miércoles, 10 de abril de 2024

F e r n a n d o p e s so a M e n s a j e EDICION BILINGÜE DE J u a n B a r j a y J u a n a In a r e jo s PROLOGO DE M ig u e l C a s a d o



F e r n a n d o

p e s so a

M e n s a j e

EDICION BILINGÜE DE

J u a n B a r j a y J u a n a In a r e jo s

PROLOGO DE

M ig u e l C a s a d o

GLOSARIO DE

Pa t x i L a n c e r o s

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O

1z

«OBRAS»

A B A D A EDITORES

MENS AGÍTAT MOLEM

Pa ra una lectura del P e s so a utópico

Miguel Casado

I . M a l e s t a r

Fernando Pessoa publicó Mensaje en diciembre de 1 9 3 4 ; fue el

ú n ico de sus lib ro s que p rep a ró p a ra la im p ren ta , el único

que vio editado, pues murió el 3 ° de noviembre de 1935= un

año más ta rde, sin h aber cu lm in ad o n in gu n o de sus otros

proyec tos. Y no solo p o r esto resulta u n lib ro s in gu la r : su

planteamiento parece cerrado en sí mismo, sin vías de comunicación

a p r im e ra vista con los demás textos pessoanos;

dib u ja u n lu g a r p ro p io , relativamente aislado dentrc

e scritu ra del au to r, y no remite a la voz m ú ltip le q

hecho le g en d a rio a Pessoa, sino que contiene una «

facetas menos frecuentadas, menos conocidas p o r los le c to res

que en todo el mundo tiene.

Guando en una carta —a la que volveré— trata de explicar

cuál de sus personalidades se manifiesta en Mensaje, se p r e senta

así: « So y de hecho un nacionalista místico, un sebastianista

racional»1 —es decir, se define por un lugar a la vez

político y espiritual, y por una determinada inserción en la

tradición portuguesa. Pessoa, en efecto, repasa la nómina de

quienes fueron protagonistas en la formación y consolidación

de la entidad nacional de Portugal y de su independencia,

situando su tarea bajo el amparo del dios católico. En

una segunda parte, distingue como empresa de la madurez

I Fernando Pessoa, Teoría poética. Edición de José Luis García Martín.

Traducción de José Angel C ille ru e lo . Madrid, Jú c a r, 19 8 5 , p. 18 5 .

nacional los descubrimientos realizados en Africa, América o

Asia, y caracteriza igualmente a los personajes que los llevaro

n a cabo. Y , p o r fin , comparte la p ro p u e sta u tóp ica del

sebastianismo, como proyecto colectivo aún vigente; como es

sabido, el jo v en rey D o n Sebastián, desapareció en la batalla

de Alcazarquivir el 4 de agosto de 15 7 8 ■ en el curso de una

e xp ed ic ió n al Magreb; no se en co n tró su cadáver y, desde

esos mismos momen tos, se g en e ró la esperanza —y la

leyenda— de su regreso libe rado r, en cuya duradera onda de

energía viene a inscribirse también Pessoa.

De este modo, Mensaje, ofrece una lectura histórica en la

líne a in ic iad a p o r OsLusiadas, de Camdes, basándose, como

principal fu en te , en la romántica Historia de Portugal, de G l i -

veira Martins, un autor decimonónico que anudó el curso de

los siglos en to rno a la utopía sebastianista. Y , como ocurre

en estos precedentes, a Pessoa lo mueve una voluntad na cio nalista,

que, en su caso, asumiría a la vez un carácter espiritual,

no tanto p o r su con fe s ion a lism o (que parece deriva rse del

contexto histórico de los orígenes de la nación), como por su

forma de eludir la práctica inmediata de la política, idealizando

algunos principios, y por el oscuro flu ir subyacente de

una concepción esotérica. Todo ello va tomando cuerpo en

el libro gracias a una sintaxis latinizante y al uso de formas

cerradas, neoclásicas, que no tendrían ya por referencia

—como en la poesía firm ad a por el heterónimo Ricardo

Reis— a Horacio y la tradición clásica, ni tampoco el m an ie rismo

exuberante de Camdes, sino un prieto verso elíptico y

abstracto, casi conceptista, que a veces recuerda el momento

de cruce entre el primer Renacimiento y lo medieval tardío,

y que para nosotros conlleva la lejana resonancia de un Jorge

Manrique más flexible, más libre.

En Mensaje parecería que, en vez de la pluralidad de voces

de los heterónimos que dialogan en el escenario del drama

pessoano, aquí es una pluralidad de lenguas la que entabla

conversación: la heráldica, la emblemática, la mesiánica, la

mitológica, la esotérica, la numerológica, la de la tradición

literaria... Pessoa tuvo que realizar una tarea ingente para

escribir y organizar, para articular todos los subtextos, tra-

6 MIGUEL CASADO

mas y codificaciones. S in embargo, nunca se desp ren dió de

una especie de malestar que le p ro du c ía Mensaje, y que quizá

no era sino el modo de in c o rp o ra r lo a una obra inestable y

en conflicto siempre consigo misma.

E l m a l e s t a r d e l a u t o r

« E s to y absolutamente de acuerdo con usted en. que n o fue

feliz el estreno que de mí mismo hice con u n lib ro de ía

naturaleza de Mensagem»2 : dice Pessoa casi al p r in c ip io de la

carta que le d ir ig e el 1 3 de en e ro de 19 35 a A d o lfo Casais

Monteiro —p oeta veinte años más jo v e n que él, dire c to r

entonces de la revista Presenta—, célebre carta que inc lu ye el

citadísimo relato de cómo su rg ie ro n los heterónimos. E l

de sa rro llo de la carta trata, después de esa p r im e ra c o n fe sión,

de buscar ju s tific a c io n e s . E n p r im e r lu gar, alega, no

habría tomado en sentido estricto una dec isión, la p u b lic a c

ión no era iniciativ a suya: « C om e n c é con este lib ro mis

publicaciones p o r la simple razón de que fue el p r im e r libro

que conseguí, no sé p o r qué, tener organizado y listo. Como

estaba dispuesto, me inc ita ron a que lo publicase; accedí» —y

no es ajeno al malestar, y quizá a la mala conciencia, que Pessoa

no relacione esa casual invitación a pu blica r con la p r o puesta

previa de que lo presentara a u n concurso, convocado

para lib ros que exaltaran el na cionalismo po rtu gu és. Quizá

esta convocatoria fue el desencadenante p rá c tico 3 ; en todo

caso, no se debió a una razón in te rn a del p ro p io lib ro o de

su obra que lo eligiera como tardío estreno editorial.

E n segundo lugar y desde la perspectiva del autor, no deja

de percibirse un desajuste entre este desarrollo de los hechos y

la minuciosa fo rm a , casi maniática, en que concebía Pessoa

todos sus proyectos, hasta el punto de nunca llegar a cerrarlos.

El inacabamiento de sus textos y su privacidad son constituti2

Fernando Pessoa, Teoría poética, ed. eit., p. !8",.

3 Obtuvo finalmente el segundo premio —el primero para libros más

breves—, que también conllevaba la publicación.

vos de su escritura, vista en conjunto y desde ahora. Parece que

motivo principal del malestar sería la discordancia entre la

publicación de Mensaje y su poética de lo múltiple, el rechazo

que siempre había sentido a que una sola poética, unitaria,

p u d ie ra tomarse como la suya p e rson a l: «G u a n d o a veces

pensaba en el orden de una futura publicación de mis obras

—sigue diciendo en la carta—, nunca u n lib ro del g én ero de

Mensagem había figurado en p r im e r lugar. Dudaba si debía

comenzar p o r u n lib ro de versos grande —u n lib ro de unas

3 5 0 páginas— englobando varias subpersonalidade s de F e r nando

P e s so a ...» . Y eso le lleva a reconocer, después del in icio

ya citado, un déficit evidente: « S o y de hecho u n nacionalista

místico, un sebastianista racional. Pero soy aparte y hasta

en con tradic ción con esto, muchas otras cosas. Y esas cosas,

por la misma naturaleza del libro, Mensagem no las incluye».

Se entiende bien que este resultara el modo menos previsible,

para él mismo, de empezar la publicación de sus te x to

s , aunque no fuera consciente de la cercanía de la muerte

y, en esa medida, confiara aún en tener ocasión de dar una

imagen más completa de sí —por eso, el razonamiento que

traslada a Casais Monteiro continúa con el recuento de los

proyectos inmediatos—. Llevaba ya muchos años pensando

cómo resolver el tránsito desde las revistas y periódicos al

libro, y cómo debían articularse sus distintas poéticas para

que la posible obra impresa asumiera la pluralidad. Y no

actuó así: el cierre estructural de Mensaje apuntaba en dirección

opuesta. Intentó argumentar en su defensa, pese a todo,

con una tercera justificación: «Estoy de acuerdo con usted,

dije, en que no fue feliz el estreno que de mí mismo hice con

la publicación de Mensagem. Pero estoy también de acuerdo

con el hecho de que fue el mejor estreno que podía h acer.

Precisamente porque esta faceta —en cierto modo se cu n d a r

ia— de mi personalidad no había sido nunca suficientemente

manifestada en mis colaboraciones en revistas»' .

4 El argumento no respondía del todo a la verdad. Una revista había

publicado en 1 9 2 2 Mar Portugués, la segunda sección del libro y un

tercio de él en extensión.

8 MÍGUEt CASADO

Las distintas poéticas que integ ran la ob ra de Pessoa

m an tien en una con tinu a discu s ión entre sí, con fron tan d o

sus concepciones del mundo o p ro p o n ien d o fó rm u la s l in güísticas

y estructurales muy diferen tes. Pero me atrevería a

decir que la forma en que, en distintos lugares de la obra, se

rechazan rasgos o posiciones contenidos en Mensaje, más que

del orden de este tipo de divergencias, es del orden de la descalifica

ción. Me limito a p o n e r tres ejemplos, para subrayar

lo aislado de este libro y el tipo de malestar que lo acompaña.

E n un poema firmad o p o r A lva ro de Campos, significativo

por su anotación manuscrita: « E l inicio de Alva ro de C am p

o s» (el poema parece ser ta rdío, y falsa, pues, su datación,

pero con la evidente idea de dotar al personaje de unas raíces

que lo de fin an ), se lee esta exclamación: « ¡T a n poco h e rá ldica

la v id a !» 0; como veremos, la heráldica es motivo sobre el

que se articula, en buena medida, la estructura de Mensaje. No

es la única e xp re s ión de distancia de A lva ro de C am p o s;

podría citarse también su escepticismo específico respecto a

los viajes a Oriente, que habían sido el núcleo de la epopeya

de los de scub rimientos; así, los versos de Opiario, el p

gran p o em a con su firm a : «M a s yo busco en el opi

consuela / u n Oriente al o riente del O r ie n t e » 6, o, de

más trivial, «M e parece que no vale la pena / ir hasta Oj.

y ver la India y C h in a » 7.

L a segunda muestra de desacuerdo la tomo de la con tinuada

defensa del paganismo que hace R ic a rd o R e is y la

dureza de los ataques al cristianismo que van inscritos en ella

—igual que en los textos en p ro sa firm ad o s p o r A n to n io

Mora, el doble filo sófico de Reis—; frente a ello, la ya citada

confesionalidad católica de Mensaje y un providencialismo que

convierte a Dios en factor determinante del proyecto n a c io na

l p o rtu gu é s. Y quizá el te rc e r e jem p lo sea el más fu e rte ,

5 Fernando Pessoa, Poesía III. Los poemas de Alvaro de Campos, I. Edición de

Juan. B a rja y ju ana Inarejos. Madrid, Abada, 2 0 1 2 , p. 5 9 -

6 Ibídem, p. 7 7 -

7 Ibídem, p. 8l.

p o rq u e lo p on e el po ema « E le g ía en la som b ra » , escrito

solo m ed io año más tarde de la p u b lic a c ió n del lib ro , en

ju n io de 1 9 3 5 , y, como este, firmado p o r Pessoa con su p ro -

pió nombre: «D u e rm e , madre Patria, nula y postergada, / y,

si u n sueño te surge de esperanza, / no creas en él, p o rq u e

todo es nada, / y nunca viene lo que lia de v en ir» ; donde se

percibe realmente esta elegía como u n anti-Mensaje.

E l m a l e s t a r d e l o s l e c t o r e s

A lgú n tipo de malestar, como el compartido p o r Pessoa con

su corresponsal, seguirá acompañando la fo rtuna de Mensaje;

será el malestar de los lectores, aunque ya no con las mismas

causas, porque la perspectiva es, obviamente, otra: los lec tores

disponen del resto de la obra de Pessoa, pueden ir c on o cien

do y sopesando las diversas voces que en ella hab lan,

contando siempre con su multiplicidad: es inevitable que

unos prefieran a Campos o a Reis, otros a Caeiro o al ortónimo

Pessoa; no se puede quizá disfrutar por igual todas las poéticas,

aun admirando el conjunto. Creo que el malestar de los

lectores ante Mensaje se relaciona con una de estas dos causas o

con ambas: con la apuesta ideológica por un nacionalismo de

corte tradicional y teocrático, por una parte, y, por otra, con

los efectos, en la lengua y el mundo del libro, de un trabajo

estructural de cierre, sin precedentes en Pessoa. Merece la

pena detenerse primero en un punto y luego en el otro, para

ir, con esta guía, entrando más en materia.

a ) M a l e s t a r p o l í t i c o

Entre la infinidad de los escritos inéditos de Pessoa, de sus

hojas de p rosa inacabadas, abandonadas y luego reanudadas

en otro punto, proliferan y casi predominan los de inten8

Fernando Pessoa, Mensagem. Poemas esotéricos. Edición de José Augusto

Seabra (co ord.). Madrid, A L L C A X X y Editorial Universitaria de

Chile, 1 9 9 7 » p- 10 6 (la traducción es mía).

ción política, mezclándose esas notas nunca publicadas con

los textos dados a la prensa. A lo largo de toda su vida, Pessoa

fue tomando p o s ic ión de fo rm a pú b lica sobre cuestiones

políticas, tanto de actualidad como de mayor calado id e o ló gico;

en la pequeña parte de los escritos que fue publicando,

los de enfoque político ocupan sin duda un lugar p ro p o rc io nalmente

destacado. E l conjunto y, en particular, los in é d itos

muestran —como señala G onzá lez Varela, au to r de una

amplia anto lo g ía— « a u n Pessoa h ip e rp o lítico , tr ib u n o ,

soc iólogo , pro fe ta , inc luso h is to riad o r en cierne s. L a hybris

política latía en sus v en a s» 9, e incluso se creería que; « E l trait

d ’union entre el poeta y el pensador político es lo que nos p e r mite

descifrar el pathos de P e s so a » 10,

De una p r im e ra a p ro x im a c ión no se concluye, sin

embargo, que tan constante inquietud política haya generado

una lín e a de pen samiento ú nica y coh e ren te ; es c ie rto que

los textos tienden en general a un aristocratismo que se antepone

a la igualdad postulada p o r los p r in c ip io s d em o c rá ticos,

tien den a una p o s ic ión re a c c ion a ria que e n c a ja r !' cc <■>

los impulsos an timode rno s y au to rita rio s de cierta de-ecneurope

a del p r im e r tercio del siglo XX. Pero los vaive:

Pessoa en sus tomas de postura ante la actualidad portug^v.»!»

y su d isid en c ia en cuestiones centrales pa ra esta ten den c ia

política impiden que se le adscriba a ella sin rep a ro . P o r un

lado , a lte rnó varias veces su apoyo a la m o n a rq u ía o a la

repú b lica , en con tran d o sus a rgumento s en u na casuística

difícil de sistematizar, lo mismo que varió de actitud respecto

a los go b ie rn o s dic ta toria le s que con o c ió (S id ó n io Paes,

S a la z a r ...) ; p o r otro lado, la fre cuen te con den a del c a to licismo,

su orientación racionalista pe ro no pragmática (y ahí,

quizá, la v in cu la c ión con la m a son e r ía ), o la p a sión p o r la

9 Nicolás González Varela, « E l pathos de un escritor pa t r ió t ico »,

introducción a: Fernando Pessoa, Política y profecía (Escritospolíticos i g i o -

1 9 3 5 ) ’ edición de Nicolás González Vareía, Barcelona, Montesinos,

2 0 1 3 , p. 9.

10 Ibídem, p. 39 .

modern idad que representaba A lvaro de Campos, abren distancias

con la derecha tradicional difíciles de suturar. Así, en

ocasiones se declara apasionado nacionalista y en otras afirma

que la ú n ica patria que conoce es la lengua portuguesa. Po r

eso, cuando Teresa Rita Lop es p ro p o n e que « e l homb re de

acción que Pessoa curiosamente era, cristalizó sus impulsos

en el pequeño cofre de Mensaje» 11, cuesta asumir que el lib ro

pueda ju g a r ese papel en u n conjunto que no parece admitir

síntesis, sino más b ien apertura y dispersión de líneas.

Quizá sea el deseo de dibujar con p re c is ión una v o lu n tad

política tan variable, de encontrar un punto quieto entre

las dudas que suscita, lo que lleva a atribuir a Mensaje este

peso. En esa línea iría la in te rp re ta c ió n de Judith Balso.-

« Mensagem dispone una especie de 'c ifr a ’ de Portugal. Y este

libro no puede ser leído más que en el modo de un desciframiento,

a cuyo término la esencia de lo nacional que contiene,

resultará o bien descubierta, o bien irremediablemente

fallida»12. No sé si hablar de un tipo de desciframiento

que hace depender de él el destino de lo nacional no o b s truye

la lectura que todo libro de poemas espera; en todo caso,

la propuesta de Balso, pese a su dramatismo, contiene elementos

que relativizan la función condensadora, de formulación

de un programa político, que parece concederse a

Mensaje. Sus palabras sugieren que no se trataría propiamente

de un ejercicio de exaltación nacionalista —como requerían

las bases del consabido concurso—, sino de una búsqueda de

otra clase, quizá metafísica («la esencia»), y que, además, su

enfoque no es unívoco, ofrece elección, un camino bifu r cado;

aunque uno de sus términos esté marcado como un

logro, y el otro, por el contrario, como un fracaso, la doble

posibilidad está ahí, lo negativo asoma también como posible

destino.

-II Teresa Rita Lopes, <<Mensagem de uma v id a » , en Fernando Pessoa,

Mensagem. Poemas esotéricos, ed. cit-, p. 353-

12 Ju d ith Balso, Pessoa, lepasseurmétaphysiqiie. París, Seuil, 2 0 0 6 , p. 18 3 (la

traducción es mía).

C o n todo, lo cierto es que el lib ro no fue una solución

improvisada para una situación concreta '—aun con su carácter

circunstancial--', sino que cu lm in ó u n proyecto m an te nido

al menos durante dos décadas de la vida de su autor. Las

notas más antiguas que se con o c en son de p r in c ip io s de los

años IO, con la previsión de titular Portugal u n poema extenso,

pensado ya en té rm in o s m íticos : Vasco de Gama y Don

Sebastián com p a rtirían espacio con O r íe o o Fausto'3. Pero

bocetos con este grado de e laborac ión hay muchos entre ios

papeles de Pessoa, y de ese p r im e r momento solo se conserva

un poema , ^G la d io » , fechado el 21 de ju lio de 19 ^ 3 - que

pa saría en te ro a Mensaje con el títu lo « D o n F e rn an d o ,

Infante de Portugal». U n segundo paso documentado, como

mencioné, es la ap a ric ión de la sección central de Mensaje, ya

con el título de «M a r p o r tu g u é s» , en el n úm e ro 4 de la

revista Contemporánea, en diciembre de 19 2 2 . Dado que el libro

de fin itivo salió de la im p ren ta en d ic iem b re de 19 3 4 . la

escritura de los poemas se pro long a ve in tiú n años al menos;

el último está fechado el 2 de abril del mismo 1 9 3 4 - Lo

en los que Pessoa e scrib ió más poemas con este fin í:

19 2 8 y 1934 » nueve en cada u n o , aunque en el ca

último se concentraran —p o r la necesidad de ce rra r el « o ro—

en los tres p r im e ro s meses; resulta clara, pues, la dilatada

pervivencia del proyecto.

Volviendo al pensamiento político de Pessoa, y su c o n creción

en Mensaje, Teresa Rita Lop e s lo ha de sc rito de un

modo que lo acerca a lo que fue el regeneracionismo español:

« S u sebastianismo fue una estrategia: tentativa de alentar el

ánimo de los portugueses, esa brasa fría, a través de u n mito

congregador»14; sin duda, la imagen de Castilla que postularon

Unamuno o Machado tenía también un aura mítica, por

mucho que se repitiera aquella frase de Costa sobre dejar

1 3 Ver Fernando Gabral Martíns, Jntrodufao ao estudo de Fernando Pessoa.

Porto, Assirio &. Alvirn, 2 0 1 4 , p- 2 3 7 -

14 Teresa Rita Lopes, loe. c it .r p. 3 5 2 -

b ien c e rrad o el sepulc ro del C id ; en el caso de Pessoa, se

partiría asimismo de un diagnóstico sobre el estado de ánimo

colectivo y con una perspectiva fo rm ad a al amp aro de una

leyenda aún latente.

Es significativo a este respecto el de sa rrollo del p oema

« E l Infante >>: da cuenta en p rin c ip io de cómo Dios eligió a

un portugués para asumir un destino que abocaba al mar y al

futuro, y que llegaría a ser destino de la na ción; pero la con sum

ación de este designio quedó a medias: se cum p lió la

parte que conducía al mar, el imperio se hizo, y luego se deshizo

: « ¡ Falta, S eñ o r, cumplirse P o r tu g a l!» 10. De este modo,

según el texto, Portugal logró un sentido, asumió su re sp on sabilidad

en la empresa humana común, pe ro no supo o no

pudo, en el curso de esta acción, hacerse a sí mismo. Obtuvo

identidad, pero no retuvo su ser. Mensaje daría cuenta, así, de

un destino colmado p r im e ro y fru strad o después, y de un

subsiguiente estado de p o stra c ión; es cierto que habla poco

de la parte negativa del balance, pe ro hace pesar ese silencio

de fo rm a decisiva. E n el poema « N ie b la » , además de r e fe rirse

a la mañana en que, según el mito, habrá de reaparecer

Don Sebastián, la niebla toma otros dos valores: uno co r re s ponde

al estado del presente —«N ieb la eres hoy, P o rtu g a l»—;

el otro, a lo etéreo del proyecto colectivo y de la esperanza, a

su in con s is ten cia : «N a d ie sabe lo que qu ie re . / N adie sabe

qué alma tiene, / ni sabe qué es b ien n i mal. / [...] / T odo es

in c ie r to y p o s tre ro . / T odo suelto, nada e n t e r o » . L a c o n ciencia,

la fuerza de la crítica negativa es lo que abre la p o s ibilidad

del fu tu ro . Y la descripción del estado de la nación,

la discrepancia con él, impide pensar que el poeta escriba en

apoyo de n in gú n rég im en o propu esta p o lítica a c tu a l; solo

queda la energía que nace de un deseo contiguo a la desespera

c ió n . Y es ese deseo el que explica que, en tal p u n to de

p é rd id a , Pessoa dé u n g iro so rp ren d en te y decida que,

puesto que todo es niebla, es ya el momento que el mito p re veía;

precisamente « ¡E s la H o r a !» .

15 Todas las citas de Mensaje están tomadas de la presente edición.

Por tanto, las posibles causas de un malestar político se diluyen

en la apertura del planteamiento pessoano que, p o r otro

lado, parece movido más p o r una lóg ica p e r son a l que p o r

razones ideo ló g ica s. Quizá esto se p e rc ib a observando el

lugar que ocupa OsLusiadas en el lib ro . Salvo el sebastianismo,

que no podía estar aún en el p o em a de Camoes p o r obvias

razones cronológicas (se publicó seis años antes de la desaparición

del re y), hay una notable coincidencia en el re co rrido

histó rico de ambas obras y, sin emba rgo , Mensaje no ta c e

mención de ello; no se in co rp o ra Camoes a la galería de los

héroes, aunque esta incluye figuras de escritores menos c on sagrados,

como las de B an d a r ra o A n to n io V ie ir a . Y no

puede h aber de scon o cim ien to p o r pa rte de Pessoa, que en

diversas ocasiones, an un ció la llegada de u n supra Camoes; no

hay desconocimiento, sino in ten c ió n . C o n Os Lusiadas c o in cide

Mensaje en el re co r rid o p o r la con stitución de la n a c io nalidad,

en su inventario de personajes históricos, en la epo peya

de los navegantes y descubridores, en la médula religiosa

de la empresa, en múltiples motivos y escenas. Pero, aparte

de no n om b ra rlo , hay signos de evidente distancia, como la

casi completa impugnación del depósito mítico gr

del que Camoes se nutría hasta el punto de interc

siones de ese o rig en y qu eb ra r el h ilo ép ico ; ei

huella de este fondo es mínima y se limita a la figu

de Ulises y un pa r de alusiones sueltas.

Edua rdo Lourenco ha defin ido el lib ro de Pessoa corno

un « a n t i-L u s ia d a s » : con Camoes llevaría a cabo Pessoa una

« ta ch ad u ra freu d ian a que constituye el c entro hueco de la

estructura textual y mítica de Mensaje » . S in duda es así,

como parte de una extraña rivalidad histórica, del án imo

competitivo que parecía mover el impulso de escritor de Pessoa.

Pero también porque el patronazgo de Camoes le habría

quitado flexibilidad para introducir los toques personales

16 Diversos estudios de Eduardo Lourenco, citados por María Helena

da Rocha Pereira, «Ulysses e a M ensag em ^ , en Fernando Pessoa,

Mensogem. Poemas esotéricos, ed. cit., p. 3 0 9 .

que hacen de su libro escritura y no un tratado histórico ni un

p ro g ram a p o lític o . L a aso cia c ión mund o clásico-cristianismo

de Os Lusiadas seguramente le repugnaba, p o r el lugar

que guardaba su pensamiento para el paganismo, y p o rq u e

además lo católico ad q u ir ía en Cam oe s notable r ig id e z ; la

fo rm a na rrativa y el fre cuen te ju e g o de buenos y malos, de

héroes nobles y dañinos infieles, se oponían al análisis c on ceptual

que Pessoa iba a p ro p o n e r , como fo rm a coheren te

con su proyecto y compatible con su p e rson a lidad. S i debía

apoyarse p o r una vez en la raíz cristiana de la n a ción , le era

preciso dotarla de un carácter espiritu a l asociado a u n destino,

y no cabía construir la utopía sebastianista del «Q u in to

Im p e r io » con los materiales de la conquista. Sí, la querencia

de desplazar a Camoes del pedestal, pe ro sobre todo las exigencias

de su p ro p ia escritura , el trazado —tan m in u c io so y

pensado siempre— de su poética. A b rirse a un espacio que no

esté condicionado ideológicamente, moverse en él con en e r gía

poética.

b ) M a l e s t a r p o é t i c o

Me referí antes a una segunda causa del malestar del lector:

los efectos en el libro, en su lengua y mundo, de un trabajo

estructural de cierre, único en la obra de Pessoa, impuesto en

buena medida por las exigencias de la publicación. Así, con la

sintaxis cultista y los esquemas estróficos se da cuerpo a un

conjunto de materiales de variada procedencia. Si, por

supuesto, dominan los de carácter histórico, vienen a

sumarse a ellos otros innumerables, como los que tienen origen

en la mitología artúrica —que trataría de reforzar el relato

sebastianista, por sus coincidencias con la historia del Grial,

también de pérdida y esperanza de reencuentro, o el papel de

la niebla en los ciclos celtas— o las alusiones al mundo ocultista,

sus símbolos y corrientes, como ocurre en « E l Encub

ier to», poema en el que se superponen la rosa y la cruz

—rosacruz literalmente. Todo parece caber en el libro —así,

Angel Crespo recordó la relación mítica de Orfeo, título de

la ya lejana revista, con los navegantes, o las resonancias del

LíberNumerorum de San Isidoro'"7— que, siendo un espacio sincrético,

o frece una tersa su p e rfic ie de len gu a. U n o de los

mejores ejemplos de la diversidad de referencias que fluye en

un solo cauce es «O mostrengo», el poema sobre el monstruo

que acecha en el fin de los mares, donde se fu n d en el

gigante Adama stor —que Camóes en contró en fuentes an tiguas

y contemporáneas—, la p e rip e c ia histó rica de Bartolomeu

Dias —que solo al tercer intento consiguió doblar el lla mado

Cabo de las Tormentas, en el con fín austral de Africa—

y el eco de algún pasaje de la Balada del Viejo Marinero, de G o le -

ridge, sobre todo en la figura del homem do Ieme [el tim on e l].

Todo está ahí, todo actúa, pero el poema lo marca el pulso de

Pessoa, con sus recurrencias solemnes, en las que caben tanto

lo grotesco del monstruo —tan « r om o » que se echa a rodar

p o r tres veces— como la em o c ió n épica ante el destino que

asume la fo rm a de una obstinada ob edienc ia —también tres

veces sometida a pru eb a—; el ritm o del p oema mece en sus

olas ambas formas del absurdo.

Consciente de este minucioso trabajo, Román Jakobson,

uno de los ilustres precursores de la difusión internacional de

Pessoa, basaba de modo preferente en Mensaje su juicic

el poeta; el ensayo que firm ó en 19 6 8 con Luciana Stej

Picchio prop onía : «Pessoa debe ser incluido entre los j

des poetas de la 'estructuración’ » 1 . Y este chocante diagnóstico,

aplicado a quien subrayó entre sus opciones de escritura

el inacabamiento y la disp e rsión , se apoya en u n a categoría

usada por el propio poeta; según él, los así definidos serían

capaces de una mayor complejidad, «porque expresan construyendo,

arquitecturando, estructurando » 19, y apuntan de

17 Ver la extensa introducción en Fernando Pessoa, El poeta es un fingidor

(Antologíapoética), edición de Angel Crespo, Madrid, Austral, 19 8 2 .

18 Román Jakobson y Luciana Stegagno-Picchio, « L o s oxímoros dialécticos

de Fernando Pessoa», en Román Jakobson, Ensayos de poética,

traducción de Ju an Almela, Madrid, Fondo de Cultura Económica,

19 7 7 , P . 2 3 6 .

19 Citado por Jakobson y Stegagno-Picchio, que lo toman de una carta

a Francisco Costa, escrita en agosto de 1 9 2 5 *

ese modo una tendencia a la universalidad, a lo que se manifiesta

al margen de accidentes. En el desarrollo de este c rite rio

, el ensayo de Jakobson estudia, p o r ejemplo, las frecuencias

vocálicas y su sistema de ap arición, inaugurando los muy

n um e ro so s trabajos que se o cu p an de establecer a rm on ía s

cuantitativas, claves numerológicas, etc. Mensaje quedaría, así,

ju s tific ad o como una lab o r ejem p la r de o rfeb re r ía lin g ü ís tica,

como un tejido extremadamente cuidadoso y complejo

de re la c ion e s, p ro p o rc ion e s o simetría s. Pessoa mismo, en

una suerte de ilum in a c ión estructuradora, llega a in c lu ir lo

tod o --aún en la carta a Gasais Monteiro— en u n efecto de

trascendencia que lo desborda: « L o que hice p o r causalidad

y se com p le tó en con versac iones fu e exactamente ta llad o ,

con Escuadra y Compás, p o r el G ran A rq u ite c to » .

Hay, p o r tanto, muchos h ilo s de los que es p o s ib le

tirar; me limito a u n solo ejemplo de la crítica que se mueve

en esta órbita de una «poesía de la estructura». Mensaje se

abre con un epígrafe en latín, como luego ocurre con fó r mulas

latinas más breves en cada una de las secciones:

«Benedictus dominus deus noster qui dedit nobis signum»

[Bendito el señor nuestro dios que nos dio enseña]: la invocación

religiosa en latín, la acción divina de conceder signum,

las formas (nobis, noster) de un nosotros que sitúa las coordenadas

del mensaje más allá de lo personal. Como explica Adrien

Roig, el « sign um » tendría el sentido de la enseña para el

campo de batalla, lo mismo que el romance brasao [blasón],

que da título a la primera parte del libro. Blasón concedido

por Dios a una comunidad que pronto se identifica con

Portugal. El desarrollo se va dividiendo en secciones que

corresponden a los distintos campos del escudo de Portugal:

los castillos, las quinas, etc. Hay en todo ello un sabor

medieval y, también, la alusión permanente a la in te rv en ción

divina y a los mitos nacionales.

Tanto los castillos como las quinas remiten a la batalla de

. Ourique, ganada a los musulmanes en agosto de 1 1 3 9 por el

primer rey de Portugal, Afonso Henriques, y que abrió la

conquista de Lisboa y de todo el centro del país. Los castillos

son siete, como los reyes moros derrotados20, y las quinas

remiten a la visión de C risto que tiene el rey en la víspera de

la batalla, en la que le concede como armas sus prop ia s lla gas21.

A d r ie n Roig piensa que « e x isten relaciones estrechas

entre la Visión de D o n A fo n so H en r iq u e s , el E p íg ra fe y los

poemas»2' y, a p a rtir de ahí, estudia la re cu r ren c ia de las

palabras clave en las dife ren te s secciones del lib ro ; y añade

otra hipótesis: Pessoa conoce y tiene en cuenta, siguiéndolo

estructuralmente, el relato ( ¿ o r ig in a l? ) en la tín de la visión

que, según 1a. tradición, fue encontrado en el monasterio de

.Alcobaja en 15 9 6 . Roig culmina su sugerente trabajo con un

juicio sobre el género del lib ro : «E s ta p rime ra sección hace

recordar, p o r su naturaleza y estructura, la literatura emblemática.

Se pa rte de un c o n ju n to d ib u jad o , de u n grabado

(en este caso el B lasón de Portugal). Se inscribe debajo una

fó rm u la , frecuen temente enigmática, la cónica (el E p íg rafe

inicial) y se va esclareciendo, en un comentario organizado

(la secuencia de los p o em a s), e xp lic itan d o con e jem p lo s y

au to rid ade s (héroes y sob e ran o s po rtu gu e se s) el v a lo r y la

s ign ific a c ión sim b ólica de cada uno de los e lem entos del

grabado»23.

2 0 Las interpretaciones difieren en algunos detalles. Suele hablarse de

cinco reyes, a los que se sumarían las plazas de Lisboa y Evora ocupadas

después,

21 Curiosa y emblemática palabra esta de quinas, asumida por el castellano.

Según la Academia: «Armas de Portugal, que son cinco escudos

azules puestos en cruz, y en cada escudo cinco dineros en aspa».

Tirso de Molina escribió una obra titulada Las quinas de Portugal: «La s

armas que a Lusitania/otorga mi amor propicio, / en cinco escudos

celestes / han de ser mis llagas cinco; / en forma de cruz se pongan, /

y con ellas, en distinto / campo, los treinta dineros / con que el

pueblo fementido / me compró al. avaro in g rato ». También en las

Soledades d e Gongora aparecen «las quinas» como metonimia de las

naves portuguesas que cruzan el océano hacia Asia.

2 2 A dr ien Roig, «Mensagem: Heráldica e poesía», en Fernando Pessoa,

Mensagem, Poemas esotéricos, ed. cit., p. 2 8 4 - La versión portuguesa del

original francés es de Angela Carvalhas (traduzco del portugués).

2 3 ibídem. p, 2 9 2 .

« S i se atien.de a la p e r fe c c ió n externa, esta es su ob ra

más completa» 24 —decía Octavio Paz, otro de los p rim e ro s ,

fuera del ámbito lusista, en difu n d ir y valorar la obra de Pessoa,

Pero ¿q u é sería la perfección externa en u n lib ro de p o e m

a s?, ¿ se d e fin e como externo lo que no se in teg ra en el

cuerpo p o é tico ? Es curioso que, mientras en la mayoría de

los libros de Pessoa la atracción p o r los heterónimos acaba sustituyendo

con fre cu en c ia la le c tu ra con creta del texto, aquí

llega tal vez al mismo resultado el conjunto de lenguas y saberes,

el sistema de conexiones y referenc ias. Re cu e rd o ahora

aquella fo rm u la c ió n , quizá discutible p e ro muy fé r til, que

hacía Ferlosio de un « p r in c ip io de p a ten cia» para la lectura

de poesía. Acogiéndose a la idea de efecto y de unidad de efecto

que desarrolló Poe, piensa que los elementos poéticos son los

que, al margen de su dificultad, están activos ante el lector,

que los p e rc ib e en una copresencia mutua, y por eso «lo

accesible únicamente mediante el descifrado carece de existencia

literaria, no forma parte de la obra» ' . Sin duda,

extremar tanto la afirmación puede agrietarla; pero algo de

esa índole sucede; quizá ninguna de las tramas que subyacen

al libro contiene las claves de su lengua y su mundo, de su

poética. Y es lo patente en los poemas lo único que, pese a la

costumbre crítica, constituye Mensaje.

Creo que con esto se relaciona el malestar de los lectores,

que quedaría explicado en la misma cita de Octavio Paz ya

comenzada: « S i se atiende a la perfección externa, esta es su

obra más completa. Pero es un libro fabricado, con lo cual

no quiero decir que sea insincero sino que nació de las especulaciones

y no de las intuiciones del poeta. [...] Para que los

símbolos lo sean efectivamente es necesario que dejen de

simbolizar, que se vuelvan sensibles, criaturas vivas y no

emblemas de museo. Gomo en toda obra en que interviene

2 4 Octavio Paz, «F e rn an d o Pessoa, el desconocido de sí m ism o » , en

Cuadrivio, México, Jo aq u ín Mortiz, 19 6 9 , p- 1 5 8 -1 5 9 -

2 5 Rafael Sánchez Ferlosio, Las semanas del jardín. Semana Segunda. Madrid,

Nostromo, 1974» P- 1 2 6 .

más la voluntad que la inspira ción, pocos son los poemas de

Mensaje que alcanzan ese estado de gracia que distingu e a la

poesía de la bella lite r a tu r a » . E l com en ta rio , aunque con

inicial prudencia, resulta contundente; es cierto que implica

cuestiones de poética, sean de época (el ensayo apareció en

19 6 2 ) o p e rson a le s, que no p a re c en obvias ( sin c e rid ad ,

intuic ión, símbolo, inspira ción), pe ro es difíc il no compartir

este ju ic io : la sensación de que el plan pesa sobre el libro

y lo con dicion a , de que bastantes poemas han surg ido para

cumplir una fu n c ión sin ser necesarios en sí, sin estar vivos.

E l trabajo para c e rra r Mensaje supuso una experiencia

única en la vida de Pessoa, una experiencia interesante y ambigua,

que probablemente suscitó su perplejidad. Es como si la

energía poética, sostenida durante las dos décadas que m an tuvo

el proyecto, se hubiera agotado antes de llegar totalmente

a puerto, como si se destensara el p ode r de concentración de

la lengua y hubiera que re cu rrir a explícitos mecanismos retóricos

para re llen a r el esquema, p ro du c ién do se perceptibles

decaimientos. Es curioso que estos aparezcan a menú ’

poemas dedicados a personajes fundamentales, que limi

el abanico de posibilidades, pues solo cabría hacer su loa

sensación de que el poeta se mueve con más na tur

cuando la desgracia se combina con el deber y las valora

se hacen conflictivas. Frente al ju ic io de Jakobson, parece que

Pessoa es más un poeta del inacabamiento que u n poeta de la

estructura, y leer Mensaje lo con firm a ; en el espacio info rme de

lo abierto sus logros poéticos son e x tra o rd in a rio s , de modo

que situarse en él habría sido, tanto como una elección personal

o el fru to de una person a lidad inestable y múltip le, una

necesidad interna de su escritura.

S in emba rgo, sería in ju s to con el lib ro hacer absoluto

u n ju ic io motivado p o r sus decaimientos; hay amplio margen

en él para p e rc ib ir el v alor y la fuerza de esta lengua de Pessoa,

otra más de sus lenguas.

I I . L a m ir a d a d e P o r t u g a l

Tras haber intentado evocar algunas condiciones de la recepción

de Mensaje, percibida como una experiencia de malestar, y

de h aber revisado determinadas líneas de a r ticu la c ió n del

texto, querría volver sobre mis pasos, retomar la lectura desde

el p r in c ip io , atendiendo a los tres poemas iniciales del libro,

que seguramente contienen en síntesis lo sustancial del re co r

rid o . Después del epígrafe la tino, se entra directamente en

la parte dedicada al « B la só n » , también con su breve fórmula

latina marcando el comienzo: « B e llum sine b e llo » , « gu e rra

sin g u e r r a » ; tras ella, dos poemas que presentan los com p o nentes

básicos del bla són, « lo s c a stillo s» y « la s q u in a s » ;

empieza luego la sección que desarrolla « lo s castillos», con el

poema dedicado al m ít ic o antepasado, «U lis e s » . Estos tres

son los que querría releer.

«D e los castillos», el primer poema, imagina el mapa

de E u ro p a como una m u je r tumbada, que se apoya en los

codos para levantar la cabeza y mirar hacia adelante; los

codos corresponderían a Italia e Inglaterra, mientras «ese

rostro que mira es Portugal». Así, Europa tiene dos fundamentos;

uno que remite a la época clásica («helénicos o jo s» ,

recordando que buena parte de Italia fue griega antes que

romana) y otro al mundo británico («románticos cabellos

» ) , que reúne la modernidad de las pasiones, la libertad

y el progreso. En términos de Pessoa, un codo sería Reis, y el

otro, C am p o s; su formación inglesa ahonda y matiza el

aporte clásico, le permite inclinarlo hacia una perspectiva

marina —y universal—, próxima a la identidad portuguesa que

va a elaborar. El movimiento del tiempo y de la cultura concuerdan,

en principio, con el dinamismo sugerido por el

mapa, que iría «desde Oriente a Occidente», y ello sitúa a

Portugal en la vanguardia de Occidente, rostro de Europa,

mascarón de proa.

Pero ya un tono decadente, muy art nouveau, perceptible en

la selección léxica, avisaba, también desde el principio, de otra

clase de inquietud temporal; Pessoa lo retoma, hacia el final

del poema, para romper la aparente transparencia del dibujo:

«C o n su mirar esfíngico y fatal / ve a Occidente, fu tu ro del

pasado. // Y ese rostro que mira es P o r tu g a l» . E u ro p a está

m irand o, sí, con sus ojos portugueses, hacia el océano que

tiene delante, abarcando en su mirada la epopeya de los descubrimientos;

sometido, sin embargo, al dilema de la Esfinge

y al dictamen del destino, el sentimiento del tiempo vira, es ya

distinto del progresivo que parecía regir: todo estaba abierto en

un impreciso momento anterior, el gesto del mapa reproduce

su tensión y su energía, pero —« fu tu ro clel p a sad o »— eso que

era futuro entonces hoy ya se ju g ó . Y sopesar estas formas de

pasado y de futuro será trabajo del libro.

E l segundo poema , « D e las q u in a s » , habla con verso

más breve, más sentencioso, fiado a la rotun didad de la rima

para hacerse inapelable. S i antes se presentaba la comunidad

h istórica y política que protagoniza el lib ro , se suma aquí la

op c ión p o r el c ristianismo, aunque en el verso in ic ia l estén

todavía (digo todavía, como si se hubie ran conservado después

de los escritos de R ic a rd o Reis y A n to n io M ora ) « 1c

se s» , en plural; pero se nombra a C risto explícitamer

ofrece duda. Dec ir Dios es convocar también al destino

que el dios cristiano, en el movimiento doble que lo c

tuye, a la vez lo im p lic a y lo nieg a : « C o n desgracia t ___

vileza / D io s al C r is to d e fin ió : / lo opuso a N aturaleza /

cuando como H ijo lo u n g ió » ; en la con c ep c ió n del h ijo

puso el padre componentes naturales («desgracia y vileza» lo

son, como atributos existenciales) y la inm o r ta lid ad divina

que se les o p on e . L o que sería una d e fin ic ió n ind iscu tible ,

p o r dogmática, cuando se trata de quien es dios y hombre al

mismo tiempo, se convierte en extrañeza conflictiva cuando

heredan esa tensión los hombres solo hombres, y a ello tamb

ién alude el poema: «compra gloria la desgracia», «vida

breve y alma vasta». De este modo, como generando una

serie de oposiciones en torno al mismo núcleo, la religión

supone un impulso del alma hacia su amplitud que a la vez la

empuja al sufrimiento. La infelicidad humana, la lucha contra

el tiempo, la alternativa de la aceptación, el choque entre

cultura y naturaleza vendrían dados en la opción confesional,

sin que sea preciso explicitarlo apenas. La religión, el destino

marcan una verdad trascendente, pero también establecen los

límites para la existencia y su infin ito y d o loroso debate.

«U lis e s » , el último paso de este tríptico inicial, recoge

la leyenda del viejo marinero de la Odisea como fundador

mítico de L is b o a—n ombre g rieg o: O lis ip o—y, con ella, de

Portugal. E l poema combina de modo b rillan te un análisis

de lo que sea el mito con la pregunta p o r la iden tidad, pues

ambas cosas se hacen de sí y no , de con trarios que en vez de

neutra liz a rse se im p re gn an y p o ten c ian mu tu am ente. « E l

mito: nada que es todo» resume el carácter del pensamiento

mítico: sin referirse a nada realmente existente, tiene un

poder de explicación y de sentido que puede transformar la

realidad. Así son los mitos, y la alusión en el poema al sol

como cuerpo muerto de Dios, que remite seguramente al

egipcio Osiris —dios celeste y tamb ién de los muertos, tan

presente en las creencias herméticas—, viene a generalizar su

estatuto. Ulises aporta la singularidad de no provenir del

tiempo ahistórico de las mitologías, sino que, en cuanto creación

de las letras griegas, nació ya como personaje literario,

permitiendo así a Pessoa situarse en el vacío lógico de la

paradoja: «Este, que hasta aquí llegó, / fue por no ser existiendo.

/ Sin existir nos bastó. / Por no venir fue viniendo /

y nos c re ó » . Ulises vive en su falta de ser y por ella misma, se

asocia al modelo de identidad que asumió Pessoa y que dio

también a sus personajes-poetas; tiene el mismo modo de

existir que Gaeiro o Campos. Pero, como el poema dice:

«nos c r e ó » , los portugueses son hijos de Ulises, herederos

de su condición, y Pessoa traslada como rasgos de la identidad

patria los que se han ido, a lo largo de su obra, constituyendo

como identidad personal.

A l final del poema se produce un quiebro que solo indirectamente

proviene de lo dicho: «Abajo, mitad de nada, /

muere la v id a » . El mito, el sol, quedaría en un mundo de

alturas; de la unidad mítica entre nada y todo, a la vida le tocaría

el no; la realidad, la historia, la identidad nacional se fecundan

y mueven con el poder del mito; la vida humana permanece

al margen en cuanto hecho concreto y c ircunstancial.

Aunque Pessoa construye Mensaje con elementos —lengua, campos

de sentido, re lig ió n— muy distintos de los que usó en la

mayor parte de su poesía, en esto coincide con ella; la elaboración

de determinadas esferas ideales no altera su saber de la

experiencia de la existencia. Y no le importa entonces forzar

las palabras, y hacer de la realidad— « a l fecundarla, la aviva»—

algo que se disocia y opone a la vida —«m u e re » .

Los tres poemas abren, así, los itin e ra rio s del lib ro . Lo

colectivo, la identidad colectiva, nacional. L a concepción del

tiempo. E l cruce entre Dios y destino, el papel del mito y su

traducción existencial. Esta última, siempre, más latente que

manifiesta.

E l nosotros aparecía ya en el ep íg ra fe g en e ra l, y los tres

poemas lo con figu ran como m irad a , como in se rc ión en el

tiempo, como extraño y real nudo de inexistencia. Todo ello

constituye el Po rtu gal de Mensaje, además de la p ro lo n g ad a

re fle x ió n sobre la p o s ib ilid a d de u n proyec to y sobre cuál

sería su carácter: «Portugal, nosotros, pode r s e r» , y u í

más allá: « e l desear pode r q u e re r» , quizá una enumer

o quizá, en cambio, varios in fin itivo s que se complerr

entre sí, d ifirien do el ejercicio del deseo.

E n la po e sía de Pessoa son in fre cu en te s los p lu r a le s ;

recuerdo ahora a los piratas en la «O d a ma rítima» de Alvaro

de C am p o s: el p lu ra l le servía al p e r son a je p a ra colocarse

fuera y fantasearse como objeto, incapaz de p a rtic ip a r en la

ac ción . S in emba rgo, en Mensaje el po e ta no trata solo de

esbozar una id en tidad com ún , sino que se siente pa rte de

ella, y es ese sentirse pa rte lo que con du ce a la e scritu ra .

Cabral Martins recuerda que Pessoa propuso una empresa de

« rem od e la c ión del subconsciente n a c io n a l» , o que de sc ribió

al zapatero y p ro fe ta B an d a r ra como alguien cuya labor

desbordaba lo in d iv id u a l, de modo que su n om b re p o d r ía

acog er a quienes com p a r tie ran su v is ió n 26. C u an d o , en el

po ema « N o c h e » , un m a r in e ro se p ie rd e en el mar y va a

buscarlo u n h e rm an o suyo, que se p ie rd e tam b ién , y o tro

tercero queda a la espera de un permiso del rey para in ten tarlo

a su vez, se perfila un sistema de relevos, en que lo p e r sonal

no cuenta sino como fuerza o energía que suma. Así, el

m a rin o que sujeta el tim ó n ante la amenaza del M on s tru o ,

encuentra su capacidad de resistencia en u n sentirse trascendido:

« A l timón puesto, yo soy más que yo. / Soy un Pueblo

que qu ie re el m a r » : la tra scend enc ia en ca rnada con cede

sentido. Elj>o en este caso n o es otro, sino un más qu e jo ; no la

disgregación y la pluralidad, sino la con cen tración , la superación.

P o r u n m o m e n t o p a re ce ría que esto se separa de las

ideas gen e ra le s del poeta, qu ien trató con in s is ten c ia de

recordar el vínculo entre la posible identidad portuguesa y la

person al, negada y múltiple, como se veía en « U lis e s » . A s í

lo p ro p o n en estas frases de una entrevista de 19 2 3 (reciente

aún la publicación de «M a r p o rtu gu é s» ): « ¿Q u ié n , que sea

portugués —se preguntaba Pessoa—, puede vivir la estrechez de

una sola personalidad, de una sola nación, de una sola fe?

¿Qué portugués verdadero puede, por ejemplo, vivir la

estrechez estéril del catolicismo, cuando fuera de él hay que

vivir todos los protestantismos, todos los credos orientales,

todos los paganismos muertos y vivos, fundiéndolos portuguesamente

en el Paganismo superior? [...] Ser todo, de

todas las maneras, porque la verdad no puede estar en que

algo siga faltando» '. Y esa última frase, aplicada aquí a Portugal,

es la misma que Pessoa suele usa r para proponer su

poética de la heteronimia: « S e r todo, de todas las maneras

».

T am b ién , en el poema sobre Bandarra, hay pasajes en

que ambas identidades se comunican: « So ñ ó , anónimo y

disperso, / el Imperio por Dios visto, / confuso cual U n iverso

/ y plebeyo como C r isto » ; en estos cuatro adjetivos tan

pessoanos —anónimo, disperso, confuso, plebeyo—la dispersión

de la identidad y la anónima falta de relieve del in dividuo que

se entrega a una empresa de signo comunitario contagian de

imprecisión el proyecto na cional; adjetivos móviles, impuros

y .mezclados en sí cada uno, donde tanto lo personal como lo

común solo parpadean como ausencia. Observa Jo s é Augusto

Seabra que, sobre todo en «M a r p o r tu g u é s» , la combinación

de las perspectivas de p r im e ra , segunda y te rce ra p e r sona

aporta «den sidad p o é tica» y permite que se entrelacen

los g én ero s ép ico, lír ic o y d ram á tico 28; en cu en tra , pues,

otras formas de dispersión a través del perspectivismo: apenas

hay textos de Mensaje en que la voz poética se sienta como de

u n sujeto; actúa, más bien, una im p e rson a lidad gnómica o

una cesión de palabra a alguien que no llega a ser personaje,

sino una especie de modelo o tipo: todas las personas gramaticales

—añadamos el nosotros— para no nom b ra r a nadie, para

reducir a los individuos al cauce de un proyecto.

La latencia de la cuestión existencial y la dispersión de la

id en tidad , p o r tanto, fo rm an pa rte del mu n d o de Mensaje,

como del resto de la poesía de Pessoa. Pero no se sitúan, e n

prime r plano; la forma dominante en el lib ro es la anulación

de lo p e r son a l. L a com p o s ic ió n de los textos, las op c ion e s

concretas de e scritu ra levantan u n sistema p en sado para

gen e ra liz a r, trascend er, ide a liz a r, su p e ra r las perspectivas

indiv id u a le s y actuales. N o im p o rta que haya n um e ro sos

poemas; especialmente los de « B la s ó n » , con u n p ro ta g o nista

con c re to : el retrato del p e r son a je no suele contener

elementos na rra tivo s, sin o que lo o rien ta una v olun tad de

d e fin ir , de extraer aquel v a lo r o con cep to que el hé ro e

pueda, en cada caso, representar o aportar al curso de la h is toria

colectiva: «M i deber me hizo, como Dios al mundo. /

[ ...] C o n t ra el De stino cum p lí m i d eb e r. / ¿ In ú tilm e n te ?

No, pues lo cum p lí» ( «D o n Duarte, rey de P o r tu g a l» ) ; no

2 8 José Augusto Seabra, « O arquitexto da Mensagem», en Fernando

Pessoa, Mensagem. Poemas esotéricos, ed, cit., p. 2 4 3 -

cambia, pues, la función del texto cuando se adopta la p r i mera

persona, que suele tomar la fo rm a de u n autoanálisis o

m o n ó lo go dramático, algo como u n examen p o s tum o de

conciencia, que acercaría el pensamiento de los muertos, el

más ajeno a circunstancias.

Este enfoque de las historias individuales se engrana en

el plan de conjunto —ideológico, doctrinal—, que se va dispo n

ien d o como mapa concep tual pe rfe c tamente a rticu lad o .

«T o d a s las na ciones son m is te rio s . / U n m u n d o en te ro es

cada n a c ió n » : desvelar este misterio exige un tipo de comprensión

p a ra el que no im p o r tan tanto los n om b re s y las

peripecias de los personajes, como la búsqueda en cada caso

—como se ha dicho— de una fórmula, de una esencia. De este

modo, alcanzar el núcleo de lo nacional no será distinto de

acceder a lo universal —y no en vano está detrás el irreductible

cosmopolitismo de Pessoa, por más que se revista con la

apariencia de lo local—: «So lo dos naciones —la Grecia de

antaño y el Portugal de mañana— han recibido de los dioses

el don de ser no solo ellas mismas sino también todas las

demás»*9. La empresa de Magallanes, su vuelta al mundo, es

una empresa de conocimiento, un empeño de signo prometeico,

que lleva a los titanes —defensores del privilegio de los

dioses, ejercido a través del oscurantismo y la ignorancia— a

celebrar con danzas su muerte.

En consecuencia, el trayecto de cada persona, por

valioso que pudiera haber sido, desde esta perspectiva resulta

insignificante. De ese Viriato, pionero, que habría creado el

marco en que Portugal pudo hacerse, se concluye: «T u ser es

como la fría / luz de antes de madrugada, / que es ya un ir a

abrirse el día / albeando confusa nada» —donde prevalece

una plástica imagen de la falta de consistencia sobre la posible

intuición de un comienzo. La galería de los héroes parece

entonces perder su singularidad, como si el transcurso histó-

29 De una entrevista de 19 2 3 , citada en Robert Bréchon, Extraño extranjero.

Una biografía de Fernando Pessoa. Traducc ión de Blas Matamoros.

Madrid, Alianza, 19 9 9 , P- 4 1 ?-

rico tendiera a abstraerse en una metafísica. E l tratamiento

del tiempo o el análisis de 1a. relación entre destino y azar son

fo rma s de este p ro ce so . A s í, las con trad ic c ion e s entre la

«vida b reve» y el «alma vasta», pueden obviarse con distintos

procedimientos para suspender el curso temporal o rd in a r

io y, con él, los efectos del tiempo en lo personal y existen -

cial. Gu and o la nave de D o n Seba stián se p ie rd e , lleva el

pendón del imperio, y, cuando el rey vuelva, será en la misma

nave, llevará el mismo pen dón; un paréntesis de irrelevantes

siglos, repletos de a con te c im ien tos, que se da rán p o r no

tran scu rrid o s. A s í, la in te rv en c ión del azar se in sc rib e

—« to d o comienzo es in v o lu n ta rio . / D io s , el a g en te »— no

entre las fragilidades individuales, sino en el diseño de c on ju

n to ; D ios integra el azar de los in d iv id u os en el destino,

iden tificad o con su p lan : es la m a te rn idad de una m u je r la

que aporta el héroe « a l que, imprevisto, Dios p red e stin ó » . Y

más se refuerz a el efecto cuanto más d éb il parece la parte

human a: « N o fu e n i santo ni h é ro e , / mas D io s le dio Su

señal», «Dios quiere, el hombre sueña, la obra n a ce » . ~

esta vía, el cristianismo asume un papel clave en la co:

ción de la identidad, como si, en la diversidad pessoana

una de sus poéticas se constituyera en torno a una ieiea cíe

Dios.

E n un escenario que reúne identidad colectiva («fu e

Dios el alma y Portugal el cuerpo / cuya mano gu ia ría al

Occidente»), detención del tiempo personal y una moral de

la aceptación, todo parece, por tanto, neutralizado en la

empresa común, bajo la dirección divina. Pero, si se acerca la

mirada, hay momentos en que deja de percibirse una sola

tonalidad en todo y se trasluce lo que quedó postergado, se

toma conciencia de lo que latía por detrás. Y esto ayuda a

entender mejor la lógica de este proyecto de escritura, reponiendo

en la escena las fuerzas negativas que trataban de

omitirse.

Visto así, es notable la frecuencia con que en la trayectoria

histórica de los protagonistas de Mensaje se impuso la desgracia,

sin que, en cambio, el concepto deducido por el

poema se haga sensible a ello. No es solo que el poema no sea

p ro p iam en te n a rrativo n i inc lu ya e lementos de anécdota,

sino que lo biográfico se escamotea p o r completo en n um e rosos

casos, sin s iq uie ra ded ica rle una a ten c ió n in d ire c ta ,

«D o ñ a T e re sa » fu e de rrocad a con las armas p o r su h ijo ,

A fo n so Henriques, y m u r ió en p r is ió n ; el p o em a c ifra su

figu ra en la maternidad de un hé ro e fu n d ad o r —ese mismo

h ijo— que, de acuerdo con el p lan g en e ra l, parece qu ed a r

disponible para reactivarse, si fuera necesario, a lo largo de

los siglos. D on Duarte, después de ser derrotado ante T á n ger,

mu rió en Lisboa a causa de la peste; el poema encuentra

en él una filo so fía del debe r. E l in fan te D o n Fe rn an d o fue

ap resado, en la misma fracasada e xp ed ic ió n , cuando tenía

quince años, y murió sin salir de la p risión de Fez; el poema

se centra en la con sagra ción re c ib id a de mano div in a y en

una fiebre de trascendencia al borde de la locura. Y Bartolo -

meu Dias, «el Capitán del F in » , yace en una playa pró x ima

a ese cabo extremo re c ién su p e rad o ; u na de las to rm en ta s

inmediatas a la hazaña acabó con él, cuya aportación había

sido la doma de lo m is te rio so : «Dobló el Asombro. / M ar

solo es mar».

No es preciso seguir enumerando, basta esto para mostrar

el propósito de Pessoa en su tarea de abstracción, pero

también lo que no queda del todo oculto por ella. En boca

del desdichado Don Duarte se lee: « E n mi tristeza firme, así

viví» —y el dato emocional, subjetivo, pone espesor en el fino

trazo de los valores, decolora en sombra su espacio ideal. Y se

sigue leyendo entonces: el mar es salado por las lágrimas

portuguesas, «quien quiera ir allende Bojador / ha de pasar

allende del d o lo r» . O, en uno de los momentos más altos de

ensoñación del «Qu in to Im p e r io » , cuando se lo asocia a

una victoria del alma sobre el poder del tiempo, se filtra esta

pequeña sentencia: «ser descontento es ser hombre». Mensaje

se resiste a ser epopeya, eludiendo los hechos y el flujo

narrativo, y se encuentra siendo elegía, seguramente sin

haberlo pretendido. La preferencia del poeta por los casos

desdichados, aun idealizándolos, el modo en que deja entrever

los factores negativos que los rodean, ensordece su labor

programática, perturba con su eco la c laridad de sonido del

mensaje.

Y hasta tal punto o cu rre así que, en el flu jo de detalles

postergados, los requ isito s p a ra p a rtic ip a r en el proyecto

colectivo —la m o ra l de la aceptación tomada como actitud

vital— pa recen endurecer su exigencia en una líne a que Pessoa

ya había p e rfilad o : «R e a lic em o s en nuestra alma la lle gada

de D o n Sebastián, [...] obra pagana, obra antihumanitaria,

obra de trascendencia y de elevación, hecha a través de

aquella crueldad para con nosotros mismos que el espíritu de

Nietzsche, en un momen to lú c id o , vio como base de todo

sentim ien to de im p e r io » 3° . L a fo rm u la c ió n de opuestos

para imped ir la síntesis de sus poéticas y hacer más pe rcep tible

la apuesta pluralista abre, en ocasiones, canales de comun

ica c ión como este, en el que cabe re con o c e r la misma raíz

que alimentaba los brotes del impulso masoquista en Alvaro

de Campos. E n el recorrido p o r la desdicha, en el intento de

obviarla en aras de un proyecto superior, vuelven a coincidir,

pues, lo p e r son a l y lo colectivo, como en tien d e E d u a rd o

L o u ren fo : « E l sentido mítico y místico de la vida de P

figurado y con fundido con el destino de u n pueblo 'cr

que, como el Sa lvado r, no debió su e le c c ión sin o al

miento y a la humillación con que Dios, enigmáticamej

dis tin gu ió » 3’ . Es la misma ló g ica de aquella sentenc ia:

«A b a jo , mitad de nada, / muere la v id a » .

E l trabajo de abstracción con su designio esencialista, el

propósito de trascender las negaciones existenciales, solo en

apariencia había borrado la huella del sufrimiento, que acaba

saliendo a flote, ocupando su lugar. Quizá el verdadero p r o yecto

de Pessoa, el sentido de esta formalizada guerra sin guerra,

3 0 Fragmento inédito sin fechar, en Fernando Pessoa, Políticaj>profecía,

ed. c it ., p. 12 8 .

3 1 Eduardo Louren^o, « Su eñ o de imperio e imperio de su eñ o », en

Fernando Pessoa, Mensaje, traducción de Jesús Munárriz, Madrid,

Hiperión, 2 0 1 4 ( 4 a ed.), p. 19.

vaya, de la mano de Ulises, en una dire cc ión distinta de esos

dos movimientos —abstraer, testimonia r— entre sí opuestos:

construir un planteamiento radical de irrealidad y hacer que

llegue a manifestarse como propuesta política. A sí, aquellos

gerundios que extendían la duración sin límite de lo que no

es: «E s te , que hasta aquí llegó, / fue p o r no ser e xis tien d o » ,

« p o r no v en ir fue v in ien d o / y n o s c r e ó » ; u n a vida que

pueda ser con sid e rad a como auténtica vida se d a ría en ese

lu g a r de ir re a lid ad o de existencia pa ra le la . Si se leyera de

este modo la mítica fundación de la iden tidad , qu edaría todo

situado del lado del sueñ o , ese e scen a rio tan pessoano del

deseo y de la creación de mundos. E l sueño es quizá el nudo

de conexión más abarcador de toda su obra. Ya en 19 12 había

pa rafra seado Pessoa una célebre frase de Shakespeare, ap licándola

a las naves que partieron hacia la India y que se

habrían construido «de aquello con que los sueños están

hechos». No será entonces extraño —piensa Gabral Martins—

que «se pueda fo rm u la r como pro g rama para Portugal una

encarnación colectiva del su eñ o » . Es la médula del sebastianismo

de Mensaje.

Au n qu e su p re sen c ia se dé sobre todo en la te rce ra

pa rte, « E l E n c u b ie r to » , el sueño n u tre una co r r ien te que

fluye a lo largo del libro. Quizá el poema más característico

de cómo subyace a todo sea el dedicado a Don Denís, el rey

poeta, que evoca su capacidad para dar voz a un anhelo

oscuro de no se sabía aún qué: puede escuchar en el habla de

los pinares, en «la voz de la tier ra», los sonidos de un «m a r

fu tu ro » , de un ansia de mar. La voz de los árboles o de la

tie rra n om b ra ría un tipo de vibración del mundo en la que

se abre la posibilidad de un sueño generador; las ondulaciones

del trigo, el « rum o r de pinos» traen, en versos de tierra

adentro, un «oleaje oscuro» en el que ya bulle otro tiempo.

Es también el modo de B an d a r ra , ac tor por excelencia del

sueño profético, que desde la aparente modestia de sus cualidades

—anónimo, disperso, confuso, plebeyo— fue capaz de

aportar una sensibilidad y u n pensamiento mesiánicos, para

que pren dieran en el alma del pueblo, aun antes de que Don

Sebastián desap areciera. Y es igua lmen te el lu g a r de este

lib ro, de Mensaje, tal como expone en su lectura Finazzi - A g ro ;

según él, Pessoa disfraza de mito el p ro p io discurso, la palabra,

dándole en ella nombre y existencia, « co n tra la intangibilidad

ideal del Todo y la tangibilidad física de la Nada. U n

nomb re y una existencia que solamente la e sc ritu ra —ese

pórtico roto a lo Im p o s ib le ’ , esa con ju n c ión enigmática de

cosas improbables— llega de modo p ro vis ion a l a realizar. E l

Mensaje de Pessoa habla, en fin , del p ro p io mensaje, es decir

que remite únicamente a sí mismo y a la d im en s ió n v irtu a l

(mezcla de im p o s ib ilid ad y de h isto ria ) que in s t itu y e » 3'1 ;

« d im e n s ió n v ir tu a l» , « c o n ju n c ió n enigmática de cosas

im p ro b ab le s», que tejen la escritura y el sueño, la utopía de

ambas, su no lugar.

E l sueño es, así, vida en la irrealidad, lo que está y no está.

E n el poema «O r a c ió n » , donde habla el nosotros de Portugal,

y se trata de mantener viva la esperanza en el largo tiempo de la

espera, se recurre a la metáfora de la brasa, de la llama que está

oculta y siempre el viento puede reavivar; se con c lu ir

embargo: «P e ro la llama, que la vida crea, / si es que ha

aún, no se te rm in a » : la duda absoluta crece en el cen!

a firm a c ión tan rotun da , tan llena de fe. Porque el sueño es

vida extrema y, a la vez, oscura inconsistencia, virtualidad que

no puede atraparse, n i ella p ro cu ra rse materia. Hay dos

expresivos poemas, recorridos p o r el soplo del relato fantástico,

p o r el parpadeo luminoso y sombrío de los viejos cuentos

infantiles, que dan cuenta de este carácter del sueño: se oye

en el primero una voz que habla, que dice algo, y que calla de

inmediato si alguien acierta a escucharla; nunca podría o fre cer

un diálogo, se limita a portar su anuncio incomprensible,

3 3 Ettore Finazzí-Agrd, « L ’ impossible et Tliistoire. Un e iecture du

Message de Fernando Pessoa», en Colloque de Cerisy, Pessoa —Unité,

Dioersité, Obliquilé—, édition de Pascal Dethurens et Maria-Alzira Seixo,

París, Chistian Bourgois E d ., 2 0 0 0 , p. 5 2 3 (la traducción es mía).

oculto entre los márgenes del sueño: «Ma s, si vamos despertando,

/ la voz calla y solo hay mar». E n el otro poema, se oye

cómo rompe el mar en una playa, pero la isla a la que tendría

esta que pertenecer no puede verse: « ¿Q u é nao, qué armada,

qué flota / puede el camino encontrar / de playa en que el mar

embiste, / si a la vista solo hay m a r ? » Mun do p a ra le lo , con

algo del hechizo, de los encantamientos de los viejos relatos

artúricos, el sueño ofrece una salvación que de él, sin

embargo, no puede extraerse.

E n la « E le g ía en la som b ra » , inte rm edia —como d ije—

entre la publicación de Mensaje y la muerte de Pessoa, se leía:

«N o s pesan el pasado y el fu tu ro . / Du e rme en n o so tros el

presente. Y soñando / el alma encuentra siempre el mismo

m u ro » . Límite del sueño, límite de la realidad. Pero, cuando

acaba la tercera parte y el poeta va a despedir el libro con otra

fórmula latina, elige decir: «Válete, fratres», atreviéndose a

usar, aunque sea en otra lengua, fratres, una palabra de hermandad,

que parece impregnarle de una nostalgia de lo colectivo,

el nosotros que tal vez en el sueño pudo compartir.

El sebastianismo sería, por tanto, un proyecto político

cuyo espacio es el sueño. O el deseo, la energía abierta que

constituye lo utópico. La visión mesiánica de Pessoa convierte

el regreso de Don Sebastián y el logro de un «Quinto

Imperio» en una empresa espiritual de orden diferente de la

aventura marítima o de una conquista de signo nacionalista;

por eso, la serie de los poetas profetas termina prevaleciendo

sobre la de los héroes guerreros. Tiene su raíz la mitología

del « Quinto Imperio» en el bíblico sueño de Nabucodonosor

(Libro de Daniel) ; se hace portuguesa en la obra, con raíces

en las dos orillas del Atlántico, de Antonio Vieira, y culmina

en Mensaje: el imperio es un libro, una lectura, un sueño capaz

de transformar el mundo. En una hoja en la que Pessoa

había garabateado distintas posibilidades de entender la cifra

esotérica que sería este título, entre otras hipótesis citaba

unas palabras de la Eneida, «mens agitat molem»34, de las que

34 Virgilio, Eneida, lib ro VI, verso 727-

una simple sincopación o b ten d r ía el re su ltado : mens a g " ‘ -

em, Mensagem, la mente mueve montañas33.

T eñ id o de an tip ragm a tism o, de u n idealismo que se

hace antipolítico a fuerza de ideal —«después de la conquista

de los mares debe v enir la conquista de las almas. E l resto (la

fe lic id ad n a cion a l, la bu ena adm in istra c ión , la lib e rtad , la

lealtad, la h on ra ) no es sino la basura que obstaculiza el

camino de nuestros g e s to s» 36—, el sebastianismo de Pessoa

enlaza con una larguísima y variada trad ic ión . El inventario

se h aría p ro lijo . A s í, en la Ed ad Media se dio la difundida

creencia de que volvería el rey A r tu ro para ceñir la corona de

Inglaterra, y ya antes las profecía s francas anunciaban la lle gada

de un segundo Garlomagno, que marcaría el fin. de los

tiempos. Guando mu rió en las cruzadas B a ld u in o de F lan -

des, u n e rmitañ o se hizo pa sar p o r él y se creó el mito del

Emperador Dormido. A punto de ser derrotada la rebelión valenciana

de las Germanías, surg ió una figu ra carismática, Lo

Encubert, que durante unos meses p a re c ió capaz de darle la

vuelta a la situación de la gu e rra , aunando las ideas m:

ristas medievales y el mesianismo de los conversos, has1

fu e ejecutado en 1 5 2 2 . B an d a r ra aparece entonces y

recoge el nombre que tomó el rebelde A n to n io Navarr

coplas se d ifu n d ie ron de manera vertiginosa y reaparec

en diversas o casiones a lo la rgo de los siglos. E n el XV II, el

je su íta V ie ira —alternativamente p erseguido p o r la Inquisición

y ascendido p o r las je ra rqu ía s romanas, obispo en B r a sil,

p ro d ig io so p o líglota y p io n e ro de la lin güís tica in d ig e nista,

utopista v is ion a r io— dedicó bu ena parte de su obra a

elaborar un nuevo sebastianismo y la promesa de un quinto

imperio; con él querrá descubrir « la s nuevas regiones y los

nuevos habitantes del segundo hemisferio del tiempo, que

están en las antípodas del p a sad o » 37.

35 Posibles significados de moles, -is, en castellano: mole, masa, multitud,

dique, máquina de guerra...

3 6 Fernando Pessoa, Política y profecía, ed. cit., p. 12 9 -

3 7 Robert Bréchon, op. cit., p. 414..

E n la tercera parte de Mensaje, la secc ión in te rm ed ia se

titula « L o s avisos» y se dedica a conmemorar esta serie proíetica;

son tres poemas, los dedicados a B and arra, a Vieira y

uno último, solo llamado « T e r c e r o » : «M i lib ro escribo a

duras penas, / casi no alienta mi co ra zón » —sin nombrarse,

Pessoa ocupa su lugar en la cadena, o mejor, lo ocupa Mensaje,

utopía cristalizada que emite su resplandor hacia dentro. Lo

más sorp ren den te , y no sé si el poeta llegó a im a g in a rlo , es

que la trad ic ión no concluye ahí, como si en verdad algo de

la m irada portuguesa se constituyera en ella. P ien so en la

investigación delirante, e xtraordin aria e insólita prosa , que

María Gabriela Llansol tituló 0 Livro das Comunidades, en 19 74 ,

y por cuyas páginas circula el rebelde utopista Thomas Müntzer,

llevan do bajo el brazo su cabeza decapitada y a com p a ñado

en sus viajes por los grandes místicos del XV y el XVI38.

Y también, por supuesto, en la película de Manoel de O live

ir a que, en 19 90 , obtuvo una mención especial del jurado

del Festival de Gannes, No, o la vanagloria de mandar: durante la

guerra colonial en A fric a , un capitán —que había sido antes

historiador— se entretiene contando a sus subordinados episodios

de la historia de Portugal, que parecen seguir una vez

más el guión de Camoes (los héroes de la independencia, los

que com ba tie ron a moros y castellanos, los descubridores),

para luego recrear pasajes de Os Lusiadas, y alcanzar la evocación

de Don Sebastián; herido en combate, el sencillo y

melancólico profesor muere en un hospital soñando con el

regreso del rey, viéndolo acercarse entre la niebla; el médico

firma el parte de defunción el 2 5 de abril de 1 9 7 4 - En los

créditos finales, entre los asistentes de producción, aparece

un Fernando Pessoa; no es un nombre tan raro en Portugal,

pero ahí aparece. Sin interpretar, quería solo dejar constancia

del peculiar seguir que se va hilando entre la melancolía

de las derrotas y el exilio de las victorias. Y que perfila esa

utopía, que es del sueño y de su propia resistencia.

3 8 Hay una edición española, junto a otros dos libros de la autora, en:

Maria Gabriela Llansol, Geografía de rebeldes, traducción de Atalaire,

Madrid, Ginca, O¡4 .

Hay o tro poema de Mensaje, que sin re fe r ir s e al E n c u bierto,

puede relacionarse con él. Es el dedicado a Magallanes.

Mientras los titan.es danzan —en la escena citada— para

celebrar una muerte que p e rm itiría a los dioses mantener su

velo sobre el mundo, los supervivientes de la. flota continúan

adelante, y es que « e l m u e rto aún manda en la gran

a rm ad a » , « p u lso sin cue rp o aún el timón g o b ie rn a » . La

mente mueve las cosas, en efecto, y la muerte no interrumpe

los proyectos de conocimiento y de liberación.

E n esa línea de autonomía espiritual, de variable vínculo

con la figu ra física de los p e rson a je s , con los hechos de los

h é ro e s, puede d e c ir Pessoa que, tras la muerte de D o n

Sebastián, « gua rd a Dios cuerpo y fo rma del fu tu ro , / mas su

luz lo proyecta, sueño o scu ro / y b r e v e » . R e c lu id o s en la

limitación del sueño, se anota la idea de que el cuerpo del rey

muerto debe preservarse p o rqu e es ia « fo rm a del fu tu ro » ,

preservarse, claro, en la desaparición —una tumba no seria lo

mismo—. Las com b in a cion e s de lo fís ico y lo e sp iritu a l,

diversas, confusas en ocasion es, m an tien en s iem p re un

mismo grado de realidad en el habla. Igual que las contradicciones

que integran el sueño —proyecta/ breve, oscuro/luz—

no lo an ulan : « e n u n mar ya sin tiemp o n i espac io, / veo

borrosa tu faz, que al fin , despacio, / to rn a » .

E l p ro p io D o n Sebastián ten dría ya su alma entre sueños

cuando cayó en la batalla, habría abierto desde antes el

paréntesis, ese tiempo paralizado en que Dios se encarga de

gu a rda r su fo rm a para que, en el momen to p re c iso , pueda

alberga r otro acon te c im ien to: « C o n L o que me soñé, que

eterno dura, / re g re sa ré » . Y el anuncio de esa hora es, una y

otra vez, el amparo ba jo el que se suspende el p r in c ip io de

realidad.

La voz de Don Fernando, el desdichado infante, cautivo

desde su adolescencia, asegura que Dios le « co n sa g ró en la

honra y la desgracia», y esa elección del destino no opera en el

seno de una mitología heroica, sino en una inclemente aridez:

« e n el tiempo en que un fr ío viento pasa / p o r la fría tie r ra » .

Es esta la realidad, y su suspensión p o r el p ode r del deseo y el

sueño, revela un movimiento que convierte las fuerzas negativas

en en ergía de .resistencia y disidencia. L o que para el

infante supone esa consagración, aun en las peores con dicio nes,

es una especie de posesión p o r el deseo.- «me hace arder

la fiebre, / de gloria el ansia, pues su Nombre sienten / en. mí

v ib ra r» . No tanto a ganar el cielo como a un quieto combate

contra el enemigo, contra la realidad, guerra sin guerra, se dirige

esta pa sión extrema, in co rp o rad a al sentimiento mismo de

vivir, sustituía casi —en este caso límite— de la propia vida. .Algo

pa recido se dice de aquel tercer he rman o, a qu ien el rey no

autoriza para buscar a los otros dos, desaparecidos, y que vive

p o r eso en la amargura: «con los ojos fijos de ansia / mirando

a la prohibida azul distancia»; no son el amor ni el sacrificio

ni el objetivo de la salvación su fuerza, sino un deseo absoluto,

una insoportable disconformidad.

Y cada vez que actúa el veto de la realidad —«pero Dios

no permite que partamos»—, surge con más fuerza su

impugnación. Es lo que Mensaje llama locura. No es un rasgo

excéntrico; estar de este modo loco es precisamente la cualidad

que humaniza: « S in locura, ¿qué es el hombre / sino la

sana bestia, / aplazado cadáver que procrea?» Es la ruptura

con la razón lo que humaniza, al contrario de lo establecido;

es la mirada existencial cuando busca sentido con firmeza

que linda con el absurdo. Pessoa habría firmado en cualquiera

de sus metamorfosis la definición del ser humano

como «aplazado cadáver que procrea», terrible fórmula a la

altura de su desesperación; pero aquí, en el poema titulado

«D o n Sebastián», reconoce a la locura el poder de invalidarla.

Y es significativo que hubiera hecho ya esto mismo al

menos otra vez, y con análogas palabras, en un comentario

de actualidad política, que firmó y se preocupó por difundir

ampliamente, escrito en mayo de 1 0 2 3 : «es la locura la que

dirige el mundo. Locos son los héroes, locos son los santos,

locos los genios, sin los cuales la humanidad es una mera

especie animal, cadáveres demorados que p r o c r e a n » 39. El

3 9 Fernando Pessoa, « So b re un manifiesto de los estudiantes», en

Política y profecía, ed. cit.., p. 3 5 ^-

sueño conduce aquí. E l cristal de Mensaje, tan p erfec to, pura

estructura, se abre en grietas o luces —viene a ser lo mismo—

que p e rm iten p en sar lo u tó p ico de este m o d o , como una

condición de la persistencia humana. C o n el impulso que es

la energía del navegante: « ese puerto siempre p o r h a lla r» .

Nota

L a presente edición sigue la original de Mensagem, preparada y revisada

por Fernando Pessoa, Lisboa, Parceria Antonio María Pereira, 1954.

martes, 9 de abril de 2024

DONDE TODO HA SUCEDIDO AL SALIR DEL CINE PRÓLOGO

 



El arte de recordar

Que tres miembros de una familia –el primero es nuestro padre, Julián Marías–

hayan escrito sobre cine con cierta asiduidad puede hacer pensar que existe entre

nuestros enfoques alguna semejanza o paralelismo, pese a que cada maestrillo

tenga su librillo. En este caso, no creo que haya parentesco: el único punto

común sería precisamente la ausencia, en los tres, de tal «manual», y a cambio

una compartida confianza en la utilidad de la observación atenta y en el ejercicio

–simultáneo y posterior– de una actividad que siempre creí inevitable y

constante, al menos despierto, hasta percatarme, con creciente inquietud, de lo

poco que en general se practica. Me refiero, simplemente, a pensar.

El que piensa acerca de lo que ha contemplado lo recuerda, a menudo tan

nítidamente que lo ve de nuevo, y no sólo una vez más, sino de otra manera. Con

mayor libertad, porque al sustraerse al poder hipnótico del flujo imparable de las

imágenes en una pantalla, y al «suspense» intrínseco de toda narración, lo puede

mirar –aunque sea mentalmente– a otro ritmo, con holgura para establecer

conexiones y asociaciones, para comparar y no quedarse encerrado –como les

sucede cada vez más a muchos cineastas– dentro del propio cine. La realidad y

las demás artes, narraciones antiguas o posteriores, otros momentos, visiones

previas repartidas a lo largo de la propia biografía... arrojan nueva luz, casi sin

proponérselo e incluso si uno se resiste a su asalto, sobre las películas, sean

recientes (nuevas, al menos, para nosotros) o viejas conocidas de la infancia.

A la inquietud por personajes que tal vez nos importen o inspiren simpatía, por el

desarrollo de la intriga, por la capacidad de los artífices de la película para

sostener su ritmo y hacerla llegar a una conclusión satisfactoria, sin desfallecer o

armarse un lío en el trayecto, se añade la que producen el reencuentro y la

inspección –forzosamente crítica, se quiera o no– desde otra edad y

circunstancia, con más experiencia, sin esa ingenuidad infantil o juvenil que

tanto ayuda a activar la siempre conveniente «suspensión de la incredulidad»

que graciosa e interesadamente concedemos a quien se dispone a obsequiarnos

con una narración.

Cuando volvemos a ver Todos los hermanos eran valientes, El talismán, Huida

hacia el sol, Cita en Honduras, Lilí, El prisionero de Zenda, Tierras lejanas, La

casa de los siete halcones, Tres tejanos, Los forasteros, Tambores lejanos, La

casa grande de Jamaica, Mogambo, Scaramouche, El temible burlón, Rumbo a

Java, Los gavilanes del Estrecho, Cuando ruge la marabunta, Safari, Las cuatro

plumas o El hidalgo de los mares –por ejemplo– no sabemos si van a estar a la

altura de nuestro recuerdo, o si nosotros nos vamos a mantener a la suya. Quizá

ya no podamos recuperar la infancia ni por hora y media, es posible que

hayamos sobrepasado una frontera de la que no cabe retroceso, a lo peor no

somos lo bastante crédulos o se nos han embotado la fantasía y la capacidad de

ensoñación, hemos dejado para siempre atrás el Mississippi o la tierra de Nunca

Jamás. Si volvemos a ver el Robinson Crusoe interpretado por Dan O’Herlihy no

podremos ignorar que la dirigió Luis Buñuel ni la novela de Daniel Defoe, y Fort

Apache no es ya una película «de indios» o de John Wayne y Henry Fonda sino,

además y sobre todo, del gran John Ford.

A veces da miedo, como volver a ver a una chica que nos gustó mucho hace

cuarenta años, y que ha perdido ya –como nosotros, claro– la frescura y la

ilusión, aunque pueda conservar la belleza y hasta el humor y el entusiasmo que

produce mirar sólo hacia delante y no llevar carga alguna a las espaldas, pero

que, evidentemente, no es la misma que recordamos, y corremos el riesgo de que

su imagen presente se superponga definitivamente, borrándola, a la que justo

antes permanecía aún viva en nuestra memoria. Sé de algunos que evitan tales

ocasiones sistemáticamente, con cierto temor supersticioso y no sin un punto de

excusable cobardía. No así mi hermano Javier, que va poco a los cines desde

hace años pero sigue viendo, en su casa, cada vez más asimiladas a los libros,

más a mano y consultables según el impulso o el deseo, muchas películas, y que

parece empeñado en volver a ver cuantas de niños nos gustaron –estábamos

entonces mucho más de acuerdo–, e incluso alguna que quizá sospeche que no

llegó a apreciar en su justo valor precisamente porque sabía demasiado poco de

muchas cosas para comprenderla cabalmente. Tal vez para verificar si su rostro

hoy coincide con el que ayer imaginara para un mañana entonces muy lejano, en

ocasiones puramente hipotético (pues nunca se sabe si uno logrará volver a ver

una película, y entonces mucho menos que en la actualidad: no había vídeos ni

DVD, ni siquiera televisión, o apenas).

Quien escribe sobre una película, aunque acabe de verla, se basa en un recuerdo,

en lo que de ella rememora, en el rastro o la huella que dejó en uno. La mira no

como algo presente, que está desfilando en la pantalla, sino como algo ya

ocurrido, pasado, fugitivo en su propio movimiento, tal vez distorsionado o

difuminado por nuestra percepción y lo que de ella hace la caprichosa y

contradictoria memoria, selectiva y autónoma (cuántas cosas que queremos

olvidar recordamos, cuántas de las que querríamos acordarnos se nos borran,

cuántos datos inútiles y sin interés nos acompañan de por vida o nos vendrán

inopinadamente a la cabeza). Es doblemente un fantasma, que nos habla de otros

fantasmas, que lo son además al menos en dos sentidos: es ya espectral su

presencia entrevista y fugaz –que en seguida se hace insegura, pues dudamos de

nuestra vista y nuestro oído incluso antes de desconfiar de su surco–,

consustancial al cine, y, a poco que haya pasado un cierto tiempo, sus actores (y

sus artífices, casi siempre invisibles) habrán muerto, aunque todavía se agiten en

la pantalla y los veamos aparentemente vivos, angustiados o felices y divertidos

(hasta Katharine Hepburn y Cary Grant en La fiera de mi niña, que parecen

disfrutar eternamente, son hoy fantasmas de celuloide).

Cuando Javier Marías escribe sobre cine (y otras imágenes) no es ni el novelista

ni el ciudadano homónimo que publica «columnas» en prensa y comenta lo que

sucede a su alrededor –lo que le indigna, molesta o preocupa, sólo a veces lo que

le alegra, divierte o agrada–, sino un personaje intermedio, lo que de él

permanece invariable desde que le conozco –y soy cuatro años mayor–, a pesar

de otros cambios. Todo ello, claro, para quien sinceramente crea que hay dos o

más Javieres, cosa que, con perdón, me permito dudar. Lo mismo que no es uno

el que escribe y otro el que habla, yo reconozco siempre su voz cuando leo sus

novelas y sus artículos, e incluso a menudo la oigo cuando me hace partícipe de

los pensamientos de sus narradores en primera persona, con los que en cambio se

le tiende a identificar abusivamente, pese a que suelen ser bastante diferentes de

mi hermano, aunque tengan un modo de pensar muy semejante: no piensan lo

mismo, ni comparten demasiadas opiniones, pero creo evidente que Javier les

presta –entre otras cosas– su manera de pensar, de interrogarse, de dudar, de

hacer hipótesis, de tener ocurrencias, de gastar bromas, de «leer» en las caras y

en los gestos, de rememorar y especular, de extrapolar, de tener presente lo que

no lo está ya o no se percibe todavía, sólo se intuye. Casi todo eso, por cierto, es

algo que Javier, sospecho, ha aprendido no sólo por libre ni leyendo, sino

también, en buena medida, viendo mucho cine.

De hecho, son actividades que eran habituales y casi se daban por supuestas al

ver una película, que, salvo casos pesadamente explícitos, lo que hace es

mostrarle a uno rostros, gestos, posturas, acciones, que uno debe interpretar. Hay

actores que inspiran confianza y otros que rezuman malicia o doblez, y de cuyas

promesas no nos fiamos. A veces, detectamos contradicciones entre lo que dicen

y sus actos, lo que hemos visto o estamos a punto de ver que hacen. Escrutar un

rostro, a veces en primer término, a veces al fondo del plano, es tarea usual del

espectador cinematográfico, aunque hoy la desatiendan hasta los críticos. Saber a

qué atenerse, según mi padre el objetivo de la filosofía, es también a lo que

aspira el que está viendo una película, o, a fin de cuentas, el que vive despierto.

Así que no es extraño que esta labor de «traducción» de gestos, posturas o

miradas sea una de las actividades principales de los personajes de las novelas de

Javier, ni que sus narradores interpreten constantemente lo que les rodea o les ha

sucedido, que se planteen dudas e hipótesis alternativas sobre lo que va

ocurriendo. No se olvide, por otra parte, que la condición, sólo aparentemente

pasiva, del espectador de cine es bastante semejante a la del novelista –que

Javier ha asimilado con frecuencia a un fantasma, que no puede intervenir pero

que se ve afectado y concernido por los hechos que presencia o presiente–, sobre

todo si, como suele, va descubriendo a los personajes sobre la marcha, sin un

plan preconcebido. Por eso es engañosamente visual su narrativa, hecha –como

toda verdadera literatura– fundamentalmente de palabras, y por eso algunos

creen, al hilo de la lectura, al visualizarlas pese a lo escasamente descriptivo que

suele ser Javier, que sus novelas son «muy cinematográficas». Incluso los hay

que imaginan tarea fácil llevarlas a la pantalla; si no se han dado más batacazos

(tras uno sonado) es porque Javier, de momento, no lo ha consentido, sin dejarse

seducir por el señuelo que para muchos representa todavía el cine.

Sus escritos relacionados con el cine son esencialmente literarios, pero no se

conforman con narrar de nuevo o desmenuzar los argumentos de las películas;

Javier no es propiamente lo que hoy se considera un «crítico cinematográfico» –

que poco tiene que ver, por lo demás, con el ejercicio de la función crítica–, pero

en cambio sabe muy bien que en el cine, como por lo demás en la literatura, no

es tan importante lo que se cuenta –a la postre, hay pocas historias

completamente originales y ya han sido relatadas, los posibles temas son muy

elementales, vastos y difusos–, sino la manera de contarlo, de abordarlo y

desarrollarlo, en cada caso con los instrumentos propios del arte respectivo, en

alguna parte comunes, en la mayor muy distintos; y sabe también, porque no

menosprecia el cine –como tantos escritores, por mucho que proclamen su

cinefilia–, que hay cosas que puede hacer que a la literatura le están vedadas, al

menos con la misma soltura y economía, y viceversa, y que muchas grandes

historias cinematográficas parten de obritas literariamente muy menores,

mientras que pocas veces el cine ha conseguido estar a la altura de las mejores

novelas que ha adaptado, casi siempre con inevitable (y hasta diría que justa y

necesaria) infidelidad, a su letra por supuesto y a veces al espíritu, y que ha

seguido sus peripecias sólo en parte y de otro modo, transformándolas en algo

diferente: haciéndolas cine. Como traductor, Javier no ignora las dificultades de

trasladar un texto a otra lengua; y a veces se preguntará, claro está, si hay

necesidad de que exista también como película lo que ya es satisfactorio y

suficiente en forma de libro, hasta cuando es posible hacer una versión de

calidad comparable.

Aunque pocos se hayan percatado, el cine es un elemento formador esencial en

las novelas de Javier. No sólo porque, a través del casi omnipresente narrador en

primera persona –no siempre un personaje, pero nunca descrito, e imaginable,

por tanto, con entera libertad; quizá por eso, a falta de otro, muchos lectores

tienden a ponerle el rostro de Javier–, nos recuerden las voces en off –subjetivas,

en esa misma persona del singular, retrospectivas y reflexivas– de muchas

películas, sino porque el perdido hábito de contar las películas vistas a los

amigos, con acotaciones, dudas, añadidos, correcciones o matizaciones sobre la

marcha, vueltas atrás que –estén o no en la película– pertenecen a su

narración/descripción, tiene mucho que ver, en mi opinión, con el peculiar estilo

narrativo de Javier, tan proclive a la digresión y la elipsis, a las rimas interiores,

a las variaciones y modulaciones, a estirar el instante y a viajar por el tiempo sin

otra máquina que la palabra. Por eso la mayoría de sus novelas, sobre todo las

más maduras –las menos pródigas en referencias cinematográficas–, parecen

«películas contadas», aunque no ya recordándolas, sino a medida que transcurre

su proyección, por alguien que sabe tan poco como nosotros mismos cuál va a

ser el desarrollo ulterior, no digamos su conclusión: ni el mismo autor sabe lo

que va a suceder en el último capítulo, en el último rollo de esa película que él

mismo sueña.

De sus bastante numerosos escritos sobre cine o –más abundantes– en los que

una película (o una imagen) desempeña algún papel importante, sea tácito o

explícito, que siempre encuentro muy interesantes y originales, comparta o no

sus valoraciones, yo prefiero, sobre todo, algunos de los que ha dedicado –más

largos– a varias de sus películas predilectas, que no son precisamente las vistas

de niño, sino más tarde –como El fantasma y la señora Muir o The Life and

Death of Colonel Blimp, Campanadas a medianoche o La vida privada de

Sherlock Holmes, a menudo elegíacas–, algunos pasajes sobre varias de John

Ford como El hombre que mató a Liberty Valance o El hombre tranquilo, y

también, de otra manera, los artículos más divertidos y (a primera vista)

arbitrarios, los centrados en actores o personajes, a menudo pintorescos o

menores. O los que, sin tratar primariamente de cine, revelan también lo

aprendido en él por Javier: una manera de mirar las fotos, los bustos parlantes de

la televisión y los «hombres públicos» en general, a los que Javier escudriña y

enjuicia como si fuesen actores interpretando personajes de película, fiándose

poco de sus promesas y sonrisas y huecas palabras y dando más crédito a su

parecido con ciertos tipos cinematográficos: ese empresario al que Coppola

contrataría sólo como secundario de El padrino, ese noble prócer que recuerda al

hipócrita Claude Rains de Caballero sin espada o al Charles Laughton de

Tempestad sobre Washington –encima en versión cutre–, ese intelectual que hace

los mismos gestos de Jack Elam o ese político achulado, frágil gallito como Dan

Duryea... Quizá en la sociedad del espectáculo y la comunicación sea necesario

valorar las «interpretaciones» y los personajes que tratan de representar, y eso

los que han visto mucho buen cine están en mejores condiciones de hacerlo y

señalar el simulacro, el histrión y el impostor que los que omitieron tan

provechoso ejercicio.

MIGUEL MARÍAS


Nota sobre la edición

Los sesenta y tres artículos reunidos en esta antología tienen como tema

principal algún aspecto relacionado con el cine; conviene aclarar, por tanto, que

no se han incluido otros textos del autor que, aunque contengan menciones a un

cineasta, a una película o a un actor, tratan de un asunto específico de diferente

índole. A la hora de establecer la ordenación temática nos hemos dejado guiar

por la lectura de las propias piezas. Así llegamos a distribuirlas en ocho

apartados o bloques, con la intención de proponerle al lector un juego de

secuencias argumentales que, de paso, muestren las querencias, aficiones y

preocupaciones del escritor Javier Marías. De ahí que el artículo que abre el

volumen, «Todos los días llegan», tenga tratamiento especial y constituya por sí

mismo una sección (bajo el epígrafe «El novelista que se fue al cine»), ya que en

él el autor expone su cinefilia en relación con su narrativa. En el bloque

«Películas con música e insomnio incluidos» están los artículos dedicados a

comentar películas (casi siempre las preferidas por Marías, aunque también haya

alguna denostada); en «Dos maestros y dos parientes», los homenajes a

determinados directores; en «Este don tan raro», los textos que ensalzan el

trabajo de actores y actrices; en «El balón en la sala», alguna muestra (hay otras)

de la divertida y sorprendente vinculación entre fútbol y cine que Javier Marías

establece juntando dos de sus aficiones; en «De buena ley», las piezas más

reflexivas sobre el arte cinematográfico, la verosimilitud y el uso de los distintos

recursos; en «La rueda del mundo», los artículos más políticos en un sentido

amplio, los que más tienen que ver con hechos o figuras de la historia que las

imágenes nos desvelan; y por último, en la sección «La tentación de salirse», se

han agrupado los textos que tratan tanto la vertiente pública del cine (críticos,

productores, premios), como algunos de los síntomas más inquietantes de

nuestra sociedad que no escapan a la cámara ni a un espectador sagaz.

Como los artículos de este volumen no son inéditos (publicados inicialmente en

revistas o libros, la gran mayoría ya han sido recogidos por Javier Marías en sus

libros de recopilaciones), hemos creído oportuno dar las procedencias de todos

ellos en el listado que se ofrece al final de la antología. La fecha que figura en el

índice junto a los artículos es la de su primera publicación, que generalmente

coincide con la de su composición. Respecto al apéndice («Encuestas de Nickel

Odeon»), es de rigor señalar que la revista de cine Nickel Odeon, desde 1995

hasta 2003, se dedicó con encomiable esfuerzo y entusiasmo a realizar encuestas

entre cineastas y cinéfilos españoles para conocer sus preferencias. Javier

Marías, además de colaborar con algún artículo, fue uno de los más asiduos

encuestados.

Queremos dar las gracias a Miguel Marías por su magnífico prólogo y por sus

siempre atinadas sugerencias. Para acabar, decir que ha sido un verdadero placer

para nosotras irnos al cine con Javier Marías, placer que nos alegra compartir

con usted, lector.

LAS EDITORAS

lunes, 8 de abril de 2024

P. CEREZO GALÁN PALABRA EN EL TIEMPO POESÍA Y FILOSOFÍA EN ANTONIO MACHADO PRÓLOGO

 


PRÓLOGO

Desde el lejano día de su muerte en el exilio de Collioure

la voz de Antonio Machado no ha dejado de interpelar a la

conciencia española. Podría decirse, sin asomo de exageración,

que su obra ha constituido un centro gravitatorio

decisivo en la reflexión intelectual de la España contemporánea:

lugar de cita, a veces, para el encuentro y la comunicación;

de contraste y discordancia, otras, entre posturas

ideológicas irreductibles. Buena prueba de ello son las diversas

lecturas que acerca del sentido de su obra se han venido

sucediendo entre nosotros. Sin pretensión de exhaustividad

quisiera aludir tan sólo a las fundamentales. De un lado la

histórico-evolutiva, que inició un mañanero artículo de J. M.

Valverde sobre la «Evolución del sentido espiritual de la obra

de A. Machado», en el que se indicaban con aguda sensibilidad

crítica, no sólo las etapas de su itinerario, sino la tragedia

interior de su obra, el naufragio de su palabra, resbalando

cada vez más desde su primitiva potencia constructiva

hacia el silencio, e incapaz de explorar la nueva sentimentalidad

colectiva, a cuyo umbral había quedado retenida,

como Moisés ante la tierra de promisión. Fruto de aquel

lejano artículo, su reciente libro sobre «Antonio Machado»,

pese a la modestia de presentarse como un «companion

book», representa a mi juicio una ampliación y corroboración

de aquella tesis, al desgranar, al filo de su vida, la íntima

tragedia de su obra, disputada entre creencias de signo

opuesto —el escepticismo y la fe cordial y solidaria—, a

las que el bueno de don Antonio supo acunar sin crispaciones

ni dogmatismos. En esta misma línea histórico-evolutiva,

de fuerte inspiración humanista, cabe clasificar las diversas

aportaciones de Aurora de Albornoz, estudiosa diligente

y aguda de la obra machadiana, autora de una espléndida

antología de sus prosas, que por sí sola constituye

el mejor homenaje a su memoria, y de un bello libro, entre

otros, en el que rastrea minuciosamente las influencias de

Miguel de Unamuno en la obra de nuestro poeta.

La lectura filosófica cuenta, a su vez, con distintas inflexiones

y variantes. Desde el punto de vista existencial, hay

que destacar un brioso contrapunto entre las interpretaciones

de signo agnóstico, más que propiamente ateo, tal por

ejemplo la de Serrano Poncela, y aquellas otras, de inspiración

personalista —J. L. Aranguren, Pedro Laín, Julián Marías,

etc.—, que han querido encontrar en don Antonio, una

especie de «anima naturaliter christiana», una nostalgia de

Dios, que negativamente se convertía también, a su modo,

en un testimonio indirecto y oblicuo de su existencia. A su

vez, desde una perspectiva metafísica, las aportaciones de

Eugenio Frutos, P. A. Cobos, J. L. Abellán y, sobre todo,

A. Sánchez-Barbudo, definen adecuadamente el lugar propio

de la reflexión filosófica machadiana y la significación que

hay que concederle en la economía total de su obra.

Cabría hablar también de una lectura crítico-cultural, en

la que habría que clasificar —de nuevo en contrapunto—,

desde las primeras reducciones hermenéuticas de A. Machado

en la España nacional (baste con citar el prólogo de Dionisio

Ridruejo, tan sensible y bien intencionado por otra

parte, a la edición de las «Poesías completas» (?) de don

Antonio, cuyo título —«el poeta rescatado»—, habla por sí

solo), hasta las interpretaciones más o menos sociológicas y

de inspiración crítico-radical. Frente a la lectura nacionalista,

que creía ver en la obra de Machado, por debajo de su «jacobinismo

de sangre y de educación, de decoro externo y de

pedantería seductora de las instituciones izquierdistas», el

claro sueño del resurgir de la nueva España, han florecido,

en los últimos tiempos, aquellas otras de signo social —pienso,

por ejemplo, en las interpretaciones de Blanco Aguinaga

y Tuñón de Lara—, que subrayan, por el contrario, la íntima

conexión de la obra de don Antonio con los avatares sociopolíticos

de su pueblo y su cálida orientación hacia la «gran

esperanza del socialismo».

Por último, hay que aludir a la lectura literaria, en sentido

estricto (¿es acaso posible una lectura semejante?), interminable

en la lista de sus nombres, y preclara en sus figuras,

tales como Dámaso Alonso —su indiscutible patriarca—,

C. Bousoño, J. L. Cano, L. F. Vivanco, L. Rosales, R. Gullón,

R. de Zubiría, C. Beceiro, R. Gutiérrez-Girardot, J. M. Aguirre,

y tantos y tantos otros, que han contribuido eficazmente

a una valoración crítica de la obra de Machado en la totalidad

de sus géneros y estilos. La clave de estas lecturas, confesada

o no, me parece ser siempre la misma: el milagro

de una voz lírica, ingenua y grave a la vez, florecida en el

simbolismo neorromántico y madurada por su hondura cordial,

que desfallece más tarde, por el peso de la cavilación

filosófica, o por la exigencia ineludible de autoobjetivación,

o por Dios sabe qué, y hasta se transustancializa y enmascara

en la prosa reflexiva y burlona de Abel Martín y Juan

de Mairena.

Cito estas lecturas, sin entrar a discutirlas de momento,

como un testimonio irrefutable de la vigencia de la obra de

A. Machado. Una vigencia, por supuesto, muy lejos de la

abstracta intemporalidad de lo que pretende valer para siempre,

sino más bien en la concreta y viviente eficacia de lo

que, por ser fiel a su tiempo, da siempre qué pensar y se

convierte en un motivo permanente de requerimiento y suscitación.

Éste es el prodigio de la palabra integral, el ser

un «universal-concreto», que nos revela los «universales del

sentimiento» y lo «elemental» de la condición humana, a la

luz de lo histórico-individual, como el diamante lleva en su

corazón, por utilizar una metáfora de Machado, una lumbre

de siglos.

La vigencia de la obra de Machado se debe, a mi entender,

al hecho de haber sabido conjugar el doble imperativo de la

temporalidad y la esencialidad, que él mismo prescribió a

la palabra lírica. Si la fidelidad a su tiempo hizo de su obra

la conciencia estremecida de la sociedad española y el documento

más impresionante de la crisis de la voz lírica del

subjetivismo ante una nueva tarea comunitaria. Ja fidelidad

a su corazón y a su instinto metafísico le dio a su verso el

tono grave y melancólico, el sentir hondo, y la intuición certera

y profética del que sondea los abismos.

A la lectura presente de la obra de Machado, de llamarla

de alguna manera, me atrevería a calificarla de «humanista»,

por estar basada sobre la fe en el valor de la palabra, como

punto de apoyo de la existencia, frente al asalto del nihilismo.

De ahí que el título de «palabra en el tiempo» trascienda

el área específica en que lo usó el poeta, para referirse al

sentido último de su obra —la aspiración a conciencia integral

y la vocación a la palabra en enfrentamiento con el misterio

y el silencio—. Esta tensión dialéctica básica genera

aquella otra, estrictamente temporal, de presencias y ausencias,

en que se resuelve, en última instancia, una lírica del

alma.

Palabra en el tiempo es, pues, la lírica como el estremecimiento

de un hondo corazón, herido por el paso irremediable

de las cosas; pero lo es también la misma vida humana,

que tiene que realizar su camino, emitir su verbo existencial,

en el soplo evanescente de un poco de tiempo, como una

andadura soñadora, circuida siempre de sombras. Y cabe

llamar así a la misma conciencia cultural del poeta, hija de

su tiempo, ligada a su aquí y a su ahora por el doble voto

de la autenticidad personal y la solidaridad humana, en un

compromiso de últimas consecuencias. La clave humanista

de lectura, que aquí propongo, permite además entender a

una, la doble luz del verso de Machado, el doble valor de su

palabra, «canto y meditación» de su tiempo, del suyo personal

y del social y colectivo, confundidos en un mismo acorde.

Quisiera añadir, por último, que no me he propuesto en

modo alguno dcsmitificar a Machado. Las más de las veces,

el mito destruido se venga de nuestro propósito generando

el anti-mito, como su figura invertida. Y es que los mitos no

se vienen abajo polémicamente, sino por simple efecto de

proximidad, acercando el autor a nuestra circunstancia para

medir el alcance de sus registros. No. Mi lectura sólo aspira

a comprender, a dejar hablar al poeta en sus mismos textos

y a hacer hablar al lector con él, encarándolo con el destino

existencial y poético de esta grave y melancólica voz, reciamente

española, que se llamó Antonio Machado.

Granada, septiembre de 1975.

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