viernes, 16 de mayo de 2025

Los mitos filosóficos Exposición atemporal de la filosofía fragmento

 



JUAN A. NUNO

 Los mitos filosóficos Exposición atemporal de la filosofía FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO D.R. © 1985, Fondo de C uli ora Económica,- S.A. de C.V. Av. de la Universidad 975, 03100 México, D. F. ISBN 968-16-2123-9 Impreso en México The myth is in a way a mere unfolding of dogma. B. M aunow ski: Sex, culture and myth There is no sudden transition from a mythical to a rational mentality. Mythical thinking does not die a sudden death, if indeed it ever dies at all. W. K. C. G uth rie: In the beginning Perhaps we may assume that metaphysics origínate from mythology (...) On closer inspection the same contení as that of mythology is here still recognizable behind the repeatedly varied dressing. R. C arnap: The elimination of metaphysics through logical analysis of language Nous ne prétendons pas montrer comment les hommes pensent dans les mythes, mais comment les mythes se pensent dans les hommes, et á leur insu. C. Lévi-Strauss: Le cru et le cuit De fa^on genérale, aprés etre passé de domaine sur- naturel dans le philocr>pH;que, les mythes universels se sont, commc d’autres institutions, modernisés et laíci- sés. Parfois ils ont pris une allure scientifique ou, du moins, se sont abrités derriére ce vocable protecteur; parfois ils affectent une indépendence absolue, mais danr> de nombreux cas, on reconnaít, sous leurs habits neufs, les vieux mythes universels, liens vigoureux de l ’humanité dans l’espace et dans le temps. A. Sauvy: Myth elogie de notre temps II y a production d’un- mythe toutes les fois qu’au lieu de regarder simplement la meniéredont les choses se présentent en fait dans chaqué cas, nous sommes conduits á postuler la présence d’un élément déteminé qui doit rendre compte de la maniere dont elles se présentent dans tous les cas. C’est en ce sens que l’on peut parler, par exemple, d’un mythe de l’inconscient ou d’un mythe des objets mathématiques. J. Bouveressf.: Wittgenstein: la rime et la raison I.

 La inútil muerte de la filosofía Si de un siglo acá una institución se ha empeñado en anunciar su muerte, ninguna como la filosofía. Más que un largo aviso, una cadena de proclamadas defunciones, tan recurrentes que bien pudiera hablarse de una extraña propiedad: palintanasia. Morir una y otra vez convoca a la resurrección no menos continua. La filosofía ha muerto, descubre sin mayor sorpresa el profesional, para registrar de inmediato la inocuidad del óbito, uno más sin consecuencias, en un tiempo no indigente de cadáveres ilustres. Además de retórica, la muerte de la filosofía vive de la muy conocida paradoja que alimenta el vivificante asesinato: cada puñalada asestada en el corpus philosophicum abre una nueva arteria vital. Al menos desde Hegei, de muerte en muerte, se acum ulan células reproductoras para engrosar las adiposidades metafísicas. M orir para seguir viviendo, ya que no reinando, pareciera ser la noble divisa. 

De estar blasonada, el lema de su escudo, remedando al de Austria, proclamaría: Tu, jelix Philo- sophia, mori. Ese im pulso mortal es antiguo y las muertes de Dios o del hombre sólo pueden ser escandalosas para quien finja ignorar la larga serie de frustrados atentados filosóficos contra la filosofía misma. “Podría haber Erostratos que incendiaran su p ^o io tem plo, en el que adoran sus imágenes”, con palabras deNietzs- che. No sería exagerado hablar de terrorismo interno o de la áutodestrucción considerada como la más bella muestra del verdadero espíritu filosófico. 

Desde fuera, el lego no ha dejado de percibirlo al asombrarse del infatigable carácter polémico que presenta el inagotable, el extenso escenario filosófico: Par ménides contra los pitagóricos; Platón contra los sofistas y los “hijos de la tierra”; Aristóteles contra Platón et sic de coeteris, para no abrumar la memoria, hasta Hegel contra Kant, Marx contra Hegel, Nietzsche contra todos, Bergson y Sartre contra la ciencia y los empiristas contra los metafísicos. Son incansables: en filosofía, a rey puesto, rey muerto. Sólo que esa es la imagen externa, la más simple, la más anecdótica, la menos reveladora. La del filósofo-terrorista, dedicado a dinam itar los soportes de otros filósofos en espera de sentir volar el suyo. 

Es una imagen benévola, pues lo de dentro es bastante más grave. No es que desde siempre se haya tratado de hacer la guerra como medio; no es que la filosofía sea combativa como forma de ser. Es que la auténtica, la gran filosofía ha tratado desde sus inicios de autodestruirse; la guerra como fin,. La guerra que term ina con la guerra: la filosofía que extirpa a la filosofía. El terrorism o absoluto: detrás de mí. el diluvio; después de mí no habrá más filosofía. Cada gran sistema filosófico ha aspirado a cerrar la marcha. Todo dicho, todo resuelto. Fin de la filosofía por haber llegado la filosofía a su fin. Desde el “no queda otro camino del que se pueda hablar” parmenídico hasta “la verdad intangible y definitiva” de W ittgenstein, la mejor señal de la legitim idad filosófica es la intención de cerrar para siempre el proceso. 

Lo que en los cuarteles marxistas se ha llamado la “realización de la filosofía” no es otra cosa, al menos en inten ciones, que su definitivo cierre. Tales han sido los propósitos; nunca los resultados. Por el contrario: la paradoja ha presidido la empresa autodestructora: la muerte de la filosofía ha supuesto su más espléndida resu rrección; el fin, otro principio; ai ocaso ha sucedido irrem edia ble la brillante aurora de una nueva jornada. Ejemplos es lo que sobra. Sólo algunos, de entre los más apabullantes. Parménides proiiíbe la investigación físico-natural y sobreviene la gran escuela atomista. Kant encierra en precisos límites a la m etafí sica, con otra prohibición, la de la “cosa en sí”, perfecto incog noscible, pero no transcurren muchos años sin que sobrevenga la avalancha metafísica del idealismo alemán. Engels promete el fin de la filosofía y no sólo lo seguimos esperando, bien es verdad que junto a la espera no menos larga de otros paraísos, sino que el propio marxismo se ha convertido en una incontro lable metafísica, proliferada, rígida y escolástica. Antes de sacar conclusiones de este extraño mecanismo de muerte y transfiguración, atiéndase al detalle de dos muertes filosóficas, alejadas entre sí en el tiem po y tan inútiles como todas las otras. Prim er caso de una muerte filosófica algo más que simbólica: la que trató de imponer el cristianism o a la filosofía griega o, si se prefiere, la nueva religión monoteísta y excluyeme al viejo y plural paganismo.

 Antes de entrar a revisarla, convendría acla rar de qué cristianism o se habla. O por cristianism o se entiende el dogma constituido (sobre todo, concilios de Nicea y Calcedo nia) o eso otro que muy vagamente suele llamarse cristianismo prim itivo, la incipiente religión, tal y com o se practicó desde los esenios hasta los ebionitas. Si se piensa en la prim era acepción, entonces el intento de liquidación de la filosofía griega es una em presa filosófica normal, pues el cristianism o ya constituido en dogma es una filosofía más que, como la gran mayoría, in tenta cerrar en ella misma el proceso. Si por cristianismo se entienden apenas las prácticas religiosas previas al dogma, recién salidas de la prédica del Nazareno, en lugar de estar ante una filosofía se está ante una parte de la religión hebrea, una más de las muchas sectas que hubo en el judaismo, sin fuerzas suficientes para acometer la empresa evangélica y católica y menos aún para decretar muerte alguna de los viejos y grandes sistemas metafísicos. Pero entre esa secta insignificante y el dogma ya constituido, Pablo de Tarso comienza a exigir posiciones cerradas: “cuida que nadie te eche a perder con la filosofía’’. Recomendación fielm ente seguida por Eusebio, obispo de Cesárea, refutador de aquellos que “presumen de alterar las Sagradas Escrituras, de abandonar los senderos de la fe y de formar sus propias opinio nes según los sutiles preceptos de la lógica”. Para continuar, en su condena: por el estudio de la geometría olvidan las ciencias de la Iglesia y pierden vista el cielo dedicados como están a medir la tierra. Eucli- des jamás se les caede las manos.

 Aristóteles y Teofrasto constituyen el objeto de su admiración y expresan una reverencia poco común por las obras de Galeno. Sus errores se derivan del abuso que hacen de las artes y ciencias de los paganos, corrompiendo la sencillez del (..cigelio con los refinamientos de la humana razón. Advertencias nada vanas que, de haberse observado, hubie ran encerrado a la naciente religión en los límites de sí misma, esto es, en los de una pobre secta judía. Pero el intento de apertura del cristianismo expansivo tuvo que ser plenamente filosófico, ya que no podía aspirar a penetrar de otra manera en el refinado y altamente intelectual m undo pagano; sólo que ai adquirir el ropaje de la filosofía ganó también esa morbosa y obsesiva tendencia a autodestruirse, dando fin al proceso. Orígenes es ya uno de los primeros teólogos (es decir plena mente filósofo), a caballo entre los siglos n y m después de la Cruz. Debió de ser un cristiano combativo y un filósofo muy consecuente, pues se tomó tan en serio lo de ganar el cielo mediante la renuncia al mundo y el sacrificio del cuerpo que no se lim itó a hacer la apología del eunuquism o, sino que lo puso en práctica en su propia carne. Esa clase de exageración le llevó heréticamente a creer en algo más que la inm ortalidad del alma: en su preexistencia, lo cual es platonism o puro y, por resultar demasiado racional, echó las bases de una de las grandes dispu tas metafísicas de la nueva religión: la relativa a la real natura leza del Cristo, hum ana y divina o hum ana sólo o sólo divina. Pero si Origines sirve para entender que ya a fines del siglo n el cristianism o es una verdadera filosofía en marcha, Cirilo, el patriarca de Alejandría, del siglo iv, es la verdadera muestra de un pensamiento auténticam ente filosófico, en la medida en que se propuso term inar para siempre con la’filosofía. 

San Cirilo no era un filósofo contemplativo cualquiera, sino un perfecto militante; se le debe el inicio de la liquidación m aterial de la cultura antigua. Estaba en el sitio exacto para atacarla: Patriarca de la gran ciudad cosmopolita y culta de la antigüedad, la Alejandría de los ptolomeos, la de la fabulosa biblioteca, la ciudad de Eratóstenes. Allí, en el corazón de la cultura grecorro mana, residía la bella Hipatia, quizá vestal, ciertam ente cientí fica, que había enseñado en Atenas y que investigaba sobre matemáticas en la biblioteca de Alejandría; comentarista de Diofantes, el de las ecuaciones de segundo grado que aún lle>an su nombre, e hija de un matemático famoso. En una oscura ma niobra política, arrastrado por sus continuas prédicas antifilosófi cas, Cirilo m anda elim inar a H ipatia y la perm anente turba que acompaña a los fanáticos de todos los tiempos ejecutó el m an dato del patriarca con exquisito cuidado. EsG ibbon quien lo relata en su clásico Decline and Fall of the Román Empire: En un fatal día de la santa Cuaresma, fue arrancada de su carruaje, violentamente desnudada, arrastrada a la iglesiaen donde procedie ron a rasparle la carne de los huesos con ayuda de afiladas conchas de ostras, para terminar echando a las llamas los palpitantes miem bros. : i J usto es reconocer que, al menos en aquella ocasión, no se trató de un intento simbólico de acabar con la filosofía.

 Pero la im portancia filosófica del santo Cirilo no termina ahí. Fue famosa su disputa teológica con Nestorio, patriarca de Cons- tantinopla, acerca de la naturaleza del Cristo. Para Nestorio, Jesús había sido ante todo un ser humano, en el que, ya bien desarrollado, entra un buen día el espíritu de Dios y al que en la cruz le abandona. En tales condiciones, ni se puede hablar de una sola naturaleza ni se puede llamar a María madre de Dios, lo que para la inteligencia antigua (y para cualquiera) no deja de ser un aberrante contrasentido. De ese modo, Nestorio inau guró con gran éxito la tesis dualista del Señor, hum ano prim ero y, luego, divino. Cirilo, por el contrario, era un ferviente parti- diario de la unidad a rajatabla en la persona del Cristo. En el concilio de Éfeso (431), convocado para dirim ir la diferencia, ganó Cirilo apoyado, una vez más, en sus. eficaces métodos directos: intim idó, m andó matar, encerró y demoró la llegada de pa.*:e de sus rivales teológicos. Lo que no im pidió que los nestorianos siguieran con su dualism o por mucho teimpo, ya que en definitiva su tesis era ■'aái lógica y comprensible: aun en el xvi, los misioneros españoles y portugueses encuentran cris tianos nestorianos en India y China. 

Cirilo, por su parte, gran destructor de la filosofía, m urió antes de que en aquella misma ciudad (Éfeso) se condenara otra herejía que muy probable- mente, de haber vivido, hubiera sostenido, la del monofisismo, a saber, la total y excluyeme unidad de Jesús. Los monofisistas, el otro extremo del nestorianismo, tan Mén fueron condenados por afirm ar que había una sola naturaleza en Cristo, la divina, siendo la hum ana mero asiento y apariencia de aquélla. Aun que la forma más extrema de interpretar a Jesús por la vía unitaria correspondió a la fantástica secta de los docetistas, para quienes, en tanto radicales enemigos de todo lo material, Jesús no nació, sino que un buen día apareció, cual fantasma, en las márgenes del Jordán, hombre perfecto y realizado. Pero se trataba apenas de una forma, una apariencia, una figura humana creada por Dios para ser impuesta a los hombres mediante la ilusión de los sentidos; simple imagen impresa momentáneamente en el aire, como un adelanto de la increíble invención de Morel. De tal modo que la entrada en Jerusalén, la últim a cena, las escenas místicas de la Pasión y Muerte no fueron sino magníficos cuadros del gran teatro de Dios para los hombres, representados a través de su actor preferido, el Logos o Espíritu Santo transm utado en la apariencia de un hombre. Al fin y al cabo, es una solución, todo lo radical que se quiera, pero ciertam ente nada absurda, al gran problema de fondo: qué era eso de una mezcla hombre/dios. Tratábase de un problema tan grande que por algo la naciente filosofía religiosa eligió darle el nombre oficial de “misterio", lo secreto, aquello de lo que no se habla. Porque, en tanto problema, no necesariamente había que buscarle solución racional. 

Por lo demás, no era la prim era vez que los espíritus religiosos de la época se enfrentaban a semejante tipo de dificultades. La verdad es que el mundo antiguo estaba cansado de oír absurdos y de creerlos, y en lo tocante al conjunto hombre/Dios (o a su subconjunto niño/ Dios), estaban más que acostumbrados desde Hércules hasta Dionisos Zagreus y Mitra. Lo aceptaban o no; lo creían o lo descreían. Si el cristianism o se hubiera lim itado a buscar la simple creencia, hubiera sido una religión más de las muchas que pulularon en los últimos tiempos del Imperio. En cambio, el cristianism o dio un gran giro, del plano meramen;e religioso al profundam ente filosófico. Y, al igual que Parménides, decla rándose depositario de la única vía de verdad, el cristianism o se declaró custodio de la verdad exclusiva. No sólo creencia, sino aceptación y argum entación racionales; no sólo una verdad más, sino la verdad. De ahí la doble cara filosófica: por un lado, todo el ropaje conceptual, la teología; por el otro, la destrucción de la misma filosofía que le había servido para sal ir de los estrechos lím ites de una religión doméstica y provinciana como el judaism o. Destruye la filosofía antigua, pero se alim enta de filosofía platónico-aristotélica. Desde el Logos del cuarto Evan gelio, estará para siempre infestada de metafísica griega y s^rá una filosofía más y, por lo mismo, una filosofía autodestrucíiva. Las pruebas acerca de las intenciones liquidacionistas del cristianism o filosófico se encuentran en los escritos polémicos de los primeros padres de la Iglesia; empeño vano, pues sin esa mismi. riosofía que tan radicalmente se combate y condena no habría cristianism o tal y como logra al fin proyectarse um ver salmente. Repárese, por ejemplo, en el esqueleto conceptual que sostiene al problema de la naturaleza del Cristo y sus diferentes soluciones. Recordando ante todo la solución final (esto es, dogma) que dio la Iglesia al misterio de la Encarnación: dos en uno. Dos naturalezas (humana, divina) que subsiste en una sola persona. Típica solución sintética, prefijada con la “ mezcla” en el Filebo y a la que cualquier hegeliano llamaría i ! sin mayor dificultad “dialéctica”. 

Y luego, todo lo que está por detrás. Viene a ser, en definitiva, el viejo tema metafísico: la unidad del ser o su ruptura dual en idea y materia. O en sustancia y accidente. Hasta Hegel, con la escisión sujeto/ob jeto; hasta Sartre, con el desgarram iento en en sí/para sí. Hasta Freud. Hasta Marx. Y aun las soluciones intermedias encajan en los grandes sistemas filosóficos, pues, ¿qué proponían los docetistas sino una variante de aquellas sombras de la caverna platónica, remplazo de la verdadera realidad, ilum inadas por Díqs que es el sol o el sol que es Dios, qué más da? La muerte de la filosofía antigua a manos del cristianism o es la rencarnación (esta vez sin mayor misterio adherido) de esa misma filosofía, transfigurada en una serie de dogmas religiosos. 

 Otra “muerte” de la filosofía: esta vez apenas en el papel. Se alude a la que profetizara el marxismo en nombre del proleta riado y de la ciencia. Lo más curioso es que no está tan alejada de aquella otra muerte cristiana como pudiera pensarse, de atender tan sólo al registro cronológico. El enlace viene dado por las palabras teológicas del propio Marx a quien, para criticar la larga línea de sistemas filosóficos que, como las hojas de los árboles, se suceden los unos a los otros, no se le ocurrió emplear otra imagen que la del propio misterio de la Encarna ción del Cristo: “Cristo conoce tan sólo una encarnación del Logas" —advierte en Miseria de la filosofía—, “pero los filóso fos no ponen fin a sus sucesivas encarnaciones.” Para ello, para poner fin a la interm inable serie, llegó Marx, el últim o filósofo, el que acabaría con todas las filosofías. Grosso modo, su razona miento liquidacionista fue como sigue: la filosofía es sólo teoría pura dedicada apenas a comprender el mundo. En realidad, ni siquiera a eso, pues convertida en ideología, esto es, empleada al servicio de un grupo social, lo que hace es deformar la imagen real del mundo en lugar de reflejarla derechamente. 

Objetivo revolucionario: realizar la filosofía, vale decir, destruirla en tanto tal ideología o teoría pura y hacerla real, por aquello de que ya está bien de comprender, que de lo que se trata es de cambiar el mundo. Esto por lo que respecta a Marx. En cuanto a su famoso amigo y coautor, Engels, el ataque a la filosofía no fue menos cerrado. Puesto que la concepción materialista de la historia se dedica a descubrir los hechos en la realidad y no a im aginar deducciones en la cabezas filosóficas, m enguado espa cio subsiste para la filosofía: “arrojada de la naturaleza y de la historia, sólo le queda a la filosofía el dom inio del pensam iento puro, en la medida en que éste existe todavía, a saber, la doctrina de las leyes del propio proceso del pensamiento, es decir, la lógica y la dialéctica”. Tanto la de Marx, como la de Engels son críticas radicales, dirigidas a poner fin al procesó, es decir, una vez más, a cum plir el anhelo secreto de todo gran filósofo, según Gusdorf: term inar con la filosofía misma. Pero hay una cierta diferencia entre ambas posiciones. 

La de Engels suena más bien a crítica positi vista. Viene a decir: déjesele a las ciencias todas las parcelas del conocimiento que ya cubren debidamente y permítase única mente la actividad filosófica allí donde no pueden penetrar o no han penetrado aún las ciencias positivas; sólo quedan lógica y dialéctica como pretendidas "leyes del pensam iento”. Lo que significa que Engels ataca a la filosofía por superflua ante la realidad del avance científico; no es tanto la muerte de algo vivo cuanto la constatación de una muerte ya cum plida. Engels no es el verdugo de la filosofía, sino un sim ple notario que se lim ita a certificar su defunción a manos de las ciencias. Visión más del xixes imposible ofrecer. Por lo mismo, Marx resulta más radi cal, ya que no está criticanuú lo que de innecesario tenga la filosofía, sino lo que tiene de engañoso.

 Para Engels, la filosofía sobra porque su lugar ya lo ha ocupado la ciencia, m ientras que para Marx ha de destruirse la filosofía sólo por el hecho denun ciado de servir para esconder la verdadera realidad, lim itándose a otrecer “com prensión” allí donde hay que llevar a cabo una revolucionaria “transform ación” . Para Engels, aunque no se haga nada, la filosofía está llamada a .xtinguirse de muerte natural, remplazada por el arrollador progreso científico; en cambio, para Marx, la filosofía es la planta m aligna que ha de ser arrancada en nombre de una revolución que promete una sociedad transparente, en la que ya no será necesaria la ideolo gía deformante. En el fondo, son dos promesas, que es tanto como decir profecías. Por un lado, la profecía de una ciencia avasallante que arrincona la actividad filosófica a una zona cada vez más exigua, suerte de piel de zapa destinada a reducirse hasta su des aparición o poco menos. Por otro lado, la profecía de una revolución triunfante que, al cam biar el rostro de la historia, borrará para siempre la distancia entre teoría y práctica haciendo innecesaria la ideología, producto teórico que oculta las intenciones reales de una mala práctica.

 Ambas son profe cías porque no señalan tiempo para la realización de lo prome tido; que, de hacerlo, serían simples predicciones y la diferencia es sabido que no es pequeña. Las predicciones tienen en su contra el inconveniente de comprobarse o refutarse. La gran ventaja de las profecías es que, como el am or de Penélope por su esposo, son eternas: uno puede pasarse varias vidas esperando que alguna vez se cumplan, sin derecho a reclamar por su cumplimiento. Aún no han llegado (o vuelto a llegar) ni el Mesías ni el Reino de los Cielos en la tierra ni la Sociedad sin Clases ni la desaparición de todas las guerras ni la Edad Dorada ni el día aquei en que el león beberá junto al cordero en santa paz y armonía, mientras manan ríos de miel. Pero se sigue esperando: es cosa de armarse de paciencia y, desde luego, de algo de fe. Por supuesto que proceder a criticar el incum pli miento de una promesa profética no tiene sentido, desde el momento en que, por ser profecía, siempre puede contar con otra oportunidad. Todo lo más que podría decirse es que hasta el momento no se ha cumplido. Y en lo que toca a las promesas marxista y engelsista, no cabe la menor duda de que, respecto de la desaparición o muerte de la filosofía tampoco han dado cumplim iento a sus promesas. La serie de “encarnaciones” filosóficas ha continuado dentro del propio marxismo. Es más: la expresión misma, “marxismo”, es la mejor prueba del in cum plim iento de aquella promesa. M arxismo es una filoso fía más, otra encarnación del Logos filosófico. 

Quien esté medianamente informado de la monstruosa bibliografía mar xista reconocerá que del marxismo puede predicarse todo menos que ha terminado con la filosofía. No es cosa de repetir la retahila de nombres ni de recordar la variedad de sectas y subsec- tas que agitan y dividen a ia nueva religión; bastará con citar a quien, hasta no hace mucho, tuvo una cierta boga entre los marxistas: Althusser, que levantara una de las más barrocas metafísicas contemporáneas en nombre del marxismo. Llegó h as ta el extremo de comparar a Heidegger- Engels y a despo jar a la filosofía de su condición de producto histórico, por tanto, relativo, para colocarla en un lugar atem poral, haciendo de ella el absoluto “en donde no ocurre propiam ente nada, nada más que la repetición de la nada”. Así, el dios cristiano necesitó tres días para levan tarse de entre los muertos; el dios filosófico, ni siquiera eso: nunca llegó a entrar en el sepulcro por más esfuerzos que se han hecho por enterrarlo. Al contrario: hay que temer que cada vez que anun d an y preparan su muerte, la ironía quiera que recomience con nuevos bríos. De tal modo que el buen programa crítico ha de evitar el error ontocida. Nada de mortuorias declaraciones; ninguna letal superación. Aceptando la morbosa palingenesia filosófica, más valdrá intentar poner orden en el solemne cenotaf io, dejando en paz a tan vivificantes sepulcros. 

A ver si reclasificando a la extinta legión de supérstites se obtienen mejores resultados que los logrados con manifiestos necrológicos. Por ello, en lugar de aproximarse a la comprensión del hecho filosófico a través de la línea temporal, mediante su historia, menester será intentar otro enfoque. El diacronismo sólo ha servido para reforzar el proceso. Cada vez que se ha querido criticar radicalmente todo el conjunto sólo se ha logrado agregar un nuevo eslabón a la interm inable cadena. De ahí la inutilidad de su muerte. Preferi ble es saber de antem ano que ningún intento de comprensión escapará a la maldición de Sísifo: seguir cargando la piedra filosófica, cada vez más pesada. Al menos, que se sepa por qué y, de paso, de qué está compuesta. En lugar de registrar lineal mente, hora es de comenzar a clasificar estructuralmente. Q ui zás convenga hacer el tipo de crítica que Nietzsche denom inara “ genealogía”. En relación con Sísifo, no estará de más recordar el mito completo. A parte de ser el fundador de Corinto, tenía Sísifo tal fama de taimado que para algunos pasaba por haber sido nada menos que el padre de Ulises. Tenía además algo de voyeur, pues le tocó ser testigo de una de las habituales hazañas am ato rias del padre Zeus, el rapto de la ninfa Egina. Lo peor es que, no contento con ver, le faltó tiem po para llevarle la noticia al padre de la niña raptada, Asopos, cosa que no fue del total agrado de Zeus, que se apresuró a enviar al delator una terriblp mensajera. Nada menos que Thánatos, la muerte. Como Sísifo era ante todo hombre de recursos, logró la proeza de engañar dos veces a Thánatos: una, atándola fuertemente, y otra, encargando a su propia mujer que, al morir, ni le sepultara ni celebrara ceremo nia funeraria alguna. 

Lo que le sirvió, en llegando al Hades, para convencer al dueño del lugar de que le permitiera regresar a la tierra a fin de preparar su propio funeral todavía sin ejecutar. T an pronto se vio de nuevo en Corinto, no tuvo mayor prisa en cum plir lo prometido y, de no haber sido por Hermes, aún más pillo y astuto que él, nunca hubiera regresado a la fría región de los muertos. Arrastrado por Hermes, fue castigado a lo que ya se sabe: a recomenzar infinitam ente el mismo tra bajo. 

 Aquí es sospechosa la transparencia del mito. En él está todo: la inteligencia, el enfrentam iento a los dioses, el engaño a la muerte, la resurrección y la tarea eternam ente realizada. Filoso fía perenne y perennemente recomenzada. Conocido es por otros dominios y experiencias que no es el Yo quien habla en los libros, sino el lenguaje; que no es el hombre quien hace la historia, sino las relaciones sociales o la voluntad de.poder. En obligada consecuencia, no ha de ser el filósofo ni siquiera la historia quien cargue una y otra vez los sistemas del Sísifo filosófico, sino la subyacente filosofía que, bajo másca ras diversas por más que limitadas, repite una y otra vez sus fatigadas estructuras.

jueves, 15 de mayo de 2025

TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO EJERCICIOS DE RETÓRICA FRAGMENTO

 



INTRODUCCIÓN GENERAL

 P anorama general Los ejercicios preparatorios de retórica o progymnás mata, que constituyen el objeto de nuestra traducción, tie nen como marco de desarrollo el de las escuelas de retóri ca, en un momento de la historia de Grecia en el que se vive una gran efervescencia cultural, caracterizada sobre todo por el retorno a los grandes modelos clásicos del pa sado. Este renacer cultural, que tiene sus orígenes ya en el s. i a. C. con el denominado movimiento aticista, alcan za su máximo desarrollo en la época de los grandes empe radores filohelenos: Adriano, Antonino Pío y Marco Aure lio, y aparece representado en el movimiento conocido desde Filóstrato como Segunda Sofística *. Los nuevos sofistas, entre los que destacan figuras co mo Escopeliano, Polemón, Herodes Ático y Aristides en tre otros, al igual que los antiguos viajan de ciudad en 1 Sobre las relaciones entre Aticismo y Segunda Sofística, cf. J. Bom- paire, Luden écrivain, immitaíion et création, París, 1958, págs. 116 y ss. y A. Boulanger, Aelius Aristide et la sophistique dans la province d ’Asie au II siècle de notre ère, Paris, 1968 (1.a edición, 1923), págs. 60 y ss. 8 TEÓN ·

 HERMÓGENES ■ AFTONIO ciudad ofreciendo declamaciones y alternan su profesión docente con los servicios prestados a sus ciudades. Muchos de ellos, como en el caso de Herodes Ático, harán impor tantes contribuciones económicas costeando fiestas, edifi cios públicos 2, etc.; otros, como Aristides o Polemón, de fenderán los intereses de sus ciudades ante el emperador 3. La mayoría intervendrá en la política de su ciudad y recibi rá importantes favores del emperador 4. Buena prueba de la importancia que alcanza la retórica en la época es la dotación de cátedras de retórica en Roma y Atenas, que constituían, sobre todo la de Roma, la meta de la carrera de cualquier sofista 5. 

 Igualmente son muchas las ciudades de Asia que cuen tan con gran número de rétores y gramáticos en sus biblio tecas públicas, destacando entre todas ellas Esmirna y Éfeso 6. Dentro de este panorama cultural la gran protagonista es, sin duda, la retórica, que impregnará todas las facetas 2 Filó strato , Vidas de los sofistas II 548-549, 551. 3 Aristides consiguió, mediante su lamento por Esmirna, que el empe rador Marco Aurelio reconstruyera esta ciudad arruinada por terremotos (Filóstr., Vidas... II 582). A ella le dedicó una Monodia, una Palinodia y un Esmirnaico. Polemón, por su parte, logró que Adriano donara a Esmirna diez millones de dracmas, con las que se hicieron importantes obras en la ciudad (Filóstr., Vidas... I 531). 4 Por ejemplo, Polemón y su familia, que recibieron importantes exen ciones y privilegios por parte de Trajano y Adriano. Cf. op. cit., 532-533. 5 Sobre la importancia de las cátedras de retórica en la época, cf. G. Kennedy, The art of Rhetoric in the Roman world, N. Jersey, 1972, págs. 565-566. 6 A este respecto dice A. Boulanger, Aelius Aristide..., pág. 38: «...et sont (las ciudades de Asia) si bien pourvues de rhéteurs et de grammai riens que l’empereur Antonin dut fixer par une ordonnance le nombre maximum de professeurs municipaux exempts de charges que chacune pourrait posséder».

 INTRODUCCIÓN GENERAL 9 de la vida, pues todo futuro filósofo, científico u orador habrá pasado previamente, como mínimo, por las manos del gramático, en donde habrá leído y explicado a los clá sicos. Las escuelas de retórica darán así a los alumnos una formación eminentemente literaria. 

Los grandes autores clá sicos serán leídos, aprendidos de memoria e imitados, de ahí la formación «libresca» que predomina en muchos es critores de la época 1. La retórica deja de tener la orientación eminentemente práctica que tenía en la época clásica y pasa a convertirse en objeto de estudio por sí misma. En teoría la finalidad práctica continúa, formar a los alumnos para que sean ca paces de defender una causa o de hacer prevalecer una pro puesta; sin embargo, varía la ocasión y el lugar, pues gene ralmente no será el tribunal o la asamblea, sino las salas de audición y los teatros 8, y no será con motivo de un enfrentamiento judicial o para debatir una propuesta que pueda favorecer o perjudicar a la ciudad, sino simplemen te para hacer ostentación de la propia formación y dotes personales. Los tres géneros clásicos en que desde Aristó teles se divide la retórica: el judicial, el deliberativo y el epidictico, van a pervivir en la época imperial, pero de di ferente manera. Por un lado, el deliberativo y el judicial aparecen representados en las llamadas melétai o declama ciones sobre temas ficticios, de las que nos ocuparemos más adelante. Por otro lado, el género epidictico conoce 7 J. BOmpaire, Lucien..., págs. 294 y sigs., ofrece un detallado estu dio de la influencia de determinados ejercicios preparatorios en la obra de Luciano. 8 Las sesiones de los sofistas tenían lugar generalmente en el bouleu- térion o en el odeón, pero, a veces, si se preveía una afluencia masiva, se celebraban en el teatro. A. Bouxanoer, Aeiius Aristide..., pág. 51. 

10 TEÓN · HERMOGENES · AFTONIO una enorme expansión, a costa, por ejemplo, de géneros que tradicionalmente se expresaban en verso, como el him no, el epitalamio, etc. 9. Los discursos judiciales y delibe rativos pierden su vitalidad originaria y se convierten en discursos de aparato, en donde la puesta en escena y la improvisación juegan un importante papel 10, con lo que, en última instancia, será el género epidictico el que lo im pregne todo 11.

 La filosofía, por su parte, quedará relegada a los círcu los restringidos de cada escuela filosófica y cuestiones re servadas en un principio a la filosofía, como las tesis, se rán objeto de estudio en las escuelas de retórica 12. 

La pre ponderancia de la retórica, que se va perfilando ya desde época helenística, se consigue definitivamente en la época imperial, y de hecho son muchos los filósofos que tienen una amplia formación sofística, como es el caso de Dión de Prusa, que, aun después de renunciar a la retórica y dedicarse al cultivo de la filosofía, no abandonará nunca 9 Cf. Menandro: Sobre los géneros epidicticos (ed. F. Romero Cruz), Salamanca, 1989, pág. 15. Francisco Romero nos ofrece también en su introducción un panorama general sobre la historia y desarrollo del géne ro epidictico. 

 10 La facultad de la improvisación era una de las más admiradas en la época y fueron muy pocos los sofistas que gozaron de reputación sin ella. Una de las pocas excepciones la representó, sin duda, Aristides, se gún cuenta Filóstrato en Vidas..., II 583. 11 La importancia del género epidictico está en estrecha relación con el acento puesto sobre el estilo, de lo que dan cuenta tratados como la Téchnë rhëtorikê de Aristides y el Peri ideon de Hermógenes. Cf. D. A. Russell, Criticism in Antiquity, Londres, 1981, págs. 129 y sigs., en donde ofrece un resumen de los principales tratados estilísticos de la época. 12 Según Russell, como un intento por huir de la acusación de que su arte era ajeno a la moralidad. Cf. op. cit., pág. 115. INTRODUCCIÓN GENERAL 11 sus hábitos sofísticos 13. Además, los filósofos exponen a menudo sus doctrinas por medio de conferencias 14, con lo que, en el fondo, se parecen bastante a sofistas que ofre cieran declamaciones ante un público más o menos amplio. 

 El fervor que los sofistas despertaban al llegar a una ciudad y la expectación con que eran recibidas sus decla maciones exigía la existencia de un público más o menos experto y crítico que pudiera apreciar la originalidad, el estilo, el apropiado o inapropiado tratamiento de un tema, etc. Este público existía merced a las escuelas de retórica, que suministraban tanto a los sofistas como a su auditorio un amplio repertorio de tópicos tratados en multitud de ocasiones por medio de ejercicios escolares. 

Nos parece, por ello, conveniente esbozar un panorama del sistema edu cativo griego de la época imperial. En esta época la enseñanza abarcaba fundamentalmen te tres ciclos, que en terminología moderna podríamos de nominar primario, secundario y superior 15. La enseñanza primaria se pasaba junto al grammatistés, que con un mé todo basado en la pura memoria enseñaba al alumno a leer y a escribir, así como operaciones elementales de cál culo. 

A continuación, el alumno iniciaba sus estudios jun to al grammatikós, dando así comienzo a su enseñanza se cundaria. Ésta aparece designada con la denominación de enkyklios paideía y equivale a lo que en la Edad Media serán las artes liberales, integradas por el trivium (gramáti 13 Cf. Filóstrato, Vidas..., I 488, Filóstrato pasa revista a una serie total de ocho filósofos con renombre de sofistas, entre los que figuran, aparte de Dión de Prusa, Eudoxo de Cnido, León de Bizancio, etc. 14 Cf. H.-I. M arrou, Histoire de l’éducation dans l’Antiquité = His toria de la educación en la Antigüedad (trad. José Ramón Mayo), 3.a ed., Buenos Aires, 1976, pág. 259. 15 Seguimos a Marrou, cf. op. cit., págs. 182-264. 12 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO ca, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geo metría, astronomía y música), si bien las ciencias nunca tendrán una importancia real, sino que se limitarán a una enseñanza elemental y, en su lugar, será la retórica la que ocupe toda la atención 16. La enseñanza superior, por su parte, abarcaba el estudio de una de las dos disciplinas rivales, la filosofía o la retórica. No obstante, según apun tábamos antes, la retórica no dejará de ir robando terreno a la filosofía 17. 

 Dentro de este panorama los ejercicios preparatorios se hallaban a medio camino entre la enseñanza secundaria y la enseñanza superior. Los ejercicios más sencillos, como la fábula, el relato, la chría ls, la sentencia y la confirma ción se estudiaban generalmente junto al grammaíikós, mientras que los restantes: lugar común, encomio, compa ración, etc., se estudiaban en el ciclo superior junto al ré- tor o sophistés 19. 16 Cf. Marrou, op. cit., pág. 227. 17 Un panorama del viejo enfrentamiento entre filosofía y retórica a través de las concepciones de Platón, Aristóteles e Isócrates nos ofre cen, entre otros, B. P. Reardon, Courants littéraires grecs des IIe et IIIe siècles après J. C., Paris, 1971, págs. 64 y ss., H.-I. M arrou, Histo ria..., págs. 76 y ss., y C. S. Baldwin, Medieval Rhetoric and Poetic, Nueva York, 1928, págs. 2 y ss. 18 Gr. chreia. 

Es una variedad de la sentencia (gnémê), cf. Teón, 96. Sobre la razón de su mera transcripción, cf. pág. 54 n. 10. 19 Ambos términos aparecen utilizados indistintamente, si bien el se gundo será más frecuente en la época imperial. Cf. la introducción de M.a Concepción Giner a las Vidas de los sofistas, Madrid, 1982, págs. 20 y sigs. Con respecto a las competencias de rétores y gramáticos en lo que atañe a la enseñanza de los ejercicios preparatorios, cf. G. Rei chel, Quaestiones Progymnasmaticae, Leipzig, 1909, págs. 115-118 y 128-129, en donde pasa revista a los diferentes ejercicios propios de réto- res y gramáticos, según Quintiliano y Suetonio, respectivamente. INTRODUCCIÓN GENERAL 13 Los ejercicios preparatorios con su multitud de reglas y clichés, que permiten hacer un encomio, una descripción, etc., son una prueba de que la enseñanza de la retórica en la época imperial se basaba en el estudio memorístico de una serie de tópicos y en su aplicación práctica. 

Como su propio nombre indica, se trata de ejercicios que prepa ran al joven para lo verdaderamente importante, las cau sas judiciales y deliberativas. Después del estudio de los progymnásmata el alumno se enfrentaba a las llamadas me- létai, en latín declamationes, que comprendían dos varian tes: las hypothéseis dikanikaí (lat. controversiae) y las hypo- théseis symbouleutikaí (lat. suasoriae). De ambas, las pri meras tendrán más importancia en el área romana, mien tras que en la griega se preferirán las suasoriae 20. 

 Lo característico de ambos tipos de declamaciones es que el alumno no se basará en casos tomados de la vida real, sino en casos enteramente ficticios: raptos, violacio nes, piratas, hijos desheredados, etc., en el caso de las hi pótesis judiciales, y la historia antigua o la mitología, en el caso de las hipótesis deliberativas, por ejemplo, se ima ginaba qué diría Demóstenes, Pericles, Aquiles o Héctor en una determinada situación 21. La importancia de las declamaciones se refleja, por ejem plo, en el hecho de que a ellas se les dedica todo un ejerci cio, el de la etopeya o prosopopeya 22. 20 Marrou, Historia..., pág. 249, y Boulanger, Aelius Aristide..., pág. 41. 21 Para una mayor información sobre las declamaciones sofísticas puede consultarse D. L. Clark, Rhetoric in Greco-Roman education, 3.a ed., Nueva York, 1977, págs. 213 y sigs., y D. A. Russell, Greek declama tion, Cambridge, 1983, págs. 21-39 y 106-128. 22 Sobre la gran utilidad de este ejercicio habla Quintiliano en III 8, 50. 14 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO Por otro lado, como las declamaciones abarcaban úni camente los géneros deliberativo y judicial, el otro género retórico, el epidictico, será objeto de estudio en dos ejerci cios preparatorios, el encomio y el vituperio 23. A lgunas consideraciones acerca de los « progymnásmata» La primera mención del término progymnásmata apa rece constatada en la Retórica a Alejandro, atribuida a Ana ximenes de Lámpsaco 24. 

Sin embargo, su mención aquí ha dado origen a posturas como la de Reichel, que ha con siderado su uso con un valor genérico referido a una ejer- citación general previa, o como la de Kennedy, que lo con sidera una intrusión posterior en el texto 25. Lo encontramos ya con su valor específico en la obra de Teón. No obstante, Teón utiliza con preferencia el tér mino gymnásmata frente a progymnásmata. Así, este últi mo sólo aparece en dos ocasiones (págs. 61, 25; 65, 28 Sp.), mientras que en las restantes es sustituido por los términos más generales de gymnásmata y gymnasia. Hermógenes, por su parte, no utiliza nunca el término progimnasma, sino que emplea siempre en su lugar gymnasma, frente a Aftonio, que utiliza el término progimnasma en cuatro oca siones (10, 18; 17, 13; 32, 2; 42, 6 R.), gymnasia en tres (14, 6; 17, 5; 47, 6 R.) y gymnasma sólo una vez (46, 21 23 Teón y Hermógenes lo estudiarán como un solo ejercicio, Aftonio como dos. 24 Rhetores Graeci /(ed. L. Spengel), pág. 214, 1. Sobre los proble mas que plantea la autoría de la obra puede consultarse la Introducción de J. Sánchez Sanz a la Retórica a Alejandro, Salamanca, 1989. 25 G. Reichel, Quaestiones..., pág. 9, y G. Kennedy, Greek Rhetoric under Christian emperors, Nueva Jersey, 1983, pág. 55.

 INTRODUCCIÓN GENERAL 15 R.), con lo que observamos cómo progymnásmata se va consolidando progresivamente como término técnico para designar los ejercicios preparatorios de retórica. La diferenciación entre gymnásmata y progymnásmata aparece ya claramente en los comentaristas de Aftonio, quie nes distinguen entre progymnásmata o ejercicios prepara torios y gymnásmata, que son propiamente las declamacio nes ficticias de suasorias y controversias 26. En latín lo encontramos traducido, sobre todo, como primae exercitationes y como praeexercitamina, traducción esta última que prevalecerá en la Edad Meda y el Renaci miento 27. Por otro lado, en el área romana está constata da la existencia de algunos ejercicios preparatorios ya en el s. i a. C. en Ad Herennium y en el De oratore y De inventione de Cicerón28. 26 Esta es la opinión de J. Doxópatres (Rhetores Graeci XIV (ed. H. Rabe), Leipzig, 1935, pág. 137, 5-12). Otros autores, sin embargo, entienden por gymnásmata la verdadera enseñanza de la retórica, como son las cuatro obras del canon hermogeniano, cf. ibid., pág. 77, 21-24. 27 G. Kennedy, Greek Rhetoric..., pág. 55. La primera traducción es de Quintiliano, la segunda de Prisciano de Cesarea en su versión latina de los Progymnásmata de Hermógenes. J. Maria Cataneo y R. Agrícola, traductores renacentistas de Aftonio, ofrecen algunas variantes: el prime ro lo traduce generalmente como praeexercitatio, mientras que el segundo opta con mayor frecuencia por el término praeexercitamentum. 28 Los principales ejercicios preparatorios de los que se observan hue llas en las mencionadas obras son la fábula, el relato, la chría, el enco mio y el lugar común, en el caso de Ad Herennium y De inventione (Reichel, Quaestiones..., págs. 12-16), y la paráfrasis, la lectura y la tesis, en el caso del De oratore (ibid., págs. 17-19). Sobre los numerosos puntos de contacto existentes entre Quintiliano y Teón, además de la obra de G. Reichel, puede consultarse I. Lana, Quintiliano, II «Sublime» e Gli «Exercizi preparatori» di Elio Teone III, Turin, 1951, pág. 172, en donde, tras examinar las múltiples coincidencias existentes entre los 16 TEÓN · HERMOGENES · AFTONIO El término progimnasma es definido por Mateo Cama- riotes desde dos puntos de vista: genérico y propiamente retórico. Desde un punto de vista genérico, el progimnasma es definido como «una ejercitación moderada que conduce a la superación de mayores dificultades». Desde un punto de vista retórico, consiste en una práctica escolar que ejer cita en las partes y géneros de la retórica 29. En efecto, cada uno de los progymnásmata enseñados en las escuelas de retórica resultaba útil para alguna de las partes del dis curso o para alguno de los géneros retóricos. 

Así, la fábu la, la chría, la sentencia y la tesis eran útiles para el género deliberativo; la refutación, la confirmación, el lugar co mún y la propuesta de ley para el género judicial; y el encomio y vituperio, la comparación y la etopeya para el panegírico (también lo era la tesis en cuanto al tema) 30.

 A su vez, la fábula resultaba apropiada para ejercitarse en los proemios; el relato y la descripción para las narra ciones; la refutación y la confirmación para los agones, y el lugar común para los epílogos 31. Básicamente cada ejercicio consta de dos partes bien diferenciadas: una primera parte en que se nos ofrecen as pectos como su definición, explicación etimológica, clasifi cación, etc., y una segunda parte en que se procede al des arrollo de cada ejercicio en cuanto tal a partir de una serie de procedimientos o categorías enjuiciadoras, denomina dos principalmente con los términos tópoi, aphormaí y ke- phálaia 32. tres tratados, Lana llega a proponer a Elio Teón como autor de Sobre ¡o sublime. 29 Rhetores Graeci I (ed. Walz), Londres, 1832, pág. 121, 1-5. 30 Ibid., págs. 121-122. 31 Rh. Gr. XIV (ed. Rabe), págs. 133-134. 32 Se trata de términos utilizados principalmente por Teón. Cf. págs.

 INTRODUCCIÓN GENERAL .17 Por último, hemos de decir que el género de los progym násmata gozó de un enorme tratamiento entre los réto- res. Conocemos los nombres de muchos autores de ejerci cios preparatorios, como Harpocración, Epifanio, Minu- ciano, Onésimo, Ulpiano, Paulo Tirio, Sópatro, etc. 33; sin embargo, sólo han sobrevivido cuatro manuales de progym násmata, los atribuidos a Teón, Hermógenes, Aftonio y Nicolao 34. 

De todos ellos, sin duda, el más influyente en la Antigüedad fue Aftonio, por proporcionar ejemplos acabados de cada ejercicio, y su obra se convirtió en pro totipo del género progymnasmático. Prueba de su gran di fusión es el hecho de que la comentaran J. Sardiano, Do- xópatres y Máximo Planudes entre otros35.

 De igual mo do fue muy importante en la antigüedad la obra de Teón, no tanto como texto escolar cuanto como guía para profe sores 36, debido a que ofrece un tratamiento profundo y detallado de cada ejercicio preparatorio, junto con multi tud de ejemplos sacados de obras antiguas, prueba inequí voca de la estrecha relación existente entre retórica y litera 19-20. Sobre la distinción de estos términos, cf. L. Pernot, «Lieu et lieu commun dans la rhétorique antique», BAGB 86, pág. 225, n. 12 y pág. 266, n. 65. 33 Rhetores Graeci X (ed. H. Rabe), Leipzig, 1926, págs. 52 y sigs. 34 Nicolao de Mira vivió en el s. v d. C. y fue discípulo de Lácares de Atenas. Aparte de los Progymnásmata, escribió Declamaciones y un Arte retórica. Sus Progymnásmata se pueden consultar en Rhetores Grae ci XI (ed. J. Felten), Leipzig, 1913. 33 A la gran difusión de que gozaron los Progymnásmata de Aftonio, junto con las cuatro obras del canon hermogeniano, en época bizantina alude G. L. Kustas en su artículo «Studies in byzantine Rhetoric», Ana- lekta Blatadon 17 (1973), pág. 23. 36 Prueba de su importancia es que gran parte de su teoría aparece recogida de modo casi literal por J. Sardiano en su Commentarium in Aphthonii Progymnasmata. 18 TEÓN ■ HERMÓGENES · AFTONIO tura. 

Los progymnásmata de Hermógenes, sin embargo, fueron desplazados a un segundo plano por los de Aftonio hasta caer poco a poco en el olvido 37. Comparación entre Teón, H ermógenes y Aftonio Vamos a proceder ahora a un análisis de las diferencias y semejanzas existentes entre los tres autores que nos per mita llegar a conclusiones fiables. Los aspectos que vamos a tratar son los siguientes: 1. Principales diferencias y semejanzas entre Teón, Hermógenes y Aftonio. 2. Principales coincidencias entre Hermógenes y Teón. 3. Coincidencias entre Aftonio y Hermógenes. 4. 5. Puntos de contacto entre Aftonio y Teón. Relativa originalidad de Aftonio. 1. Diferencias y semejanzas entre Teón, Hermógenes y Aftonio A simple vista, la diferencia más notable entre los tres autores reside en el número de ejercicios: diez en Teón, doce en Hermógenes y catorce en Aftonio. Si bien sólo nos han llegado diez ejercicios de Teón, sabemos que su obra constaba de quince, de los cuales los cinco últimos (lectura, audición, paráfrasis, elaboración y réplica) se han perdido y no aparecen en Hermógenes y Aftonio 38. Solamente la exergasía o «elaboración» de Teón 37 Brzoska, RE I, 2797-2800. 38 Cuatro de estos cinco ejercicios se conservan en la edición de A. Manandian, publicada en Erevan, 1938 (Inst. Hist. et. Lit. SSR Ar men, Opera Auct. Veter. I). 

INTRODUCCIÓN GENERAL 19 se corresponde posiblemente con la ergasía de Hermógenes y Aftonio, pero en éstos la ergasía no es un ejercicio inde pendiente, sino que es tratada como una parte de los ejer cicios. Hermógenes, por su parte, presenta doce ejercicios, pues añade dos nuevos: la sentencia, y la refutación y con firmación. Este último ejercicio aparece en Teón como la parte más importante en la argumentación de cada progimnasma, pero no recibe un tratamiento independien te 39. Por último, Aftonio ofrece catorce ejercicios: trata por separado la refutación y confirmación, que en Hermó genes aparecen en un solo ejercicio, así como el encomio y el vituperio, mientras que Hermógenes se ocupa sólo del encomio. 

 Desde el punto de vista terminológico, observamos que Teón utiliza tres términos para referirse a los aspectos o procedimientos en los que se basará la argumentación, fun damentalmente tópoi (lugares de argumentación), pero tam bién kephálaia (principios de argumentación) y aphormaí (fuentes de argumentación). De estos tres términos Hermó genes utiliza topos en tres ocasiones (págs. 10, 20; 15, 18; 19, 3 R.), aphormé en dos (págs. 16, 15; 17, 3 R.) y no em plea el término kephálaia como «principios de argumenta ción», aunque sí utiliza los términos teliká kephálaia para referirse a los «principios de argumentación finales» (págs. 12, 10; 14, 6; 25, 22 R.). Por su parte, Aftonio utiliza topos como «lugar de argumentación» una sola vez (pági nas 31,13 R.), nunca utiliza el término aphormé y sí que utiliza con bastante frecuencia kephálaia (págs. 4, 13; 8, 4; 10, 15 R., etc.), es decir, desde Teón a Aftonio el térmi no técnico para referirse a las categorías en que se basará 39 Para la localización de los términos mencionados puede consultar se el índice de términos colocado al final de cada traducción. 20 TEÓN · HERMÓGENES -· AFTONIO la argumentación del ejercicio deja de ser tópoi y pasa a ser kephálaia. Llama también la atención la progresiva desaparición del término epicheíresis o «argumentación», término fre cuentísimo en Teón y que en Aftonio no aparece utilizado ni una sola vez, mientras que Hermógenes lo utiliza en dos ocasiones (págs. 11,7; 22, 15 R.)· Es curioso que una de las Ocasiones en las que utiliza ese término (págs. 22, 15 R.) sea precisamente en el ejercicio de la descripción, en el cual sigue muy de cerca a Teón. Frente al término epicheíresis en Hermógenes encontramos el término erga- sía y en Aftonio formas del verbo ergázein, que designan la elaboración de que es objeto cada ejercicio 40. 

 Con respecto a las coincidencias entre los tres autores, hemos de señalar que éstas son bastante abundantes y que se han de interpretar como aspectos en los que Hermóge nes sigue a Teón y Aftonio sigue a Hermógenes.

 Estas coin cidencias se observan principalmente en los siguientes ejercicios: a) En el ejercicio del relato, en el cual los tres ofrecen una definición casi idéntica: — Teón (pág. 78, 15-16 Sp.): «Un relato es una composi ción expositiva de hechos que han sucedido o que se admiten como sucedidos». — Hermógenes (pág. 4, 6-7 R.): «El relato sostienen que es la exposición de un hecho que ha sucedido o que se admite como sucedido». — Aftonio (pág. 2, 14-15 R.): «Un relato es la exposición de un hecho que ha sucedido o que se admite como sucedido». 40 Cf. supra. 

INTRODUCCIÓN GENERAL 21 b) En la chría, que los tres clasifican en «verbales», «de hechos» y «mixtas» (logikaí, praktikaí y miktaí, res pectivamente) (Teón, pág. 97, 12 Sp., Hermógenes, pág. 6, 7-8 R., Aftonio, pág. 4, 2-3 R.). c) En la descripción, cuando nos ofrecen su definición: — Teón (pág. 118, 7-8 Sp.): «Una descripción es una com posición que expone en detalle y presenta ante los ojos de manera manifiesta el objeto mostrado». — Hermógenes (pág. 22, 7-8 R.): «Una descripción es una composición que expone en detalle de una manera ma nifiesta, según afirman, y que presenta ante los ojos el objeto mostrado». — Aftonio (pág. 36, 22-23 R.): «Una descripción es una composición que expone en detalle y presenta ante los ojos de manera manifiesta el objeto mostrado». d) En el hecho de indicar que las fábulas (gr. mythoi) se denominan en general «esópicas» (Teón, pág. 73, 4 Sp.; Hermógenes, pág. 2, 1 R.; Aftonio, pág. 1, 9 R.), etc. 

 2. Principales coincidencias entre Hermógenes y Teón El ejercicio en el que más de cerca sigue Hermógenes a Teón es el de la descripción, en donde en algunos pasajes casi le parafrasea, p. e.: en 119, 14-25 Sp. Teón dice: «Ar gumentaremos describiendo los hechos a partir de los suce sos que les preceden y que les siguen, por ejemplo: si se trata de una guerra (pág. 119, 14-16 Sp.)... Si describimos lugares, épocas, modos o personajes, junto con su propia narración tendremos fuentes de argumentos a partir de la belleza, la utilidad y el placer» (pág. 119, 22-25 Sp.), que se corresponde con pág. 22, 19-20; 23, 1-8 R., en donde 22 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO también Hermógenes dirá: «Argumentaremos describiendo los hechos a partir de los sucesos anteriores, simultáneos y posteriores, por ejemplo: si exponemos la descripción de una guerra (pág. 22, 19; 23, 1 R.)... Si describimos luga res, épocas o personajes, tendremos también algún argu mento a partir de la narración y a partir de la belleza, la utilidad y la sorpresa» (pág. 23, 6-8 R.). 

Igualmente en contramos posibles alusiones de Hermógenes a Teón en los ejercicios de la fábula, el relato, la comparación y la tesis: — La descripción de la fábula que, en opinión de Hermó genes, dan los antiguos es que es falsa, pero útil y vero símil (pág. 2, 4-5 R.), algo que se corresponde con pág. 76, 6-9 Sp., en donde Teón dice: «Puesto que el propio compositor de fábulas reconoce que escribe cosas falsas e imposibles, pero verosímiles y útiles, hemos de refu tar demostrando que dice cosas inverosímiles e inútiles, y hemos de confirmar a partir de lo contrario». — En el ejercicio del relato, cuando Hermógenes dice que algunos colocaron la chría delante del mismo (pág. 4, 7-8 R.), hay una clara alusión a Teón, pues sabemos, gracias a Reichel, que el orden que ofrecen los ejerci cios de Teón no es el originario: o rd en origin ario: chría, fábula, relato, etc., o r d e n tra n sm itid o: fábu la, relato, chría, etc. 41. — Hermógenes manifiesta que va a ocuparse de la compa ración, porque otros la estudiaron como ejercicio inde pendiente (así lo hace Teón), aunque no sería necesa rio, puesto que quedaba incluida en el lugar común, en el encomio y en el vituperio (pág. 18, 16 sig. R.). — Por último, Teón distingue entre tesis teóricas y prácti 41 Cf. págs. 38-39. 

INTRODUCCIÓN GENERAL 23 cas (theoretikaí y praktikaí) (pág. 121, 6-8 Sp.), mien tras que Hermógenes llama a las prácticas «civiles» (po- litikaí) y a las teóricas «no civiles» (pág. 25, 3 R.). Sin embargo, alude claramente a Teón, pues dice que algu nos llamaron «prácticas» a estas últimas (las civiles) y «teóricas» a las otras (pág. 25, 10-11 R.). 3. Coincidencias entre Aftonio y Hermógenes Las principales coincidencias entre ambos autores son las siguientes: — Hermógenes y Aftonio entienden por etopeya (pág. 20, 7-8, y 34, 2-3 R., respectivamente) lo que Teón conside ra prosopopeya (pág. 115, 11 Sp.). Hermógenes y Afto nio distinguen entre etopeya (cuando se representa a un hombre pronunciando discursos), prosopopeya (cuando se representa a una cosa) e idolopeya (cuando se repre senta a una persona que ha muerto), mientras que Teón únicamente habla de prosopopeya y considera que ésta se produce cuando se representa a un personaje pro nunciando discursos, sin precisar más. — Hermógenes y Aftonio tratan la sentencia como ejerci cio independiente, mientras que Teón sólo alude a ella en el ejercicio de la chría, en donde dice que la diferen cia entre sentencia y chría reside en que la sentencia es más general, se expone de modo impersonal, es siem pre útil y contiene un dicho, nunca una acción (págs. 96, 25-30; 97, 1-2 Sp.). — Teón no distingue entre narración y relato, sino entre narración y relato, por un lado, frente a historia, por otro. La diferencia reside en la brevedad de los prime ros frente a la mayor extensión de la segunda (págs. 24 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO 83-84, Sp.)·

 Hermógenes y Aftonio, por el contrario, sí diferencian el relato de la narración. Para ambos el re lato es de menor extensión, y entre relato y narración existe la misma diferencia que entre poema y poesía: un poema sería la fabricación del escudo, y poesía toda la litada (págs. 4, 9-13, y 2, 16-18 R., respectivamente). — Teón explica etimológicamente encomio a partir del tér mino kömos (pág. 109, 27-28 Sp.), mientras que Her mógenes y Aftonio lo hacen a partir del término kömai (=aldeas) (págs. 15, 3-4, y 21, 6 R., respectivamente). — En el ejercicio de la tesis Teón alude a tá anotátd kep- hálaia, que hemos optado por traducir «principios de argumentación generales» y que son: la belleza, la nece sidad, la utilidad y el placer (pág. 121, 18-19 Sp.); mien tras que Hermógenes y Aftonio los denominan tà teliká kephálaia o «principios de argumentación finales», que en Hermógenes son la justicia, la conveniencia, la posi bilidad y la adecuación (pág. 26, 1-2 R.) y, en Aftonio, la legalidad, la justicia, la conveniencia y la posibilidad (pág. 42, 10 R.). El seguimiento de Aftonio a Hermógenes es particular mente significativo en ejercicios como el de la chría, la sentencia, la refutación y confirmación, el encomio, la eto peya, el lugar común, etc. 4. Puntos de contacto entre Aftonio y Teón Si bien, como acabamos de ver, son muchas las coinci dencias entre Aftonio y Hermógenes, no obstante, en algu nas ocasiones Aftonio parece haber seguido directamente a Teón: INTRODUCCIÓN GENERAL 25 — 

En la definición de fábula, que es idéntica en ambos: «Una fábula es una composición falsa que simboliza una verdad» (Teón pág. 72, 28 Sp.; Aftonio pág. 1, 6 R.). — Al hablar de las virtudes de la narración, que, según Teón (pág. 79, 20-21 Sp.) son: claridad, concisión y vero similitud, y, según Aftonio, claridad, concisión, verosi militud y propiedad y corrección lingüística (gr. hellenismós) (pág. 3, 3-4 R.). Teón no menciona esta últi ma virtud, pero sí que rechaza el uso de términos poéti cos, inventados, ambiguos, metafóricos, etc., que cau sen la oscuridad de la narración (pág. 81, 7 sig. Sp.). — Aftonio dice que el lugar común se parece a la segunda intervención del orador (deuterología) y al epílogo, por lo que no tiene proemio (pág. 17, 3-4 R.), observación hecha anteriormente por Teón, cuando dice que el lu gar común es como una parte de otro discurso ya pro nunciado antes, como una especie de epílogo enfático (pág. 106, 28-30 Sp.). — Aftonio también parece seguir a Teón en el ejercicio de la comparación al indicar que no se ha de comparar una totalidad con otra, sino dos elementos sobresalien tes entre sí (pág. 31, 18-19 R.), lo cual nos hace recordar los dos tipos de comparaciones distinguidas por Teón, entre unidades y entre grupos (pág. 114, 6-8 Sp.), etc. En alguna ocasión, sin embargo, Aftonio se muestra claramente deudor de Teón y Hermógenes a la vez, p. e., en su clasificación de las tesis. Según veíamos, Teón divi día las tesis en «teóricas» y «prácticas», mientras que Her mógenes llamaba a las prácticas «civiles» y a las teóricas «no civiles» (Teón, pág. 121, 6-8 Sp.; Hermógenes, p. 25, 3 R.). Aftonio, por su parte, divide las tesis en «civiles», 26 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO con lo cual se acerca a Hermógenes, y «teóricas», con lo que coincide también con Teón (pág. 41, 15-16). 5. 

Relativa originalidad de Aftonio La originalidad de Aftonio se observa sobre todo en la aportación de ejemplos completos de cada ejercicio y en el uso de determinados términos técnicos, por ejemplo: — Utilización de los términos promythion y epimythion pa ra aludir a la moraleja colocada al principio o al final de la fábula, respectivamente (pág. 2, 1-2 R.). — Clasificación de la fábula en verbal (logikón), moral (ethikón) y mixta (miktón) (pág. 1, 11-12 R.). — Uso del término éphodos (lat. insinuatio), que, según él, ha de sustituir a los proemios en las tesis (pág. 42, 9 R.), etc. 

 Una vez analizadas las principales coincidencias y dis crepancias, nos creemos con suficiente fundamento para llegar a las siguientes Conclusiones: En primer lugar, de los tres autores el más original es Teón, no sólo por ser el primero, sino tam bién por el tratamiento que da a su obra.

 Este tratamiento se observa en una mayor profundización en todos los nive les: terminológico, de sustrato literario, de desarrollo del ejercicio, etc. Teón representa la fuente de la que son deu dores tanto Hermógenes como Aftonio. No obstante, de los tres autores el menos conocido ha sido precisamente Teón, debido, sobre todo, a la mayor complejidad y pro fundidad de su obra. En segundo lugar, es evidente que Hermógenes sigue, en líneas generales, una fuente anterior, a la que alude en INTRODUCCIÓN GENERAL 27 múltiples ocasiones, aunque de un modo impersonal: «juz gan conveniente» (pág. 1,3 R.), «sostienen» (pág. 2, 5 R.), «según dicen» (pág. 22, 7 R.), etc. Esta fuente podría ser Teón, de acuerdo con los múltiples puntos de contacto existentes entre ambos, o bien una tradición que coincidie ra con la doctrina de Teón, de la que tomaría los principa les aspectos de su obra, aunque resumiéndolos al máximo. 

 En tercer lugar, Aftonio, según hemos podido compro bar, depende claramente de Hermógenes. Muchas defini ciones, clasificaciones, etc., son una copia casi literal de Hermógenes. No obstante, a veces, en aspectos que Her mógenes no trata o a los que da un tratamiento diferente se acerca más a Teón. Por tanto, tendría presentes a am bos autores o tradiciones. Sin embargo, Aftonio no suele aludir ni directa ni indirectamente a la fuente de la que depende, sino que presenta como propio lo que expone, tal vez, porque la doctrina era ya de tal modo conocida que resultaba innecesario, por obvio, reconocerla como de bida a una tradición anterior. Por ello, quizás sea lo más adecuado interpretar las coincidencias existentes entre los tres manuales como debidas a una base doctrinal común a todas las escuelas de retórica. BIBLIOGRAFÍA General J. Bompaire, Luden écrivain, imitation et création, París, 1958. A. Boulanger, Aelius Aristide et la Sophistique dans la province d’Asie au II siècle de notre ère, Paris, 1968 (l.a ed. 1923). D. L. C lark, Rhetoric in Greco-Roman education, 3.a ed., Nue va York, 1977. Dionisio de Halicarnaso. La composición literaria (Trad., introd. y notas de V. Bécares Botas), Univ. Salamanca, 1983. C. T. E rnesti, Lexicon Technologiae Graecorum Rhetoricae, 2.a ed., Hildesheim, 1962. F iló s tr a to , Vidas de los sofistas (Introd., trad, y notas de M.a C. Giner Soria), Madrid, 1982. G. Kennedy, The art of rhetoric in the Roman world, Nueva Jersey, 1972. —, Greek rhetoric under Christian emperors, Nueva Jersey, 1983. G. L. Kustas, «Studies in Byzantine rhetoric», Analekta Blata- don 17 (1973), 5-26. H. Lausberg, Handbuch der literarischen Rhetorik. Eine Grund legung der Literaturwissenschaft = Manual de retórica litera ria [trad. José Pérez Riesco], Madrid, 1966-1968. A. Lesky, Geschichte der Griechischen Literatur = Historia de la literatura griega [versión de J. M.a Díaz y Regañón y Beatriz Romero], Madrid, 1976. 30 TEÓN · HERMÓGENES · AFTONIO J. M artin, Antike Rhetorik. Technik und Methode, Munich, 1974. H.-I. M arrou, Histoire de l’éducation dans l’Antiquité = Historia de la educación en la Antigüedad [trad. José Ramón Mayo], 3.a ed., Buenos Aires, 1976. Menandro, Sobre los géneros epidicticos (ed. Francisco Romero Cruz), Salamanca, 1989. H. J. M ette, «Enkyklios paideia», Gymnasium 67 (1960), 300-307. L. Pernox, «Les topoi de l’éloge chez Ménandros le rhéteur», R E G 99 (1986), 34-53. —, «Lieu et lieu commun dans la rhétorique antique», BAGB 86, 253-284. Quintiliani Institutio Oratoria (ed. L. Radermacher), Leipzig, 1971. B. P. Reardon, Courants littéraires grecs des II et III siècles a. C., Paris, 1971. Retórica a Alejandro (ed. J. Sánchez Sanz), Salamanca, 1989. D. A. R ussell, Criticism in Antiquity, Londres, 1981. —, Greek declamation, Cambridge, 1983. W. Schmid, O. Stählin, Geschichte der griechischen Literatur II, Munich, 1959. Suidae Lexicon (ed. A. Adler), Stuttgart, 1971. U. von W ilam owitz, «Asianismus und Atticismus», Hermes 35 (1900), 1-52. Sobre Teón G. B olognesi, «La traduzione armena dei Progymnasmata di Elio Teone», R A L 17 (1962), 86-125. I. Lana, Quintiliano, II «Sublime» e Gli «Exercizi preparatori» di Elio Teone III, Turin, 1951. —, I Progimnasmi di Elio Teone, I Ia storia del testo, Turin, 1959. G. R eichel, Quaestiones progymnasmaticae, Leipzig, 1909. Rhetores Graeci I (ed. C. Walz), Stuttgart, 1832, 137-262. Rhetores Graeci II (ed. L. Spengel), Leipzig, 1854, 57-130. Stegem ann, «Theon», RE 2 (1934), 2037-2054. INTRODUCCIÓN GENERAL Sobre Hermógenes 31 C. S. Baldw in, Medieval Rhetoric and Poetic, Nueva York, 1928, págs. 23-38. «Praeexercitamina Prisciani grammatici ex Hermogene versa», Rhetores Latini Minores (ed. C. Halm), Leipzig, 1836 (Frank furt, 1964), 551-560. L. Radermacher, «Hermogenes», RE 8 (1913), 865-877. Rhetores Graeci I (ed. C. Walz), Stuttgart, 1832, 9-54. Rhetores Graeci II (ed. L. Spengel), Leipzig, 1854, 3-18. Rhetores Graeci VI (ed. H. Rabe), Leipzig, 1913. Sobre Aftonio R. A gricola, Aphthonii sophistae Progymnasmata, Lyon, 1598. Brzoska, «Aphtonios», RE 1, 2797-2800. J. M. Catanaeus, Aphthonii Progymnasmata, Venecia, 1522. H effter, «Ueber die Beschreibung der Burg von Alexandria bei Aphthon. progymn. cap. 12», Zeitschrift für die Altertums wissenschaft 48-49 (1839), 377-389. R. E. Nadeau, «The Progymnasmata of Aphtonius in Transla tion», Speech Monographs 19 (1952), 264-285. Rhetores Graeci I (ed. C. Walz), Stuttgart, 1832. Rhetores Graeci II (ed. L. Spengel), Leipzig, 1854, 21-56. Rhetores Graeci X (ed. H. Rabe), Leipzig, 1926. Rhetores Graeci XIV (ed. H. Rabe), Leipzig, 1935. J. Sardiani Commentarium in Aphthonii Progymnasmata (ed. H. Rabe), Leipzig, 1928.

miércoles, 14 de mayo de 2025

FÁBULAS MITOLÓGICAS EN ESPAÑA FRAGMENTO.




 En las «Fábulas mitológicas de España», José María de Cossío planteó una nueva visión sobre nuestra literatura al sacar a la luz sus aspectos antirrealistas y universales y, por tanto, los menos admitidos cuando esta obra se publicó por primera vez en 1952. Al ofrecer al lector la reedición de este libro, agotado desde hacía mucho tiempo, lo hacemos no sólo con la intencion de recuperar un «clásico» en su especialidad, sino que tenemos el convencimiento de que se trata de una obra plenamente actual, que no ha perdido un ápice de interés o utilidad pues, desde su primera salida al mercado, no ha aparecido ningún otro trabajo que, como éste, rastreé totalmente la presencia de la mitología en la cultura literaria española. 

A Gerardo Diego 

NOTA INTRODUCTORIA Ofrecemos al lector Fábulas mitológicas en España, que apareció publicado en Madrid en 1952. Y lo hacemos no sólo con la intención de reeditar un «clásico» en su especialidad, sino también desde el convencimiento de que se trata de una obra plenamente actual que no ha perdido ni un ápice de interés o utilidad desde que salió por primera vez al mercado, pues desde entonces no ha aparecido ningún otro trabajo que, como éste, rastree globalmente la presencia de la mitología en la cultura literaria española. Por el contrario, son relativamente abundantes los estudios parciales sobre el tema, todos los cuales a su vez han tenido entre sus fuentes primordiales el libro de Cossío, lo que da idea de su importancia y utilidad. 

 Una enumeración de los más generales puede ayudar al lector interesado en profundizar sobre algunos aspectos de la obra que tiene en las manos. Así, desde el punto de vista de la presencia de la fábula mitológica en arte español, además de numerosísimos artículos sobre problemas concretos, contamos con dos estudios de alcance más amplio: La mitología y el arte español del Renacimiento, de Diego Angulo, publicado el mismo año que estas Fábulas mitológicas…, y La mitología en la pintura española del Siglo de Oro, de Rosa López Torrijos, que vio la luz en Madrid en 1985. 

 Más estrechamente relacionados con la literatura, que es el campo donde se centró Cossío, existen numerosos trabajos sobre la presencia de los dioses antiguos en la obra de los más importantes literatos, como, por citar un caso paradigmático, los de Neumeister. Levan o Benedetti acerca de Calderón; y hay también varios estudios que tienen por objeto el rastreo de la utilización de personajes míticos a lo largo de amplios períodos de nuestra historia literaria. Son las obras que, por su carácter general, están más cercanas a los propósitos globalizadores de Cossío, aunque constreñidas a figuras particulares, y no a todo el panteón mítico. 

Entre las más importantes figuran El mito de Faetón en la literatura española, de A. Gallego Morell (Madrid, 1961); El tema de Hero y Leandro en la literatura española, de F. Moya del Baño (Murcia, 1966); The Myth of Icarus in Spain Renaissance Poetry, de J. H. Turner (Londres, 1970); El mito de Adonis en la poesía de la Edad de Oro, de J. Cebrián (Barcelona, 1989); El mito de Narciso en la literatura española, de Y. Ruiz Esteban (Madrid, 1990); El mito de Proserpina: fuentes grecolatinas y pervivencia en la literatura española, de M. D. Castro Jiménez (Madrid, 1993) o Arachnes Tapestry: The Transformation of myth in Seventeenth-century Spain (San Antonio, Texas, 1985). 

De carácter algo más general son La función del mito clásico en la literatura contemporánea, de L. Diez del Corral (Madrid, 1957) y El conocimiento de la mitología clásica en los siglos XIV al XVI, de M. C. Álvarez Morán (Madrid, 1976). PRÓLOGO PRIMAVERA DEL MITO (Este prólogo empieza en el año 0). Tiempo en verdad dichoso. ¡Qué primavera del mundo! El mundo es un prado verde (y un verde prado no es todavía un lugar común). Muchas fuentes borbotean en el prado (ninguna es aún «fuente literaria»). Bajan las aguas y juntándose terminan por formar un río: parece no fluir, de tan lento, y con tal diafanidad que se pueden contar en su fondo hasta las piedras más diminutas (aún no lo han dicho así ni Ovidio ni Garcilaso). El aire es como un esmalte cristalino que todo lo llena: sí, un aire eglógico (y aún no ha nacido la Égloga). Todo está reciente, jugoso, sensual, virginal, terso, brillante. 

¡Qué bello es el mundo aún no usado! ¡Qué bello es el mundo cuando aún no ha nacido la literatura! La mañana sube, lenta, hacia su plenitud. ¡Qué colores enterizos, como iluminados por dentro, brillantes y no charros: rojo, verde, azul, blanco, rosa! Y el terso esmalte del aire (limitado por las cosas, posado sobre las cosas cuya superficie perlustra) vibra. ¡El aire vibra, zumba, está lleno de algo! 

Es la vida: el aire es todo como la suprema vibración de mil élitros. Si se oye bien, comienzan a distinguirse, dentro de esa nota total, voces, suspiros, aves, gritos, cánticos, imprecaciones. Es la vida. ¡Esta primavera está poblada! La comprendemos poblada de seres vivos, los cuales (¡cosa más curiosa!) están llenos los unos de amor, los otros de odio, muchos de sensualidad, este de furia, tal de sedosa nostalgia…

 Fijémonos bien en esto: si acaso pasan años, si este mundo tan tierno logra hacerse viejo alguna vez, no podrá volver a estar coloreado ni poblado así; nunca los colores tendrán esta esmaltación virginal, nunca el aire volverá a vibrar con tal polifonía. Es que el mundo es ahora muy joven. ¡Jóvenes fuerzas del joven mundo! ¡Qué esguinces, qué frenesí de esas ninfas que se chapuzan, que se persiguen por el agua! El agua, golpeada, salta rota en mil partículas de fuego. 

El sol —que nunca tostó espaldas divinas— deslumbra reflejado en la piel chorreante. Los chillidos de estas muchachas excitadas —¡qué alimañas estupendas!— nos desgarran los oídos. Pero arriba, alrededor de las copas de los árboles, ¡cuántos amorcillos, revoloteando!: quizá de servicio hacia algún vínculo nuevo. Unos giran persiguiéndose, en bandadas, alrededor de la copa de un gran pino; algunos se calan, cabeza abajo, vertiginosamente, hasta casi tocar con la tierra —¡qué susto, cuánta diablura!—; y el más mofletudo, que siempre se quedaba atrás, llora agitando desesperadamente las alitas, porque se le han enganchado las nalgas en la rama de un chopo. 

¡También en los abismos, también en las entrañas de la tierra hierve la vida, no ya sólo el sombrío amor que envuelve en noche a Perséfona: aquel lejano volcán que humea en el impoluto azul, exhala la inútil ira de los vencidos gigantes; y esta vibración del suelo la causan los martillazos ciclópeos: sin duda los herreros de Vulcano están forjando la armadura de algún héroe o algún dios. Una plenitud de vida, una hinchazón de savia pujante hace que el mundo reviente ahora en yemas, que se abra en espléndidas flores. 

Esta juventud de savia es, sin duda, lo que produce un maravilloso fenómeno de mutación de formas: un lánguido muchacho. Narciso, enamorado de un imposible, este otro. Adonis, que un celoso colmillo destrozó, ante nuestros ojos se deshilan, se deshacen, y se convierten en sendas flores; de estas dos hermanas fugitivas. 

Progne y Filomela, la una se disolverá en alas negras que. vertiginosas, anuncien la vuelta de la primavera, la otra será una dulce voz que cantará siempre su desgracia; a esta ninfa esquiva. Dafne, ya se le arraigan los pies, la cabellera que aun ondeaba con el viento de su huida, se le está cambiando en hojas inmarcesibles; y de este mozo, Acis, aplastado por despechada ira. bajo la peña que le oprime, nacerá un claro río. Mil y mil fuerzas, mil seres, abandonan su posición, sus límites, su color, dulcemente se deforman, para informarse, de nuevo, distintas. Parece que la furia creativa no ha cesado: y una sola fuerza común es la que late en todas las fuerzas particulares. 

Tal prodigiosa mutación multitudinaria ocurre ante nuestros ojos: basta la voluntad de un dios, ya en iracundo arrebato, ya piadoso. Todo este mundo virginal está en metamorfosis. Es una evolución que va de las formas humanas a las vegetales o animales. ¡No, no pisemos esta flor, este jacinto: es otro bello muchacho, herido por un disco (larga historia)! ¡Ese ciervo, ese pobre ciervo perseguido por furiosa jauría: es Acteón, a quien la diosa sorprendida no perdona! 

Y tú, arañita, vete en paz: fuiste doncella tejedora; arrogante desafiaste en tu oficio a la diosa; ella te convirtió en araña; bastante castigo tienes. Sí; son fuerzas jóvenes de un mundo juvenil. Por eso nunca después — si va a existir un después— se formarán tan intensas, tan prodigiosas concentraciones de vida. Quizá llegará un día en que el amor esté dividido entre muchos seres: ahora está condensado en sólo uno: Cupido. Tal vez millones y millones de mujeres hermosas giren en la rueda de la vida: pues ahora la hermosura está toda cifrada en Venus. Marte es el poderío militar; Hércules, la fuerza heroica… Todo el prado está lleno de bellas figuras; se diría que son estatuas: no tienen pupila. Pero no: son seres vivos. 

Aquí Hipomenes corre en competencia con Atalanta, y en ganar la carrera no le va menos que la vida, por lo que con disimulo le arroja al paso unas bolas de oro; la moza se agachará para coger el oro: ¡brava estratagema! También Júpiter se ha disuelto, aquí, en lluvia de oro para penetrar hasta Dánae; y un poco más lejos, se ha revestido de toro para raptar a Europa; la muchacha acaricia el cuello del animal —¡tan inocente, tan manso!— y aun se atreve a sentarse en el lomo: ¡ya está perdida! Silencio: en la linde del bosque está dormido Endimión; un rayo de luna —fiel enamorada— le cae sobre el rostro. Por una senda del boscaje, tristemente prerrománticas, pasean dos parejas: Píramo y Tisbe, Hero y Leandro: ya desde el comienzo del mundo están unidos el amor y la muerte. Hay muchas locas carreras por el prado; parece que en este momento auroral el modo más inmediato de mostrar que una bella no corresponde a un galan o de que un galán no se deja cautivar por los atractivos de una ninfa, es salir corriendo: Narciso huye de Eco; Dafne, de Apolo; Aretusa, de Alfeo; de Polifemo, Galaica… 

Ab initio. las fuerzas del mundo son fundamentalmente de dos clases: atractivas y dispersivas. ¡Y cuánto caso particular, novelesco! Aquí está la competencia tejedora de Aracnes y Palas. Ahí. escondida tras un matorral, la celosa Procris espía a su esposo: nadie la librará del venablo que no marro nunca. Más allá, en un secreto palacio. Psique ha encendido la lampara para contemplar a su dormido amante. Sobre aquella peña batida por el mar, llora, amarrada, la pobre Andrómeda; su deslumbrante desnudez se diría un campo de nieve en la hendidura del peñasco: ¡animo, valiente Perseo que vienes por el aire, ánimo, que ya te falla poco para llegar! 

Y este meteoro luciente, muy bajo, que cruza el ciclo —¡que se cae!, ¡que nos aplasta!— es el desatentado Faetón: las aguas han rugido al clavarse sobre ellas la triste antorcha humana… (Este prólogo continúa en el año 1952). ¡Qué tristeza!: alrededor, un mundo sobado, ajado. Hace mucho que las fuerzas del mundo ya no tienen aquella petulancia apretada, crujiente, virginal.

 Aquel borbotón ya no apremia hacia mutaciones aparenciales. Y los tristes hombres nacen, crecen, maduran, se arterioesclerotizan, mueren. Antes, amados por los dioses, se destruían jóvenes —se aniquilaban, ¿cómo diría yo? lujosamente—, mientras sus fuerzas inmortales se reconcentraban de nuevo en dorados narcisos, en pensativas violas… Escribo en la primavera: pero ¿acaso no hay un cansancio, una vejez, en esta primavera sigilosa? ¿No están cansadas las fuerzas del mundo? (¿O soy yo el cansado?). Dejémonos de tonterías y de farsas. Juguemos con las cartas boca arriba: hasta ahora he estado mintiendo. Porque ese bellísimo, ese impoluto mundo —esa primavera de la vida— sólo lo conocemos por la literatura. 

 Más aún: porque ese mundo cristalino y virginal no ha existido: es una fantasía, una creación del hombre, y por tanto, no es primario, sino secundario, pues supone al hombre mismo: es como una depuración, como una proyección de la triste experiencia del hombre. Es una creación, en parte religiosa y en gran parte también literaria. 

Esa bella nitidez es fábula, una mentira, un trampatojo de la inventora literatura. Es una bella socaliña perfeccionada a lo largo de la historia humana —hasta este mismo libro que tu. lector, tienes en tus manos— porque todos los pueblos de nuestra cultura europea han colaborado en la invención. 

El caudal griego se juntó con el romano, y a través de la Edad Media, fue a desembocar en otro día bellísimo, también como con un lustre virginal, pero día bien real éste, y casi al alcance de la mano: el Renacimiento. Las aguas afloraron antes en Italia. De allí, y directamente de la antigüedad, bebimos largamente los españoles. (Con cuanta sed, para cuánta belleza —aunque alguno ¡vaya vista! lo niegue— bien a las claras lo prueba el presente libro). Luego, cada día trajo sus modas: el siglo XVI contemplo otra vez toda la primavera mítica, como si la viviera, como si la estuviera creando: pero con un refreno de compensada ley. la fuerza se serenaba en armonía, y el amor se adelgazaba, hacia perfume, en nostalgia. 

Pero el siglo XVII lo alborrascó todo, todo lo apasiono y dramatizó; porque soñaba re-crear también: predominaba el impulso, otra vez se enlomaban las inmensas fuerzas telúricas ¡oh, crear vida! Y, quien lo diría, no pudiendo soportar el frenesí sublevado, el mismo siglo XVII habría de sofocar esa vida por él evocada: la llegaría a comprimir en violentos contrastes, la ahormaría en duros esquemas. 

Después, más tarde, todo había de ser decadencia: el mito clásico se arrastra por el siglo menos clásico (el neoclásico) y muere — salvo coletazos ocasionales— con el Romanticismo. Si en algo se perfecciona después, es en re-creación científica: este libro es ilustre ejemplo. Tal es el panorama, tal la tradición en que José María de Cossío se ha sumergido, primero para amar y admirar, y luego para escribir la presente maravillosa obra. Nada te digo, lector, sino sencillamente esto: Abre por la primera página y, lentamente, vete impregnando hasta la última: tienes entre tus manos el mejor libro de Cossío (que tantos y tan buenos ha escrito ya), un libro en el que se han juntado máximo conocimiento y sensibilidad máxima, una de las obras maestras de la crítica moderna española. 

DÁMASO ALONSO

martes, 13 de mayo de 2025

El cerebro del artista La creatividad vista desde la neurociencia Mara Dierssen Sotos


 


A Mi madre, la pintora Trinidad Sotos Bayarri, que me enseñó a ver la vida con mirada de artista.

 Introducción

 «Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.» Albert Einstein El cerebro es el órgano de la mente: comprender cómo funciona es conocernos a nosotros mismos, y los descubrimientos que cada día nos llegan desde la neurociencia inciden en nuestra visión de lo que es y lo que significa el comportamiento individual y social. El conocimiento del cerebro tiene ya un claro efecto en nuestra concepción de la economía, los movimientos sociales o incluso en nuestro sistema judicial y político, y la comprensión de sus procesos de manejo de la información está determinando avances revolucionarios en las ciencias de la computación y la robótica. Sin embargo, aún no entendemos bien cómo de una mezcla casi infinita de células (neuronas de diferentes subtipos, y otras especies celulares, como los astrocitos, que cambian con la experiencia y el aprendizaje) y «cables» de conexión (unos de entrada de información, las dendritas, y otros de salida, los axones) emergen el pensamiento, la memoria, los sueños, las emociones y la conciencia.

 De la actividad sincronizada de las redes neuronales en las que se organizan todas estas piezas, como en un delicado pero preciso reloj, también surge el arte. Si entendemos que el arte es fruto de la organización del cerebro humano, y de su comportamiento social, seguramente la neurociencia podrá aportar claves esenciales para su comprensión. ¿Cuál es el sentido biológico del arte? ¿Por qué el ser humano invierte tanto tiempo en crear obras «bellas» placenteras para nuestro espíritu?

Las primeras muestras conocidas de pintura figurativa (cabezas y cuartos delanteros de animales pintados en piedra) datan de hace aproximadamente 30 000 años, y antes de la pintura ya había esculturas con forma humana (como las famosas Venus). Este hecho se asocia a una evolución intelectual significativa, y aunque es imposible ponerle fecha, en algún momento el hombre adquirió la capacidad de pensamiento abstracto y aprendió a crear sin un objetivo utilitario concreto. Una posibilidad para explicar el «comportamiento artístico» reside en que el cerebro humano ha desarrollado una tremenda capacidad de aprendizaje para adaptarse al entorno. Esta capacidad nos permite «independizarnos» de alguna manera de las leyes evolutivas «clásicas», que sugieren que es necesaria una mutación y la selección de la misma para la evolución de una especie, pero indudablemente produce una dependencia enorme de estímulos externos. Si lo enfocamos de esta forma, el conocimiento adquirido necesita transmitirse a través de una «cultura», que es un fenómeno fundamentalmente derivado del agrupamiento social.

Y este es el segundo ingrediente: el ser humano precisa, para su bienestar psicológico, estar con otros humanos. La imagen del mundo que nos ofrece nuestro cerebro es una representación (parcial e interpretativa, no «fotográfica») de lo que nos rodea en cada momento y de lo que otros han visto y compartido. Una visión que almacenamos en nuestra memoria y en soportes como la escritura, el dibujo o la música. En este pequeño viaje, nos centraremos solo en las artes visuales y la música, y dejaremos para otra ocasión los demás campos que existen. El neurobiólogo Luis Miguel Martínez Otero afirma: […] el trabajo de un pintor no es muy diferente al de un neurocientífico. En muchos aspectos es más lo que los une que lo que los separa.

Así, desde hace miles de años, los pintores tratan de generar en un soporte bidimensional y estático, como una pared de roca o un lienzo, imágenes que se asemejen a su experiencia perceptiva, rica y compleja, del mundo en el que viven. Para ello construyen un lenguaje personal, con su propia gramática basada en una combinación más o menos complicada de patrones y formas, de colores y luminancia, cuyo equivalente psicológico es el brillo o la brillantez.

Los neurocientíficos, por su parte, toman el camino inverso e intentan averiguar cuáles son las reglas, la gramática interna, que permite al cerebro reconstruir «una realidad subjetiva» del mundo visual que nos rodea. Para ello el cerebro, como el pintor, se basa únicamente en una sucesión de imágenes bidimensionales que se proyectan de forma continua sobre nuestras retinas, como si estas fuesen una especie de lienzo. Pintor y neurocientífico, arte y ciencia, parecen estar así mirándose en un espejo imaginario, complementándose al tratar de comprender cómo vemos, mientras exploran las reglas de la perspectiva, el color, la forma, el movimiento, el contraste, etcétera. En efecto, el pintor experimenta con la neurología de la visión, utilizando ilusiones visuales, o busca en trazas de la actividad neuronal los motivos de la toma de decisiones, del lenguaje y del pensamiento consciente e inconsciente. El músico nos emociona, o puede activar vívidos recuerdos («Están tocando nuestra canción») y su música nos inspira, nos ayuda a cohesionar un grupo, y «esculpe» en cierto grado nuestro cerebro. Este libro es una revisión más o menos introductoria y accesible de diversos aspectos de la neurobiología de la actividad artística humana. La tesis fundamental es que el arte, como reflejo del funcionamiento de la mente humana, desvela aspectos básicos de la neurobiología y que su apreciación surge de la actividad cerebral. Posiblemente nos gusta el arte porque es un producto de nuestro cerebro, pero también hemos de reflexionar acerca de las construcciones culturales que derivan en lo que consideramos «obras de arte», y sus implicaciones sociales. Aquí he procurado concentrar el material de unas cuantas conferencias científicas divulgativas que en alguna ocasión me ha tocado impartir.

Es evidente que les falta ese toque de improvisación y adaptación que se puede dar a una charla cambiante, en función de lo que se percibe en el público (si ves una expresión que indica «no entiendo nada» o «qué aburrimiento»). No existen libros «interactivos» en ese sentido, pero he procurado incluir figuras (una imagen vale más que mil palabras) y cuadros con información más anecdótica o complementaria, semejantes al método que utiliza el narrative unfolding. Obviamente no pretende ser un compendio ni hay espacio para explicar el funcionamiento del cerebro de forma exhaustiva. La magia de la divulgación es poder explicar ciencia «dura» de manera que «la entienda tu abuela» o que «hasta un niño pueda entenderla» (símiles que, al igual que el gran dibujante Quino, nunca comprendí, porque hay abuelas listísimas y los niños suelen serlo más que muchos adultos). Así que he intentado combinar la rigurosidad (incluyendo muchas citas científicas, para remitir al lector a las fuentes originales), con la amenidad, y algunas opiniones personales.

 Me he inspirado en colegas mucho más expertos que yo en este tipo de exposición (trabajo en la neurobiología de la cognición y síndrome de Down, fundamentalmente), que han estudiado durante muchos años la percepción visual y la música. Aun así, y basándome en la premisa de que el cerebro es en cierta medida «homogéneo» en los recursos computacionales que utiliza en sus diferentes funciones, espero haber sido lo suficientemente veraz en mis asunciones divulgativas. Valencia. Dibujo a plumilla de Trinidad Sotos Bayarri. 

 En mi trabajo siempre he considerado que el científico debe contribuir a que la sociedad participe de los descubrimientos científicos, y no debe desvincularse del compromiso de que ese conocimiento permee en la sociedad. Crear espacios de interconexión e intercambio, debate y diálogo dinámico y abierto entre los científicos y expertos y los ciudadanos es hoy una necesidad y una ambición ineludible. Mi objetivo, en fin, es que el lector observe el arte bajo una luz diferente: la científica. Pero espero que, además de aprender algo sobre el cerebro y su relación con el arte, el lector disfrute de estas páginas y, sobre todo, se sorprenda lo suficiente para querer aprender más…

lunes, 12 de mayo de 2025

Ramón Díaz Eterovic Imágenes de la muerte Detective Heredia - 20


 


Ramón Díaz Eterovic Imágenes de la muerte Detective Heredia - 20 

 A mis amigos Óscar Barrientos Bradasic y Juan Ignacio Colil. Cuando sufre el alma de un gran pueblo, toda la vida está perturbada, los espíritus vivos se agitan y los que tienen un noble corazón inmaculado van al sacrificio.

 LEONID ANDRÉIEV Sachka Yegulev 

 1 E RAN días de fuego y furiosas esperanzas. Desde hacía unas semanas las manifestaciones populares desbordaban las plazas y calles del país. El centro de Santiago y los alrededores de mi barrio estaban convertidos en un campo de batalla en el que se enfrentaban los ciudadanos indignados y las fuerzas especiales de la policía. La represión era intensa y del lado de los manifestantes se conocían numerosos casos de personas golpeadas, violadas o que habían perdido sus ojos a causa de los balines disparados por los uniformados para contener a los manifestantes que se reunían por las tardes en la plaza Italia, rebautizada desde el inicio de las protestas como la plaza de la Dignidad. Había entrado a un restaurante en busca de un tentempié y en la pantalla instalada en un rincón del comedor principal se sucedían las escenas de incendios, saqueos de locales comerciales y estaciones del ferrocarril subterráneo destruidas, por lo que el locutor de turno llamaba «vándalos descontrolados». Las demandas sociales corrían por las calles con una fuerza que recordaba las grandes protestas contra la pasada pero siempre omnipresente dictadura pinochetista. –Hoy cerramos temprano. Solo puedo ofrecerle bebidas, sándwiches y empanadas de pino o queso –dijo el mozo al que conocía desde visitas anteriores–. Si tengo suerte podré encontrar un bus que me acerque a mi casa. Anoche me dejaron a seis cuadras y tuve que andar entre barricadas y gases. Los muchachos trataban de impedir que los pacos entraran a la población con sus tanquetas y en las casas apenas se podía respirar por el efecto de las bombas lacrimógenas. Se llamaba Pedro y no debía tener más de veinticinco años. Llevaba la cabeza rapada y bajo la oreja izquierda tenía tatuado un escorpión. Vestía una polera musculosa y bluyines negros. 

Solía conversar con él cuando pasaba al restaurante a comer el plato del día o tomar una copa de vino. –Los muchachos de mi población dicen que la revuelta seguirá por mucho tiempo. La gente está cansada de vivir en la miseria, atropellada en sus derechos, sin dinero para las compras esenciales y víctima de cuanto abuso se pueda imaginar –agregó. –«Dignidad para todos». Eso dice el mural que veo por las mañanas desde la ventana de mi dormitorio. –El patrón nos dijo que cerrará el restaurante si esto continúa. Dice que lo que se vende no alcanza para cubrir los gastos básicos.

 –Algunos patrones lloran con razón y otros porque no pueden ganar los millones de siempre. –No puedo negar que cada día vienen menos clientes. –El fuego ya prendió, Pedro. Los que mandan no pueden seguir ofreciendo migajas. Tienen que abrir sus billeteras. –¿Y usted no tiene que pagar sueldos en su oficina? ¿Sigue recibiendo clientes? –Recibo dos o tres clientes al mes y no pago sueldos. Mi secretario es un gato viejo que trabaja por la comida y un rincón donde dormir. Lo mismo corre para Pugliese, el gato pequeño que comparte el departamento como ayudante y compañía de mi gato Simenon. –Su trabajo no parece un negocio muy bueno.

 –No me quejo. Hasta ahora no me ha faltado para mantener activa la olla. –¿Qué va a pedir? Como ya le dije, el patrón pretende cerrar el boliche antes de las seis. –Dile al cocinero que caliente una empanada de pino y sírveme una copa de tinto respondí–. Después, y antes de ir a mi departamento, daré una vuelta por el Parque Forestal. Me bastó caminar unos minutos para apreciar la agitación de la gente que se dirigía a las estaciones del Metro o a los paraderos de buses. Las tiendas comerciales cubrían sus puertas y ventanas con planchas de zinc. 

Los vendedores ambulantes anunciaban sus mercancías a los nerviosos transeúntes y en algunas esquinas las personas observaban el espectáculo de una ciudad agitada por la oleada de descontento que había comenzado, tal vez sin calcular sus alcances, con un inesperado aumento de la tarifa del tren subterráneo. Encontré a Moquete, el conserje haitiano, a la entrada del edificio. Era un hombre de treinta años que residía en Chile con su esposa y dos hijos de corta edad. Solía conversar con él sobre noticias o asuntos que iban más allá de los problemas del edificio y lo había sorprendido alguna vez leyendo revistas de mecánica automotriz o resolviendo crucigramas que le servían para aprender nuevas palabras en español. –Una señora lo espera en su oficina desde hace una hora –dijo–. La dejé entrar porque venía cansada y dispuesta a no moverse de la conserjería hasta que usted llegara. –Bien hecho, Moquete. Subiré de inmediato.

 –Aguarde un momento, señor Heredia –agregó el haitiano al tiempo que sacaba un alto de cartas desde la parte inferior del mesón de la conserjería–. Tengo que entregarle la correspondencia recibida para la señora Griseta Ordóñez. Antes de salir de viaje me encargó que se la diera a usted. –Gracias, Moquete. Veré de qué se trata y seleccionaré lo que sirva. –No piense que soy un entrometido, pero todavía no entiendo por qué su vecina instaló su departamento y pocas semanas después viajó a Berlín. –Me dijo que la habían invitado a participar en un seminario y luego la contrataron para impartir un curso de tres meses.

 Al parecer la invitación provino de una profesora que la ayudó bastante mientras estudió en España y a la que no podía rechazar su nueva oferta. –Eso tiene más sentido. –Quedó en regresar apenas termine el curso. Y debo reconocer que la extraño. –No desespere, señor Heredia. Los días pasan rápido. –Sí, eso dicen –respondí antes de abordar el ascensor que me condujo hasta el séptimo piso. Sentada frente a mi escritorio encontré a una mujer morena. Debía tener a lo menos cincuenta años. Sus ojos eran oscuros y tristes. Vestía un sencillo vestido azul y un chaleco del mismo color que probablemente había tejido ella. Sostenía una cartera de tela negra.

 Al verme llegar se puso de pie. Le hice un gesto para que volviera a sentarse y me acomodé en mi sillón tras el escritorio. Mi gato Simenon me dedicó una mirada desganada desde el librero en el que se encontraba tendido como una añosa mascota de peluche. –¿En qué puedo ayudarle? –le pregunté, y al tiempo que encendía el hervidor eléctrico que estaba sobre una mesa de rincón, agregué–: Apenas hierva el agua le ofreceré un té. –Me contaron que usted busca personas extraviadas. Me llamo Dalia Véliz y quiero que me ayude a encontrar a mi hijo Tomás. Salió de nuestra casa hace una semana y no ha regresado. Temo que le haya sucedido alguna desgracia. –¿Qué edad tiene Tomás? –Dieciséis años recién cumplidos. –Supongo que va al liceo. ¿Cómo le va en sus estudios? –Dejó de estudiar y de vez en cuando consigue trabajos ocasionales que le permiten ganar unos pocos pesos.

 Pero la mayor parte del tiempo lo pasa viendo tele o conversando con sus amigotes en la sanguchería de la esquina. No es el hijo que soñé, pero es mi hijo y lo quiero. –¿Y por qué teme que le haya pasado algo malo? –Nunca ha estado tanto tiempo fuera de la casa. Y no solo eso. He hablado con varios de sus amigos y dicen que lo vieron por última vez en la calle, el día que estalló la revuelta. –¿Cree que pudo participar en una marcha o en una barricada? –Es lo que creo. Tampoco descarto que haya participado en los saqueos que se hicieron en la comuna. La mayoría de mis vecinos ha sacado cosas desde los supermercados. Yo no los juzgo. Todos tienen muchas necesidades y poco dinero. –Tal vez fue detenido. ¿Preguntó por su hijo a los carabineros? –Fui, pero no me dieron ninguna información. No saben nada de él y tampoco muestran interés en buscarlo. Están preocupados de la gente que anda en las calles. –Cuando alguien desaparece suelo pensar en algunas preguntas.

 ¿Usted discutió últimamente con su hijo? ¿Sabe si Tomás mantiene alguna relación sentimental? ¿Mencionó algún trabajo nuevo? –A todas esas preguntas le debo responder que no. Ya no pierdo mi tiempo discutiendo con él. No pololea y no creo que se haya preocupado de buscar trabajo durante las últimas semanas. –¿Fue a los hospitales o a las postas? –Es imposible ir a todos los hospitales y postas. Fui al hospital más próximo a nuestro domicilio y a la Posta Central. 

Mi hijo no está ni ha sido atendido en esos lugares –respondió la mujer. –Muchas personas no han regresado a sus casas después de las manifestaciones. Gente baleada o golpeada que no quiere ir a los hospitales por temor a ser detenida. –No había pensado en esa posibilidad, señor. –O tal vez se encuentra en la casa de un amigo y no se ha preocupado de avisar. –Tiene razón. No sería la primera vez que me tiene con el alma en un hilo. –¿Puede darme la dirección de su casa, señora? La mujer me dio la dirección y la anoté en mi libreta. –¿Dónde trabaja usted, señora Véliz? –De lunes a viernes en una empresa que presta servicios de aseo a supermercados y grandes tiendas. 

Los fines de semana vendo ropa usada en la feria libre de la población. –¿Y su esposo? –Se fue de la casa hace doce años y no lo he visto más de cinco veces desde entonces. –¿Su hijo mantiene contacto con él? –Ninguno. Gustavo, así se llama el padre de Tomás, lo vio durante un tiempo, pero luego encontró otra pareja y la mujer le prohibió juntarse con él. Al principio mi hijo preguntaba por su padre, pero luego se acostumbró a su ausencia. Gustavo trabaja de bodeguero en una cadena de ferreterías, pero no vale la pena que pierda tiempo ubicándolo. –Nunca se sabe. En una de esas es útil hablar con él. 

 –¿Quiere decir que me ayudará a buscar a Tomás? –Haré las preguntas del caso, pero no se haga muchas ilusiones. No son buenos días para andar haciendo preguntas ni para asomar la nariz en lugares desconocidos. –Tiene que decirme cuánto me cobrará. Los vecinos del barrio juntaron algo de dinero, pero no sé si alcanza para pagar sus servicios. –Primero déjeme resolver si tengo un caso para investigar o si encuentro a su hijo en un abrir y cerrar de ojos. Haré unas preguntas y después hablaremos de honorarios. –Gracias. Tenía razón el Pancho cuando dijo que usted me ayudaría.

 –¿Quién es Pancho? ¿Lo conozco? –El hijo de la señora Francisca, mi vecina. Dijo que usted es conocido en el ambiente y que tiempo atrás resolvió unos robos cometidos en la empresa donde él trabajaba. Parece que usted lo interrogó en esa ocasión. –Recuerdo el caso, pero no a todas las personas con las que conversé. Con el tiempo, la mayoría de las investigaciones se convierten en sombras más o menos difusas. –¿Qué piensas hacer? –preguntó Simenon apenas Dalia Véliz abandonó el departamento. En las últimas semanas los años se le habían venido encima y el gato se movía lentamente como tanteando el terreno que pisaba en el trayecto de la biblioteca a mi escritorio. –Lo que suelo hacer al inicio de una investigación. Llamar al comisario Ruperto Chacón para saber si hay una investigación oficial respecto al asunto. Por lo general, él está al tanto de lo sucedido o bien pregunta a sus compañeros.

 –Oí decir en la radio que el gobierno impondrá el toque de queda. No podrás salir del departamento después de las diez de la noche. Si te pillan en la calle te mandarán a la cárcel. Habrá que aperarse con lo indispensable: latas de atún, churrascos y bolsitas de alimento para gatos inteligentes. –Todo a su tiempo, Simenon. Por ahora iré a dar una vuelta a la calle. Me interesa observar cómo la chispa se convirtió en fuego. –Ten cuidado, Heredia. No estás en edad de andar escapando de los guanacos ni de las lumas de los carabineros. Mi recorrido llegó hasta la Biblioteca Nacional y desde ahí no pude seguir avanzando hasta la plaza de la Dignidad. No recordaba haber visto tanta gente en las calles ni tanto entusiasmo en los gritos y consignas. Observé a la gente, oí sus consignas y leí los carteles y lienzos que portaban. Rehíce mis pasos y al llegar a mi barrio entré a un bar donde saqué mi libreta y anoté un par de ideas que podrían servirme para encontrar a Tomás Bruna.

jueves, 8 de mayo de 2025

WAN DAVID¡GARCIABACCA CURSO SISTEMATICO DE FILOSOFIA ACTUAL




 Dirección de Cultura de la 

Universidad Central de Venezuela 

Alfadil Ediciones 

A MANERA DE PROLOGO 

ADVERTENCIAS 

P') 


 Esta obra no necesita de Prólogo. 

De lo que necesita es de lectores que la lean y, sobre todo, 

la estudien -desde la primera página a la última. Claro está, 

que la necesidad primaria es la de merecer lectura y estudio. 

en este punto el autor de ella -y los autores de cualquier otra 

obra, ¿quién no?- presuponen merecer ser leídos y estudiados. 

Ojalá que la realidad responda a la natural benevolencia del autor -y de todo autor- para con su obra. 

2") 

El llamado -con dos nombres propios y dos apellidos 

autor de esta obra- no se considera como su defensor o mantene

 dor nato y obligado, menos aún como su propietario. 

Es Bien pú

 blico. 

Sería su mayor felicidad que se la use para lo que se quie

 ra, mientras sea para bien de· Sociedad, sin que haya de citársela 

en ninguna orden del día, cual no se cita ni a Sol ni a Aire -· quie

 re decirse: citarla en otras obras. 

3'1-) 

La palabra <le actual, calificativo final del título, es 

la menos mala que el autor ha encontrado para caracterizar la obra. 

Presencia - decorosa y aun deslumbrante -· 

ostentan hoy en día 

muchas filosofías. Acto de presencia lo hacen muy pocas . 

Acto 

de presencia hacen en nuestro mundo camiones; presencia, la ca

 rreta de bueyes . 

Acto, es decir, en uno: presencia real y compro

 bable ante ciencias actuales, ante técnicas actuales y presencia eficaz 

de colaboración, de trabajo, con ciencias y técnicas ttctuales  

actua

 les : es decir, activas o eficaces . 

Y suponiendo que la palabra 

comprometido no esté del todo gastada, podríase decir: filosofía 

actual es filosofía comprometida con la ciencia y técnica actuales. 

No es ni necesario ni obligatorio el que filosofía se comprometa 

con ellas - con las actuales; siempre quedan, cual lugares de 

decoroso y esplendente retiro, los museos, y las ediciones, reedi

 ciones, glosas y comentarios de filosofías no comprometidas ni en 

su tiempo ni en los nuestros con ciencias o técnicas de ninguno. 

4�) 

Todo ser es bueno) omne ens est bonum. Fue senten

 cia clásica, que elevó - por trascendental - bueno a la altura de 

ser, sin sobrar ni faltar nada a ninguno de los dos, para encajar 

los dos justa y perfectamente. 

Esta obra no da por hecho tal refrán ontológico, sino por 

empresa: la de aprovechar para teoría del Ser -para filosofía- lo 

bueno de las ciencias actuales; y lo que puede sonar cual estridente, 

sospechoso y ofensivo a ciertas orejas piadosas y/ o enzarcilladas de 

oro y perlas, aprovechar lo bueno actual de ciertos autores que, 

uno� más, otros menos, no debieran -según más de uno de 

ciertos filósofos o teólogos, economistas, políticos o sociólogos 

haber existido y venido al mundo; y, venidos, por mal siempre de 

pecados ajenos, no debieran ser nombrados, -nefandos: nefari-, 

menos aún aprovechados, quiérese decir: mostrar lo mucho que 

han aportado y pueden aportar ciertas ideas suyas, de ellos, a que 

la filosofía sea actual: comprometida, metida y entro-metida con 

5�) 

ciencia y técnica de nuestro mundo, con historia y dialéctica. 

El autor de esta obra se sentiría más que recompensa

 do del trabajo -largo, aventurado y agradable- que ha tenido 

en componerla si otras filosofías y otros filósofos seguidores de 

Tomás de Aquino y tomismo-.. , Husserl y fenomenología, Heidegger 

y existencialismo . . . 

, acometieran empresa parecida 

en concreto, 

en concreto, en concreto- comprometiéndose, metiéndose y entro

 metiéndose en ciencia y técnica actuales, con algo más que juicios 

aprobatorios o condenatorios generales, someros, elevados- y, a 

veces, altaneros. 

6

 "') 

El autor de esta obra se reconoce, una vez más, deudor 

a tc<�os los filósofos -desde Aristóteles . . . 

hasta Zubiri-; acéptese 

el resumen alfabético; mas en especial, por exigencias de su plan 

de filosofía "actual", reconoce deber a Kant, Hegel, Marx, White

10 

head y Sartre lo que en esta obra se hallare de mayor valor para 

filosofía-ciencia-técnica de nuestros tiempos y del futuro próximo. 

7

 '

 ·1) 

Esta obra, y sobre todo, la primera parte de ella, calificada 

expresamente de "ensayo" y "programa", sale dedicada a los estu

 diantes y profesores jóvenes de Hispanoamérica y de España. Les 

ofrece, créelo el autor, campos nuevos en que demuestren sus ca

 lidades de creadores, de actuales, y depongan las de repetidores, 

comentaristas, glosadores, mosaiqueros, acólitos o apóstoles, dele

 gados o traductores de filosofías, o de otros tiempos, o de otras 

culturas. 

Les ofrece así una de las maneras de evitar el que Nietzsche 

los clasificara dentro de Ja categoría de "sobrantes" en filosofía 

ciencia-técnica. 

8'-') 

Por fin: se trata de un cuno sistemático de filosofía actual 

en forma y con pretensiones de ensayo y prog1·ama de trabajo. Tal 

f

 uera el título que habría de haber llevado la obra si el decoro 

convencional tipográfico y editorial lo hubieran permitido. El 

título presente es, pues, una abreviación. El completo, aquí dado, 

indica a lo que se compromete el autor, y el sentido y límites de la 

obra. 

JUAN DAVID GARCÍA BACCA 

Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1968. 

Archivo del blog

POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

Páginas