domingo, 22 de noviembre de 2015

Roberto Bolaño. Los sinsabores del verdadero policía.


PRÓLOGO:
ENTRE EL ABISMO Y LA DESDICHA
Los sinsabores del verdadero policía es un proyecto que
se inició a finales de los años ochenta y que se prolongó
hasta la muerte del escritor. Lo que el lector tiene en sus
manos es la versión fidedigna y definitiva, fruto de cotejar
los textos mecanografiados y los localizados en su ordenador,
y que muestra la clara voluntad de Roberto Bolaño de
integrar esta novela en el conjunto de una obra en un continuo
proceso de gestación. Hay, además, varias referencias
epistolares a dicho proyecto. En una carta de 1995 comenta:
«Novela: desde hace años trabajo en una que se titula Los
Sinsabores del Verdadero Policía y que es MI NOVELA. El
protagonista es un viudo, 50 años, profesor universitario, hija
de 17, que se va a vivir a Santa Teresa, ciudad cercana a la
.frontera con los USA. Ochocientas mil páginas, un enredo demencial
que no hay quien lo entienda.» Lo singular de esta
novela, escrita a lo largo de tres lustros, es que incorpora
material de otras obras suyas, desde Llamadas telefónicas
hasta Los detectives salvajes y 2666, con la peculiaridad de
que si bien a varios personajes los encontramos de nuevo -especialmente
a Amalfitano, a su hija Rosa y a Arcimboldi-, las
variaciones son notables. Pertenecen al conjunto del mun-
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do novelesco de Bolaño y al mismo tiempo pertenecen por
derecho propio a esta novela.
Esto nos lleva a uno de sus rasgos más notables e inquietantes:
el carácter frágil, provisional, del desarrollo narrativo.
Si en la novela moderna se ha roto la barrera entre
ficción y realidad, entre invención y ensayo, la aportación
de Bolaño va por otro camino que encuentra tal vez su
modelo en Rayuela de Julio Cortázar. Los sinsabores del
verdadero policía, como 2666, es una novela inacabada,
pero no una novela incompleta, porque lo importante
para su autor no ha sido completarla sino desarrollarla. Y
esto nos lleva a una serie de replanteamientos. Hasta ahora
se había aceptado la ruptura de la linealidad (las digresiones,
los contrapuntos, la mezcla de géneros). La realidad
tal como se había venido entendiendo hasta el siglo XIX
dejaba de ser el punto de referencia, para acercarnos a una
escritura visionaria, onírica, delirante, fragmentaria, y hasta
se podría decir que provisional. En esta provisionalidad
está la clave de la aportación de Bolaño. Nos preguntamos
cuándo una novela empieza o no empieza a estar inacabada.
Mientras el autor la escribe, el final no puede ser lo
más importante y muchas veces ni siquiera está decidido
cuál va a ser. Lo que importa es la participación activa del
lector, simultánea al acto de la escritura. Bolaño lo ha dejado
bien claro a propósito del título: «El policía es el lector,
que busca en vano ordenar esta novela endemoniada.» Y
en el cuerpo mismo del libro se insiste en esta concepción
de una novela como una vida: somos -escribimos, leemos-
mientras vivimos y el único final es la muerte. Esta
conciencia de la muerte, de escribir como un acto de vida,
es parte de la biografía del escritor chileno, condenado a
una escritura a contrarreloj e ilimitada. En Los sinsabores
del verdadero policía hay varias referencias concretas a este
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fraccionamiento y a esta provisionalidad: «una característica
esencial de la obra del francés: si bien todas sus historias,
no importaba el estilo utilizado (en este aspecto Arcimboldi
era ecléctico y parecía seguir la máxima de De
Kooning: el estilo es un fraude), eran historias de misterio,
éstos únicamente se resolvían mediante fugas, en algunas
ocasiones mediante efusiones de sangre (reales o imaginarias)
seguidas de fugas interminables, como si los personajes
de Arcimboldi, acabado el libro, saltaran literalmente
de la última página y siguieran huyendo», fieles a este carácter
itinerante, de búsqueda muchas veces infructuosa y
de huida que marca la escritura de Bolaño. Por eso, los
alumnos de Amalfitano «comprendieron que un libro era
un laberinto y un desierto. Que lo más importante del
mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse
nunca». Este carácter de provisionalidad da una enorme
libertad al escritor, que se permite los riesgos de sus contemporáneos
más audaces con los que explícitamente se
identifica; pero al mismo tiempo, por lo que hay de aventura
constante, sus textos mantienen la tensión tradicional.
Es decir, sus novelas no dejan nunca de ser novelas
como las hemos entendido siempre. Y la fracturación es la
que obliga al editor de sus obras inéditas a respetar el legado
de un escritor para quien toda novela es parte de la
gran novela siempre empezada y siempre en busca de un
final que se le presenta como una utopía.
Por lo que se refiere al título, también se presta a una
serie de reflexiones. Los sinsabores del verdadero policía es
sin duda el menos bolañano de sus títulos y sin embargo
queda claro, a partir de los textos mecanografiados y de
los conservados en el ordenador, que para Bolaño era el título
definitivo. Estamos ante lo que parece un título descriptivo,
largo, sin el ritmo a que nos tiene acostumbrados
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y sin la mínima provocación o extrañeza (¿qué puede significar
detectives salvajes o putas asesinas?). Y sin emhargo
encierra una clave en una escritura llena de claves, metáfora
que nos remite no sólo a Los detectives salvajes sino, sobre
todo, a otro tipo también poco bolañano, el de la novela
inacabada de Padilla, El dios de los homosexuales.
Ambos encierran una clave: ya he dicho que el verdadero
policía no es otro que el lector, condenado desde el principio
a los sinsabores de encontrar continuamente pistas falsas,
como el rey de los homosexuales no es otro que el
sida, una metáfora de la enfermedad que lleva fatalmente
a la muerte y que impide a Padilla terminar su novela.
De este modo, nos encontramos aquÍ con un «detective
» que es Amalfitano, el crítico, en torno al cual gira toda
la dimensión metaliteraria de la novela. Hay un policía
que es el lector. Y hay un verdadero protagonista que es
Padilla. Detective, lector/autor y heraldo de la muerte son
los que protagonizan una búsqueda que no tiene fin (que
no tiene un final). Esto nos obliga más que nunca a concentrarnos
en el desarrollo narrativo, lo que implica que
toda la tensión no está en el desenlace sino en lo que está
ocurriendo. No de otra forma leemos el Quijote, una novela
que se mantiene viva a pesar de su final, pues quien
muere no es el caballero andante sino el mediocre hidalgo.
Y, como en el Quijote -es decir, como en la mejor novela
contemporánea-, el fragmento tiene tanto valor como
la posible unidad que se le exige a la novela, con un añadido:
los fragmentos, las situaciones, las escenas, son unidades
cerradas que sin embargo se integran en una unidad
superior no necesariamente visible. Casi podría decirse que
volvemos al origen de la literatura, al cuento o, mejor dicho,
a una sucesión de cuentos que se apoyan los unos a
los otros. Por supuesto hay un hilo que une a Amalfitano,
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a su hija Rosa, a su amante Padilla, a la amante de éste,
Elisa, a Arcimboldi, a los Carrera, al singular poeta Pere
Girau; como quedan unidos, en otro contexto, Pancho
Monje, Pedro y Pablo Negrete o el chófer Gumaro. Y lo
mismo ocurre con los distintos espacios geográficos en los
que nos movemos, sean Chile, México -y, con México,
Santa Teresa y Sonora- o Barcelona, familiares a los lectores
de Bolaño. Hay incluso una relación muy fuerte entre
el principio y el final, entre la pasión por la literatura de
Padilla y el descubrimiento final de que Elisa es la muerte.
Pero lo que hace a la novela memorable no es su unidad
(que permite el creciente protagonismo de Padilla, víctima,
como Don Quijote, de la literatura y del amor, en este
caso el enfermizo amor de nuestros tiempos), sino las distintas
situaciones y lo que cada una de ellas sugiere.
N os movemos, como es propio de la narrativa contemporánea,
en el terreno de la violencia, de los desencuentros,
de la extrañeza, de la extravagancia, de la enfermedad,
de la sublime degradación. Se suceden las historias:
la de la azafata y el mango, la del sorche y su
confusión con la palabra kunst, la Cena Informal con los
patriotas italianos, la visita al numerólogo, el striptease comunicativo,
las cinco generaciones de María Expósito, el
muerto en el cuarto de los empleados o el texano y la exposición
de Larry Rivers. Hay una burla de la escuela porosina
del maestro Gabito, de los profesores de Rosa o,
proféticamente, de estos escritores frustrados como Jean
Machelard, que decide abandonar sus pretensiones literarias
y dedicarse a la carrera de otros escritores: «Se ve a sí
mismo como un médico en un leprosario de la India,
como un monje entregado a una causa superiof.» Y, supuestos
salvadores aparte, la literatura tiene, como la ha
tenido siempre en Bolaño desde La literatura nazi en Amé-
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rica, una presencia ambigua y definitiva, donde el homenaje
se suele confundir con la crítica que, por velada, puede
ser doblemente feroz además de hilarante. Es la ambigüedad
que vemos con Pablo Neruda en Nocturno de Chile o
con Octavio Paz en el Parque Hundido de Ciudad de
México en Los detectives salvajes. Pero determinados escritores,
aquí representados por los poetas bárbaros -los poetas
malditos de hoy, presentes ya en Estrella distante-, le interesan
especialmente por lo que tienen de poetas de la impureza,
muy cercana a la impureza que le interesa a Ricardo Piglia.
E impuros lo son asimismo todos sus personajes,
víctimas y testigos privilegiados de la violencia en todas sus
expresiones, que aquí alcanza su punto más alto en la sección
«Asesinos de Sonora», pero también en el dios de los
homosexuales, que es «el dios de los que siempre han perdido
», «el dios del Conde de Lautréamont y de Rimbaud». Y
están, por supuesto, las novelas de Arcimboldi, brillantemente
resumidas, la novela in acabada de Padilla o las cartas
que se escriben Amalfitano y Padilla. Más que metaliterario
podríamos decir intraliterario, puesto que todo forma parte
del desarrollo argumental.
Los sinsabores del verdadero policía tiene un especial interés
por su estrecha relación con el mejor Bolaño, por la
fertilidad de su invención, por su identificación con los
perdedores, por una ética que no necesita de principios
éticos, por la lúcida lectura que hace de autores cercanos a
él, por su radical independencia, por ofrecernos una novela
moderna que no pierde el placer de la narración, por la
implacable fidelidad a los lugares donde se ha educado y
donde se ha hecho como escritor, a un cosmopolitismo
que expresa una forma de ser y de vivir, a una entrega feliz
y desesperada a la creación, lejos de sus resonancias sociales.
Su escritura resulta siempre enormemente clara y sin
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embargo está escrita desde las zonas más oscuras (el sexo,
la violencia, el amor, el desarraigo, la soledad, las rupturas)
del ser humano: «Todo tan sencillo y terrible», porque
«la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha
». Y no es casual que se sienta especialmente atraído
por los poetas: son ellos los que han dado a su prosa la capacidad
de expresar la ternura, la infelicidad y el desarraigo.
¿Cómo es posible que haya tanto humor en medio de
tanta desolación, tanta delicadeza en medio de tanta violencia?
Y es que en cada libro de Bolaño acabamos por encontrar,
como lo encontramos claramente aquí, al mejor
Bolaño. Un autor horrorizado por la violencia de nuestro
siglo, desde los nazis hasta los crímenes del norte de México,
que se identifica con los perdedores y que convierte su
obra en una autobiografía, lo que explica en gran parte la
mitificación de su figura, precisamente porque la gran ausencia
que representa su muerte se hace presencia a través
de unas páginas que culminan en 2666, porque allí parece
desarrollar y condensar todas sus experiencias como ser
humano y como escritor. En Los sinsabores del verdadero
policía volvemos a encontrar a este Bolaño que se nos ha
hecho tan familiar como imprescindible. No deja de ser
estremecedor que en las páginas de este libro encontremos
una extraordinaria vitalidad constantemente amenazada,
sin embargo, por la conciencia de la enfermedad física,
pero también por la enfermedad moral de una época. Vitalidad
y desolación son inseparables.
JUAN ANTONIO MASOLlVER R

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