Lope de Rueda (España, 1510 - 1565) fue uno de los primeros actores profesionales españoles. Además, fue un dramaturgo de gran versatilidad que escribió comedias, farsas y pasos (o entremeses). Se le considera el precursor del Siglo de Oro del teatro comercial en España.
En un principio trabajó como batihoja, pero posteriormente se consagró íntegramente al teatro, siendo no sólo dramaturgo, sino también actor y director. Su actividad teatral que se conoce con certeza cubriría un lapso de tiempo de veinticinco años: desde 1540 hasta 1565, fecha en la que murió en Córdoba.
Fuente: N.N.
Comedia.
Por ser una comedia de pequeña extensión las transcribimos en su totalidad.
J.Méndez-Limbrick.
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Comedia Eufemia
Lope de Rueda
[Nota preliminar: Edición digital a partir de Las quatro comedias y dos coloquios pastoriles del excellente poeta y gracioso representante Lope de Rueda [...], Valencia, 1567; y cotejada con las ediciones críticas de Ángeles Cardona de Gibert (Barcelona, Bruguera, 1967), José Moreno Villa (Madrid, Espasa-Calpe, 1934), Fernando González Ollé (Salamanca, Anaya, 1967) y Alfredo Hermenegildo (Madrid, Taurus, 1985 y Madrid, Cátedra, 2001).]
Epístola satisfactoria de Joan de Timoneda al prudente lector
Viniéndome a las manos, amantísimo lector, las comedias del excelente poeta y gracioso representante Lope de Rueda, me vino a la memoria el deseo y afectación que algunos amigos y señores míos tenían de vellas en la provechosa y artificial emprenta. Por do me dispuse (con toda la vigilancia que fue posible) ponellas en orden y sometellas bajo la corrección de la sancta madre iglesia. De las cuales por este respecto se han quitado algunas cosas no lícitas y mal sonantes, que algunos en vida de Lope habrán oído. Por tanto miren que no soy de culpar, que mi buena intención es la que me salva. Et vale.
Comedia llamada Eufemia
Muy ejemplar y graciosa, agora nuevamente compuesta por Lope de Rueda, en la cual se introducen las personas abajo escritas:
PERSONAJES
LEONARDO, gentilhombre.
EUFEMIA, su hermana.
MELCHIOR ORTIZ, simple.
JIMENA DE PEÑALOSA, vieja.
PAULO, anciano, criado.
CRISTINA, criada de EUFEMIA.
VALIANO, señor de baronías.
VALLEJO, lacayo.
GITANA.
POLO, lacayo.
EULALLA, negra.
GRIMALDO, paje.
Autor que hace el introito.
En un lugar de la Calabria, auditores, hubo dos hermanos de ilustre sangre nascidos, un varón y una hembra. El varón, que Leonardo se llama, determinado de ver tierras estrañas, de Eufemia, su hermana, se despide. Donde, de lance en lance, en casa de Valiano, señor de baronías, viene a parar. El cual a Leonardo rescibe en su servicio y hace uno de los principales de su casa. Si escuchan el fin de nuestra poética fábula, verán por envidia urdido un caso asaz peligroso. Pero la divina Providencia, remediadora de semejantes tratos, da orden; de suerte que, estando en el mayor peligro de todo, acaba en fin próspero y alegre. Et valete.
Scena primera
LEONARDO, MELCHIOR ORTIZ, EUFEMIA, JIMENA DE PEÑALOSA y CRISTINA.
LEONARDO.- Larga, y en demasiada manera, me ha parescido la pasada noche. No sé si fue la ocasión el cuidado con que de madrugar me acosté. Sin duda debe de ser ansí, porque buen rato ha que Eufemia, mi querida hermana, con sus criadas siento hablar; que con el mismo pensamiento se fue a dormir, entendiendo de mí que no me pudo apartar de hacer esta jornada. Veréis que no sé si habrá tampoco hecho Melchior lo que anoche le dejé encomendado. ¡Melchior! ¡Ah, Melchior!
MELCHIOR.- Apriesa, apriesa, que se entran los moros por la villa. Henchí en mal punto el ringlón si queréis que responda.
LEONARDO.- ¡Melchior! ¡Válgale el diablo a este asno! ¿Y dónde está que no me oye?
MELCHIOR.- ¿Diz que no oigo? ¡Pardiez, que si yo quisiese antes que me llamase tengo oído! Mas, ¿qué monta? Que tan bien trabo yo de mis intereses como cualquier hombre de honra. A ese Melchior échele un soportativo, y verá cuán recio so con él.
LEONARDO.- Superlativo quieres decir, badajo.
MELCHIOR.- Sí, señor. Pues, ¿por qué nos barajamos el otro día Jimena de Peñalosa y yo?
LEONARDO.- No me acuerdo.
MELCHIOR.- ¿No se acuerda que nos medio apuñeteamos porque me dijo en mis barbas que era mejor alcurnea la de los Peñalosas que los Ortices?
LEONARDO.- Paresce que me voy acordando ya.
MELCHIOR.- ¡Ah, groria a Dios! Pues aquese Melchior apúntele con alguna cosita al prencepio, porque no vaya a secas, y verá lo que pasa.
LEONARDO.- ¡Ah, señor Melchior Ortiz!
MELCHIOR.- Agora soy contento. ¿Qué manda vuesa merced?
LEONARDO.- ¡Oh, mal os haga Dios, que tantos términos habemos de tener para que salgáis!
MELCHIOR.- Que no lo hago, en mi álima, sino porque sienta esta mala vieja que soy honrado en la boca de vuesa merced; que para mi contento con un «¿oyes?» me sobra tanto como la mar.
LEONARDO.- Pues, ¿qué se le da a ella de todo aqueso?
MELCHIOR.- Que dice ella que es mejor que mi madre, con no haber hombre ni mujer en todo mi pueblo qu'en abriendo la boca no diga más bien d'ella que las abejas del oso.
LEONARDO.- Aqueso de bienquista debe ser.
MELCHIOR.- Pues, ¿de qué? En verdad, señor, que no se ha hallado tras d'ella tan sola una máscula.
LEONARDO.- Mácula querrás decir.
MELCHIOR.- Mujer que todo el mundo la alaba, ¿no es harto, señor?
LEONARDO.- Pues no sé qué dicen por ahí de sus tramas.
MELCHIOR.- No hay qué decir. ¿Qué pueden decir? Que era un poco ladrona, como Dios y todo el mundo sabe, y algo deshonesta de su cuerpo; lo demás, no fuera ella... ¿Cómo llaman aquestas de cuero que hinchen de vino, señor?
LEONARDO.- Bota.
MELCHIOR.- ¿No le sabe vuesa merced otro nombre?
LEONARDO.- Borracha.
MELCHIOR.- Aqueso tenía también; que en es'otro así podían fiar d'ella oro sin cuento, como a una gata parida una vara de longaniza, o de mí una olla de puchas, que todo lo ponía en cobro.
LEONARDO.- Eso es manto a la madre. Y tu padre, ¿era oficial?
MELCHIOR.- Señor, miembro diz que fue de justicia en Constantina de la Sierra.
LEONARDO.- ¿Qué fue?
MELCHIOR.- Miente vuesa merced los cargos de un pueblo.
LEONARDO.- Corregidor.
MELCHIOR.- Más bajo un poquito.
LEONARDO.- Alguacil.
MELCHIOR.- No era para alguacil, qu'era tuerto.
LEONARDO.- Porquerón.
MELCHIOR.- No valía para correr, que le habían cortado un pie por justicia.
LEONARDO.- Escribano.
MELCHIOR.- En todo nuestro linaje no hubo hombre que supiese leer.
LEONARDO.- Pues, ¿qué oficio era el suyo?
MELCHIOR.- ¿Cómo les llaman ad aquestos que de un hombre hacen cuatro?
LEONARDO.- Bochines.
MELCHIOR.- Así, así; bochín, bochín, y perrero mayor de Constantina de la Sierra.
LEONARDO.- ¡Por cierto que sois hijo de honrado padre!
MELCHIOR.- Pues, ¿cómo dice la señora Peñalosa que puede ella vivir con mi zapato, siendo todos hijos de Adrián y Esteban?
LEONARDO.- Calla un poco, que tu señora sale, y éntrate.
EUFEMIA.- ¿Qué madrugada ha sido ésta, Leonardo, mi querido hermano?
LEONARDO.- Carísima Eufemia, querría, si Dios d'ello fuere servido, comenzar hoy mi viaje y encaminarme a aquellas partes que servido fuere.
EUFEMIA.- ¡Qué! ¿Todavía estás determinado de caminar sin saber a dó? ¡Cruel cosa es ésta! Mi hermano eres, pero no te entiendo. ¡Ay, sin ventura! Que cuando a pensar me pongo tu determinación y firme propósito, la muerte de nuestros carísimos padres se me representa. ¡Ay, hermano! Acordarte debrías que al tiempo que tu padre y mío murió, cuánto a ti d'él quedé encomendada por ser mujer y menor que tú. No hagas tal, hermano Leonardo; ten piedad de aquesta hermana desconsolada, que a ti con justísimas plegarias se encomienda.
LEONARDO.- Cara y amada Eufemia, no procures de estorbar con tus piadosas lágrimas lo que tantos días ha que tengo determinado, de lo cual sola la muerte sería parte para estorballo. Lo que suplicarte se me ofresce es que hagas aquello que las virtuosas y sabias doncellas que d'el amparo paterno han sido desposeídas y apartadas suelen hacer. No tengo más que avisarte, sino que doquiera que me hallare serás a menudo con mis letras visitada; y por agora, en tanto que yo me llego a oír una misa, harás a ese mozo lo que anoche le dejé mandado.
EUFEMIA.- Ve, hermano, en buena hora, y en tus oraciones pide a Dios que me preste aquel sufrimiento que para soportar tu ausencia me será conveniente.
LEONARDO.- Así lo haré. Queda con Dios.
EUFEMIA.- ¡Ortiz! ¡Ah, Melchior Ortiz!
MELCHIOR.- Señora. Tomado lo han a destajo esta mañana.
EUFEMIA.- Sal aquí, que eres de menester.
MELCHIOR.- Ya, ya; no me digáis más, que ya voy atinando lo que me quiere.
EUFEMIA.- Pues si lo sabéis, haceldo y despachá, que vuestro señor es ido a oír misa y será presto de vuelta.
MELCHIOR.- No sé por dónde me lo comience.
EUFEMIA.- Con tal que se haga todo, comenzá por do querréis.
MELCHIOR.- ¡Ora, sús! Ya voy: en el nombre de Dios...; mas, ¿sabe vuesa merced qué querría yo?
EUFEMIA- No, si no lo dices.
MELCHIOR.- Saber a lo que vo o a qué.
EUFEMIA.- ¿Qué te mandó tu señor anoche antes que se fuese acostar? ¿Oíslo, Jimena de Peñalosa?
JIMENA.- Mi ánima, entrañas de quien bien os quiere, ¡ay!, si he podido dormir una hora en toda esta noche.
EUFEMIA.- ¿Y de qué, ama?
JIMENA.- Moxquitos, que en mi conciencia unas herroñadas pegan, que malaño para abejón.
MELCHIOR.- Debe dormir la señora abierta la boca.
JIMENA.- Si duermo o no, ¿qué le va al gesto de renacuajo?
MELCHIOR.- ¿Cómo quiere la señora que no se peguen a ella los moxquitos, si de ocho días que tiene la semana se echa los nueve hecha cuba?
JIMENA.- ¡Ay, señora! ¿Paréscele a vuesa merced qué ha dejado decir ese cucharón de comer gachas en mitad de mi cara? ¡Ay! ¡Plegue a Dios que en agraz te vayas!
MELCHIOR.- ¿En agraz? A lo menos no le podrán comprehender a la señora esas maldiciones, aunque me perdone.
JIMENA.- ¿Por qué, molde de bodoques?
MELCHIOR.- ¿Cómo se puede la señora chupa de palmito ir en agraz, si a la contina está hecha uva?
JIMENA.- ¡A osadas, don mostrenco, si no me lo pagáredes!
MELCHIOR.- Pase adelante la cara de mula que tiene torozón.
JIMENA.- ¡Ay, señora! Déjeme vuesa merced llegar a ese pailón de coser meloja. ¿Paresce cuál me para el aguja de ensartar metalafes?
MELCHIOR.- Paramento de bodegón, allegá, allegá, cantón d'encrucijada, aparejo para cazar abejorucos.
EUFEMIA.- Paso, paso; ¿qu'es esto? ¿No ha de haber más crianza, siquiera por quien tenéis delante?
CRISTINA.- ¡Ay, señora mía! ¿Y no hay un palo para este lechonazo? Por mi salud, si no paresce que anda acá fuera algún juego de cañas, según el estruendo.
EUFEMIA.- Es verdad, que parescen contino estando juntos gato y perro.
CRISTINA.- Haría mejor a buena fe, señor Melchior Ortiz, de mirar por aquel cuartago que tres días ha que no se le cae la silla de encima.
MELCHIOR.- Mas me maravillo, hermana Cristina, de lo que dices. ¿Cómo demonio se le ha de caer, si está con la gurupera y con entrambas a dos las cinchas engarrotada?
EUFEMIA.- ¡Librada sea yo del que arriedro vaya! ¿Paréscete que es bien dejar el cuartago sin quitar la silla tres días ha? Ved con qué alientos estará para hacer jornada.
JIMENA.- Los recados del señor.
MELCHIOR.- ¿Qué recados? Si yo no le tuviera tan buena voluntad, ¿dejáralo estar ansí?
CRISTINA.- ¿Y paréscete a ti que procede de buen querer dejalle con la silla tres noches?
MELCHIOR.- Pardiez, hermana Cristina, que la verdad que te diga, yo no le deje dormir vestido sino porque s'alegrase con la silla y freno nuevo que tiene. Otro peor mal no tuviese, qu'es'otro bien le pasaría.
EUFEMIA.- ¡Ay, amarga! ¿Y qué?
MELCHIOR.- Que dende que señor vino antiyer del alquería, maldito el grano de cebada [que] él ha probado de todos cuantos piensos l'he puesto.
EUFEMIA.- ¡Jesús! ¡Dios sea conmigo! Pues, ¿agora lo dices? Corre, Cristina; mira si es verdá lo que éste dice.
MELCHIOR.- Verdad, señora, así como yo soy hijo de Grabiel Ortiz y Arias Carrasco, verdugo y perrero mayor de Constantina de la Sierra.
JIMENA.- Honrados ditados tenía el señor vuestro padre.
MELCHIOR.- Tal me haga Dios a mí, amén.
EUFEMIA.- Harto bien te deseas, por cierto.
MELCHIOR.- Señora, no s'engañe vuesa merced, que en ahorcando mi padre a cualquiera, no hablaba más el juez en ello que si nunca hubiera tocado en él.
CRISTINA.- ¡Ay, señora, qué desventura tan grande! Mire vuesa merced: ¿cómo había de comer el rocín con el freno y todo en la boca?
EUFEMIA.- ¿El freno?
MELCHIOR.- Sí, señora; el freno, el freno.
EUFEMIA.- Pues, ¿con el freno lo has dejado, traidor?
MELCHIOR.- Pues, ¿he yo de ser adevinador, o vengo yo de casta para ser tan mal criado como aqueso?
EUFEMIA.- Pues, ¿qué mala crianza era desenfrenar un rocín?
MELCHIOR.- Si l'enfrenó nostr'amo, ¿paréscele qu'era límite de buena crianza y diera buena cuenta de mí en deshacer lo que señor había hecho?
JIMENA.- La retórica como la quisiéredes, que respuesta no ha de faltar.
MELCHIOR.- ¿Retórica? Sabé que la mamé en la leche.
EUFEMIA.- ¿Tan sabia era su madre del señor?
MELCHIOR.- Pardiez, señora; las noches por la mayor parte, en levantándose de la mesa, no había pega ni tordo en gavia que tanto chirlatase.
CRISTINA.- ¡Ay, señora! Éntrese vuesa merced; remediarse ha lo que se pudiere, que ya mi señor dará vuelta y querrá luego partir.
EUFEMIA.- Bien has dicho; entremos.
JIMENA.- Pase delante el de los buenos recados.
MELCHIOR.- Vaya ella, la de las buenas veces.
Scena segunda
POLO, VALLEJO y GRIMALDO.
POLO.- A buen tiempo vengo, que ninguno de los que quedaron de venir han llegado; pero, ¿qué aprovecha, si yo por cumplir con la honra d'este desesperado de Vallejo he madrugado antes de la hora que limitamos? Catá qu'es cosa hazañosa la d'este hombre, que ningún día hay en toda la semana que no pone los lacayos de casa o parte d'ellos en revuelta. Mirá ora por qué diablos se envolvió con Grimaldicos el paje del Capiscol, siendo uno de los honrados mozos que hay en este pueblo. Hora yo tengo de ver cuánto tira su barra y a cuánto alcanza su ánimo, pues presume de tan valiente.
VALLEJO.- ¿Tal se ha de sufrir en el mundo? ¿Cómo se puede pasar una cosa como ésta, y más estando a la puerta del Aseo, donde tanta gente de lustre se suele llegar? ¿Hay tal cosa, que un rapaz descaradillo que ayer nasció se me quería venir a las barbas y que me digan a mí los lacayos de mi amo que calle, por ser el Capiscol, su señor, amigo de quien a mí me da de comer? Así podría yo andar desnudo o ir de aquí a Jerusalén los pies descalzos y con un sapo en la boca atravesado en los dientes, que tal negocio dejase de castigar. ([Aparte.] Acá está mi compañero.) ¡Ah, mi señor Polo! ¿Acaso ha venido alguno de aquellos hombrecillos?
POLO.- No he visto ninguno.
VALLEJO.- Bien está. Señor Polo, la merced que se me ha de hacer es que aunque vea copia de gente dobléis vuestra capa y os asentéis encima, y tengáis cuenta en los términos que llevo en mis pendencias; y si viéredes algunos muertos a mis pies, que no podrá ser menos, placiendo a la Majestad Divina, el ojo a la Justicia en tanto que yo me doy escapo.
POLO.- ¿Cómo? ¿Qué? ¿Tanto pecó aquel pobre mozo, que os habéis querido poner en necesidad a vos y a vuestros amigos?
VALLEJO.- ¿Más quiere vuesa merced, señor Polo, sino que llevando el rapaz la falda al Capiscol, su amo, al dar la vuelta tocarme con la contera en la faja de la capa de la librea? ¿A quién se le hubiera hecho semejante afrenta, que no tuviera ya docena y media de hombres puestos a hacer carne momia?
POLO.- ¿Por tan poca ocasión? ¡Válame Dios!
VALLEJO.- ¿Poca ocasión os paresce reírseme después en la cara como quien hace escarnio?
POLO.- Pues de verdad que es Grimaldicos un honrado mozo, y que me maravillo hacer tal cosa; pero él vendrá y dará su descargo, y vos, señor, le perdonaréis.
VALLEJO.- ¿Tal decís, señor Polo? Mas me pesa que me sois amigo, por dejaros decir semejante palabra. Si aqueste negocio yo agora perdonase, decime vos cuál queréis que esecute.
POLO.- Hablad paso, que veisle aquí do viene.
GRIMALDO.- Ea, gentiles hombres, tiempo es agora que se eche este negocio a una banda.
POLO.- Aquí estaba rogando al señor Vallejo que no pasase adelante este negocio, y halo tomado tan a pechos, que no basta razón con él.
GRIMALDO.- Hágase vuesa merced a una parte; veremos para cuánto es esa gallinilla.
POLO.- Ora, señores, óiganme una razón, y es que yo me quiero poner de por medio; veamos si me harán tan señalada merced los dos que no riñan por agora.
VALLEJO.- Así me podrían poner delante todas las piezas de artillería qu'están por defensa en todas las fronteras de Asia, África y en Europa, con el serpentino de bronce que en Cartagena está desterrado por su demasiada soberbia, y que volviesen agora a resucitar las lombardas de hierro colado con qu'el cristianísimo rey don Fernando ganó a Baza; y finalmente aquel tan nombrado Galeón de Portugal con toda la canalla que lo rige viniese, que todo lo que tengo dicho y mentado fuese bastante para mudarme de mi propósito.
POLO.- Por Dios, señor, que me habéis asombrado, y que no estaba aguardando sino cuando habíades de mezclar las galeras del Gran Turco con todas las demás que van de Levante a Poniente.
VALLEJO.- ¡Qué! ¿No las he mezclado? Pues yo las doy por emburulladas; vengan.
GRIMALDO.- Señor Polo, ¿para qué tanto almacén? Hágase a una banda y déjeme con ese ladrón.
VALLEJO.- ¿Quién es ladrón, babosillo?
GRIMALDO.- Tú lo eres; ¿hablo yo con otro alguno?
VALLEJO.- ¿Tal se ha de sufrir, que se ponga este desbarbadillo conmigo a tú por tú?
GRIMALDO.- Yo, liebre, no he menester barbas para una gallina como tú; antes con las tuyas, delante del señor Polo, pienso limpiar las suelas d'estos mis estivales.
VALLEJO.- ¡Las suelas, señor Polo! ¿Qué más podía decir aquel valerosísimo español Diego García de Paredes?
GRIMALDO.- ¿Conocístele tú, palabrero?
VALLEJO.- ¿Yo, rapagón? El campo de once a once que se hizo en el Piamonte, ¿quién lo acabó sino él e yo?
POLO.- ¿Vuesa merced? ¿Y es cierto aqueso d'este campo?
VALLEJO.- ¡Buena está la pregunta! Y aun unos pocos de hombres que a él le sobraron por estar cansado, ¿quién les acabó las vidas sino aqueste brazo que veis?
POLO.- ¡Pardiez que me paresce aquello una cosa señaladísima!
GRIMALDO.- Que miente, señor Polo. ¿Un hombre como Diego García se había de acompañar con un ladrón como tú?
VALLEJO.- ¿Ladrón era yo entonces, palominillo?
GRIMALDO.- Si entonces no, agora lo eres.
VALLEJO.- ¿Cómo lo sabes tú, ansarino nuevo?
GRIMALDO.- ¿Cómo? ¿Qué fue aquello que te pasó en Benavente, qu'está la tierra más llena d'ello que de simiente mala?
VALLEJO.- Ya, ya sé qué's eso. A vuesa merced, que sabe, negocios de honra, señor Polo, lo quiera contar, que a semejantes pulgas no acostumbro dar satisfecho. Yo, señor, fui a Benavente a un caso de poca estofa, que no era más sino matar cinco lacayos del Conde, porque quiero que lo sepa: fue porque me habían revelado una mujercilla qu'estaba por mí en casa del padre en Medina del Campo.
POLO.- Toda aquella tierra sé muy bien.
VALLEJO.- Después qu'ellos fueron enterrados, [y] yo, por mi retraimiento, me viese en alguna necesidad, acodicieme a un manto de un clérigo y a unos manteles de casa de un bodegonero donde yo solía comer, y cógeme la Justicia, y en justo y encreyente, señor, et cetera. Y esto es lo que aqueste rapaz está diciendo. Pero agora, ¿fáltame a mí de comer en casa de mi amo para que use yo de aquesos tratos?
GRIMALDO.- ¡Suso! Que estoy de priesa.
VALLEJO.- Señor Polo, aflójeme vuesa merced un poco aquestas ligagambas.
POLO.- Aguarde un poco, señor Grimaldo.
VALLEJO.- Agora apriéteme aquesta estringa del lado de la espada.
POLO.- ¿Está agora bien?
VALLEJO.- Agora métame una nómina que hallará aquí al lado del corazón.
POLO.- No hallo ninguna.
VALLEJO.- ¿Que no traigo ahí una nómina?
POLO.- No, por cierto.
VALLEJO.- Lo mejor me he olvidado en casa debajo de la cabecera del almohada, y no puedo reñir sin ella. Espérame aquí, ratoncillo.
GRIMALDO.- Vuelve acá, cobarde.
VALLEJO.- Ora, pues sois porfiado, sabed que os dejara un poco más con vida si por ella fuera. [A POLO.] Déjeme, señor Polo, hacer a ese hombrecillo las preguntas que soy obligado por el descargo de mi conciencia.
POLO.- ¿Qué le habéis de preguntar, decí?
VALLEJO.- Déjeme vuesa merced hacer lo que debo. [A GRIMALDO.] ¿Qué tanto ha, golondrinillo, que no te has confesado?
GRIMALDO.- ¿Qué parte eres tú para pedirme aqueso, cortabolsas?
VALLEJO.- Señor Polo, vea vuesa merced si quiere aquese pobrete mozo que le digan algo a su padre, o qué misas manda que le digan por su alma.
POLO.- Yo, hermano Vallejo, bien conozco a su padre y madre, cuando algo sucediese, y sé su posada.
VALLEJO.- ¿Y cómo se llama su padre?
POLO.- ¿Qué os va en saber su nombre?
VALLEJO.- Para saber después quién me querrá pedir su muerte.
POLO.- Ea; acaba ya, que es vergüenza. ¿No sabéis que se llama Luis de Grimaldo?
VALLEJO.- ¿Luis de Grimaldo?
POLO.- Sí, Luis de Grimaldo.
VALLEJO.- ¿Qué me cuenta vuesa merced?
POLO.- No más que aquesto.
VALLEJO.- Pues, señor Polo, tomad aquesta espada y por el lado derecho apretá cuanto pudiéredes, que después que sea esecutada en mí aquesta sentencia os diré el porqué.
POLO.- ¿Yo, señor? Guárdeme Dios que tal faga ni quite la vida a quien nunca me ha ofendido.
VALLEJO.- Pues, señor, si vos por serme amigo rehusáis, vayan a llamar a un cierto hombre de Piedrahíta, a quien yo he muerto por mis propias manos casi la tercera parte de su generación, y aquese, como capital enemigo mío, vengará en mí propio su saña.
POLO.- ¿A qué efecto?
VALLEJO.- ¿A qué efecto me preguntáis? ¿No decís que es ese hijo de Luis de Grimaldos, alguacil mayor de Lorca?
POLO.- Y uno de otro.
VALLEJO.- ¡Desventurado de mí! ¿Quién es el que me ha librado tantas veces de la horca sino el padre de aquese caballero? Señor Grimaldo, tomad vuestra daga y vos mismo abrid aqueste pecho y sacadme el corazón y abrilde por medio y hallaréis en él escripto el nombre de vuestro padre Luis de Grimaldo.
GRIMALDO.- ¿Cómo? ¿Qué? No entiendo eso.
VALLEJO.- No quisiera haberos muerto, por los santos de Dios, por toda la soldada que me da mi amo. Vamos de aquí, que yo quiero gastar lo que de la vida me resta en servicio d'este gentilhombre, en recompensa de las palabras que sin le conoscer he dicho.
GRIMALDO.- Dejemos aqueso, que yo quedo, hermano Vallejo, para todo lo que os cumpliere.
VALLEJO.- ¡Sús! Vamos, que por el nuevo conoscimiento nos entraremos por casa de Malata el tabernero, que aquí traigo cuatro reales; no quede solo un dinero que todo no se gaste en servicio de mi más que señor Grimaldos.
GRIMALDO.- Muchas gracias, hermano; vuestros reales guardaldos para lo que os convenga, que el Capiscol, mi señor, querrá dar la vuelta a casa, e yo estoy siempre para vuestra honra.
VALLEJO.- Señor, como criado menor me puede mandar; vaya con Dios. ¿Ha visto vuesa merced, señor Polo, el rapaz cómo es entonado?
POLO.- A fe que parece mozo de honra. Pero vamos, qu'es tarde. ¿Quién quedó en guarda de la mula?
VALLEJO.- El lacayuelo quedó. [Aparte.] ¡Ah, Grimaldico, Grimaldico, cómo te has escapado de la muerte por dárteme a conocer! Pero guarte, no vuelvas a dar el menor tropenzoncillo del mundo, que toda la parentela de los Grimaldos no será parte para que a mis manos ese pobreto espritillo, que aunque está con la leche en los labios, no me lo rindas.
Scena tercera
LEONARDO, MELCHIOR ORTIZ, POLO, y [PAULO].
MELCHIOR.- ¡Oh, gracias a Dios que me lo deparó! ¿Parécele que ha sido buena la burla? ¿Ésta es la compañía que me prometió de hacer antes que saliésemos de nuestra tierra, y lo que mi señora le rogó?
LEONARDO.- ¿Qué fue lo que me rogó, que no me acuerdo?
MELCHIOR.- ¿No le rogó que me hiciese buena compañía?
LEONARDO.- Pues, ¿qué mala compañía has tú rescebido de mí en esta jornada?
MELCHIOR.- Fíase el hombre en él pensando luego daremos la vuelta, y ha más siete horas que anda hombre como perro rastrero, y a mal ni a bien no le he podido dar alcance.
LEONARDO.- ¿No podíades dar la vuelta a la posada temprano, ya que no me hallabas?
MELCHIOR.- Acabe ya: ¿tenía yo blanca para dar al pregonero?
LEONARDO.- ¿Y para qué al pregonero, acemilón?
MELCHIOR.- Para que me pregonara como a bestia perdida, e así, de lance en lance, me adestrara donde a vuesa merced le habían aposentado.
LEONARDO.- ¿Qué? ¿Tan poca habilidad es la tuya, que a la posada no atinas?
MELCHIOR.- Pues si atinara, ¿había de estar agora por desayunarme?
LEONARDO.- ¿Que no has comido? ¿Es posible?
MELCHIOR.- Calle, tengo el buche templado como halcón cuando le hacen estar en dieta de un día para otro.
LEONARDO.- ¿Cómo diablos te perdiste esta mañana?
MELCHIOR.- Como vuesa merced iba ocupado hablando con aquel amigo, que no fue hombre, sino azar para mí, yo desvieme un poco, pensando que habraban de secreto, y no más cuanto doy la vuelta a ver una tabla de pasteles que llevaba un mochacho en la cabeza, atraviesan a mí otros dos, que verdaderamente el uno parecía a vuesa merced en las espaldas, y los dos cuélanse dentro en el Aseo a oír una misa que decían, que duró hora y media; yo contino allí detrás, pensando que era vuesa merced; y cuando se volvió a decir el benalicamus dolime, que responden los otros don grásilas, llegueme ad aquel que le parecía e díjele: «¡Ea, señor! ¿Habemos de ir a casa?». Él que vuelve la cabeza y me vee, díjome: «¿Conósceme tú, hermano?».
LEONARDO.- ¡Oh, quién te viera!
MELCHIOR.- Yo, que veo el preito mal parado, acudo a las puertas para volverle a buscar, y mis pecados, que siempre andan haciéndome gestos, hállolas todas cerradas.
LEONARDO.- ¡Cuál andarías!
MELCHIOR.- Yo le diré que tal. ¿Ha visto vuesa merced ratón caído en la ratonera, que buscando por do soltarse anda dando topetadas d'un cabo a otro para huir?
LEONARDO.- Sí he visto algunas veces.
MELCHIOR.- Pues ni más ni menos andaba el sin ventura de Melchior Ortiz Carrasco, hasta que fortuna me deparó a una parte una puertecilla por do vi salir algunas gentes que se habían quedado rezagadas a oír aquella misa, qu'era la postrera. Pero vamos, señor, si habemos de ir.
LEONARDO.- ¿Adónde?
MELCHIOR.- ¿Diz que adónde? A casa.
LEONARDO.- ¿A casa? ¿Y a qué a tal hora?
MELCHIOR.- Señor, para tomar por la boca un poco de orégano y sal.
LEONARDO.- ¿Para qué sal y orégano?
MELCHIOR.- Para echar las tripas en adobo.
LEONARDO.- ¿Cómo?
MELCHIOR.- Señor, ya ellas están vinagre de pura hambre; con el orégano y sal ternán con qué sustentarse, si le parece a vuesa merced.
LEONARDO.- Pues agora no puede ser. And'acá conmigo, que Valiano, qu'es señor de aqueste pueblo, con quien yo agora de nuevo he asentado, está en vísperas, y téngole de acompañar, y oirás las más solemnes voces que oíste en toda tu vida.
MELCHIOR.- Vamos, señor, enhorabuena; pero si oír voces se pudiese escusar, rescebería yo señaladísima merced.
LEONARDO.- ¡Ah, don traidor, que agora pagaréis lo que al cuartaguillo hecistes estar ayuno! ¡Ah! ¿Acordaisos?
MELCHIOR.- Pues pecador fui yo a Dios, hiciérame pagar vuesa merced el pecado donde cometí el delito, y no donde así me puedo caer a una cantonada d'esas, que no hallaré quien me diga qué has menester.
LEONARDO.- Ora suso; toma toda esta calle adelante y pregunta por el Hostal del Lobo. Cata aquí la llave, y come tú de lo que hallares en el aposento, y aguárdame en la posada hasta que yo vaya.
MELCHIOR- Agora va razonablemente el partido de Melchior. Pero, ¿no sabría lo que sobró para mí?
LEONARDO.- Camina, que yo seguro que no quedarás quejoso.
MELCHIOR.- Yo voy. Quiera Dios que ansí sea.
POLO.- Guarde Dios al gentilhombre.
LEONARDO.- Vengáis norabuena, mancebo.
POLO.- Dígame: ¿es vuesa merced un extranjero que llegó los días pasados a este pueblo en compañía del mayordomo de aquí, d'esta tierra?
LEONARDO.- Yo creo que soy aquese por quien preguntáis; mas, ¿por qué lo decís?
POLO.- Porque anoche, sobre mesa, trataron de la habilidad suya, e asimismo cómo era vuesa merced muy gentil escribano y excelente contador; finalmente, que sería mucha parte su buena habilidad para entender y tratar en el oficio de secretario de Valiano, mi señor; porque como hasta agora sea mozo y por casar, no tiene copia cumplida de los oficiales que a su estado y renta conviene. Holgara yo que vuesa merced quedase en esta tierra y en servicio del señor d'ella, por ser uno de los virtuosos caballeros que hay en estas partes.
LEONARDO.- Holgaré por cierto de quedar, porque aquese caballero e yo, que no sé quién es, nos topamos una jornada de aquí, y sabiendo la voluntad mía, que era estar en servicio de un señor que fuese tal, él por la virtud suya me ha encaminado a esta tierra. Asimismo, como de mi cosecha no tenga habilidad ninguna, sino es aqueste escrebir y contar que cuando niño mis padres, que en gloria sean, me enseñaron, acordaría aquese gentilhombre de dar aviso a vuestro señor de mí, por ver si para su servicio fuese suficiente y hábil.
POLO.- Por cierto, señor, que se muestra en él bien que debe de ser persona en quien habrá más que d'él se dice; pero yo creo que andan por la villa en busca suya. Vuesa merced vaya a palacio, adonde le están aguardando, que no será razón dejar pasar tan buena coyuntura, sino hacer hincapié, que todos le seremos prestos para su servicio.
LEONARDO.- Muchas gracias; yo lo agradezco; voime.
POLO.- Vaya con Dios.
LEONARDO.- Beso sus manos.
PAULO.- ¿Qué es lo que haces, Polo?
POLO.- Ya puede ver, señor Paulino.
PAULO.- ¿Has habido noticia d'este gentilhombre que yo buscando por la villa?
POLO.- An agora se va de aquí derecho a palacio por habelle dado aviso que van en busca suya.
PAULO.- ¿Qué manera de hombre o edad es a lo que muestra?
POLO.- Gentil mancebo y dispuesto es, señor, y muy buena plática que tiene, y su edad será de veinticinco o treinta años.
PAULO.- ¿Va bien tratado?
POLO.- Según su traje, de ilustre prosapia debe ser su descendencia.
PAULO.- ¿De qué nasción?
POLO.- Español, me paresce.
PAULO.- Anda, vamos.
POLO.- Vaya vuesa merced, que yo por acá me quiero ir a dar vuelta por ver si podré alcanzar una vista de mi señora Eulalia la negra.
Scena cuarta
VALIANO, LEONARDO y VALLEJO.
VALIANO.- La causa, Leonardo, por que a tal ora conmigo te mandé que apercebido con tus armas salieses, no fue porque yo viniese a cosa hecha, sino solamente por comunicar contigo aquel negocio que ayer me comenzaste apuntar; y por eso te he traído por calles tan escombradas de gentes. Solamente a Vallejo, lacayo, dije que tomase su espada y capa, mandándole quedar a esa cantonada para que con gran vigilancia y cuidado no seamos de nadie espiados, mandándole que haga la guardia.
LEONARDO.- ¡Vallejo!
VALLEJO.- ¿Adolos? ¿Dónde van? ¡Mueran los traidores!
VALIANO.- Paso, paso; ¿a quién has visto? ¿Qué te toma?
VALLEJO.- ¡Ah, pecador de mí, señor! ¿A qué efeto has salido a poner en peligro tu persona? Vete, señor, acostar tú y el señor Leonardo, y déjame con ellos, que yo los enviaré antes que amanezca a calar gaviluchos a los robles de Mechualón.
VALIANO.- ¡Válate el demonio! ¿No asegurarás ese corazón? ¿Quién me había de enojar a mí en mi tierra, bausán?
VALLEJO.- ¡Oh! Reniego de los aparejos con que cazan las tórtolas en la Calabria. ¿Y eso dices, señor? ¿No ves qu'es de noche, pecador soy de Dios, y a lo escuro todo es turbio? A fe de bueno que si no reconosciera la voz del señor Leonardo que no fuera mucho quedar la tierra sin heredero.
VALIANO.- ¿A mí, traidor?
VALLEJO.- ¡No, si no dormí sin perro! Es menester, señor, que de noche vaya avisada la persona; porque en mis manos está el determinarme, y en las de aquel que firmó el gran Horizonte con los polos árticos y tantárticos, volver la de dos filos a su lugar.
VALIANO.- Todo me paresce bien si no te emborrachases tan a menudo.
VALLEJO.- Él es mi señor y tengo de sufrirte; mas a decírmelo otro, no fuera mucho que estuviese con los setenta y dos.
VALIANO.- Agora quédate ahí y ten cuenta con que no nos espíe nadie, que es mucho de secreto lo que hablamos.
VALLEJO.- A hombre lo encomiendas que aunque venga el de las patas de avestruz con todos sus secuaces, dando tenazadas por esa calle, no bastará a mudarme el pie derecho donde una vez lo clavare.
VALIANO.- Así conviene. Volvamos a nuestro propósito, Leonardo, e dime: aquesa hermana tuya, después de ser tan hermosa como dices, ¿es honesta y bien criada?
LEONARDO.- Señor, tú te puedes mejor informar que yo decirlo; porque, al fin, como yo sea parte y tan principal, no debrían mis razones ser admitidas como de otro cualquier. La falta, señor, que yo le fallo es ser mi hermana, que en lo demás podía ser mujer de cualquier señor de título, según su manera.
VALLEJO.- ¿Señor Leonardo?
LEONARDO.- ¿Qué hay, hermano Vallejo?
VALIANO.- Mira, Leonardo, qué quiere ese mozo.
VALLEJO.- Señor, paresce que entendí que hablaban en negocio de mujeres, y si acaso es así, por los cuatro elementos de la profundísima tierra, no hay hoy día hombre en toda la redondez del mundo que más corrido esté que yo, ni con más razón.
VALIANO.- ¿Cómo, Vallejo?
VALLEJO.- ¿Y había, señor, a quien se pudiese encargar un negocio semejante como a mí?
VALIANO.- ¿De qué manera?
VALLEJO.- ¿Hay en toda la vida airada, ni en toda la máquina astrologal, a quien más subjeción tengan las mozas que a Vallejo, tu lacayo?
VALIANO.- ¡Calla, villano!
VALLEJO.- No te engañes, señor, que si conocieses lo que yo conozco en la tierra, aunque seas quien seas, pudiéraste llamar de veras bienaventurado si fueras como yo dichoso en amores.
VALIANO.- ¿Tú quién puedes conoscer?
VALLEJO.- ¡Mal lograda de Catalinilla la vizcaína!, la que quité en Cáliz de poder de Barrientos el sotacómitre de la galera del Grifo, que no andaba en toda el armada moza de mejor talle qu'era ella.
LEONARDO.- Hermano Vallejo, cállate un poco.
VALLEJO.- No lo digo sino porque hablamos de ballestas.
VALIANO.- ¿No callarás, di?
VALLEJO.- ¡Ah! Dios te perdone, Leonor de Balderas; aquella, diga vuesa merced qu'era mujer para dar de comer a un ejército.
VALIANO.- ¿Qué Leonor era aquésa?
VALLEJO.- La que yo saqué de Córcega y la puse por fuerza en un mesón de Almería, y allí estúvose nombrando por mía hasta que yo dejarraté por su respecto a Mingarrios, corregidor de Estepa.
VALIANO.- ¡Válete el diablo!
VALLEJO.- Y corté el brazo derecho a Vicente Arenoso, riñendo con él de bueno a bueno en los Percheles de Málaga, el agua hasta los pechos.
VALIANO.- Prosigue, Leonardo, que si ello es ansí como tú lo pintas, podrá ser que se hiciese por ti más de lo que piensas.
LEONARDO.- Señor, yo siempre rescebí y rescibo de tu mano mercedes sin cuenta, pero en cuanto a esta hermana mía tú sabrás que es más de lo que tengo dicho.
VALLEJO.- ¡Válame Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza? ¡Ah, ladrones, ladrones! ¡Leonardo, apunto, apunto!
LEONARDO.- ¿Qu'es aqueso? ¿Qué has visto?
VALIANO.- ¿Quién son?
VALLEJO.- Tente, tente, señor; no eches mano, que va todos han huido. ¡Ah, rapagones! ¿En burullada me vais? Agradesceldo...
VALIANO.- ¿A quién?
VALLEJO.- Yo me lo sé. Señor Leonardo, en dejando a nuestro amo en casa, quiero que vamos tú e yo a dar una escurribanda a casa de Bulbeja, el tabernero.
LEONARDO.- ¿Para qué?
VALLEJO.- Para verme con aquellos forasteros que por aquí han pasado, que, según soy informado, no ha media hora que llegaron de Marbella, y traen una rapaza como un serafín.
VALIANO.- ¿Qué dice ese mozo, Leonardo?
LEONARDO.- No lo entiendo, señor.
VALLEJO.- ¿Diz que no le entiende? Sé que no hablo yo en algarabía. Veamos de cuándo acá han tenido ellos atrevimiento meter vaca en la dehesa sin registralla al dueño del armadijo.
VALIANO.- Ora yo quiero, Leonardo, si te paresce, dar parte d'esto a algunas personas principales de mi casa, porque no digan que en un negocio como éste me determiné sin dalles parte.
LEONARDO.- Señor, a tu voluntad sea todo.
VALLEJO.- Vamos, señor, que aquí tengo ciertas haciendas, antes que amanezca.
VALIANO.- ¿Qué haciendas tienes tú, beodo?
VALLEJO.- Señor, un negocio de hartos quilates de honra.
VALIANO.- Veamos los quilates.
VALLEJO.- Ya lo he dicho al señor Leonardo: cobrar unas blanquillas de ciertos jayanes que son venidos aquí a mofar de la tierra; veamos de quién tomaron licencia sin registrar primero delante de aqueste estival.
VALIANO.- ¡Sús! Baste ya; tira adelante.
VALLEJO.- Nunca Dios lo quiera; que más guardadas van tus espaldas con mi sombra y seguro que si estuvieras metido en la Mota de Medina y calada sobre ti la formida puente levadiza con que la fuerza de noche se asegura.
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