(PRINCIPIOS NOCTURNOS. Fragmento. Novela. Ganadora del III Premio nacional de narrativa Alberto Cañas, 2020).
"...¡Pero no es novela! Han hecho creer a los ilusos que es novela y los ilusos desean creerlo. Además, es demasiada aburrida. Detendré el tiempo para explicarle —dijo Belfegor, ahora malhumorado.
Y el marqués infernal, mariscal de campo e inspector de los ejércitos diabólicos, inspirador de las artes liberales, señor de los Nigromantes, en un acto de furia literaria por las palabras del ministro de Cultura, detuvo el tiempo y dijo:
—Siré, le explicaré. Pero, antes, le consulto: ¿Ya va entendiendo del juego?
—¿Cuál juego? —pregunté, aterrado, al ver cómo Belfegor detenía en una imagen holográfica en tercera dimensión la actividad en la embajada.
—Ah, ah, ah, hum, no se preocupe por mis hermanos; ellos no se van a enterar. Todo sigue su curso normal; en un nonasegundo, su sire y yo hablaremos. Podría alargar nuestra charla por veinticuatro horas terrenales sin que nadie se entere. Continúo, su señor. Entonces, ¿va entendiendo el juego? Pues, el juego está en: primero, el autobombo; todo es el juego del autobombo, aprovechar cualquier mecanismo publicitario para hacerse oír. Segundo, buscar promotores del autobombo: “Vos alabás lo que yo escribo y decís que soy un genio literario”.
—Siempre será sospechoso cualquier comentario que un amigo haga a la labor de otro amigo; es cierto.
—Es así de sencillo. El poeta Pepe González alaba hasta la saciedad a Antonio Jiménez, porque este último, a su vez, alaba en los periódicos a González —sentenció Belfegor—. Pero, aquí no terminan la envidia y la soberbia de estos grupos. Como apunté: la envidia y el servilismo pululan en el ambiente. ¿Ve a ese escritor un poco pudendo que habla con una mujer?
—¿Con la mujer de vestido blanco?
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—La misma. Pues, ese escritor posee mucho poder en Costa Rica. Es otro Horacio Guerra.
—¿Escribe muy bien?
—Noooo... Aunque, se parece en lo macabro y solo promociona a su grupo literario. Le encanta el ninguneo, como a Pepe González y a Antonio Jiménez. Para él y su grupo, solo son válidas sus reglas y sus conceptos literarios. El que no sigue sus pasos, está perdido; se le cerrarán las puertas en las editoriales. ¡Ah y, aunque es narrador, alaba como en un oratorio a Pepe González! ¡Todos entre ellos se alaban! Y, por supuesto, entre ellos tienen a sus perros falderos.
—¿Perros falderos?
—Pues, sí. Son escritores muy inferiores, demasiado inferiores, incluso inferiores a González, Jiménez y este narrador de capillas, Rubén Garrido, el que está con la mujer de blanco. Ya está en su sangre la verborrea. Y también existen otros perros falderos, que son los periodistas. Solo publicarán en las páginas culturales a sus amigotes escritores, apoyan sin importar si merecen que se les publique y se les haga tanto despliegue periodístico.
—Pero, excelencia, este tipo de comportamiento también se da en México y en Argentina y en cualquier país.
—Es cierto. Sin embargo, en este país se hace en manera enfermiza y lacerante, una y otra vez, desde siempre. El caos es mucho mayor aquí. Yo diría que se hace... ¿Cómo decirlo?... —Belfegor dejó caer el monóculo en su pecho y abrió con desparpajo su ojo, que brilló más que nunca: rojo, encendido, chispeante. Y, al hablar, numerosas y diminutas chispas saltaban de su ojo al monóculo, que parecía un pequeño sol—. Pues, en este país, todo se hace en forma demasiado evidente y vulgar.
—Y, aquí, ¿ningunean?".
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