martes, 11 de septiembre de 2018

NOTAS, FRAGMENTOS Y COMENTARIOS A EL CONDE DE MONTECRISTO. DÍA 8.


NOTA: La "fidelidad" de Dantés con sus "seres queridos" es proporcional a su venganza con aquellos que fraguaron un plan y conspiraron en contra de su persona.
Ejemplo de lo anterior es el fragmento del presente capítulo.
J. Méndez-Limbrick.

(Fragmento. Capítulo XVII. El calabozo del Abate Faria). 

Este había recobrado ya el conocimiento, pero seguía tendido inerte sobre su lecho.
Ya creía no volveros a ver ‑dijo a Edmundo.
¿Por qué? ‑le preguntó el joven‑. ¿Pensabais morir?
No, pero como todo está dispuesto para la fuga, creí que os es­caparíais.
La indignación se pintó en el rostro de Dantés.
¡Sin vos! ¡Me habéis creído capaz de escaparme solo! ¿De veras? ‑exclamó.
Ya veo que estaba equivocado ‑dijo el enfermo‑. ¡Qué débil y qué rendido estoy!
¡Valor! Pronto recobraréis las fuerzas ‑le dijo Edmundo sen­tándose junto a la cama y cogiendo una de sus manos.
El abate Faria movió la cabeza:
La otra vez ‑le dijo‑ el ataque me duró una hora, y luego tuve hambre y pude andar solo. Hoy no puedo levantar mi pierna ni mi brazo derecho, y mi cabeza está aturdida, lo que prueba un derrame cerebral. A la tercera vez quedaré enteramente paralítico o tal vez moriré de repente.
No, no, tranquilizaos; no moriréis. Cuando os dé, si os da, ese tercer ataque, ya estaremos libres, entonces os salvaremos como ahora y mejor que ahora, porque tendremos todos los recursos necesarios.
Amigo mío ‑le contestó el anciano‑, no os engañéis a vos mis­mo. La crisis que acabo de pasar me ha condenado a prisión eterna. Para huir es preciso poder nadar.
Pues bien, esperaremos ocho días, un mes, dos meses si es nece­sario. En ese intervalo recobraréis vuestras fuerzas. Todo está prepa­rado para nuestra fuga, y hasta podremos elegir la hora y la ocasión que más nos convenga. El día que os sintáis capaz de nadar, aquel mismo día pondremos nuestro proyecto en ejecución.
Yo jamás podré nadar ‑dijo Faria‑, este brazo está paralítico, y no para un día, sino para siempre. Levantadlo vos mismo y veréis cuánto pesa.
El joven levantó aquel brazo, y volvió a caer inerte por su propio peso.
Edmundo suspiró.
Ya estáis convencido, ¿no es cierto? ‑le preguntó Faria‑. Creedme, sé bien lo que me digo. Desde que sufrí el primer ataque de este mal, no he dejado un punto de pensar en él. Ya me lo espera­ba, porque es hereditario en mi familia. Mi padre murió al tercer ata­que, y mi abuelo también. El médico que preparó ese licor, que no es otro que el famoso Cabanis, me predijo la misma suerte.
¡El médico se engaña! ‑exclamó Dantés‑. Y tocante a la pará­lisis, no me importa. Cargaré con vos y nadaré llevándoos a la es­palda.
Joven ‑repuso el abate‑, sois marino y nadador, y debéis sa­ber por consiguiente que con tal peso ningún hombre es capaz de nadar cincuenta brazas. Dejad de alucinaros con quimeras, que no pue­de creer ni vuestro mismo corazón, tan generoso. Yo permaneceré aquí hasta que suene la hora de mi libertad, que será la de la muerte. Vos huid, huid. Sois joven, diestro y fuerte, no os cuidéis de mí, os de­vuelvo vuestra palabra.
¡Oh! Entonces ‑dijo Edmundo‑, también yo permaneceré aquí.
Luego, levantándose y extendiendo su mano sobre Faria, añadió solemnemente:
Por la sangre de Cristo, juro no abandonaros hasta la muerte.
El abate contempló a aquel joven tan noble y sencillo, tan grande, leyendo en sus facciones, animadas con el fuego del entusiasmo más puro, la sinceridad de su afecto y la lealtad de su juramento.
Lo acepto ‑contestó‑. Gracias.
Y tendiéndole la mano añadió:
Quizá seréis recompensado por ese afecto tan desinteresado, empero como yo no puedo escaparme y vos no queréis, lo que importa es cegar el subterráneo que hemos hecho debajo de la galería. El sol­dado puede advertir que el suelo repite el eco de sus pasos, y avisar al gobernador, con lo cual nos descubrirían. Id, pues, a cegarlo vos, ya que desgraciadamente yo no puedo ayudaros. Emplead toda la noche si es preciso, y no volváis a verme hasta mañana después de la visita del carcelero. Entonces acaso tendré que deciros alguna cosa impor­tante.
Dantés estrechó la mano del abate, que el pagó con una sonrisa, y salió de la prisión, obediente y respetuoso, como era en todas ocasio­nes con su anciano amigo.


***
El conde de Montecristo (Le comte de Monte-Cristo) es una novela de aventuras clásica de Alexandre Dumas, padre y Auguste Maquet. Éste último no figuró en los títulos de la obra ya que Alexandre Dumas pagó una elevada suma de dinero para que así fuera. Maquet era un colaborador muy activo en las novelas de Dumas, llegando a escribir obras enteras, reescribiéndolas Dumas después. Se suele considerar como el mejor trabajo de Dumas, y a menudo se incluye en las listas de las mejores novelas de todos los tiempos. El libro se terminó de escribir en 1844, y fue publicado en una serie de 18 partes durante los dos años siguientes.
Fuente: Wikipedia.

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