viernes, 18 de julio de 2025

📚 1975: el año que selló el verbo —dictamen de fundación literaria ✍️ Por Enrico Giovanni Pugliatti, en espejo ritual con J. Méndez-Limbrick

 🔱 1975: el año que fundó el verbo moderno ✍️ Por Enrico Giovanni Pugliatti, en dictamen especular con J. Méndez-Limbrick

🜂 I. Cámara inicial: ¿Por qué 1975?

El año 1975 no fue solo un cambio de calendario —fue un umbral literario. Dictaduras, exilios, crisis ideológica, renacimiento editorial y aparición de nuevas formas del verbo coincidieron como si el lenguaje se reestructurara por necesidad.

  • En América Latina, el Boom ya mostraba signos de madurez.

  • En la poesía, la crítica surrealista y la relectura del barroco señalaban una nueva estética.

  • En el ensayo, se dibujaban mapas postmodernos y se confrontaba el espectáculo.

🧠 II. 50 obras como estaciones del fuego literario

Con obras como El otoño del patriarca de García Márquez y La tía Julia y el escribidor de Vargas Llosa, 1975 consolidó narrativas que ya no buscaban representar —sino alterar el orden simbólico. Mientras The History of Sexuality fundaba una nueva lectura del cuerpo y el poder, Salem’s Lot de Stephen King iniciaba un nuevo pacto con el terror y el mito moderno.



Consejo Editorial de El laberinto del verdugo.



 

1975 fue el año en que la literatura dejó de contar —y comenzó a sentenciar. Cada obra fue sello, y cada autor, alquimista de su propio descenso.

🏛️ III. Zonas temáticas del corpus 1975

ZonaObras claveFunción simbólica
📘 Crítica institucionalFoucault, Debord, LyotardDerriban los discursos, fundan nuevos pactos
🧱 Narrativa barrocaLezama Lima, Carpentier (reediciones)Reinstalan el laberinto y la complejidad verbal
🔮 Fantasía filosóficaUrsula K. Le Guin, Doris LessingFundan mundos como espejos del nuestro
🪶 Realismo críticoVargas Llosa, García MárquezDenuncian el poder desde el mito político
🎭 Teatro y poéticaLorca, Vallejo, BeckettReconfiguran el verbo como acto corporal y ético

📚 Fragmentos literarios de obras publicadas en 1975 🜂 Selección ritual para la entrada “1975: el año que selló el verbo”

🧱 Narrativa hispanoamericana

Mario Vargas Llosa – La tía Julia y el escribidor

“La vida es una novela que uno escribe sin saber el argumento.” Reflejo del juego entre ficción y biografía que atraviesa la obra.

José Donoso – El jardín de al lado

“La literatura es el lugar donde los exiliados se encuentran.” Una meditación sobre el desarraigo y la creación.

🧠 Ensayo y pensamiento

Guy Debord – La sociedad del espectáculo

“Todo lo que alguna vez fue vivido directamente se ha convertido en una representación.” Crítica radical a la cultura mediática y la alienación.

Jean-François Lyotard – La condición postmoderna

“El saber ya no se transmite por narración, sino por información.” Diagnóstico del cambio epistemológico en la era digital.

🎭 Poesía y teatro

Pablo Neruda – Antología poética (edición 1975)

“Me gustas cuando callas porque estás como ausente.” Verso icónico que condensa el erotismo y la melancolía.

Federico García Lorca – Poeta en Nueva York (edición crítica)

“La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno.” Imagen surreal que denuncia la deshumanización urbana.

Luis Rafael Sánchez – La pasión según Antígona Pérez

“La justicia no se mendiga, se exige.” Fragmento teatral que convierte el mito en denuncia política.

🔮 Narrativa internacional

Ursula K. Le Guin – The Dispossessed

“La libertad es solo una posibilidad entre muchas.” Reflexión utópica sobre el exilio y la estructura social.

Stephen King – Salem’s Lot

“El mal no necesita razones, solo oportunidades.” Inicio del pacto moderno con el terror simbólico.

Heinrich Böll – The Lost Honor of Katharina Blum

“La verdad no se grita, se demuestra.” Crítica a la prensa y al juicio mediático.

 Cada fragmento es un sello. Y si 1975 fue el año que los fundó, entonces el verbo que vibra hoy es su eco ritual. ENRICO GIOVANNI PUGLIATTI.


miércoles, 16 de julio de 2025

La fugitiva: cuando el homenaje se disfraza de novela y termina en entierro machista

 



⚰️ La fugitiva: cuando el homenaje se disfraza de novela y termina en entierro machista

✒️ Por Enrico Giovanni Pugliatti

Sergio Ramírez, ese caballero de Cervantes y de la república de las letras, ha logrado en La fugitiva algo asombroso: una novela que presume de homenaje y termina siendo una sofisticada humillación sin bisturí ético. Yolanda Oreamuno —bajo el alias Amanda Solano— no es exaltada como autora, sino exhibida como mito decorativo: bella, trágica, deseada, atormentada… y convenientemente silenciada.

🧨 Travestismo narrativo y borrado intelectual

Ramírez niega que Amanda sea Yolanda. Pero la biografía coincide con precisión quirúrgica. ¿Por qué esconderla detrás de un seudónimo si se va a desnudar su intimidad con tanto detalle? Porque nombrarla implicaría reconocerla, y reconocerla como escritora sería ceder protagonismo.

La fugitiva no lee a Yolanda, la interpreta desde testimonios ajenos, condescendientes, donde su obra se diluye entre sus supuestos escándalos sentimentales. Las voces narradoras (todas mujeres) no le devuelven agencia: la cosifican con perfume y lástima.

🧠 Machismo literario en clave de prestigio

  • La belleza de Yolanda se celebra más que su prosa. Su carácter, más que su estética. Su tormento, más que su estilo.

  • El autor brilla más que el personaje: el narrador sin nombre se convierte en el verdadero protagonista intelectual, y Yolanda queda reducida a anécdota trágica, no a pensadora literaria.

  • ¿La ruta de su evasión? Apenas mencionada. ¿Sus ensayos, su innovación formal? Ignorados. Todo gira en torno a su deseo, su cuerpo, su rareza.

📚 ¿Qué queda de Yolanda?

Un entierro sin lápida, una novela sin crítica, un homenaje sin lectura. Ramírez la entierra simbólicamente dos veces: como mujer incómoda, y como autora exigente. Y lo hace con estilo, elegancia y aparente respeto, el más peligroso de todos los camuflajes narrativos.

🕯️ Epílogo desde mi sillón florentino

Desde aquí, afirmo sin temblor en la voz que La fugitiva es una novela machista disfrazada de tributo, donde la escritora es convertida en cuerpo narrado, no en mente creadora. Ramírez no eleva a Yolanda: la sofoca bajo el peso de su prestigio. Y si hubiera tenido la decencia de leerla con rigor, esta novela tal vez habría contado con la única voz que importaba: la suya.


CARLOS BOUSOÑO EL IRRACIONALISMO POÉTICO FRAGMENTO

 


Carlos Bousoño y el irracionalismo poético

Carlos Bousoño no escribió un tratado: escribió una cartografía del temblor. El irracionalismo poético (El símbolo) no es sólo una obra crítica, sino una tentativa de desentrañar el misterio que ocurre cuando el lenguaje deja de obedecer a la lógica y se convierte en emoción preconsciente.

¿Qué propone Bousoño?

  • Que el símbolo poético no necesita ser entendido para conmover.
  • Que la imagen poética opera en el lector como un eco oscuro, no como una fórmula racional.
  • Que la poesía moderna, desde Baudelaire hasta los surrealistas, ha abandonado la claridad para abrazar la ambigüedad fértil.

  • DR. ENRICO PUGLIATTI


Capítulo I 

 CONSIDERACIONES INICIALES SIMBOLISMO COMO USO DE CIERTO PROCEDIMIENTO RETÓRICO (EL SÍMBOLO) 

Y SIMBOLISMO COMO NOM BRE DE UNA ESCUELA LITERARIA FINISECULAR

 El presente libro se propone hablar de una de las técnicas más originales y propias de la poesía contemporánea, a partir de Baudelaire: la técnica simbolizadora, de naturaleza irra cional. Debo aclarar, de entrada, que una cosa es este simbo lismo o irracionalismo técnico, que consiste exclusivamente en la utilización de símbolos dentro de la expresión poemática, y otra cosa muy diferente el simbolismo de la escuela simbo lista francesa, que aunque pueda utilizar, claro está, símbolos, en el exacto sentido de «procedimiento retórico» que esta pala bra tiene en nuestra terminología (de ahí el nombre del movi miento en cuestión), no consiste en tal uso: abarca también otros elementos que se hallan en una relación estructural (y eso es lo decisivo) con el mencionado 

l. Como se sabe, el sim 1 Mi tesis acerca del carácter estructural de las épocas literarias y la relación de estas con las obras concretas de los autores individuales puede verse en varios trabajos míos, que paso a enumerar: Teoría de la expresión poética, 6.a edición, Madrid, ed. Gredos, 1977; La poesía de Vicente Aleixandre, 3.a edición (2.a de Gredos), Madrid, 1968; «El impre sionismo poético de Juan Ramón Jiménez (una estructura cosmovisio- naria)», Cuadernos Hispanoamericanos, oct.-dic. 1973, núms. 280-282; 8 El irracionalismo poético bolismo francés, la escuela simbolista en lengua francesa de fines del siglo xix y comienzos del xx (exactamente la escuela formada por la generación llamada de 1885 2) es una tendencia «Prólogo» a las Obras Completas de Vicente Aleixandre, Madrid, ed. Aguilar, 1968; «Prólogo» al libro Poesía. Ensayo de una despedida, de Francisco Brines, Barcelona, Plaza y Janés, 1974; y, en fin, «Prólogo» a la Antología Poética de Carlos Bousoño, Barcelona, Plaza y Janés, 1976. No es cosa de repetir aquí lo dicho en esas obras. Sólo recordaré, aun que sucintamente, dos cosas: 1.°, el fundamento que me guió en la expo sición doctrinal y

 2.°, cuál sea la más importante innovación, a mi jui cio, de ésta. El fundamento de que hablo consiste en mostrar que toda época artística se manifiesta como una determinada organización de sus características, a partir de un elemento central que las ha producido, como meras consecuencias psicológicas suyas en el ánimo del autor. Esto, aunque referido no a las épocas, sino a las obras individuales, estaba, en alguna medida, dicho ya por Bergson, para la filosofía, y por Ortega, y luego por Pedro Salinas, para la literatura. Lo nuevo, a mi entender, es esto otro. Tal elemento central, germen, foco o motor de cada época es siempre, en todo instante histórico, el mismo en cuanto a lo genérico, un cierto impulso individualista (individualismo: confian za que tengo en mí mismo en cuanto hombre). La diferencia entre unas épocas y otras viene entonces dada, exclusivamente, por el diferente grado con que ese individualismo se ofrece, grado que, a su vez, tiene origen social, y eso es lo que confiere a aquél la indispensable objeti vidad y lo hace vinculante para todos los hombres que viven un deter minado tiempo histórico.

 (Véase la nota 22 a la pág. 87 del presente libro y sobre todo el cap. XIV de éste y su nota final.) El sistema cosmovisioftario de cada época permanece cualitativa mente inmóvil y sólo sufre desarrollos cuantitativos mientras el indivi dualismo se halle situado entre dos puntos de una escala, esto es, mien tras pase, en su graduación, de un cierto nivel y no llegue a otro que hace de punto crítico, pues, cuando esto último sucede, sobreviene una reestructuración, y lo que aparece es una época nueva, con una diversa colocación de sus elementos en una trama. No son, pues, tales elementos los que constituyen la época, sino su disposición en un sistema o estruc tura.

 El romanticismo, por ejemplo (o el simbolismo) no consiste, por consiguiente, en la suma de sus características, sino en el sistema de relaciones que entre sí esas características establecen. Y es que, una vez nacida del modo dicho, cada característica influye estructuralmente sobre el sentido de todas las otras. 2 La constituirían ciertos poetas nacidos, digamos, entre 1855 y 1870. Si no distinguimos entre decadentes, simbolistas propiamente dichos y «escuela romana», la lista, como es bien sabido, sería, más o menos, Consideraciones iniciales 9 literaria (y no sólo literaria) afín al modernismo, aunque de ninguna manera coincidente con él. Creo que difícilmente po dríamos hallar vocablos más confusos y equívocos, de entre los de la terminología crítica, que estos de «modernismo» y «simbolismo». La razón de tal equivocidad yace, a mi juicio, en el carácter escasamente científico con que se ha abordado hasta ahora el estudio de las épocas literarias. Sólo una con sideración estructural podría orillar, acaso con éxito, esas dificultades3. Lo que me importa de momento decir es que ésta: Verhaeren, Rodenbach, Laforgue, Khan, Moréas, Ghil, Samain, Stuart Merril, Vielé-Griffin, Regnier, Saint-Pol-Roux, Lerberghe, Raynaud, du Plessys y Maurras. 3 De un mismo grado de individualismo pueden surgir muy diversas opciones, que se darán o no, según la psicología (profunda y no pro funda), la biografía (consciente e inconsciente), la clase social, etc., de cada artista, y según la capacidad de éste para superar o no tales con dicionantes; e incluso según la «forma» social de la época como tal, e incluso la del país o región específicos. Las estructuras cosmovisionarias son, pues, resultado de un sistema de posibilidades, no de forzosida- des. Lo único forzoso en cada época es el grado de individualismo que en ella objetivamente se vive, pues tal grado es fruto, tal como indiqué en nota a la página anterior, del acondicionamiento social, que objeti- viza, efectivamente, en la sociedad, una cierta idea de las posibilidades humanas como tales. 

Del grado individualista de que se trate (llamé moslo A) brotará, pongo por caso, la característica B, que, a su vez, dará origen a otra C, y ésta a otra D, y así sucesivamente. Pero en vez de esta rama A-B-C-D podría darse otra A-B’-C'-D’, o, frecuentemente, las dos de modo simultáneo, o incluso muchas más (aquí no hay límite alguno). Por su parte, cada término B, C, D (o B', C' o D') puede pro- liferar en todas direcciones. Así, por ejemplo, B en lugar de producir sólo un miembro C podría engendrar varios: C1( C2, C3, etc. Y lo propio les acontecerá a los miembros C, D, etc., que se desarrollarían, en nues tro supuesto, en las series, digamos, Cj, C2, C3 y Dj, D2, D3, etc. Ahora bien: tanto el modernismo como el simbolismo consisten en una «rece ta» ideal en que entran varias de estas posibilidades en una determinada dosis. Pero como cada persona particular, cada poeta, por ejemplo, contraría o puede contrariar esa dosis en algún punto o en alguna proporción (pues, como digo, tal dosis sólo existe en el sistema como una posibilidad, y no como algo obligatorio), las mencionadas variacio nes habrán de sumir en confusión al crítico que suponga al modernismo o al simbolismo un carácter de entidad absoluta. El simbolismo o el modernismo, etc., son sólo posibilidades, o, si se prefiere, probabili 10 El ir racionalismo poético la utilización de símbolos como procedimiento técnico de la expresión poemática es algo que excede amplísimamente, y por sitios diversos, a la llamada escuela simbolista. Por lo pronto, el uso de símbolos es anterior a esta última.

 Aparte de San Juan de la Cruz, que los utilizó de modo generoso y siste mático 4, los símbolos se dan, aunque esporádicamente, en algunos románticos5, y luego en Baudelaire6, Verlaine7, Rim baud, Mallarmé, etc. Pero si en vez de mirar hacia atrás, nuestra mirada se desplaza hacia adelante, aún es más evidente el des bordamiento de que hablamos, ya que la frecuencia y la com plejidad de la simbolización en poesía no hizo sino crecer después del cese de la escuela simbolista. Son muchísimo más simbolizadores, y de manera bastante más complicada y clades de una época dada, precisamente la finisecular, época que admitía también otras soluciones individuales, más o menos afines (y acaso poco o nada afines) al modelo ideal. Lo que de veras hay en cada pe ríodo es un grado de individualismo y la suma (innumerable) de sus posibles consecuencias, una de las cuales, para el período indicado, sería ese dechado de conducta estética que denominamos, repito, simbolis mo o modernismo. En la época fin de siglo había, a mi juicio, entre otras, estas tres probabilidades más evidentes: 1.°, la rama irracionalista (uso de símbolos, etc.); 2.°, la rama esteticista (que pone el arte, la belleza, en cuanto impresión artística, por encima de la vida); y 3.°, la rama impresionista (remito a mi artículo antes citado sobre el impresionis mo de Juan Ramón). Según la frecuencia y la intensidad con que se recayese en estas tres ramas de posibilidades, o prácticamente se rehu yese y anulase alguna de ellas, se era modernista y no simbolista, o al revés, o bien impresionista, ctc. (Por supuesto, el tema, para su ade cuada inteligibilidad, requeriría desarrollos que la economía de este libro me impide.) 4 Véase Jean Baruzi: Saint Jean de la Croix et le probléme de l’expé- rience mystique, 2.a ed., París, 1931, pág. 223; véase también Dámaso Alonso: La poesía de San Juan de la Cruz, Consejo Superior de Investi gaciones Científicas, Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, 1942, pági nas 215-217. Véase asimismo mi libro Teoría de la expresión poética, 5.a ed., Madrid, ed. Gredos, 1970, t. I, capítulo XI, titulado «San Juan de la Cruz, poeta contemporáneo», págs. 280-302. 5 Véanse las págs. 106, 113, 134, 135 y 141 (notas). 6 Véanse las págs. 73 (y nota 11), 85-86, 101, 106 y 114 de este libro. 7 Véanse las págs. 74-75, 76, 102, 107, 108 y 136. Consideraciones iniciales 11 ardua, por ejemplo, los superrealistas que los simbolistas finiseculares 8. No vale tampoco hablar de «epigonismo»9: los miembros de la generación del 27 en España, o, digamos, Neruda en Chile, o el Eliot de Four Quartets o de Waste Land, o el Rilke de las Elegías del Duino, o, por supuesto, Breton, Aragon o Éluard, de ninguna manera deben considerarse como epígonos del sim bolismo finisecular, aunque utilicen, o puedan utilizar los símbolos en cantidades abrumadoramente mayores y, sobre todo, en formas mucho más arborescentes, «difíciles» y espec taculares que en esta última tendencia. 

Hablar de epigonismo para casos como los indicados, por razón del uso de símbolos me parece tan erróneo como llamar «renacentista» a Dante o bien a Espronceda, Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Cernuda, Cuillén, etc., por la mera razón de que to dos ellos coincidan en el empleo de endecasílabos. Lo mismo que el Renacimiento se manifiesta como una estructura, dentro (y no fuera) de la cual el endecasílabo es sólo un ingrediente, el símbolo surge como uno, y sólo uno, de los muchos elementos que, en relación estructural, constituyen la llamada «escuela simbolista». Sacados de la estructura en la que constan, ni el endecasílabo es «renacentista» ni el símbolo (procedimiento retórico) es «simbolista» (escuela literaria)10. 8 Ese será uno de los puntos que trataré extensamente en mi libro de inmediata publicación Superrealismo poético y simbolización. 9 Tal como hace J. M. Aguirre en su libro Antonio Machado, poeta simbolista, Madrid, Taurus Ediciones, 1973, en las págs. 55 («otro de los epígonos del simbolismo, Jorge Guillén»), 64 («Gerardo Diego... un epí gono del simbolismo»), etc. 1° Ya hemos dicho que las características, por sí mismas, no tienen nada que ver con época alguna, pues una época es sólo una estructura. Es la relación de la característica con la estructura, o, enunciado de forma algo distinta, es la incorporación de la característica a la estructura lo que hace a aquella renacentista, simbolista, etc. Repito lo afirmado en el texto: el endecasílabo o el soneto de Dante no son, en absoluto, renacentistas; como tampoco lo son, y por los mismos motivos, el en decasílabo o el soneto de Lorca o de Guillén. Apliqúese idéntico crite rio a la consideración del símbolo. Lo mismo que el endecasílabo se dio 12 El ir racionalismo poético BIBLIOGRAFÍA SOBRE EL SÍMBOLO La bibliografía sobre el simbolismo-escuela resulta ya con siderable n; pero el análisis que desde esa perspectiva se ha hecho de lo que sea el «símbolo-procedimiento retórico» deja al lector bastante insatisfecho, por la pobreza, extemidad, simplicidad y vaguedad de sus conclusiones. Algo, en cierto modo, parecido ocurre, si de aquí pasamos a la bibliografía que del lado de la Lingüística se nos ofrece: encontramos en ella más precisión, pero en una dirección que, contemplada des de nuestros intereses, se nos antoja no menos externa que la otra. 

El problema se ve también, en efecto, desde fuera: se habla con bastante exactitud de las diferencias y semejanzas que unen y separan a los signos-símbolos de los otros signos: los alegóricos, los emblemáticos y los puramente indicativos. Pero nada hay que se refiera a lo que sean en sí mismo y desde dentro los símbolos; es decir, a lo que nosotros vamos a denominar «proceso preconsciente» que los origina; en con secuencia a cómo se producen y por qué tales recursos en la mente del autor y del lector; ni a cuál sea la razón de sus misteriosas propiedades. Alguna vez, incluso, confunden los lin güistas simbolismo y connotación12. tanto antes como después del Renacimiento, el símbolo se dio tanto antes (San Juan de la Cruz, ciertos poetas románticos, y luego Baudelai re, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé) como después de la escuela simbolista. Buenos ejemplos de ello los tendríamos en nombres como los de Va léry, Guillén, Aragon, Éluard, Lorca, Cernuda, Aleixandre, etc., etc. Hoy mismo han vuelto a utilizar con frecuencia la simbolización numerosos poetas; pero ni aun en la época realista de la posguerra, tan denodada mente antisimbolizadora, cayó en completo desuso la técnica que nos ocupa. 11 Véase la bibliografía que recojo en las páginas finales de este libro. 12 Los lingüistas, como es natural, se han ocupado mucho más, al entrar más de lleno en su principal competencia, de las connotaciones que de los símbolos. Ahora bien: al estudiar las connotaciones se desli zan a veces hacia la consideración del símbolo sin percatarse de que el símbolo es otra cosa muy distinta, pariente de la connotación (y Consideraciones iniciales 13 El Psicoanálisis y la Etnología, y aun la Historia de ciertos períodos, por ejemplo, la Edad Media 13 han mostrado, por su parte, en nuestro siglo, la importancia extrema de la simboli zación como tendencia general humana; se han estudiado (y más aún a partir de 1964) las tendencias simbolizantes de la mente primitiva y sus relaciones con las costumbres tribales, con los mitos, etc. Pero todo esto, y, como digo, los trabajos, tan distintos, de los psicoanalistas (Freud, Jung, etc.), aunque, desde otro punto de vista, sean, por supuesto, de gran valor y profundidad (y hasta genialidad en algún caso), no han aña dido tampoco gran cosa al conocimiento que a nosotros nos importa más. Aquello en que consista el símbolo como tal símbolo en su última y decisiva almendra ha seguido ofre ciéndose, de hecho, como asunto intocado. 

 De todos estos trabajos (bastantes de sumo interés) proce dentes de tan distintas disciplinas, saca el estudioso una idea, supongamos que suficiente, de los efectos que produce el sím bolo en el ánimo de su receptor (lector o espectador) y hasta el conocimiento de algunos (y sólo algunos) de sus numero sos atributos. Pero nada o muy poco se aprende, insisto, sobre lo que resultaría más sustancial y provechoso para nosotros, a saber: la causa de tales atributos y efectos. Se habla, por ejemplo, de que el símbolo es «la cifra de un misterio» 14; de de ahí la confusión) pero diferente de ella en puntos esencialísimos. Esta confusión se halla en forma implícita en todos aquellos lingüistas que extienden el concepto de connotación hasta abarcar a cuantas aso ciaciones, del orden que sea, ostente la palabra. Así, por ejemplo, A. Martinet («Connotation, poésie et culture», en To honor R. Jacobson, vol. II, Mouton, 1967). Entre nosotros, el reciente libro de J. A. Mar tínez (Propiedades del lenguaje poético, Universidad de Oviedo, 1975) incurre en idéntica confusión de una manera especialmente explícita (págs. 172, 189 y 450, entre otras). Véase más adelante, el cap. IX del presente libro, donde trato el tema en forma extensa. 13 J. Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, ed. Revista de Occidente, 1961, págs. 277-293. m p. Godet, «Sujet et symbole dans les arts plastiques», en Signe et symbole, pág. 128. Aluden a esta cualidad de los símbolos numerosos críticos. P. ej., Jean-Baptiste Landriot, Le symbolisme, 3.a ed., 1970, pá· 14 El ir racionalismo poético su tendencia a la repetición 15; de su naturaleza proliferante 16, emotiva 17, no comparativa sino identificativa 18, de su capacidad para expresar de modo sugerente19 estados de alma comple gina 227; J. M. Aguirre, op. cit., págs. 40, 86, 92, etc.; Ernest Raynaud, La. Mélée symboliste (1890-1900), París, 1920, pág. 92; Charles Múrice, «Notations», Vers et Prose, t. VII, septiembre-noviembre, 1906, pági na 81, etc. Entre nosotros, Machado (poema LXI: «el alma del poeta / se orienta hacia el misterio»), Rubén Darío (habla de Machado: «misterioso y silencioso — iba una y otra vez»), etc. 15 Svend Johansen, Le symbolisme. Étude sur le style des symbolistes frangais, Copenhague, 1945, pág. 219; Anna Balakian, El movimiento sim bolista, Madrid, ed. Guadarrama, 1969, pág. 134.

 Precisamente, la repe tición hace perder a los símbolos su cualidad de misterio y opacidad, como ya indicó Amiel en Fragments d’un journal intime, 27-XII-1880 («cuando los símbolos devienen transparentes ya no vinculan: se ve en ellos ... una alegoría y se deja de creer en ellos»). La conversión del símbolo en alegoría a fuerza de repeticiones explica la división que hace Maeterlinck de los símbolos en dos categorías: símbolos «a priori» (deliberados) y símbolos «más bien inconscientes» (en Jules Huret, Enquéte sur l’évolution littéraire, 1891, págs. 124-125). Véase también T. de Visan, Paysages introspectifs. Avec un essai sur le symbolisme, París, 1904, págs. L-LII. 16 Jean Baruzi, op. cit., pág. 223; Dámaso Alonso, op. cit., págs. 215 217; Johansen, op. cit., pág. 131; Maeterlinck (en el libro antes mencio nado de Jules Huret, Enquéte..., pág. 127); Verhaeren (en Guy Michaud, La doctrine symboliste. Documents, París, 1947, pág. 89). 17 A. Thibaudet: «Remarques sur le Symbole», Nouvelle Revue Fran- gaise, 1912, pág. 896; H. de Régnier, Poetes d’aujourd'hui, 1900. Citado por Guy Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76. 18 T. de Visan, Paysages..., ed. cit., pág. LII; Marcel Raymond, De Baudelaire al surrealismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, pág. 43; Juan Ramón Jiménez, El modernismo. Notas de un curso, Mé xico, 1962, pág. 174. 19 Es frecuente que los críticos hablen de sugerencia refiriéndose al símbolo, pero sin precisar nunca qué clase de sugerencia es la suya. En mi Teoría de la expresión poética, ed. cit., t. II, págs. 320-337, he intentado establecer el carácter irracional de la sugerencia simbólica, a diferencia de otro tipo de sugerencia (precisamente la más frecuente en poesía) que tiene carácter lógico, en cuanto que lo sugerido aparece como tal en la conciencia, y no sólo en la emoción, característica esta última de la sugerencia irracional de los símbolos. No se hace esta dis tinción (que considero indispensable) entre lo irracional y lo lógico de Consideraciones iniciales 15 j o s20 o una multiplicidad semántica21, etc.; o, como ya dije, la diferencia con la alegoría22, o con los signos indicativos de la lengua23. 

Nosotros aludiremos también, por supuesto, a las propiedades de los símbolos; pero sólo en cuanto consecuen cias de la índole misma de estos, la cual es, precisamente, en mi criterio, su irracionalismo (dando a tal expresión un deter minado sentido, que pronto hemos de ver). De este enfoque la sugerencia en la bibliografía sobre el símbolo. Se habla ele sugeren cia, y nada más. Así, Mallarmé en un texto muy conocido (Huret, op. cit., pág. óO); Régnier, Poetes d’aujourd’hui, 1900 Citado por Michaud, op. cit., págs. 55-56 y 73-76; Charles Morice, en Huret, op. cit., pág. 85; Visan, op. cit., pág. XLIX. . Y sin embargo, la relación entre el símbolo y lo inconsciente ha sido manifestada por varios autores (por ejemplo, Philip Wheelwright, Meta phor and Reality, Indiana University Press, 6.a ed., 1975, pág. 94; dice en esa página que el símbolo «se nutre de una multiplicidad de asocia ciones relacionadas la mayor parte de las veces de manera subconscien te y sutil»); esa relación con el inconsciente aparece más manifiesta y estudiada en los psicoanalistas, a partir de Freud. Jung llega a la espe cificación (a la que me incorporo) de «preconsciente» (C. C. Jung, «Introduction» a Victor White, O. P., God and the unconscious, 1952, Collected Works, vol. II, Londres, 1958, pág. 306). Otros autores son mucho más imprecisos. Hemos visto a Maeterlinck decir que los verda deros símbolos son «más bien inconscientes», involuntarios (Huret, op. cit., pág. 124-125). Algo semejante en Visan, op. cit., págs. L-LIII. 

Durand habla de que «el inconsciente es el órgano de la estructuración simbó lica» (Gilbert Durand: L’Imagination symbolique, París, Presses Uni versitaires de France, 1976, pág. 56). La posible concienciación de los sím bolos era también cosa conocida (Amiel, op. cit., 27-XII-1880). Pero de estas consideraciones generales no se pasaba nunca hacia mayores pre cisiones. 20 22 Edmund Wilson, Axel's Castle, Nueva York, 1936, págs. 21-22; Marcel Raymond, op. cit., pág. 41; Georges Pellisier, «L’évolution de la poésie dans le dernier quart de siécle», Revue de revues, 15-111-1901; Mallarmé (en Huret, op. cit., pág. 60). 21 Barbara Seward, The symbolic rose, New York, 1960, pág. 3. Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19; Albert Mockel, Propos de littérature, 1894 (en Michaud, op. cit., pág. 52); Fr. Creuzer, Symbolik und Mythologie der alten Volker, I, pág. 70; P. Godet, op. cit., pág. 125; Olivier Beigbeder, La symbolique, París, Presses Universitaires de Fran ce, 1975, pág. 5; J. Huizinga, op. cit., pág. 281. 23 Gilbert Durand, op. cit., págs. 9-19. 16 El ir racionalismo poético diferente, nuevo en lo esencial, nacerán todas las demás dis crepancias entre el presente libro y cuantos le han precedido en el estudio del tema. Creo, por eso, poder decir que la obra que ahora emprendemos intenta explorar la naturaleza del símbolo literario en una dirección prácticamente desconocida que espero habrá de rendirnos un conocimiento más exacto y complejo de nuestra específica cuestión, conocimiento que, además, tal vez, de rechazo y mutatis mutandis, pueda ser generalizado con provecho hacia las otras disciplinas intere sadas hoy en el simbolismo.

 LAS FRONTERAS DE NUESTRO ESTUDIO Un último punto debo tocar aún brevemente antes de dar por terminado este primer capítulo. Me refiero a los límites estrictos que nos impondremos en la consideración del objeto de nuestro estudio. Lo que me propongo investigar es el irra- cionalismo o simbolismo poético contemporáneo, pero sólo en una como vista panorámica general, sin entrar para nada, en principio, ni en problemas de historia, ni en las diferencias específicas que evidentemente existen entre las varias ma neras de producirse ese simbolismo o irracionalismo en las sucesivas etapas que, en el desarrollo de tal recurso a lo largo del tiempo, pueden fijarse, y que son, en nuestra cuenta (de jando aparte su último rebrote en la actualidad), tres: 1.°, el simbolismo de los simbolistas de la escuela francesa así llama da y sus allegados de otros países (en España, A. Machado, por ejemplo, o el primer Juan Ramón Jiménez); 2.°, el simbo lismo de los poetas aún no vanguardistas, pero posteriores a los considerados en el punto precedente (así, el Lorca de las Canciones y del Romancero Gitano, o el Juan Ramón de algu nas de las «Canciones de la nueva luz»); y 3.°, el simbolismo de los superrealistas. Este enfoque especificador de discrepan cias constitucionales, entre los diversos irracionalismos que se han venido sucediendo, merecía, en mi criterio, un libro apar te, que tengo ya escrito y pronto aparecerá con el título de Consideraciones iniciales 17 Superrealismo poético y simbolización. Y es extraño: al reali zar la equiparación entre las distintas formas de la irraciona lidad poemática resulta que, según he creído comprobar, se arranca tal vez al símbolo en su aspecto general un inesperado último secreto más significativo y recóndito, que, curiosamente, sólo podía reconocerse desde ese enfoque comparativo. Pero antes de llegar a ese punto final era preciso deslindar, minu ciosamente, otros importantes extremos, que van a constituir, justamente, la materia de nuestras actuales reflexiones.

 Como acerca del símbolo había hablado yo ya en mi Teoría de la expresión poéticaM, y antes en mi libro sobre Aleixan d re25, y aún en El comentario de textos26, no. sorprenderá al lector que en algunas de las presentes páginas me haya visto precisado a repetir conceptos establecidos por mí mismo en tales obras, aunque por supuesto, he procurado que tales rei teraciones se limiten a lo ineludible. Para ampliar los puntos ya tratados por mí antes y ahora sólo esquematizados, el lec tor deberá, en consecuencia, ir, si así lo desea, a las mencio nadas publicaciones. 24 Desde su primera edición en Gredos (1952) hasta la 6.a (Credos, 1977), que casi cuadriplica su tamaño inicial y donde trato el tema, por tanto, con bastante más extensión. 25 Primera edición, Madrid, ed. Insula, 1950; 2.a ed. de Gredos, Ma drid, 1968. 26 El comentario de textos, de varios autores, Madrid, Editorial Cas talia, 1973, págs. 305-338. El capítulo firmado por mí al que aludo se titula «En torno a 'Malestar y noche' de García Lorca» (págs. 305- 338).

martes, 15 de julio de 2025

Eumeswil de Ernst Jünger DR Enrico Giovanni Pugliatti y Jorge Méndez Limbrick sobre Eumeswil de Ernst Jünger


 



Comentario crítico en colaboración entre Enrico Giovanni Pugliatti y Jorge Méndez Limbrick sobre Eumeswil de Ernst Jünger

 Eumeswil se despliega como un laboratorio del poder donde el historiador nocturno —Manuel Venator— no observa con nostalgia ni con esperanza, sino con la precisión quirúrgica del testigo. Jünger propone una figura inédita: el anarca. Un ser que no se rebela ni gobierna, pero mantiene su libertad ontológica frente a cualquier forma de dominación. En esta novela, el lenguaje no busca seducir; busca marcar el territorio invisible de lo simbólicamente irreductible.”

 El anarca, no es tanto un hombre como una configuración espiritual: un sello mental que renuncia al contrato social sin caer en el nihilismo. Sus rituales son internos y su altar está en la conciencia lúcida, no en la plaza pública.

 “Desde una estética de lo residual —murallas que caen, salones dominados por un dictador casi arquetípico— Eumeswil dialoga con la distopía sin ceder al cliché. Jünger inserta al lector en un espacio ritual donde la crítica al poder no se expresa en grito, sino en registro: el archivo, la observación, la palabra cifrada. Como ocurre con Pepe la Urraca en El Vuelo de la Urraca, Manuel no es un héroe, sino un médium entre el rito decadente y el orden simbólico que persiste.”

 El ritmo en Eumeswil es el de una vigilia. Cada entrada del diario es una ofrenda. Cada descripción del Condor y su corte es una escena teatral de una misa invertida.

 “Si el mundo moderno ha colapsado en el ruido del poder, Eumeswil ofrece un modelo alternativo: la soledad iluminada. No es evasión, sino lucidez sin afiliación. El anarca no busca destruir al tirano, sino sobrevivir sin ser contaminado por su lengua.”

lunes, 14 de julio de 2025

LOS ALGORITMOS DE LO CHABACANO DE FB

 


LOS ALGORITMOS DE LO CHABACANO DE FB Por Enrico Giovanni Pugliatti y Jorge Méndez Limbrick

En una era donde los algoritmos ya no organizan información sino apetitos, Facebook se ha convertido en la plaza del escándalo, del meme somnoliento y la opinión convertida en grito. Abundan los opinólogos vacíos.  Su lógica no premia la profundidad ni la coherencia: recompensa la inmediatez, lo escandaloso, lo frívolo,  lo digerible en cinco segundos. El pensamiento queda sepultado bajo la cultura del emoticón y del selfie repetido como mantra de la banalidad. Estamos llegando al tope de una cultura vacía, en donde la juventud no reconoce el oropel del oro.

La frivolidad no es casual: es programada, es lo vulgar que se suma a lo cotidiano. Los algoritmos detectan aquello que mueve más dedos y menos neuronas. Las imágenes que atraen son las que gritan, las que desnudan cuerpos; los textos que perduran son los que insultan. Facebook ya no es red: es vitrina de lo chabacano. Cada scroll es una renuncia a la introspección.

Por contraste, el blog emerge como refugio silencioso del criterio. Escritor y lector se encuentran sin el ruido del scroll, sin el empuje de los likes, sin el mercenario impulso del algoritmo. Allí, se conversa en párrafos, no en exclamaciones. El blog requiere paciencia, pero ofrece resonancia. Es el salón donde se lee a Broch, se debate a Weil, o se disecciona a Jünger sin temor a que el pensamiento sea interrumpido por la última coreografía viral.

En tiempos donde pensar es casi un acto contracultural, el blog no sólo preserva la palabra: la consagra. Es el espacio donde lo simbólico aún tiene altar, y donde el juicio no se reduce a “me gusta” o “me enfada,” sino a una mirada lúcida y compartida.

 

DESMITIFICANDO EL ULISES DE JOYCE EN 10 PUNTOS. TEXTO EN COLABORACIÓN CON EL DR. ENRICO PUGLIATTI.

 




1. Sacrificio de la forma por el fondo

Si se entiende que Joyce privilegió la estructura simbólica y técnica sobre la narración tradicional. La forma se vuelve protagonista, y eso puede alienar al lector que busca una experiencia emocional o estética más directa.

2. Desequilibrio entre técnica y visceralidad

Este punto toca una tensión real: Ulises es una obra de laboratorio más que de entrañas. La falta de “justo medio” entre innovación y emoción ha sido señalada por críticos como Edmund Wilson y por lectores que prefieren la intensidad de Dostoievski o la introspección de Proust.

3. Argumento anodino

La cotidianidad de Bloom es deliberada, pero apunta a que esa elección no genera impacto narrativo por sí sola. Joyce convierte lo banal en épico, pero no todos los lectores aceptan esa transfiguración como suficiente.

4. Monólogo interior vs. fluir de conciencia

El monólogo interior tiene estructura; el fluir de conciencia, no. Joyce mezcla ambos sin delimitar, lo que puede generar confusión y dispersión. La técnica no garantiza profundidad.

5. Ausencia de trama principal

Este es uno de los reclamos más frecuentes. La novela se fragmenta en episodios que no siempre dialogan entre sí, y el lector puede sentirse perdido sin una brújula narrativa clara.

6. Microacciones como motor narrativo

 Los eventos son mínimos y no generan tensión dramática acumulativa. La novela se convierte en una sucesión de gestos, pensamientos y digresiones que no siempre construyen una progresión.

7. Diálogos poco interesantes

Aunque algunos celebran la riqueza intertextual, los diálogos no generan dinamismo ni revelan capas psicológicas profundas. La erudición puede volverse ruido.

8. Lenguaje vulgar y censura

Históricamente cierto: Ulises fue censurado por su contenido sexual y lenguaje explícito. La crítica sugiere que esa transgresión fue más efectista que sustancial, y que contribuyó a su fama más por escándalo que por mérito.

9. Monólogo de Molly: falta de hondura

Este punto es polémico, pero no aislado. Algunos lectores consideran que el monólogo final, aunque innovador, carece de tensión y profundidad emocional. El uso del sexo como recurso narrativo puede parecer gratuito.

10. Comparación con otros autores

Frente a la densidad filosófica de Mann, la introspección de Proust o la fuerza narrativa de Tolstoi, Ulises puede parecer un ejercicio de estilo más que una obra de alma.

Esta crítica no es una negación superficial, sino una lectura exigente que cuestiona el culto acrítico a Joyce. Como bien lo dijo Virginia Woolf, hay talento, pero también una teatralidad egotista que puede irritar. Y eso, lejos de invalidar la obra, la vuelve más debatible —y por tanto, más viva.

 

 

sábado, 12 de julio de 2025

¿La influencia de Thomas Mann en el Boom latinoamericano? Una charla de sobremesa.

 



Ayer, durante una charla con el Dr. Pugliatti sobre la reflexión de Carlos Fuentes en torno a la supuesta influencia de Thomas Mann en la literatura latinoamericana, defendí que en realidad no existe vínculo alguno entre Mann y los autores del Boom. El Dr Pugliatti y el suscrito llegamos a las siguientes conclusiones:

 ¿La influencia de Thomas Mann en el Boom latinoamericano?

Contexto de la tesis de Carlos Fuentes

Carlos Fuentes afirmó que en la formación estética y temática de los novelistas del Boom latinoamericano —Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes mismo— pesó de manera decisiva la obra de Thomas Mann. Su argumentación suele apoyarse en:

  • La profundidad psicológica y simbólica compartida.

  • El estilo “ensayístico” y reflexivo de Mann como antecedente de las novelas de ideas del Boom.

  • La adopción de voces narrativas múltiples, algo que él ve en Mann y en ciertos textos del Boom.

Puntos principales del contraargumento de Pugliatti

  1. Temática y trasfondo cultural

    • Mann escribe desde la experiencia de la burguesía alemana decimonónica y la crisis del individuo en la Europa moderna.

    • Los novelistas del Boom forman sus mundos narrativos en torno a realidades coloniales, mestizaje, revoluciones y mitos fundacionales de América Latina.

    • No existe coincidencia en la matriz histórica: Mann aborda la Belle Époque, la Primera Guerra Mundial, el exilio ante el nazismo; el Boom explora dictaduras, guerrillas, pánicos colectivos propios de nuestra región.

  2. Ausencia de referencia directa

    • Ninguno de los grandes del Boom menciona a Mann como fuente o lectura clave en sus entrevistas, diarios o epístolas.

    • En cambio, Borges, Carpentier, Rulfo o Paz sí reconocen a Góngora, Cervantes, Faulkner, Kafka y hasta al folclore indígena como influencias claras y repetidas.

  3. Diferencias en la construcción formal

    • Mann privilegia la digresión filosófica, la novela de tesis y la arquitectura causal lineal.

    • El Boom explora la fragmentación temporal, la polifonía carnavalizada, el realismo mágico y el “cuento dentro de la novela” que beben de tradiciones orales y barrocas.

    • El tratamiento del tiempo y del espacio en García Márquez o Cortázar no tiene equivalente en la sutil sofisticación de Mann, sino que nace de patrones narrativos propios de nuestra tradición hispanoamericana.

  4. Innovación estilística local frente a erudición germana

    • La lengua de Mann se caracteriza por su complejidad conceptual y sus intrincadas oraciones subordinadas en alemán (o en traducción, sus párrafos densos).

    • Los escritores del Boom inventaron recursos expresivos que dialogan con el español caribeño, andino o rioplatense; su ritmo y musicalidad no derivan de las cadencias mannianas.

    • La sola traducción de Mann al español habla de un lector exigente, pero no de un modelo que disparó corrientes creativas en nuestras letras.

  5. Inferencia de Fuentes como lectura anacrónica

    • Atribuir un “efecto Mann” al Boom equivale a sobreinterpretar la erudición estilística de Fuentes y sus contemporáneos.

    • Más que Mann, quienes sembraron el campo fueron los modernistas españoles, los vanguardistas europeos (Ezra Pound, Apollinaire) y las rupturas de la narrativa anglosajona de entreguerras.

Conclusión

La noción de una influencia directa y sustancial de Thomas Mann en la narrativa del Boom carece de pruebas textuales e históricas. Si bien Mann es un gigante de la modernidad europea, su universo estético, filosófico y cultural difiere radicalmente del que dieron forma a la novela latinoamericana de mediados de siglo. Reconocerlo no rebaja la grandeza de Fuentes ni la de Mann, sino que sitúa cada obra en su legítimo contexto.

viernes, 11 de julio de 2025

Las 6 puertas de la verdad.

 




Sobre cómo se mide la calidad de una novela (Y por qué muchos no lo logran ni en el prólogo) Las 6 puertas de la verdad.

✒️ Por Enrico Giovanni Pugliatti, Dr. en Semiótica Crítica por la Universidad de Bologna

A veces me preguntan —con una mezcla de ingenuidad y pretensión práctica— cómo se distingue una obra literaria relevante de una novela “gaseiforme”, esas que evaporan su sentido en el primer párrafo y no dejan ni ceniza simbólica en la boca del lector.

Mi respuesta no es complaciente. Tampoco negociable. En el transcurso de noventa años de vida literaria y más de medio siglo como lector de códices, novelas, manifiestos y cuentos con pretensión de novela, he afinado mis parámetros. No son universales, pero son férreos. Y hasta que alguien me demuestre otra arquitectura más sólida, estos son mis criterios para dictaminar si una obra merece permanecer o ser empujada al estante del olvido.

🏆 1. Premios (pero no los de ferias de queso literario)

Un premio no define la calidad, pero sí revela que la obra entró en un circuito de legitimación. Hay premios honrosos y premios de indulgencia editorial, lo sé. Pero si nadie le ha dado ni una mención simbólica en tres lustros, probablemente la novela no conmueve ni al portero del jurado.

📚 2. Publicaciones y reediciones (la vanidad no cuenta)

Una reedición que nace del ego del autor es apenas un eco de vanidad. Pero si una editorial estatal o privada apuesta por traerla de nuevo —sin que el autor haya vendido su nevera para financiarla— ahí hay algo. Toda reedición por mérito ajeno es señal de vida textual.

📘 3. Uso académico (el aula no miente tanto como las redes)

Si la obra se estudia en secundaria o universidad, no es por capricho, sino porque se detecta material narrativo para formar criterio, análisis y lenguaje. No es canon, pero sí pista.

📖 4. Publicaciones críticas sin lazos de sangre

La reseña que aparece en el diario del amigo del autor no vale. Lo que vale es cuando un académico que ni siquiera sabe cómo se llama el autor escribe sobre la novela por impulso textual, no afectivo.

🌍 5. Proyección internacional (sin amiguismo ni traducción por lástima)

Si la obra se estudia fuera de nuestras fronteras, sin que el autor haya puesto un pie allá ni financiado su propia edición, entonces ha salido del ruido local. Ha tocado una cuerda universal. Y eso no se logra ni con likes ni con premios de autoedición.

🧠 6. Juicio de Autoridad (el verdadero, no el autoproclamado)

Cuando Borges, Sabato, Vargas Llosa o Piglia opinan de una obra, esa opinión vale más que tres mil reseñas de blog literario. Y cuando un crítico filólogo con sensibilidad —no sólo título— comenta la estructura de una novela sin necesidad de citar Wikipedia, estamos frente a un juicio con peso real.

📜 Epílogo para quienes aún sueñan con publicar

Si nada de lo anterior se cumple y la novela sigue esperando en PDF desde hace siete años, quizás aún está en fase de purificación, o quizás es una novela gaseosa que nunca encontrará forma.

Literatura no es voz ni verbo: es estructura, permanencia y resonancia. Todo lo demás —como bien dijo el autor original— es seguir soñando despierto.


La melancolía editorial de un junco: crítica a Irene Vallejo


 

La melancolía editorial de un junco: crítica a Irene Vallejo

Durante los últimos años, El infinito en un junco se ha convertido en el libro de cabecera de quienes celebran la persistencia del pensamiento escrito frente al vértigo digital. Sin embargo, su éxito editorial parece estar más vinculado a una sensibilidad nostálgica que a una propuesta intelectual rigurosa. Aquí la crítica toma la palabra.

 El eurocentrismo como filtro de la historia

Vallejo privilegia la tradición grecorromana como si fuera el único cauce legítimo de la cultura escrita. Ni la papelera china, ni la memoria mesoamericana, ni la caligrafía árabe ocupan un espacio significativo. Así, el libro se confunde entre homenaje y hegemonía, dejando fuera los aportes no occidentales con una suavidad que disimula su omisión.

 Poética sin consistencia ensayística

La autora fluctúa entre la metáfora y la historia sin definir del todo su postura discursiva. El resultado: un texto bello pero conceptualmente difuso. Las analogías con películas, cuentos infantiles y anécdotas personales le dan a la obra un tono divulgativo, sí, pero también una fragilidad teórica que incomoda a lectores exigentes.

 Lo que se promete y lo que se entrega

Quien llega al libro buscando una historia del libro encuentra apenas una colección de curiosidades clásicas. No hay desarrollo técnico sobre la evolución de soportes, ni se ofrece una reflexión profunda sobre el acto de leer en sí. La promesa del título no se cumple del todo: el infinito queda más en el junco poético que en el rigor investigativo.

 La estructura como laberinto

La narrativa se vuelve repetitiva, y los conceptos se diluyen en una sucesión de episodios que podrían haberse estructurado mejor. Frases como “ya lo he dicho” o “como ya mencioné” aparecen con frecuencia, revelando la falta de un diseño retórico que acompañe el entusiasmo lírico.

 Un fenómeno editorial más que intelectual

El impacto de El infinito en un junco responde al contexto: es un libro que gusta porque reconforta al lector culto, más que desafiarlo. Su éxito revela más sobre el mercado editorial que sobre su contenido. Es la literatura de la añoranza, no la de la confrontación simbólica.

DR. ENRICO PUGLIATTI.



FRAGMENTO NOVELA PRINCIPIOS NOCTURNOS DE MIS JORNADAS DE TRABAJO.

 



De mis jornadas de trabajo con Belfegor en el scriptorium Belfegor, el retórico, sería quien pasaría más horas junto a mí. Y la ironía: con Él, señor de la Pereza, traba jaría hasta el cansancio; digo mal, ambos trabajaríamos hasta límites insospechados en mi oficio como escritor. En ningún tiempo hubo pereza de laborar juntos, cada vez que nos reunimos en el scriptorium mi voluntad doblegó lo físico, bordeando el límite de cualquier mortal, en unas jornadas extenuantes de trabajo. Hago la adver tencia de que el cansancio llevado al límite lo paliaba con opio y cáñamo de la India. Quien me abastecía de tales sustancias no era otro, por supuesto, que Esfria, espíritu de los excesos y los placeres carnales. Vistiendo su frac impecable, frotándose sus gemelos de oro en su camisa de puño francés, comentaba:

 —Sire, le he traído un regalo, para que su espíritu recobre la vitalidad perdida. Algo que lo contentará — afirmaba jocosamente, tras tocar a la enorme puerta metá lica del scriptorium. Y colocaba con todo respeto, en mi mesa de trabajo, la adormidera lista para fumar en la pipa de agua. Es cierto que pensé en varias oportunidades desfalle cer o que empezaría con alucinaciones, pero siempre me sobrepuse.

Fragmento. novela. EL VUELO DE LA URRACA.

 



Y el dictador se miró en la mano del gigante. El dictador estaba sentado como un niño, en medio de la hercúlea palma. 

-Tampoco te asustes, estás en mi metacarpo, en mi palma de la mano: mira, camina hasta el borde de una de mis falanges. Yo dejaré mi mano quieta para que observes y luego me digas qué has mirado. El dictador, entonces, se levantó despacio de la mano gigante y empezó a recorrer hacia una de las falanges.  

Ahora que has llegado al borde de una de mis falanges, ten cuidado, no te vayas a caer, pero ¿dime qué observas? El dictador con recelo se dirigió al borde del dedo índice y miró. 

¿Qué has mirado? 

¡Nada! Dijo el dictador. Cuando agachó la cabeza y sostenido ligeramente por la enorme falange del dedo índice, solo atisbó a mirar oscuridad tras oscuridad, un vacío y un gran silencio, un silencio y una mudez lo envolvieron. Se asustó y el dictador, retrocedió. Agregó: solo veo oscuridad, soledad y un gran silencio. 

Te he sostenido en esta gran oscuridad para que observaras. Te he suspendido en el aire para que mires. Son pocos los que han mirado lo que has mirado y siguen con vida. Dijo G. 

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