Carlos Bousoño y el irracionalismo poético
Carlos
Bousoño no escribió un tratado: escribió una cartografía del temblor. El
irracionalismo poético (El símbolo) no es sólo una obra crítica, sino una
tentativa de desentrañar el misterio que ocurre cuando el lenguaje deja de
obedecer a la lógica y se convierte en emoción preconsciente.
¿Qué propone
Bousoño?
- Que el símbolo poético no
necesita ser entendido para conmover.
- Que la imagen poética opera en
el lector como un eco oscuro, no como una fórmula racional.
- Que la poesía moderna, desde
Baudelaire hasta los surrealistas, ha abandonado la claridad para abrazar
la ambigüedad fértil.
- DR. ENRICO PUGLIATTI
Capítulo I
CONSIDERACIONES INICIALES
SIMBOLISMO COMO USO DE CIERTO PROCEDIMIENTO
RETÓRICO (EL SÍMBOLO)
Y SIMBOLISMO COMO NOM
BRE DE UNA ESCUELA LITERARIA FINISECULAR
El presente libro se propone hablar de una de las técnicas
más originales y propias de la poesía contemporánea, a partir
de Baudelaire: la técnica simbolizadora, de naturaleza irra
cional. Debo aclarar, de entrada, que una cosa es este simbo
lismo o irracionalismo técnico, que consiste exclusivamente
en la utilización de símbolos dentro de la expresión poemática,
y otra cosa muy diferente el simbolismo de la escuela simbo
lista francesa, que aunque pueda utilizar, claro está, símbolos,
en el exacto sentido de «procedimiento retórico» que esta pala
bra tiene en nuestra terminología (de ahí el nombre del movi
miento en cuestión), no consiste en tal uso: abarca también
otros elementos que se hallan en una relación estructural (y
eso es lo decisivo) con el mencionado
l. Como se sabe, el sim
1
Mi tesis acerca del carácter estructural de las épocas literarias y
la relación de estas con las obras concretas de los autores individuales
puede verse en varios trabajos míos, que paso a enumerar: Teoría de la
expresión poética, 6.a edición, Madrid, ed. Gredos, 1977; La poesía de
Vicente Aleixandre, 3.a edición (2.a de Gredos), Madrid, 1968; «El impre
sionismo poético de Juan Ramón Jiménez (una estructura cosmovisio-
naria)», Cuadernos Hispanoamericanos, oct.-dic. 1973, núms. 280-282;
8
El irracionalismo poético
bolismo francés, la escuela simbolista en lengua francesa de
fines del siglo xix y comienzos del xx (exactamente la escuela
formada por la generación llamada de 1885 2) es una tendencia
«Prólogo» a las Obras Completas de Vicente Aleixandre, Madrid, ed.
Aguilar, 1968; «Prólogo» al libro Poesía. Ensayo de una despedida, de
Francisco Brines, Barcelona, Plaza y Janés, 1974; y, en fin, «Prólogo» a la
Antología Poética de Carlos Bousoño, Barcelona, Plaza y Janés, 1976.
No es cosa de repetir aquí lo dicho en esas obras. Sólo recordaré, aun
que sucintamente, dos cosas: 1.°, el fundamento que me guió en la expo
sición doctrinal y
2.°, cuál sea la más importante innovación, a mi jui
cio, de ésta. El fundamento de que hablo consiste en mostrar que toda
época artística se manifiesta como una determinada organización de sus
características, a partir de un elemento central que las ha producido,
como meras consecuencias psicológicas suyas en el ánimo del autor.
Esto, aunque referido no a las épocas, sino a las obras individuales,
estaba, en alguna medida, dicho ya por Bergson, para la filosofía, y por
Ortega, y luego por Pedro Salinas, para la literatura. Lo nuevo, a mi
entender, es esto otro. Tal elemento central, germen, foco o motor de
cada época es siempre, en todo instante histórico, el mismo en cuanto
a lo genérico, un cierto impulso individualista (individualismo: confian
za que tengo en mí mismo en cuanto hombre). La diferencia entre unas
épocas y otras viene entonces dada, exclusivamente, por el diferente
grado con que ese individualismo se ofrece, grado que, a su vez, tiene
origen social, y eso es lo que confiere a aquél la indispensable objeti
vidad y lo hace vinculante para todos los hombres que viven un deter
minado tiempo histórico.
(Véase la nota 22 a la pág. 87 del presente libro
y sobre todo el cap. XIV de éste y su nota final.)
El sistema cosmovisioftario de cada época permanece cualitativa
mente inmóvil y sólo sufre desarrollos cuantitativos mientras el indivi
dualismo se halle situado entre dos puntos de una escala, esto es, mien
tras pase, en su graduación, de un cierto nivel y no llegue a otro que
hace de punto crítico, pues, cuando esto último sucede, sobreviene una
reestructuración, y lo que aparece es una época nueva, con una diversa
colocación de sus elementos en una trama. No son, pues, tales elementos
los que constituyen la época, sino su disposición en un sistema o estruc
tura.
El romanticismo, por ejemplo (o el simbolismo) no consiste, por
consiguiente, en la suma de sus características, sino en el sistema de
relaciones que entre sí esas características establecen. Y es que, una
vez nacida del modo dicho, cada característica influye estructuralmente
sobre el sentido de todas las otras.
2
La constituirían ciertos poetas nacidos, digamos, entre 1855 y 1870.
Si no distinguimos entre decadentes, simbolistas propiamente dichos y
«escuela romana», la lista, como es bien sabido, sería, más o menos,
Consideraciones iniciales
9
literaria (y no sólo literaria) afín al modernismo, aunque de
ninguna manera coincidente con él. Creo que difícilmente po
dríamos hallar vocablos más confusos y equívocos, de entre
los de la terminología crítica, que estos de «modernismo» y
«simbolismo». La razón de tal equivocidad yace, a mi juicio,
en el carácter escasamente científico con que se ha abordado
hasta ahora el estudio de las épocas literarias. Sólo una con
sideración estructural podría orillar, acaso con éxito, esas
dificultades3. Lo que me importa de momento decir es que
ésta: Verhaeren, Rodenbach, Laforgue, Khan, Moréas, Ghil, Samain, Stuart
Merril, Vielé-Griffin, Regnier, Saint-Pol-Roux, Lerberghe, Raynaud, du
Plessys y Maurras.
3 De un mismo grado de individualismo pueden surgir muy diversas
opciones, que se darán o no, según la psicología (profunda y no pro
funda), la biografía (consciente e inconsciente), la clase social, etc., de
cada artista, y según la capacidad de éste para superar o no tales con
dicionantes; e incluso según la «forma» social de la época como tal, e
incluso la del país o región específicos. Las estructuras cosmovisionarias
son, pues, resultado de un sistema de posibilidades, no de forzosida-
des. Lo único forzoso en cada época es el grado de individualismo que
en ella objetivamente se vive, pues tal grado es fruto, tal como indiqué
en nota a la página anterior, del acondicionamiento social, que objeti-
viza, efectivamente, en la sociedad, una cierta idea de las posibilidades
humanas como tales.
Del grado individualista de que se trate (llamé
moslo A) brotará, pongo por caso, la característica B, que, a su vez,
dará origen a otra C, y ésta a otra D, y así sucesivamente. Pero en vez
de esta rama A-B-C-D podría darse otra A-B’-C'-D’, o, frecuentemente,
las dos de modo simultáneo, o incluso muchas más (aquí no hay límite
alguno). Por su parte, cada término B, C, D (o B', C' o D') puede pro-
liferar en todas direcciones. Así, por ejemplo, B en lugar de producir
sólo un miembro C podría engendrar varios: C1( C2, C3, etc. Y lo propio
les acontecerá a los miembros C, D, etc., que se desarrollarían, en nues
tro supuesto, en las series, digamos, Cj, C2, C3 y Dj, D2, D3, etc. Ahora
bien: tanto el modernismo como el simbolismo consisten en una «rece
ta» ideal en que entran varias de estas posibilidades en una determinada
dosis. Pero como cada persona particular, cada poeta, por ejemplo,
contraría o puede contrariar esa dosis en algún punto o en alguna
proporción (pues, como digo, tal dosis sólo existe en el sistema como
una posibilidad, y no como algo obligatorio), las mencionadas variacio
nes habrán de sumir en confusión al crítico que suponga al modernismo
o al simbolismo un carácter de entidad absoluta. El simbolismo o el
modernismo, etc., son sólo posibilidades, o, si se prefiere, probabili
10
El ir racionalismo poético
la utilización de símbolos como procedimiento técnico de la
expresión poemática es algo que excede amplísimamente, y por
sitios diversos, a la llamada escuela simbolista. Por lo pronto,
el uso de símbolos es anterior a esta última.
Aparte de San
Juan de la Cruz, que los utilizó de modo generoso y siste
mático 4, los símbolos se dan, aunque esporádicamente, en
algunos románticos5, y luego en Baudelaire6, Verlaine7, Rim
baud, Mallarmé, etc. Pero si en vez de mirar hacia atrás, nuestra
mirada se desplaza hacia adelante, aún es más evidente el des
bordamiento de que hablamos, ya que la frecuencia y la com
plejidad de la simbolización en poesía no hizo sino crecer
después del cese de la escuela simbolista. Son muchísimo
más simbolizadores, y de manera bastante más complicada y
clades de una época dada, precisamente la finisecular, época que admitía
también otras soluciones individuales, más o menos afines (y acaso
poco o nada afines) al modelo ideal. Lo que de veras hay en cada pe
ríodo es un grado de individualismo y la suma (innumerable) de sus
posibles consecuencias, una de las cuales, para el período indicado, sería
ese dechado de conducta estética que denominamos, repito, simbolis
mo o modernismo. En la época fin de siglo había, a mi juicio, entre otras,
estas tres probabilidades más evidentes: 1.°, la rama irracionalista (uso
de símbolos, etc.); 2.°, la rama esteticista (que pone el arte, la belleza,
en cuanto impresión artística, por encima de la vida); y 3.°, la rama
impresionista (remito a mi artículo antes citado sobre el impresionis
mo de Juan Ramón). Según la frecuencia y la intensidad con que se
recayese en estas tres ramas de posibilidades, o prácticamente se rehu
yese y anulase alguna de ellas, se era modernista y no simbolista, o al
revés, o bien impresionista, ctc. (Por supuesto, el tema, para su ade
cuada inteligibilidad, requeriría desarrollos que la economía de este libro
me impide.)
4 Véase Jean Baruzi: Saint Jean de la Croix et le probléme de l’expé-
rience mystique, 2.a ed., París, 1931, pág. 223; véase también Dámaso
Alonso: La poesía de San Juan de la Cruz, Consejo Superior de Investi
gaciones Científicas, Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, 1942, pági
nas 215-217. Véase asimismo mi libro Teoría de la expresión poética,
5.a ed., Madrid, ed. Gredos, 1970, t. I, capítulo XI, titulado «San Juan
de la Cruz, poeta contemporáneo», págs. 280-302.
5 Véanse las págs. 106, 113, 134, 135 y 141 (notas).
6 Véanse las págs. 73 (y nota 11), 85-86, 101, 106 y 114 de este libro.
7 Véanse las págs. 74-75, 76, 102, 107, 108 y 136.
Consideraciones iniciales
11
ardua, por ejemplo, los superrealistas que los simbolistas
finiseculares 8.
No vale tampoco hablar de «epigonismo»9: los miembros
de la generación del 27 en España, o, digamos, Neruda en Chile,
o el Eliot de Four Quartets o de Waste Land, o el Rilke de las
Elegías del Duino, o, por supuesto, Breton, Aragon o Éluard,
de ninguna manera deben considerarse como epígonos del sim
bolismo finisecular, aunque utilicen, o puedan utilizar los
símbolos en cantidades abrumadoramente mayores y, sobre
todo, en formas mucho más arborescentes, «difíciles» y espec
taculares que en esta última tendencia.
Hablar de epigonismo
para casos como los indicados, por razón del uso de símbolos
me parece tan erróneo como llamar «renacentista» a Dante
o bien a Espronceda, Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Antonio
Machado, Cernuda, Cuillén, etc., por la mera razón de que to
dos ellos coincidan en el empleo de endecasílabos. Lo mismo
que el Renacimiento se manifiesta como una estructura, dentro
(y no fuera) de la cual el endecasílabo es sólo un ingrediente, el
símbolo surge como uno, y sólo uno, de los muchos elementos
que, en relación estructural, constituyen la llamada «escuela
simbolista». Sacados de la estructura en la que constan, ni
el endecasílabo es «renacentista» ni el símbolo (procedimiento
retórico) es «simbolista» (escuela literaria)10.
8 Ese será uno de los puntos que trataré extensamente en mi libro
de inmediata publicación Superrealismo poético y simbolización.
9 Tal como hace J. M. Aguirre en su libro Antonio
Machado, poeta
simbolista, Madrid, Taurus Ediciones, 1973, en
las págs.
55 («otro de los
epígonos del simbolismo, Jorge Guillén»), 64 («Gerardo Diego... un epí
gono del simbolismo»), etc.
1° Ya hemos dicho que las características,
por sí mismas, no tienen
nada que ver con época alguna, pues una época es sólo una estructura.
Es la relación de la característica con la estructura, o, enunciado de forma
algo distinta, es la incorporación de la característica a la estructura
lo que hace a aquella renacentista, simbolista, etc. Repito lo afirmado
en el texto: el endecasílabo o el soneto de Dante no son, en absoluto,
renacentistas; como tampoco lo son, y por los mismos motivos, el en
decasílabo o el soneto de Lorca o de Guillén. Apliqúese idéntico crite
rio a la consideración del símbolo. Lo mismo que el endecasílabo se dio
12
El ir racionalismo poético
BIBLIOGRAFÍA SOBRE EL SÍMBOLO
La bibliografía sobre el simbolismo-escuela resulta ya con
siderable n; pero el análisis que desde esa perspectiva se ha
hecho de lo que sea el «símbolo-procedimiento retórico» deja
al lector bastante insatisfecho, por la pobreza, extemidad,
simplicidad y vaguedad de sus conclusiones. Algo, en cierto
modo, parecido ocurre, si de aquí pasamos a la bibliografía
que del lado de la Lingüística se nos ofrece: encontramos en
ella más precisión, pero en una dirección que, contemplada des
de nuestros intereses, se nos antoja no menos externa que la
otra.
El problema se ve también, en efecto, desde fuera: se
habla con bastante exactitud de las diferencias y semejanzas
que unen y separan a los signos-símbolos de los otros signos:
los alegóricos, los emblemáticos y los puramente indicativos.
Pero nada hay que se refiera a lo que sean en sí mismo y
desde dentro los símbolos; es decir, a lo que nosotros vamos
a denominar «proceso preconsciente» que los origina; en con
secuencia a cómo se producen y por qué tales recursos en la
mente del autor y del lector; ni a cuál sea la razón de sus
misteriosas propiedades. Alguna vez, incluso, confunden los lin
güistas simbolismo y connotación12.
tanto antes como después del Renacimiento, el símbolo se dio tanto
antes (San Juan de la Cruz, ciertos poetas románticos, y luego Baudelai
re, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé) como después de la escuela simbolista.
Buenos ejemplos de ello los tendríamos en nombres como los de Va
léry, Guillén, Aragon, Éluard, Lorca, Cernuda, Aleixandre, etc., etc. Hoy
mismo han vuelto a utilizar con frecuencia la simbolización numerosos
poetas; pero ni aun en la época realista de la posguerra, tan denodada
mente antisimbolizadora, cayó en completo desuso la técnica que nos
ocupa.
11 Véase la bibliografía que recojo en las páginas finales de este libro.
12 Los lingüistas, como es natural, se han ocupado mucho más, al
entrar más de lleno en su principal competencia, de las connotaciones
que de los símbolos. Ahora bien: al estudiar las connotaciones se desli
zan a veces hacia la consideración del símbolo sin percatarse de que
el símbolo es otra cosa muy distinta, pariente de la connotación (y
Consideraciones iniciales
13
El Psicoanálisis y la Etnología, y aun la Historia de ciertos
períodos, por ejemplo, la Edad Media 13 han mostrado, por su
parte, en nuestro siglo, la importancia extrema de la simboli
zación como tendencia general humana; se han estudiado (y
más aún a partir de 1964) las tendencias simbolizantes de la
mente primitiva y sus relaciones con las costumbres tribales,
con los mitos, etc. Pero todo esto, y, como digo, los trabajos,
tan distintos, de los psicoanalistas (Freud, Jung, etc.), aunque,
desde otro punto de vista, sean, por supuesto, de gran valor y
profundidad (y hasta genialidad en algún caso), no han aña
dido tampoco gran cosa al conocimiento que a nosotros nos
importa más. Aquello en que consista el símbolo como tal
símbolo en su última y decisiva almendra ha seguido ofre
ciéndose, de hecho, como asunto intocado.
De todos estos trabajos (bastantes de sumo interés) proce
dentes de tan distintas disciplinas, saca el estudioso una idea,
supongamos que suficiente, de los efectos que produce el sím
bolo en el ánimo de su receptor (lector o espectador) y hasta
el conocimiento de algunos (y sólo algunos) de sus numero
sos atributos. Pero nada o muy poco se aprende, insisto, sobre
lo que resultaría más sustancial y provechoso para nosotros,
a saber: la causa de tales atributos y efectos. Se habla, por
ejemplo, de que el símbolo es «la cifra de un misterio» 14; de
de ahí la confusión) pero diferente de ella en puntos esencialísimos.
Esta confusión se halla en forma implícita en todos aquellos lingüistas
que extienden el concepto de connotación hasta abarcar a cuantas aso
ciaciones, del orden que sea, ostente la palabra. Así, por ejemplo, A.
Martinet («Connotation, poésie et culture», en To honor R. Jacobson,
vol. II, Mouton, 1967). Entre nosotros, el reciente libro de J. A. Mar
tínez (Propiedades del lenguaje poético, Universidad de Oviedo, 1975)
incurre en idéntica confusión de una manera especialmente explícita
(págs. 172, 189 y 450, entre otras). Véase más adelante, el cap. IX del
presente libro, donde trato el tema en forma extensa.
13 J. Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, ed. Revista de
Occidente, 1961, págs. 277-293.
m p. Godet, «Sujet et symbole dans les arts plastiques», en Signe et
symbole, pág. 128. Aluden a esta cualidad de los símbolos numerosos
críticos. P. ej., Jean-Baptiste Landriot, Le symbolisme, 3.a ed., 1970, pá·
14
El ir racionalismo poético
su tendencia a la repetición 15; de su naturaleza proliferante 16,
emotiva 17, no comparativa sino identificativa 18, de su capacidad
para expresar de modo sugerente19 estados de alma comple
gina 227; J. M. Aguirre, op. cit., págs. 40, 86, 92, etc.; Ernest Raynaud,
La. Mélée symboliste (1890-1900), París, 1920, pág. 92; Charles Múrice,
«Notations», Vers et Prose, t. VII, septiembre-noviembre, 1906, pági
na 81, etc. Entre nosotros, Machado (poema LXI: «el alma del poeta / se
orienta hacia el misterio»), Rubén Darío (habla de Machado: «misterioso
y silencioso — iba una y otra vez»), etc.
15 Svend Johansen, Le symbolisme. Étude sur le style des symbolistes
frangais, Copenhague, 1945, pág. 219; Anna Balakian, El movimiento sim
bolista, Madrid, ed. Guadarrama, 1969, pág. 134.
Precisamente, la repe
tición hace perder a los símbolos su cualidad de misterio y opacidad,
como ya indicó Amiel en Fragments d’un journal intime, 27-XII-1880
(«cuando los símbolos devienen transparentes ya no vinculan: se ve
en ellos ... una alegoría y se deja de creer en ellos»). La conversión
del símbolo en alegoría a fuerza de repeticiones explica la división que
hace Maeterlinck de los símbolos en dos categorías: símbolos «a priori»
(deliberados) y símbolos «más bien inconscientes» (en Jules Huret,
Enquéte sur l’évolution littéraire, 1891, págs. 124-125). Véase también
T. de Visan, Paysages introspectifs. Avec un essai sur le symbolisme,
París, 1904, págs. L-LII.
16 Jean Baruzi, op. cit., pág. 223; Dámaso Alonso, op. cit., págs. 215
217; Johansen, op. cit., pág. 131; Maeterlinck (en el libro antes mencio
nado de Jules Huret, Enquéte..., pág. 127); Verhaeren (en Guy Michaud,
La doctrine symboliste. Documents, París, 1947, pág. 89).
17 A. Thibaudet: «Remarques sur le Symbole», Nouvelle Revue Fran-
gaise, 1912, pág. 896; H. de Régnier, Poetes d’aujourd'hui, 1900. Citado
por Guy Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76.
18 T. de Visan, Paysages..., ed. cit., pág. LII; Marcel Raymond, De
Baudelaire al surrealismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1960,
pág. 43; Juan Ramón Jiménez, El modernismo. Notas de un curso, Mé
xico, 1962, pág. 174.
19 Es frecuente que los críticos hablen de sugerencia refiriéndose
al símbolo, pero sin precisar nunca qué clase de sugerencia es la suya.
En mi Teoría de la expresión poética, ed. cit., t. II, págs. 320-337, he
intentado establecer el carácter irracional de la sugerencia simbólica, a
diferencia de otro tipo de sugerencia (precisamente la más frecuente en
poesía) que tiene carácter lógico, en cuanto que lo sugerido aparece
como tal en la conciencia, y no sólo en la emoción, característica esta
última de la sugerencia irracional de los símbolos. No se hace esta dis
tinción (que considero indispensable) entre lo irracional y lo lógico de
Consideraciones iniciales
15
j o s20 o una multiplicidad semántica21, etc.; o, como ya dije,
la diferencia con la alegoría22, o con los signos indicativos de
la lengua23.
Nosotros aludiremos también, por supuesto, a las
propiedades de los símbolos; pero sólo en cuanto consecuen
cias de la índole misma de estos, la cual es, precisamente, en
mi criterio, su irracionalismo (dando a tal expresión un deter
minado sentido, que pronto hemos de ver). De este enfoque
la sugerencia en la bibliografía sobre el símbolo. Se habla ele sugeren
cia, y nada más. Así, Mallarmé en un texto muy conocido (Huret, op. cit.,
pág. óO); Régnier, Poetes d’aujourd’hui, 1900 Citado por Michaud, op.
cit., págs. 55-56 y 73-76; Charles Morice, en Huret, op. cit., pág. 85; Visan,
op. cit., pág. XLIX.
.
Y sin embargo, la relación entre el símbolo y lo inconsciente ha sido
manifestada por varios autores (por ejemplo, Philip Wheelwright, Meta
phor and Reality, Indiana University Press, 6.a ed., 1975, pág. 94; dice
en esa página que el símbolo «se nutre de una multiplicidad de asocia
ciones relacionadas la mayor parte de las veces de manera subconscien
te y sutil»); esa relación con el inconsciente aparece más manifiesta y
estudiada en los psicoanalistas, a partir de Freud. Jung llega a la espe
cificación (a la que me incorporo) de «preconsciente» (C. C. Jung,
«Introduction» a Victor White, O. P., God and the unconscious, 1952,
Collected Works, vol. II, Londres, 1958, pág. 306). Otros autores son
mucho más imprecisos. Hemos visto a Maeterlinck decir que los verda
deros símbolos son «más bien inconscientes», involuntarios (Huret, op.
cit., pág. 124-125). Algo semejante en Visan, op. cit., págs. L-LIII.
Durand
habla de que «el inconsciente es el órgano de la estructuración simbó
lica» (Gilbert Durand: L’Imagination symbolique, París, Presses Uni
versitaires de France, 1976, pág. 56). La posible concienciación de los sím
bolos era también cosa conocida (Amiel, op. cit., 27-XII-1880). Pero de
estas consideraciones generales no se pasaba nunca hacia mayores pre
cisiones.
20
22
Edmund Wilson, Axel's Castle, Nueva York, 1936, págs. 21-22;
Marcel Raymond, op. cit., pág. 41; Georges Pellisier, «L’évolution de la
poésie dans le dernier quart de siécle», Revue de revues, 15-111-1901;
Mallarmé (en Huret, op. cit., pág. 60).
21 Barbara Seward, The symbolic rose, New York, 1960, pág. 3.
Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19; Albert Mockel, Propos de
littérature, 1894 (en Michaud, op. cit., pág. 52); Fr. Creuzer, Symbolik
und Mythologie der alten Volker, I, pág. 70; P. Godet, op. cit., pág. 125;
Olivier Beigbeder, La symbolique, París, Presses Universitaires de Fran
ce, 1975, pág. 5; J. Huizinga, op. cit., pág. 281.
23 Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19.
16
El ir racionalismo poético
diferente, nuevo en lo esencial, nacerán todas las demás dis
crepancias entre el presente libro y cuantos le han precedido
en el estudio del tema. Creo, por eso, poder decir que la obra
que ahora emprendemos intenta explorar la naturaleza del
símbolo literario en una dirección prácticamente desconocida
que espero habrá de rendirnos un conocimiento más exacto y
complejo de nuestra específica cuestión, conocimiento que,
además, tal vez, de rechazo y mutatis mutandis, pueda ser
generalizado con provecho hacia las otras disciplinas intere
sadas hoy en el simbolismo.
LAS FRONTERAS DE NUESTRO ESTUDIO
Un último punto debo tocar aún brevemente antes de dar
por terminado este primer capítulo. Me refiero a los límites
estrictos que nos impondremos en la consideración del objeto
de nuestro estudio. Lo que me propongo investigar es el irra-
cionalismo o simbolismo poético contemporáneo, pero sólo en
una como vista panorámica general, sin entrar para nada, en
principio, ni en problemas de historia, ni en las diferencias
específicas que evidentemente existen entre las varias ma
neras de producirse ese simbolismo o irracionalismo en las
sucesivas etapas que, en el desarrollo de tal recurso a lo largo
del tiempo, pueden fijarse, y que son, en nuestra cuenta (de
jando aparte su último rebrote en la actualidad), tres: 1.°, el
simbolismo de los simbolistas de la escuela francesa así llama
da y sus allegados de otros países (en España, A. Machado,
por ejemplo, o el primer Juan Ramón Jiménez); 2.°, el simbo
lismo de los poetas aún no vanguardistas, pero posteriores a
los considerados en el punto precedente (así, el Lorca de las
Canciones y del Romancero Gitano, o el Juan Ramón de algu
nas de las «Canciones de la nueva luz»); y 3.°, el simbolismo
de los superrealistas. Este enfoque especificador de discrepan
cias constitucionales, entre los diversos irracionalismos que se
han venido sucediendo, merecía, en mi criterio, un libro apar
te, que tengo ya escrito y pronto aparecerá con el título de
Consideraciones iniciales
17
Superrealismo poético y simbolización. Y es extraño: al reali
zar la equiparación entre las distintas formas de la irraciona
lidad poemática resulta que, según he creído comprobar, se
arranca tal vez al símbolo en su aspecto general un inesperado
último secreto más significativo y recóndito, que, curiosamente,
sólo podía reconocerse desde ese enfoque comparativo. Pero
antes de llegar a ese punto final era preciso deslindar, minu
ciosamente, otros importantes extremos, que van a constituir,
justamente, la materia de nuestras actuales reflexiones.
Como acerca del símbolo había hablado yo ya en mi Teoría
de la expresión poéticaM, y antes en mi libro sobre Aleixan
d re25, y aún en El comentario de textos26, no. sorprenderá al
lector que en algunas de las presentes páginas me haya visto
precisado a repetir conceptos establecidos por mí mismo en
tales obras, aunque por supuesto, he procurado que tales rei
teraciones se limiten a lo ineludible. Para ampliar los puntos
ya tratados por mí antes y ahora sólo esquematizados, el lec
tor deberá, en consecuencia, ir, si así lo desea, a las mencio
nadas publicaciones.
24 Desde su primera edición en Gredos (1952) hasta la 6.a (Credos,
1977), que casi cuadriplica su tamaño inicial y donde trato el tema,
por tanto, con bastante más extensión.
25 Primera edición, Madrid, ed. Insula, 1950; 2.a ed. de Gredos, Ma
drid, 1968.
26 El comentario de textos, de varios autores, Madrid, Editorial Cas
talia, 1973, págs. 305-338. El capítulo firmado por mí al que aludo se
titula «En torno a 'Malestar y noche' de García Lorca» (págs. 305-
338).