miércoles, 30 de marzo de 2016

Jorge Luis Borges:HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 311 EL PROVEEDOR DE INIQUIDADES.MONK EASTMAN LOS DE ESTA AMÉRICA


HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 311
EL PROVEEDOR DE INIQUIDADES.MONK EASTMAN
LOS DE ESTA AMÉRICA

Perfilados bien por un fondo de paredes celestes o de cielo alto,
dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre
zapatos de. mujer un baile gravísimo, que es el de los cuchillos
parejos, hasta que de una oreja.salta un clavel porque el cuchillo
ha entrado en un hombre, que cierra con su muerte horizontal
el baile sin música. Resignado, el otro se acomoda el chambergo
y consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio. Ésa
es la historia detallada y total de nuestro malevaje. La de los
hombres de pelea en Nueva York es más vertiginosa y más torpe.
LOS DE LA OTRA
La historia de las bandas de Nueva York (revelada en 1928 por
Herbert Asbury en un decoroso volumen de cuatrocientas páginas
en octavo) tiene la confusión y la crueldad de las cosmogonías
bárbaras, y mucho de su ineptitud gigantesca; sótanos de
antiguas cervecerías habilitadas para conventillos de negros, una
raquítica Nueva York de tres pisos, bandas de forajidos como los
Ángeles del Pantano (Swamp Angels) que merodeaban entre laberintos
de cloacas, bandas de forajidos como los Daybreak Boys
(Muchachos del Alba) que reclutaban asesinos precoces de diez y
once años, gigantes solitarios y descarados corno los Galerudos
Fieros (Plug Uglies) que procuraban la inverosímil risa del prójimo
con un firme sombrero de copa lleno de lana y los vastos faldones
de las camisa ondeados por el viento del arrabal, pero con
un garrote en la diestra y un pistolón profundo; bandas de, forajidos
como los Conejos Muertos (Dead Rahbits) que entraban
en batalla bajo la enseña de un conejo muerto en un palo; hombres
como Johnny Dolan el Dandy, famoso por el rulo aceitado
sobre la frente, por los bastones con cabeza de. mono y por el fino
apara tito de cobre que solía calzarse en el pulgar para vaciar los
ojos del adversario; hombres como Kit Burns, capaz de decapitar,
de un solo mordisco una rata viva; hombres como Blind Danny
Lyons, muchacho rubio de ojos muertos inmensos, rufián de tres
rameras que circulaban con orgullo por él; filas de casas de farol
colorado, como las dirigidas por siete hermanas de New England,
312 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
que destinaban las ganancias de Nochebuena a la caridad; reñideros
de ratas famélicas y de perros; casas de juego chinas; mujeres
como la repetida viuda Red Norah, amada y ostentada por todos
los varones que dirigieron la banda de los Gophers; mujeres como
Lizzie the Dove, que se enlutó cuando lo ejecutaron a Danny
Lyons y murió degollada por Gentle Maggie, que le discutió la
antigua pasión del hombre muerto y ciego; motines como el de
una semana salvaje de 1865, que incendiaron cien edificios y por
poco se adueñan de la ciudad; combates callejeros en los que el
hombre se perdía como en el mar porque lo pisoteaban hasta la
muerte; ladrones y envenadores de caballos como Yoske Nigger —
tejen esa caótica historia. Su héroe más famoso es Edward Delaney,
alias William Delaney, alias Joseph Marvin, alias Joseph
Morris, alias Monk Eastman, jefe de mil doscientos hombres.
EL HÉROE
Esas fintas graduales (penosas como un juego de caretas que
no se sabe bien cuál es cuál) omiten su nombre verdadero — si
es que nos atrevemos a pensar que hay tal cosa en el mundo.
Lo cierto es que en el Registro Civil de Williamsburg, Brooklyn,
el nombre es Edward Ostermann, americanizado en Eastman
después. Cosa extraña, ese malevo tormentoso era hebreo. Era
hijo de un patrón de restaurant de los que anuncian Kosher, donde
varones de rabínicas barbas pueden asimilar sin peligro la
carne desangrada y tres veces limpia de terneras degolladas con
rectitud. A los diecinueve años, hacia 1892, abrió con el auxilio
de su padre una pajarería. Curiosear el vivir de los animales, contemplar
sus pequeñas decisiones y su inescrutable inocencia, fue
una pasión que lo acompañó hasta el final. En ulteriores épocas
de esplendor, cuando rehusaba con desdén los cigarros de hoja
de los pecosos sachems de Tammany o visitaba los mejores prostíbulos
en un coche automóvil precoz, que parecía el hijo natural
de una góndola, abrió un segundo y falso comercio, que hospedaba
cien gatos finos y más de cuatrocientas palomas —que no
estaban en venta para cualquiera. Los quería individualmente y
solía recorrer a pie su distrito con un gato feliz en el brazo, y
otros que lo seguían con ambición-
Era un hombre ruinoso y monumental. El pescuezo era corto,
como de toro, el pecho inexpugnable, los brazos peleadores y
largos, la nariz rota, la cara aunque historiada de cicatrices menos
importante que el cuerpo, las piernas chuecas como de jinete
o de marinero. Podía prescindir de camisa como también
de saco, pero no de una galerita rabona sobre la ciclópea cabeza.
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 313
Los hombres cuidan su memoria. Físicamente, el pistolero convencional
de los films es un remedo suyo, no del epiceno y fofo
Capone. De Wolheim dicen que lo emplearon en Hollywood porque
sus rasgos aludían directamente a los del deplorado Monk
Eastman. . . Éste salía a recorrer su imperio forajido con una
paloma de plumaje azul en el hombro, igual que un toro con
un benteveo en el lomo.
Hacia 1894 abundaban los salones de bailes públicos en la ciudad
de Nueva York. Eastman fue el encargado en uno de ellos
de mantener el orden. La leyenda refiere que el empresario no lo
quiso atender y que Monk demostró su capacidad, demoliendo
con fragor el par de gigantes que detentaban el empleo. Lo
ejerció hasta 1899, temido y solo.
Por cada pendenciero que serenaba, hacía con el cuchillo una
marca en el brutal garrote. Cierta noche, una calva resplandeciente
que se inclinaba sobre un bock de cerveza le llamó la atención,
y la desmayó de un mazazo. "¡Me faltaba una marca para
cincuenta!", exclamó después.
EL MANDO
Desde 1899 Eastman no era sólo famoso. Era caudillo electoral
de una zona importante, y cobraba fuertes subsidios de las casas de
farol colorado, de los garitos, de las pindongas callejeras y los
ladrones de ese sórdido feudo. Los comités lo consultaban para
organizar fechorías, y los particulares también. He aquí sus honorarios:
15 dólares una oreja arrancada, 19 una pierna rota, 25
un balazo en una pierna, 25 una puñalada, 100 el negocio entero.
A veces, para no perder la costumbre, Eastman ejecutaba personalmente
una comisión.
Una cuestión de límites (sutil y malhumorada como las otras
que posterga el derecho internacional) lo puso en frente de Paul
Kelly, famoso capitán de otra banda. Balazos y entreveros de las
patrullas habían determinado un confín. Eastman lo atravesó un
amanecer y lo acometieron cinco hombres. Con esos brazos vertiginosos
de mono y con la cachiporra hizo rodar a tres, pero le
metieron dos balas en el abdomen y lo abandonaron por muerto.
Eastman se sujetó la herida caliente con el pulgar y el índice y
caminó con pasos de borracho hasta el hospital. La vida, la alta
fiebre y la muerte se lo disputaron varias semanas, pero sus labios
no se rebajaron a delatar a nadie. Cuando salió, la guerra era
un hecho y floreció en continuos tiroteos hasta el diecinueve de
agosto del novecientos tres.
314 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
LA BATALLA DE RIVINGTON
Unos cien héroes vagamente distintos de las fotografías que
estarán desvaneciéndose en los prontuarios, unos cien héroes saturados
de humo de tabaco y de alcohol, unos cien héroes de
sombrero de paja con cinta de colores, unos cien héroes afectados
quien más quien menos de enfermedades vergonzosas, de caries,
de dolencias de las vías respiratorias o del riñon, unos cien héroes
tan insignificantes o espléndidos como los de Troya o Junín,
libraron ese renegrido hecho de armas en la sombra de los arcos
del Elevated. La causa fue el tributo exigido por los pistoleros de
Kelly al empresario de una casa de juego, compadre de Monk
Eastman. Uno de los pistoleros fue muerto,, y. el tiroteo consiguiente
creció a batalla de incqntados revólveres. Desde el amparo
de los altos pilares hombres de rasurado mentón tiraban silenciosos,
y eran el centro de un despavorido horizonte de coches
de alquiler cargados de impacientes refuerzos, con artillería Golt
en los puños. ¿Qué sintieron los protagonistas de esa batalla?
Primero (creo) la brutal convicción de que el estrépito insensato
de cien revólveres los iba a aniquilar en .seguida; segundo (creo)
la no menos errónea seguridad de que si la descarga inicial no
los derribó, eran invulnerables. Lo cierto es que pelearon con fervor,
parapetados por el hierro y la noche. Dos veces intervino la
policía y dos la rechazaron. A. la primer vislumbre del amanecer
el combate murió, como si fuera obsceno o espectral. Debajo de
los grandes arcos de ingeniería quedaron siete heridos dé gravedad,
cuatro cadáveres y una paloma muerta.
LOS CRUJIDOS
Los políticos parroquiales, a. cuyo servicio estaba Monk Eastman,
siempre desmintieron públicamente que hubiera tales bandas,
p aclararon que se trataba-de meras sociedades recreativas.
La indiscreta,batalla de Rivipgton los alarmó. Citaron a los dos
capitanes para intimarles la necesidad de una tregua. Kelly (buen,
sabedor de que los políticos eran más aptos que todos los revólveres
Goll para entorpecer la acción policial) dijo acto continuo que
sí; Eastman (con la soberbia de su gran cuerpo bruto) ansiaba
más detonaciones y más refriegas. Empezó por rehusar y tuvieron
que amenazarlo con la prisión. Al fin los dos ilustres malevos
conferenciaron en un bar, cada uno con un cigarro de hoja en
la boca, la diestra en el revólver, y su vigilante nube de pistoleros
alrededor. Arribaron a una decisión muy americana: confiar
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 31'5
a un match de box la disputa. Kelly era un boxeador habilísimo.
El duelo se realizó en un galpón y fue estrafalario. Ciento cuarenta
espectadores lo vieron, entre compadres de galera torcida y mujeres
de frágil peinado monumental. Duró dos horas y terminó
en completa extenuación. A la semana chisporrotearon los tiroteos.
Monk fue arrestado, por enésima vez. Los protectores se distrajeron
de él con alivio; el juez le vaticinó, con toda verdad, diez
años de cárcel.
EASTMAN CONTRA ALEMANIA
Cuando el todavía perplejo Monk salió de Sing $ing, los mil
doscientos forajidos de su comando estaban desbandados. No los
supo juntar y se resignó a operar por su cuenta. El ocho de setiembre
de 1917 promovió un desorden en la vía pública. El
nueve, resolvió participar en otro desorden y se alistó en un
regimiento de infantería.
Sabemos varios rasgos de su campaña. Sabemos que desaprobó
con fervor la captura de prisioneros y que una vez (con la sola
culata del fusil) impidió esa práctica deplorable. Sabemos que
logró evadirse del hospital para volver a las trincheras. Sabemos
que se distinguió en los combates cerca de Montfaucon. Sabemos
que después opinó que muchos bailecitos del Bowery eran más
bravos que la guerra europea.
EL MISTERIOSO, LÓGICO FIN
El veinticinco de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk Eastman
amaneció en una de las calles céntrales de Nueva York. Había
recibido cinco balazos. Desconocedor feliz de la muerte, un gato
de lo más ordinario lo rondaba con cierta perplejidad

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