miércoles, 16 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.


(En la gráfica: Adolfo Bioy Casares).
Miércoles 9 de noviembre de 1966. Clase Nº 11

El movimiento romántico. Vida de James Macpherson.                                         La invención de Ossian. Opiniones sobre Ossian.                                        Polémica con Johnson. Reivindicación de Macpherson


Esta clase va a durar diez minutos menos que las anteriores, por-que he prometido dar una conferencia sobre Víctor Hugo. De modo que les pido disculpas a ustedes, y hablaremos hoy, preci-samente, del movimiento romántico, que es el movimiento en el cual tuvo tanta parte Víctor Hugo.
El movimiento romántico es acaso el más importante que re-gistra la historia de la literatura, quizá porque no sólo fue un es-tilo literario, porque no sólo inauguró un estilo literario, sino un estilo vital. En el siglo pasado tuvimos a Zola,  el naturalista. Y Emile Zola, el naturalista, es inconcebible sin Hugo, el románti-co. Luego, aún ahora tenemos personas que son nacionalistas o comunistas y lo son de un modo romántico, aunque prefieran alegar razones de orden económico-social, o de lo que fuera. He dicho que hay un estilo de vida romántico. Por ejemplo, un ca-so famoso sería el de Lord Byron.  La poesía de Byron ha sido —injustamente a mi entender— excluida de una famosa antolo-gía de la poesía inglesa publicada hace unos años. Pero Byron si-gue representando uno de los tipos románticos. Byron, que va a Grecia a morir por la libertad de ese país oprimido entonces por los turcos. Y tenemos poetas de destino romántico, uno de los poetas máximos de la lengua inglesa, Keats,  que muere tubercu-loso. Diríase que la muerte joven es parte del destino romántico. Ahora bien, ¿cómo definir el Romanticismo? La definición es difícil, precisamente porque todos sabemos de qué se trata. Si yo digo "neorromántico", ustedes saben precisamente lo que quie-ro decir, lo mismo que si hablo del sabor del café o del sabor del vino: saben exactamente a qué me refiero, aunque no podría de-finirlo, sería imposible hacerlo sin recurrir a una metáfora.
Yo diría, sin embargo, que el sentimiento romántico es un sentimiento agudo y patético del tiempo, unas horas de delecta-ción amorosa, la idea de que todo pasa, un sentimiento más pro-fundo de los otoños, de los crepúsculos de la tarde, del pasaje de nuestras propias vidas. Hay una obra de filosofía histórica muy importante, La decadencia de Occidente, del filósofo prusiano Spengler,  y en este libro, que se escribió durante los trágicos años de la Primera Guerra Mundial, Spengler enumera los gran-des poetas románticos de Europa.  Y en esa lista, que abarcará una línea en la que figuran Hölderlin,  Goethe, Hugo, Byron, Wordsworth, el que encabeza la lista es James Macpherson,  un poeta casi olvidado. Acaso alguno de ustedes oye su nombre por primera vez. Pero todo el movimiento romántico es inconcebi-ble, impensable, sin James Macpherson. El destino de Macpher-son es un destino muy curioso, un destino de hombre que deli-beradamente se borra para la mayor gloria de su patria, Escocia.
Macpherson nace en los Highlands de Escocia, en las Tierras Altas de Escocia, en las serranías de Escocia, el año 1736, y mue-re el año 1796. Ahora, la fecha oficial del movimiento románti-co en Inglaterra es el año 1798, es decir, es posterior en dos años a la muerte de Macpherson. Y para Francia, la fecha oficial sería el año 1830, el año de la "bataille de Hernani", el año en que hu-bo aquella ruidosa polémica entre los partidarios del drama Her-nani de Hugo y sus adversarios. Y así el Romanticismo empieza en Escocia y llega después a Inglaterra —donde había sido pre-figurado, pero sólo prefigurado por el poeta Gray,  autor de la "Elegía compuesta en un cementerio de aldea"  admirablemen-te traducida al español por el argentino Miralla.  Luego llega a Alemania por obra de Herder.  Luego se difunde por toda Eu-ropa y llega asaz tardíamente a España. Casi podríamos decir que España, un país que figura tanto en la imaginación de los poetas románticos de otros países, produjo un solo poeta esen-cialmente romántico, los otros son más bien oradores por escri-to. Este al que me refiero es, naturalmente, Gustavo Adolfo Béc-quer, discípulo del gran poeta judeo-alemán Heine.  Y no discí-pulo de toda la obra de Heine, sino de los comienzos, del Lyris-ches Intermezzo, "Intermedio lírico", de Heine.
Pero volvamos ahora a Macpherson. El padre de Macpher-son era granjero, era de origen humilde, y la familia, según pare-ce, no era de origen celta sino de origen inglés, diríamos sajón. Aún ahora en Escocia a los ingleses los llaman despectivos y burlones "los sajones" Esta palabra es común en el lenguaje oral de Escocia y de Irlanda también.
Macpherson nace y se cría en un lugar agreste al norte de Es-cocia, donde se hablaba aún un idioma gaélico, es decir un idio-ma celta, afín naturalmente al galés, al irlandés y a la lengua bre-tona que llevaron a Bretaña —llamada antes Armórica— los bri-tanos que se refugiaron de las invasiones sajonas del siglo V. Por eso se habla aún ahora de Gran Bretaña, para distinguirla de la pequeña Bretaña, de Francia. Y en Francia llaman Bretagne a aquella región del país en que se habla el idioma bretón, que se creyó afín a los patois durante algún tiempo, simplemente por-que como los franceses no entienden ninguno de los dos dedu-jeron que se trataba de idiomas parecidos, lo cual es parte de una profunda ideología.
Ahora bien, el conocimiento que tuvo Macpherson del idio-ma gaélico era un conocimiento oral. El no pudo leer nunca los manuscritos gaélicos, que usaban una escritura distinta. Podría-mos pensar en un correntino culto aquí, es decir un hombre que tiene un conocimiento oral del guaraní, pero que acaso no po-dría explicarnos muy bien las leyes gramaticales de ese idioma. Este Macpherson se educó en la escuela primaria de su pueblo, luego en la Universidad de Edimburgo. Había oído muchas ve-ces cantar a los bardos. No sé si he hablado ya de ellos. Ustedes saben que Escocia estaba dividida —y en cierto modo aún está—, dividida en clanes. Esto ha sido una lástima para la historia de Escocia, porque los escoceses se han encontrado luchando, no sólo contra los ingleses y los daneses, sino guerreando entre sí. Y así, quien ha recorrido Escocia, como yo, se ha sentido atraí-do por el espectáculo de pequeños castillos en lo alto de las lar-gas —más que altas— colinas de Escocia. Esas ruinas que se des-tacan contra un cielo de atardecer. Y digo atardecer porque hay regiones del norte de Escocia en las cuales aunque brille el sol —la palabra "brille" es un término raro aquí— hay desde el cre-púsculo de la mañana al crepúsculo de la tarde una luz semejan-te a la del atardecer, lo cual no deja de entristecer un poco al ex-tranjero.
Macpherson había oído a los bardos, y los grandes clanes de Escocia tenían bardos que estaban encargados de relatar la his-toria y las hazañas de la familia. Esos eran poetas, y cantaban na-turalmente en el idioma gaélico. Es parecida a la organización de la literatura que hubo en todos los países celtas. No sé si les dije que en Irlanda la carrera literaria duraba diez años. Uno tenía que pasar diez exámenes sucesivos. Al principio sólo podía usar metros sencillos, digamos el endecasílabo, y sólo podía tratar diez temas. Y luego, una vez dado el examen, que se daba oral-mente, en una habitación oscura, le daban el tema al poeta, el metro que debía usar, le llevaban alimento. Y al cabo de dos o tres días iban a interrogarlo y le permitían tratar otros temas y usar otros metros. Y al cabo de diez años un poeta llegaba al gra-do más alto, pero para llegar a él tenía que tener un conocimien-to cabal de la historia, de la mitología, de la jurisprudencia, de la medicina —que se entendía como la magia en aquellos días—, y recibía una pensión del gobierno. Usaba además un lenguaje tan recargado de metáforas, que sólo sus colegas podían entenderlo. Y tenía derecho a más provisiones, a más caballos, a más vacas que el rey de cada uno de los pequeños reinos de Irlanda o de Gales. Ahora, esta misma prosperidad de la orden de los poetas determinó su ruina. Porque según la leyenda, llegó la ocasión en que un rey tuvo que oír su alabanza, la pronunciaron dos de los poetas principales de Irlanda, y el rey no estaba versado en el es-tilo gongorino de los poetas, no entendió una sola palabra de la alabanza. Y decidió disolver la orden y los poetas quedaron en la calle. Pero en las grandes familias de Escocia se reanudó un grado un tanto inferior de esa orden: el grado de bardo. Y esto lo oyó James Macpherson cuando era muchacho. Y tendría unos veinte años cuando publicó un libro titulado Cantares heroicos de Escocia vertidos de la lengua gaélica a la lengua inglesa por James Macpherson .
Estos cantares tenían un carácter épico, y había ocurrido al-go que ahora no entendemos del todo y que tendré que explicar, pero algo fácilmente comprensible. En el siglo XVIII, y durante muchos siglos, se había pensado que Homero era indiscutible-mente el más grande de los poetas. Y a pesar de lo que dijo Aris-tóteles, se llegó a creer que el género literario de la Ilíada y la Odisea era el género superior. Es decir que un poeta épico era inevitablemente superior a un poeta lírico o a un poeta elegiaco. De modo que cuando los literatos de Edimburgo —Edimburgo era una ciudad no menos intelectual, y quizá más intelectual que Londres— supieron que Macpherson había recogido fragmen-tos épicos en las Tierras Altas de Escocia, esto los impresionó mucho. Porque les dejó entrever que existiera la posibilidad de una antigua epopeya, y esto daría a Escocia una primacía litera-ria sobre Inglaterra y sobre todas las otras regiones modernas de Europa. Y aquí interviene un personaje curioso, el Doctor Blair, autor de una retórica que ha sido traducida al español, y que an-da todavía por ahí. 
Blair leyó los fragmentos traducidos por Macpherson. No conocía el idioma gaélico, y entonces él y un grupo de caballe-ros escoceses le proveyeron de una suerte de beca a Macpherson para que recorriera las serranías de Escocia y recogiera antiguos manuscritos —él dijo que los había visto— y anotara además cantares de los bardos de las diversas grandes casas de Escocia. James Macpherson aceptó el encargo. Lo acompañó un amigo, un amigo más versado que él en el idioma gaélico, capaz de leer los manuscritos. Y al cabo de poco más de un año, Macpherson volvió a Edimburgo y publicó un poema llamado Fingal.  que atribuyó a Ossian, que es la forma escocesa del nombre irlandés Oísin, y Fingal, que es la forma escocesa del nombre irlandés Finn.
Naturalmente, los escoceses quisieron nacionalizar esas le-yendas que eran de origen irlandés. No sé si les he dicho que en la Edad Media la palabra "Scotus" significaba "irlandés", no "es-cocés". Y así tenemos al gran filósofo panteísta Escoto Erígena,  cuyo nombre significaba "Scotus", irlandés, y "Erígena", nacido en Erin, Irlanda. Es como si se llamara "Irlandés Irlandés". Aho-ra bien, lo que había hecho Macpherson era recoger fragmentos. Esos fragmentos pertenecían a ciclos distintos. Pero lo que él ne-cesitaba, lo que él quería para su querida patria Escocia era un poema, y así reunió esos fragmentos. Naturalmente, había que llenar intervalos, y él los llenó con versículos —después veremos por qué digo "versículos"— de su propia invención. Hay que advertir también que el concepto de traducción que rige ahora no es el que regía en el siglo XVIII. Por ejemplo, la Ilíada de Po-pe, que era considerada una versión ejemplar, es lo que hoy lla-maríamos una versión muy libre.
Entonces, Macpherson publica su libro en Edimburgo, y hu-biera podido hacer una traducción rimada, pero felizmente eli-gió una forma rítmica, basada en los versículos de la Biblia, so-bre todo los salmos. Hay una traducción española de Fingal pu-blicada en Barcelona que Macpherson atribuye a Ossian, hijo de Fingal. Y Macpherson representa a Ossian como a un viejo poe-ta ciego que canta en el castillo derruido de su padre. Y aquí ya tenemos el sentimiento del tiempo que es típico de los románti-cos. Porque en la Ilíada o en la Odisea, por ejemplo, o aun en la Eneida, que es una epopeya artificial, se siente el tiempo, pero no se siente que las cosas han ocurrido hace mucho tiempo, eso es lo típico del movimiento romántico. Hay unos versos de Wordsworth  que yo querría recordar aquí. El oye a una mu-chacha escocesa cantando —ya volveremos sobre estos versos— y se pregunta cuáles son los temas que está cantando y dice: "Es-tá cantando cosas desventuradas y antiguas, y batallas que ocu-rrieron hace mucho tiempo". Dice Spengler que el siglo XVIII fue el primero en que se construyeron ruinas artificiales, esas ruinas que vemos todavía en las márgenes de los lagos.  Y podríamos decir que una de esas ruinas artificiales fue el Fingal, atribuido a Ossian, de Macpherson.
Como Macpherson no quería que los personajes fueran ir-landeses, hizo de Fingal, padre de Ossian, rey de Morgen, que vendría a ser la costa septentrional y occidental de Escocia. Fin-gal sabe que Irlanda ha sido invadida por los daneses. Y enton-ces él acude a ayudar a los irlandeses, él los vence y vuelve. Si nosotros leyéramos ahora el poema, nos encontraríamos con mu-chas frases que pertenecen al dialecto poético del siglo XVIII. Pe-ro esas frases, naturalmente, pasarían inadvertidas entonces, y lo que se notaba eran lo que hoy llamaríamos "frases románticas". Por ejemplo, hay un sentimiento de la naturaleza, hay en el poe-ma una parte que habla de las neblinas azules de Escocia, se ha-bla de las montañas, de las selvas, de las tardes, de los crepúscu-los. Luego, las batallas no están descriptas de un modo circuns-tancial: se usan grandes metáforas, a la manera romántica. Si dos ejércitos entran en batalla, se habla de dos grandes ríos, de dos grandes cataratas que mezclan sus aguas. Y luego tenemos una escena como ésta: un rey entra en una asamblea. Ha resuelto li-brar batalla contra los daneses al día siguiente. Y entonces los otros comprenden la decisión que él ha tomado, antes que él di-ga una palabra, y el texto dice: "Vieron la batalla en sus ojos, la muerte de millares en su lanza" Y si no, se habla del rey que va de Escocia a Irlanda "alto en la proa de su nave" Y cuando se ha-bla del fuego se lo llama "rojo hilo del yunque", quizá con una reminiscencia lejana de las kennings.
Ahora, este poema se apoderó de la imaginación de Europa. Y podrían enumerarse centenares de admiradores. Pero voy a mencionar a dos asaz inesperados. Uno de ellos fue Goethe. Si ustedes no encuentran una versión del Fingal de Macpherson, pueden encontrar la traducción de dos o tres páginas en esa no-vela ejemplar del romanticismo que se llama Los pesares del jo-ven Wertber,  traducidas literalmente del inglés al alemán por Goethe. Y Werther, protagonista de esta novela, dice: "Ossian —no diría Macpherson, naturalmente— ha desplazado a Home-ro en mi corazón". Hay una palabra en Tácito, una palabra —no recuerdo cuál en este momento— que se refiere a los cantares militares de los germanos.  Y en aquel tiempo se confundía a los germanos con los celtas, sus enemigos. De modo que toda Euro-pa se sintió heredera de ese poema, toda Europa, y no sólo Es-cocia. Y el otro inesperado admirador de Ossian fue Napoleón Bonaparte. Un erudito italiano, el abate Cesarotti, había vertido al italiano el Ossian de Macpherson.  Y sabemos que Napoleón llevó consigo en todas sus campañas, del sur de Francia a Rusia, un ejemplar del Ossian de Cesarotti. Y en las arengas de Napo-león a sus soldados, en esas arengas que precedieron las victorias de Jena, de Austerlitz y la derrota final de Waterloo, se han ad-vertido ecos del estilo de Macpherson. Bástenos con estos dos ilustres y tan diversos admiradores. 
En Inglaterra, en cambio, la reacción fue un poco distinta, o del todo, por obra del Doctor [Samuel] Johnson. El Doctor Johnson despreciaba y odiaba a los escoceses, aunque su biógra-fo James Boswell era escocés. [Johnson] era además un hombre de gustos clásicos. Y a él tenía que molestarle sobremanera la idea de que Escocia, hacia el siglo VI o VII, hubiera producido una larga epopeya. Además, sin duda Johnson sintió la amenaza que había para la literatura clásica que él reverenciaba en esta obra nueva en que ya estaba de pleno el movimiento romántico. Boswell registra una conversación entre Johnson y el doctor Blair: Blair le dijo que no cabía duda alguna sobre lo antiguo de este texto, y le dijo: ¿Cree usted que muchos jóvenes de nuestro tiempo serían capaces de escribir un poema como éste? Y John-son le contestó: "Sí señor —muy gravemente dijo—, muchos hombres, muchas mujeres y muchos niños" Además, Johnson esgrimió otro argumento no menos grave. El argumento es que Macpherson decía que ese poema era una traducción literal de manuscritos antiguos, y le dijo que mostrara esos manuscritos.
Según algunos biógrafos de Macpherson, éste trató de con-seguirlos o publicarlos de alguna manera. La polémica entre Johnson y Macpherson siguió encendida como nunca. Macpher-son llegó a publicar un libro para probar la semejanza entre su poema y los textos. Pero sea como fuere, Macpherson fue acusa-do de falsario. Y sin duda, si esto no se hubiese hecho, no vería-mos hoy en él a un gran poeta. Pasó Macpherson el resto de su vida prometiendo la publicación de los manuscritos. Llegó a un punto tal que propuso publicar los originales pero en griego. Es-to, por supuesto, era una manera de ganar tiempo, que es lo que él trataba de hacer.
Actualmente no nos interesa que el poema sea o no apócri-fo, sino el hecho de que en él ya está prefigurado el movimiento romántico. Hay sin embargo una polémica entre Johnson y Macpherson que sigue viva. Existe un intercambio de corres-pondencia bastante nutrido entre ambos. Pero pese a Johnson, el estilo de Macpherson, del Ossian de Macpherson, cundió por toda Europa y con él se inaugura el movimiento romántico, en él ya está dado el movimiento romántico. En Inglaterra tenemos un poeta, Gray, que escribe una elegía dedicada a los muertos anónimos de un cementerio. En Gray encontramos ya el tono melancólico del romanticismo [también] en el libro Reliquias de antigua poesía.  En él hay traducciones de romances y baladas escocesas, y un prólogo extenso en el que se reivindica el hecho de que la poesía es obra del pueblo. Esta obra del obispo Percy es importante por su valor intrínseco y porque inspira un libro de Herder, Voces del pueblo,  en el que hay, ya no sólo cantares de Escocia, sino Lieder alemanes, baladas tradicionales, etc. Con él ya se extiende a Alemania la búsqueda de las "creaciones del pueblo", como lo evidencia el título del libro.
Hemos de ver que sin Macpherson y estas elegías del obispo Percy, el movimiento romántico se hubiera dado —era casi po-dríamos decir un algo histórico— pero con características muy distintas. Además, hemos de hacer notar que a nadie se le ocu-rrió que la cuestión podía referirse a Macpherson, y que éste, co-mo autor del poema, se había mostrado originalísimo. La versi-ficación que emplea no es tal, sino una prosa rítmica no usada nunca en obra original alguna anterior a él. Así que por sólo es-te hecho podemos considerarlo un precursor de Whitman y de cuanto escritor ha trabajado y escrito en verso libre. Jamás hu-biera podido darse tal como se dio el libro Leaves of Grass de Whitman, con el estilo que emplea, sin el aporte originalísimo de Macpherson.
Y si hay un rasgo noble que debemos tener en cuenta al juz-gar a Macpherson, es que él nunca quiso ser considerado poeta, que él lo que quiso fue sacrificarse a la mayor gloria de Escocia, que sacrificó la fama y renunció al título de poeta por eso. Sabe-mos, además, que escribió una gran cantidad de poesías y que las destruyó por notarlas semejantes a los bardos de Escocia, sin ser como la de ellos. Así que a esa producción propia renunció tam-bién.
Veremos en la próxima clase cómo continuó el Romanticis-mo, ya en otro país, Inglaterra.

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