de la crítica de escritores son aspectos que varios 
teóricos identificaron en la obra de Jorge Luis Borges. Como afirma Emir Rodríguez 
Monegal7
, Borges ostenta una interpretación muchas veces personal y arbitraria: 
“Como crítica de practicante que es, la suya tiene una cuota muy alta de 
subjetividad (...) su crítica es iluminadora pero no siempre del tema que trata, 
sino del crítico mismo” 
“La única manera de acceder a la crítica literaria de Borges es por el camino 
que ha indicado T.S. Eliot (...) al hablar de los críticos Eliot ha señalado que 
hay dos especies: el crítico literario puro y el crítico practicante. Este último 
estudia aquellos problemas que debe resolver como creador y desdeña (o 
falsea) los que estorban a su propia invención. Una consideración sumaria de 
los trabajos críticos de Borges demuestra que a través del análisis de obras 
ajenas, de problemas generales, de estética, de discusiones filosóficas, Borges 
busca orientarse en su propio laberinto” (413). 
Otra de las características que se han señalado repetidas veces sobre la crítica 
de escritores es el carácter polémico de su discurso. Intervienen como creadores, 
como directos interesados en la crítica de las creaciones ajenas. Para Rodríguez 
Monegal: 
“Esta vocación de polémica es un rasgo que caracteriza, en general, a la crítica 
de los escritores, que a diferencia de la crítica más académica no disimula las 
tensiones y las luchas que tienen lugar en el espacio de la crítica o de la 
literatura” (415). 
Haciendo un repaso rápido de algunos conceptos esbozados sobre la crítica de 
escritores, podríamos decir que se la caracteriza como un tipo de crítica que tiende a 
la “subjetivación” de sus razonamientos, que hace uso de recursos tradicionalmente 
pertenecientes a la literatura e incluso ficcionaliza; que se detiene en el análisis de los 
elementos estructurales de un texto, en la consideración de problemas narrativos y 
que utiliza recursos propios del discurso polémico, promoviendo nuevos recorridos de 
lectura en función del lugar que el escrito-crítico ocupa dentro del canon literario 
local. 
 ********************************* 
Borges lector de Lugones
La primera época crítica de Borges, la década del ´20 –específicamente los 
artículos publicados en las revistas Martín Fierro, Inicial, Sur, y los ensayos críticos 
contenidos en Discusión (principios del ’30)– se caracterizó por el énfasis puesto en 
despreciar ciertas categorías literarias empleadas por el Modernismo, y en especial, 
por Lugones: la escritura ornamental ⎯la elección de las palabras a partir de su 
sentido acústico-decorativo⎯, el alejamiento de un tipo de escritura que convoque 
los sentimientos del poeta y despierte la sensibilidad del lector, la poesía verbal 
escrita “en voz alta”, la despreocupación por el ambiente de las palabras 
(especialmente la alternancia de diferentes registros), el exceso retórico, musical, 
métrico, del artificio; el acento puesto en la forma literaria y no en el contenido (o, en 
sus palabras, en la “eficacia” del texto). 
Lo llamativo de la crítica de los primeros tiempos de Borges es que parece 
trascender el mero ámbito de la literatura y desplazarse, por metonimia, del libro al 
autor, como podemos percibir en el siguiente ejemplo: 
“Así lo presintieron los clásicos, y si alguna vez rimaron baúl y azul o 
calostro y rostro, fue en composiciones en broma, donde esas rimas 
irrisorias caen bien. Lugones lo hace en serio. A ver, amigos, ¿qué les 
parece esta preciosura?: “ilusión que las alas tiende / en un frágil moño de 
tul / y al corazón sensible prende / su insidioso alfiler azul”. Esta cuarteta 
es la última carta de la baraja y es pésima, no solamente por los ripios que 
sobrelleva, sino por su miseria espiritual, por lo insignificativo de su alma. 
Esta cuarteta indecidora, pavota y frívola es resumen del Romancero. El 
pecado de este libro está en el no ser: en el ser casi libro en blanco, 
modestamente espolvoreado de lirios, moños, sedas, rosas y fuentes y 
otras consecuencias vistosas de la jardinería y la sastrería. De los talleres 
de corte y confección, mejor dicho”8

La crítica de Borges parece atacar a la persona de Lugones, ir más allá del 
Romancero, especialmente por el énfasis puesto en la “miseria espiritual”, en el 
“pecado” y en “lo insignificativo de su alma”. La metáfora que utiliza en su crítica le 
permite a Borges caricaturizar, por la ambigüedad que comporta la imagen retórica, 
al mismo Lugones. La descalificación de Borges crítico de Lugones se transforma en 
una sátira discursiva que concibe al mundo antagonista como absurdo, que toma la 
forma del relato carnavalesco, marcado por la risa, la deformación de los rasgos, que 
apela a complicidad del lector para despreciar el discurso del otro. 
5
 Ricardo Piglia, “La lectura de la ficción”. Op.cit. Pg.18. 
6
 Sergio Pastormerlo, “Borges crítico” en Variaciones Borges. The journal of the Jorge Luis Borges 
Center for studies and documentation. University of Aarhus, Denmark. Marzo de 1997. Pg.12. 
7
 Emir Rodríguez Monegal, “Borges como crítico literario” en La palabra y el hombre Nº31. II época. 
Julio, 1964. México. 
8
 Jorge Luis Borges, en Revista Inicial Nº9, 1926. 
2La superstición de estilo y la superstición de perfección son para Borges dos 
elementos clave que los malos críticos buscarían identificar en toda buena obra: 
“Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la 
ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus 
comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. 
Son indiferentes a la propia convicción o propia emoción: buscan 
tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que les informarán si lo 
escrito tiene derecho o no a agradarles”9
.
Borges impugna un modo de hacer crítica, pero también un modo de hacer 
literatura, especialmente porque cita el ejemplo de Lugones (y a Lugones, como 
crítico practicante que es, también lo traiciona su propia estética al señalar en 
Cervantes la “falta de proporción” ⎯imperfección⎯ y la falta de estilo): 
“Leopoldo Lugones, en nuestro tiempo, emite un juicio explícito: El estilo es la 
debilidad de Cervantes, y los estragos causados por su influencia han sido 
graves. Pobreza de color, inseguridad de estructura, párrafos jadeantes que 
nunca aciertan con el final, desenvolviéndose en convónvulos interminables; 
repeticiones, falta de proporción, ése fue el legado de los que no viendo sino 
en la forma la suprema realización de la obra inmortal, se quedaron royendo la 
cáscara cuyas rugosidades escondían la fortaleza y el sabor”10

Responde Borges: 
“Prosa de sobremesa, prosa conversada y no declamada es la de Cervantes, y 
otra no le hace falta”11
Las dos críticas se corresponden con las dos estéticas propias de cada 
creador. Las supersticiones que Borges denuncia en la crítica de Lugones son las 
mismas que reprocha de su literatura: 
“Bajo la pluma de Leopoldo Lugones, el mot juste degeneró en el mot 
suprenant (...) detrás de los epítetos inauditos y de las metáforas 
alarmantes, el lector percibe, o cree percibir, ese grave defecto moral (...) 
Para el diccionario las voces azulado, azuloso, azulino y azulenco son 
estrictamente sinónimas; asimismo lo fueron para Lugones, que, sólo atento 
a la significación, no advirtió, no quiso advertir, que su connotación es 
distinta. Azulado y tal vez azuloso son palabras que pueden entrar en un 
párrafo sin destacarse demasiado; azulino y azulenco pecan de énfasis”12

 Una crítica literaria sospechosamente similar introduce Borges en el cuento 
“El aleph”, publicado dos años después que el ensayo crítico donde aparece el 
fragmento trascripto arriba. Borges ingresa al cuento como narrador bajo la figura del 
escritor antagonista de Carlos Argentino Daneri, hombre que “ejerce no sé qué cargo 
subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario pero 
también es ineficaz”; en sus poemas hace uso de la “lima”, profesa un culto fanático 
de la forma, es extravagante, y escribió un poema titulado “La Tierra”. Para Borges, 
este poema es un “pedantesco fárrago”, un proyecto ambicioso construido de 
disgresiones y rasgos pintorescos que se propone “versificar toda la redondez del 
planeta”. 
Borges narrador recrimina la escritura barroca de Daneri, la utilización y el 
hallazgo de neologismos como “blanquiceleste”, otra palabra cromática de la gama 
del azul con la que juega en la crítica y en la ficción para ridiculizar el lenguaje 
lugoniano, no exento del recuerdo de una obra fundamental de su maestro 
modernista, Rubén Darío. 
De Daneri, Borges expresa en su cuento: 
“Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido 
según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió 
azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra 
lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un 
lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal”13

 No es difícil percibir que el cuento dialoga con la crítica de una manera 
evidente. No sólo por la ejemplificación mediante las mismas palabras sino por datos 
concretos de la vida de Lugones: fue bibliotecario (de la Biblioteca del Maestro), 
tildado de fanático y autoritario (Lugones fue sucesivamente anarquista, socialista, 
partidario de los Aliados en la Primera Guerra Mundial y finalmente fascista), también 
es considerado el “primer escritor argentino” (en nuestro país se festeja el Día del 
Escritor Argentino el 13 de junio, día de su nacimiento); esta circunstancia aparece en 
su segundo nombre. También Borges reprocha a Daneri la voluntad de querer llevar 
el lenguaje al límite de su expresión intentando describir el planeta en un poema. 
Esto recuerda al proyecto de enriquecer el idioma nacional que Lugones proclamó en 
el Prólogo del Lunario Sentimental. El inventario de términos provenientes de la 
ganadería, la agricultura y la geografía aparecen en libros como las Odas seculares, 
sobre el cual escribe Borges, en 1955: 
“El poeta intenta medirse con cualquier tema. El defecto del libro reside en 
lo que algunos han considerado su mayor mérito: la tenacidad prolija y 
enciclopédica que induce a Lugones a versificar todas las disciplinas de la 
agricultura y de la ganadería. Felizmente, hay confidencias personales que 
mitigan el fatigoso catálogo”14

No solamente la poesía es blanco de sus críticas. Borges, en su ensayo “El 
escritor argentino y la tradición” expone una contratesis de la concepción lugoniana 
que considera al Martín Fierro como la gesta heroica de nuestra nación, tesis 
fuertemente defendida en El payador. También reprocha el “estilo farragoso” de su 
prosa, como por ejemplo, en La guerra gaucha. Afirma sobre esta obra: 
“Lugones se propuso en La guerra gaucha superar en su propio campo a 
los españoles, y prodigó todas las palabras posibles”15

Del libro de Daneri, Borges comenta: 
“Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil 
dodecasílabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael 
Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografía (...); estoy 
seguro de que ese producto considerable, pero limitado es menos tedioso 
9
 Jorge Luis Borges, “La supersticiosa ética del lector”(1930) en Discusión. Alianza Editorial S.A., 
Madrid, 1998. Pg.57. Publicado originalmente en 1932. 
10 Leopoldo Lugones, El imperio jesuítico. Citado por Borges en Discusión. Op.Cit.Pg.59. 
11 J.L.Borges, “La supersticiosa ética del lector”. Op.cit. Pg.60. 
12 Jorge Luis Borges y Bettina Edelberg, Leopoldo Lugones. Alianza Editorial S.A., Madrid, 1998. 
Pg.94. Publicado originalmente en 1955. 
13 J.L.Borges, El Aleph. Emecé Editores S.A. Buenos Aires, 1995. Pg. 251. 
14 JL.Borges y B. Edelberg. Op. cit. Pg. 37. 
15 J.L.Borges y B.Edelberg. Op.cit. Pg. 95. 
3que la vasta empresa congénere de Carlos Argentino. Éste se proponía 
versificar toda la redondez del planeta” (248). 
A Borges, el “exceso de lenguaje” le parece una cualidad reprobable y 
lamentable en la obra de un escritor. En La supersticiosa ética del lector, expresa: 
“Decir de más una cosa es tan de inhábiles como no decirla del todo” “la 
descuidada generalización e intensificación es una pobreza y así la siente el 
lector”16

En la Revista Sur, en 1942, Borges escribe un artículo que se titula “Sobre la 
descripción literaria”. Allí ejemplifica ejemplos fallidos utilizados en la poesía y en la 
narración. Cita a Lugones: 
“Oh luna que diriges como sportswoman sabia 
por zodíacos y eclípticas tu lindo cabriolé...”17
Para Borges este tipo de fragmentos: 
“sufren de una leve incomodidad. A una indivisa imagen sustituyen un 
sujeto, un verbo y un complemento directo, Para mayor enredo, ese 
complemento directo resulta ser el mismo sujeto, ligeramente enmascarado 
(...) En el jocoso apóstrofe de Lugones, la luna es una spotswoman que 
dirige “por zodíacos y eclípticas un lindo cabriolé” –que es la misma luna. Los 
defensores de ese desdoblamiento verbal pueden argumentar que el acto de 
percibir una cosa –la frecuentada luna, digamos- no es menos complicado 
que sus metáforas, pues la memoria y la sugestión intervienen; yo les 
replicaría con el principio taxativo de Occam: No hay que multiplicar en vano 
las entidades. Otro método censurable es la enumeración y definición de las 
partes de un todo” 18

En el prólogo de Lunario sentimental, Lugones había expresado su deseo de 
enriquecer el idioma y la obligación que el escritor tiene de sumarse a esta labor: 
“El lenguaje es un conjunto de imágenes (...) hallar imágenes nuevas y 
hermosas, expresándolas con claridad y concisión, es enriquecer el idioma 
(...) El lugar común es malo a causa de que acaba perdiendo toda 
significación expresiva por el exceso de uso”19

Si en la literatura triunfara el lugar común, se envilecería el idioma. La rima, 
elemento esencial del verso moderno, también cumple un papel fundamental en el 
enriquecimiento de la lengua. Expresa Lugones: 
“La rima numerosa y variada determina asimismo nuevos modos de 
expresión, enriqueciendo el idioma (...) El verso moderno vive de la 
metáfora”20

El prólogo de Lunario sentimental genera polémica. Borges en su ensayo 
“Roberto Godel: Nacimiento del fuego”, responde, con ironía: 
“Lugones, poeta no indigno de recordar a Hugo, crítico más adicto a la 
intimidación que a la persuasión ha simplificado hasta lo monstruoso 
nuestros debates literarios. Ha postulado una diferencia moral entre el 
recurso de marcar las pausas con rimas, y el de omitir este artificio. Ha 
decretado luz a quienes ejercen ese artificio, sombra y perdición a los 
otros”21

Las rimas, en Lugones “son meras habilidades, son deliberados juegos 
retóricos y no trascienden el plano literario”22
Lugones expone su proyecto de buscar nuevos modos de expresión, de hallar 
un lenguaje que engendre un extrañamiento, una desautomatización de las formas 
lingüísticas cristalizadas por el uso. Borges advierte sobre el efecto de estos excesos: 
“Lugones, en efecto, presenta una de las mayores colecciones de 
metáforas de la literatura española. Es innegable que estas metáforas son 
originales y, a veces, muy hermosas; su desventaja es ser tan visibles que 
obstruyen lo que deberían expresar; la estructura verbal es más evidente 
que la escena o la emoción que describen”. Borges afirma no estar a favor 
de la frase torpe o del epíteto chabacano, sino que afirma que la voluntaria 
omisión de la metáfora, el ritmo y el hipérbaton nos prueba que “la pasión 
del tema tratado manda en el escritor, y esto es todo. La asperidad de una 
frase le es tan indiferente a la genuina literatura como su suavidad”23

Un repaso de la crítica global de Borges demuestra que lo que más repudia de 
la escritura de Lugones es la ostentación verbal de su estilo, y no menos importante 
es la falta de emoción. Para Borges, una obra, para ser genuina, debe tratar un tema 
“con pasión”. Se lamenta del exceso de “telas, crepúsculos, jardines, suspiros, 
estanques y fragancias [que] invaden la poesía” de Los crepúsculos del jardín, uno de 
los libros lugonianos donde se percibe la influencia de Samain, de Hugo y del 
Modernismo, que fue acusado de plagio de una obra del uruguayo Herrera y Reissig. 
Borges analiza una estrofa del poema “Romántica” y lo utiliza como ejemplo del libro 
entero: 
Fúnebre es tu candor adolescente 
Que la luna sonámbula histeriza 
Y el perfume de nardo decadente 
En que tu alma pueril se exterioriza. 
 Afirma Borges: 
“En este libro, Lugones logra una mayor destreza formal, no así un mayor 
rigor. Su empeño es ser original y no se resigna a sacrificar el menor 
hallazgo. Cada adjetivo y cada verbo tiene que ser inesperado. Esto lo 
lleva a ser barroco, y es bien sabido que lo barroco engendra su propia 
parodia. De este volumen, acaso inaccesible al gusto de nuestro tiempo, 
perduran algunas composiciones (...) el sensible poema El solterón, cuyo 
atribulado protagonista, a diferencia de otros del libro, parece real”24

16 J.L.Borges, “La supersticiosa ética del lector”. Op.cit. Pg. 62. 
17 J.L.Borges, “Sobre la descripción literaria” en Revista Sur, Buenos Aires, año XII Nº97. Octubre del 
1942. 
18 J.L.Borges, “Sobre la descripción literaria” en Revista Sur, Buenos Aires, año XII Nº97. Octubre del 
1942. 
19 Leopoldo Lugones, Lunario sentimental. Prólogo a la primera edición. 1909. Pg.9-10. 
20 Leopoldo Lugones, Lunario sentimental. Prólogo a la primera edición. 1909. 
21 J.L.Borges, “Roberto Godel: Nacimiento del fuego” en Prólogo con un prólogo de prólogos. Alianza 
Editorial S.A. Madrid, 1998. Pg.112. Publicado originalmente en 1975. 
22 J.L.Borges y B. Edelberg. Op.cit. Pgs.33-35. 
23 J.L.Borges, “La supersticiosa ética del lector”. Op.cit. Pg. 62. 
24 J.L.Borges y B. Edelberg. Op.cit. Pg.32-33. 
4 Nuevamente acá, de una manera más distanciada y analítica que apasionada 
y descarnada como la crítica de los años ’20 y ’30 en que se burlaba de la estética de 
jardinería y talleres de corte y confección, Borges reprocha a estos versos la “falta de 
sangre”, la frialdad, la ausencia de verosimilitud. A excepción de un poema: “El 
solterón”, que “parece real”. Esta afirmación ejemplifica la idea que expresa en 
Discusión, donde sostiene que un poema paga el elevado precio de la perfección con 
su propia “alma”: 
“La página de perfección, la página de la que ninguna palabra puede ser 
alterada sin daño, es la más precaria de todas. Los cambios del lenguaje 
borran los sentidos laterales y los matices; la página perfecta es la que 
consta de esos delicados valores y la que con facilidad mayor se desgasta. 
Inversamente, la página que tiene vocación de inmortalidad puede atravesar 
el fuego de las erratas, de las versiones aproximativas, de las distraídas 
lecturas, de las incomprensiones, sin dejar el alma en la prueba. No se 
puede impunemente variar (...) ninguna línea de las fabricadas por Góngora; 
pero el Quijote gana póstumas batallas contra sus traductores y sobrevive a 
toda descuidada versión” (61). 
Borges expresaba en 1931, en el ensayo “La postulación de la realidad” su 
hipótesis de que la imprecisión es tolerable y hace verosímil a la literatura porque “a 
ella propendemos siempre en la realidad”25. El estilo acartonado, construido con el 
diccionario, sensible a la elección de los términos por su rareza y extravagancia e 
indiferente al registro, que aspira a la perfección, le permite a Borges poner en duda 
si Lugones fue o no un poeta: 
“Nadie discute que Lugones sea un gran poeta; esta definición, aplicada en 
general a escritores de producción abundante, acepta la presencia de 
irregularidades y cierta grandilocuencia. Paradójicamente, resulta más 
difícil decidir si fue o no poeta. La dificultad es sólo verbal. Si, para tipificar 
la poesía, pensamos en Anacreonte, en Keats, en Verlaine, en Garcilaso o, 
entre nosotros, en Enrique Banchs, hombres de tono íntimo, quizá no 
podamos incluir en esta categoría a Lugones. En cambio, si pensamos en 
Píndaro, en Milton, en Hugo, en Quevedo, es evidente que también 
Lugones tiene derecho a la fama de poeta”26

Para Borges, el poeta debe dejar traslucir la pasión en su obra, buscar un 
“tono íntimo”. Así define su prioridad al escribir: buscar la emoción. Reclama en la 
obra de Lugones la confesión privada que convoque en el lector un sentimiento de 
confianza y lo conmueva, que torne a la poesía “verosímil”, espiritual; reclama para el 
escritor que deje de ser un “frío arquitecto de la palabra”. ¿Pero a qué se referirá 
Borges con “emoción”? ¿cuál será la variable empírica que se corresponda con esta 
categoría literaria? Esta es una regla que se repite una y otra vez en Borges, y que a 
veces lo hace contradecirse. Algunos ejemplos: 
 Cuando define el período Barroco, Borges lo desacredita como “esa etapa en 
que el arte propende a ser su parodia y se interesa menos en la expresión de un 
sentimiento que en la fabricación de estructuras que buscan el asombro”. Denuncia 
que el defecto “esencial” del Barroco, de carácter ético, radica en revelar la vanidad 
del artista, aunque luego sostiene que “Ello no impide que la pasión, que es elemento 
indispensable de la obra estética, se abra camino a través de las deliberadas simetrías 
o asimetrías de la forma, y nos inunde, espléndida”. 
En el prólogo que escribe sobre Evaristo Carriego, resalta “la pasión de su 
voz”. 
Opina de Lugones que “Rara vez confía su intimidad. Una vaga congoja, no 
una gran pena, revela que está enamorado” y dice que Darío “alcanza aquello que 
Lugones no alcanzará, tal vez, en toda su vida: un vínculo amistoso con el lector, la 
confidencia íntima. Detrás de la magnificencia verbal y de los hallazgos métricos se 
vislumbra el destino trágico de Darío”. 
El final de libro que Borges y Edelberg escribieron sobre Lugones termina de la 
siguiente manera, con una anulación del distanciamiento crítico entre vida y obra: 
Lugones fue “un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió 
altos e ilustres edificios verbales hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron”. 
En “La supersticiosa ética del lector” reprocha a los críticos la permanente 
búsqueda de la perfección de un texto, en detrimento de la emoción: “no se fijan en 
la eficacia del mismo, sino en la disposición de sus partes. Subordinan la emoción a la 
ética, a una etiqueta indiscutida, más bien”27

Para entender la teoría sobre el “tono íntimo de la poesía” que subyace en las 
palabras con que Borges parece invalidar el título de poeta a Lugones y luego, como 
en una concesión piadosa que no queda del todo clara, se lo otorga, resulta necesario 
considerar que este juicio crítico proviene de un poeta, y que un poeta que escribe 
crítica utiliza el espejo de otro escritor para defender su propia poética, a la manera 
de un manifiesto. La crítica se transforma así en un ejercicio de ejemplificación de lo 
que el escritor considera escribir bien, como directo interesado, y por ende, en una 
simplificación literaria. 
Pero ¿cuál es la concepción de poeta que subyace en los poemas borgianos? 
En el poema “Browning resuelve ser poeta”, aparecen los siguientes versos: 
Por estos rojos laberintos de Londres 
Descubro que he elegido 
La más curiosa de las profesiones humanas 
(...) 
Este polvo que soy será invulnerable. 
Si una mujer comparte mi amor 
Mi verso rozará la décima esfera de los cielos concéntricos; 
Si una mujer desdeña mi amor 
Haré de mi tristeza una música 
Un alto río que siga resonando en el tiempo 
El poema “El sur” dice lo siguiente: 
Desde uno de tus patios haber mirado 
Las antiguas estrellas 
Desde el banco de sombra haber mirado 
Esas luces dispersas 
Que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar 
Ni a ordenar en constelaciones 
Haber sentido el círculo del agua 
En el secreto aljibe, 
El olor del jazmín y la madreselva, 
25 J.L.Borges, “La postulación de la realidad” en Discusión, Op.cit. Pg.88. 
26 J.L.Borges y B. Edelberg. Op.cit. Pg.50. 
27 J.L.Borges, “La supersticiosa ética del lector” Op.cit. Pg.58. 
5El silencio del pájaro dormido 
El arco del zaguán, la humedad 
Esas cosas, acaso, son el poema. 
Y algunos fragmentos del “Poema de los dones” expresan: 
Nadie rebaje a lágrima o reproche 
Esta declaración de la maestría 
De Dios, que con magnífica ironía 
Me dio a la vez los libros y la noche 
De esta ciudad de libros hizo dueños 
A unos ojos sin luz, que sólo pueden 
Leer en las bibliotecas de los sueños 
Los insensatos párrafos que ceden 
(...) 
¿Cuál de los dos escribe este poema 
de un yo plural y de una sola sombra? 
¡qué importa la palabra que me nombra 
si es indiviso y uno el anatema? 
En los poemas metaliterarios que anteceden se puede apreciar una reflexión 
sobre qué es ser poeta y qué es un poema. Un poeta es alguien que escribe algo 
“real” a partir de sus propias experiencias vividas. El amor correspondido inspira un 
verso celeste; el desengaño amoroso, una tristeza que se prolonga en el tiempo 
gracias al polvo invulnerable: el cuerpo humano transformado en libro. Pero a su vez, 
hay dos versos que permiten una doble lectura: “Si una mujer comparte mi amor / Mi 
verso rozará la décima esfera de los cielos concéntricos / Si una mujer desdeña mi 
amor / Haré de mi tristeza una música” puede aludir al lector, que se identifica 
plenamente con las palabras del poeta y se trasmuta en él prolongando el mensaje 
atemporal del libro. 
En “El sur”, el poema es la traducción a palabras de una experiencia sensorial: 
silencio, sonido, luces, olor. “Esas cosas, acaso, son el poema”, y a la vez, ese mismo 
lenguaje simple y convencional, despojado de un artificio que medie entre objeto y 
texto, es el lenguaje con que debe escribirse la poesía. 
En el “Poema de los dones” podemos claramente advertir la experiencia 
autobiográfica de la ceguera, la obsesión por las bibliotecas, la filiación con la filosofía 
de Schopenahuer, la presencia del doble-otro. 
Todorov, en el libro Los géneros del discurso, expone tres teorías sobre la 
poesía. Las teorías ornamental, afectiva y simbolista: 
“La teoría ornamental de la poesía es la de la gran corriente de la retórica 
clásica (...) Dos expresiones tienen el mismo sentido, pero uno lo formula de 
una manera más bella, más adornada; es ésta la que conviene a la poesía. 
Los adornos poéticos están al servicio del gusto, no contribuyen a la 
instrucción. (...) Según la teoría afectiva, hay una diferencia entre lo que 
designan las palabras en la poesía y lo que designan fuera de ella: aquí 
poseen un contenido intelectual, nocional, conceptual; allá emotivo, afectivo 
o patético. (...) la diferencia entre poesía y no-poesía reside en el contenido 
mismo de lo que está dicho: en aquélla se trata de los sentimientos; en ésta, 
de las ideas”28

Para Borges, es el acento puesto en la “forma”, la “tecniquería” lo que impide 
la consolidación de un tono íntimo en Lugones, lo que le permite poner en duda si 
Lugones escribe poesía o no. La única obra que aplaude es la publicada en 1912, 
escrita y dedicada a su mujer, Juanita Luján, El libro fiel. Borges opina, sobre este 
libro: 
“Es la obra que mejor parece corresponder a una exigencia íntima. En 
otros libros se adivina el deliberado propósito de versificar determinados 
temas; en ellos, el autor, en lugar de abandonarse a la emoción, cumple 
una tarea que se ha impuesto. En éste, en cambio, el tono es 
confidencial”. 
En el año 1955, Borges publica en colaboración con Betina Edelberg un largo 
ensayo crítico sobre la obra de Lugones, que se postula como “una introducción a la 
obra de Leopoldo Lugones” con el objetivo de “proponerla a la curiosidad del lector y 
esbozar un principio de orientación por su poblado ámbito” mientras que deja a 
“otros” el trabajo de realizar “exhaustivos análisis estilísticos y la historia de un 
hombre solitario, orgulloso y valiente, cuyos libros despertaron la admiración, pero no 
el afecto, y que murió, tal vez, sin haber escrito la palabra que lo expresara”29. En la 
Revista El Hogar, en 1956, del día 6 de enero de 1956, Borges responde, en una 
entrevista que se titula “¿Cómo ve usted el año 1956?”: 
“Se va a publicar en 1956 un libro que escribí con Betina Edelberg sobre 
Leopoldo Lugones. Ese libro puede considerarse como una introducción 
crítica a la obra de Lugones, para estimular el gusto por la literatura de este 
gran escritor argentino y fomentar el estudio de su obra”30

En este libro, Borges deja de lado el discurso polémico de rabiosa 
desautorización de Lugones y atenúa la violencia verbal de los primeros tiempos. Sin 
embargo no es cierto que se despoja de su rechazo literario hacia él. El “gesto” de 
arrepentimiento y de humilde homenaje forma parte de su proyecto literario global de 
descalificación, si no en el aspecto personal, al menos en el aspecto literario. La 
vacilación entre la alabanza y el vituperio, la polémica, la compasión y la identificación 
son elementos que conforman un discurso crítico de Borges que a veces se torna 
contradictorio. 
En la primera parte del ensayo, en ediciones posteriores a la de 1955, se 
reproduce la dedicatoria de su libro El hacedor (1960) que Borges consagra a 
Lugones. En esta dedicatoria se representa una escena ficticia donde vemos a Borges 
entrar en la Biblioteca (no en la Biblioteca del Maestro, de la calle Rodríguez Peña, 
sino en la actual de la SADE, calle México, que es sólo un detalle que sirve para 
señalar cómo han cambiado las cosas desde aquellos tiempos). Borges entra para 
regalarle su libro a Lugones y éste, convertido en dócil personaje manejado por el 
narrador, lo acepta. Borges expresa: 
“Si no me engaño usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado 
que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez 
usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque 
en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le 
importa menos que la sana teoría”. 
28 Tzvetan Todorov, Los géneros del discurso. Monte Ávila Editores Sudamericana, Caracas, 1991. Pg. 
109. 
29 J.L.Borges y B. Edelberg. Op. cit. Pg. 7. 
30 J.L.Borges. “¿Cómo ve Usted el año 1956?” en Revista El Hogar. 6 de enero de 1956. 
6¿A Borges le hubiera gustado realmente que a Lugones le gustara algún 
trabajo suyo? ¿o a Borges le hubiera gustado que a él mismo le gustara algo de lo 
escrito por Lugones? Esta concesión póstuma resulta llamativa en tanto la 
direccionalidad de los ataques siempre fueron de Borges hacia Lugones, y no al revés. 
Estela Canto, en un libro “sin bibliografía” describe una operación similar de 
homenaje póstumo: 
“Él [Borges] había decidido admirar a Lugones y en las Obras completas de 
1972 lo evoca con admirable docilidad. Era una actitud canónicamente 
establecida (...) Una noche de noviembre de 1985 (...) yo había llevado 
conmigo el Lunario sentimental de Lugones. Durante muchos años, le dije, 
he querido comentar estos poemas contigo. Leí unos cuantos poemas al 
azar. Borges se ruborizó, se movió incómodo en su asiento; finalmente, dijo: 
Sí, es cierto, son horribles. Vamos, lee otros. Leí otros. La impresión se 
confirmó. Cuando salimos del restaurante dijo algo que yo ya le había oído 
decir varias veces, pero con una nueva entonación: ¡Pensar que la gente de 
mi generación creía que escribir bien era escribir como Lugones!. Esta vez la 
frase sonaba como una excusa. Y añadió, reflexivamente: ¿sabes una cosa, 
Estela? En esos versos no hay una sola percepción real. Está buscando la 
rima, el efecto, y eso es todo. Ahí no hay nada sentido, vivido”31

Borges escribe en su dedicatoria que Lugones “lee con aprobación algún verso 
acaso porque en él ha reconocido su propia voz”. Borges acepta, de alguna manera, 
que la voz de Lugones se encuentra contenida en la suya, que es su precursor, una 
figura ineludible dentro de la tradición nacional cuya influencia no se puede evitar 
aunque sí se puede rechazar. Se reconoce como su “fatal alumno”. La dedicatoria 
continúa: 
“Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me 
digo), pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros 
tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo 
será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado”. 
Este fragmento encierra una idea que posteriormente fue expresada por 
Borges en su Antología poética de Francisco de Quevedo: 
“Acaso nadie, fuera de su ostensible rival y secreto cómplice, Góngora, ha 
paladeado el castellano, el peculiar sabor de cada palabra y de cada sílaba, 
como Don Francisco de Quevedo y Villegas, caballero de la Orden de 
Santiago y señor de la Villa de la Torre de Juan Abad”32
“He equiparado a Góngora y a Quevedo, que es costumbre contraponer. El 
tiempo borra o atenúa las diferencias. Los adversarios acaban por 
confundirse; los une el común estilo de su época”33

 Borges transcribe un soneto (“Menos solicitó veloz saeta...”) y, después de 
transcribirlo, expresa: 
“Es un soneto típico de Quevedo y lo escribió Góngora. Hermanos 
enemigos, el culteranismo y el conceptismo son dos especies antagónicas 
del género barroco”. 
 Para Borges, Góngora y Quevedo, rivales y cómplices a la vez, están 
inexorablemente unidos y a la vez confundidos en un mismo estilo y en una misma 
época; el tiempo atenúa las diferencias, la cronología confunde los símbolos de uno y 
de otro, borrando las diferencias. Tal vez uno haya podido escribir algo diferente a la 
sombra del otro, como Borges reconoce que el Ultraísmo es heredero del 
Modernismo, y fundamentalmente de Lugones: 
“Opinamos (...) que la rima es menos imprescindible de lo que cree 
Leopoldo Lugones. La importancia de esa opinión fue considerable. Nos 
permitió no parecer lo que éramos: involuntarios y fatales alumnos ⎯sin 
duda la palabra continuadores queda mejor⎯ del abjurado Lunario 
sentimental. Lugones publicó ese volumen en el año 1909. Yo afirmo que 
la obra de los poetas de Martín Fierro y Proa (...) está prefigurada, 
absolutamente, en algunas páginas del Lunario (...) Fuimos los herederos 
tardíos de un solo perfil de Lugones. Nadie lo señaló, parece mentira (...) 
Hacíamos bien: teníamos derecho a ser otros”34

¿Borges y Lugones son para Borges como Quevedo y Góngora? En este punto, 
resulta difícil no emparentar la crítica de Borges con la ficción, el contagio y el 
contacto evidente entre una y otro. Góngora y Quevedo se parecen a Borges y 
Lugones. Borges y Carlos Argentino Daneri también son Borges y Lugones. Borges 
pudo entregar El hacedor a Lugones inventando una escena imposible en 1960, no en 
la Biblioteca del Maestro sino en la biblioteca de la SADE, y darle así un final “feliz”, 
de “reconciliación” a los pasados odios personales. La idea del doble, de la comunión 
de los adversarios, conviven en el epitafio-crítico y en el epitafio-homenaje. 
En el largo ensayo crítico publicado en 1955, se pueden leer las siguientes 
observaciones: 
“El genio de Leopoldo Lugones es fundamentalmente verbal. No hay una 
página de su numerosa labor que no pueda leerse en voz alta, y que no haya 
sido escrita en voz alta”. 
La obra de Lugones es una de las máximas aventuras del castellano” (15). 
“Para Lugones, el ejercicio literario fue siempre la honesta y aplicada 
ejecución de una tarea precisa, el riguroso cumplimiento de un deber que 
excluía los adjetivos triviales, las imágenes previsibles y la construcción 
azarosa. Las ventajas de esa conducta son evidentes; su peligro es que el 
sistemático rechazo de lugares comunes conduzca a mera irregularidades 
que pueden ser oscuras o ineficaces (...) [Lugones] adoleció de dos 
costumbres muy españolas: la creencia de que el escritor debe usar todas las 
palabras del diccionario, la creencia de que en cada palabra el significado es 
lo esencial y nada importan su connotación y su ambiente. Sin embargo en 
algunos poemas de tono criollo, empleó con delicadeza un vocabulario 
sencillo; esto prueba su sensibilidad y nos permite suponer que sus 
ocasionales fealdades eran audacias y respondían a la ambición de medirse 
con todas las palabras. Fatalmente muchas de aquellas novedades se han 
anticuado pero la obra, en conjunto, es una de las mayores aventuras del 
idioma español (...) Lugones quiso incorporar a su idioma los ritmos, las 
metáforas, las libertades que el romanticismo y el simbolismo habían dado al 
francés”35
.
31 Estela Canto, Borges a contraluz. Espasa biografías, Espasa-Calpe, Madrid, 1989. Pgs. 275-276. 
32 J. L. Borges, Antología poética de Francisco de Quevedo. Alianza Editorial S.A., Madrid, 1998. Pg. 
7. 
33 J.L. Borges, Op. Cit. Pg.14-15. 
34 J.L.Borges y Bettina Edelberg, “Las nuevas generaciones literarias”. Op. Cit. Pg. 78-79. 
35 J.L. Borges y Bettina Edelberg. Op.cit. Pg. 12. 
7Borges reconoce que aquellas afirmaciones del prólogo de Lunario sentimental
que tanta polémica habían ocasionado, que habían desatado las furiosas filípicas en la 
Revista Martín Fierro, permitieron que la obra de este escritor se transformara en una 
de las “mayores aventuras” del idioma. Si bien Borges reconoce la ineficacia de su 
propuesta, entiende que la originalidad del autor está en ese proyecto que tan 
rigurosamente practicó. Ahora las fealdades son “audacias”, su ejercicio literario es 
“honesto” y posee “genio” verbal. 
Su otra importancia, como ya ha sido señalado, radica en la enorme influencia 
que tuvo en las generaciones posteriores: 
“Desde el ultraísmo hasta nuestro tiempo, su inevitable influencia perdura 
creciendo y transformándose. (...) Alcanzar en un medio indiferente una obra 
tan fértil y tan plena es una empresa heroica” (...) “Hasta la reacción contra 
el modernismo, que se observa a partir de mil novecientos veintitantos, es 
consecuencia o parte del modernismo, y hereda su ímpetu” (25). 
Borges escribe más tarde un prólogo para la Antología poética de Leopoldo 
Lugones, cuyos textos él mismo selecciona. En ella, se enumeran algunos ejemplo de 
“diabluras” (que antes eran “miserias espirituales”): 
“Recordemos algunas de sus diabluras: boj-reloj, apio-Esculapio, saraocacao, copos- Atropos, garbo-ruibarbo, oréganos-lléganos, insufla-pantufla, 
pícara-jícara, homgos-oblongos, orla- por la, petróleo-mole o, náyade-haya 
de, pretéritas-in vino veritas, apoteosis-dosis. En la pipa de kif, Valle-Inclán 
prosigue ese juego”. 
El reconocimiento póstumo que Borges hace de Lugones tal vez tenga que ver 
con lo que Borges mismo escribió en un ensayo crítico de 1929, sobre Paul Groussac: 
“No hay muerte de escritor sin el inmediato planteo de un problema ficticio, 
que reside en indagar ⎯o profetizar⎯ qué parte quedará de su obra. Ese 
problema es generoso, ya que postula la existencia posible de hechos 
intelectuales eternos, fuera de la persona o circunstancias que los 
produjeron; pero también es ruin, porque parece husmear corrupciones. Yo 
afirmo que el problema de la inmortalidad es más bien dramático. Persiste el 
hombre total o desaparece. Las equivocaciones no dañan: si son 
características, son preciosas”36

O, en palabras de Alfonsina Storni, en 1938: 
“El valor de los creadores no se mide por sus caídas, sino por el alcance, a lo 
alto, de sus catapultas y por lo insustituible de algunos de sus acentos, 
captaciones o alzamientos”37

Esta misma idea es revelada por Borges, luego de la muerte de Lugones, en 
Sur: 
“Decir que acaba de morir el primer escritor de nuestra república, decir que 
acaba de morir el primer escritor de nuestro idioma, es decir la estricta 
verdad y es decir muy poco (...) En vida, Lugones era juzgado por el último 
artículo ocasional que su indiferencia había consentido. Muerto, tiene el 
derecho póstumo de que lo juzguen por su obra más alta”38

Esta reacción irracional que los escritores y críticos contemporáneos tienen 
luego de la noticia de la muerte de Lugones, esta recuperación de Lugones escritor 
por un motivo tan ajeno a su obra como es su muerte, es la que le hace exclamar, 
mordaz y victorioso, a su hijo, el comisario Leopoldo Lugones, en las palabras 
preliminares a la edición póstuma de El payador: 
“El Payador es, con la glorificación de Hernández, la declaración de la justicia 
póstuma para con el gaucho, y póstuma había de ser, claro está, en virtud 
de esa regla fatal y aciaga, según la cual la equidad histórica, que es decir el 
reconocimiento de la verdad, sólo llega a los hombres después de su muerte. 
Tan certísimo esto, que con el propio Leopoldo Lugones sucede ahora 
mismo. Mordido en vida por la jauría –sabroso bocado ¡válgame Dios!- que 
no le perdonó lo que el Destino habíale dado, hoy se le ensalza, bien que 
algunos perros de la traílla laman hogareño lo que antaño dentellearon...”39

La revista Nosotros adopta la misma tesitura: de ser la “simpática enemiga” de 
Lugones –tal como él la llamó en 1916– pasó a dedicarle un número especial en el 
cual colaboraron más de sesenta críticos y escritores, conmovidos por el suicidio del 
mismo, publicado en el invierno de 1938 con el título: “Nosotros: A Leopoldo 
Lugones”. 
Cabe preguntarse, frente a estos hechos: ¿qué lugar ocupa el ejercicio crítico 
en este contexto de homenaje, de cortesía obligada ante el terrible destino del 
escritor defenestrado en vida? La crítica se ve seriamente comprometida en su 
autenticidad cuando se confunden el “corpus” y el “cuerpo” del escritor, en palabras 
de Derrida. La lectura de la obra lugoniana, en especial la que hace Borges, es un 
ejemplo paradigmático de la imposibilidad de creer que una crítica de escritores 
puede trascender sus propios límites y generalizarse más allá de un enfoque personal. 
La crítica literaria, como vimos, puede estructurarse en torno a dos operaciones 
ajenas por completo a toda función crítica: la alabanza o el vituperio. 
La hipótesis que intenté justificar es la siguiente: Borges ⎯cuyo resplandor de 
padre y de precursor todavía eclipsa la capacidad crítica de la mayoría de nosotros⎯
con su vacilante actitud hecha de rechazos, recriminaciones, reconocimientos y 
homenajes a Lugones, a través del tiempo, constituye un ejemplo claro de que hacer 
crítica, para un escritor, significa tomar posición frente a la propia obra, validar la 
propia concepción de la literatura independientemente de las características propias 
de la obra analizada. Leer la crítica de un escritor es también, obligadamente, leer su 
obra literaria (especialmente en Borges, productor de ficciones críticas y de críticas 
ficcionales, representante privilegiado de los “problemas de contacto” que define 
Panesi). Borges en su crítica nos somete a su propia sensibilidad, a su propia 
nostalgia y arrepentimiento, a sus ambivalencias amor-odio, y este exceso emotivo 
determina el análisis de la obra lugoniana; es una equivocación no percibir que en 
este juego de realidad y ficción, de subjetividad y objetividad radica la eficacia de un 
discurso sumamente personal, un discurso que no puede exceder sus propios 
márgenes, un discurso que redefine la categoría de verdad para la crítica, 
reduciéndola al valor de mera anécdota. 
Como sostiene Rodríguez Monegal, la crítica de Borges: 
36 J.L.Borges, “Paul Groussac”, en Discusión. Op.cit. Pg.119. 
37 Alfonsina Storni. Citado por Martín Priero en Diario de poesía. “Lugones y la nueva crítica”. 
Primavera de 1989. 
38 J.L.Borges en Sur, Buenos Aires, AÑO VIII, Nº41, febrero de 1938 y después en la revista Nosotros 
segunda época, Bs. As., Año 3 Nº 26-28 mayo-julio de 1938). 
39 Leopoldo Lugones (hijo), Palabras preliminares a El payador y antología de poesía y prosa. 
Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979. Pg. 9. 
8“es iluminadora pero no siempre del tema que trata, sino del crítico mismo. 
De ahí sus conocidas injusticias: con Lugones (que repara más tarde y 
póstumamente), con Góngora (por el que manifiesta siempre una curiosa 
parcialidad), con la ya larga serie de amigos a los que exalta en trabajos que 
tienen de crítica sólo la apariencia. Es verdad que Borges ha tenido también 
la honradez de reconocer pasados errores (honradez excepcional en el 
ambiente rioplatense) y de elogiar incluso a quienes lo estaban atacando. 
Pero estas peculiaridades de su crítica no pueden no deben ser pasadas por 
alto” (416). 
Borges enmendó póstumamente sus iniciales “bombardeos” sobre Lugones. 
Logró ubicarlo en un lugar de primacía dentro de la tradición heredada, necesario 
para su propia formación y la de las generaciones posteriores, sin embargo nunca se 
reconcilió totalmente con su estilo. La única reconciliación que Borges pudo celebrar 
tardía e imaginariamente fue con el hombre, no con el escritor. 
La crítica de escritores permite otro tipo de análisis: cuáles son las 
consecuencias que trae aparejada su recepción. No debemos pasar por alto, en este 
caso, el lugar privilegiado que ocupa Borges en el mapa literario nacional. 
¿Qué impacto pudo haber generado en el resto de la crítica la negación 
literaria de Lugones por una figura tan elemental, tan trascendente como Borges? 
¿De qué manera esta polémica pudo influir en las lecturas póstumas de Lugones? Si 
consideramos que la crítica es una texto cuyo objetivo es la formación de un público, 
cabe preguntarse qué papel pudieron haber cumplido sus lecturas en la regulación y 
difusión de determinada literatura, en la renovación y reafirmación del canon. Para 
Sergio Pastormerlo, Borges interviene en los debates importantes para la literatura 
nacional, y sus intervenciones tienen efectos decisivos. Sus ensayos ridiculizan 
ideologías, que nos parecen definitivamente absurdas: 
“La crítica borgesiana suele ser violenta porque a través de ella Borges 
realiza fuertes operaciones sobre el campo literario argentino. Para Borges, 
podría decirse, la crítica es un lugar de intervenciones” (13). 
Los críticos que leen a Borges a “a partir de la pregunta ¿qué hizo Borges, 
al escribir su literatura, con la literatura argentina? Lo leen de esa manera 
porque saben, o suponen, que la historia de la literatura argentina, tal 
como la concebimos hoy, es una invención a la que Borges contribuyó más 
que nadie. Si quitáramos imaginariamente a Borges de esa historia, no 
sólo quedaría el gran hueco de su obra sino que se produciría una larga 
serie de cambios, muchos de ellos anteriores a 1920, el momento en que 
comenzó a publicar sus textos. Para comprender el lugar que ocupa en esa 
historia, entonces, es necesario analizar las estrategias de Borges, sus 
apropiaciones, sus manifiestos, sus polémicas literarias, los efectos de sus 
textos críticos y de sus trabajos editoriales en la formación de un nuevo 
público, su relectura de la gauchesca, su intervención en debates 
fundamentales para nuestra literatura (...) el reordenamiento de las 
tradiciones y las jerarquías (..) Borges dibuja nuevos mapas en la literatura 
argentina, cambia de lugar, altera escalas de valor, forma un nuevo 
público” (15) 
Para Panesi, la crítica de los escritores cumplen una papel fundamental en la 
consolidación del canon nacional: 
“En la crítica de los escritores no sólo encontramos una modalidad 
diferente de discurso crítico; encontramos también una instancia decisiva 
que compite con esa otra poderosa instancia que es la universidad en las 
operaciones de selección y consagración, organización de las tradiciones, 
reafirmación y renovación del canon” (15). 
En un dossier publicado por el Diario de Poesía, en 1989, dedicado a Leopoldo 
Lugones, más de veinte críticos literarios parecen incapaces, tantos años después de 
la polémica, de distanciarse de las reflexiones borgianas sobre este escritor, 
transformándose así en sus comentaristas, en sus epígonos. La portada del dossier a 
cargo de G. Helder y Martín Prieto expresa lo siguiente: 
“¿Qué queda y qué sirve, a finales del siglo veinte, de Lugones? ¿Puede 
hacerse una distinción entre la “importancia” de Lugones y la de su 
poesía? Un hueso duro de roer ⎯y, por lo mismo, interesante⎯ para la 
nueva crítica, en el cruce de cuestiones como el gusto de cada uno y ese 
campo de maniobras que es la historia de la literatura”. 
A continuación, trascribiré algunas de las opiniones críticas publicadas en el 
dossier. 
Adolfo Prieto: 
“Desde la etapa de iniciación, Lugones demostró un particular interés por 
dominar las posibilidades expresivas del idioma (...) Aquella preocupación 
y esta facilidad conducían al riesgo de recalar en la exterioridad del hecho 
literario, en la pura atención a la sonoridad y a la riqueza de los vocablos; 
y en el virtuosismo, esa actitud que recurre a los temas como pretextos 
para la destreza formal” (Adolfo Prieto, Diccionario básico de la literatura 
argentina, CEAL, Bs. As, 1968). 
Beatriz Sarlo: 
“La poesía de Lugones fue una pieza básica de la estrategia de Lugones 
para la construcción del escritor nacional. Esto quiere decir: escritor 
inevitable (...) Lugones es el espacio que hace creíble el primer Borges y 
Girondo: ellos no hubieran podido pensarse sólo a partir de Banchs y de 
Carriego. Lugones proporciona generosamente el punto de resistencia 
desde donde se puede escribir otra cosa (...) el vate nacional que fue 
Lugones hizo que el capítulo de ruptura tuviera un episodio local 
electrizante”. 
D.G. Helder: 
“Lugones no es un poeta del sentido sino estrictamente del significado. Lo 
que arruina aquellas pocas piezas suyas que hubieran sido otra cosa, otra 
cosa mejor es –lo dijo Borges, y no se me ocurre otra reprobación más 
severa- “la creencia de en cada palabra el significado es lo esencial y nada 
importan su connotación y su ambiente”. Las fealdades en su obra son 
múltiples, algunas irreproducibles (...) emplea un vocabulario 
indiscriminado que abarca todo el espectro que va de la vulgaridad al 
arcaísmo (...) En todo momento veo a Lugones (...) su horror al vacío ante 
versos no rimados (...) Lo veo escribir sin escrúpulos las palabras 
crisoberilo, rusticano, chacotón, rosicler, cardamomo, etc ¡al dictado de la 
rima! (...) Pero ya lo dijo Valèry: un poeta es fecundo no por el número de 
sus versos sino por la extensión de sus efectos”. 
C.E.Feiling: 
9“Lugones es un escritor bicéfalo. La primera cabeza que nos presenta, 
aquella por la que quisiéramos decapitarlo, es la del tedio, el patrioterismo 
y la antigualla de los manuales escolares. Una cabeza que nos gustaría 
regalar, convenientemente separada de su tronco (...) Las montañas de 
oro es un libro, a decir verdad, pésimo (...) Vocabulario, forma, ¿pasión?”. 
Jorge Fondebrider: 
“Si el lector no está convencido de que Lugones, para lograr la rima, no 
habría dudado en vincular “apóstata” con “próstata” puede pasar al eterno 
y prolongado “A tus imperfecciones” (...) ¿Por qué Lugones recurre a 
imágenes tan groseras? Probablemente porque las imágenes le importan 
menos que mostrar su virtuosismo en el manejo de la rima, y por ella está 
dispuesto a sacrificar el sentido y el gusto (...) No faltarán tarados que lo 
elogien (...)“Lugones es desmedido y su acumulación barroca (el adjetivo 
es de Borges) enchastra todo (...) Lugones es un muy hábil malabarista. A 
mí el circo no me divierte ni me emociona”. 
Ricardo Ibarlucía: 
“En El libro de los paisajes no faltan las virtudes pero lo cierto es que las 
lacras son más notorias y características de Leopoldo Lugones (..) Yo 
entiendo, de todos modos, que Lugones ha sido nuestro mejor poeta. Su 
grandeza está también en su fracaso”. 
Sergio Chejfec: 
“¿Por qué tenemos que soportar un ladrillo como estas Odas seculares? 
(...) De los tantos con quienes he conversado a muy pocos les caben 
dudas de que Odas seculares es un poemario malo”. 
César Fernández Moreno: 
“Si quisiéramos resumir en pocas palabras El libro fiel lo llamaríamos El 
amor en la rima, advirtiendo que la rima se nota mucho más que el amor”. 
El balance final del dossier es escrito por María Teresa Gramuglio, y lleva el 
título “Entierro imposible” En él trata de explicar por qué el entierro de Lugones aún 
no se produce, por qué a Lugones “no se lo termina de digerir”: 
“Estas bibliográficas, en su conjunto, no han podido dejar de reescribir la 
polémica sobre un Lugones bifronte, vilipendiado y admirado alternativa y 
simultáneamente (...) Estas bibliográficas exhiben con frescura una 
irreverencia implacable: denuncian el tedio, el aburrimiento, el mal gusto, 
lo abrumador, lo imposible de leer, lo vacío, el ripio, el lugar común, lo feo, 
lo vulgar y hasta lo criminal. No obstante suelen ingeniárselas como para, 
en algún giro, convertir el fracaso en grandeza; o, en otro, superar la mera 
comprobación del anacronismo y vincular con inteligencia la elección 
estética al proyecto ideológico (...) Y de todos los escándalos que Lugones 
supo provocar, hay uno que persiste y que tiene la virtud de seguir 
enfureciendo a los lectores: es su exceso: Demasiados versos, demasiados 
poemas, demasiados libros, demasiados temas (...) Por mi parte, creo que 
fueron los excesos los que hicieron posible no la excelencia poética de 
Lugones sino que Lugones hiciera posible las vanguardias del veinte (...) la 
poesía argentina no puede prescindir de Lugones” 
Yo sostengo que todos los argumentos que expresan estas críticas ya se 
encuentran contenidos y desarrollados exhaustivamente por Borges, mucho tiempo 
antes. La falta de emoción de la escritura lugoniana, la exterioridad y superficialidad 
de su literatura como resultado de una excesiva preocupación por la estructura 
formal, la importancia de Lugones como punto de inflexión para escribir “diferente”, 
las fealdades, la falta de pasión, las rimas groseras, las equivocaciones que son la 
base de su grandeza son elementos suficientemente analizados y observados por 
Jorge Luis Borges. 
La mayoría de los críticos no sólo leyeron –muchas décadas después– un 
distorsionado Lugones a través de los ojos de Borges, sino que las estrategias 
discursivas que utilizaron para vilipendiar o para alabar alternativamente la obra 
literaria de Lugones son las mismas: la contradicción entre “grandezas” y “fracasos” 
que se sintetizan finalmente en la “gran aventura del castellano” que significa su 
obra, aún cuando no se termine nunca de explicar en qué radica su grandeza y esta 
afirmación se agote en un énfasis; el uso de un lenguaje violento y ofensivo, 
característico de la primera época de Borges para despreciar la obra lugoniana. 
La imposibilidad de “enterrar” a este escritor, su título de “primer escritor 
nacional” junto con la identificación de fealdades y equivocaciones garrafales que 
parecen condenarlo moralmente para siempre, coinciden curiosamente con esa 
duplicidad que Borges siempre evidenció en su crítica. ¿Tendrá algo que ver Borges 
con los dilemas que todavía plantea Lugones dentro de la tradición argentina? 
He elegido un ejemplo que considero paradigmático de escritor-crítico para 
analizar qué características adquiere el discurso que emplea, estudiar cuál es el uso 
que hace un crítico practicante de la obra que analiza, reflexionar sobre las posibles 
consecuencias que puede desencadenar el discurso crítico de un escritor consagrado 
en el mapa de la tradición literaria... Quizás podamos concluir que la crítica de un 
escritor practicante es, más que nada, un arte. Y como tal, tiene el derecho de eludir 
las justificaciones.♦
Bibliografía utilizada
• Borges en Sur (1931-1980). Emecé Editores, Buenos Aires, 1999. 
• Borges en El hogar (1935-1958) Emecé Editores, Buenos Aires, 2000. 
• Leopoldo Lugones, El payador y antología de poesía y prosa. Biblioteca 
Ayacucho, Caracas, 1979. 
• Estela Canto, Borges a contraluz. Espasa-calpe, Madrid, 1989. 
• Tzvetan Todorov, Crítica de la crítica. Paidós, Barcelona, 1991. 
--------------------, Los géneros del discurso. Monte Ávila Editores 
Sudamericana, Caracas, 1991. 
1011
• Ricardo Piglia, “La lectura de la ficción”. Entrevista de Mónica López Ocón 
(Tiempo Argentino, 24 de abril, 1984). En Crítica y ficción. Ediciones 
Fausto. S.R. 
• Jorge Panesi, “Las operaciones de la crítica: el largo aliento” en Las 
operaciones de la crítica. Giordano-Vázquez comp. Ed. Beatriz Viterbo. 
Buenos Aires. S.R. 
• Jorge Luis Borges, en Revista Inicial Nº9, 1926. 
• Jorge Luis Borges, Discusión. Alianza Editorial S.A., Madrid, 1998. 
Publicado originalmente en 1932. 
• Leopoldo Lugones, El imperio jesuítico. Citado por Borges en Discusión. 
• Jorge Luis Borges y Betina Edelberg, Leopoldo Lugones. Alianza Editorial 
S.A., Madrid, 1998. Publicado originalmente en 1955. 
• J.L.Borges, El Aleph. Emecé Editores S.A. Buenos Aires, 1995. 
• -------------, Prólogo con un prólogo de prólogos. Alianza Editorial S.A. 
Madrid, 1998. Pg.112. Publicado originalmente en 1975. 
• -------------, “Sobre la descripción literaria” en Revista Sur, Buenos Aires, 
año XII Nº97. Octubre del 1942. 
• Leopoldo Lugones, Lunario sentimental. Primera edición. 1909. 
• Sergio Partormerlo, “Borges crítico” en Variaciones Borges. Jorge Luis 
Borges Center for studies and documentation, University of Aarhus, 
Denmark. Marzo de 1997. 
• Emir Rodríguez Monegal, “Borges como crítico literario” en La palabra y el 
hombre Nº31. II época. Julio, 1964. México. 
• J.L.Borges. Antología poética (1923-1977) Alianza Editorial, Madrid, 1998. 
• Oscar Wilde, El crítico como artista. Ensayos. Espasa-Calpe Argentina. 
Buenos Aires. S.A. 
• Diario de Poesía, Dossier Lugones. Primavera de 1989. Edición a cargo de 
G. Helder y M. Prieto. 
Lic. Marisa Martínez Pérsico 
Universidad de Buenos Aires 
 Universidad de Salamanca 
marisamar@fullzero.com.ar
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 Se permite la reproducción parcial

domingo, 28 de abril de 2013

SIN UNA BUENA REFLEXIÓN: NO PUEDE EXISTIR BUENA POESÍA.



SIN UNA BUENA REFLEXIÓN: NO PUEDE EXISTIR BUENA POESÍA.

Como en reiteradas ocasiones lo he manifestado – hasta el cansancio- los últimos dos años de colegio  y los años 80 en la Universidad de Costa Rica fueron años cruciales para mi formación como escritor.  Fue en esos años y ya estando en la Universidad de Costa Rica, que en  unas de mis fugas literarias por uno de sus pasillos de la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, después de estudiar por varias horas Derecho Penal, --¿azar? ¿destino?- llegué al  estante de la literatura Alemana. Supongo, que buscaba algún clásico alemán pero, comencé a revisar un libro de crítica literaria alemana. En  el libro se hablaba de un tal Hermann Broch y su obra cumbre: “La muerte de Virgilio”. En el texto se comentaba o peor aún se criticaba que la obra (La muerte de Virgilio) estaba escrita con una rigurosidad del lenguaje y de un hermetismo que la hacía una obra de difícil lectura. La oscuridad del texto y su gramática en alemán la hacían de difícil traducción a cualquier idioma. ¡Frustración! Recuerdo, que cuando leí aquellos comentarios, sentí que me robaban una joya literaria que nunca podría leer, me sentí vacío, sin alma, con un gran dolor  y una gran envidia de todos los alemanes y austríacos por tener a un gran poeta intraducible.

Recuerdo que, estando en la Soda Guevara (ya tantas veces referida en mi blog)  hice el comentario de mi descubrimiento literario a mis amigos en una especie de letanía y amargura  por el texto de Hermann Broch y su imposible traducción.  
Sin embargo, a los pocos días uno de mis amigos que había escuchado mi lloriqueo literario llegó de nuevo a la Soda Guevara, un amigo entrañable que dicho sea de paso no es escritor pero sí un gran lector, y sacó de su bolso de cabuya que en aquellos maravillosos años usaban los estudiantes, algo mágico para mí: LA MUERTE DE VIRGILIO, una traducción bella de un tal  A Gregori.
Actualmente existe una edición de Alianza Tres, que se basa en la traducción de A Gregori pero considero que la de Gregori es superior.

Me leí  la Muerte de Virgilio. ¡Me quemó por dentro! ¡Me hizo comprender que la Literatura, la buena literatura no es cuestión de proferir cuatro palabras absurdas y superficiales de lo cotidiano.! ¡Comprendí que la buena poesía  requiere reflexión, tensión lírica, el ojo del filósofo, la madurez de los años y la inteligencia! Hoy, más que nunca deseo compartir un texto de La muerte de Virgilio y un estudio de esta gran obra. Ojalá que a todos los escritores y en especial a los costarricenses nos haga reflexionar sobre lo que es en verdad la literatura.


FRAGMENTO.  La Muerte de Virgilio.
Agua. El arribo.

“....y justamente por eso sabía también de los íntimos peligros de todo arte, por eso mismo sabía de la íntima soledad del hombre destinado a artista, de esta soledad innata en él, que le lleva a la soledad aún más profunda del arte y a la mudez de la belleza, y sabía que la mayoría fracasa en tal soledad; que se ciegan de soledad, ciegos al mundo, ciegos a lo divino en ellos y en el prójimo; que ellos, ebrios de soledad, ya sólo tienen ojos para la propia semejanza divina, como si fuera una distinción que sólo a ellos les corresponde, y que por eso convierten esta autoidolatría ansiosa de acatamiento, cada vez más, en el único contenido de su obra..., traición a lo divino y al arte, traición porque de esa manera la obra de arte se vuelve obra de no-arte, se vuelve un impúdico manto de la vanidad artística, una baratija, en cuya deshonestidad hasta la propia desnudez, narcisistamente exhibida, se falsifica en máscara, y aunque lo impúdicamente ávido de sí, la belleza perdida, la búsqueda del efecto, lo efímero sin renovación y lo limitado sin desarrollo posible de tal no-arte tiene más fácil acceso a los hombres, que el que nunca pudiera hallar el arte verdadero, es sólo un camino aparente, un expediente para salir de la soledad, pero no la adhesión a la comunidad humana, objetivo del arte genuino en su aspiración de humanidad, no, es la adhesión a la plebeyez, es la adhesión a su no-comunidad perjura e incapaz del testamento, que no domina ni crea ninguna especie de realidad ni siquiera lo pretende, sino vegeta en el olvido de la realidad, perdida la realidad como el no-arte, perdida la realidad como la literatura, peligro íntimo y el más profundo de todos los artistas; oh, cuán dolorosamente sabía él de esto...".

01/09/1989
Hermann Broch: Una pasión desdichada
José María Pérez Gay ( Ver todos sus artículos )


  

El trasatlántico holandés T.S.S. Statendam llegó a la bahía de Nueva York el 10 de octubre de 1938, diez días después de su salida de Southampton. Hermann Broch bajó a tierra como si se librara de la cárcel, y fue inevitable recordar los días de septiembre de 1907, el asombro ante la vida neoyorkina: el comercio, las fábricas, los paseos. Caminaba de prisa, no obstante sus dos maletas. En las calles próximas a los muelles olió las castañas, los alimentos, las mercancías recién desembarcadas. En la cartera llevaba trescientos dólares; en la memoria, la imagen de su madre y de Ea von Allesch. El mismo día de su arribo se dirigió al National Bank of New York y abrió una cuenta a su nombre. Al mediodía visitó la American Guild for German Cultura Freedom, la fundación que le había otorgado una pequeña beca, y Richard A. Bermann, su director, lo invitó a comer. Los empleados de la Fundación eran gente encantadora: amables, francos, sencillos, serviciales. A la comida llegó Erich Von Kahler, un vienés exiliado, quien sería su mejor amigo en los Estados Unidos.

Broch se dio cuenta de que el profesor Von Kahler era un individuo de una inteligencia y un corazón excepcionales. Por la tarde fue a una cita con Albert Einstein en Princeton. Hablaron dos o tres horas sobre la situación política en Alemania. Broch le agradeció el dictamen para el visado y, al anochecer, regresó a Nueva York. Al otro día compró ropa adecuada para el invierno, comió con von Kahler y alquiló un cuarto en una casa de huéspedes, muy cerca de la Universidad de Columbia. Los primeros seis meses no fueron difíciles.

A principios de 1937, Hermann Broch terminó "El regreso de Virgilio", un relato escrito para el programa cultural de la Radio de Viena. Los siguientes nueve meses había trabajado en el texto y, en la cárcel de Bad Aussee, concluyó La narración de la muerte, la última parte de la historia. Al abandonar Viena tenía cuatro versiones distintas. Sin darse cuenta, estaba embarcado en un proyecto que le llevaría siete años. La muerte de Virgilio describe las últimas dieciocho horas del romano: desde la llegada al puerto de Brindisi hasta su muerte en el palacio de César Augusto. Hermann Broch se sirvió de una leyenda encontrada en un ejemplar de la Eneida a fines del siglo XVII, según la cual Virgilio quiso destruir su obra. La novela, escrita en tercera persona, es un monólogo. A lo largo de sus páginas, prosa y verso se alternan hasta confundirse. Este monólogo no es el de James Joyce, ni el de Proust o el de Thomas Mann. La épica conoció sólo el más amusical de todos los recursos: el argumento. Por el contrario, la lírica estuvo siempre llena de elementos musicales, y precisamente éste es su fundamento. Si se toma la novela de 550 páginas como un poema, advertiremos que fue compuesta de acuerdo a los principios de un cuarteto o, más exactamente, de una sinfonía, como lo viene a corroborar la distribución, de modo natural, en cuatro partes: agua, fuego, tierra y éter.

La muerte de Virgilio es un libro sobre la muerte pero por lo mismo es un libro sobre la vida. Virgilio vivió en un tiempo que, en muchos aspectos, podía compararse al de Broch. "Un tiempo lleno de sangre, horror y muerte. Un tiempo de conquistas -como decía Kahler-, transformaciones, luchas y comienzos". La hazaña individual de escribir la Eneida significó también asumir el trabajo de toda la sociedad. Sin embargo, lo asume contra el poder político y se destruye a sí mismo. Virgilio agoniza entre dudas e incertidumbres. César Augusto, que no entiende lo que pasa, reclama: "Oyeme, Virgilio, óyeme, yo soy tu amigo y además conozco tu obra. La Eneida es el más noble de los conocimientos. En ella se encuentra toda Roma y tu recoges sus dioses, sus guerreros y sus campesinos. Sabes de su gloria y de su piedad. Haces tuyo el espacio romano como antes hiciste tuya la edad romana, que llega hasta nuestros antepasados los troyanos. Todo lo has retenido... ¿No te basta?

"-¿Retener?... Oh, sí, retener... quise atrapar todo, lo que ocurrió y lo que ocurre... No pude lograrlo.

"-Lo has logrado, Virgilio.

"-No, me devoró la ansiedad del conocimiento... Por eso quise escribir todo... Eso es la literatura... Debí retener todo... Es la impaciencia del conocimiento... Esa es la razón de la literatura, nadie puede ir más Lejos.

"-Estoy de acuerdo contigo, Virgilio, eso es la literatura. Abarca toda la realidad y por esa razón es divina.

"El César no comprendía, nadie comprendía la verdad. Nadie entendió que la belleza era sólo una apariencia".

Virgilio quiere destruir la Eneida porque rechaza la idea de que la belleza sea un decreto de los poderosos: la tierra de la felicidad gratuita. Con un agudo sentimiento de sus debilidades, el grito de Eneas es su propio grito. César Augusto y sus amigos no entienden la obsesión de quemar la obra. En su lecho de moribundo Virgilio vuelve al mismo punto: "En la tierra nada se transforma en divino. Yo canté a Roma y mi obra no tiene más valor que las estatuas en los jardínes de Mecenas. Roma no vive por la gracia de los artistas. Las obras de arte serán demolidas, la Eneida quemada..." Virgilio se busca a sí mismo, sin cesar, con una inquietud adolescente. La supremacía del conocimiento sobre la creación o la acción se pone de manifiesto en la parte más convencional de la novela: el diálogo entre Virgilio y César. Ambos encarnan dos instancias últimas: el arte y el Estado. Virgilio es incapaz de comparar la Eneida con las victorias de los ejércitos romanos. Lucha por convencer a César de que su obra no es propiedad del Estado. Además, la Eneida está inconclusa. Falta el momento culminante: el conocimiento de la muerte.

La muerte de Virgilio es una búsqueda y una reconquista: la del lenguaje, un acto de fe en los poderes de la literatura. Es además una novela poco menos que intraducible. El idioma alemán utiliza el sustantivo, en cierto modo, como una oración o frase condensada. Su capacidad para construir vocablos compuestos no tiene, por lo tanto, límites. En inglés, francés o español el sustantivo desempeña una función sintáctica distinta. Los vocablos compuestos casi no existen. De acuerdo a la estructura del idioma alemán, la fuerza narrativa de La muerte de Virgilio y su poder musical descansan sobre los sustantivos: sus diferentes combinaciones regresan siempre sobre el tema central. Al desconocer esta técnica, los traductores de Broch al español, A. Gregori y José María Ripalda, convirtieron la novela en un texto ilegible. "Es posible aproximarse a Hermann Broch -escribe George Steiner- considerando el conjunto de su filosofía y su novelas como una metáfora incesante de la traducción: traducción del tiempo presente al tiempo de la muerte; de los valores clásicos al caos contemporáneo; de la expresión verbal a la música y las matemáticas". Todos los elementos y formas de expresión que aparecen en La muerte de Virgilio: los sustantivos compuestos, el monólogo escrito a veces como un poema, las frases largas y reiterativas, el ritmo musical y sus contrapuntos, el análisis y la reflexión sobre el lenguaje y la ruptura crítica de la tradición de la novela, la convierten en uno de los textos más impresionantes de nuestra época. El comienzo de la novela recurre al film como a un apoyo narrativo: "Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptibles, las ondas del mar Adriático corrieron al encuentro de la escuadra imperial, mientras ésta se dirigía al puerto de Brindisi, dejando a la izquierda las colinas de la costa de Calabria que se acercaban poco a poco".

En los Estados Unidos, Broch se dedicó, más aún que antes, a escribir La muerte de Virgilio y El hechizo. En marzo de 1939 cayó en un estado de profunda depresión y, gracias a Henry S. Canby, el editor del Saturday Review of Books, pudo trasladarse al campo y descansar unos meses. La primavera en Killingworth, Connecticut, le recordó los paisajes de Austria. En ese momento se dio cuenta por primera vez de que el exilio era algo irreversible. La evocación de las calles de Viena pesaba día y noche sobre la casa de la familia Canby y ese recuerdo formaba parte del silencio de los pinos en el sendero. Ya no era el ingeniero textil que creyó necesario renunciar a la herencia paterna, ni el escritor convencido de que debía publicar la Resolución de la Liga de la Naciones. Era un exiliado austriaco en Nueva York, un escritor apenas conocido; peor que esto, un judío obsesionado por Virgilio, un vienés sin ciudad y sin recuerdos.

Para mayo las cosas se complicaron más. La American Guild for German Cultural Freedom suspendió el envío de ciento cincuenta dólares mensuales. Hermann Broch quedó a la intemperie sin saber a quién recurrir. Henry S. Canby fue otra vez el ángel protector. Le consiguió una residencia de seis semanas en la colonia de artistas Yaddo, un lugar en Saratoga Springs, cerca de Nueva York. Los días en Yaddo fueron de un trabajo incesante, volvió al tercer capítulo de Virgilio y conoció a Jean Starr Untermayer, que sería con los años la traductora al inglés de La muerte de Virgilio. El autor y la traductora trabajaron seis años en el manuscrito. Desde un principio, el proyecto fue publicar las dos versiones al mismo tiempo. Mantuvieron una relación simbiótica, el resultado fue asombroso. The death of Virgil es un texto indispensable -asegura George Steiner- para entender el original. Las dos versiones establecen una congruencia que aclara y confirma los contrapuntos. Jean Starr Untermayer era una traductora con un oído magnífico, llena de intuiciones y aciertos. Para empezar sustituyó el presente de indicativo por el pretérito imperfecto, recortó algunas frases largas y buscó verbos más precisos. En suma, la traducción puede leerse como si fuese el original.

Al concluir las seis semanas en Yaddo, Broch no contaba ni siquiera con los dos dólares mensuales para la lavandería. Alberto Einstein, que siempre pedía informes sobre su situación, lo invitó entonces a vivir en su casa. Durante esos días en Princeton, Thornton Wilder visitaba a Broch los fines de semana. Hablaban de literatura, discutían el Finnegans Wake de Joyce y paseaban por la ciudad. En las noches, Broch conversaba con Einstein y leía partes de La muerte de Virgilio:

-Me fascina su Virgilio -le decía Einstein-. El enigma permanece siempre abierto. Podemos sentirlo, nunca entenderlo.

Al anochecer del 1o. de septiembre de 1939 Broch escuchó por radio la noticia de la invasión a Polonia. Los ejércitos alemanes avanzaban sobre Varsovia, los signos del futuro eran descifrables: la segunda guerra mundial había comenzado. Los meses siguientes llevaron a Princeton una sensación de estupor y angustia. Obsesionado por el destino de su madre y de Ea von Allesch, Broch se propuso conseguir dos visas. En abril de 1940 compró un visado en la Embajada de Cuba y los pasajes en un trasatlántico. Pero Johanna Broch no quiso emigrar. Se aferraba a la idea de que, a sus años, abandonar Austria significaba la muerte. Su actitud resucitó las antiguas rencillas familiares, las disputas por la herencia y los resentimientos de la infancia.

A finales de 1941, Thomas Mann le escribió a Broch: "La situación de su señora madre me ha conmovido. Espero que el peligro no sea inminente. Me puedo imaginar su angustia y su desasosiego. Le aseguro que cuenta usted conmigo". Broch tuvo siempre plena conciencia de la dualidad que lo habitaba ante Thomas Mann. Desde principios de los años veinte lo deslumbró su poderío narrativo y, ante todo, el reconocimiento y el éxito que alcanzó con su obra. Thomas Mann era, sobre todas las cosas, un escritor de su tierra y de su tiempo. Todos los rasgos del carácter alemán estaban en sus libros. Todo el misterio y la inteligencia, la ironía y la gravedad, el anhelo y la desesperanza fueron alemanes sin ninguna confusión. Pero el Thomas Mann que escribía el Doctor Faustus no era ya el de la Montaña mágica. El militante activo contra la barbarie de Hitler dejó atrás al intelectual de Memorias de un apolítico. La lucha de Thomas Mann contra el nazismo era, quizás, una réplica viva contra sí mismo, contra su indiferencia política durante la primera guerra mundial.

Thomas Mann auxilió a Hermann Broch en días difíciles y llenos de incertidumbre. A veces era difícil recurrir a su prestigio, solicitar una vez más sus dictámenes. El patriarca de las letras alemanas abría las puertas de las fundaciones y universidades norteamericanas. El 30 de octubre de 1940, Mann le escribió a Broch: "Hace unas horas terminé el dictamen para la Fundación Guggenheim. Mi informe está escrito en un tono altivo, fuerte y tronante. Por cierto, incluí la lección que me dio usted acerca de la novela (...) No me puedo imaginar un mejor tema para los mecenas de la Guggenheim. Les di a entender que, si rechazaban esta recomendación, no me pueden solicitar otro dictamen". Por supuesto, la Fundación Guggenheim le concedió a Broch una beca por dos años. Unos meses más tarde, Thomas Mann consignó en su diario: "Cenamos en casa con Broch y con Von Kahler, Broch nos leyó partes de su novela La muerte de Virgilio. El texto tiene plasticidad interior. Nos lleva hasta el origen mismo del Logos. Es dueño de una música notable. Después de cenar pasamos a la biblioteca. Conversamos sobre nuestra angustia ante el mal. No hay salida ni refugio para el espíritu". El registro de Mann resume el estado de ánimo de estos intelectuales exiliados en los Estados Unidos. En una carta de esos años, Broch escribió: "Quiero dedicar el resto de mi vida a combatir esta peste que llamamos fascismo (...) Veo el futuro en tinieblas. Veo a Inglaterra y a Francia bajo regímenes totalitarios, a los Estados Unidos bajo una dictadura nacionalsocialista (...) Los pogroms, organizados de acuerdo al modelo alemán, buscarán aquí exterminar al pueblo judío y acabarán destruyendo toda cultura". Broch estaba convencido del ascenso del nazismo en los Estados Unidos. La discriminación racial era el terreno más fértil, la soberbia del norteamericano blanco. Su ensayo Lo que el viento se llevó y la esclavitud en Norteamérica (1941) fue parte del mismo temor. Broch vio en esa película la expresión más radical de la ideología de la tierra propia y de la sangre, de la conquista y del desprecio. Muchos años después, Joachim C. Fest, un historiador del nacionalsocialismo, reveló la admiración de Adolf Hitler por Lo que el viento se llevó: era su película favorita y la vio unas veinte veces.

A los cincuenta y seis años de edad, Hermann Broch seguía ejerciendo una extraña fascinación en las mujeres. En los Estados Unidos se acentuó su encanto austriaco. Actuaba con sencillez y naturalidad, claro y definitivo en sus intenciones, sin énfasis ni amargura, y sin que la emoción que lo gobernaba se trasluciera con sus amistades más queridas. Hannah Arendt, que quiso y admiró a Broch, llamaba a esa actitud politesse du coeur. Hacia principios de 1941, Broch viajó a Cleveland y abandonó, por unos meses, a las mujeres que lo asediaban: a la novelista Fanny Colvy Rogers, a la escultora Irma Rothstein, a su antigua amiga Jadwigga Jud y a Anne Marie Meier-Graefe, la viuda de un reconocido historiador del arte, que con el tiempo se convirtió en su segunda esposa. Hannah Arendt recuerda que el departamento de Anne Marie, en Nueva York, era una casa vienesa suspendida en el tiempo. Desventuradamente, para los propósitos del escritor, los mayores ímpetus de su vida y quizás también de su entusiasmo, se le fueron con la pérdida de Austria.

En mayo de 1942, cuatro agentes de la Gestapo se presentaron en el departamento de Ea von Allesch en Viena. Preguntaron por Johanna Broch y la anciana los recibió como si los estuviese esperando. Les ofreció algo de beber y conversaron un momento. Luego, con la ayuda de la sirvienta, bajó las escaleras y subió a un camión. La vieron buscar un asiento, voltear la cara y desaparecer rumbo al campo de exterminio de Theresienstadt. Hermann Broch recibió dos años después la noticia de su muerte. En cambio su hijo, Armand Broch de Rothermann, logró escapar de Marsella a Portugal. Desde allí se embarcó a Nueva York, se casó con la hija del novelista Jacob Wassermann y se enlistó en la infantería del ejército norteamericano. Cada contacto con los refugiados convencía más a Broch: había que rescatar a los amigos y conocidos atrapados en Europa. Desde junio de 1939 luchó por conseguir una visa y una beca para Robert Musil: "La situación de Musil - le escribió a Ruth Norden - es lamentable. Quizá le venga bien a su mal carácter. Sin embargo, debemos ayudarlo. Rudolf Olden inició ya las negociaciones en el PenClub de Londres. Hay que escribir cartas, dictámenes y publicar artículos en los diarios. Musil es un desconocido en Inglaterra".

En noviembre de 1939, Robert Musil registró en su diario: "Me informan que el Pen-Club de Londres abandonó la iniciativa para trasladarme a Inglaterra. Olden me envió una copia con las firmas de apoyo: Arnold Zweig, Hermann Broch, Rob, Neumann, Thomas Mann. Me siento conmovido". Broch le escribió a Musil cuando supo que había fracasado la iniciativa. Musil contestó desde Ginebra: "Como veo las cosas, sólo puedo dar el salto si alguien asegura el alimento del escritor. Me temo que ni con toda la destreza puedo ayudarlo. Soy lento, oscuro y muy poco entusiasta de mi destino. Aunque estoy convencido del gran futuro de la cultura en los Estados Unidos de Norteamérica". Broch se exaspera ante la insalvable desconfianza de Musil. En noviembre, Musil pidió auxilio: "Querido Broch: Le di a Carl Selig la documentación que usted necesita (...) Ha llegado el tiempo de salvar lo poco, lo muy poco que tengo (...) Por eso le agradezco su ayuda. Ahora, mi pregunta es la siguiente. ¿Cómo podría sobrevivir en Norteamérica? (...) Usted sabe que soy incapaz de escribir otra cosa que no sea El hombre sin atributos (...) ¿Cómo podría hacerlo? No espero que sepa usted la respuesta". En esas circunstancias, la Rockefeller Foundation rechazó la solicitud de Musil, los contactos de Thomas Mann fracasaron y, antes de que Broch imaginara otra salida, Robert Musil murió el 15 de abril de 1942 en Ginebra.

Hermann Broch se pasó nueve o diez meses reuniendo amigos y recursos y procurando convencer a las fundaciones y universidades norteamericanas de que los intelectuales y escritores austriacos y alemanes tenían una gran importancia para el porvenir de los Estados Unidos. Luego de varias negociaciones y explicaciones, pudo conseguir la visa para Franz Blei. A finales del verano, el escritor llegó a Nueva York. A los setenta años, Franz Blei era una ruina incapaz de adaptarse y sobrevivir en los Estados Unidos. Al año siguiente murió en un hospital de Westbury, Long Island. Broch permaneció junto a la cama en estado de alerta hasta que la muerte llegó. Mientras Blei agonizaba, Broch tuvo la sensación de que en ese momento agonizaba toda la cultura austriaca. Al salir del hospital, había entrado la noche. Una llovizna comenzó a caer sobre las calles. Broch caminó hacia la estación de trenes. Franz Blei se llevaba consigo la voz más excéntrica de la literatura austriaca, uno de los testimonios más contundentes de Europa central.

En el tren de regreso a Princeton, Broch recordó la propuesta de Blei: el proyecto de ley según el cual todo ciudadano, al cumplir cincuenta años, debía escribir la historia de su vida: un balance de sus esperanzas y sus fracasos. Muy pocos sabían que ese proyecto era una apasionada defensa contra el Estado totalitario.

Johann Gottlob Fichte, el filósofo del idealismo alemán imaginó un estado perfecto en el cual el pasaporte de cada ciudadano, sin excepción, debía contener su biografía detallada. Esos pasaportes destruían la posibilidad de cualquier novela, pues ningún rasgo del pasado escapaba al control de las autoridades. La autobiografía de Blei, por el contrario, significaba el rechazo al Estado totalitario, el rescate de la imaginación, la saludable anarquía de la literatura. Franz Blei encarnó todos los sueños secretos, el sentido del humor y de la parodia, que otros llamaron decadencia.

Nadie podía vivir con ciento cincuenta dólares mensuales. La beca de la Fundación Guggenheim terminó sin que La muerte de Virgilio se publicara. Broch vio entonces una salida en un antiguo sueño: el trabajo académico. La New School for Social Research de Princeton podía ofrecerle un puesto de profesor. No obstante, la carrera académica era realmente un sueño. La New School no contaba ni siquiera con los medios para darle un puesto como investigador asistente. Broch buscó entonces obtener una beca de la Fundación Rockefeller, pero esta vez en el área de ciencias sociales y psicología. El proyecto que presentó era un manuscrito de doscientas páginas sobre psicología de las masas. Los funcionarios de la Rockefeller retrasaron la aprobación; sólo el dictamen de Albert Einstein, Thomas Mann, Erich von Kahler y el profesor Hadley Cantril logró sacar adelante la beca. A partir de mayo de 1942, Hermann Broch recibió dos mil dólares anuales, una cantidad que no alcanzaba, sin embargo, para cubrir los gastos más necesarios. "Mientras más estudio la psicología de las masas -escribió-, me doy cuenta de que es imposible delimitar el tema. El proyecto supera la capacidad de un sólo individuo. Se necesita saber sociología, historia, psicología y, como si fuese poco, dominar la metodología y la lógica. A los sesenta años me propuse regresar a la lógica matemática, pues me imaginé que podía hacer algo en este campo. Ahora estoy entrampado en la psicología de las masas (...), porque me parece que es una de las pocas salidas por las cuales un individuo puede acceder a la eficacia política".

La teoría del delirio de las masas (1948) fue un esbozo, y Broch sólo publicó fragmentos en distintas revistas. La psicología de las masas de Broch, un tema de moda en los cuarenta, se distingue de la de otros teóricos -Gustave Lebon, Sigmund Freud, Wilhelm Reich, Ortega y Gasset y Hadley Cantril-, por una sola perspectiva: la "conversión" de las masas a la democracia. El capítulo tercero se titula "La lucha contra el delirio", un documento contra el fascismo de los años cuarenta. Broch buscaba definir un momento psicológico al que llamó el estado crepuscular (Dämmerzustand), una suerte de trance en las masas, que Broch entendía como una realidad medible y concreta. Sin embargo, el estado crepuscular de las masas se encuentra ejemplarmente descrito en la novela El hechizo y no en los estudios de Broch sobre psicología de las masas. La narración del linchamiento de la madre Gisson nos da una idea de cómo la razón puede eclipsarse en una comunidad cuya histeria se convierte en violencia. Las quinientas páginas de sus estudios sobre el delirio de las masas fueron, quizás, el preámbulo al libro en torno a la política que nunca escribió. 

El ensayo La realización de una utopía (1950) aclara aún más sus ideas sobre la política. El concepto del absoluto terreno implicaba el reconocimiento de los derechos humanos como un mandamiento moral, que debía convertirse en política diaria. Si la democracia fuese sólo -como Churchill dijo- el voto durante el día de las elecciones, no sería más que el conflicto entre los distintos intereses. Para Broch la democracia fue una parte imprescindible de los derechos humanos. Todas las utopías -nos dice- han partido de la creencia de que existe una sola respuesta verdadera para cada uno de los problemas sociales y que, una vez hallada esta respuesta, todas las otras deben ser rechazadas por erróneas. Los campos de exterminio en la Alemania nazi o en la Unión Soviética, el reino absoluto del terror, se debieron a esta obsesión por la única respuesta verdadera. Los derechos humanos no eran, para Broch, una declaración formal. Nuestras relaciones con los otros estaban presididas por la idea del auxilio. La universalidad del derecho de ayuda no necesitaba ninguna demostración. "La ineludible obligación" de prestar auxilio pesa sobre todos, es el derecho humano por excelencia.

El 22 de abril de 1942, el New York Times informó sobre los premios de la American Academy of Arts and Letters. Los ganadores del premio de literatura fueron Hermann Broch, Norman Corwin y Edgar Lee Masters. Broch era el primer extranjero que recibía el premio. Los mil dólares sirvieron para pagar deudas, sobre todo las que contrajo en la ayuda a los refugiados. La primera semana de julio, Erich von Kahler le propuso que se mudara a su casa, el primer piso estaba vacío. Ahí encontró la seguridad necesaria para dedicarse a leer y escribir. La casa de la Evelyn Place, en Princeton, se convirtió en su hogar. Kahler vivía con su madre, Antoinette von Kahler, una señora de ochenta años de edad, inteligente y lúcida, especialista en literatura inglesa. Antoinette vio en Hermann Broch a un hijo. Alentaba en ella una fuerza increíble, una pasión por la literatura poco común. Broch conversaba con ella todas las tardes, le mostraba la traducción de La muerte de Virgilio, discutía sobre los grandes poetas épicos, le aseguraba que ellos habían escrito la mejor narrativa. Esa señora corpulenta, de ojos pequeños y finos, manos delgadas, prodigiosa conversadora, poseía un vigor y una imaginación que asombraba a los amigos de su hijo. En esa atmósfera Broch vivió seis años (1942-1948) y ahí puso el punto final a La muerte de Virgilio.

No existen muchos casos en la literatura -con la excepción, quizás, de Samuel Beckett- en que el original y la traducción se hayan escrito casi al mismo tiempo. La muerte de Virgilio es un ejemplo. Los últimos capítulos se escribieron en alemán y se tradujeron al inglés con una diferencia de días. Jean Starr Untermayer creyó enloquecer, porque Broch corregía párrafos en unas horas, modificaba partes de los primeros capítulos y se los comunicaba por teléfono. La traductora, que vivía en Nueva York, viajaba a Princeton tres o cuatro veces a la semana. Para terminar de ensombrecer el horizonte, la editorial Viking Press rechazó el manuscrito a última hora. No necesitaba -así se lo comunicó a Broch- otro James Joyce; el fracaso comercial era predecible. Kurt Wolff, dueño de la editorial Pantheon Books, negoció un préstamo con la Fundación Independent Aid y publicó la novela. Broch se sentía presionado por el editor, se negaba a publicar el texto, deseaba escribir una quinta versión. Cuatro años antes, Thornton Wilder le había escrito: "Cuanto más leo el Finnegans Wake, tanto más me doy cuenta de que Joyce trabajó demasiado tiempo en el libro. Cuando concluyó el texto, era demasiado tarde: había perdido el momento creativo. Lo digo muy en serio. No permita que le pase lo mismo con Virgilio".

A finales de junio de 1945, apareció La muerte de Virgilio en inglés y en alemán. Una semana más tarde, Marguerite Young publicó A Poet's Last Hours on Earth, una larga reseña en el New York Times Book Review, pero la mala suerte amargó el triunfo para Broch. Una huelga de los linotipistas paralizó al periódico, y el ejemplar del domingo no se repartió. A pesar de ese primer obstáculo, los meses siguientes trajeron una avalancha de comentarios y reseñas sobre la novela. Había terminado la cacería de dictámenes sobre la obra, de referencias sobre un autor desconocido. Ernst Bloch, que vivía exiliado en Nueva York, le dijo: "Tienes la suerte de que los norteamericanos no te hayan exigido un dictamen del mismo Virgilio". Thomas Mann escribió años después: "Creo que La muerte de Virgilio es uno de los experimentos más extraordinarios y más profundos que se hayan llevado a cabo con el flexible género de la novela. Cuando lo dije en público, me encontré con la manifiesta oposición de mucha gente: lectores con un supuesto juicio literario. ¿Cómo podía yo -me decían- alabar ese libro? Una novela oscura y llena de sofismas, una lectura insoportable. Nadie me convenció en este sentido, siempre la reconoceré como una obra única".

La muerte de Virgilio fue otro fracaso editorial. La casa Pantheon Books pagó el préstamo a la Fundación Independent Aid, pero Hermann Broch apenas recibió unos dólares. La editorial Routledge and Kegan, en Londres, entregó cuarenta y cinco dólares por los derechos; la Casa Peuser, en Buenos Aires, doscientos cincuenta dólares. Durante más de dos meses, Broch revisó la traducción francesa, discutió pasajes confusos con el traductor Albert Kohn, y no recibió un franco: la novela apareció en la editorial Gallimard un año después de su muerte.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Broch regresó al diván de un psicoanalista. Paul Federn, uno de los más inteligentes alumnos de Freud en los Estados Unidos, lo admitió como paciente. Su tratamiento fue breve -según Broch- pero muy intenso. Iba a cumplir sesenta años. En esos meses sancionó sus escrúpulos de conciencia: un culpable horror ante la muerte de su madre y una inmoderada predilección por tener varias mujeres, Se puso de nuevo en contacto con los sufrimientos de su niñez. Con todo lo misterioso y equívoco que hay en esas historias llenas de miedo y argucias, de ritos, de tabúes y suspicacias. Fue como vivir otra vez en su propio ámbito secreto: ese reino infantil tan parecido -como quiere Jean Cocteau- al reino animal o vegetal, donde todo giraba alrededor del poder asesino de su padre. A Ernst Pollak le escribió: "A lo largo de mi tratamiento psicoanalítico tengo por primera vez la certeza de que puedo curarme (...) Ayer, en Viena, esa posibilidad era, para mí, sólo un conocimiento teórico (...) Acaso porque estoy -por primera vez- con un psicoanalista excelente (...) Si algún día te anuncio mi matrimonio, será la señal de que logré curarme". En 1943 envió a Federn un fragmento de su autobiografía y el analista le respondió diciendo que, si quería tener éxito en su nueva terapia, necesitaba rectificar el carácter parcial de su autoanálisis, porque había magnificado la relación con su madre. Unos cuatro años después, al descubrir que tenía cáncer, Paul Federn se suicidó en su consultorio de Nueva York.

El temor a ligarse a una mujer definió los últimos años de la vida de Broch. Anne Marie Meier-Graefe rompió el cerco. Era una mujer que lo incitaba en muchos sentidos. Su admiración y respeto por Broch y por su obra fue el índice -era sólo unos años menor- del amor solidario y maduro. No necesitaba ser admirada ni seducida. Casi podría decirse que con ninguna mujer se sintió más querido. Quizás se dio cuenta de que a las otras las amó disfrazándolas, y ellas le correspondieron de la misma manera: su solitaria verdad hecha de dos mentiras. Pero Anne Marie Meier-Graefe llegó muy tarde a su vida. A los sesenta años decrecía su vitalidad y el exilio era un obstáculo diario: estaba harto de vivir de beca en beca, de limosna en limosna y, lo más importante, había perdido la fe en la literatura. Dos años antes se naturalizó norteamericano, pero ni con la nacionalidad pudo conseguir un puesto en la universidad.

Con el invierno de 1945 llegaron las primeras noticias de Europa. Armand Broch de Rothermann, su hijo, entró a Viena como un oficial más del ejército norteamericano de ocupación. Sus cartas, extensas y bien escritas, fueron las ventanas a través de las cuales Broch contempló Europa devastada: la demencia suicida y homicida del siglo XX. Fransiska von Rothermann, reñida con las canas y en la miseria, sobrevivió a dos bombardeos y perdió a su familia, pero conservaba la voluntad intacta, la necedad de salir adelante. Ea von Allesch habitaba las ruinas de su departamento, un cascarón sin puertas ni ventanas. Veinte años antes aquel piso, con sus muebles ingleses, dio siempre la misma impresión de sobriedad que su dueña. Armand encontró a una vieja obesa y enfática, en harapos y pantunflas, ovillada en un rincón y defendiéndose del frío. Por las noches Ea von Allesch caminaba, con una capa de terciopelo encima, entre las ruinas de Viena buscando, como muchos otros, algo que comer. A partir de ese momento Hermann Broch le escribió todos los meses, le enviaba víveres y dinero, procuraba que nada le faltase. Nunca olvidó lo que Ea hizo por su madre, los cuatro años que pasó protegiéndola, la persecución a la que se expuso.

A principios de la posguerra, Broch obtuvo una beca de la Bollingen Foundation para continuar su investigación sobre la psicología de las masas. Aspiraba temerariamente a convertir sus opiniones en ideas o conocimientos, a salir del rango de los escritores para entrar en el de los filósofos. En realidad, sus ensayos sobre la psicología de las masas o sobre cuestiones políticas eran principalmente un examen del pasado, un balance de la cultura europea durante por lo menos sesenta años. Se empeñó en darle a su trabajo la forma de una teoría, porque la literatura, sobre todo la ficción, había perdido su eficacia. En el clima de ahogo de la posguerra, al darse a conocer las dimensiones del genocidio, toda la carga cayó sobre sus hombros. Después de la catástrofe de la civilización europea, llegó la amenaza más terrible aún de una conflagración entre los Estados Unidos y la Unión Soviética: el comienzo de la guerra fría. A Hermann Broch lo aterraba la posibilidad de que sus obras y conocimientos fuesen usados por ambos bandos y, vueltos mercancías, sirvieran para reafirmar la vida inmoral contra la que pretendían haber luchado. Algo análogo les sucedió a los intelectuales de la llamada Escuela de Frankfurt: Theodor W. Adorno afirmaba por esos días que, después del horror de Auschwitz, no tenía sentido escribir poesía. Es curiosa la equivalencia. Pero Broch no vio nunca en el marxismo una teoría de la liberación, siempre le pareció una metáfora secularizada del cristianismo.

Poco tenían que ver los manuscritos del joven Marx -un tema que se puso de moda en ese tiempo- con la Realpolitk de Stalin después de la reunión de los vencedores en Postdam. "El imperialismo ruso -escribió- está muy seguro de que el lugar de la revolución lo ocupa ahora la guerra; el de la revolución mundial, una nueva guerra mundial". Todos sus ensayos políticos de ese periodo apuntan a una Teoría de la democracia (1939). La ciudad del hombre, un manifiesto por la democracia universal (1940), La democracia en tiempos de la esclavitud (1949), La división del mundo (1947), El imperialismo estratégico (1947), A pesar de todo, una política humanista: la realización de una utopía (1950), El intelectual en conflicto (1950), La utopía de los derechos humanos y las responsabilidades (1950), Los intelectuales y la lucha por los derechos humanos (1950). La democracia era, para Hermann Broch, la insurrección del individuo contra la tendencia totalitaria que existe en toda maquinaria estatal. El sueño marxista de la sociedad sin clases y sin Estado tuvo su origen -pensaba- en la misma idea de la democracia. El concepto de relaciones de producción le resultaba un galimatías tan incomprensible como el otro del valor-trabajo. Desde los años treinta en Viena, Broch se negaba a entender la economía como la piedra filosofal de la modernidad. En la mejor tradición de la Escuela austriaca, la economía no era cuestión de convicciones sino materia de técnicas, más aún: sólo podía entenderse como un conjunto de medidas tecnocráticas. Nuestras convicciones -acostumbraba decir- nunca nos enseñan cómo usar en una obra los materiales para la construcción. No había fatalismo en esta visión de la economía, sino más bien un sentido de la oportunidad. "Si los marxistas argumentan que las medidas tecnocráticas -mientras sean anticapitalistas- pueden imponerse sólo mediante un cambio revolucionario, habría que remitirlos a Inglaterra, donde los planes de socialización (podemos o no estar de acuerdo con ellos) son el resultado de una democracia que permite su desarrollo pacífico de acuerdo a una historia nacional".

Según Broch, las "leyes económicas" eran de orden psicológico. Sus enunciados decían más sobre el comportamiento de los individuos en determinadas situaciones críticas. Los místicos de la economía -Karl Marx o Adam Smith- fueron los únicos que vieron en nuestros afectos, pasiones o amores expresiones de las relaciones económicas. Las convicciones económicas -tanto las liberales como las marxistas- no eran sino convicciones aparentes, porque en realidad sólo existían las convicciones morales. A pesar de la consistencia lógica de su teorías, o quizás precisamente por esto, simplificaron la realidad de un modo inadmisible y dieron lugar a perspectivas erróneas que, sin proponérselo, aumentaron la desdicha de los hombres en forma de esclavitudes modernas. La fuerza persuasiva de la modernidad es, sin duda, la ciencia. Algo -apunta Broch- muy extraño. Aunque las muchedumbres no han sido nunca "comunidades de científicos", la ciencia fue el vehículo de la persuasión y el dominio. El socialismo sólo cumplió su función ideológica real cuando se convirtió en socialismo científico, vale decir: cuando prometió el reino de la libertad y la felicidad. La fuerza persuasiva de la modernidad ha llegado a ser una religión -aclara Broch-, y el científico no es un profeta: "En el mejor de los casos -dice- es un santo. La resurrección social del espíritu religioso necesita de iluminaciones (...) La ciencia no puede vaticinar su llegada, porque no sabe si existen (...) Debe conformarse con hacer su camino, revelarles a los hombres el absoluto terreno, para que pongan en orden su casa y esperen el futuro". La teoría política de Hermann Broch no es sino lo que Irving Howe definió como la política de la incertidumbre: una política que jamás salvará al mundo pero sin la cual el mundo nunca valdrá la pena de ser salvado.

Hacia 1946, Hermann Broch no sabía si regresar a Europa o permanecer en los Estados Unidos. Los amigos regresaban a Austria o Alemania; a todos los habitaba la esperanza, deseaban participar en la reconstrucción de Europa. En los primeros años de la posguerra (1945-1948), Broch aborrecía la idea de regresar a Viena. No se perdonaba la muerte de su madre; había fallado -según él- de modo lamentable. Erich von Kahler animó en esos días su vida cotidiana, siempre encontró en él compañía y solidaridad. Por las noches conversaban en la terraza, Broch hablaba con pasión:

-No me molesta ser un apátrida. En este sentido, soy más israelita de lo que me imaginaba. A pesar de mi fascinación por algunos paisajes y ríos, toda mi vida me sentí en la diáspora. Aunque sé que la mierda es internacional, no quiero regresar a Austria. Por ahora lo que importa es ayudar a los sobrevivientes.

Después de su muerte, Erich Kahler recordaba a Broch: "Hermann era el amigo fraternal. El amor al prójimo, cuando se profesa en serio, no permite ninguna relación íntima. El ágape mata a Eros. Por esa razón Alliosha Karamasov era incapaz de amar a nadie. En el trato con Hermann Broch se sentía una suerte de transparencia (...) Uno podía encontrarlo en la gran ciudad, armado de guías y horarios de trenes, atravesando enormes distancias, del autobús al Metro, para llegar a sus citas y darle consuelo a sus amigos, o pedir favores para ellos. Uno podía encontrarlo también en su casa, después de quince horas de trabajo ante la máquina de escribir, llevando con extrema puntualidad su correspondencia. Detrás de esa tranquila apariencia, la pipa en la boca y la mirada penetrante, yo veía la tempestad de un abismo interior mezclado con la felicidad y el consuelo de su solidaridad fraternal".

En marzo de 1947, Broch le escribió a su hijo Armand, que trabajaba en México como traductor en una conferencia internacional de la UNESCO. Le preguntaba por las condiciones de vida en este país, porque tenía la idea de emigrar a la ciudad de México. Durante la guerra Anna Herzog insistió en que se estableciera en esa ciudad. Le decía que los mexicanos eran la gente más bondadosa de la tierra. Además, Daniel Brody, su editor, se había exiliado en esa capital durante algún tiempo. Siete años antes, en agosto de 1940, buscó conseguir, para algunos amigos, visas del gobierno mexicano. A René Spitz, el psicoanalista, le indicó que la entrada oficial tenía un costo de nueve mil pesos. Pero Anna Herzog conocía a un tal licenciado Becerra, cuyo despacho quedaba en las calles de Ayuntamiento 14, que por mil pesos "arreglaba" el trámite. Armand le respondió que, si de emigrar se trataba, era mejor el Sur de Francia, donde Anne Marie Meier-Graefe tenía una casa.

En su ensayo Comentarios a una apelación en favor del pueblo alemán (1946), Broch hizo una defensa de los alemanes que huían de la zona soviética, argumentó en favor de un apoyo a la población alemana, pero no de carácter gradual sino inmediato, y subrayó que los miembros de la resistencia contra el nazismo merecían toda clase de indemnizaciones. Sus propuestas tenían sólo un sentido: la democratización de Alemania. A partir de 1946, Hermann Broch tomó contacto con Bromley Oxnam, un obispo de la iglesia metodista, para apoyar a la comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas. En el transcurso de su trabajo, los dos coincidieron en varias críticas al programa de la comisión. Oxnam invitó a Broch a dar una conferencia, cuyo tema sería su ensayo: La utopía de los derechos humanos y las responsabilidades. La mañana del 17 de junio de 1948, Broch llegó corriendo a casa de Jean Starr Untermayer para recoger la traducción de la conferencia y, sin darse cuenta, tropezó en las escaleras.

Al levantarse un dolor agudísimo le invadió la pierna izquierda, no pudo caminar y minutos después sufrió un desmayo. Una ambulancia lo transportó al Hospital de Princeton. El cirujano le informó que se había fracturado el cuello del fémur. Los médicos decidieron que permaneciera en el hospital. Así las cosas, Hermann Broch pasó diez meses en cama. Para su fortuna, el seguro de Jean Starr Untermayer se hizo cargo de todos los gastos. El paréntesis del hospital le sirvió, entre otras cosas, para no preocuparse por el dinero. "Las primeras semanas -le escribió a Anne Marie Meier-Graefe- fueron insoportables: tiempo perdido. Pero después, enyesado y en silla de ruedas, pude escribir todo el día sin problemas. A las diez de la noche, cuando apagan las luces del hospital, yo termino de escribir a máquina". El resultado de esa larga convalecencia fue uno de sus mejores ensayos: Hugo von Hofmannsthal y su tiempo. ¿Quién, sino Broch, tuvo valor para escribir páginas tan dolorosas, analíticas y lúcidas sobre el imperio austrohúngaro? Allí estaba, en primer término, un texto literario, con fervor por lo suyo, un regreso a sus orígenes. Así defendió a la cultura austriaca de la historia panfletaria cuya apología del imperio la sintió como un agravio por su enfática falsedad.

La editorial Bollingen proyectaba publicar, en traducción de Jean Starr Untermayer, dos volúmenes de la obra de Hofmannsthal. Le encargó el prólogo a Broch que, en siete meses, escribió un largo ensayo: un balance de la cultura del imperio austrohúngaro, una crítica de la sociedad vienesa. Mientras veía crecer su libro, sintió la necesidad de trazar un derrotero. No le interesaba una obra de crítica literaria, ni tampoco una biografía más de Hofmannsthal, sino que deseaba hacer un ajuste de cuentas. El imperio austrohúngaro presentó siempre, antes y durante su desaparición, los síntomas de la crisis que envolvía a toda la cultura europea. En Australia la crisis apareció con una intensidad inusitada. En El hombre sin atributos, Robert Musil se obsesionó por demostrar, sobre todo en los capítulos donde escribe La acción paralela, que Cacania era la cristalización del mundo moderno sin fundamento, sin sustancia o, mejor dicho, sin un valor central que cohesionara a sus pueblos. Los habitantes del imperio vivieron esa ausencia de valores no sólo como la causa de las luchas nacionales, sino que vieron en ella el origen de la irrealidad que los acompañaba todos los días. El individuo, que encarnaba y resumía los conflictos, sufrió la desintegración de su personalidad, la fractura de sus sueños. Todos perdieron la capacidad de ordenar la vida, de gobernar sus pulsiones. Los escritores austriacos, que resistieron a esa diaria crisis, imaginaron mecanismos de defensa, buscaron refugio en obsesivos rituales del orden: los uniformes militares en Joseph Roth y Hermann Broch, la muralla china de Karl Kraus; la ciega decisión de Peter Kien, que cierra los ojos ante la realidad que devora sus ilusiones en Auto de fe de Elías Canetti.

En Hofmannsthal y su tiempo, Hermann Broch fechó hacia 1880 el inicio del alegre apocalipsis que se abatió sobre el imperio austrohúngaro. A partir de ese año -afirma- Viena se convirtió en la capital europea de los valores situados en el vacío. "Si, en términos generales, el espíritu de un periodo histórico se puede captar en su fachada arquitectónica, el de la segunda mitad del siglo XIX -es decir, el periodo en que nace Hofmannsthal- fue sin duda uno de los más pobres y tristes de la historia de Europa; fue el periodo del eclecticismo, del falso barroco, del falso renacimiento, del falso gótico. Siempre que el hombre occidental definió su estilo de vida, éste se reducía inevitablemente a la forma del dominio burgués y, al mismo tiempo, a la solemnidad burguesa, a una rigidez que significaba tanto asfixia como seguridad. Si alguna vez la misera se vio encubierta por la riqueza, fue entonces". No obstante, Broch no hizo la crítica radical del arte y la sociedad en tiempos de Hofmannsthal: se interesó sólo por el papel de la burguesía, su propia clase social. Las corrientes artísticas que tomó en consideración, por ejemplo, fueron la ópera de Wagner, la poesía de Baudelaire y la pintura del impresionismo, sobre todo la de Cézanne.

La permanente inseguridad de la burguesía fue una consecuencia de su malograda emancipación política, que se reflejaba en el eclecticismo de su arquitectura. El burgués del siglo XIX, condenado a la minoría de edad política, compensó esa desventaja con una visión romántica que explicaba y justificaba la realidad. La arquitectura se esmeró en las fachadas, transformó a Viena y Budapest en preciosas filigranas de escenografía y alimentó el insaciable placer de la decoración. Por un lado, el arte de esa época aceptó las necesidades eclécticas y románticas del burgués; por el otro, las negó radicalmente. Richard Wagner, por ejemplo, resumió en sus óperas todos los deseos públicos y secretos de la burguesía -escribe Broch-, mientras en Francia, Baudelaire y Cézanne consumaron una ruptura crítica con la tradición poética y pictórica.

En el recuerdo, Viena se le convirtió a Broch en el ejemplo más vivo del encubrimiento de la miseria por la riqueza. El esteticismo cubrió a los pocos valores éticos y, al sepultarlos, se condenó a sí mismo. De acuerdo con su teoría de los valores, todo valor estético que no nace de un principio ético se convierte precisamente en lo contrario, vale decir: en Kitsch. Y, como la metrópoli del Kitsch, Viena fue la capital del vacío de los valores.

Al abandonar el hospital -en febrero de 1949- Hermann Broch vio disminuidas sus energías; un cansancio extremo se lee entre las líneas de sus cartas: "Tengo sesenta y tres años, llevo la vida de un gitano, no conozco la seguridad. A causa del accidente, mi seguro contra enfermedades se complica cada día más (...) Si en estos días me pasa algo, estoy liquidado". A su regreso de Francia, Anne Marie Meier-Graefe le describió la casa que había comprado en Saint Cyr-sur-Mer y propuso que se casaran en esos días, pero la boda no pudo ejecutarse porque faltaba su acta de divorcio. Tres meses después se casaron en secreto, los testigos fueron Hannah Arendt y su esposo, Heinrich Blücher. En esos meses Broch consiguió una beca en el Saybrook College de New Haven, Connecticut. Le dolió abandonar a Erich von Kahler, dejar el piso en Princeton, la benéfica rutina de los últimos cinco años, pero no podía subir las escaleras, le costaba un esfuerzo gigantesco. Mientras Anne Marie le daba los últimos retoques a la casa en el sur de Francia, alquiló un cuarto en un Hotel de New Haven. "Dejé de narrar historias porque no tiene sentido -le escribió a Friederich Torberg-. Desde que Hitler llegó al poder me defendí contra la literatura, pues estoy convencido de que, para mi generación y la suya, no puede haber algo más importante que combatir la peste del fascismo (...) Sin embargo, debo confesarle que siento siempre la tentación de narrar, escribir historias, imaginar personajes. El viento al atardecer, los distintos tonos en el ruido de la calle, una conversación hasta la madrugada, me llevan a registrar todo, a consignarlo en una libreta, a rescatarlo del olvido".

En New Haven encontró por última vez a Thomas Mann y a Thornton Wilder. Con motivo de los sesenta y cinco años de Mann, la Universidad de Yale había organizado una exposición de su vida y su obra. Un año antes había aparecido La novela de una novela, el relato sobre los orígenes del Doctor Faustus. En octubre de 1949, Broch le escribió a Erich Kahler: "Acabo de leer La novela de una novela. Me despertó los más amargos sentimientos de inferioridad. Es increíble la formidable fuerza del viejo: ítodo lo que ha trabajado mientras escribía la novela! Por lo demás, el diario me molesta. Es insoportable esa actitud: "Vean, ísoy un hombre sencillo y generoso!' En fin, esta actitud no tiene que ver con Thomas Mann sino con la inmoralidad de la literatura".

Willie Weismann, dueño de una editorial en Munich, se propuso tener a Hermann Broch en su lista de autores. Desde principios de la posguerra, quiso publicar el libro sobre la psicología de las masas. Después hizo una oferta interesante para reunir su poesía, pero Broch nunca creyó que sus poemas valieran la pena. Dos años más tarde, le ofreció rescatar sus relatos escritos en los años veinte, y esta vez Broch aceptó sin condiciones. El libro constaba de cinco historias: Construido metódicamente, Una leve decepción, La nube que pasa, Un atardecer y El regreso de Virgilio. En los meses siguientes, al corregir las galeras, se dio cuenta de que debía reescribir los textos, incluyó entonces su primer poema, Cantos 1913 escribió dos nuevas historias y le dio forma a una nueva novela: Los inocentes (1949).

Mil novecientos trece: ¿Por qué debes escribir?

Para ver otra vez mi juventud.

La trama de Los inocentes le sirvió a Broch para reflexionar sobre sí mismo y sobre su propia práctica de la literatura. Así, por ejemplo, las voces del principio rescataron la atmósfera antes de la primera guerra mundial. Si existe un protagonista estelar en la novela, este papel le corresponde a la sirvienta Zerline, uno de sus personajes más desdichados. Zerline trabajó mas de treinta años en la casa de la baronesa Elvira F. Una campesina hermosa y atractiva encarna el orgullo del sexo femenino; su resentimiento social la lleva a vengarse de la baronesa, a vivir una apasionada relación con el señor Juna, amante de Elvira, y el verdadero padre de Hildegard, la hija de los barones F. Zerline se enamora de Juna y, como un ángel exterminador, lo destruye.

Sorprende en Los inocentes encontrar una novela que es, en realidad, una ópera cuyos personajes -sus riesgos, aventuras y entusiasmos- son expresiones contumaces del Kitsch: todos asumen con una autenticidad desarmante el vacío de los valores. Un año antes de lanzarse a escribir Los inocentes, Broch había dicho en su ensayo sobre Hofmannsthal: "Wagner supo que le había tocado vivir en una época cuya forma de expresión era la ópera; vio cómo las ciudades de la burguesía buscaban un nuevo centro de reunión que sustituyera a las antiguas catedrales y cómo luchaban por elevar la Place de l'Opera a este rango. Y toda esa aterciopelada grandeza iluminada con lámparas de gas, respondió a su idea de lo que debía ser el arte moderno". La ópera Los inocentes es el exterminio de Don Juan, el señor Von Juna, el triunfo del Kitsch y la culpa de la inocencia. "Mil novecientos veintitrés: ¿Por qué debes escribir? Para ver otra vez todos nuestros fracasos". Todos los personajes de Los inocentes se distinguen por su indiferencia ante la política, que es -para Broch- una perversión moral. Los inocentes en política revelan su culpabilidad en la moral; la inocencia culpable del pequeñoburgués austriaco y alemán, incluso cuando era un criminal, hizo posible a Hitler. Zacarías, uno de los personajes de la novela, se atiene al espíritu de la raza germánica para justificar sus rencores personales: "es un hipócrita animal de presa que admite -escribe Broch- cualquier crueldad, incluso las atrocidades en los campos de concentración o en las cámaras de gases, y que, en cambio, se siente profundamente herido y ofendido ante cualquier alusión al mundo de su sexualidad".

"Mil novecientos treinta y tres. ¿Por qué debes escribir? Para ver otra vez la tierra prometida que perdimos, el presentimiento de los abismos más profundos". Hermann Broch se preguntaba: "¿Por qué ofrecer a la generación de los inocentes un espejo en forma de novela? ¿Para demostrar que en el mundo del terror y los crímenes del nazismo, la tradición de la cultura europea perdió todo su sentido y que a la novela ya no le bastan las formas tradicionales? (...) ¿Para demostrar que el relato naturalista (al que la novela se adhirió antes que las demás artes) necesita de otros recursos, a pesar de su realismo y su veracidad?". Hacia el final de su vida, la desilusión de la literatura era una verdadera pasión desdichada. La novela ya no podía conformarse con lo que el autor ve y escucha. Para Broch, James Joyce había aclarado esos problemas con "extraordinaria autenticidad". Nos había demostrado que la complejidad del mundo sólo podía ser representada en su totalidad con varios recursos: "construcciones simbólicas, reducción del tiempo, medios pluridimensionales". Pero el pequeñoburgués, suponiendo que lea novelas, ¿se reconocería en un espejo como el del Ulises? ¿Se da cuenta a quién se refiere Joyce cuando describe a Leopold Bloom? ¿De qué servía entonces una novela de este tipo o de cualquier otro? El público alemán que se entusiasmó con Los tejedores, la obra de teatro de Gerhardt Hauptmann, y con las obras de Bertolt Brecht, no se convirtió al socialismo. El catolicismo no ganó adeptos por la literatura de Claudel, ni la iglesia anglicana con la poesía de T. S. Eliot. El autor manifiesta sus convicciones, pero la profunda emoción que despierta con ellas -dice Broch- pertenece al campo de lo estético. "Sólo el que se encuentra convencido de antemano, se deja convencer por una obra de teatro o una novela". Al final, las preguntas de Broch quedaron sin respuesta. ¿Sólo el artista, o el escritor, le da a la vida una dignidad eterna? El propósito de eternidad que las obras de arte oponen a lo fugaz de las cosas, ¿puede sólo construirse en una historia? ¿Y la literatura, a su vez, sólo tiene sentido, si, superando a la muerte, se defiende del olvido de la muerte y de los muertos y se constituye como un recuerdo de la muerte y una memoria de los muertos? ¿Sabemos hasta qué punto -como quería Broch- la reflexión sobre la literatura y el tiempo pueden ayudarnos a pensar, por igual, la eternidad y la muerte?

A mediados del verano de 1950, Hermann Broch hacía planes para viajar a Europa en abril de 1951. Después de doce años de lucha había logrado un puesto como profesor de literatura alemana en la Universidad de Yale. Pero el cuerpo ya no le respondía: "Soy un viejo enfermo y cansado, que fue joven durante mucho tiempo. Me prohibí los viajes a Nueva York, es un ajetreo sin sentido. Ahora escribo catorce horas diarias". El PenClub de Austria presentó su candidatura al premio Nobel de 1950, pero no hubo respuesta de las otras asociaciones. La animación del viaje le infundió nuevos ímpetus, porque pensaba encontrar a Anne Marie en Saint-Cyr-sur-Mer, conocer la casa donde viviría en su vejez, conversar en Viena con Ea von Allesch y participar en el "Congreso por la Libertad de la Cultura" en Berlín occidental. Marvin Lasky lo había invitado, las autoridades de la ciudad pagaban el pasaje y los viáticos. A esa reunión fueron André Gide, Arthur Koestler, Bertrand Russel, Julian Huxley, Benedetto Croce, Carlo Levi, Karl Jaspers y John Dewel. Broch escribió para esa ocasión El intelectual y la lucha por los derechos humanos. En esas páginas, que ya no leería en el Congreso, aclaró: "Por su creencia en la utopía y su convicción en la dignidad humana, los intelectuales han contribuido a determinar el rumbo de todas las revoluciones (...) Sin embargo, las revoluciones transformadas en poder y en Estado han traicionado esos principios y los han pervertido (...). Por eso el intelectual, en lugar de sentirse la conciencia desdichada, debe convertirse en un estratega de la Realpolitik, vale decir: luchar palmo a palmo por cada uno de los derechos humanos".

Por esos días de marzo de 1951 se desmayó sobre su máquina de escribir. Al despertar se encontraba en el Hospital St. Raphael de New Haven. El cardiólogo le dijo que se trataba de un infarto al miocardio, le proporcionó tranquilizantes y le ordenó estricto reposo. No tenía dinero para permanecer en el hospital, prometió cuidarse y se fue a su casa. En las últimas semanas regresó en las mañanas a Nueva York. La sensación de asfixia era insoportable en los vagones del Metro. En su fallida autobiografía escribió: "Me suicido lenta, implacablemente. Me suicidé trabajando (...) Me suicido por los mismos conflictos que determinaron mi vida. Para no darles la cara, renuncié a la felicidad, a la ternura, quizás al trabajo y a la vida misma". La última semana trabajó diez horas diarias en El hechizo, una novela que reescribió durante quince años. A las siete de la mañana del 30 de abril cayó fulminado por un infarto masivo. El lechero encontró el cadáver unas horas después sobre la maleta llena de ropa y libros que pensaba llevarse a Europa.

En El libro de los mayores, la versión del Talmud del año mil, se cuenta una historia que a Broch le gustaba y que, en cierto modo, resume su vida: "Un forastero llegó a visitar al rabino Equis y le preguntó: ¿Qué es mejor, la inteligencia o la bondad? El rabino respondió: por supuesto la inteligencia: ella es el centro de la vida. Pero si uno tiene sólo la inteligencia y no la bondad, es como si tuviera la llave de la recámara del centro y hubiera perdido la de la puerta de su casa".

REVISTA NEXOS

VOL: 12

MES: SEPTIEMBRE

AÑO: 1989



sábado, 27 de abril de 2013

JOSÉ DONOSO Y SU NOVELA: "El obsceno pájaro de la noche" por Victorino Polo García.


EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE.

Victorino Polo García

José Donoso es un excelente narrador chileno, cuya experiencia vital española moduló la intensidad de su narrativa con tonos y timbres enriquecedores, al perfilar nuevos matices y perspectivas para su caleidoscopio existencial. Tuvo casa en Calaceite, viajó mucho por nuestro país y conocía bien la realidad española, con la que se identificaba. Durante largos años vivimos una honda amistad y a tal extremo que, cuando dedicamos un bien matizado congreso a su figura y su obra —la enfermedad anunciaba ya su término— el testimonio agradecido que nos hizo llegar fue conmovedor por sincero y profundo. En definitiva, se sintió chileno-americano por sobre cualquier otra circunstancia de vida y obra, si bien otros dos países influyeron en él poderosamente: España y los Estados Unidos de América, de manera que tres grandes ciudades vienen a constituir el epicentro urbano y cultural de su vida y su escritura: Santiago de Chile, Barcelona y Nueva York, ciudad esta última que lo fascinó sobremanera. Así se revelan el canon de la diáspora y la ciudadanía del mundo como predicamento de los grandes escritores hispanoamericanos. José Donoso encarna casi a la perfección la conocida propuesta de Dickens, reivindicada mucho tiempo después por Gabriel García Márquez.
A su vez, El obsceno pájaro de la noche se manifiesta como el gran libro de Donoso, centro y proyección de su narrativa global, a la que otorga sentido creador y profunda razón de ser, sin depreciar un ápice sus restantes novelas, cada una plena de identidad y color propio dentro del cañamazo común del conjunto excelente.
Tampoco es recomendable olvidar los cuentos o relatos breves, pues que constituyen pieza importante para entender y justificar sus claves de narrador. Resultan menos conocidos, porque las novelas ocupan el campo casi a plenitud, pero junto a nombres gloriosos como Borges, Cortázar, García Márquez o Juan Rulfo, Donoso engrosa la lista de los escritores hispanoamericanos creadores del cuento moderno, de tan alta calidad y bien ganado prestigio, cuyo estudio y ubicación exacta en el panorama de la literatura contemporánea está por hacer y resulta de imperiosa necesidad, para dar al traste de una vez por todas con el tópico de género menor que aún lo acompaña, incluso con el viejo concepto de géneros propedéuticos vigentes desde el siglo XVIII y el romanticismo.
En definitiva, cuento, novela corta, novela, tres compartimentos cuya organización proyectiva Donoso maneja con gran habilidad y maestría, para ensamblar una concepción del mundo sustancialmente pesimista, desordenada y, por lo mismo, inhumana y cruel. Lo que conduce al pensamiento central en el que conviene insistir contra el olvido: lo más importante y decisivo en la escritura de José Donoso no es el universo inventado por su imaginación inteligente, ni siquiera los personajes bien dibujados, sino las cuestiones formales, de construcción y estructura. Donoso es un gran arquitecto que levanta sorprendentes y bien concatenados edificios en armonía, no un decorador de interiores que amuebla como artesano las estancias.
En todo caso, sus comienzos no fueron fáciles porque hubo de luchar contra una tradición demasiado rígida y encorsetada, a la que difícilmente se hubiera podido acomodar El obsceno pájaro de la noche, cuya gestación como texto narrativo de gran alcance viene de lejos en la biografía literaria del chileno, aunque su real nacimiento como libro se aplazara casi una década, con el taller en plena efervescencia de revolucionaria evolución y algún estallido de influencia foránea que la modestia de Donoso magnificó desmesuradamente, propiciando que algunos críticos e investigadores, en exceso historicistas y académicos, hayan caído en la trampa intelectual de disminuir la razón histórica y estética, la originalidad y trascendencia que sustentan la obra de quien escribiera Casa de campo, Donde van a morir los elefantes y El Mocho, su novela póstuma y especie de testamento literario —irónico, cruel y entrañable— que José Donoso tuvo la generosidad y buen gusto de ofrecer a los bien avisados lectores.
Su escritura y su concepción del mundo evolucionan con el hiato de 1961, a causa de Carlos Fuentes, y el clímax de 1970, fecha en que se publica El obsceno pájaro de la noche como punto de inflexión en cuanto a innovaciones técnicas se refiere, quintaesenciadas en la audacia expresiva. El gran tema general es la desintegración y desorientación del individuo, de la familia, de la sociedad y del sistema, cuya complejidad se acrecienta en cada novela, casi en cada página. Se intenta descubrir una interpenetración plausible de los distintos estratos sociales a través del prisma del orden —palabra clave— con dos extremos humanos: René, ubicado en la chabola, y Andrés, el rico de lujo. Haz y envés de una misma hoja sorprendente. Así, Coronación ofrece el espectáculo de las familias en decadencia, mientras Este domingo, diez años después, resulta más sorprendente por la novedad estructural del texto, a la vez que El lugar sin límites centra la parodia de la incomunicación de los personajes, alegoría de la vida dominada por un dios maligno, que también pudiera ser trasunto de la incomunicación de Donoso con Dios.
Al cabo de estos tiempos y títulos se produce la eclosión de El obsceno pájaro de la noche, que propicia la otra vertiente de la montaña, aunque sin ruptura con lo anterior, pues que Tres novelitas burguesas vuelve a las viejas obsesiones de la falta de unidad y comunicación humana, introduciendo la experiencia española y una nueva franja cronológica de los personajes, que ahora son de mediana edad. En Casa de campo se revelan los personajes como auténticos emblemas, para constituir alegoría político social llena de humor y amenidad. La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria tiene que ver con Elogio de la madrastra, si bien es el contrapunto de Vargas Llosa y pone de relieve la idea de Unamuno al pretender que «lo erótico y lo metafísico se desarrollan a la par». Cuatro para Delfina y La desesperanza suponen el regreso a Chile, bien para reflejar la vida de Santiago, bien para reencontrarse personalmente con su tierra, puesto que Mañungo vuelve al entierro de Pablo Neruda, lo mismo que Judit, aunque su renovada historia de amor que pudo ser romántica, se revela más bien como contacto erótico transitorio. Quizá conviniera destacar el símbolo abundante, que toma carne en los perros, los niños, el viejo león, la nave mágica con brujas y piratas. Y Neruda, al que se presenta como el gran poeta que es, aunque también con la contrafigura humana de quien explota lo izquierdista en beneficio personal.
El obsceno pájaro de la noche viene a ser, pues, el principio y final de toda su narrativa. Está en los comienzos germinales y alcanza la madurez que difícilmente podría ser superada por libros posteriores, de modo que Donde van a morir los elefantes y El Mocho son lo que dicho queda: reverberaciones de lo anterior, iluminaciones perfectivas que potencian las casas de campo, testamentos literarios y el cierre concertante que el escritor ha ido labrando con paciencia, humildad casi franciscana y talento narrador donde los haya.
Con este libro se coloca en la vanguardia más clara de la literatura chilena, no sólo de la narrativa. Libro que procede y viaja desde El lugar sin límites que, a su vez, enlaza de manera natural con Este domingo y Coronación. Y salta por encima de la barrera cronológica, de fuentes posibles y de influencias rompedoras. Sabemos que lo empezó antes de 1961 y diez años de laboriosa elaboración aguantan los embates de cualquier deslumbramiento. Ahí está la extrañeza geográfica y de situaciones, la desbordante ambigüedad del personaje Manuel-Manuela, el mundo caótico que lo embarga todo y todo lo desorganiza para confusión de la mente y orientación del sentimiento. Ahí están, a la postre, la simbología y el mito como ejes y, acaso, como vertebradores del mundo literario y sus leyes internas.
El ambiente religioso está omnipresente desde la primera página, sobre la base de los tres pilares sustentadores del mundo: la casa-asilo de Chimba, la madre Benita y el Mudito-Humberto Peñalosa, cuya imaginación delirante permite a Donoso crear sin límites. El resto es una continua sorpresa para el lector, a quien recomiendo que se libere de frenos cultural-interpretativos, se identifique con los ambientes y los personajes, deje volar su voracidad lectora y se recree con el lenguaje como edificador de mundos disparatados y perspectivas para el propio trabajo de lectura.
El mito viene dado por las primeras creencias humanas, tendentes a la salvación para encontrar el paraíso, contrapunto feliz de este valle de lágrimas: las viejas arrebujadas en la capilla esperan que el niño las lleve al cielo. Quien haya leído La casa de Asterión, de Borges, encontrará concomitancias gratificadoras con respecto al universo sin planos y el esperpento básico de los personajes, de manera especial el Mudito que, con su afición de albañil, va tapiando todas las aberturas del edificio, para convertirlo en mónada herméticamente cerrada.
Como sugerencia última, deseo entregar al lector tres breves notas del propio Donoso, predicables de El obsceno pájaro de la noche y extensibles a todos sus libros. Dice, por un lado, que ésta es una «novela laberíntica, esquizofrénica, donde realidad, sueño, vigilia, lo onírico y lo fantástico se mezclan y entretejen». Toda una invitación a la lectura. Y añade: «No intento apelar a mis lectores para que crean en mis personajes, prefiero que los reciban como emblemas». Y termina con la definitiva complicación interior: «Escribí esta novela un poco para saber quien soy». Leerla supone, también para nosotros, un inquietante y gozoso camino hacia nuestro propio conocimiento.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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