NOTA: La "fidelidad" de Dantés con sus "seres queridos" es proporcional a su venganza con aquellos que fraguaron un plan y conspiraron en contra de su persona.
Ejemplo de lo anterior es el fragmento del presente capítulo.
J. Méndez-Limbrick.
(Fragmento. Capítulo XVII. El calabozo del Abate Faria).
Este
había recobrado ya el conocimiento, pero seguía tendido inerte
sobre su lecho.
‑Ya
creía no volveros a ver ‑dijo a Edmundo.
‑¿Por
qué? ‑le preguntó el joven‑. ¿Pensabais morir?
‑No,
pero como todo está dispuesto para la fuga, creí que os
escaparíais.
La
indignación se pintó en el rostro de Dantés.
‑¡Sin
vos! ¡Me habéis creído capaz de escaparme solo! ¿De veras?
‑exclamó.
‑Ya
veo que estaba equivocado ‑dijo el enfermo‑. ¡Qué débil
y qué rendido estoy!
‑¡Valor!
Pronto recobraréis las fuerzas ‑le dijo Edmundo sentándose
junto a la cama y cogiendo una de sus manos.
El
abate Faria movió la cabeza:
‑La
otra vez ‑le dijo‑ el ataque me duró una hora, y luego
tuve hambre y pude andar solo. Hoy no puedo levantar mi pierna ni mi
brazo derecho, y mi cabeza está aturdida, lo que prueba un derrame
cerebral. A la tercera vez quedaré enteramente paralítico o tal vez
moriré de repente.
‑No,
no, tranquilizaos; no moriréis. Cuando os dé, si os da, ese tercer
ataque, ya estaremos libres, entonces os salvaremos como ahora y
mejor que ahora, porque tendremos todos los recursos necesarios.
‑Amigo
mío ‑le contestó el anciano‑, no os engañéis a vos
mismo. La crisis que acabo de pasar me ha condenado a prisión
eterna. Para huir es preciso poder nadar.
‑Pues
bien, esperaremos ocho días, un mes, dos meses si es necesario.
En ese intervalo recobraréis vuestras fuerzas. Todo está preparado
para nuestra fuga, y hasta podremos elegir la hora y la ocasión que
más nos convenga. El día que os sintáis capaz de nadar, aquel
mismo día pondremos nuestro proyecto en ejecución.
‑Yo
jamás podré nadar ‑dijo Faria‑, este brazo está
paralítico, y no para un día, sino para siempre. Levantadlo vos
mismo y veréis cuánto pesa.
El
joven levantó aquel brazo, y volvió a caer inerte por su propio
peso.
Edmundo
suspiró.
‑Ya
estáis convencido, ¿no es cierto? ‑le preguntó Faria‑.
Creedme, sé bien lo que me digo. Desde que sufrí el primer ataque
de este mal, no he dejado un punto de pensar en él. Ya me lo
esperaba, porque es hereditario en mi familia. Mi padre murió
al tercer ataque, y mi abuelo también. El médico que preparó
ese licor, que no es otro que el famoso Cabanis, me predijo la misma
suerte.
‑¡El
médico se engaña! ‑exclamó Dantés‑. Y tocante a la
parálisis, no me importa. Cargaré con vos y nadaré llevándoos
a la espalda.
‑Joven
‑repuso el abate‑, sois marino y nadador, y debéis
saber por consiguiente que con tal peso ningún hombre es capaz
de nadar cincuenta brazas. Dejad de alucinaros con quimeras, que no
puede creer ni vuestro mismo corazón, tan generoso. Yo
permaneceré aquí hasta que suene la hora de mi libertad, que será
la de la muerte. Vos
huid, huid. Sois
joven, diestro y fuerte, no os cuidéis de mí, os devuelvo
vuestra palabra.
‑¡Oh!
Entonces ‑dijo Edmundo‑, también yo permaneceré aquí.
Luego,
levantándose y extendiendo su mano sobre Faria, añadió
solemnemente:
‑Por
la sangre de Cristo, juro no abandonaros hasta la muerte.
El
abate contempló a aquel joven tan noble y sencillo, tan grande,
leyendo en sus facciones, animadas con el fuego del entusiasmo más
puro, la sinceridad de su afecto y la lealtad de su juramento.
‑Lo
acepto ‑contestó‑. Gracias.
Y
tendiéndole la mano añadió:
‑Quizá
seréis recompensado por ese afecto tan desinteresado, empero como yo
no puedo escaparme y vos no queréis, lo que importa es cegar el
subterráneo que hemos hecho debajo de la galería. El soldado
puede advertir que el suelo repite el eco de sus pasos, y avisar al
gobernador, con lo cual nos descubrirían. Id, pues, a cegarlo vos,
ya que desgraciadamente yo no puedo ayudaros. Emplead toda la noche
si es preciso, y no volváis a verme hasta mañana después de la
visita del carcelero. Entonces acaso tendré que deciros alguna cosa
importante.
Dantés
estrechó la mano del abate, que el pagó con una sonrisa, y salió
de la prisión, obediente y respetuoso, como era en todas ocasiones
con su anciano amigo.
***
El
conde de Montecristo (Le comte de Monte-Cristo) es una novela de
aventuras clásica de Alexandre Dumas, padre y Auguste Maquet. Éste
último no figuró en los títulos de la obra ya que Alexandre Dumas
pagó una elevada suma de dinero para que así fuera. Maquet era un
colaborador muy activo en las novelas de Dumas, llegando a escribir
obras enteras, reescribiéndolas Dumas después. Se suele considerar
como el mejor trabajo de Dumas, y a menudo se incluye en las listas
de las mejores novelas de todos los tiempos. El libro se terminó de
escribir en 1844, y fue publicado en una serie de 18 partes durante
los dos años siguientes.
Fuente: Wikipedia.