Y el dictador se miró en la mano del gigante. El dictador estaba sentado como un niño, en medio de la hercúlea palma.
-Tampoco te asustes, estás en mi metacarpo, en mi palma de la mano: mira, camina hasta el borde de una de mis falanges. Yo dejaré mi mano quieta para que observes y luego me digas qué has mirado. El dictador, entonces, se levantó despacio de la mano gigante y empezó a recorrer hacia una de las falanges.
• Ahora que has llegado al borde de una de mis falanges, ten cuidado, no te vayas a caer, pero ¿dime qué observas? El dictador con recelo se dirigió al borde del dedo índice y miró.
• ¿Qué has mirado?
• ¡Nada! Dijo el dictador. Cuando agachó la cabeza y sostenido ligeramente por la enorme falange del dedo índice, solo atisbó a mirar oscuridad tras oscuridad, un vacío y un gran silencio, un silencio y una mudez lo envolvieron. Se asustó y el dictador, retrocedió. Agregó: solo veo oscuridad, soledad y un gran silencio.
• Te he sostenido en esta gran oscuridad para que observaras. Te he suspendido en el aire para que mires. Son pocos los que han mirado lo que has mirado y siguen con vida. Dijo G.
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