CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
martes, 15 de noviembre de 2016
BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.
Lunes 7 de noviembre de 1966. Clase Nº 10
Samuel Johnson visto por Boswell.
El arte de la biografía. Boswell y sus críticos.
El doctor Johnson había llegado ya a los cincuenta años de edad. Había publicado su diccionario, por el que ganó mil quinientas libras esterlinas —que luego se hicieron mil seiscientas ya que los editores decidieron darle cien más al final del trabajo— y su actividad decreció. Publicó luego su edición de Shakespeare, que en realidad completó a causa de que los editores ya habían reci-bido el pago de los suscriptores, por lo que era necesario que tal edición se completara. Por lo demás, el doctor Johnson se dedi-có a la conversación.
Fue por ese tiempo que la Universidad de Oxford, en la que no había podido recibirse, decidió otorgarle el grado de Doctor "Honoris Causa". Fundó un club, que presidía dictatorialmente, según consta en la biografía de James Boswell, y luego de la pu-blicación del diccionario se encontró famoso, conocido, pero no rico. Así que su vida transcurrió por un tiempo en la pobreza, en la que vivía "with pride of literature", con orgullo de la literatu-ra. Pero según el relato de Boswell, parece que exageró la nota. Tenía en realidad una cierta tendencia a la haraganería, de modo que durante un tiempo vivió casi sin hacer nada, una vez publi-cado el diccionario, sin duda trabajando en la edición de Shakes-peare que mencionamos. Lo cierto es que tenía, a pesar de sus numerosas obras, una tendencia natural a la haraganería. De he-cho, prefería conversar a escribir. Así que únicamente trabajó en esa edición de Shakespeare, que fue una de sus últimas obras, porque le llegaron quejas y luego sátiras, y esto lo decidió a completar la obra, sobre el hecho de que los suscriptores ya ha-bían pagado.
Johnson tenía un especial temperamento. Durante un tiem-po le interesó vivamente el tema de los fantasmas. Y tanto lo in-teresó que dedicó algunas noches a pasarlas en una casa desierta para ver si podía encontrar alguno. Parece que no lo logró. Hay un pasaje famoso del escritor escocés Thomas Carlyle, creo que está en su Sartor Resartus —el nombre quiere decir "el sastre re-mendado, el sastre zurcido", ya veremos por qué—, en el cual él habla de Johnson, dice que Johnson quería ver un fantasma. Y Carlyle se pregunta: "¿Qué es un fantasma? Un fantasma es un espíritu que ha tomado forma corporal y que aparece un tiempo entre los hombres". Y luego agrega Carlyle: "¿Cómo no se le ocurrió a Johnson, ante el espectáculo de las multitudes huma-nas que él amaba tanto en las calles de Londres, que si un fantas-ma es un espíritu que ha tomado durante un breve lapso de tiem-po una forma corporal, cómo no se le ocurrió que esas muche-dumbres de Londres eran fantasmas, y que él mismo era un fan-tasma? ¿Qué es cada hombre sino un espíritu que ha tomado una breve forma corporal y que luego desaparece? ¿Qué son los hombres sino fantasmas?"
Fue por ese tiempo que el gobierno tory, conservador, y no whig, liberal, decidió reconocer la importancia de Johnson y acordó otorgarle una pensión. Y el conde de Bute fue comisio-nado para tratar del asunto con Johnson. Y esto fue así, ya que no se animaban a otorgársela directamente debido a la fama de Johnson y a sus múltiples declaraciones sobre pensiones y otras cosas de esta índole. Tanto es así que era famosa su definición de una pensión, que aparece en el diccionario, según la cual una pensión es una suma periódica recibida por un mercenario del Estado, generalmente por haber traicionado a su patria. Y como Johnson era un hombre muy violento, no se animaban a otor-garle la pensión sin haberlo consultado con él. Corría la leyen-da, o la historia, de que Johnson había tenido una discusión con un librero y lo había derribado de un golpe, dado no con un bas-tón sino con un volumen, con un infolio, lo cual hace más lite-raria la anécdota y atestigua además la fuerza de Johnson, ya que los infolios supongo que son de difícil manejo, sobre todo para el caso de una pelea.
Johnson accedió, digamos, a una entrevista con el primer mi-nistro, el cual entonces, con sumo tacto, lo sondeó sobre el tema y le aseguró que le otorgarían esa pensión —que era de trescien-tas libras esterlinas al año, suma considerable para esa época— y no por lo que haría —eso significaba que el Estado no lo com-praba a Johnson— sino por lo que había hecho. Y Johnson agra-deció el honor y, más o menos, dio a entender que podían otor-garle esa pensión sin temor de una reacción áspera de su parte. No sé si recordé o no que a Kipling le ofrecerían siglos después ser poeta laureado, y que Kipling no quiso serlo aunque era ami-go personal del rey. Dijo que el aceptar ese honor trabaría su li-bertad para criticar al gobierno cuando éste obrara mal. Además Kipling pensó, sin duda, que no agregaba nada a su fama litera-ria el ser nombrado poeta laureado. Johnson aceptó la pensión, lo cual provocó numerosas sátiras. Nadie dejó de recordar su de-finición de una pensión, y más tarde en una librería ocurrió algo que sin duda no fue importante para él en el momento. General-mente los hechos importantes de nuestras vidas son triviales cuando ocurren. Llegan a ser importantes después.
Estaba pues en una librería cuando encontró a un joven, Ja-mes Boswell. Este joven había nacido en Edimburgo en el año 1740 y moriría el año 1795. Era hijo de un juez. En Escocia los jueces tenían derecho al título de Lord y podían elegir el lugar de donde querían ser Lords. Ahora, el padre de Boswell tenía un pequeño castillo en ruinas. Escocia abunda en castillos en ruinas, castillos pobres situados en lo alto de las Highlands, de las tie-rras altas de Escocia, y a diferencia de los castillos del Rhin, que dan idea de una vida opulenta, de pequeñas cortes más o menos fastuosas, éstos no, dan la impresión de una vida de batallas, de duras batallas con los ingleses. El castillo se llamaba Auchinleck. El padre de Boswell era, por consiguiente, Lord Auchinleck y así también el hijo. Pero no era un título, digamos, originario, de nacimiento, sino un título judicial. Ahora, aunque Boswell era inclinado a las letras, sus padres quisieron destinarlo a la aboga-cía. Él estudió en Edimburgo y luego, durante más de dos años, en la Universidad de Utretcht, en Holanda. Esto era también de las costumbres de la época: estudiar en varias universidades, en las Islas Británicas y en el continente. Diríase que Boswell había presentido su destino. Así como Milton supo que sería un poe-ta antes de haber escrito una sola línea, Boswell siempre sintió que él sería biógrafo de algún hombre ilustre de la época. Y así visitó a Voltaire, trató de acercarse a los hombres ilustres de la época. Visitó a Voltaire en Berna, en Suiza, se hizo amigo de Jean Jacques Rousseau —se hizo amigo por quince o veinte días, por-que Rousseau era un hombre de pésimo genio— y luego se hizo amigo de un general italiano, Paoli, de Córcega. Y cuando vol-vió a Inglaterra escribió un libro sobre Córcega y, en una fiesta que se dio en Stratford upon Avon para celebrar el aniversario del nacimiento de Shakespeare, se presentó vestido como aldea-no de Córcega. Y para que la gente lo reconociera como autor del libro sobre Córcega, llevaba un cartel en el sombrero en el que había escrito "Corsica's Boswell", "Boswell el de Córcega", y esto lo sabemos por su testimonio y por el testimonio de sus contemporáneos.
Johnson sentía una animadversión especial contra los esco-ceses, de modo que el hecho de que le presentaran al joven Bos-well como escocés no actuó en su favor. No recuerdo en este momento el nombre del dueño de la librería, pero sé que un amigo de Johnson —y que lo fue después de Boswell— dijo que no podía imaginar nada más humillante para el hombre que el hecho de que ese librero le diera una palmada en el hombro. Desde luego que esto no ocurrió durante la primera entrevista: Johnson no hubiera permitido que lo palmearan tampoco. Y Johnson habló mal de Escocia, y luego se quejó de su amigo Ga-rrick, el famoso actor David Garrick,y dijo que Garrick le había negado unas entradas para una señora amiga de él. Estaba repre-sentando una pieza, no sé cuál, de Shakespeare. Y entonces Bos-well dijo: "No puedo creer que Garrick obrara de un modo tan mezquino". Ahora, Johnson hablaba mal de Garrick, pero no permitía que otros lo hicieran. Es un privilegio que él se reserva-ba dada la estrecha amistad que los unía a los dos. Y entonces le dijo [a Boswell]: "Señor, he conocido a Garrick desde la infan-cia, y no permito que se haga ninguna observación contra él", aunque él [mismo] acababa de hacerla. Y Boswell tuvo que pe-dirle disculpas. Y luego Johnson se fue, sin saber que había ocu-rrido algo muy importante para él, algo que determinaría su fa-ma más que su diccionario, más que Raselas, más que la tragedia Irene, más que su traducción de Juvenal, más que sus periódicos. Boswell se quejó un poco del modo duro en que lo había trata-do Johnson, pero el otro le juró que los modales de Johnson eran bruscos, y que él creía que Boswell podía aventurarse a un se-gundo encuentro con Johnson. Naturalmente, no había teléfo-nos entonces, las visitas se anunciaban. Pero Boswell dejó pasar tres o cuatro días y luego se presentó en casa de Johnson y éste lo recibió bien.
Ahora, ocurre algo muy extraño con Boswell, algo que ha si-do interpretado de dos modos diversos. Voy a tomar las dos opi-niones extremas: la del ensayista e historiador inglés Macaulay, que escribió al promediar el siglo XIX, y la de Bernard Shaw, escrita, creo, hacia 1915 o algo así. Luego hay toda una gama de juicios intermedios entre los dos. Dice Macaulay que la primacía de Homero como poeta épico, de Shakespeare como poeta dra-mático, de Demóstenes como orador, de Cervantes como nove-lista, no es menos indiscutible que la primacía de Boswell como biógrafo. Y luego dice que estos diversos nombres eminentes de-bieron su eminencia a su talento o a su genio, y que lo extraño de Boswell es que él debe su primacía como biógrafo a su insen-satez, a su inconsciencia, a su vanidad y a su imbecilidad. Luego cita una serie de casos en los cuales Boswell aparece como un personaje ridículo. Dice que si a cualquier otra persona le hubie-ran ocurrido las cosas que le ocurrieron a Boswell, hubiera que-rido que lo tragase la tierra. En cambio, Boswell se dedicó a pu-blicar estos hechos. Por ejemplo, un desaire que le hizo una du-quesa en Inglaterra, el hecho de que todos los miembros del club al cual llegó a pertenecer creían que no podía existir una perso-na menos inteligente que Boswell. Pero Macaulay olvida que de-bemos la narración de casi todos estos hechos al mismo Boswell. Además, yo creo a priori que una persona de escasas luces pue-de escribir un buen verso. Yo he conocido poetas, "de cuyo nombre no quiero acordarme", que eran personas extraordina-riamente vulgares y aun triviales fuera de su poesía, pero estaban lo bastante bien informadas para saber que un poeta debe exhi-bir sentimientos delicados, debe mostrar una noble melancolía en sus poemas, debe limitarse a cierto vocabulario. Y entonces esas personas eran, fuera de su obra, algunos unos compadres deshechos, por decir la verdad, pero cuando escribían lo hacían con decoro porque habían aprendido el oficio. Ahora, creo que esto puede darse en el caso de una composición breve —un ton-to puede decir una frase ingeniosa—, pero parece muy raro que un tonto pueda escribir una biografía admirable de setecientas u ochocientas páginas a pesar de ser tonto o, según Macaulay, por el hecho de ser tonto.
Y ahora veamos la opinión contraria, que es la opinión de Bernard Shaw. Bernard Shaw, en alguno de sus largos y agudos prólogos, dice que él ha heredado una sucesión apostólica de au-tor dramático, que esa sucesión le viene desde los trágicos grie-gos, desde Esquilo, Sófocles, desde Eurípides, y luego pasa por Shakespeare, por Marlowe. Dice que en realidad él no es mejor que Shakespeare, que si él hubiera vivido en el siglo de Shakes-peare no hubiera escrito obras mejores que Hamlet o Macbeth, que él ahora puede hacerlo, porque a él lo carga Shakespeare, porque él ha leído mejores autores que Shakespeare. Pero antes ha mencionado otros autores dramáticos, autores un poco ines-perados en ese catálogo. Tenemos, dice, a los cuatro evangelistas, esos cuatro grandes autores dramáticos que crearon el persona-je de Cristo. Antes habíamos tenido a Platón, que creó el perso-naje de Sócrates. Luego tenemos a Boswell, que creó el persona-je de Johnson. "Y luego, ahora, me tienen a mí, que he creado tantos personajes que no vale la pena enumerarlos, la lista sería casi infinita además de ser demasiado conocida." "En fin —di-ce—, yo heredo esa sucesión apostólica que empieza con Esqui-lo y que termina en mí y que sin duda proseguirá." De manera que aquí tenemos estas dos opiniones extremas: una, la de que Boswell fue un imbécil que tuvo la suerte de conocer a Johnson y de escribir su biografía —ésta es la de Macaulay—, y la otra, la contraria, la de Bernard Shaw, que dice que Johnson fue, además de sus méritos literarios, un personaje dramático creado por Boswell.
Sería muy raro que la verdad estuviera entre ambos extremos exactamente. Lugones, en el prólogo de El imperio jesuítico, di-ce que la gente suele decir que la verdad se halla en el medio de dos afirmaciones extremas, pero que sería muy raro que en una causa hubiera, digamos, un cincuenta por ciento a favor y un cincuenta por ciento en contra. Lo más natural es que haya un cincuenta y dos por ciento en contra y un cuarenta y ocho por ciento a favor, o lo que fuere. Y que esto puede aplicarse a toda guerra y a toda discusión. Es decir, siempre habrá un poco más de razón en un lado y un poco más de sinrazón en el otro, o lo que fuere.
Y ahora volvamos a la relación de Boswell y de Johnson. Johnson era un hombre famoso, era un dictador de las letras in-glesas, y al mismo tiempo era un hombre que adolecía de sole-dad, como muchos hombres famosos. Además, Boswell era un muchacho joven, tenía veintitantos años. Johnson era de origen humilde, su padre era un librero en un pequeño pueblo de Staf-fordshire. Y el otro era un joven aristócrata. Es decir, es sabido que a los hombres de cierta edad los rejuvenece la compañía de los jóvenes. Johnson era, además, una persona extremadamente desastrada: se vestía de cualquier modo, sus modales eran into-lerables, comía con glotonería. Cuando comía se le hinchaban las venas de la frente, emitía toda clase de gruñidos al comer, no contestaba las preguntas que le hacían, apartaba así con las ma-nos a una señora que le preguntaba algo y gruñía mientras tan-to, se ponía a rezar en medio de una reunión. Pero sabía que to-do le iba a ser tolerado, porque era un personaje. Sin embargo, Boswell se hizo amigo de él. Boswell no lo contradecía, escucha-ba con reverencia sus opiniones. Es verdad que a veces Boswell lo fastidiaba con preguntas de difícil contestación. Le pregunta-ba, por ejemplo, para saber qué contestaría el doctor Johnson: "¿Qué haría usted si estuviese encerrado en una torre con un ni-ño recién nacido?" Por supuesto, Johnson le contestaba: "No pienso contestar una inepcia como ésa". Y Boswell anotaba esa contestación, iba a su casa y la escribía. Pero al cabo de unos dos o tres meses de amistad, Boswell decidió ir a Holanda a prose-guir sus estudios jurídicos. Y entonces Johnson, que se había apegado a Londres; Johnson, que dijo: "Cuando un hombre di-ce que está cansado de Londres, lo que quiere decir es que está cansado de la vida"; Johnson acompañó a Boswell hasta el puer-to. Creo que es unas millas al sur de Londres. Es decir que so-portó el largo y entonces penoso viaje en diligencia, y Boswell dice que se quedó en el puerto viendo cómo se alejaba el velero y diciéndole adiós con la mano. Y no se verían hasta unos dos o tres años después. Ya Boswell, después de su fracaso con Voltai-re, de su fracaso con Rousseau, de su éxito, que no podía ser muy grande, con Paoli —porque Paoli no era un personaje muy importante— pensó dedicarse a ser el biógrafo de Johnson.
Johnson dedicó sus últimos años —creo que lo hemos dicho ya— a la conversación. Pero antes publicó unas Vidas, que él es-cribió, de los poetas ingleses. Entre éstas hay una de fácil adqui-sición que les recomiendo a ustedes: la Vida de Milton. Está es-crita sin ninguna reverencia por Milton. Milton era republicano, ya había participado en las campañas contra los reyes. Johnson, en cambio, era un ferviente defensor de la monarquía y un leal súbdito de los reyes de Inglaterra. Ahora, en esas Vidas hay ele-mentos realmente interesantes. Además, podemos encontrar en ellas detalles que no eran usuales entonces. Por ejemplo, John-son escribió la vida del famoso poeta Alexander Pope. Tuvo ver-daderos manuscritos, no como los de Valéry. Lo que me cuen-tan del pobre Valéry es que en sus últimos años no era un hom-bre rico, y se dedicó a fabricar falsos manuscritos. Es decir, él es-cribía un poema, ponía un adjetivo cualquiera y luego lo tacha-ba y ponía el adjetivo definitivo. Pero el adjetivo que figuraba como primero, él lo había inventado después para corregirlo y llegar al bueno. O a la vez vendía manuscritos en los cuales ha-bía variado algunas palabras y no las había corregido para que quedaran como borradores suyos. Y éstos los vendía después. En cambio Johnson poseía, como dije, verdaderos manuscritos de Pope, con correcciones. Y es curioso ver cómo Pope a veces empieza usando un epíteto poético. Dice, por ejemplo, "la pla-teada luz de la luna", y luego dice "los pastores bendicen la pla-teada luz de la luna". Y luego, en lugar de "plateada", pone un epíteto deliberadamente prosaico: "the useful light", "la útil luz". Todo esto lo conserva Johnson en sus biografías, y ade-más algunas son tan buenas como para tomarse por ejemplo. Pe-ro Boswell pensó diferente. Estas biografías de Johnson eran bastante breves. Pero Boswell concibió la idea de una biografía extensa, una biografía en la que estuviera registrada, además, la conversación de Johnson, a quien él veía un par de veces por se-mana y a veces más. La Vida del Doctor Johnson , por Boswell, ha sido comparada a menudo con las Conversaciones con Goet-he, de Eckermann, libro que a mi ver no es comparable, a pesar de que ha sido alabado por Nietszche como el mejor libro en lengua alemana que se ha escrito. Y es que Eckermann era un hombre de escasas luces que sentía gran reverencia por Goethe, que hablaba con él "ex cathedra". Eckermann muy pocas veces se anima a contradecir lo que decía Goethe, y luego iba a su ca-sa y lo escribía. Y el libro tiene algo de catecismo. Es decir, Ec-kermann pregunta, Goethe habla, el otro registra lo que Goethe ha dicho. Pero este libro —que es muy interesante, ya que a Goethe le interesaban tantas cosas, podemos decir que le intere-saba el Universo—, este libro no es una obra dramática; Ecker-mann casi no existe, salvo como una especie de máquina que re-gistra lo que Goethe ha dicho. De él mismo no sabemos nada, nada de su carácter —sin duda lo tuvo, pero esto no se deduce del libro, esto no se infiere del libro—. En cambio, lo que pla-neó, en todo caso lo que ejecutó Boswell fue algo completamen-te distinto: fue hacer de la biografía de Johnson una obra dramá-tica con diversos personajes. Ahí está Reynolds, ahí está Goldsmith, algunas veces los integrantes del cenáculo, o como diríamos ahora, de la peña de la que Johnson era líder. Y éstos aparecen y actúan como los personajes de una comedia. Esto es, tienen su carácter propio. Y ante todo el Doctor Johnson, que es presentado de una manera a veces ridícula pero siempre queri-ble. Esto es lo que ocurre con el personaje de Cervantes, el Qui-jote, un personaje a veces ridículo y siempre querible, sobre to-do en la segunda parte, cuando el autor ha aprendido a conocer lo que su personaje es, y ha olvidado su propósito primitivo de ridiculizar las novelas de caballería. Esto es cierto, porque a me-dida que los escritores van desarrollando a sus personajes, los van conociendo mejor. De manera que así tenemos nosotros a un personaje a veces ridículo, pero que puede ser grave y de pro-fundos pensamientos, y que sobre todo es uno de los personajes más queribles de la historia. Y podemos decir de la historia, por-que Quijote es más real para nosotros que el propio Cervantes, según lo han sostenido Unamuno y tantos otros. Y como he di-cho, esto sucede sobre todo en la segunda parte, cuando el autor ha olvidado aquella intención que era simplemente escribir una sátira contra los libros de caballería. Luego, como sucede con to-do libro extenso, el autor acaba por identificarse con el héroe. Es necesario que lo haga para insuflarle su vida, para darle vida. Y al final Don Quijote es un personaje un poco ridículo, pero tam-bién un caballero digno de nuestro aprecio, de nuestra lástima a veces, pero siempre querible. Y esta misma sensación es la que nos da la imagen del Doctor Johnson que nos presenta Boswell, con su aspecto grotesco, sus brazos largos, su aspecto desastra-do. Pero es querible.
Es notable también su odio por los escoceses, que el escocés Boswell hace notar. No sé si les he dicho que existe una diferen-cia fundamental en la manera en que piensan escoceses e ingleses. El escocés suele ser, quizá por obra de las muchas discusiones teológicas que [los escoceses] han sostenido, mucho más intelec-tual, más razonador. El inglés es impulsivo, no necesita teorías para su conducta. En cambio, los escoceses tienden a ser harto más pensadores y razonadores. En fin, hay muchas diferencias.
Volvamos entonces a Johnson. Las obras de Johnson son de valor literario, pero como ocurre muchas veces, conociendo a la persona, apreciándola, se tienen muchos más deseos de leer la obra. Por eso conviene leer la biografía de Boswell antes de leer la obra de Johnson. Además, el libro es de muy fácil lectura. Creo que la casa Calpe ha sacado una edición que, si bien no es-tá completa, trae los suficientes fragmentos como para conocer la obra. O si no, de todas maneras, yo les aconsejaría a ustedes que leyeran esa u otra edición. O si quieren leerlo en inglés, el original de la obra de Boswell es un libro de muy fácil lectura, y que no requiere además una lectura sucesiva, cronológica. Es un libro que uno puede abrir en cualquier página con la seguridad de que seguirá leyendo treinta o cuarenta más, todo es muy fácil de seguir.
Ahora, de la misma manera en que hemos visto ese parecido con el Quijote que Johnson tiene, tenemos que pensar que así como Sancho es el compañero al que alguna vez el Quijote mal-trata, así vemos a Boswell con respecto al Doctor Johnson: un poco tonto y fiel compañero. Y luego hay personajes que sirven para hacer destacar la personalidad de los héroes. Es decir, que muchas veces los autores necesitan de un personaje que sirva de marco y contraste a las hazañas del héroe. Y así es Sancho, y ese personaje en la obra de Boswell es el propio Boswell. Es decir, Boswell aparece como un personaje deleznable. Pero a mí me parece imposible que Boswell no se haya dado cuenta de esto. Y esto hace ver que Boswell se había puesto como contraste del Doctor Johnson. Además, el hecho de que el mismo Boswell cuente anécdotas en las cuales él queda en ridículo, hace que él no quede del todo en ridículo, ya que si él las escribió no fue porque no se diera cuenta, sino porque se dio cuenta de la im-portancia de esa anécdota para hacer resaltar a Johnson.
Hay una escuela filosófica hindú que dice que nosotros no somos actores de nuestra vida, que somos espectadores, y lo ilustra con la metáfora del bailarín. Ahora quizá sería mejor de-cir del actor. Es decir que un espectador ve a un bailarín o a un actor, o si ustedes prefieren, lee una novela, y acaba identificán-dose con ese personaje que está siempre ante sus ojos. Y lo mis-mo dijeron esos pensadores hindúes anteriores al siglo V de nuestra era. Lo mismo nos sucede a nosotros. Yo, por ejemplo, he nacido el mismo día que nació Jorge Luis Borges, exactamen-te. Yo lo he visto a él en algunas situaciones a veces ridículas, a veces patéticas. Y, como lo he tenido siempre ante los ojos, me he identificado con él. Es decir, según esta teoría, el yo sería do-ble: hay un yo profundo, y este yo está identificado —pero se-parado— con el otro. Ahora, no sé cuál es la experiencia que ten-drán ustedes, pero a mí me ha pasado a veces, sobre todo en dos momentos distintos: en momentos en que me ha ocurrido algo muy bueno, y en momentos, sobre todo, en que me ha ocurrido algo muy malo. Y durante unos segundos he sentido: "¿Pero qué me importa a mí todo esto? Todo esto es como si le sucediese a otro". Es decir, he sentido que hay algo profundo en mí que es-taba ajeno a esto. Y esto sin duda lo sintió Shakespeare también, porque en una de sus comedias hay un soldado, un soldado co-barde, el miles gloriosus de la comedia latina. Ese hombre es un fanfarrón, hace creer a otros que ha obrado como un valiente, lo ascienden, lo hacen capitán. Luego se descubre su embuste, y en-tonces a la vista de toda la tropa le arrancan sus insignias, lo de-gradan. Y entonces él se queda solo y dice: "No seré capitán, pe-ro ¿acaso por eso dejaré de comer, de beber y de dormir como antes?" "No seré capitán" simplemente "the thing I am shall make me live", "la cosa que soy me hará vivir". Es decir, él sien-te que más allá de las circunstancias, más allá de la cobardía, de la humillación, él es otra cosa, esa especie de fuerza que está en nosotros, lo que Spinoza llamaría "Dios", lo que Schopenhauer llamaría "la voluntad", lo que Bernard Shaw llamaría "la fuerza vital" y Bergson el "élan vital" Y creo que esto sucedió con Boswell también.
O quizá Boswell sintió simplemente la necesidad estética de que para resaltar más a Johnson hubiera a su lado un personaje que fuera lo contrario. Algo así como en las novelas de Conan Doyle el mediocre Doctor Watson hace resaltar al brillante Sher-lock Holmes. Y él se dio a sí mismo el papel ridículo, y esto lo mantiene a lo largo de todo el libro. Y sentimos sin embargo, de igual manera que lo sentimos al leer las novelas de Conan Doy-le, sentimos que una amistad sincera une a los dos. Y es natural, como he dicho, que fuera así, ya que Johnson era un hombre cé-lebre y solo, y desde ya que le gustaba sentir a su lado la amis-tad de ese hombre mucho más joven que lo admiraba de un mo-do tan evidente. Hay otro problema que se plantea aquí, no re-cuerdo si ya he aludido a él antes, y es la razón que llevó a John-son a dedicar sus últimos años casi íntegramente a la conversa-ción. Johnson casi dejó de escribir, fuera de esa edición de Sha-kespeare, que tuvo que hacer porque los editores la reclamaban. Ahora, esto podría explicarse de un modo. Esto podría explicar-se porque Johnson sabía que le gustaba conversar, porque John-son sabía que la flor de su conversación, lo mejor de su conver-sación sería recogido por Boswell. Al mismo tiempo, si nosotros suponemos que Boswell le mostró a Johnson alguna vez el ma-nuscrito, ya la obra perdería mucho. Tenemos que aceptar el he-cho, verdadero o no, de que Johnson ignoraba esto. Pero esto explicaría el silencio de Johnson, el hecho de que Johnson supie-ra que lo dicho por él no se perdía. Ahora, Wood Krutch, un crítico norteamericano, se ha preguntado si el libro de Boswell reproduce exactamente las conversaciones de Johnson, y llega a la conclusión, de carácter muy verosímil, de que no reproduce la conversación de Johnson al modo en que pudieran hacerlo un taquígrafo, una cinta o lo que fuere, pero que da el efecto de la conversación de Johnson. Es decir, es muy posible que Johnson no fuera siempre tan epigramático ni tan ingenioso como lo pre-senta la obra, pero sin duda, después de las reuniones del club, el recuerdo que los interlocutores conservaban era ése. Hay frases, desde luego, que parecen amonedadas por Johnson.
Alguien le dijo a Johnson que no podía concebirse una vida más miserable que la vida de los marineros. Que ver un barco de guerra, ver a los marineros hacinados, azotados a veces, era ver el nadir, era ver lo más hondo de la condición humana. Y enton-ces Johnson le dijo: "La profesión de los soldados y de los ma-rineros tiene la dignidad del peligro. Todo hombre se avergüen-za de no haber estado en el mar o en una batalla.” Esto condice con la valentía que sentimos en el Doctor Johnson. Y sentencias como ésta se encuentran casi en cada página de la obra. Vuelvo a recomendarles a ustedes que lean el libro de Boswell. Ahora, se ha dicho que el libro abunda en hard words, en dictionary words, en palabras difíciles, de diccionario. Pero no hay que olvidar que las que son palabras difíciles para los ingleses son palabras fáci-les para nosotros, porque son palabras intelectuales de origen la-tino. En cambio, según he dicho más de una vez, las palabras co-munes del inglés, las palabras de un niño, de un campesino, de un pescador, son las de origen germánico, sajón. De modo que un libro como el de Gibbon, por ejemplo, la Historia de la des-trucción y caída del Imperio Romano, o las obras de Johnson, o la biografía de Boswell, o en general los libros del siglo XVIII, o cualquier obra intelectual inglesa actual, digamos la obra de Toynbee, por ejemplo, abundan en "hard words", en palabras difíciles para los ingleses, que exigen alguna cultura de parte del lector, pero que son muy fáciles para nosotros porque son pala-bras latinas, es decir, españolas.
En la próxima clase hablaremos de James Macpherson, de sus polémicas con Johnson y del origen del movimiento román-tico, que surge, no debemos olvidarlo, en Escocia, antes de dar-se en ningún otro país de Europa.
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