De mis jornadas de trabajo con Belfegor en el scriptorium Belfegor, el retórico, sería quien pasaría más horas junto a mí. Y la ironía: con Él, señor de la Pereza, traba jaría hasta el cansancio; digo mal, ambos trabajaríamos hasta límites insospechados en mi oficio como escritor. En ningún tiempo hubo pereza de laborar juntos, cada vez que nos reunimos en el scriptorium mi voluntad doblegó lo físico, bordeando el límite de cualquier mortal, en unas jornadas extenuantes de trabajo. Hago la adver tencia de que el cansancio llevado al límite lo paliaba con opio y cáñamo de la India. Quien me abastecía de tales sustancias no era otro, por supuesto, que Esfria, espíritu de los excesos y los placeres carnales. Vistiendo su frac impecable, frotándose sus gemelos de oro en su camisa de puño francés, comentaba:
—Sire, le he traído un regalo, para que su espíritu recobre la vitalidad perdida. Algo que lo contentará — afirmaba jocosamente, tras tocar a la enorme puerta metá lica del scriptorium. Y colocaba con todo respeto, en mi mesa de trabajo, la adormidera lista para fumar en la pipa de agua. Es cierto que pensé en varias oportunidades desfalle cer o que empezaría con alucinaciones, pero siempre me sobrepuse.
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