miércoles, 10 de septiembre de 2014

Federico García Lorca. Teatro: "El público".


El público
(1933)

Drama en cinco cuadros

Personajes

(Por orden de intervención)

DIRECTOR
CRIADO
CABALLO BLANCO PRIMERO
CABALLO BLANCO SEGUNDO
CABALLO BLANCO TERCERO
CABALLO BLANCO CUARTO
HOMBRE PRIMERO
HOMBRE SEGUNDO
HOMBRE TERCERO
ARLEQUÍN DIRECTOR
MUJER EN PIJAMA
ELENA
FIGURA DE CASCABELES
FIGURA DE PÁMPANOS
NIÑO
EMPERADOR
CENTURIÓN
JULIETA
CABALLO NEGRO
EL TRAJE DE ARLEQUÍN
EL TRAJE DE BAILARINA
PASTOR BOBO
DESNUDO ROJO
ENFERMERO
ESTUDIANTE PRIMERO
ESTUDIANTE SEGUNDO
ESTUDIANTE TERCERO
ESTUDIANTE CUARTO
ESTUDIANTE QUINTO
DAMA PRIMERA
DAMA SEGUNDA
DAMA TERCERA
DAMA CUARTA
MUCHACHO
LADRÓN PRIMERO
LADRÓN SEGUNDO
TRASPUNTE
PRESTIDIGITADOR
SEÑORA




Cuadro primero


Cuarto del Director.

El Director sentado. Viste de chaqué. Decorado azul. Una gran mano impresa en la pared. Las ventanas son radiografías.

CRIADO. Señor.

DIRECTOR. ¿Qué?

CRIADO. Ahí está el público.

DIRECTOR. Que pase.

(Entran cuatro Caballos Blancos.)

DIRECTOR. ¿Qué desean? (Los Caballos tocan sus trompetas.) Esto sería si yo fuese un hombre con capacidad para el suspiro. ¡Mi teatro será siempre al aire libre! Pero yo he perdi­do toda mi fortuna. Si no, yo envenenaría el aire libre. Con una jeringuilla que quite la costra de la herida me basta. ¡Fuera de aquí! ¡Fuera de mi casa, caballos! Ya se ha in­ventado la cama para dormir con los caballos. (Llorando.) Caballitos míos.

LOS CABALLOS. (Llorando.) Por trescientas pesetas. Por dos­cientas pesetas, por un plato de sopa, por un frasco de per­fume vacío. Por tu saliva, por un recorte de tus uñas.

DIRECTOR. ¡Fuera, fuera, fuera! (Toca un timbre.)

LOS CABALLOS. ¡Por nada! Antes te olían los pies y nosotros teníamos tres años. Esperábamos en el retrete, esperábamos detrás de las puertas y luego te llenábamos la cama de lágrimas. (Entra el Criado.)

DIRECTOR. ¡Dame un látigo!

LOS CABALLOS. Y tus zapatos estaban cocidos por el sudor, pero sabíamos comprender que la misma relación tenía la luna con las manzanas podridas en la hierba.

DIRECTOR. (Al Criado.) ¡Abre las puertas!

LOS CABALLOS. No, no, no. ¡Abominable! Estás cubierto de vello y comes la cal de lo muros que no es tuya.

CRIADO. No abro la puerta. Yo no quiero salir al teatro.

DIRECTOR. (Golpeándolo.) ¡Abre!

(Los Caballos sacan largas trompetas doradas y danzan lentamente al son de su canto.)

LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.) Abominable.

LOS CABALLOS 3.° Y 4.° Blenamiboá.

LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.) Abominable.

LOS CABALLOS. Blenamiboá.

(El Criado abre la puerta.)

DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre! ¡Fuera! ¡Vamos! Teatro al aire libre. ¡Fuera de aquí! (Salen los Caballos. A1 Criado.) Continúa. (Se sienta detrás de la mesa.)

CRIADO. Señor.

DIRECTOR. ¿Qué?

CRIADO. ¡El público!

DIRECTOR. Que pase.

(El Director cambia su peluca rubia por una morena. Entran tres Hombres vestidos de frac exactamente iguales. Llevan barbas oscuras.)

HOMBRE I ° ¿El señor Director del teatro al aire libre?

DIRECTOR. Servidor de usted.

HOMBRE I.° Venimos a felicitarle por su última obra.

DIRECTOR. Gracias.

HOMBRE 3.° Originalísima.

HOMBRE I.° ¡Y qué bonito título! Romeo y Julieta.

DIRECTOR. Un hombre y una mujer que se enamoran.

HOMBRE I.° Romeo puede ser una ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa.

DIRECTOR. Pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta.

HOMBRE I.° Y enamorados. ¿Usted cree que estaban enamorados?

DIRECTOR. Hombre... yo no estoy dentro...

HOMBRE I.° ¡Basta! ¡Basta! Usted mismo se denuncia.

HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°)  Ve con prudencia. Tú tienes la culpa. ¿Para qué vienes a la puerta de los teatros? Puedes llamar a un bosque y es fácil que éste abra el ruido de su savia para tus oídos. ¡Pero un teatro!

HOMBRE I.° Es a los teatros donde hay que llamar; es a los teatros, para...

HOMBRE 3.° Para que se sepa la verdad de las sepulturas.

HOMBRE 2.° Sepulturas con focos de gas, y anuncios, y largas filas de butacas.

DIRECTOR. Caballeros...

HOMBRE I.° Sí, sí. Director del teatro al aire libre, autor de Romeo y Julieta.

HOMBRE 2.° ¿Cómo orinaba Romeo, señor Director? ¿Es que no es bonito ver orinar a Romeo? ¿Cuántas veces fingió tirar­se de la torre para ser apresado en la comedia de su sufrimiento? ¿Qué pasaba, señor Director, cuando no pasaba? ¿Y el sepulcro? ¿Por qué, en el final, no bajó usted las escaleras del sepulcro? Pudo usted haber visto un ángel que se llevaba el sexo de Romeo, mientras dejaba el otro, el suyo, el que le correspondía. Y si yo le digo que el personaje principal de todo fue una flor venenosa, ¿qué pensaría usted? Conteste.

DIRECTOR. Señores, no es ése el problema.

HOMBRE I.° (Interrumpiendo.) No hay otro. Tendremos necesidad de enterrar el teatro por la cobardía de todos, y tendré que darme un tiro.

HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!

HOMBRE I.° (Lentamente.) Tendré que darme un tiro para inaugurar el verdadero teatro, el teatro bajo la arena.

DIRECTOR. Gonzalo...

HOMBRE I.° ¿Cómo?... (Pausa.)

DIRECTOR. (Reaccionando.) Pero no puedo. Se hundiría todo. Sería dejar ciegos a mis hijos y luego, ¿qué hago con el público? ¿Qué hago con el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a devorarme. Yo vi una vez a un hombre devorado por la máscara. Los jóvenes más fuertes de la ciudad, con picas ensangrentadas, le hundían por el trasero grandes bolas de periódicos abandonados, y en América hubo una vez un muchacho a quien la máscara ahorcó colgado de sus propios intestinos.

HOMBRE I.° ¡Magnífico!

HOMBRE 2.° ¿Por qué no lo dice usted en el teatro?

HOMBRE 3.° ¿Eso es el principio de un argumento?

DIRECTOR. En todo caso un final.

HOMBRE 3.° Un final ocasionado por el miedo.

DIRECTOR. Está claro, señor. No me supondrá usted capaz de sacar la máscara a escena.

HOMBRE I.° ¿Por qué no?

DIRECTOR. ¿Y la moral? ¿Y el estómago de los espectadores?

HOMBRE I.° Hay personas que vomitan cuando se vuelve un pulpo del revés y otras que se ponen pálidas si oyen pronunciar con la debida intención la palabra cáncer; pero usted sabe que contra esto existe la hojalata, y el yeso, y la adorable mica, y en último caso el cartón, que están al alcance de todas las fortunas como medios expresivos. (Se levanta.) Pero usted lo que quiere es engañarnos. Engañarnos para que todo siga igual y nos sea imposible ayudar a los muertos. Usted tiene la culpa de que las moscas hayan caído en cuatro mil naranjadas que yo tenía dispuestas. Y otra vez tengo que empezar a romper las raíces.

DIRECTOR. (Levantándose.) Yo no discuto, señor. ¿Pero qué es lo que quiere de mí? ¿Trae usted una obra nueva?

HOMBRE I.° ¿Le parece a usted obra más nueva que noso­tros con nuestras barbas... y usted?

DIRECTOR. ¿Y yo...?

HOMBRE I.° Sí... usted.

HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!

HOMBRE I.° (Mirando al Director.) Lo reconozco todavía y me parece estarlo viendo aquella mañana que encerró una liebre, que era un prodigio de velocidad, en una pequeña cartera de libros. Y otra vez, que se puso dos rosas en las orejas el primer día que descubrió el peinado con la raya en medio. Y tú, ¿me reconoces?

DIRECTOR. No es éste el argumento. ¡Por Dios! (A voces.) Elena, Elena.

(Corre a la puerta.)

HOMBRE I.° Pero te he de llevar al escenario, quieras o no quieras. Me has hecho sufrir demasiado. ¡Pronto! ¡El biombo! ¡El biombo! (El Hombre 3. ° saca un biombo y lo coloca en medio de la escena.)

DIRECTOR. (Llorando.) Me ha de ver el público. Se hundirá mi teatro. Yo había hecho los dramas mejores de la temporada, ¡pero ahora!...

(Suenan las trompetas de los Caballos. El Hombre I.° se dirige al fondo y abre la puerta.)

HOMBRE I.° Pasar adentro, con nosotros. Tenéis sitio en el drama. Todo el mundo. (Al Director.) Y tú, pasa por detrás del biombo.

(Los Hombres 2.° y 3.° empujan al Director. Éste pasa por el biombo y aparece por la otra esquina un Muchacho vestido de raso blanco con una gola Blanca al cuello. Debe ser una actriz. Lleva una pequeña guitarrita negra.)

HOMBRE I.° ¡Enrique! ¡Enrique! (Se cubre la cara con las manos.)

HOMBRE 2.° No me hagas pasar a mí por el biombo. Déjame ya tranquilo. ¡Gonzalo!

DIRECTOR. (Frío y pulsando las cuerdas.) Gonzalo, te he de escupir mucho. Quiero escupirte y romperte el frac con unas tijeritas. Dame seda y aguja. Quiero bordar. No me gustan los tatuajes, pero lo quiero bordar con sedas.

HOMBRE 3.° (A los Caballos.) Tomad asiento donde queráis.

HOMBRE I.° (Llorando.) ¡Enrique! ¡Enrique!

DIRECTOR. Te bordaré sobre la carne y me gustará verte dormir en el tejado. ¿Cuánto dinero tienes en el bolsillo? ¡Qué malo! (El Hombre I.° enciende un fósforo y quema los billetes.) Nunca veo bien cómo desaparecen los dibujos en la llama.

¿No tienes más dinero? ¡Qué pobre eres, Gonzalo! ¿Y mi lápiz para los labios? ¿No tienes carmín? Es un fastidio.

HOMBRE 2.° (Tímido.) Yo tengo. (Se saca el lápiz por debajo de la barba y lo ofrece.)

DIRECTOR. Gracias... pero... ¿pero también tú estás aquí? ¡Al biombo! Tú también al biombo. ¿Y todavía lo soportas, Gonzalo?


(El Director empuja bruscamente al Hombre 2.°, y aparece por el otro extremo del biombo una Mujer vestida con pantalones de pijama negro y una corona de amapolas en la cabeza. Lleva en la mano unos impertinentes cubiertos por un bigote rubio que usará poniéndolo sobre su boca en algunos momentos del drama.)

HOMBRE 2.° (Secamente.) Dame el lápiz.

DIRECTOR. ¡Ja, ja, ja! ¡Oh Maximiliana, emperatriz de Baviera! ¡Oh mala mujer!

HOMBRE 2.° (Poniéndose el bigote sobre los labios.) Te recomendaría un poco de silencio.

DIRECTOR. ¡Oh mala mujer! ¡Elena! ¡Elena!

HOMBRE I.° (Fuerte.) No llames a Elena.

DIRECTOR. ¿Y por qué no? Me ha querido mucho cuando mi teatro estaba al aire libre. ¡Elena!

(Elena sale de la izquierda. Viste de griega. Lleva las cejas azules, el cabello blanco y los pies de yeso. El vestido, abierto totalmente por delante, deja ver sus muslos cubiertos con apretada malla rosada. El Hombre 2.° se lleva el bigote a los labios.)

ELENA. ¿Otra vez igual?

DIRECTOR. Otra vez.

HOMBRE 3.° ¿Por qué has salido, Elena? ¿Por qué has salido si no me vas a querer?

ELENA. ¿Quién te lo dijo? Pero ¿por qué me quieres tanto?
Yo te besaría los pies si tú me castigaras y te fueras con las otras mujeres. Pero tú me adoras demasiado a mí sola. Será necesario terminar de una vez.

DIRECTOR. (Al Hombre 3.°) ¿Y yo? ¿No te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas de mis uñas arrancadas? ¿Cómo habría conocido a las otras y a ti no? ¿Por qué te he llamado, Elena? ¿Por qué te he llamado, suplicio mío?

ELENA. (Al Hombre 3.°) ¡Vete con él! Y confiésame ya la verdad que me ocultas. No me importa que estuvieras borracho y que te quieras justificar, pero tú lo has besado y has dormido en la misma cama.

HOMBRE 3.° ¡Elena! (Pasa rápidamente por detrás del biombo y aparece sin barba con la cara palidísima y un látigo en la mano. Lleva muñequeras de cuero con clavos dorados.)

HOMBRE 3.° (Azotando al Director.) Tú siempre hablas, tú siempre mientes y he de acabar contigo sin la menor misericordia.

LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!

ELENA. Podías seguir golpeando un siglo entero y no creería en ti. (El Hombre 3.° se dirige a Elena y le aprieta las muñecas.) Podrías seguir un siglo entero atenazando mis dedos y no lograrías hacerme escapar un solo gemido.

HOMBRE 3.° ¡Veremos quién puede más!

ELENA. Yo y siempre yo.

(Aparece el Criado.)

ELENA. ¡Llévame pronto de aquí! ¡Contigo! ¡Llévame! (El Criado pasa por detrás del biombo y sale de la misma manera.) ¡Llévame! ¡Muy lejos! (El Criado la toma en brazos.)

DIRECTOR. Podemos empezar.

HOMBRE I.° Cuando quieras.

LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!

(Los Caballos suenan sus largas trompetas.
Los personajes están rígidos en sus puestos.)


Telón lento




Cuadro segundo


Ruina romana.

Una Figura, cubierta totalmente de Pámpanos rojos, toca una flauta sentada sobre un capitel. Otra Figura, cubierta de Cascabeles dorados, danza en el centro de la escena.

FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en nube?

FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en ojo.

FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en caca?

FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en mosca.

FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en manzana?

FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en beso.

FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en pecho?

FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en sábana blanca.

VOZ. (Sarcástica.) ¡Bravo!

FIGURA DE CASCABELES. ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?

FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en cuchillo.

FIGURA DE CASCABELES. (Dejando de danzar.) Pero ¿por qué?, ¿por qué me atormentas? ¿Cómo no vienes conmigo, si me amas, hasta donde yo te lleve? Si yo me convirtiera en pez luna, tú te convertirías en ola de mar, o en alga, y si quieres algo muy lejano, porque no desees besarme, tú te convertirías en luna llena, ¡pero en cuchillo! Te gozas en interrumpir mi danza. Y danzando es la única manera que tengo de amarte.

FIGURA DE PÁMPANOS. Cuando rondas el lecho y los objetos de la casa te sigo, pero no te sigo a los sitios adonde tú, lleno de sagacidad, pretendes llevarme. Si tú te convirtieras en pez luna, yo te abriría con un cuchillo, porque soy un hombre, porque no soy nada más que eso, un hombre, más hombre que Adán, y quiero que tú seas aún más hombre que yo. Tan hombre que no haya ruido en las ramas cuando tú pases. Pero tú no eres un hombre. Si yo no tuviera esta flauta, te escaparías a la luna, a la luna cubierta de pañolitos de encaje y gotas de sangre de mujer.

FIGURA DE CASCABELES. (Tímidamente.) ¿Y si yo me convirtiera en hormiga?

FIGURA DE PÁMPANOS. (Enérgico.) Yo me convertiría en tierra.

FIGURA DE CASCABELES. (Más fuerte.) ¿Y si yo me convirtiera en tierra?

FIGURA DE PÁMPANOS. (Más débil.) Yo me convertiría en agua.

FIGURA DE CASCABELES. (Vibrante.) ¿Y si yo me convirtiera en agua?

FIGURA DE PÁMPANOS. (Desfallecido.) Yo me convertiría en pez luna.

FIGURA DE CASCABELES. (Tembloroso.) ¿Y si yo me convir­tiera en pez luna?

FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Yo me convertiría en cuchillo. En un cuchillo afilado durante cuatro largas primaveras.

FIGURA DE CASCABELES. Llévame al baño y ahógame. Será la única manera de que puedas verme desnudo. ¿Te figuras que tengo miedo a la sangre? Sé la manera de dominarte. ¿Crees que no te conozco? De dominarte tanto que si yo dijera: «¿si yo me convirtiera en pez luna?», tú me contestarías: «yo me convertiría en una bolsa de huevas pequeñitas».

FIGURA DE PÁMPANOS. Toma un hacha y córtame las piernas. Deja que vengan los insectos de la ruina y vete. Porque te desprecio. Quisiera que tú calaras hasta lo hondo. Te escupo.

FIGURA DE CASCABELES. ¿Lo quieres? Adiós. Estoy tranquilo. Si voy bajando por la ruina iré encontrando amor y cada vez más amor.

FIGURA DE PÁMPANOS. (Angustiado.) ¿Dónde vas? ¿Dónde vas?

FIGURA DE CASCABELES. ¿No deseas que me vaya?

FIGURA DE PÁMPANOS. (Con voz débil.) No, no te vayas. ¿Y si yo me convirtiera en un granito de arena?

FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en un látigo.

FIGURA DE PÁMPANOS. ¿Y si yo me convirtiera en una bolsa de huevas pequeñitas?

FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en otro látigo. Un látigo hecho con cuerdas de guitarra.

FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me azotes!

FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con maromas de barco.

FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me golpees el vientre!

FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con los estambres de una orquídea.

FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Acabarás por dejarme ciego!

FIGURA DE CASCABELES. Ciego, porque no eres hombre. Yo sí soy un hombre. Un hombre, tan hombre, que me desma­yo cuando se despiertan los cazadores. Un hombre, tan hombre, que siento un dolor agudo en los dientes cuando alguien quiebra un tallo, por diminuto que sea. Un gigante. Un gigante, tan gigante, que puedo bordar una rosa en la uña de un niño recién nacido.

FIGURA DE PÁMPANOS. Estoy esperando la noche, angustia­do por el blancor de la ruina, para poder arrastrarme a tus pies.

FIGURA DE CASCABELES. No. No. ¿Por qué me dices eso? Eres tú quien me debes obligar a mí para que lo haga. ¿No eres tú un hombre? ¿Un hombre más hombre que Adán?

FIGURA DE PÁMPANOS. (Cayendo al suelo.) ¡Ay! ¡Ay!

FIGURA DE CASCABELES. (Acercándose en voz baja.) ¿Y si yo me convirtiera en capitel?

FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay de mí!

FIGURA DE CASCABELES. Tú te convertirías en sombra de capitel y nada más. Y luego vendría Elena a mi cama. Elena, ¡corazón mío! Mientras tú, debajo de los cojines, estarías tendido lleno de sudor, un sudor que no sería tuyo, que sería de los cocheros, de los fogoneros y de los médicos que operan el cáncer. Y entonces yo me convertiría en pez luna y tú no serías ya nada más que una pequeña polvera que pasa de mano en mano.

FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay!

FIGURA DE CASCABELES. ¿Otra vez? ¿Otra vez estás llorando? Tendré necesidad de desmayarme para que vengan los campesinos. Tendré necesidad de llamar a los negros, a los enormes negros heridos por las navajas de las yucas que luchan día y noche con el fango de los ríos. Levántate del suelo, cobarde. Ayer estuve en casa del fundidor y encargué una cadena. ¡No te alejes de mí! Una cadena. Y estuve toda la noche llorando porque me dolían las muñecas y los tobillos y, sin embargo, no la tenía puesta. (La Figura de Pámpanos toca un silbato de plata.) ¿Qué haces? (Suena el silbato otra vez.) Ya sé lo que deseas, pero tengo tiempo de huir.

FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Huye si quieres.

FIGURA DE CASCABELES. Me defenderé con las hierbas.

FIGURA DE PÁMPANOS. Prueba a defenderte. (Suena el silbato. Del techo cae un Niño vestido con una malla roja.)

NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!

FIGURA DE PÁMPANOS. El Emperador.

FIGURA DE CASCABELES. Yo haré tu papel. No te descubras. Me costaría la vida.

NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!

FIGURA DE CASCABELES. Todo entre nosotros era un juego. Jugábamos. Y ahora yo serviré al Emperador fingiendo la voz tuya. Tú puedes tenderte detrás de aquel gran capitel. No te lo había dicho nunca. Allí hay una vaca que guisa la comida para los soldados.


FIGURA DE PÁMPANOS. ¡El Emperador! Ya no hay remedio. Tú has roto el hilo de la araña y ya siento que mis grandes pies se van volviendo pequeñitos y repugnantes.

FIGURA DE CASCABELES. ¿Quieres un poco de té? ¿Dónde podría encontrar una bebida caliente en esta ruina?

NIÑO. (En el suelo.) ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!

(Suena una trompa y aparece el Emperador de los romanos. Con él viene un Centurión de tú­nica amarilla y carne gris. Detrás vienen los cuatro Caballos con sus trompetas. El Niño se dirige al Emperador. Éste lo toma en sus brazos y se pierden en los capiteles.)

CENTURIÓN. El Emperador busca a uno.

FIGURA DE PÁMPANOS. Uno soy yo.

FIGURA DE CASCABELES. Uno soy yo.

CENTURIÓN. ¿Cuál de los dos?

FIGURA DE PÁMPANOS. Yo.

FIGURA DE CASCABELES. Yo.

CENTURIÓN. El Emperador adivinará cuál de los dos es uno. Con un cuchillo o con un salivazo. ¡Malditos seáis todos los de vuestra casta! Por vuestra culpa estoy yo corriendo caminos y durmiendo sobre la arena. Mi mujer es hermosa como una montaña. Pare por cuatro o cinco sitios a la vez y ronca al mediodía debajo de los árboles. Yo tengo doscientos hijos. Y tendré todavía muchos más. ¡Maldita sea vuestra casta!

(El Centurión escupe y canta. Un grito largo y sostenido se oye detrás de las columnas. Aparece el Emperador limpiándose la frente. Se quita unos guantes negros; después unos guantes rojos y aparecen sus manos de una blancura clásica.)

EMPERADOR. (Displicente.) ¿Cuál de los dos es uno?

FIGURA DE CASCABELES. Yo soy, señor.

EMPERADOR. Uno es uno y siempre uno. He degollado más de cuarenta muchachos que no lo quisieron decir.

CENTURIÓN. (Escupiendo.) Uno es uno y nada más que uno.

EMPERADOR. Y no hay dos.

CENTURIÓN. Porque si hubiera dos no estaría el Emperador buscando por los caminos.

EMPERADOR. (Al Centurión.) ¡Desnúdalos!

FIGURA DE CASCABELES. Yo soy uno, señor. Ése es el mendigo de las ruinas. Se alimenta con raíces.

EMPERADOR. Aparta.

FIGURA DE PÁMPANOS. Tú me conoces. Tú sabes quién soy. (Se despoja de los pámpanos y aparece un desnudo blanco de yeso.)

EMPERADOR. (Abrazándolo.) Uno es uno.

FIGURA DE PÁMPANOS. Y siempre uno. Si me besas yo abriré mi boca para clavarme después tu espada en el cuello.

EMPERADOR. Así lo haré.

FIGURA DE PÁMPANOS. Y deja mi cabeza de amor en la ruina. La cabeza de uno que fue siempre uno.

EMPERADOR. (Suspirando.) Uno.

CENTURIÓN. (Al Emperador.) Difícil es, pero ahí lo tienes.

FIGURA DE PÁMPANOS. Lo tiene porque nunca lo podrá te­ner.

FIGURA DE CASCABELES. ¡Traición! ¡Traición!

CENTURIÓN. ¡Cállate, rata vieja! ¡Hijo de la escoba!

FIGURA DE CASCABELES. ¡Gonzalo! ¡Ayúdame, Gonzalo!

(La Figura de Cascabeles tira de una columna y ésta se desdobla en el biombo blanco de la primera escena. Por detrás salen los tres Hombres barbados y el Director de escena.)

HOMBRE I.° ¡Traición!

FIGURA DE CASCABELES. ¡Nos ha traicionado!

DIRECTOR. ¡Traición!

(El Emperador está abrazado a la Figura de Pámpano.)


Telón



Cuadro tercero


Muro de arena. A la izquierda, y pintada sobre el muro, una luna transparente casi de gelatina. En el centro, una inmensa hoja verde lanceolada.

HOMBRE I.° (Entrando.) No es esto lo que hace falta. Después de lo que ha pasado, sería injusto que yo volviese otra vez para hablar con los niños y observar la alegría del cielo.

HOMBRE 2.° Mal sitio es éste.

DIRECTOR. ¿Habéis presenciado la lucha?

HOMBRE 3.° (Entrando.) Debieron morir los dos. No he presenciado nunca un festín más sangriento.

HOMBRE I.° Dos leones. Dos semidioses.

HOMBRE 2.° Dos semidioses si no tuvieran ano.

HOMBRE I.° Pero el ano es el castigo del hombre. El ano es el fracaso del hombre, es su vergüenza y su muerte. Los dos tenían ano y ninguno de los dos podía luchar con la belleza pura de los mármoles que brillaban conservando deseos íntimos defendidos por una superficie intachable.

HOMBRE 3.° Cuando sale la luna, los niños del campo se reúnen para defecar.

HOMBRE I.° Y detrás de los juncos, a la orilla fresca de los remansos, hemos encontrado la huella del hombre que hace horrible la libertad de los desnudos.

HOMBRE 3.° Debieron morir los dos.

HOMBRE I.° (Enérgico.) Debieron vencer.

HOMBRE 3.° ¿Cómo?

HOMBRE I.° Siendo hombres los dos y no dejándose arras­trar por los falsos deseos. Siendo íntegramente hombres. ¿Es que un hombre puede dejar de serlo nunca?

HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!

HOMBRE I.° Han sido vencidos y ahora todo será para burla y escarnio de la gente.

HOMBRE 3.° Ninguno de los dos era un hombre. Como no lo sois vosotros tampoco. Estoy asqueado de vuestra compañía.

HOMBRE I.° Ahí detrás, en la última parte del festín, está el Emperador. ¿Por qué no sales y lo estrangulas? Reconozco tu valor tanto como justifico tu belleza. ¿Cómo no te precipitas y con tus mismos dientes le devoras el cuello?

DIRECTOR. ¿Por qué no lo haces tú?

HOMBRE I.° Porque no puedo, porque no quiero, porque soy débil.

DIRECTOR. Pero él puede, él quiere, él es fuerte. (En alta voz.) ¡El Emperador está en la ruina!

HOMBRE 3.° Que vaya el que quiera respirar su aliento.

HOMBRE I.° ¡Tú!

HOMBRE 3.° Sólo podría convenceros si tuviera mi látigo.

HOMBRE I.° Sabes que no te resisto, pero te desprecio por cobarde.

HOMBRE 2.° ¡Por cobarde!

DIRECTOR. (Fuerte y mirando al Hombre 3.°) ¡El Emperador que bebe nuestra sangre está en la ruina!

(El Hombre 3.° se tapa la cara con las manos.)

HOMBRE I.° (Al Director.) Ése es, ¿lo conoces ya? Ése es el valiente que en el café y en el libro nos va arrollando las venas en largas espinas de pez. Ése es el hombre que ama al Emperador en soledad y lo busca en las tabernas de los puertos. Enrique, mira bien sus ojos. Mira qué pequeños racimos de uvas bajan por sus hombros. A mí no me engaña. Pero ahora yo voy a matar al Emperador. Sin cuchillo, con estas manos quebradizas que me envidian todas las mujeres.

DIRECTOR. ¡No, que irá él! Espera un poco. (El Hombre se sienta en una silla y llora.)

HOMBRE 3.° ¡No podría estrenar mi pijama de nubes! ¡Ay! Vosotros no sabéis que yo he descubierto una bebida maravillosa que solamente conocen algunos negros de Honduras.

DIRECTOR. Es en un pantano podrido donde debemos estar y no aquí. Bajo el légamo donde se consumen las ranas muertas.

HOMBRE 2.° (Abrazando al Hombre I.°) Gonzalo, ¿por qué lo amas tanto?

HOMBRE I.° (Al Director.) ¡Te traeré la cabeza del Emperador!

DIRECTOR. Será el mejor regalo para Elena.

HOMBRE 2.° Quédate, Gonzalo, y permite que te lave los pies.

HOMBRE I.° La cabeza del Emperador quema los cuerpos de todas las mujeres.

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) Pero tú no sabes que Elena puede pulir sus manos dentro del fósforo y la cal viva. ¡Vete con el cuchillo! ¡Elena, Elena, corazón mío!

HOMBRE 3.° ¡Corazón mío de siempre! Nadie nombre aquí a Elena.

DIRECTOR. (Temblando.) Nadie la nombre. Es mucho mejor que nos serenemos. Olvidando el teatro será posible. Nadie la nombre.

HOMBRE I.° Elena.

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¡Calla! Luego, yo estaré esperando detrás de los muros del gran almacén. Calla.

HOMBRE I.° Prefiero acabar de una vez. ¡Elena! (Inicia el mutis.)

DIRECTOR. Oye, ¿y si yo me convirtiera en un pequeño enano de jazmines?

HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) ¡Vamos! ¡No te dejes engañar! Yo te acompaño a la ruina.

DIRECTOR. (Abrazando al Hombre I.°) Me convertiría en una píldora de anís, una píldora donde estarían exprimidos los juncos de todos los ríos, y tú serías una gran montaña china cubierta de vivas arpas diminutas.

HOMBRE I.° (Entornando los ojos.) No, no. Yo entonces no sería una montaña china. Yo sería un odre de vino antiguo que llena de sanguijuelas la garganta.

(Luchan.)

HOMBRE 3.° Tendremos necesidad de separarlos.

HOMBRE 2.° Para que no se devoren.

HOMBRE 3.° Aunque yo encontraría mi libertad.

(El Director y el Hombre I.° luchan sordamente.)

HOMBRE 2.° Pero yo encontraría mi muerte.

HOMBRE 3.° Si yo tengo un esclavo...

HOMBRE 2.° Es porque yo soy un esclavo.

HOMBRE 3.° Pero, esclavos los dos, de modo distinto podemos romper las cadenas.

HOMBRE I.° ¡Llamaré a Elena!

DIRECTOR. ¡Llamaré a Elena!

HOMBRE I.° ¡No, por favor!

DIRECTOR. No, no la llames. Yo me convertiré en lo que tú desees.

(Desaparecen luchando por la derecha.)

HOMBRE 3.° Podemos empujarlos y caerán al pozo. Así tú y yo quedaremos libres.

HOMBRE 2.° Tú, libre. Yo, más esclavo todavía.

HOMBRE 3.° No importa. Yo les empujo. Estoy deseando vivir en mi tierra verde, ser pastor, beber el agua de la roca.

HOMBRE 2.° Te olvidas de que soy fuerte cuando quiero. Era yo un niño y uncía los bueyes de mi padre. Aunque mis huesos estén cubiertos de pequeñísimas orquídeas, tengo una capa de músculos que utilizo cuando quiero.

HOMBRE 3.° (Suave.) Es mucho mejor para ellos y para nosotros. ¡Vamos! El pozo es profundo.

HOMBRE 2.o ¡No te dejare!

(Luchan. El Hombre 2.° empuja al Hombre 3.° y desaparecen por el lado opuesto. El muro se abre y aparece el sepulcro de Julieta en Verona. Decoración realista. Rosales y yedras. Luna. Julieta está tendida en el sepulcro. Viste un traje blanco de ópera. Lleva al aire sus dos senos de celuloide rosado.)

JULIETA. (Saltando del sepulcro.) Por favor. No he tropezado con una amiga en todo el tiempo, a pesar de haber cruzado más de tres mil arcos vacíos. Un poco de ayuda, por favor. Un poco de ayuda y un mar de sueño. (Canta.)

Un mar de sueño.
Un mar de tierra blanca
y los arcos vacíos por el cielo.
Mi cola por las naves, por las algas.
Mi cola por el tiempo.
Un mar de tiempo.
Playa de los gusanos leñadores
y delfín de cristal por los cerezos.
¡Oh puro amianto de final! ¡Oh ruina!
¡Oh soledad sin arco! ¡Mar de sueño!

(Un tumulto de espadas y voces surge al fondo de la escena.)

JULIETA. Cada vez más gente. Acabarán por invadir mi sepulcro y ocupar mi propia cama. A mí no me importan las discusiones sobre el amor ni el teatro. Yo lo que quiero es amar.

CABALLO BLANCO I.° (Apareciendo. Trae una espada en la mano.) ¡Amar!

JULIETA. Sí. Con amor que dura sólo un momento.

CABALLO BLANCO I.° Te he esperado en el jardín.

JULIETA. Dirás en el sepulcro.

CABALLO BLANCO I.° Sigues tan loca como siempre. Julieta, ¿cuándo podrás darte cuenta de la perfección de un día? Un día con mañana y con tarde.

JULIETA. Y con noche.

CABALLO BLANCO I.° La noche no es el día. Y en un día lograrás quitarte la angustia y ahuyentar las impasibles paredes de mármol.

JULIETA. ¿Cómo?

CABALLO BLANCO I.° Monta en mi grupa.

JULIETA. ¿Para qué?

CABALLO BLANCO I.° (Acercándose.) Para llevarte.

JULIETA. ¿Dónde?

CABALLO BLANCO I.° A lo oscuro. En lo oscuro hay ramas suaves. El cementerio de las alas tiene mil superficies de espesor.

JULIETA. (Temblando.) ¿Y qué me darás allí?

CABALLO BLANCO I.° Te daré lo más callado de lo oscuro.

JULIETA. ¿El día?

CABALLO BLANCO I.° El musgo sin luz. El tacto que devora pequeños mundos con las yemas de los dedos.

JULIETA. ¿Eras tú el que ibas a enseñarme la perfección de un día?

CABALLO BLANCO I.° Para pasarte a la noche.

JULIETA. (Furiosa.) ¿Y qué tengo yo, caballo idiota, que ver con la noche? ¿Qué tengo yo que aprender de sus estrellas o de sus borrachos? Será preciso que use veneno de rata para librarme de gente molesta. Pero yo no quiero matar a las ratas. Ellas traen para mí pequeños pianos y escobillas de laca.

CABALLO BLANCO I.° Julieta, la noche no es un momento, pero un momento puede durar toda la noche.

JULIETA. (Llorando.) Basta. No quiero oírte más. ¿Para qué quieres llevarme? Es el engaño la palabra del amor, el espejo roto, el paso en el agua. Después me dejarías en el sepulcro otra vez, como todos hacen tratando de convencer a los que escuchan de que el verdadero amor es imposible. Ya estoy cansada. Y me levanto a pedir auxilio para arrojar de mi sepulcro a los que teorizan sobre mi corazón y a los que me abren la boca con pequeñas pinzas de mármol.

CABALLO BLANCO I.° El día es un fantasma que se sienta.

JULIETA. Pero yo he conocido mujeres muertas por el sol.

CABALLO BLANCO I.° Comprende bien: un solo día para amar todas las noches.

JULIETA. ¡Lo de todos! ¡Lo de todos! Lo de los hombres, lo de los árboles, lo de los caballos. Todo lo que quieres enseñarme lo conozco perfectamente. La luna empuja de modo suave las casas deshabitadas, provoca la caída de las columnas y ofrece a los gusanos diminutas antorchas para entrar en el interior de las cerezas. La luna lleva a las alcobas las caretas de la meningitis, llena de agua fría los vientres de las embarazadas, y apenas me descuido arroja puñados de hierba sobre mis hombros. No me mires, caballo, con ese deseo que tan bien conozco. Cuando era muy pequeña, yo veía en Verona a las hermosas vacas pacer en los prados. Luego las veía pintadas en mis libros, pero las recordaba siempre al pasar por las carnicerías.

CABALLO BLANCO I.° Amor que sólo dura un momento.

JULIETA. Sí, un minuto; y Julieta, viva, alegrísima, libre del punzante enjambre de lupas. Julieta en el comienzo, Julieta a la orilla de la ciudad.

(El tumulto de votes y espadas vuelve a surgir en el fondo de la escena.)

CABALLO BLANCO I.°

Amor. Amar. Amor.
Amor del caracol, col, col, col,
que saca los cuernos al sol.
Amar. Amor. Amar
del caballo que lame
la bola de sal.


(Baila.)

JULIETA. Ayer eran cuarenta y estaba dormida. Venían las arañas, venían las niñas y la joven violada por el perro tapándose con los geráneos, pero yo continuaba tranquila. Cuando las ninfas hablan del queso, éste puede ser de leche de sirena o de trébol, pero ahora son cuatro, son cuatro muchachos los que me han querido poner un falito de barro y estaban decididos a pintarme un bigote de tinta.

CABALLO BLANCO I.°

Amor. Amar. Amor.
Amor de Ginido con el cabrón,
y de la mula con el caracol, col, col, col,
que saca los cuernos al sol.
Amar. Amor. Amar
de Júpiter en el establo con el pavo real
y el caballo que relincha dentro de la catedral.


JULIETA. Cuatro muchachos, caballo. Hacía mucho tiempo que sentía el ruido del juego, pero no he despertado hasta que brillaban los cuchillos.

(Aparece el Caballo Negro. Lleva un penacho de plumas del mismo color y una rueda en la mano.)

CABALLO NEGRO. ¿Cuatro muchachos? Todo el mundo. Una tierra de asfódelos y otra tierra de semillas. Los muertos siguen discutiendo y los vivos utilizan el bisturí. Todo el mundo.

CABALLO BLANCO I.° A las orillas del Mar Muerto nacen unas bellas manzanas de ceniza, pero la ceniza es buena.

CABALLO NEGRO. ¡Oh frescura! ¡Oh pulpa! ¡Oh rocío! Yo como ceniza.

JULIETA. No, no es buena la ceniza. ¿Quién habla de ceniza?

CABALLO BLANCO I.° No hablo de ceniza. Hablo de la ceniza que tiene forma de manzana.

CABALLO NEGRO. Forma, ¡forma! Ansia de la sangre.

JULIETA. Tumulto.

CABALLO NEGRO. Ansia de la sangre y hastío de la rueda.

(Aparecen los tres Caballos Blancos; traen largos bastones de laca negra.)

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Forma y ceniza. Ceniza y forma. Espejo. Y el que pueda acabar que ponga un pan de oro.

JULIETA. (Retorciéndose las manos.) Forma y ceniza.

CABALLO NEGRO. Sí. Ya sabéis lo bien que degüello las palomas. Cuando se dice roca yo entiendo aire. Cuando se dice aire yo entiendo vacío. Cuando se dice vacío yo entiendo paloma degollada.

CABALLO BLANCO I.°

Amor. Amor. Amor
de la luna con el cascarón,
de la yema con la luna
y la nube con el cascarón.


LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Golpeando el suelo con sus bastones.)


Amor. Amor. Amor
de la boñiga con el sol,
del sol con la vaca muerta
y el escarabajo con el sol.


CABALLO NEGRO. Por mucho que mováis los bastones las cosas no sucederán sino como tienen que suceder. ¡Malditos! ¡Escandalosos! He de recorrer el bosque en busca de resina varias veces a la semana, por culpa vuestra, para tapar y restaurar el silencio que me pertenece. (Persuasivo.) Vete, Julieta. Te he puesto sábanas de hilo. Ahora empezará a caer una lluvia fina coronada de yedras que mojará los cielos y las paredes.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Tenemos tres bastones negros.

CABALLO BLANCO I.° Y una espada.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (A Julieta.) Hemos de pasar por tu vientre para encontrar la resurrección de los caballos.

CABALLO NEGRO. Julieta, son las tres de la madrugada; si te descuidas, las gentes cerrarán la puerta y no podrás pasar.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Le queda el prado y el horizonte de montañas.

CABALLO NEGRO. Julieta, no hagas ningún caso. En el prado está el campesino que se come los mocos, el enorme pie que machaca al ratoncito, y el ejército de lombrices que moja de babas la hierba viciosa.

CABALLO BLANCO I.° Le quedan sus pechitos duros y, además, ya se ha inventado la cama para dormir con los caballos.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Agitando los bastones.) Y queremos acostarnos.

CABALLO BLANCO I.° Con Julieta. Yo estaba en el sepulcro la última noche y sé todo lo que pasó.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Furiosos.) ¡Queremos acostarnos!

CABALLO BLANCO I.° Porque somos caballos verdaderos, caballos de coche que hemos roto con las vergas la madera de los pesebres y las ventanas del establo.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Desnúdate, Julieta, y deja al aire tu grupa para el azote de nuestras colas. ¡Queremos resucitar! (Julieta se refugia con el Caballo Negro.)

CABALLO NEGRO. ¡Loca, más que loca!

JULIETA. (Rehaciéndose.) No os tengo miedo. ¿Queréis acostaros conmigo? ¿Verdad? Pues ahora soy yo la que quiere acostarse con vosotros, pero yo mando, yo dirijo, yo os monto, yo os corto las crines con mis tijeras.

CABALLO NEGRO. ¿Quién pasa a través de quién? ¡Oh amor, amor, que necesitas pasar tu luz por los calores oscuros! ¡Oh mar apoyado en la penumbra y flor en el culo del muerto!

JULIETA. (Enérgica.) No soy yo una esclava para que me hinquen punzones de ámbar en los senos ni un oráculo para los que tiemblan de amor a la salida de las ciudades. Todo mi sueño ha sido con el olor de la higuera y la cintura del que corta las espigas. ¡Nadie a través de mí! ¡Yo a través de vosotros!

CABALLO NEGRO. Duerme, duerme, duerme.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Empuñan los bastones y por las conteras de éstos saltan tres chorros de agua.) Te orinamos, te orinamos. Te orinamos como orinamos a las yeguas, como la cabra orina el hocico del macho y el cielo orina a las magnolias para ponerlas de cuero.

CABALLO NEGRO. (A Julieta.) A tu sitio. Que nadie pase a través de ti.

JULIETA. ¿Me he de callar entonces? Un niño recién nacido es hermoso.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Es hermoso. Y arrastraría la cola por todo el cielo.

(Aparece por la derecha el Hombre I.° con el Director de escena. El Director de escena viene, como en el primer acto, transformado en un Arlequín blanco.)

HOMBRE I.° ¡Basta, señores!

DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!

CABALLO BLANCO I.° No. Ahora hemos inaugurado el verdadero teatro. El teatro bajo la arena.

CABALLO NEGRO. Para que se sepa la verdad de las sepulturas.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Sepulturas con anuncios, focos de gas y largas filas de butacas.

HOMBRE I.° ¡Sí! Ya hemos dado el primer paso. Pero yo sé positivamente que tres de vosotros se ocultan, que tres de vosotros nadan todavía en la superficie. (Los tres Caballos Blancos se agrupan inquietos.) Acostumbrados al látigo de los cocheros y a las tenazas de los herradores tenéis miedo de la verdad.

CABALLO NEGRO: Cuando se hayan quitado el último traje de sangre, la verdad será una ortiga, un cangrejo devorado, o un trozo de cuero detrás de los cristales.

HOMBRE I.° Deben desaparecer inmediatamente de este sitio. Ellos tienen miedo del público. Yo sé la verdad, yo sé que ellos no buscan a Julieta, y ocultan un deseo que me hiere y que leo en sus ojos.

CABALLO NEGRO. No un deseo; todos los deseos. Como tú.

HOMBRE I.° Yo no tengo más que un deseo.

CABALLO BLANCO I.° Como los caballos, nadie olvida su máscara.

HOMBRE I.° Yo no tengo máscara.

DIRECTOR. No hay más que máscara. Tenía yo razón, Gonzalo. Si burlamos la máscara, ésta nos colgará de un árbol como al muchacho de América.

JULIETA. (Llorando.) ¡Máscara!

CABALLO BLANCO I.° Forma.

DIRECTOR. En medio de la calle la máscara nos abrocha los botones y evita el rubor imprudente que a veces surge en las mejillas. En la alcoba, cuando nos metemos los dedos en las narices, o nos exploramos delicadamente el trasero, el yeso de la máscara oprime de tal forma nuestra carne que apenas si podemos tendernos en el lecho.

HOMBRE I.° (Al Director.) Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo. (Lo abraza.)

CABALLO BLANCO I.° (Burlón.) Un lago es una superficie.

HOMBRE I.° (Irritado.) ¡O un volumen!

CABALLO BLANCO I.° (Riendo.) Un volumen son mil superficies.

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) No me abraces, Gonzalo. Tu amor vive sólo en presencia de testigos. ¿No me has besado lo bastante en la ruina? Desprecio tu elegancia y tu teatro. (Luchan.)

HOMBRE I.° Te amo delante de los otros porque abomino de la máscara y porque ya he conseguido arrancártela.

DIRECTOR. ¿Por qué soy tan débil?

HOMBRE I.° (Luchando.) Te amo.

DIRECTOR. (Luchando.) Te escupo.

JULIETA. ¡Están luchando!

CABALLO NEGRO. Se aman.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS.

Amor, amor, amor.
Amor del uno con el dos
y amor del tres que se ahoga
por ser uno entre los dos.


HOMBRE I.° Desnudaré tu esqueleto.

DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete luces.

HOMBRE I.° Fáciles para mis siete manos.

DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete sombras.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Déjalo, déjalo.

CABALLO BLANCO I.° (Al Hombre I.°) Te ordeno que lo dejes.

(Los Caballos separan al Hombre I.° y al Director.)

DIRECTOR. Esclavo del león, puedo ser amigo del caballo.

CABALLO BLANCO I.° (Abrazándolo.) Amor.

DIRECTOR. Meteré las manos en las grandes bolsas para arrojar al fango las monedas y las sumas llenas de miguitas de pan.

JULIETA. (Al Caballo Negro.) ¡Por favor!

CABALLO NEGRO. (Inquieto.) Espera.

HOMBRE I.° No ha llegado la hora todavía de que los caba­llos se lleven un desnudo que yo he hecho blanco a fuerza de lágrimas.

(Los tres Caballos Blancos detienen al Hombre I.°)

HOMBRE I.° ¡Enrique!

DIRECTOR. ¿Enrique? Ahí tienes a Enrique. (Se quita rápidamente el traje y lo tira detrás de una columna. Debajo lleva un sutilísimo Traje de Bailarina. Por detrás de la columna aparece el Traje de Enrique. Este personaje es el mismo Arlequín Blanco con una careta amarillo pálido.)

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma. (Queda rígido.)

DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¿No vendrás ahora conmigo? ¡Con la Guillermina de los caballos!

CABALLO BLANCO I.° Luna y raposa y botella de las tabernillas.

DIRECTOR. Pasaréis vosotros, y los barcos, y los regimientos y, si quieren, las cigüeñas pueden pasar también. ¡Ancha soy!

LOS TRES CABALLOS BLANCOS. ¡Guillermina!

DIRECTOR. No Guillermina. Yo no soy Guillermina. Yo soy la Dominga de los negritos. (Se arranca las gasas y aparece vestido con un maillot todo lleno de pequeños cascabeles. Lo arroja detrás de la columna y desaparece seguido de los Caballos. Entonces aparece el personaje Traje de Bailarina.)

EL TRAJE DE BAILARINA. Gui‑guiller‑guillermi‑guillermina. Na‑nami‑namiller‑namillergui. Dejadme entrar o dejadme salir. (Cae al suelo dormida.)

HOMBRE I.° ¡Enrique, ten cuidado con las escaleras!

DIRECTOR. (Fuera.) ¡Luna y raposa de los marineros borrachos!

JULIETA. (Al Caballo Negro.) Dame la medicina para dormir.

CABALLO NEGRO. Arena.

HOMBRE I.° (Gritando.) ¡En pez luna; sólo deseo que tú seas un pez luna! ¡Que te conviertas en un pez luna! (Sale detrás violentamente.)

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma.

(Aparecen por la izquierda el Hombre 3.° y el Hombre 2.° El Hombre 2.° es la mujer del Pi­jama Negro y las amapolas del cuadro I. E1 Hombre 3.°, sin transformar.)

HOMBRE 2.° Me quiere tanto que si nos ve juntos, seria capaz de asesinarnos. Vamos. Ahora yo te serviré para siempre.

HOMBRE 3.° Tu belleza era hermosa por debajo de las columnas.

JULIETA. (A la pareja.) Vamos a cerrar la puerta.

HOMBRE 2.° La puerta del teatro no se cierra nunca.

JULIETA. Llueve mucho, amiga mía.

(Empieza a llover. El Hombre 3. ° saca del bolsillo una careta de ardiente expresión y se cubre el rostro.)

HOMBRE 3.° (Galante.) ¿Y no pudiera quedarme a dormir en este sitio?

JULIETA. ¿Para qué?

HOMBRE 3.° Para gozarte. (Habla con ella.)

HOMBRE 2.° (Al Caballo Negro.) ¿Vio salir a un hombre con barba negra, moreno, al que le chillaban un poco los zapatos de charol?

CABALLO NEGRO. No lo vi.

HOMBRE 3.° (A Julieta.) ¿Y quién mejor que yo para defenderte?

JULIETA. ¿Y quién más digna de amor que tu amiga?

HOMBRE 3.° ¿Mi amiga? (Furioso.) ¡Siempre por vuestra cul­pa pierdo! Ésta no es mi amiga. Ésta es una máscara, una escoba, un perro débil de sofá.

(Lo desnuda violentamente, le guita el pijama, la peluca y aparece el Hombre 2.° sin barba, con el traje del primer cuadro.)

HOMBRE 2.° ¡Por caridad!

HOMBRE 3.° (A Julieta.) Lo traía disfrazado para defenderlo de los bandidos. Bésame la mano, besa la mano de tu protector.

(Aparece el Traje de Pijama con las amapolas. La cara de este personaje es blanca, lisa y comba como un huevo de avestruz. El Hombre 3.° empuja al Hombre 2.° y lo hace desaparecer por la derecha.)

HOMBRE 2.° ¡Por caridad!

(El Traje se sienta en las escaleras y golpea lentamente su cara lisa con las manos, hasta el final.)

HOMBRE 3.° (Saca del bolsillo una gran capa roja que pone sobre sus hombros enlazando a Julieta.) «Mira, amor mío..., qué envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas nubes allá en el Oriente... » El viento quiebra las ramas del ciprés...

JULIETA. ¡No es así!

HOMBRE 3.° ... Y visita en la India a todas las mujeres que tienen las manos de agua.

CABALLO NEGRO. (Agitando la rueda.) ¡Se va a cerrar!

JULIETA. ¡Llueve mucho!

HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor.

JULIETA. (Temblando.) ¡El ruiseñor, Dios mío! ¡El ruiseñor... !

CABALLO NEGRO. ¡Que no te sorprenda! (La coge rápidamente y la tiende en el sepulcro.)

JULIETA. (Durmiéndose.) ¡El ruiseñor...!

CABALLO NEGRO. (Saliendo.) Mañana volveré con la arena.

JULIETA. Mañana.

HOMBRE 3.° (Junto al sepulcro.) ¡Amor mío, vuelve! El viento quiebra las hojas de los arces. ¿Qué has hecho? (La abraza.)

VOZ FUERA. ¡Enrique!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique.

EL TRAJE DE BAILARINA. Guillermina. ¡Acabar ya de una vez! (Llora.)

HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor. (Se oye la bocina. El Hombre 3.° deja la careta sobre el rostro de Julieta y cubre el cuerpo de ésta con la capa roja.) Llueve demasiado. (Abre un paraguas y sale en silencio sobre las puntas de los pies.)

HOMBRE I.° (Entrando.) Enrique, ¿cómo has vuelto?

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique, ¿cómo has vuelto?

HOMBRE I.° ¿Por qué te burlas?

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¿Por qué te burlas?

HOMBRE I.° (Abrazando al Traje.) Tenías que volver para mí, para mi amor inagotable, después de haber vencido las hierbas y los caballos.

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¡Los caballos!

HOMBRE I.° ¡Dime, dime que has vuelto por mí!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz débil.) Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma.

HOMBRE I.° (Abrazándolo con violencia.) ¡Enrique!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz cada vez más débil.) Enrique.

EL TRAJE DE BAILARINA. (Con voz tenue.) Guillermina.

HOMBRE I.° (Arrojando el Traje al suelo y subiendo por las escaleras.) ¡Enriqueee!

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (En el suelo.) Enriqueecee.

(La Figura con el rostro de huevo se lo golpea incesantemente con las manos. Sobre el ruido de la lluvia canta el verdadero ruiseñor.)


Telón



Cuadro cuarto


En el centro de la escena, una cama de frente y perpendicular, como pintada por un primitivo, donde hay un Desnudo Rojo co­ronado de espinas azules. Al fondo, unos arcos y escaleras que conducen a los palcos de un gran teatro. A la derecha, la porta­da de una universidad. Al levantarse el telón se oye una salva de aplausos.

DESNUDO. ¿Cuándo acabáis?

ENFERMERO. (Entrando rápidamente.) Cuando cese el tumulto.

DESNUDO. ¿Qué piden?

ENFERMERO. Piden la muerte del Director de escena.

DESNUDO. ¿Y qué dicen de mí?

ENFERMERO. Nada.

DESNUDO. Y de Gonzalo, ¿se sabe algo?

ENFERMERO. Lo están buscando en la ruina.

DESNUDO. Yo deseo morir. ¿Cuántos vasos de sangre me habéis sacado?

ENFERMERO. Cincuenta. Ahora te daré la hiel, y luego, a las ocho, vendré con el bisturí para ahondarte la herida del costado.

DESNUDO. Es la que tiene más vitaminas.

ENFERMERO. Sí.

DESNUDO. ¿Dejaron salir a la gente bajo la arena?

ENFERMERO. Al contrario. Los soldados y los ingenieros están cerrando todas las salidas.

DESNUDO. ¿Cuánto falta para Jerusalén?

ENFERMERO. Tres estaciones, si queda bastante carbón.

DESNUDO. Padre mío, aparta de mí este cáliz de amargura.

ENFERMERO. Cállate. Ya es éste el tercer termómetro que rompes.

(Aparecen los Estudiantes. Visten mantos negros y becas rojas.)

ESTUDIANTE I.° ¿Por qué no limamos los hierros?

ESTUDIANTE 2.° La callejuela está llena de gente armada y es difícil huir por allí.

ESTUDIANTE 3.° ¿Y los caballos?

ESTUDIANTE I.° Los caballos lograron escapar rompiendo el techo de la escena.

ESTUDIANTE 4.° Cuando estaba encerrado en la torre los vi subir agrupados por la colina. Iban con el Director de escena.

ESTUDIANTE I.° ¿No tiene foso el teatro?

ESTUDIANTE 2.° Pero hasta los fosos están abarrotados de público. Más vale quedarse. (Se oye una salva de aplausos. El Enfermero incorpora al Desnudo y le arregla las almohadas.)

DESNUDO. Tengo sed.

ENFERMERO. Ya se ha enviado al teatro por el agua.

ESTUDIANTE 4.° La primera bomba de la revolución barrió la cabeza del profesor de retórica.

ESTUDIANTE 2.° Con gran alegría para su mujer, que ahora trabajará tanto que tendrá que ponerse dos grifos en las tetas.

ESTUDIANTE 3.° Dicen que por las noches subía un caballo con ella a la terraza.

ESTUDIANTE I.° Precisamente ella fue la que vio por una claraboya del teatro todo lo que ocurría y dio la voz de alarma.

ESTUDIANTE 4.° Y aunque los poetas pusieron una escalera para asesinarla, ella siguió dando voces y acudió la multitud.

ESTUDIANTE 2.° ¿Se llama?

ESTUDIANTE 3.° Se llama Elena.

ESTUDIANTE I.° (Aparte.) Selene.

ESTUDIANTE 2.° (Al Estudiante I.°) ¿Qué te pasa?

ESTUDIANTE I.° Tengo miedo de salir al aire.

(Por las escaleras bajan los dos Ladrones. Varias Damas, vestidas de noche, salen precipitadamente de los palcos. Los Estudiantes discuten.)

DAMA I.ª ¿Estarán todavía los coches a la puerta?

DAMA 2.ª ¡Qué horror!

DAMA 3.ª Han encontrado al Director de escena dentro del sepulcro.

DAMA I.ª ¿Y Romeo?

DAMA 4.ª Lo estaban desnudando cuando salimos.

MUCHACHO I.° El público quiere que el poeta sea arrastrado por los caballos.

DAMA I.ª Pero ¿por qué? Era un drama delicioso y la revolución no time derecho a profanar las tumbas.

DAMA 2.ª Las voces estaban vivas y sus apariencias también. ¿Qué necesidad teníamos de lamer los esqueletos?

MUCHACHO I.° Tiene razón. El acto del sepulcro estaba prodigiosamente desarrollado. Pero yo descubrí la mentira cuando vi los pies de Julieta. Eran pequeñísimos.

DAMA 2.ª ¡Deliciosos! No querrá usted ponerles reparo.

MUCHACHO I.° Sí, pero eran demasiado pequeños para ser pies de mujer. Eran demasiado perfectos y demasiado femeninos. Eran pies de hombre, pies inventados por un hombre.

DAMA 2.ª ¡Qué horror!

(Del teatro llegan murmullos y ruido de espadas.)

DAMA 3.ª ¿No podemos salir?

MUCHACHO I.° En este momento llega la revolución a la catedral. Vamos por la escalera. (Salen.)

ESTUDIANTE 4.° El tumulto comenzó cuando vieron que Romeo y Julieta se amaban de verdad.

ESTUDIANTE 2.° Precisamente fue por todo lo contrario. El tumulto comenzó cuando observaron que no se amaban, que no podían amarse nunca.

ESTUDIANTE 4.° El público tiene sagacidad para descubrirlo todo y por eso protestó.

ESTUDIANTE 2.° Precisamente por eso. Se amaban los esqueletos y estaban amarillos de llama, pero no se amaban los trajes y el público vio varias veces la cola de Julieta cubierta de pequeños sapitos de asco.

ESTUDIANTE 4.° La gente se olvida de los trajes en las repre­sentaciones y la revolución estalló cuando se encontraron a la verdadera Julieta amordazada debajo de las sillas y cubierta de algodones para que no gritase.

ESTUDIANTE I.° Aquí está la gran equivocación de todos y por eso el teatro agoniza. El público no debe atravesar las sedas y los cartones que el poeta levanta en su dormitorio. Romeo puede ser un ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa. ¿Qué le importa esto al público?

ESTUDIANTE 4.° Nada. Pero un ave no puede ser un gato, ni una piedra puede ser un golpe de mar.

ESTUDIANTE 2.° Es cuestión de forma, de máscara. Un gato puede ser una rana, y la luna de invierno puede ser muy bien un haz de leña cubierto de gusanos ateridos. El público se ha de dormir en la palabra y no ha de ver a través de la columna las ovejas que balan y las nubes que van por el cielo.

ESTUDIANTE 4.° Por eso ha estallado la revolución. El Direc­tor de escena abrió los escotillones, y la gente pudo ver cómo el veneno de las venas falsas había causado la muerte verdadera de muchos niños. No son las formas disfrazadas las que levantan la vida, sino el cabello de barómetro que tienen detrás.

ESTUDIANTE 2.° En último caso, ¿es que Romeo y Julieta tienen que ser necesariamente un hombre y una mujer para que la escena del sepulcro se produzca de manera viva y desgarradora?

ESTUDIANTE I.° No es necesario, y esto era lo que se propuso demostrar con genio el Director de escena.

ESTUDIANTE 4.° (Irritado.) ¿Que no es necesario? Entonces que se paren las máquinas y arrojad los granos de trigo sobre un campo de acero.

ESTUDIANTE 2.° ¿Y qué pasaría? Pasaría que vendrían los hongos y los latidos se harían quizá más intensos y apasionantes. Lo que pasa es que se sabe lo que alimenta un grano de trigo y se ignora lo que alimenta un hongo.

ESTUDIANTE 5.° (Saliendo de los palcos.) Ha llegado el juez, y antes de asesinarlos, les van a hacer repetir la escena del sepulcro.

ESTUDIANTE 4.° Vamos. Veréis cómo tengo razón.

ESTUDIANTE 2.° Sí. Vamos a ver la última Julieta verdadera­mente femenina que se verá en el teatro. (Salen rápidamente.)

DESNUDO. Padre mío, perdónalos, que no saben lo que se hacen.

ENFERMERO. (A los Ladrones.) ¿Por qué llegáis a esta hora?

LOS LADRONES. Se ha equivocado el traspunte.

ENFERMERO. ¿Os han puesto las inyecciones?

LOS LADRONES. Sí.

(Se sientan a los pies de la cama con unos cirios encendidos. La escena queda en penumbra. Aparece el Traspunte.)

ENFERMERO. ¿Son éstas horas de avisar?

TRASPUNTE. Le ruego me perdone. Pero se había perdido la barba de José de Arimatea.

ENFERMERO. ¿Está preparado el quirófano?

TRASPUNTE. Sólo faltan los candeleros, el cáliz y las ampollas de aceite alcanforado.

ENFERMERO. Date prisa. (Se va el Traspunte.)

DESNUDO. ¿Falta mucho?

ENFERMERO. Poco. Ya han dado la tercera campanada. Cuando el Emperador se disfrace de Poncio Pilato.

MUCHACHO I.° (Aparece con las Damas.) ¡Por favor! No se dejen ustedes dominar por el pánico.

DAMA I.ª Es horrible perderse en un teatro y no encontrar la salida.

DAMA 2.ª Lo que más miedo me ha dado ha sido el lobo de cartón y las cuatro serpientes en el estanque de hojalata.

DAMA 3.ª Cuando subíamos por el monte de la ruina creímos ver la luz de la aurora, pero tropezamos con los telones y traigo mis zapatos de tisú manchados de petróleo.

DAMA 4.ª (Asomándose a los arcos.) Están representando otra vez la escena del sepulcro. Ahora es seguro que el fuego romperá las puertas, porque cuando yo lo vi, hace un momento, ya los guardianes tenían las manos achicharradas y no lo podían contener.

MUCHACHO I.° Por las ramas de aquel árbol podemos alcanzar uno de los balcones y desde allí pediremos auxilio.

ENFERMERO. (En alta voz.) ¿Cuándo va a comenzar el toque de agonía?

(Se oye una campana.),

LOS LADRONES. (Levantando los cirios.) Santo. Santo. Santo.

DESNUDO. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

ENFERMERO. Te has adelantado dos minutos.

DESNUDO. Es que el ruiseñor ha cantado ya.

ENFERMERO. Es cierto. Y las farmacias están abiertas para la agonía.

DESNUDO. Para la agonía del hombre solo, en las plataformas y en los trenes.

ENFERMERO. (Mirando el reloj y en voz alta.) Traed la sábana. Mucho cuidado con que el aire que ha de soplar no se lleve vuestras pelucas. Deprisa.

LOS LADRONES. Santo. Santo. Santo.

DESNUDO. Todo se ha consumado.

(La coma gira sobre un eje y el Desnudo desaparece. Sobre el reverso del lecho aparece tendido el Hombre I.°, siempre con frac y barba negra.)

HOMBRE I.° (Cerrando los ojos.) ¡Agonía!

(La luz toma un fuerte tinte plateado de pantalla cinematográfica. Los arcos y escaleras del fondo aparecen teñidos de una granulada luz azul. El Enfermero y los Ladrones desaparecen con Paso de baile sin dar la espalda. Los Estudiantes salen por debajo de uno de los arcos. Llevan pequeñas linternas eléctricas.)

ESTUDIANTE 4.° La actitud del público ha sido detestable.

ESTUDIANTE I.° Detestable. Un espectador no debe formar nunca parte del drama. Cuando la gente va al aquarium no asesina a las serpientes de mar ni a las ratas de agua, ni a los peces cubiertos de lepra, sino que resbala sobre los cristales sus ojos y aprende.

ESTUDIANTE 4.° Romeo era un hombre de treinta años y Julieta un muchacho de quince. La denuncia del público fue eficaz.

ESTUDIANTE 2.° El Director de escena evitó de manera genial que la masa de espectadores se enterase de esto, pero los caballos y la revolución han destruido sus planes.

ESTUDIANTE 4.° Lo que es inadmisible es que los hayan asesinado.

ESTUDIANTE I.° Y que hayan asesinado también a la verdadera Julieta que gemía debajo de las butacas.

ESTUDIANTE 4.° Por pura curiosidad, para ver lo que tenían dentro.

ESTUDIANTE 3.° ¿Y qué han sacado en claro? Un racimo de heridas y una desorientación absoluta.

ESTUDIANTE 4.° La repetición del acto ha sido maravillosa porque indudablemente se amaban con un amor incalculable, aunque yo no lo justifique. Cuando cantó el ruiseñor yo no pude contener mis lágrimas.

ESTUDIANTE 3.° Y toda la gente; pero después enarbolaron los cuchillos y los bastones porque la letra era más fuerte que ellos y la doctrina, cuando desata su cabellera, puede atropellar sin miedo las verdades más inocentes.

ESTUDIANTE 5.° (Alegrísimo.) Mirad, he conseguido un zapato de Julieta. La estaban amortajando las monjas y lo he robado.

ESTUDIANTE 4.° (Serio.) ¿Qué Julieta?

ESTUDIANTE 5.° ¿Qué Julieta iba a ser? La que estaba en el escenario, la que tenía los pies más bellos del mundo.

ESTUDIANTE 4.° (Con asombro.) ¿Pero no te has dado cuenta de que la Julieta que estaba en el sepulcro era un joven disfrazado, un truco del Director de escena, y que la verdadera Julieta estaba amordazada debajo de los asientos?

ESTUDIANTE 5.° (Rompiendo a reír.) ¡Pues me gusta! Parecía muy hermosa, y si era un joven disfrazado no me importa nada; en cambio, no hubiese recogido el zapato de aquella muchacha llena de polvo que gemía como una gata debajo de las sillas.

ESTUDIANTE 3.° Y, sin embargo, por eso la han asesinado.

ESTUDIANTE 5.° Porque están locos. Pero yo que subo dos veces, todos los días, la montaña y guardo, cuando terminan mis estudios, un enorme rebaño de toros con los que tengo que luchar y vencer cada instante, no me queda tiempo para pensar si es hombre o mujer o niño, sino para ver que me gusta con un alegrísimo deseo.

ESTUDIANTE I.° ¡Magnífico! ¿Y si yo quiero enamorarme de un cocodrilo?

ESTUDIANTE 5.° Te enamoras.

ESTUDIANTE I.° ¿Y si quiero enamorarme de ti?

ESTUDIANTE 5.° (Arrojándole el zapato.) Te enamoras también, yo te dejo, y te subo en hombros por los riscos.

ESTUDIANTE I.° Y lo destruimos todo.

ESTUDIANTE 5.° Los tejados y las familias.

ESTUDIANTE I.° Y donde se hable de amor entraremos con botas de football echando fango por los espejos.

ESTUDIANTE 5.° Y quemaremos el libro donde los sacerdotes leen la misa.

ESTUDIANTE I.° Vamos. ¡Vamos pronto!

ESTUDIANTE 5.° Yo tengo cuatrocientos toros. Con las maromas que torció mi padre los engancharemos a las rocas para partirlas y que salga un volcán.

ESTUDIANTE I.° ¡Alegría! Alegría de los muchachos, y de las muchachas, y de las ranas, y de los pequeños taruguitos de madera.

TRASPUNTE. (Apareciendo.) ¡Señores!, clase de geometría descriptiva.

HOMBRE I.° Agonía.

(La escena va quedando en penumbra. Los Estudiantes encienden sus linternas y entran en la universidad.)

TRASPUNTE. (Displicente.) ¡No hagan sufrir a los cristales!

ESTUDIANTE 5.° (Huyendo por los arcos con el Estudiante I.°) ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!

HOMBRE I.° Agonía. Soledad del hombre en el sueño lleno de ascensores y trenes donde tú vas a velocidades inasibles. Soledad de los edificios, de las esquinas, de las playas, donde tú no aparecerás ya nunca.

DAMA I.a (Por las escaleras.) ¿Otra vez la misma decoración? ¡Es horrible!

MUCHACHO I.° ¡Alguna puerta será la verdadera!

DAMA 2.ª ¡Por favor! ¡No me suelte usted de la mano!

MUCHACHO I.° Cuando amanezca nos guiaremos por las claraboyas.

DAMA 3.ª Empiezo a tener frío con este traje.

HOMBRE I.° (Con voz débil.) ¡Enrique! ¡Enrique!

DAMA I.ª ¿Qué ha sido eso?

MUCHACHO I.° Calma.

(La escena está a oscuras. La linterna del Muchacho I.° ilumina la cara muerta del Hombre I.°)


Telón



[Solo del pastor bobo]


Cortina azul.

En el centro, un gran armario lleno de Caretas blancas de diversas expresiones. Cada Careta tiene su lucecita delante. El Pastor Bobo viene por la derecha. Viste de pieles bárbaras y lleva en la cabeza un embudo lleno de plumas y ruedecillas. Toca un aristón y danza con ritmo lento.

EL PASTOR.

El pastor bobo guarda las caretas.
Las caretas
de los pordioseros y de los poetas
que matan a las gipaetas
cuando vuelan por las aguas quietas.
Careta
de los niños que usan la puñeta
y se pudren debajo de una seta.
Caretas
de las águilas con muletas.
Careta de la careta
que era de yeso de Creta
y se puso de harinita color violeta
en el asesinato de Julieta.
Adivina. Adivinilla. Adivineta
de un teatro sin lunetas
y un cielo lleno de sillas
con el hueco de una careta.
Balad, balad, balad, caretas.


(Las Caretas balan imitando las ovejas y alguna tose.)


Los caballos se comen la seta
y se pudren bajo la veleta.
Las águilas usan la puñeta
y se llenan de fango bajo el cometa,
y el cometa devora la gipaeta
que rayaba el pecho del poeta.
¡Balad, balad, balad, caretas!
Europa se arranca las tetas,
Asia se queda sin lunetas
y América es un cocodrilo
que no necesita careta.
La musiquilla, la musiqueta
de las púas heridas y la limeta.


(Empuja el armario, que va montado sobre ruedas, y desaparece. Las Caretas balan.)



Cuadro quinto


La misma decoración que en el primer cuadro. A la izquierda, una gran cabeza de caballo colocada en el suelo. A la derecha, un ojo enorme y un grupo de árboles con nubes, apoyados en la pared. Entra el Director de escena con el Prestidigitador. El Prestidigitador viste de frac, capa blanca de raso que le llega a los pies y lleva sombrero de copa. El Director de escena tiene el traje del primer cuadro.

DIRECTOR. Un prestidigitador no puede resolver este asunto, ni un médico, ni un astrónomo, ni nadie. Es muy sencillo soltar a los leones y luego llover azufre sobre ellos. No siga usted hablando.

PRESTIDIGITADOR. Me parece que usted, hombre de máscara, no recuerda que nosotros usamos la cortina oscura.

DIRECTOR. Cuando las gentes están en el cielo; pero dígame, ¿qué cortina se puede usar en un sitio donde el aire es tan violento que desnuda a la gente y hasta los niños llevan navajitas para rasgar los telones?

PRESTIDIGITADOR. Naturalmente, la cortina del prestidigitador presupone un orden en la oscuridad del truco; por eso, ¿por qué eligieron ustedes una tragedia manida y no hicieron un drama original?

DIRECTOR. Para expresar lo que pasa todos los días en todas las grandes ciudades y en los campos por medio de un ejemplo que, admitido por todos a pesar de su originalidad, ocurrió sólo una vez. Pude haber elegido el Edipo o el Otelo. En cambio, si hubiera levantado el telón con la verdad original, se hubieran manchado de sangre las butacas desde las primeras escenas.

PRESTIDIGITADOR. Si hubieran empleado «la flor de Diana» que la angustia de Shakespeare utilizó de manera irónica en el Sueño de una noche de verano, es probable que la representación habría terminado con éxito. Si el amor es pura casualidad y Titania, reina de los silfos, se enamora de un asno, nada de particular tendría que, por el mismo procedimiento, Gonzalo bebiera en el musicball con un muchacho vestido de blanco sentado en las rodillas.

DIRECTOR. Le suplico no siga hablando.

PRESTIDIGITADOR. Construyan ustedes un arco de alambre, una cortina y un árbol de frescas hojas, corran y descorran la cortina a tiempo y nadie se extrañará de que el árbol se convierta en un huevo de serpiente. Pero ustedes lo que querían era asesinar a la paloma y dejar en lugar suyo un pedazo de mármol lleno de pequeñas salivas habladoras.

DIRECTOR. Era imposible hacer otra cosa; mis amigos y yo abrimos el túnel bajo la arena sin que lo notara la gente de la ciudad. Nos ayudaron muchos obreros y estudiantes que ahora niegan haber trabajado a pesar de tener las manos llenas de heridas. Cuando llegamos al sepulcro levantamos el telón.

PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué teatro puede salir de un sepulcro?

DIRECTOR. Todo el teatro sale de las humedades confinadas. Todo el teatro verdadero tiene un profundo hedor de luna pasada. Cuando los trajes hablan, las personas vivas son ya botones de hueso en las paredes del calvario. Yo hice el túnel para apoderarme de los trajes y, a través de ellos, haber enseñado el perfil de una fuerza oculta cuando ya el público no tuviera más remedio que atender, lleno de espíritu y subyugado por la acción.

PRESTIDIGITADOR. Yo convierto sin ningún esfuerzo un frasco de tinta en una mano cortada llena de anillos antiguos.

DIRECTOR. (Irritado.) Pero eso es mentira, ¡eso es teatro! Si yo pasé tres días luchando con las raíces y los golpes de agua fue para destruir el teatro.

PRESTIDIGITADOR. Lo Sabía.

DIRECTOR. Y demostrar que si Romeo y Julieta agonizan y mueren para despertar sonriendo cuando cae el telón, mis personajes, en cambio, queman la corona y mueren de verdad en presencia de los espectadores. Los caballos, el mar; el ejército de las hierbas lo han impedido. Pero algún día, cuando se quemen todos los teatros, se encontrará en los sofás, detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón dorado, la reunión de nuestros muertos encerrados allí por el público. ¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro! No vale silbar desde las ventanas. Y si los perros gimen de modo tierno hay que levantar la cortina sin prevenciones. Yo conocí a un hombre que barría su tejado y limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería con el cielo.

PRESTIDIGITADOR. Si avanzas un escalón más, el hombre te parecerá una brizna de hierba.

DIRECTOR. No una brizna de hierba, pero sí un navegante.

PRESTIDIGITADOR. Yo puedo convertir un navegante en una aguja de coser.

DIRECTOR. Eso es precisamente lo que se hace en el teatro. Por eso yo me atreví a realizar un dificilísimo juego poético en espera de que el amor rompiera con ímpetu y diera nueva forma a los trajes.

PRESTIDIGITADOR. Cuando dice usted amor yo me asombro.

DIRECTOR. Sea sombra, ¿de qué?

PRESTIDIGITADOR. Veo un paisaje de arena reflejado en un espejo turbio.

DIRECTOR. ¿Y qué más?

PRESTIDIGITADOR. Que no acaba nunca de amanecer.

DIRECTOR. Es posible.

PRESTIDIGITADOR. (Displicente y golpeando la cabeza de caballo con las yemas de los dedos.) Amor.

DIRECTOR. (Sentándose en la mesa.) Cuando dice usted amor yo me asombro.

PRESTIDIGITADOR. Se asombra, ¿de qué?

DIRECTOR. Veo que cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima.

PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué más?

DIRECTOR. Que anochece cada cinco minutos.

PRESTIDIGITADOR. (Mirándolo fijamente.) Es posible. (Pausa.) Pero, ¿qué se puede esperar de una gente que inaugura el teatro bajo la arena? Si abriera usted esa puerta se llena­ría esto de mastines, de locos, de lluvias, de hojas monstruosas, de ratas de alcantarilla. ¿Quién pensó nunca que se pueden romper todas las puertas de un drama?

DIRECTOR. Es rompiendo todas las puertas el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo por sus propios ojos que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre. Me repugna el moribundo que dibuja con el dedo una puerta sobre la pared y se duerme tranquilo. El verdadero drama es un circo de arcos donde el aire y la luna y las criaturas entran y salen sin tener un sitio donde descansar. Aquí está usted pisando un teatro donde se han dado dramas auténticos y donde se ha sostenido un verdadero combate que ha costado la vida a todos los intérpretes. (Llora.)

CRIADO. (Entrando precipitadamente.) Señor.

DIRECTOR. ¿Qué ocurre? (Entra el Traje Blanco de Arlequín y una Señora vestida de negro con la cara cubierta por un espeso tul que impide ver su rostro.)

SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo?

DIRECTOR. ¿Qué hijo?

SEÑORA. Mi hijo Gonzalo.

DIRECTOR. (Irritado.) Cuando terminó la representación bajó precipitadamente al foso del teatro con ese muchacho que viene con usted. Más tarde el traspunte lo vio tendido en la cama imperial de la guardarropía. A mí no me debe preguntar nada. Hoy todo aquello está bajo la tierra.

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Llorando.) Enrique.

SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo? Los pescadores me llevaron esta mañana un enorme pez luna, pálido, descompuesto, y me gritaron: ¡Aquí tienes a tu hijo! Como el pez manaba sin cesar un hilito de sangre por la boca, los niños reían y pintaban de rojo las suelas de sus botas. Cuando yo cerré mi puerta sentí como la gente de los mercados lo arrastraban hacia el mar.

EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Hacia el mar.

DIRECTOR. La representación ha terminado hace horas y yo no tengo responsabilidad de lo que ha ocurrido.

SEÑORA. Yo presentaré mi denuncia y pediré justicia delante de todos. (Inicia el mutis.)

PRESTIDIGITADOR. Señora, por ahí no puede salir.

SEÑORA. Tiene razón. El vestíbulo está completamente a oscuras. (Va a salir por la puerta de la derecha.)

DIRECTOR. Por ahí tampoco. Se caería por las claraboyas.

PRESTIDIGITADOR. Señora, tenga la bondad. Yo la conduciré. (Se quita la capa y cubre con ella a la Señora. Da dos o tres pases con las manos, tira de la capa y la Señora desaparece. El Criado empuja al Traje de Arlequín y lo hace desaparecer por la izquierda. El Prestidigitador saca un gran abanico blanco y empieza a abanicarse mientras canta suavemente.)

DIRECTOR. Tengo frío.

PRESTIDIGITADOR. ¿Cómo?

DIRECTOR. Le digo que tengo frío.

PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) Es una bonita palabra, frío.

DIRECTOR. Muchas gracias por todo.

PRESTIDIGITADOR. De nada. Quitar es muy fácil. Lo difícil es poner.

DIRECTOR. Es mucho más difícil sustituir.

CRIADO. (Entrando de haberse llevado el Arlequín.) Hace un poco de frío. ¿Quiere que encienda la calefacción?

DIRECTOR. No. Hay que resistirlo todo porque hemos roto las puertas, hemos levantado el techo y nos hemos quedado con las cuatro paredes del drama. (Sale el Criado por la puerta central.) Pero no importa. Todavía queda hierba suave para dormir.

PRESTIDIGITADOR. ¡Para dormir!

DIRECTOR. Que en último caso dormir es sembrar.

CRIADO. ¡Señor! Yo no puedo resistir el frío.

DIRECTOR. Te he dicho que hemos de resistir, que no nos ha de vencer un truco cualquiera. Cumple tu obligación. (El Director se pone unos guantes y se sube el cuello del frac lleno de temblor. El Criado desaparece.)

PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) ¿Pero es que el frío es una cosa mala?

DIRECTOR. (Con voz débil.) El frío es un elemento dramático como otro cualquiera.

CRIADO. (Asoma a la puerta temblando, con las manos sobre el pecho.) ¡Señor!

DIRECTOR. ¿Qué?

CRIADO. (Cayendo de rodillas.) Ahí está el público.

DIRECTOR. (Cayendo de bruces sobre la mesa.) ¡Que pase!

(El Prestidigitador, sentado cerca de la cabeza de caballo, silba y se abanica con gran alegría. Todo el ángulo izquierdo de la decoración se parte y aparece un cielo de nubes largas, vivamente iluminado, y una lluvia lenta de guantes blancos, rígidos y espaciados.)

VOZ. (Fuera.) Señor.

VOZ. (Fuera.) Qué.

VOZ. (Fuera.) El público.

VOZ. (Fuera.) Que pase.

(El Prestidigitador agita con viveza el abanico por el aire. En la escena empiezan a caer copos de nieve.)


Telón lento

lunes, 8 de septiembre de 2014

Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Federico Rivero Scarani.


UN ESTUDIO ESTILÍSTICO DE “POETA EN NUEVA YORK” DE FEDERICO GARCÍA LORCA - Por Federico Rivero Scarani

Introducción

 Lorca se refería a Poeta en Nueva York en 1931 como “una interpretación personal, abstracción impersonal, sin lugar ni tiempo, de aquella ciudad mundo. Un símbolo patético: sufrimiento. Pero de revés, sin dramatismo”.

 El poeta daba a entender que todo el poemario era un gran símbolo (1), una alegoría de la ciudad devoradora con su sistema avasallante y destructor anímico. Por lo tanto el mundo o contexto representado  en P. en N.Y. significa algo más que una descripción o visión denotativa, sino que se configura como el significante  de un significado más vasto que es la ciudad: cada poema es parte de ese sistema simbólico y contiene a la ciudad moderna, alienante, como espacio simbólico con dos caras: la social y la ontológica, donde un sistema social y económico injustos recrean el drama de la existencia humana. Dice Miguel García-Posadas: “El símbolo, pues, lo invade todo y, en un plano lingüístico, adquiere el rango de dominante expresiva de estos poemas. Este dominio no anula a otros procesos semánticos; lo que hace es contagiarlos. La metáfora es el procedimiento que resulta más afectado por esta omnisimbolización”.

 Debido a esta característica que se explaya en todo el poemario resulta complejo desentrañar los campos estilísticos (Pierre Guiraud) a través de palabras como en el caso de /abismo/ en Baudelaire. Para la aplicación de este método con sus respectivos postulados se debe partir de temas (2) para ir descubriendo estilísticamente el sentido y la complejidad semántica de los signos poéticos. Posteriormente nos detendremos en algunas palabras que abren ese campo estilístico sugerentemente relacionado con metáforas o imágenes poéticas.

 En el caso de “Romancero Gitano” el método del campo estilístico” de Guiraud sería más fiel al ensayo aplicado a Baudelaire, por ejemplo en el caso del color /verde/ que para Lorca está asociado con elementos sexuales inequívocos, con frustración erótica o connotaciones dolorosas. O el /viento/ que connota erotismo, o el /caballo/, símbolo de la pasión y el instinto. Sin embargo algunos pasos que se seguirán para la interpretación de P. en N.Y. serán de acuerdo al método psicocrítico de Guiraud: 1- el estilo que permite la idea de las relaciones entre palabras, 2- el valor de las palabras arraigado en el inconsciente (influencia de Bachelard), 3- la experiencia vital y poética, 4- la lectura lineal y vertical del poemario, 5- el manejo del concepto de étymon  espiritual (3) de Leo Spitzer. Siguiendo estas directicez se intentará dar un acercamiento estilístico de los campos.

   “POETA EN NUEVA YORK” Y LA MODERNIDAD

Poeta en Nueva York se transforma en cierta medida en una búsqueda del ser dentro de un paisaje de laceria y mutilaciones, donde la Naturaleza pierde su identidad “Porque los pájaros están a punto de ser bueyes” (“Panorama ciego de N.Y”.) y aparece dañada e incomprensible excepto para los marginados de la Gran Metrópoli. El amor, como uno de los temas de la obra, brilla en parte por su ausencia, o bien, cuando aparece es débil como las mismas golondrinas enfermas que son las únicas que lo saben pronunciar en lugares no comunes: “las cocinas”.

La voz angustiada se reafirma en su revuelta como poeta y hombre y en la liberación de la sensibilidad e imaginación; esta última parece converger con la estética surrealista sobre todo en lo que respecta a la renovación de imágenes por medio del poder del lenguaje. A fines de 1928 García Lorca abandona la estética gongorina y manifiesta su posición estética del momento diciendo: “inspiración, puro instinto, razón única del poeta. La poesía lógica me es insoportable”. Las imágenes no pasan por entero por el filtro de la lógica decantando su pureza, es ahora el inconsciente (herencia romántica) quien moldea dichas iluminaciones que a su vez poseen su propia lógica interna. Razón e “inspiración directa” parecen ser dos aguas en las que nada el poeta.



Lorca cuando llegó de N.Y. trajo “hechos poéticos” que “no son aptos para ser comprendidos rápidamente sin la ayuda cordial del duende”; el duende se transforma en el método de inspiración para acceder a “la difícil comprensión de la metáfora”. Porque el duende posee en su esencia la muerte y nace de la pena y del dolor, es así que para consustanciarse con los versos de este poemario es necesaria su presencia, sentirla en la letra y dejarse invadir por sonidos oscuros, sinestecia que ilustra el concepto. El duende además de creación, inspiración es una fuerza atávica comunicadora. Por él se llega al dolor y a la comprensión de la desdicha de aquellos anónimos oprimidos en una ciudad moderna que se comporta como un matadero: “He venido para ver la turbia sangre,/ la sangre que lleva  máquinas a las cataratas/ y el espíritu a la lengua de las cobras./ Todos los días se matan en N.Y.:/ cuatro millones de patos …” (N.Y. Oficina y denuncia). Es un mundo bajo la égida de la cantidad y los números.

 También hay que tener en cuenta que la pérdida de identidad en la multitud es una constante, y que Lorca no es el único poeta que vislumbró dicho hecho; haciendo una comparación con el texto “Las Iluminaciones” de Rimbaud se percibe esa carencia de identidad de los hombres ya en el siglo XIX: “Soy un efímero y no muy contento ciudadano de una metrópoli que se considera moderna (…)”, (Ciudad). El hombre, según la visión de los poetas y a pesar del tiempo, es un número, una cifra, un pequeño signo que posee sólo ese significado que se le atribuye, nada más. Para Rimbaud el hombre ya está muerto: “veo nuevos espectros”;  en P. en N.Y. los obreros gimen y aúllan de desesperación llegando casi a la animalización que les niega la condición humana.

 
BÚSQUEDA DE CAMPOS ESTILÍSTICOS

 Se dijo que el análisis del campo estilístico de algún término sería abordado partiendo del aspecto temático de la obra literaria ya que el poemario es el símbolo de la ciudad moderna. Siguiendo una lectura estructurada y horizontal se delimitarán algunos de los aspectos temáticos con el fin de llegar a una interpretación. Los temas elegidos para el análisis de los campos estilísticos son: 1- La soledad y la muerte, 2-  El del amor y la soledad amorosa, 3- El de la denuncia social. Es de destacar que cada uno de estos temas seleccionados contienen sub-temas que van ramificándose e interrelacionándose. Todo en P. en N.Y. está vinculado, es como un gran puzzle que forma un significado global el cual, como se dijo, es la ciudad.

 El libro denuncia, arremete, se duele. Rompe con esquemas culturales en una doble vertiente: lo socio-económico y la escritura. Los basamentos que sustentan esta dualidad son el plano ontológico y el histórico, el primero centrado en el ser, el segundo como marco de la Modernidad en occidente teniendo como escenario Nueva York. Estos planos se interrelacionan dando lugar a una visión del mundo comprometida en cada poema.

 TEMA DE LA SOLEDAD Y LA MUERTE.

 Comienza en la Parte I, “Poemas de la soledad en Columbia University”, y específicamente con el poema “Vuelta de paseo”:

“Asesinado por el cielo (…)

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.

¡Asesinado por el cielo! (4)



No sólo el poeta se ve como víctima, por un ser muerto por lo que debería ser salvación, sino que se ve cósmicamente desorientado interiormente, perdido en la ciudad aplastante donde la naturaleza está mutilada: el árbol de muñones (…) animalitos de cabeza rota.” P. en N.Y.  comienza con un yo lírico en soledad, ignorando su identidad y desposeído. La muerte está presente en la mutilación de la naturaleza que aparece como escenario de fondo donde el  poeta se duele. Este es un étymon arraigado en esa visión del mundo cotidiano en el cual el pathos del poeta da lugar a un principio configurador. Lorca penetra en la aridez del mundo moderno; deja su Granada natal y se abisma en la Ciudad por antonomasia donde la aurora es percibida como un templo, un edificio, una arquitectura más del paisaje urbano. Se mete en lo profundo de la contemplación visionaria, en la abstracción de un fenómeno natural que concreta:





“La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas”.



La soledad como tema está en la contemplación de una aurora oscura, de /cieno/, con /negras palomas/, decadente en la que las palomas se ensucian.;  más adelante se verá el campo estilístico del término /paloma/; la muerte que conjuntamente se une en lo temático se aprecia en estos versos:



“A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños”.



El capitalismo en su antropofagia elige la inocencia representada por niños abandonados merced al sistema. Se comentó que todo el poemario estaba interrelacionado; éste es un ejemplo en el cual los temas se vinculan porque no sólo está la muerte y la soledad, sino que también temáticamente se encuentra presente la denuncia social que es el tercer tema que se abordará.



Sin embargo no se retrae, por el contrario denuncia su soledad y la muerte en vida de tantos ciudadanos que son cifras:



“Yo, poeta sin brazo perdido

entre la multitud que vomita”.

 Mezclado en la muchedumbre del puerto ve el ir y venir, observa a la mujer gorda que grotescamente anda mientras el gentío vomita asqueado un desequilibrio o una distorsión con la armonía universal. La muerte se aprecia en el microcosmos porque el universo, ahí, parece una masacre de seres: “porque tan sólo el banquete de la araña/ basta para romper el equilibrio de todo el cielo”, (“Paisaje de la multitud que orina”).

 Ontología e historia son indisolubles. Pero aquí lo ontológico no se remite exclusivamente al hombre, sino también a los demás seres: animales y vegetales, no en vano hay un bestiario y hasta un herbolario. La soledad es casi sinónimo de individualismo; parece no haber salida para nadie, incluido el poeta, por supuesto. De todas maneras hay que continuar en ese mundo patético y es por eso que el poeta proclama el hecho, el Facttum, de verlo todo y expresarlo porque su canto durará más que su vida:



“Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo  (el del poeta)/ canta el gallo y su canto dura más que sus alas”.



Si bien ese universo de destrucción, soledad y muerte están aplastando, la  esperanza de la poesía trasciende esas vicisitudes propias de la Modernidad. Lorca marca una crisis en el libro, o sea un cambio. De experiencia como ser solitario. Este tema que recorre horizontalmente el poemario no se limita al uso de una palabra en particular, un leit motiv, sino más bien que se explaya en cada poema. El vacío que deja la soledad y la muerte son movimientos de esta sinfonía simbólica llamada “Poeta en Nueva York.” Un ejemplo claro que ilustra este tema se encuentra en “Navidad en Hudson”:



“Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.

No importa que cada minuto

Un niño nuevo agite su ramito de venas

Ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,

Calme de sed la sangre de los que miran al desnudo.

Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura”.



Se está solo y el destino es morir; desarraigados y perdidos los ciudadanos están expuestos al final irremediablemente, desembocando como ríos.



TEMA DEL AMOR Y LA SOLEDAD.



“New York me parece horrible, pero por eso mismo me voy allí. Creo que lo pasaré muy bien”. Lorca le escribe a Morlan Lynch (Ian Gibson, 1987). Federico de Onís, filólogo y promotor de la literatura española en los EEUU lo esperaba junto a León Felipe, poeta y catedrático de la Universidad de Cornell. El primero de ellos le consigue alojamiento y lo matricula como estudiante de la Universidad de Columbia. La Universidad está al lado del río Hudson, en Manhattan, desde su habitación aprecia Broadway. Aquí tenemos una de las directrices a la que Guiraud apela: la experiencia vital y la poética. Los elementos biográficos, incluidas las epístolas, permiten ir delineando un perfil psicológico del autor, y por ende, una interpretación aproximativa de la obra.  El tema del “Amor y la soledad amorosa”, de un Lorca que arribó a N.Y. el 25 de junio de 1929, se constituirá como otro punto de partida para el análisis del campo estilístico de ciertos términos poéticos.



Siente la ausencia del amor y como consecuencia la soledad porque fue traicionado; esto se constituye como leit motiv de “Tu infancia en Menton”:



“Norma de amor de ti, hombre de Apolo,

llanto con ruiseñor enajenado,

pero, pasto de ruinas, te afilabas

para los breves sueños indecisos”.



La metáfora (5) como recurso estilístico, de la locura amorosa /ruiseñor enajenado/ lo ha dejado solo con el llanto porque esa /norma/, esa ley a la que se consagró, fue rota por la traición.  Este poema es considerado como una proclama de la homosexualidad de Lorca, (“hombre de Apolo”), apóstrofe dirigido a un varón, quizás dedicado al poeta norteamericano Hart Crane, quizás a Dalí, o a Emilio Aladrén, o tal vez a la sublimación hacia Whitman. En este caso es un amor estéril y vacío: “Alma extraña de mi hueco de venas”. Este desengaño trae como secuela la negación del amor adulto, y así el poeta lleva al ser amado a la niñez, dejando de lado todo amor erótico evidentemente:



“Sí, tu niñez ya fábula de fuentes”.



La adultez niega el amor, lo condena a la soledad; sin embargo hay o hubo pasión, entrega a la hora amorosa y esto se aprecia en el simbolismo que adquiere la palabra /caballo/ dentro del contexto poético como campo estilístico que puede rastrearse en otras obras:





“Allí, caballo azul de mi locura

pulso de nebulosa y minutero …”



A decir de Jung el caballo “is an archetype that is widely current in mythology and folkolore. As animal it represents the non-human psyche, the sub-human, animal side, and therefore the unconscius ...”  (Es un arquetipo el cual es extensamente común en la mitología y el folklore. Así como un animal representa la psiquis inhumana, lo infrahumano, el lado animal, y de esta manera lo anterior al inconsciente) Aquí el campo estilístico /caballo/  para Guiraud implicaría un universo semántico apreciable, pero en P. en N.Y. no se repite con tanta frecuencia como en el “Romancero Gitano”.



Los poemas poseen una flora y un bestiario propios del universo neoyorquino; y como dice García-Posada “el caballo es el verdadero astro del bestiario lorquiano; no deja de serlo en el universo neoyorquino”.



El caballo aparece en “1010”:  “Aquellos ojos míos en el cuello de la jaca”, en “Ciudad sin sueño”: “Un día los caballos vivirán en las tabernas”. El caballo es movimiento, fuerza ciega; es símbolo erótico. Aquí el signo poético se actualiza en un campo estilístico que se puede apreciar en otras obras del autor.



El amor vacío también se manifiesta en los demás, es decir, en los seres y en las cosas que deambulan por la ciudad alucinada que aliena condenando. La carencia de amor lleva al poeta a un periplo de soledad donde ve lo que falta, ese sentimiento que anima y estimula el vivir y cuando parece vislumbrarlo está enfermo; así lo manifiesta en “Panorama ciego de N.Y.”:



“Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas

Pequeñas golondrinas con muletas que sabían pronunciar la palabra amor”.



Los niños son desmerecidos, no por el poeta, sino por el sistema; encuentran esas golondrinas lastimadas que aún recuerdan la palabra amor.



TEMA DE LA DENUNCIA SOCIAL

Este tema tiene varias sub-divisiones: 1-el del hombre negro, 2- el de los judíos, 3- el del sistema socio-económico, 4- el religioso. Evidentemente se vinculan en la escritura y en en el tejido del poemario; es así que Wall Street al cual Lorca lo vio temblar, se relaciona con la religión institucionalizada, en este caso con el Catolicismo donde la figura del Papa (Pío XI) baila al compás de un sistema detractor con sus cómplices (“Danza de la muerte”):



“¡Que no baile el Papa!

¡No, que no baile el Papa!

Ni el Rey,

Ni el millonario de dientes azules,

Ni las bailarinas secas de la catedral,

Ni constructores, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas”.



Un carnaval donde la usura, el poder, el patetismo y el grotesco de los íconos de las catedrales bailan una danza de la muerte. La religión identificada con los opresores blancos es denunciada con más énfasis en “Grito hacia Roma”, en este poema el autor acusa al Papa de ser cómplice junto con los opresores del sistema de ser responsable del desequilibrio del mundo simbolizado a través de esta ciudad cosmopolita. Toda Roma se verá anatomizada como si el poeta tuviera una visión profética, la naturaleza herida, el amor corrompido caerán como castigo:



“Manzanas levemente heridas

por finos espadines de plata,

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren

y agujas instaladas en los caños de la sangre,

mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos

caerán sobre ti (…)

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupe carbón machacado

rodeado de miles de campanillas.”



Ese hombre que se orina sobre la imagen de la paz /paloma/ es el mismo Papa, Pío XI, cuando firmó un tratado con Mussolini. Esta visión apocalíptica nace de la indignación y lo lleva a la denuncia refrendado en un Evangelio interpretado en términos de amor y fraternidad; La Iglesia también está corrompida. Dos ciudades que fueron centros de Imperios se alían; el campo estilístico de /paloma/ adquiere la doble vertiente simbólica de representante de la naturaleza (aunque en N.Y. chapoteaban en aguas sucias) y el emblemático símbolo de la inocencia y la pureza, un ícono trascendental de la representación tradicional del Espíritu Santo (6) el cual es blasfemado por este Papa en particular. Aquí se presencia el tema de la denuncia social, y en particular hacia la institución llamada Iglesia.



Conclusiones.



Se ha intentado hacer una aproximación del estudio de ciertas palabras poéticas con su carga connotativa y simbólica siguiendo el método de “campo estilístico” de Pierre Guiraud. El análisis intentó recorrer el  poemario rescatando lo temático y el sustrato lingüístico-poético que configuró al primero basándose en el étymon personal del artista. También fue intención dejar en claro que todo “Poeta en Nueva York” es un gran símbolo de la ciudad moderna. En cierta forma la metáfora se subordinó a esta visión,  fue contagiada al igual que las imágenes casi surrealistas trabajadas por Lorca. Los términos poéticos seleccionados trataron de ilustrar el estilo y el principio configurador del autor  teniendo en cuenta algunas experiencias personales, biográficas y críticas que han sustentado la obra.







Notas.

1(1)               Símbolo, del latín symblum,-i es un término polisémico que se emplea en diversas ramas del saber humano (Lógica, Matemática, Semiótica, Teología, etc.). Es un signo motivado pues habría un vínculo natural entre el significante y el significado. Está estrechamente ligado a la alegoría y a la metáfora. Símbolo y metáfora se diferenciarían en que el primero presenta un carácter insistente y repetitivo. Carlos Bousoño (1956) comenta que “ el símbolo puede ocupar todo el poema o una parte considerable de él...”,Diccionario Akal.

1(2)               Tema, según la visión de Ducrot y Todorov éste concepto es desarrollado en los siguientes términos: “La descripción de las unidades del análisis temático aún no está muy elaborada. (…) El motivo debe distinguirse del tema. Esta última noción designa una categoría semántica que puede estar presente a lo largo del texto o aun en el conjunto de la literatura (el tema de la muerte), motivo y tema se distinguen, pues, ante todo, por su grado de abstracción …” Diccionario.

1(3)               Étymon, tal concepto como principio configurador de la obra literaria conduce al aspecto psíquico de su creador. Leo Spitzer sugiere que para llegar al étymon intuido se debe realizar un análisis estilístico inductivo para luego pasar a un método deductivo; este “movimiento pendular”, que genera “desvíos” del lenguaje usual (Palabra o discurso poético) permitirá descubrir universos significativos que un poeta como Lorca en este caso manifiesta en su obra desde la perspectiva estilística.


1(4)               El /cielo/ adquiere una multiplicidad simbólica y su campo estilístico, siguiendo a Guiraud, se reconstruye a partir de su empleo:



1a)   Potencia cósmica hostil.

Está relacionado con lo religioso y la víctima no sólo es él (Lorca) sino la muchedumbre que marcha hacia la rutina buscando la locomoción del subterráneo:

“Asesinado por el cielo

entre las formas que van hacia la sierpe

y las formas que buscan el cristal”.

/Sierpe/ y /cristal/ configuran la arquitectura, el ajetreo y el ritmo al que obliga la ciudad. Rascacielos que tapan el cielo o lo construyen, tal vez el verdadero cielo neoyorquino sea de concreto, vidrio y metal para la visión del poeta.

1b)  El cielo como equilibrio.

Pero también este término toma el sentido de equilibrio, naturalidad, vulnerables por cierto, porque como dice en “Paisaje de la multitud que orina”:

“Tan sólo el diminuto banquete de la araña

basta para romper el equilibrio de todo el cielo”

Cada ser, ontología pura, incluido el devorado por la araña, es imprescindible para mantener el equilibrio estelar. En estos casos el campo estilístico del término poético /cielo/ se ajusta al método preciso de Guiraud; esta escritura y su consecuente estilo se emparentan con los surrealistas trayendo ciertas ambivalencias, aperturas que un método demasiado estricto no podría abordar.

N.Y. es visto como un infierno, parte de una dualidad compartida con el paraíso. Como en el infierno dantesco en la Ciudad no hay esperanzas:

“La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible …”

Hay carencia de sentimientos y por eso, personificada, la aurora se arrastra por las escaleras buscando “entre las aristas/ nardos de angustia dibujada.” La /aurora/ semánticamente posee un valor negativo que se le atribuye emparentado a ese infierno de carácter existencial, porque no hay esperanzas, porque parece un edificio, porque es una construcción desnaturalizada, vaciada de contingencia.

 (6)   ”Juan dio testimonio diciendo:

- He visto al Espíritu que descendía del cielo como paloma y posaba sobre él”. Juan 1:32, Nuevo Testamento.





BIBLIOGRAFÍA

Guiraud, Sörens, Mauron, Tres enfoques de la literatura, CEDAL, 1971, Bs.As.

García-Posada, Miguel, Lorca: interpretación de Poeta en Nueva York, Akal, 1981, Madrid.

Gibson, Ian, Federico García Lorca; Tomo 2, Grijalbo, 1987, Barcelona.

García Lorca, Federico, Poeta en Nueva York, Bruguera, 1982, Barcelona.

Ricoeur, Paul, Revista Relaciones, Nº 121, julio 1994, Montevideo.

Rodríguez, Juan Carlos, Lorca y el sentido, Akal, 1994, Madrid.

Rimbaud, Arthur, Prosas completas, Cátedra, 1991, Madrid.

García Lorca, Federico, Conferencia I, Alianza Editorial, 1984, Madrid.





DICCIONARIOS

Ayuso De Vicente, María Victoria y otros autores, Diccionario Akal de Términos Literarios, Akal, 1997, Madrid.

Greimas, A- Courtés, j., Semiótica, diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Gredos, 1982, Madrid.

Ducrot, Oswald, Todorov, Tzvetan, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Siglo XXI, 1987, México.


viernes, 5 de septiembre de 2014

Luis Sepúlveda. Novela: Un viejo que leía novelas de amor.


Nació en Ovalle, Chile en 1949. Desde temprana edad salió a recorrer mundo. 
El primero de sus libros lo publicó a los 20 años de edad. Fue apresado y exiliado por la represión militar que se instauró en Chile. Se afincó en Hamburgo (1980) para más tarde radicarse en Gijón, España, donde tiene a cargo el salón del Libro Iberoamericano. En 1978 participa como periodista 
en la investigación patrocinada por la UNESCO en la Amazonia Ecuatoriana. 
Recibió el premio Tigre Juan por su libro Un Viejo que leía novelas de Amor y el Premio de Novela Corta Juan Chabás. Además se indican como Premios obtenidos el Gabriela Mistral (1976) y el Rómulo Gallegos (1978), a más de Casas de Las América (1969) por su colección de relatos `Crónicas de Pedro 
Nadie`. Obtuvo el premio Puerto Montt Herido otorgado por la Sociedad de Escritores de Chile. También el premio Ciudad de Alcalá de Henares dado por la Fundación Colegio del Rey de Madrid. Premio Internacional Margarita Xirgu de Radio Nacional de España. En 1990 obtiene el Premio Internacional de Cortometrajes otorgado por televisión española y el Premio Ciudad de Mérida de México. El 15 de octubre de 2005 fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad del Sur Toulon-Var, Francia. También La Universidad Carlo Bo de Italia lo había nombrado el 30 de septiembre de 2005 Doctor Honoris Causa. 
Fue profesor invitado a la Universidad Internacional Méndez y Pelayo de Santander. Fue distinguido con la beca para la promoción Literaria en Hamburgo. 

El Escritor: 
Novelista, cuentista, cineasta, cronista. La variedad temática de Luis Sepúlveda se manifiesta claramente en sus libros. Desde la depredación civilizadora en la selva hasta la matanza de ballenas en el sur de Chile, pasando por la denuncia de la contaminación petrolera en los mares hasta la 
represión de Pinochet, sin desconocer la aventura, los viajes, la novela negra, el género policial, la novela de intriga, el cuento infantil, la crónica de viajes y el compromiso ideológico. 
Su narrativa, en general, es audaz en sus planteamientos y original en sus temas. Es un gran contador de historias, a la manera de Emilio Salgari, Julio Verne y Francisco Coloane. La atmósfera de sus creaciones se insertan en una suerte de realismo, que no desconoce la magia, pero se distingue porque está aferrada realidades sociales y geográficas. Aunque su compromiso ideológico es fuerte, en su tarea no surge el panfleto, a diferencia de escritores que surcan por los mismos mares. En tal sentido los temas tratados son más bien cosmopolitas. Sepúlveda escribe con sencillez y claridad evitando el rebuscamiento estilístico, la oscuridad filosófica y el enrevesamiento literario. Por ahí talvez se halla una de las razones por la cual gran parte de la grey literaria de su país rebaja su condición de escritor. 
Luis Sepúlveda se ha convertido en un autor conocido y reconocido en Europa y América. Es un best seller al igual Isabel Allende. En Europa, se dice, en el reconocimiento artístico viene después de Gabriel García Márquez. Sin embargo, en su país no ha sido recordado en todo lo que vale y existe una disposición contraria a concederle méritos literarios. Esto se debe, en especial, a dos factores esenciales: uno, a su calidad de excelente vendedor de sus libros, situación que provoca de inmediato `la tristeza por el bien ajeno` de sus colegas, y dos, a la fuerte personalidad del escritor, que no se ha mordido la lengua para hacer ver la situación artística de sus pares en el país, provocando encendidas polémicas. Podríamos agregar un tercer factor que es su fuerte y decidido compromiso ideológico, que puede resultar molesto para ciertas mentalidades políticas, además, y este vendría a ser el cuarto punto, a su afán de escribir, como se decía antes, con sencillez y claridad, en un mundo donde la cantidad y el oscurantismo suelen pasar por medidas de sabiduría y hondura. 
Salvo algunos estudios académicos y aisladas voces, en general su tarea es minimizada. 
Con él se puede decir aquello de `nadie es profeta en su tierra`. 
Lo más grave de esta situación es el desconocimiento, por parte de sus colegas escritores, de los meritos literarios, al igual como ha ocurrido con la escritora Isabel Allende, quien ha sido objeto de arteros ataques por su labor artística. 
Es un hecho ciertamente impresentable. 

Libros Publicados: 
El libro `Un viejo que leía novelas de amor` ha sido traducido a 14 idiomas y sus derechos vendidos al cine. La obra en general ha sido traducida a 39 idiomas. 
El elenco de su obra es el siguiente: 

Los miedos, las vidas, las muertes y otras alucinaciones, 1984 
Un viejo que leía novelas de amor 1992 
Mundo del fin del mundo 1994 
Nombre de Toreo 1994 
Patagonia Express 1995 
***

A lo largo del hilo conductor del relato, consistente en la relación conflictiva entre el personaje principal y el Alcalde del pueblo, se nos van ofreciendo momentos anteriores de su vida hasta llegar al momento presente de la narración. Esto sirve para describirnos la especial ligazón que une al viejo con la selva. Todo está contado en un lenguaje directo y sin mucho rebusque. En especial cuando precisamente el viejo se dedica a leer su novela de amor.
Fuente: N.N.
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jueves, 4 de septiembre de 2014

La Crítica Literaria en 10 puntos y los "críticos literarios".


1.- Dice Carlos Fuentes, y dice bien, que el crítico debe estar a la altura de la obra que critica. ¿Qué trata de decir con eso? Que un crítico tiene que armarse muy bien antes de atreverse a abordar la obra de un autor importante, conocer su obra previa y no solo la más reciente o la última novedad (error recurrentísimo en los reseñistas) y, además, gozar de un prestigio que legitime sus argumentos, esto es: nadie que no posea obra propia, libros publicados, puede darse el lujo de mirar de frente (metafóricamente hablando) a un gran autor, mucho menos, darse el lujo de cuestionarlo y (¡peor!) atacarlo.

2.- En México, los críticos tienen la reputación -ganada a pulso por los "críticos oficiales" - de ser escritores frustrados, cuando el verdadero crítico literario es, ni más ni menos, un escritor, y la mayoría de las veces poseerá obra propia, ya sea narrativa o poética. Y es que en México, la familiar práctica del abuso del poder se hace extensiva a los críticos literarios de la oficialidad, en la que abundan los escritores frustrados que se entretienen haciendo trizas a escritores consagrados y/o con una obra respetable. Un "crítico" que aborde una obra o autor, sintiéndose muy por encima de él; peor aún, que lo ataja precisamente para demostrar públicamente que "él lo hubiera hecho mejor", nunca ejercerá una crítica digna de ser tomada en serio.

3.- Los "críticos oficiales" emplean muy a menudo el argumento de que destrozan "libros malos" (o que ellos consideran malos, sería más correcto) "por respeto al lector", a lo que yo preguntaria: ¿qué lector? ¿A quién se refieren cuando hablan del "lector"? ¿Por qué están tan convencidos de que sus argumentos actuarán en el acto como vacunas contra la mala literatura y contribuirán a ahuyentar al hipotético lector de la contaminación que produce el último pésimo libro de Carlos Fuentes, Jorge Volpi o Élmer Mendoza, por citar a algunas de las víctimas predilectas de los críticos oficiales? Lo peor del asunto es que sus palabras no encuentran repercusión en los lectores que continúan consumiendo felizmente la literatura de estos magníficos autores contra los que se les quiere "abrir los ojos"...y es que estos críticones ignoran que la crítica es, como toda la buena literatura, un acto de amor y generosidad y no de autoritarismo. Que su misión no es advertir a ese lector metafórico (¿inexistente?) contra los efectos de un "mal libro", sino precisamente lo contrario: establecer un diálogo con ese lector en torno a tal o cual libro.

4.- No es posible defender el ejercicio crítico mientras este sea, invariablemente, emprendido con una de dos razones 1) Destruir o 2) Ensalzar. En la crítica literaria seria no existen los extremos. Predominan la mesura y el equilibrio. El argumento de la objetividad sale sobrando por completo en este caso, porque si bien el crítico intenta acercarse al ideal de la objetividad, está consciente de que es imposible de alcanzar.

5.- El crítico tiene que ser independiente, pues aquel que se escuda en el prestigio de terceros, peor aún, que convierte ese prestigio en una bandera personal, no es digno de confianza. Ese crítico trabajará en función a la institución, club literario o publicación que lo acoge, y no -por mucho que lo cacaree- del lector. El crítico abanderado está convencido de tener una misión casi sagrada: desprestigiar a cualquiera que no pertenezca a su gremio. El verdadero crítico, como el escritor -y el verdadero crítico es un escritor- no consideran tener misión alguna. No se consideran apóstoles de ninguna causa, ni los gobierna el afán de abrirle los ojos a un lector que los críticos impostores consideran, invariablemente, tonto.

6.- El verdadero crítico se distingue por su amplitud de miras, por su curiosidad, por su afán de descubrimiento y -¿por qué no? -deslumbramiento. No vive anclado a las novedades literarias, antes bien, se nutre de los clásicos y no se atreve a hablar de lo nuevo hasta nutrirse de lo viejo, es decir, de los antecesores de los autores actuales. Alguien demasiado apegado al presente y -peor aún- a lo que sus amigos y enemigos publican para actuar en consecuencia, es todo menos un crítico literario.

7.- La principal característica del crítico es la modestia. Está conciente de no saberlo todo, de su falibidad, y bajo esa premisa se acerca a la obra que pretende abordar. Quien se dé ínfulas de superioridad y autoridad sobre la obra analizada no puede, ni remotamente, presumir de ser un crítico serio.

8.-Es válido que el crítico sea un provocador, pues es provocando al lector como puede iniciarse un diálogo fructífero para ambas partes. Pero la provocación ramplona que lleva a prácticas casi -o sin el "casi"- terroristas, es vedettismo, nunca crítica literaria.

9.-Existen muchas formas de ser crítico literario. Los hay quienes se sirven del ensayo para desarrollarla; también quienes se imponen el rigor académico. Ambas formas son perfectamente válidas, aunque, naturalmente, encontrarán muy distintos cauces de transmisión. Lo inválido es afirmar que solo existe una vía legítima para ejercer la crítica y pretender anular todas las demás.

10.-El crítico no pretende ser simpático...de hecho, y esto sí contrario al escritor -y partiendo de la famosa máxima de Gabriel García Márquez- no escribe para que lo quieran. Pero alguien que con toda deliberación escribe para hacerse odiar (y temer), no hace sino exhibir su egolatría y su deseo de destacar a costillas de la obra y/o el autor que, en el caso de este tipo de críticos, destroza en vez de analizar.
Publicado por Eve Gil.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Vargas Llosa. Cartas a un joven novelista.


I

PARÁBOLA DE LA SOLITARIA




Querido amigo:
Su carta me ha emocionado, porque, a través de ella, me he visto yo mismo a mis catorce o quince años, en la grisácea Lima de la dictadura del general Odría, exaltado con la ilusión de llegar a ser algún día un escritor, y deprimido por no saber qué pasos dar, por dónde comenzar a cristalizar en obras esa vocación que sentía como un mandato perentorio: escribir historias que deslumbraran a sus lectores como me habían deslumbrado a mí las de esos escritores que empezaba a instalar en mi panteón privado: Faulkner, Hemingway, Malraux, Dos Passos, Camus, Sartre.
Muchas veces se me pasó por la cabeza la idea de escribir a alguno de ellos (todos estaban vivos entonces) y pedirle una orientación sobre cómo ser un escritor. Nunca me atreví a hacerlo, por timidez, o, acaso, por ese pesimismo inhibitorio —¿para qué escribirles, si sé que ninguno se dignará contestarme?— que suele frustrar las vocaciones de muchos jóvenes en países donde la literatura no significa gran cosa para la mayoría y sobrevive en los márgenes de la vida social, como quehacer casi clandestino.
Usted no ha experimentado esa parálisis puesto que me ha escrito. Es un buen comienzo para la aventura que le gustaría emprender y de la que espera —estoy seguro, aunque en su carta no me lo diga— tantas maravillas. Me atrevo a sugerirle que no cuente demasiado con ello, ni se haga muchas ilusiones en cuanto al éxito. No hay razón alguna para que usted no lo alcance, desde luego, pero, si persevera, escribe y publica, pronto descubrirá que los premios, el reconocimiento público, la venta de los libros, el prestigio social de un escritor, tienen un encaminamiento sui géneris, arbitrario a más no poder, pues a veces rehúyen tenazmente a quienes más los merecerían y asedian y abruman a quienes menos. De manera que quien ve en el éxito el estímulo esencial de su vocación es probable que vea frustrado su sueño y confunda la vocación literaria con la vocación por el relumbrón y los beneficios económicos que a ciertos escritores (muy contados) depara la literatura. Ambas cosas son distintas.
Tal vez el atributo principal de la vocación literaria sea que quien la tiene vive el ejercicio de esa vocación como su mejor recompensa, más, mucho más, que todas las que pudiera alcanzar como consecuencia de sus frutos. Esa es una de las seguridades que tengo, entre muchas incertidumbres sobre la vocación literaria: el escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir, con prescindencia de las consecuencias sociales, políticas o económicas que puede lograr mediante lo que escribe.
La vocación me parece el punto de partida indispensable para hablar de aquello que lo anima y angustia: cómo se llega a ser un escritor. Es un asunto misterioso, desde luego, cercado de incertidumbre y subjetividad. Pero ello no es obstáculo para tratar de explicarlo de una manera racional, evitando la mitología vanidosa, teñida de religiosidad y de soberbia, con que la rodeaban los románticos, haciendo del escritor el elegido de los dioses, un ser señalado por una fuerza sobrehumana, trascendente, para escribir aquellas palabras divinas a cuyo efluvio el espíritu humano se sublimaría a sí mismo, y, gracias a esa contaminación con la Belleza (con mayúscula, por supuesto), alcanzaría la inmortalidad.
Hoy nadie habla de esta manera de la vocación literaria o artística, pero, a pesar de que la explicación que se ofrece en nuestros días es menos grandiosa o fatídica, ella sigue siendo bastante huidiza, una predisposición de oscuro origen, que lleva a ciertas mujeres y hombres a dedicar sus vidas a una actividad para la que, un día, se sienten llamados, obligados casi a ejercerla, porque intuyen que sólo ejercitando esa vocación —escribiendo historias, por ejemplo— se sentirán realizados, de acuerdo consigo mismos, volcando lo mejor que poseen, sin la miserable sensación de estar desperdiciando sus
vidas.*
No creo que los seres humanos nazcan con un destino programado desde su gestación, por obra del azar o de una caprichosa divinidad que distribuiría aptitudes, ineptitudes, apetitos y desganos entre las flamantes existencias. Pero, tampoco creo, ahora, lo que en algún momento de mi juventud, bajo la influencia del voluntarismo de los existencialistas franceses —Sartre, sobre todo—, llegué a creer: que la vocación era también una elección, un movimiento libre de la voluntad individual que decidía el futuro de la persona. Aunque creo que la vocación literaria no es algo fatídico, inscrito en los genes de los futuros escritores, y pese a que estoy convencido de que la disciplina y la perseverancia pueden en algunos casos producir el genio, he llegado al convencimiento de que la vocación literaria no se puede explicar sólo como una libre elección. Ésta, para mí, es indispensable, pero sólo en una segunda fase, a partir de una primera disposición subjetiva, innata o forjada en la infancia o primera juventud, a la que aquella elección racional viene a fortalecer, pero no a fabricar de pies a cabeza.
Si no me equivoco en mi sospecha (hay más posibilidades de que me equivoque de que acierte, por supuesto), una mujer o un hombre desarrollan precozmente, en su infancia o comienzos de la adolescencia, una predisposición a fantasear personas, situaciones, anécdotas, mundos diferentes del mundo en el que viven, y esa proclividad es el punto de partida de lo que más tarde podrá llamarse una vocación literaria. Naturalmente, de esa propensión a apartarse del mundo real, de la vida verdadera, en alas de la imaginación, al ejercicio de la literatura, hay un abismo que la gran mayoría de seres humanos no llega a franquear. Los que lo hacen y llegan a ser creadores de mundos mediante la palabra escrita, los escritores, son una minoría, que, a aquella predisposición o tendencia, añadieron ese movimiento de la voluntad que Sartre llamaba una elección. En un momento dado, decidieron ser escritores. Se eligieron como tales. Organizaron su vida para trasladar a la palabra escrita esa vocación que, antes, se contentaba con fabular, en el impalpable y secreto territorio de la mente, otras vidas y mundos. Ese es el momento que usted vive ahora: la difícil y apasionante circunstancia en que debe decidir si, además de contentarse con fantasear una realidad ficticia, la materializará mediante la escritura. Si decide hacerlo, habrá dado un paso importantísimo, desde luego, aunque ello no le garantice aún nada sobre su futuro de escritor. Pero, empeñarse en serlo, decidirse a orientar la vida propia en función de ese proyecto, es ya una manera —la única posible— de empezar a serlo.
¿Qué origen tiene esa disposición precoz a inventar seres e historias que es el punto de partida de la vocación de escritor? Creo que la respuesta es: la rebeldía. Estoy convencido de que quien se abandona a la elucubración de vidas distintas a aquella que vive en la realidad manifiesta de esta indirecta manera su rechazo y crítica de la vida tal como es, del mundo real, y su deseo de sustituirlos por aquellos que fabrica con su imaginación y sus deseos. ¿Por qué dedicaría su tiempo a algo tan evanescente y quimérico —la creación de realidades ficticias— quien está íntimamente satisfecho con la realidad real, con la vida tal como la vive? Ahora bien: quien se rebela contra esta última valiéndose del artilugio de crear otra vida y otras gentes puede hacerlo impulsado por sinnúmero de razones. Altruistas o innobles, generosas o mezquinas, complejas o banales. La índole de ese cuestionamiento esencial de la realidad real que, a mi juicio, late en el fondo de toda vocación de escribidor de historias no importa nada. Lo que importa es que ese rechazo sea tan radical como para alimentar el entusiasmo por esa operación —tan quijotesca como cargar lanza en ristre contra molinos de viento— que consiste en reemplazar ilusoriamente el mundo concreto y objetivo de la vida vivida por el sutil y efímero de la ficción.
Sin embargo, pese a ser quimérica, esta empresa se realiza de una manera subjetiva, figurada, no histórica, y ella llega a tener efectos de largo aliento en el mundo real, es decir, en la vida de las gentes de carne y hueso.
Este entredicho con la realidad, que es la secreta razón de ser de la literatura —de la vocación literaria—, determina que ésta nos ofrezca un testimonio único sobre una época dada. La vida que las ficciones describen —sobre todo, las más logradas— no es nunca la que realmente vivieron quienes las inventaron, escribieron, leyeron y celebraron, sino la ficticia, la que debieron artificialmente crear porque no podían vivirla en la realidad, y por ello se resignaron a vivirla sólo de la manera indirecta y subjetiva en que se vive esa otra vida: la de los sueños y las ficciones. La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla. Ella no es el retrato de la Historia, más bien su contracarátula o reverso, aquello que no sucedió, y, precisamente por ello debió de ser creado por la imaginación y las palabras para aplacar las ambiciones que la vida verdadera era incapaz de satisfacer, para llenar los vacíos que mujeres y hombres descubrían a su alrededor y trataban de poblar con los fantasmas que ellos mismos fabricaban.
Esa rebeldía es muy relativa, desde luego. Muchos escribidores de historias ni siquiera son conscientes de ella, y, acaso, si tomaran conciencia de la entraña sediciosa de su vocación fantaseadora, se sentirían sorprendidos y asustados, pues en sus vidas públicas no se consideran en absoluto unos dinamiteros secretos del mundo que habitan. De otro lado, es una rebeldía bastante pacífica a fin de cuentas, porque ¿qué daño puede hacer a la vida real el oponerle las vidas impalpables de las ficciones? ¿Qué peligro puede representar, para ella, semejante competencia? A simple vista, ninguno. Se trata de un juego ¿no es verdad? Y los juegos no suelen ser peligrosos, siempre y cuando no pretendan desbordar su espacio propio y enredarse con la vida real. Ahora bien, cuando alguien —por ejemplo, don Quijote o madame Bovary— se empeña en confundir la ficción con la vida, y trata de que la vida sea como ella aparece en las ficciones, el resultado suele ser dramático. Quien actúa así suele pagarlo en decepciones terribles.
Sin embargo, el juego de la literatura no es inocuo. Producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es, la ficción es también fuente de malestar y de insatisfacción. Porque quien, mediante la lectura, vive una gran ficción —como esas dos que acabo de mencionar, la de Cervantes y la de Flaubert— regresa a la vida real con una sensibilidad mucho más alerta ante sus limitaciones e imperfecciones, enterado por aquellas magníficas fantasías de que el mundo real, la vida vivida, son infinitamente más mediocres que la vida inventada por los novelistas. Esa intranquilidad frente al mundo real que la buena literatura alienta, puede, en circunstancias determinadas, traducirse también en una actitud de rebeldía frente a la autoridad, las instituciones o las creencias establecidas.
Por eso, la Inquisición española desconfió de las ficciones, las sometió a estricta censura y llegó al extremo de prohibirlas en todas las colonias americanas durante trescientos años. El pretexto era que esas historias descabelladas podían distraer a los indios de Dios, la única preocupación importante para una sociedad teocrática. Al igual que la Inquisición, todos los gobiernos o regímenes que aspiran a controlar la vida de los ciudadanos han mostrado igual desconfianza hacia las ficciones y las han sometido a esa vigilancia y domesticación que es la censura. No se equivocaban unos y otros: bajo su apariencia inofensiva, inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad y de querellarse contra los que —religiosos o laicos— quisieran abolirla. Ésa es la razón por la que todas las dictaduras —el fascismo, el comunismo, los regímenes integristas islámicos, los despotismos militares africanos o latinoamericanos— han intentado controlar la literatura imponiéndole la camisa de fuerza de la censura.
Pero, con estas reflexiones generales nos hemos apartado algo de su caso concreto. Volvamos a lo específico. Usted ha sentido en su fuero interno esa predisposición y a ella ha superpuesto un acto de voluntad y decidido dedicarse a la literatura. ¿Y ahora, qué?
Su decisión de asumir su afición por la literatura como un destino deberá convertirse en servidumbre, en nada menos que esclavitud. Para explicarlo de una manera gráfica, le diré que acaba usted de hacer algo que, por lo visto, hacían en el siglo XIX algunas damas espantadas con el grosor de su cuerpo, que, a fin de recobrar una silueta de sílfide, se tragaban una solitaria. ¿Ha tenido usted ocasión de ver a alguien que lleva en sus entrañas ese horrendo parásito? Yo sí, y puedo asegurarle que aquellas damas eran unas heroínas, unas mártires de la belleza. A comienzos de los años sesenta, en París, yo tenía un magnífico amigo, José María, un muchacho español, pintor y cineasta, que padeció esa enfermedad. Una vez que la solitaria se instala en un organismo se consubstancia con él, se alimenta de él, crece y se fortalece a expensas de él, y es dificilísimo expulsarla de ese cuerpo del que medra, al que tiene colonizado. José María enflaquecía a pesar de que debía comer y beber líquidos (leche, sobre todo) constantemente, para aplacar la ansiedad del animal aposentado en sus entrañas, pues, si no, su malestar se volvía insoportable. Pero, todo lo que comía y bebía no era para su gusto y placer, sino para los de la solitaria. Un día, que estábamos conversando en un pequeño bistrot de Montparnasse, me sorprendió con esta confesión: «Nosotros hacemos tantas cosas juntos. Vamos al cine, a exposiciones, a recorrer librerías, y discutimos horas de horas sobre política, libros, películas, amigos comunes. Y tú crees que yo estoy haciendo esas cosas como las haces tú, porque te divierte hacerlas. Pero, te equivocas. Yo las hago para ella, la solitaria. Ésa es la impresión que tengo: que todo en mi vida, ahora, no lo vivo para mí, sino para ese ser que llevo adentro, del que ya no soy más que un sirviente.»
Desde entonces, me gusta comparar la situación del escritor con la de mi amigo José María cuando llevaba adentro la solitaria. La vocación literaria no es un pasatiempo, un deporte, un juego refinado que se practica en los ratos de ocio. Es una dedicación exclusiva y excluyente, una prioridad a la que nada puede anteponerse, una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas (de sus dichosas victimas) unos esclavos. Como mi amigo de París, la literatura pasa a ser una actividad permanente, algo que ocupa la existencia, que desborda las horas que uno dedica a escribir, e impregna todos los demás quehaceres, pues la vocación literaria se alimenta de la vida del escritor ni más ni menos que la longínea solitaria de los cuerpos que invade. Flaubert decía: «Escribir es una manera de vivir.» En otras palabras, quien ha hecho suya esta hermosa y absorbente vocación no escribe para vivir, vive para escribir.
Esta idea de comparar la vocación del escritor a una solitaria no es original. Acabo de descubrirlo, leyendo a Thomas Wolfe (maestro de Faulkner y autor de dos ambiciosas novelas: Del tiempo y el río y El ángel que nos mira), quien describió su vocación como el asentamiento de un gusano en su ser: «Pues el sueño estaba muerto para siempre, el piadoso, oscuro, dulce y olvidado sueño de la niñez. El gusano había penetrado en mi corazón, y yacía enroscado alimentándose de mi cerebro, mi espíritu, mi memoria. Sabía que finalmente había sido atrapado en mi propio fuego, consumido por mis propias lumbres, desgarrado por el garfio de ese furioso e insaciable anhelo que había absorbido mi vida durante años. Sabía, en breve, que una célula luminosa, en el cerebro o en el Corazón o en la memoria, brillaría por siempre, de día, de noche, en cada despertar o instante de sueño de mi vida; que el gusano se alimentaría y la luz brillaría; que ninguna distracción, comida, bebida, viajes de placer o mujeres podrían extinguirla y que nunca más, hasta que la muerte cubriera mi vida con su total y definitiva oscuridad, podría yo librarme de ella.
»Supe que al fin me había convertido en escritor: supe al fin qué le sucede a un hombre que hace de su vida la de un escritor.»
Creo que sólo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda. Esa otra cosa misteriosa que llamamos el talento, el genio, no nace —por lo menos, no entre los novelistas, aunque sí se da a veces entre los poetas o los músicos— de una manera precoz y fulminante (los ejemplos clásicos son, por supuesto, Rimbaud y Mozart), sino a través de una larga secuencia, años de disciplina y perseverancia. No hay novelistas precoces. Todos los grandes, los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción. Es muy alentador, ¿no es cierto?, para alguien que empieza a escribir, el ejemplo de aquellos escritores, que, a diferencia de un Rimbaud, que era un poeta genial en plena adolescencia, fueron construyendo su talento.
Si este tema, el de la gestación del genio literario, le interesa, le recomiendo la voluminosa correspondencia de Flaubert, sobre todo las cartas que escribió a su amante Louise Colet entre 1850 y 1854, años en que escribía Madame Bovary, su primera obra maestra. A mí me ayudó mucho leer esa correspondencia cuando escribía mis primeros libros; Aunque Flaubert era un pesimista y sus cartas están llenas de improperios contra la humanidad, su amor por la literatura no tuvo límites. Por eso asumió su vocación como un cruzado, entregándose a ella de día y de noche, con una convicción fanática, exigiéndose hasta extremos indecibles. De este modo consiguió vencer sus limitaciones (muy visibles en sus primeros escritos, tan retóricos y ancilares respecto de los modelos románticos en boga) y escribir novelas como Madame Bovary y La educación sentimental, acaso las dos primeras novelas modernas.
Otro libro que me atrevería a recomendarle sobre el tema de esta carta es el de un autor muy distinto, el norteamericano William Burroughs: Junkie. Burroughs no me interesa nada como novelista: sus historias experimentales, psicodélicas, siempre me han aburrido sobremanera, al extremo de que no creo haber sido capaz de terminar una sola de ellas. Pero, el primer libro que escribió, Junkie, factual y autobiográfico, donde relata cómo se volvió drogadicto y cómo la adicción a las drogas —una libre elección añadida a lo que era sin duda cierta proclividad— hizo de él un esclavo feliz, un sirviente deliberado de su adicción, es una certera descripción de lo que, creo yo, es la vocación literaria, de la dependencia total que ella establece entre el escritor y su oficio y la manera como éste se nutre de aquél, en todo lo que es, hace o deja de hacer.
Pero, mi amigo, esta carta se ha prolongado más de lo recomendable, para un género —el epistolar— cuya virtud principal debería ser precisamente la brevedad, así que me despido.
Un abrazo.






















martes, 2 de septiembre de 2014

Antonio Caballero. Novela: Sin remedio.


Antonio Caballero.
Columnista y caricaturista de varios diarios y revistas colombianos y extranjeros, una de las más conocidas es su columna en la revista Semana.

Caballero nació en Bogotá el 15 de mayo de 1945, pasó su niñez en España y regresó a Colombia en 1957. Realizó cursos de ciencias políticas en la década de los 60, en París. Aficionado a la tauromaquia, escribió el ensayo Toros, toreros y público (1992).


Ganó el premio de Periodismo Planeta en 1999 con su obra No es por aguar la fiesta, libro que agrupó sus diferentes notas políticas publicadas. También escribió, junto con Juan Carlos Iragorri, el libro Patadas de ahorcado (2002).

***

Una novela sobre lo difícil que es escribir poesía` publicado en 1984 luego de doce años de trabajos quizás forzados para terminarla. Según todos los chismes de la época se trata de un libro que celebra y denigra de sus compañeros de viaje en la revista Alternativa, pero lo cierto es que es una suerte de retrato de época, y de la vida de un poeta nada frustrado, que sin duda admira en el fondo de su alma a un solo escritor, el autor de la Divina Comedia y a su sosías Don Honorato de Balzac, que redactó una comedia tan humana como esta Sin remedio del nieto de ex presidentes e ínclito hermano del mejor pintor colombiano de todos los tiempos Luís Caballero Holguín.


«No se escoge la muerte: a ella se llega acorralado por la propia vida.»

Poeta frustrado, incapaz de vencer el tedio de los días y hacer algo con su vida, Ignacio Escobar, el protagonista de esta alucinada historia, recorre la ciudad como un observador inclemente que destroza con su crítica mordaz y despiadada todo lo que encuentra a su paso.

Agobiado por la realidad de un mundo que no logran entender, Escobar no consigue encontrar un lugar entre la revejida clase alta bogotana que representa su familia, y los jóvenes acomodados de su generación, obnubilados con los discursos de izquierda, y para quienes ser calificados de pequeño-burgueses es un conflicto existencial.

Antonio Caballero logra retratar en esta novela emblemática, construida con el humor agudo y la sátira inteligente que lo caracterizan, la tediosa y provinciana Bogotá de los años setenta.

Sin remedio, una novela que seguirá cautivando a muchas generaciones.

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SIN REMEDIO

Antonio Caballero


 El autor

Detesta escribir por la mañana porque se siente bajo de forma. Dice que piensa mal, escribe mal, lee mal y hace todo mal.
 Recorta comentarios o noticias de los periódicos y guarda papelitos que le han de servir de ideas para sus artículos, pero generalmente nada de lo archivado aparece... por el desorden en que se mantiene.
 La primera frase, el primer párrafo, son su mayor dolor de cabeza, pero una vez logrados... la columna va saliendo por sí sola, sin que al sentarse haya tenido la idea plena, la estructura completa del trabajo.
 Lo que le inquieta de su artículo periodístico es que tenga claridad absoluta, evitar toda confusión o ambigüedad, que sea contundente, hecho que también forma parte de la claridad.
 Encuentra ideal escribir sobre una mesa grande y bien iluminada, pero no le importa estar sentado en medio del bullicio de la redacción de un periódico.

 Presentación

 El antihéroe de la novela «Sin remedio», de Antonio Caballero, Ignacio Escobar, un indolente poeta de cuna aristocrática que vive de los fajos de billetes nuevos que su madre de 73 años le da cada vez que la visita (cuando se le agotan), empieza invocando a Rimbaud con una equivocaeión garrafal. Unas páginas después, al recurrir a la enciclopedia, como hace todo el tiempo, se da cuenta de que Rimbaud no murió a los 31 años -la edad que él tiene ahora y que lo abochorna- sino a los 38, de gangrena, en un hospital de Marsella, y 19 años después de haber escrito el primer gran poema moderno.
 Se basa, pues, Escobar en una anécdota oída o mal digerida en la lectura, que principia a revelar, aparte de su ignorancia, que la lección poética de Rimbaud no lo ha afectado en nada. Escobar tampoco sabe que hay por lo menos media docena de grandes poetas que murieron antes de llegar a su edad.
 Es un personaje detestable, fatuo, bilioso, pedante, esquizofrénico, libresco, narcisista, escatológico, cobarde... y masoquista. Le encanta registrar todas las cosas desagradables que le dicen las mujeres que se pegan a él como moscas. Su poesía es un frío y culterano ejercicio retórico, fabricado con ayuda de diccionarios de rimas. Como poeta Escobar está en Babia. Tampoco es político. Desprecia a los poetas comprometidos y una de las mayores ironías voluntarias del libro, que leí en un manuscrito lleno de tachones y con muy pocos añadidos, es un verso de su «Opus magnum», que escribe en su apartamento totalmente saqueado por los ladrones, un largo poema puro de fenomenal frialdad, que se convierte cuando llega a manos del coronel Aureliano Buendía, jefe de la policía secreta, en una consigna revolucionaria que a la postre significca su muerte a manos de los sicarios de la tiranía.
 Escobar es el personaje en el que el brillante periodista ha escogido encarnar gran parte de su personalidad. Es en cierta manera un libro autobiográfico, pero no en el sentido en que la vida del personaje de la novela coincida en los hechos con la del autor. Habrá mujeres y hombres que se sientan pintados y ridiculizados por Caballero, pero pueden estar tranquilos; el libro nada tiene que ver ni con las personas de carne y hueso ni con la ciudad y el país que pretende describir.
 No tiene nada que ver porque no hay distancia entre el autor y su autocaricatura. Y este es el fracaso fundamental de un libro en partes muy cómico pero con pasajes de insoportable pedantería, con páginas rellenas de repeticiones y listas de palabras y poemas, que demuestran el virtuosismo literario del escritor, pero que no revelan sino que soslayan los problemas que se propone denunciar: la injusticia, la mediocridad y, ante todo, la retórica colombiana.
 Este hombre, al que le parecen carencias esenciales el mal olor, la suciedad, los teléfonos dañados, la escasez de taxis, no es el hombre que puede cambiar, por obra y gracia de su distorsionada visión de las cosas, la imagen real de un país y un pueblo. No estamos ante Jorge Zalamea o inclusive ante el Daniel Samper de sus vitriólicos cuentos secretos, pero sí en la misma vena caricaturesca que ha esquematizado Botero en la pintura. «Sin remedio» es la visión de un poeta chapineruno de delicado olfato que se molesta con las fritangas y la grasa de los churros. Es un Juan Gustavo Cobo de la prosa, otro ejemplar de esa escuela rola, que de golpe se puede tomar el mundo a punta de flojona quejumbrosidad, pero no de realismo, ni de conocimiento, ni de pasión auténtica.

 Es tal vez un libro más mamagallista que cualquier libro escrito por un costeño, pero no recuerdo a ningún costeño escritor que no conozca la diferencia entre el mamagallismo y la realidad. Lo que es fundamental para hacer a un novelista. Un escritor en el que uno puede ver cómo pasaron o son las cosas en su totalidad, algo que uno no obtiene leyendo a los historiadores, los ideólogos o los cultores de la palabra, como Escobar.
 Todo en la novela está visto a través de su lente deformante. En las últimas cincuenta páginas matan a dos poetas el domingo en que se disputaron la Presidencia Alfonso López Michelsen y Alvaro Gómez. Primero, en la calle 19, al poeta comprometido con el que Escobar se trabó a golpes y creyó haberlo matado en el baño de un cabaret, y luego a Escobar, tres días después. Pero antes, el mismo domingo de elecciones, secuestran y asesinan a don Foción Urdaneta de Brigard, tío de Escobar, y motivo por el que el gobierno esa noche declara el toque de queda.
 En Colombia a los poetas no los matan, son tal vez los únicos que no vale la pena eliminar. Los conformistas mueren de viejos y en olor de alabanzas, y los rebeldes de hambre. Y sólo corren el riesgo de que los aplaste una buseta o les caiga encima un ladrillo, no como la antigua Colección Básica de Colcultura. No los asesinan y mucho menos en día de elecciones, cuando precisamente no pasa nada.
 Pero miremos a Escobar más de cerca. Es un personaje que muestra en cada página su naturaleza doble. Sus pensamientos, la corriente poética que lo invade en todo momento es mucho más rica que lo que expresa o reproduce en los diálogos, como aquel, en la cama con Henna, una voraz bailarina de ballet que va en busca de su amiga Fina, la amante que acaba de abandonar a Escobar por su egoísmo, se acuesta con él tres o cuatro veces en un día, y luego se aparece con dos maletas y se instala.
 Esto piensa Escobar, saciado de sexo, un mes después: «Cómo explicarle, Henna, para que entienda: mi organismo necesita un mínimo vital de 14 horas de absoluto reposo. Y, además, cómo decírselo: cuando duermo por lo menos no veo el ojo velludo de su vientre insaciable que me acecha, anémona carnívora que agita filamentos en el fondo del mar, que me arroja al sexo a cada paso, húmedo y negro, rosado de mucosas palpitantes, media luna dentada que se ajusta a mi miembro como las fauces de la trampa a la pata del oso...». Y esto es lo que escribe que dijo al mismo tiempo o un instante después de haber pensado la significativa retahíla: «Henna, uno no puede hacer el amor sin parar, de día y de noche. Los dinosaurios, sin ir más lejos, se extinguieron del todo porque no hacían más que eso. Está probado. Es un hecho científico».
 «Pero hacer el amor es lo más lindo que hay», dice Henna. Y él piensa: Eso es tan subjetivo, con Fina, en otra época, nos despertábamos en medio de la noche y hacíamos el amor de repente, abrazados el uno al otro, como náufragos. Pero dice esto: «Eso es tan relativo... fíjese en los monjes budistas: no hacen el amor, y sublimarlo es el primer escalón hacia el Nirvana. Y fíjese en los padres de la Iglesia: no hacer el amor y ofrecérselo a Dios es el primer escalón hacia la santidad». ¡El Nirvana! ¡Los dinosaurios! ¡El intelectual entra en acción, amo impotente de la historia y del mundo!

 ¿Y la ciudad? Parece un perenne 9 de abril. Un viaje al mercado para llenar su nevera de libidinoso hombre de libros sin hembra, se presta para una buñuelesca escena en la que a una señora un raponero le roba un zarcillo, circunstancia que aprovecha otra dama para llevarse un jamón de su carrito de mercado. Un mendigo sin manos se lleva media docena de latas de melocotones en almíbar, perdiendo en la fuga su certificado de leproso. Un celador aprovecha para robarse una lata de galletas, que se mete bajo la ruana. Todo esto viene después de que Escobar, en la puerta de su edificio, presencia cómo una señora coge a golpes con sus zapatos de punta los testículos de un ladrón caído en el asfalto. Escobar se burla de los poetas comprometidos y de la poesía en general, pero cuando un grupo guerrillero maoísta lo conmina a escribir para el pueblo, emprende un poema épico, «La Bogoteida», del que caben citar estos versos y el comentario que los acompaña:

 «Ciudad arriñonada que se extiende,
 de norte a sur quemando la pradera,
 devorando el paisaje: cual se tiende
 negra morcilla en verde ensaladera...».

 Pero ese no era el tono épico: arriñonada, ensaladera. «Imágenes grotescas y prosaicas. ¿Pero qué puede ser más prosaico y grotesco que la ciudad de Bogotá? Una ciudad renegrida, reblandecida, informe, pululante de gente, como una gruesa morcilla purpúrea cubierta de insectos, bruñida de grasa, goteante, rellena de sabe Dios qué porquerías, sí: de sangre putrefacta. Ciudad hedionda a manteca recocinada de fritangas de esquina, manando humores turbios, rezumando coágulos de podredumbre sobre el espejo verde y tierno de la sabana, envenenándola».
 Abundan pasajes como este que recuerdan a Céline y son la obvia visión escatológica de un hombre obsesionado por el hecho de orinar y que continuamente revela una solapada y violenta misoginia.
 Las mejores partes del libro son las que tratan sobre la familia de Escobar, «que se confunde con la historia del país». Sobre todo las delirantes reuniones presididas por la madre, doña Leonorcita -Escobar se preocupa si su tensión baja heredada de ella es lo que hace indiferente y por lo tanto cínico- en las que participan, además del tío Foción, los infaltables aduladores de la anciana, monseñor Boterito Jaramillo, con su cáncer en la lengua -en el ano tal vez habría sido más apropiado, dadas sus inclinaciones sexuales-, el sirvientero Ernestico Espinosa -que termina de amante de Henna- y Ricardito Patiño, autor de un soneto al Partenón y perfumado ejemplar de la poesía oficial -los comprometidos son todos mantecos.
 Este libro amargo, chistoso en muchas partes, bien escrito, dará mucho de qué hablar por su terrorismo verbal, pero no es la novela bogotana -la capital todavía espera a su novelista- y ni siquiera es una buena novela. La parte literaria es verbosa, los diálogos sosos y repetitivos y no siempre divertidos. Es un libro que hubiera sido mucho más fuerte con menos palabras, es decir, un libro que cae en lo que más critica, en la retórica. Y el odio que destila, a veces es sólo un asco pequeño burgués. Estamos ante un émulo de Vargas Vila... y ante una novela fallida que se desinfla bajo su propio peso a medida que avanza su lectura.

 Escobar es simplemente otro «hombre-libro» latinoamericano, un Oblomov criollo que nada quiere hacer, un nihilista cuya cultura llena de huecos lo lleva a deformar la realidad, a favor de una visión amarillista y expresionista de la vida, pero ni siquiera él merece la muerte por equivocación que le depara el sanguinario coronel Buendía, un desigual duelo de generosas y justas proyecciones literarias que tal vez redime la novela para muchos. Ojalá que así sea y que yo me equivoque, que esto no sea una desigual ensalada localista, de difícil comprensión para los extraños y tal vez irritante para los nativos, que el autor condena en su totalidad a un infierno vulgar y maloliente. El público, como siempre, ¡tiene la palabra!
 Nicolás Suescún


 «Sin remedio» relata la paradójica trayectoria de un hombre de treinta y un años, vástago de una de esas familias rectoras de los destinos del país, que cree -partiendo de una equivocación- que Rimbaud a la misma edad ya había muerto en un hospital en Marsella. El, Ignacio Escobar, también quiere ser escritor, quiere perpetuarse en las letras rápidamente, pero se debate entre su madre -una mujer viuda rodeada de calanchines de toda naturaleza-, el sexo de sus amigas y conocidas -no puede ver unas faldas porque se arrastra tras ellas- y sus amigos -pequeño-burgueses radicalizados- como él los llama.
 Contada con un verismo brutal, termina por dejar a un lado el lenguaje literario -tal vez nunca lo tuvo- y opta por el descarnado y procaz de la vida cotidiana, el lenguaje degradado de quien redujo su expresión a unos cuantos calificativos, a unas pocas expresiones vulgares, a mínimas fórmulas de un lenguaje artrítico de izquierda. Y este lenguaje va creando paulatinamente un ambiente enrarecido, denso, en el que se mueven todos los personajes con bastante fluidez. Un lenguaje pobre, que termina negándose a sí mismo en su miseria, como ocurre con cada uno de los protagonistas, incluido el mismo Ignacio Escobar.
 Historia lineal, sin sobresaltos de ninguna naturaleza, Caballero renuncia también a la elaboración literaria pues ésta se sucede día a día, agobiados todos los personajes, pero especialmente Escobar, por las mismas angustias, idénticos sinsabores y frustraciones similares.
 Solitario incomprendido, el protagonista se perfila, a medida que avanza la narración, en un consolador de mujeres, en un confesor, un paño de lágrimas, cuya retribución es la seducción. «Cuénteme», así se inician todos esos episodios que aparecen varias veces en una repetición incesante de un mismo acontecer, de una misma circunstancia, donde apenas se altera un poco el escenario, pero los personajes son los mismos. Porque, además desde un comienzo se puede prever cada uno de esos episodios. Y en ese sentido, la novela pierde un poco de fuerza e interés, pues a semejanza de ciertos géneros literarios, los episodios intermedios son fácilmente predecibles. Al menos en lo que concierne a las relaciones íntimas del protagonista. No ocurre, sin embargo, lo mismo con los derroteros que asumirá la trayectoria de Escobar que va deslizándose, paulatinamente, hacia un corredor sin salida.
 Pero esta historia es aprovechada por el autor para presentar un retrato esperpéntico de Bogotá, de Santa Fe gris y lluviosa que se disuelve en su propia mezquindad. En varias oportunidades Escobar se pregunta si no es posible que exista un mundo sin Bogotá, pero la terca realidad se niega a retirarse, se empecina en estar ahí y servir de escenario y, a veces, de protagonista de los acontecimientos relatados.
 Indudablemente una atmósfera como la retratada por estas páginas se encuentra a diario en esta lúgubre ciudad y son muchos, muchísimos -tal vez- los habitantes que pueden verse en esos espejos que Antonio Caballero pone ante los lectores.
 Parece ser, entonces, que, ante el empecinamiento de ciertos autores, una corriente se abre camino en nuestro mínimo escenario literario: escribir no acerca de un personaje de ficción, resultado de un elaborado proceso creativo, sino de una figura extraída del acontecer diario, con el cual -seguramente- se ha compartido mucho, y endilgarle a este unos cuantos vicios, algunos parientes y amigos, varios acontecimientos, y hacer de eso un libro. Y si la vida no puede consistir en eso, «en fabricar pedazos de poemas de pedazos de vida», seguramente la literatura tampoco.
 Conrado Zuluaga

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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