PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
Ésta edición —la tercera— de ms VIDA DE DON QUIJOTE Y
SANCHO, que forma parte de la de mis Obras Completas, no difiere en nada de la
segunda, en que se corrigieran, no sólo las muchas erratas tipográficas, sino
los errores del original, hijos de mis precipitaciones de improvisador, que
infestaban la primera, publicada en 1905 -hace'veintitrés años— /coincidiendo,
por acaso, no de propósito, con la celebración del tercer centenario de la
primera publicación del Quijote, ya gtte no me propuse hacer obra de centenario.
Al corregir ahora aquí, en el destierro fronterizo, las pruebas de esta nueva
edición, he sentido más- de una vez tentaciones de añadir algo a su texto o
modificarlo, irlas me he abstenido pensando que cualquier añadido o
modificación hallará, mejor lugar en otra obra. Añadidos y •modificaciones que
me inspira mi experiencia quijotesca, de cuatro años de expatriación de mi
pobre España esclavizada. Al repasar, sobre todo, mi comentario a la aventura
de la liberación de los galeotes pensé añadir unos párrafos explicando cómo los
galeotes apedrearon a Dtm Quijote porque lo que querían no era que les quitase
sus cadenas, sino qué les echase otras haciéndoles cuadrilleros de la Santa
Hermandad, lo queme enseñaron en el Ateneo de Madrid ciertos mocitos que se
dicen intelectuales de minoría selecta. En este tiempo se han publicado ya
cuatro traducciones de esta mi obra: dos en italiano, una en alemán y otra en
inglés. Y por cierto el autor de esta última y excelente traducción, el
profesor Homer P. Earle, de la Universidad de California, tuvo la delicada
atención de llamármela sobre que en cierto pasaje pongo en boca de Sancho
palabras que en el texto cervantino figuran en la, de Sansón Carrasco y de
preguntarme si modificaba o suprimía el pasaje o le añadía alguna nota en
defensa preventiva de reparos de la 'crítica eruditesca. Pude haberle remitido
a mi ensayo Sobre la teefciMst e interpretación del Quijote, puMicado por
primara
i
•10 FRsrjma
vem «¡n el número de abril de 1906 de .la revista La España Moderna,
donde. estóbtecí bien claramente mi propósito 1/ espíritu eomeníoriaZés —¿os
místicos ten comeníado en pareja forma las Sagradas Escrituras cristianas-- y
decirle que' dejo a eruditos, críticos literarios e investigadores históricos
la meritoria y utílhima tarea d« escudrinar lo que el Quijote pudo significar
en su tiempo y en, el ámbito en que se produjo y lo que Cervantes quiso., en él
expresar, y expresó. Pero preferí darle otra explicación, y es ésta: En el
prólogo del Quijote — que, como casi todos los prólogos (incluso éste), no son
apenas sino mera literatura—, Cervantes nos revela que encontró el relato de la
hazañosa vida del Caballero de la Triste Figura en unos papeles arábigos de un
Cide fíamete Benengeli, profunda revelación coii la que el bueno —¡y tan
bueno!— de Cervantes nos revela lo que podríamos llamar la objetividad, la
existencia —existere quiere decir estar fuera— de Don Quijote y Sancho y su
coro entero fuera de la ficción del novelista y sobre ella. Por mi parte, creo
que el tal Cide Hamete Benengeli no era árabe, sino judio y judío marroquí, y
que tampoco fingió la historia. En todo caso ese texto arábigo del Cide Hamete
Benengeli le tengo yo, y aunque he olvidado todo el poquísimo árabe que me
enseñó el señor Codera en la Universidad de Madrid — ¡y me dio el premio en la
asignatura!—, lo leo de corrido y en él he visto que en el pasaje a que aludía
el profesor Earle fué Cervantes el que leyó mal y que mi interpretación, y no
la suya, es la fiel. Con lo que me creo defendido de todo posible reparó de una
crítica profesional o profesoral. . Ni creo deber alargarme más aquí, en este
sencillo prólogo, a exponer una doctrina que tantas veces he expuesto respecto
a la realidad histórica, tanto más cuanto que preparo una obra sobre el
quijotismo, en.que me esforzará por esclarecer la diferencia entre estar, ser y
existir. F cómo Don Quijote y Sancho son —no es sólo que lo fueron— tan
independientes de la ficción poética de Cervantes como lo es de la mía aquel
Augusto Pérez de mi novela Niebla, al que creí haber dado vida para darle
después xrmerte, contra lo que él, y con, razón, protestaba, •. Y ahora, atento
lector, hasta que volvamos a encontramos.
. MIGUEL DE IJNAMÜNO.
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