lunes, 9 de octubre de 2023

VOLTAIRE CARTAS FILOSÓFICAS FRAGMENTO



 Autor

VOLTAIRE, filósofo y escritor francés nacido en París el 21 de

noviembre de 1694 y fallecido en la misma ciudad el 30 de mayo de 1778. Su

verdadero nombre fue François Marie Arouet. Es, junto con Rousseau y

Montesquieu, una de las principales figuras de la Ilustración. Hijo de un

notario y miembro de una familia noble, vivió sus primeros años de forma

acomodada, estudiando con los jesuitas entre 1704 y 1711. Estudió después

Derecho, y en 1713 se convirtió en secretario de la embajada francesa en los

Países Bajos. Tras escribir una sátira contra el regente Duque de Orleans, fue

hecho prisionero y llevado por un año a la Bastilla, de donde fue desterrado a

Châtenay. Fue encarcelado de nuevo en la Bastilla por una disputa con un

noble, y desterrado a Inglaterra durante tres años, donde asimilaría la obra del

filósofo John Locke y del científico Isaac Newton, que llevaría con él de

vuelta a Francia. Propugnó la tolerancia religiosa, acusando a la Iglesia

Católica de fanática, por lo que tuvo diversos problemas con el clero. Residió

durante un tiempo en la corte del monarca alemán Federico II, trasladándose

después a Suiza, y colaboró en la redacción de la Enciclopedia, lo que le

valió nuevos problemas con la Iglesia. Instalado ya en Ferney, donde pasaría

dos décadas, siguió publicando asiduamente importantes obras filosóficas

como el Diccionario Filosófico o el Tratado sobre la tolerancia.

Primera carta. Sobre los

cuáqueros1

He creído que la doctrina y la historia de un pueblo tan extraordinario

merecerían la curiosidad de un hombre razonable. Para instruirme, he ido a

encontrar a uno de los más célebres cuáqueros de Inglaterra, quien, después

de haber estado treinta años en el comercio, había sabido poner límites a su

fortuna y a sus deseos, y se había retirado a un lugar en el campo cerca de

Londres. Fui a buscarle a su retiro; era una casa pequeña, pero bien

construida, llena de limpieza sin ornamento. ELI cuáquero era un viejo

vigoroso que nunca había estado enfermo, porque jamás había conocido las

pasiones ni la intemperancia: nunca en mi vida he visto un aire más noble ni

más atractivo que el suyo. Estaba vestido, como todos los de su religión, de

un traje sin pliegues a los lados y sinbotones sobre los bolsillos ni en las

mangas, y llevaba un gran sombrero de alas abatidas, como nuestros

eclesiásticos; me recibió con el sombrero en la cabeza, y anvanzó hacia mí

sin la menor inclinación de su cuerpo; pero había más cortesía en el aire

abierto y humano de su rostro que la que hay en el uso de echar una pierna

tras la otra y llevar en la mano lo que está hecho para cubrir la cabeza.

«Amigo, me dijo, veo que eres un extranjero; si puede serte de alguna

utilidad no tienes más que hablar. — Señor, le dije, inclinando el cuerpo y

deslizando un pie hacia él, según nuestra costumbre, me honro en suponer

que mi justa curiosidad no os desagradará, y que querréis hacerme el honor

de instruirme en vuestra religión. —Las gentes de tu país, me respondió,

hacen demasiados cumplidos y reverencias; pero no he visto todavía ninguno

que tenga la misma curiosidad que tú. Entra, y cenemos juntos primero.»

Hice todavía algunos malos cumplidos, porque no se deshace uno de sus

costumbres de repente; y, tras una comida sana y frugal, que comenzó y

acabó con una oración a Dios, me puse a interrogar a mi hombre. Comencé

por la pregunta que los buenos católicos han hecho más de una vez a los

hugonotes: «Mi querido señor, le dije, ¿está usted bautizado? —No, me

respondió el cuáquero, y mis cofrades tampoco lo están. —¿Cómo, pardiez,

proseguí yo, no sois acaso cristiano? —Hijo mío, repuso con tono dulce, no

jures; somos cristianos e intentamos ser buenos cristianos, pero no creemos

que el cristianismo consista en echar agua fría sobre la cabeza con un poco de

sal. —¡Eh, voto a bríos!, proseguí yo, molesto por esta impiedad, ¿habéis

pues olvidado que Jesucristo fue bautizado por Juan? —Amigo, nada de

juramentos, insisto, dijo el bondadoso cuáquero. Cristo recibió el bautizo de

Juan, pero Él no bautizó nunca a nadie; nosotros no somos los discípulos de

Juan, sino de Cristo. —¡Ay!, dije, ¡qué pronto os quemarían en un país con

Inquisición, pobre hombre!... ¡Ah, por el amor de Dios, ojalá pueda yo

bautizaros y haceros cristianos! —Si sólo eso fuera preciso para

condescender a tu debilidad, lo haríamos gustosos, repuso gravemente;

nosotros no condenamos a nadie por utilizar la ceremonia del bautismo, pero

creemos que los que profesan una religión plenamente santa y espiritual

deben abstenerse, en tanto puedan, de las ceremonias judaicas. —¡Esa sí que

es buena!, grité. ¡Ceremonias judaicas! —Sí, hijo mío, continuó él, y tan

judaicas que bastantes judíos todavía hoy usan a veces el bautismo de Juan.

Consulta la Antigüedad; te enseñará que Juan no hizo más que renovar esta

práctica, que era usual desde mucho antes entre los hebreos, como la

peregrinación a la Meca lo era entre los ismaelitas. Jesús quiso recibir el

bautismo de Juan, lo mismo que se había sometido a la circuncisión; pero,

tanto la circuncisión como el lavamiento con agua debían ser ambos abolidos

por el Bautismo de Cristo, ese Bautismo espiritual, esa ablución del alma que

salva a los hombres. También el precursor Juan decía: Yo os bautizo en

verdad con agua, pero otro vendrá después de mi, de quien no soy digno de

llevar las sandalias; ése os bautizará con el fuego y el Espíritu Santo2.

También él gran apóstol de los gentiles, Pablo, escribe a los Corintios: Cristo

no me ha enviado para bautizar sino para predicar el Evangelio3, también

ese mismo Pablo no bautizó nunca con agua más que a dos personas, y aún

fue a regañadientes; circuncidó a su discípulo Timoteo; los otros apóstoles

circuncidaban a todos los que querían. ¿Estás circuncidado?, añadió. Le

respondí que no tenía ese gusto. «Pues bien, amigo, dijo, tú eres cristiano sin

estar circuncidado y yo, sin estar bautizado.»

Así es como mi santo hombre abusaba bastante especiosamente de tres o

cuatro pasajes de las Sagradas Escrituras que parecían favorecer a su secta;

pero olvidaba con la mejor buena fe un centenar de pasajes que la aplastaban.

Me guardé muy mucho de contestarle; no hay nada que ganar con un

entusiasta4: no hay que empeñarse en decirle a un hombre los defectos de su

amante; ni a un querellante la debilidad de su causa ni razones a un

iluminado; así que pasé a otras preguntas. «Respecto a la comunión, ¿qué

usos tenéis? —No tenemos ningún uso, dijo. —¡Qué! ¿No tenéis comunión?

—No, salvo la de los corazones.» Entonces me citó de nuevo las Escrituras.

Me echó un sermón muy bonito contra la comunión, y me habló en un tono

inspirado para probarme que todos los sacramentos eran todos de invención

humana, y que la palabra sacramento no se encuentra ni una sola vez en el

Evangelio. «Perdona, dijo, por mi ignorancia, no te he dado ni la centésima

parte de las pruebas de mi religión; pero puedes encontrarlas en la exposición

de nuestra fe por Robert Barclay: es uno de los mejores libros que jamás

hayan salido de mano de los hombres. Nuestros amigos concuerdan en que es

muy peligroso, lo que prueba cuan razonable es.» Le prometí leer ese libro y

mi cuáquero me creyó ya convertido.

A continuación me explicó en pocas palabras algunas singularidades que

exponen esta secta al desprecio de los otros. «Confiesa —dijo— que has

tenido dificultad en no reírte cuando he respondido a todas tus cortesías con

el sombrero en la cabeza y tuteándote; sin embargo, me pareces demasiado

instruido para ignorar que en el tiempo de Cristo ninguna nación caía en el

ridículo de substituir el singular por el plural. Decían a César Augusto: te

amo, te ruego, te agradezco; ni siquiera soportaba que se le llamase Señor,

Dominus. Sólo mucho después de él los hombres comenzaron a hacerse

llamar vos en lugar de tú, como si fuesen dobles, y a usurpar los títulos

impertinentes de Grandeza, de Eminencia, de Santidad, que unos gusanos dan

a otros gusanos, asegurándoles que son, con un profundo respeto y una

falsedad infame, sus muy humildes y obedientes servidores. Para

salvaguardarnos de ese indigno comercio de mentiras y de halagos, tuteamos

igualmente a los reyes y a los zapateros, no saludamos a nadie y no tenemos

por los hombres más que caridad y respeto sólo por las leyes.»

«Llevamos también un traje un poco diferente al de los otros hombres, a

fin de que sea para nosotros una advertencia continua de que no debemos

parecemos a ellos. Los otros llevan las marcas de sus dignidades, y nosotros,

las de la humildad cristiana; huimos las reuniones de placer, los espectáculos,

el juego; pues seríamos muy de compadecer si llenásemos con esas bagatelas

los corazones que Dios debe habitar; nunca hacemos juramentos, ni siquiera

ante la justicia; pensamos que el nombre del Altísimo no debe prostituirse en

las disputas miserables de los hombres. Cuando es preciso que

comparezcamos ante los magistrados para los asuntos de los otros (pues

nosotros nunca tenemos procesos), afirmamos la verdad con un sí o un no, y

los jueces nos creen simplemente bajo palabra, mientras que tantos cristianos

perjuran sobre el Evangelio. Nunca vamos a la guerra; no es que temamos a

la muerte, por el contrario, bendecimos el momento que nos une al Ser de los

seres; pero resulta que no somos ni lobos, ni tigres, ni dogos, sino hombres,

sino cristianos. Nuestro Señor, que nos ha ordenado amar a nuestros

enemigos y sufrir sin protestar, no quiere sin duda que crucemos el mar para

ir a degollar a nuestros hermanos, porque asesinos vestidos de rojo, con un

gorro de dos pies de alto, enrolan a los ciudadanos haciendo ruido con dos

palitos sobre una piel de asno bien tensa; y cuando, tras batallas ganadas todo

Londres brilla con iluminaciones, el cielo está inflamado de cohetes, el aire

resuena con el ruido de las acciones de gracias, de las campanas, de los

órganos, de los cañones, gemimos en silencio por estos crímenes que causan

la alegría pública»5.

domingo, 8 de octubre de 2023

EN 10 PUNTOS. FRANCIS BACON. ENSAYOS. POR JORGE MÉNDEZ-LIMBRICK




 EN 10 PUNTOS.

FRANCIS BACON. ENSAYOS.
1. Un libro con un estilo bastante seco y poco atractivo.
2. Más que un libro de ensayos, parece un anecdotario de un abuelo.
3. Como ensayista no puede disimular sus preferencias y no preferencias de autores -algo incómodo para el lector - , más aún cuando lo hace a lo largo de todo el libro.
Por ejemplo: es evidente el incómodo concepto que posee sobre la filosofía estoica y principalmente por Séneca.
4. En su prosa se perfila – como hijo de su tiempo- partidario del más encarnizado absolutismo monárquico.
5. Consecuencia de lo anterior, es un ferviente convencido de las jerarquías sociales.
6. En sus ensayos, le falta la gracia y la elocuencia, la introspección de un Montaigne o de un moralista como Séneca y de un Marco Aurelio.
7. Su prosa está cargada de una estructura mental jurídica – fue político y abogado – que permean sus ensayos de forma negativa y que en oportunidades lo hace caer en proposiciones cajoneras y aduladoras al monarca.
8. Al final de los ensayos, se decanta por hacer un análisis de la Justicia desde el punto de vista jurídico y no desde el punto de vista filosófico a los que yo como lector estaba más interesado en encontrar.
9. Sus consejos de lo cotidiano no son reflexivos, sino más bien prácticos, característicos de un hombre político y jurista.
10. Me quedó debiendo e incluso en algunos ensayos, habla prolíficamente sobre jardinería (¡?) y del cómo debe ser una casa de campo. Más superficial no puede ser.

viernes, 6 de octubre de 2023

Cuadernos negros (1931-1938) Reflexiones II-VI MARTIN HEIDEGGER FRAGMENTO




 1938

Los conocidos como Cuadernos negros son una especie de diario filosófico que contiene las anotaciones que Martin Heidegger fue haciendo en paralelo a su magisterio académico y a sus obras publicadas. En estas notas se enlazan las reflexiones más estrictamente teóricas con referencias a la situación personal y profesional del filósofo y a acontecimientos tanto históricos como del día a día.

Pocas publicaciones filosóficas han suscitado en los últimos tiempos tanta expectación, interés y controversia como estos textos privados de Martin Heidegger. Él mismo había contribuido anticipadamente a su notoriedad al designarlos como la «coronación» de sus obras completas e indicar que debían ser los últimos en ver la luz, Pero, sobre todo, se esperaba que la edición de estos Cuadernos negros aportara las pruebas irrefutables del antisemitismo de Heidegger y de sus simpatías por el régimen nacionalsocialista. ¿Cómo es posible que quien probablemente fuera el pensador más importante del siglo xx empleara su genio especulativo en hacer una fundamentación ontológica del holocausto?

Esta primera entrega, que recoge los cuadernos de los años 1931 a 1938, constituye una fuente imprescindible para contextualizar y valorar la implicación de Heidegger en el nacionalsocialismo, que él concibe desde una metapolítica encuadrada en la historia del ser. Pero, además, ayuda a plantear la cuestión general de la relación entre las fuerzas históricas, la condición exis- tencial del hombre como individuo y como comunidad, la filosofía y la política.


Cuadernos negros (1931-1938) Reflexiones II-VI


Cuadernos negros (1931-1938) Reflexiones II-VI

Martin Heidegger

Edición de Peter Trawny Traducción de Alberto Ciria

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T O R

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Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

SECRETARÍA DE ESTACO OE CULTURA

«OLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Filosofía

Titulo original: Überlegungen ll-VI (Schwarze Hefte 1931-1938) (GA 94)

© Editorial Trotta, S.A., 2015 Ferraz, 55. 28008 Madrid Teléfono: 91 543 03 61 Fax: 91 543 14 88 E-mail: editorial@trotta.es http://www.trotta.es

© Vittorio Klostermann GmbH, Frankfurt am Main, 2014

© Alberto Ciria Cosculluela, para la traducción, 2015

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

ISBN: 978-84-9879-603-2 Depósito Legal: M-30186-2015

Impresión Cofas, S.A.

ÍNDICE

Señas x reflexiones (II) e indicaciones.............................................. 11

Reflexiones y señas III....................................................................... 91

Reflexiones IV..................................................................................... 163

Reflexiones V...................................................................................... 241

Reflexiones VI..................................................................................... 325

Epílogo del editor............................................................................... 413

7


Las anotaciones de los cuadernos negros

son, en su núcleo, intentos de un sencillo nombrar: no un enunciar, ni menos aún apuntes para un sistema planificado.


SEÑAS X REFLEXIONES (II) E INDICACIONES

Octubre de 1931

M. H.

TTctuTa yáp ToXpriTéov1

Cf. pp. 19 y 132*. 1

1. [Platonis opera. Recognovit brevique adnotatione critica instruxit Ioannes Bur- net, Clarendon, Oxford, 1900, t. I. Theaetetus, 196d2: «Hay que atreverse a todo»].

* Las referencias que aparecen tanto en el texto como en los índices remiten a las páginas del manuscrito de Heidegger, indicadas al margen. [N. del E. español].


1

¿Qué debemos hacer?

¿Quiénes somos?

¿Por qué debemos ser?

¿Qué es lo ente?

¿Por qué sucede el ser?

Desde estas preguntas hacia delante en unidad: así es el filosofar.

1

Lo que alabamos como bendición se debe a lo que nos agobia como penuria.

Y a si la penuria nos oprime realmente, es decir, si nos presiona sacándonos de quedarnos mirando pasmados y comentando la situación.

La penuria suprema consiste en que tengamos que acabar volviéndonos la espalda a nosotros y a nuestra «situación» para... buscarnos realmente.

Fuera de los rodeos, que no hacen más que reconducirnos al mismo carril: meras vías de elusión lejanas y evasivas de lo ineludible.

¡El hombre debe recobrarse a sí mismo! 2

¿Por qué? Porque, «siendo» él un «sí mismo», es sin embargo de tal modo que se pierde a sí mismo o nunca se cobra, si es que encima no va dando tumbos o se queda atrapado y cautivo en cualquier otro sitio. Todo este grandioso ser y poder ser apenas lo advertimos ya en raquíticas sombras que se nos quedan en la retina o en modelos resecos e incompresibles erigidos como «tipos».

¿Pero cómo llega el hombre hasta su sí mismo y se recobra?

¿Qué es lo que define su sí mismo y la mismidad de este?

¿Acaso esto no queda ya sujeto a una primera elección?

En función de lo que él no escoja, proporcionándose a cambio un sustituto, el hombre ve su sí mismo

1) por medio de la reflexión habitual;

2) mediante el diálogo con un «tú»;

3) meditando sobre la situación;

4) cayendo en una idolatría.

13

C U A D E R N O S N E G R O S ( 1 9 3 1 - 1 9 3 8 )

3 Pero suponiendo que el hombre hubiera escogido y que la elección repercutiera realmente sobre su sí mismo contragolpeándolo y reventándolo,

es decir, suponiendo que el hombre hubiera escogido que el ser de lo ente haya de ser sacado al descubierto y que, merced a esta elección, el propio hombre volviera a quedar resituado en la existencia, ¿no tendría entonces que seguir adentrándose mucho en el silencio del acontecer del ser, un acontecer que tiene su tiempo y su silenciamiento?

¿No tiene que haber guardado silencio durante mucho tiempo para volver a hallar la fuerza y el poder del lenguaje y ser portado por él?

¿No tienen que quedar destrozados todos los marcos y todas las disciplinas, y no tienen que haber quedado desolados todos los senderos trazados y desgastados de tanto pisarlos?

¿No es entonces cuando un temperamento que se remonta hasta muy atrás tiene que templar el ánimo?

4 Quien se limita a quedarse pegado al pie de la montaña ¿cómo pretenderá siquiera ver la montaña?

Solo paredes y más paredes.

¿Pero cómo llegar a lo alto de la montaña?

Solo dando un salto desde otra montaña. ¿Pero cómo llegar a lo alto de esta otra?

Habiendo estado ya ahí, es decir, habiendo sido ya ahí: ser uno que se ha puesto en lo alto de la montaña porque le han llamado a que acudiera ahí.

¿Quién fue ya así? Pero quien lo haya sido lo sigue siendo, porque jamás otros podrán desplazarle de ahí.

Así es el comienzo y el recomienzo de la filosofía.

5 2

Estamos ante la nada*. Cierto, pero estamos de tal modo que no nos tomamos en serio ni la nada ni este estar ante ella, que no sabemos tomárnoslos en serio. Cobardía y ceguera ante el despuntar del ser, el cual nos porta hasta lo ente.

* De ningún modo ante la nada, sino ante todas las cosas y cada una de ellas, pero como si no llegaran a ser (cf. p. 50).

14

3

¿Hay que atreverse a la gran marcha en solitario, guardando silencio... hacia el «ser ahí», donde lo ente se vuelve más ente? ¿Despreocupándose de toda situación?

¿No es esto desde hace tiempo una necedad, una confusión y un extravío, e incluso una desfachatez, que no hacen más que ir corriendo tras la «situación»?

«Situación»; pequeñas conchas que el mar ha arrojado a la playa y a la arena; pequeñas conchas en las que nos agitamos debatiéndonos y en las que solo vemos seres debatiéndose, pero ya no la oleada ni el arranque de lo ente.

S E Ñ A S X R E F L E X I O N E S ( I I ) E I N D I C A C I O N E S

4 6

La nada: ella es más alta y más honda que lo que no llega a ser ente, demasiado grande y digna como para que a uno cualquiera y a todos juntos haya de estarles permitido estar así ante ella.

Lo que no llega a ser ente es menos que nada porque ha sido expulsado del ser, el cual irradia de nada todo lo ente.

Y es menos porque queda indeciso; ni está con lo ente, para lo cual tendría que llegar a ser más, ni tampoco con la nada.

5

Poner en marcha el no hacer caso de la situación, pero desde lo positivo de lo ineludible: no hacer caso de la situación, y el derecho que se tiene a hacer eso.

Solo cuando dejamos de preguntar por nuestra situación volvemos nosotros a serla.

Regresar a lo «inconsciente», es decir, no a los «complejos», sino al «espíritu» que verdaderamente sucede y que es necesario porque se ha vuelto hacia la penuria.

¡Toda esta endiablada —o más bien divinizada— manera de disponer de la situación como si fuéramos sus arrendatarios y quienes sacan beneficio de ella! Esto se queda en una apariencia de seriedad.

6 7 El hombre ya no es capaz de emprender nada consigo mismo, y por eso al final acaba figurándoselo «todo».

15

C U A D E R N O S N E G R O S (1 9 3 1 - 1 9 3 8 )

7

El hombre se figura que tiene que emprender algo consigo mismo, y no se entera de que, en una ocasión, el «ser ahí» ya emprendió algo con él (el comienzo de la filosofía), de lo cual él se escabulló hace ya mucho tiempo.

Que en la existencia lo ente llegue a ser siendo, es decir, que llegue a hacerse más ente y más irradiante de la nada: en eso consiste la misión del hombre en estos aconteceres.

8

Ser y tiempo P es un intento, por incompleto bastante torpe, de llegar hasta la temporalidad de la existencia para volver a preguntar de nuevo, desde que lo hiciera Parménides, la pregunta por el ser. Cf. p. 24.

9

Objeción contra el libro: hasta hoy sigo sin tener suficientes adversarios. El libro no me ha deparado ni un único adversario que sea grande.

8 10

De ese amedrentamiento ante lo pasado que le lleva a uno a aguzar el oído forma parte la falta de escrúpulos frente a la «tradición» y el desprecio de lo actual.

jueves, 5 de octubre de 2023

FOSSE JON TRILOGIA FRAGMENTO VIGILIA PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2023





VIGILIA

I

Asle y Alida caminaban por las calles de Bjørgvin, Asle llevaba al

hombro dos hatillos con todo lo que tenían y en la mano la caja con

el violín que había heredado de su padre Sigvald, Alida llevaba dos

bolsas con comida, y hacía horas que daban vueltas por las calles

de Bjørgvin buscando alojamiento, pero parecía imposible alquilar

nada en ningún sitio, no, decían, lo lamentamos, decían, no

tenemos nada para alquilar, lo que tenemos ya está alquilado, así

decían, y Asle y Alida tenían que seguir dando vueltas por las calles,

llamando a las puertas para preguntar si tenían habitaciones libres,

pero en ninguna casa tenían habitaciones, así que dónde iban a

meterse, dónde iban a cobijarse del frío y la oscuridad ya tan

entrado el otoño, en algún sitio tendrían que poder alquilar una

habitación, y menos mal que no llovía, aunque seguro que

empezaba a llover pronto, así que no podían seguir dando vueltas, y

por qué nadie querría alojarlos, sería porque todo el mundo veía que

Alida estaba a punto de parir, que tenía aspecto de poder parir en

cualquier momento, o sería porque no estaban casados y no eran

por tanto un matrimonio decente ni se los podía considerar personas

decentes, pero eso no podían verlo, no, eso era imposible que lo

vieran, o quizá sí lo vieran, alguna razón tenía que haber para que

nadie quisiera alojarlos, y no era que Asle y Alida no quisieran

recibir la bendición de la Iglesia, no era que no quisieran casarse,

pero cuándo habían tenido tiempo y ocasión para hacerlo, contaban

apenas diecisiete años y obviamente carecían de lo necesario para

celebrar una boda, pero en cuanto lo tuvieran, se casarían como es

debido, con párroco y maestro de ceremonia y fiesta y músico y todo

lo que corresponde, pero por ahora no podían, tenían que seguir

como estaban y en el fondo estaban bien, pero por qué nadie

querría alojarlos, qué problema les veían, quizá les ayudaría pensar

en sí mismos como marido y mujer, si lo hicieran, seguramente sería

más difícil para los demás notar que andaban por la vida como

pecadores y que habían llamado ya a muchas puertas y que nadie a

quien hubieran preguntado quería alojarlos, pero no pueden seguir

dando vueltas, la noche está a punto de caer, el otoño está muy

avanzado, hay poca luz, hace frío y no tardará en llover

Estoy tan cansada, dice Alida

y se paran y Asle mira a Alida sin saber qué decir para

consolarla, porque ya se habían consolado muchas veces hablando

del niño que venía, hablaban de si sería niño o niña, y Alida

pensaba que las niñas eran más fáciles de trato, y él opinaba lo

contrario, que era más sencillo tratar con niños, pero fuera niño o

niña, en cualquier caso estarían felices y agradecidos por el niño del

que pronto serían padres, así hablaban y así se consolaban con el

niño que no tardaría en nacer. Asle y Alida caminaban por las calles

de Bjørgvin. Y tampoco es que hasta entonces les hubiera pesado

demasiado eso de que nadie quisiera alojarlos, antes o después la

cosa se arreglaría, pronto encontrarían a alguien que tuviera un

cuartito para alquilar, un sitio donde vivir por un tiempo, ya les

saldría algo, porque en Bjørgvin había muchas casas, casas

grandes y pequeñas, no como en Dylgja, donde apenas había unas

pocas granjas y alguna casita de pescadores en la playa, ella, Alida,

era hija de Herdis la de la Cuesta, decían, y venía de una pequeña

granja de Dylgja, allí se crio con su madre Herdis y su hermana

Oline después de que su padre Aslak desapareciera para no volver

cuando Alida tenía tres años y la hermana cinco, y Alida ni siquiera

recordaba a su padre, solo le quedaba su voz, todavía era capaz de

oírla y recordaba la emoción que contenía, y un tono claro, afilado y

amplio, pero eso era todo lo que le quedaba de su padre Aslak, no

recordaba su aspecto ni ninguna otra cosa, solo su voz cuando

cantaba, eso era todo lo que le quedaba de él. Y él, Asle, se crio en

una caseta para barcas en Dylgja, allí habían montado una especie

de vivienda en el altillo y allí se crio Asle con su madre Silja y su

padre Sigvald hasta que el padre se perdió en el mar un día que la

tormenta de otoño llegó sin avisar, padre Sigvald solía pescar por

las islas al oeste y la barca se fue a pique allí, cerca de la Piedra

Grande. Y desde entonces madre Silja y Asle estuvieron solos en la

Caseta. Pero al poco de desaparecer padre Sigvald, madre Silja

enfermó y empezó a adelgazar y se quedó tan flaca que daba la

impresión de que se le veían los huesos de la cara, sus grandes

ojos azules fueron creciendo y al final le ocupaban casi la cara

entera, así lo veía Asle, y la larga melena oscura se fue poniendo

más fina, más rala, y al final una mañana no se levantó y Asle la

encontró muerta en la cama. Allí yacía madre Silja, con sus grandes

ojos azules abiertos, mirando hacia el costado, donde debería haber

estado padre Sigvald. La melena larga y fina le cubría gran parte de

la cara. Allí yacía madre Silja muerta. De eso hacía poco más de un

año y Asle tenía entonces alrededor de dieciséis. Lo único que le

quedaba en la vida eran él mismo y las cuatro cosas que había en la

Caseta, además del violín de padre Sigvald. Asle se había quedado

solo, más solo que la una, salvo por Alida. Al ver a su madre Silja

tan infinitamente muerta y perdida, lo único en lo que pensó fue en

Alida. En su larga melena oscura y en sus ojos negros. En todo lo

suyo. Asle tenía a Alida y ella era lo único que le quedaba, lo único

en lo que pensaba. Asle acercó la mano a la cara fría y blanca de

madre Silja y le acarició la mejilla. Ya solo le quedaba Alida. Eso

pensó. Y el violín. Eso también lo pensó. Porque padre Sigvald no

había sido solo pescador, también un buen músico, y era él quien

tocaba en todas las bodas de la comarca de Sygna, así fue durante

muchos años y, cuando alguna noche de verano se organizaba un

baile, era padre Sigvald quien tocaba. Así fue como llegó en su día a

Dylgja procedente del este, para tocar en la boda del granjero de

Leite, y así fue como se conocieron él y madre Silja, ella servía en la

granja y sirvió también en la boda y padre Sigvald tocó. Así se

conocieron padre Sigvald y madre Silja. Y madre Silja se quedó

preñada y parió a Asle. Y para ganarse el pan para él y los suyos,

padre Sigvald se buscó trabajo con un pescador de las islas, un

hombre que vivía en la Piedra Grande y, como parte de la paga, el

pescador permitió que Silja y Sigvald se instalaran en una caseta

para barcas que tenía allí, en Dylgja. De esa manera, el músico

Sigvald pasó a ser también pescador y se afincó en la Caseta de

Dylgja. Así fue. Así ocurrió. Y ya no estaban ninguno, ni padre

Sigvald ni madre Silja. Se habían ido para siempre. Y ahora Asle y

Alida caminaban por las calles de Bjørgvin, Asle con dos hatillos al

hombro con todo lo que tenían, además de la caja y el violín de su

padre Sigvald. Era de noche y hacía frío. Alida y Asle habían

llamado ya a muchas puertas para pedir alojamiento y todo el

mundo contestaba lo mismo, no podía ser, no tenían nada, la

habitación que tenían ya estaba ocupada, no, no alquilaban

habitaciones, no tenían necesidad, esas eran las respuestas que

recibían, y Asle y Alida caminan, se detienen y miran hacia una

casa, tal vez allí tuvieran algo en alquiler, pero no sabían si se

atrevían a llamar a otra puerta, seguro que volverían a responderles

lo mismo, por otro lado, tampoco podían seguir dando vueltas por la

calle, debían arriesgarse a llamar y preguntar si tenían alguna

habitación en alquiler, pero ni a Asle ni a Alida les quedaba ya ánimo

para explicar una vez más su ruego y recibir otro no por respuesta,

quizá se hubieran equivocado al coger todas sus cosas y navegar

hasta Bjørgvin, pero qué otra cosa podrían haber hecho, no podían

seguir viviendo con madre Herdis de la Cuesta, ella no los quería en

su casa, no había futuro en eso, y si les hubieran dejado seguir en la

Caseta, se habrían quedado allí, pero un día Asle vio llegar en barca

a un muchacho de su misma edad, el muchacho arrió las velas,

atracó en la playa y empezó a subir hacia la Caseta, al poco

llamaron a la trampilla y, cuando Asle abrió, cuando el muchacho

subió y acabó de carraspear, anunció que ahora él era el propietario

de la Caseta, su padre se había perdido en el mar junto al padre de

Asle, y ahora necesitaba la Caseta para él, de modo que Asle y

Alida no podían seguir viviendo allí, tenían que recoger sus cosas y

buscarse otro sitio, así era la cosa, dijo y se sentó en la cama junto

a Alida, que estaba allí con su vientre abultado, y ella se levantó y

se fue junto a Asle, y el muchacho se tumbó en la cama y se

acomodó y dijo que estaba fatigado y quería descansar un poco, y

Asle miró a Alida y se acercaron a la trampilla y la levantaron.

Bajaron la escalera, salieron y se quedaron parados delante de la

Caseta. Alida, con su vientre grande y pesado, y Asle

Ya no tenemos donde vivir, dijo Alida

y Asle no contestó

Pero la Caseta es suya, así que supongo que no hay nada que

hacer, dijo Asle

No tenemos donde vivir, dijo Alida

El otoño está muy avanzado, hay poca luz y hace frío, y tenemos

que vivir en algún sitio, dijo

y se quedaron un rato sin decir nada

Y pariré dentro de poco, podría ser ya cualquier día, dice

Sí, dice Asle

Y no tenemos adónde ir, dice ella

y se sienta en el banco junto a la pared de la Caseta, el banco

que había hecho padre Sigvald

Debería haberlo matado, dice Asle

No digas esas cosas, dice Alida

y Asle se sienta junto a Alida en el banco

Lo mato, dice Asle

No, no, dice Alida

Así son las cosas, los hay que son propietarios de algo y los hay

que no lo son, dice

Y los propietarios mandan sobre los que no tenemos nada, dice

Supongo que sí, dice Asle

Y así tiene que ser, dice Alida

Así tendrá que ser, dice Asle

y Alida y Asle se quedan sentados en el banco sin decir palabra

y, al cabo de un rato, sale el propietario de la Caseta diciendo que

tienen que recoger ya sus cosas, ahora es él quien vive en la

Caseta, dice, y no los quiere allí, al menos a Asle, dice, aunque

Alida, dado su estado, podría quedarse, dice, volverá en un par de

horas y para entonces tienen que haberse marchado, al menos Asle

tiene que haberse marchado, dice y entonces baja hasta la barca y,

mientras afloja el amarre, dice que va a acercarse a la tienda y que,

cuando vuelva, la Caseta tiene que estar vacía y preparada, esa

noche dormirá él allí, bueno, y quizá también Alida, si quiere, dice, y

por fin em-puja la barca, iza las velas y se aleja despacio hacia el

norte a lo largo de la orilla

Yo puedo recoger las cosas, dice Asle

Yo puedo ayudarte, dice Alida

No, tú sube a la Cuesta, ve a casa de madre Herdis, dice Asle

Tal vez nos acoja por esta noche, dice

Tal vez, dice Alida

y Alida se levanta y Asle la ve alejarse por la orilla con sus

piernas cortas, sus caderas redondas y la melena negra ondeando a

la espalda, y Asle se queda mirando cómo se aleja Alida y ella se

vuelve y levanta el brazo y lo saluda y luego empieza a remontar la

Cuesta, y Asle entra en la Caseta, prepara dos hatillos con todo lo

que tienen y luego sale y se aleja por la orilla con dos hatillos al

hombro y la caja del violín en la mano y ve al propietario de la

Caseta acercándose ya con la barca y empieza a remontar la

Cuesta y todo lo que tienen lo lleva en dos hatillos al hombro, salvo

el violín y la caja, eso lo lleva en una mano, y después de subir un

rato, ve a Alida venir a su encuentro y Alida dice que en casa de

madre Herdis no pueden quedarse, por lo visto a madre Herdis

nunca le ha gustado Alida, nunca le ha gustado su propia hija,

siempre le ha gustado mucho más su hermana Oline, aunque Alida

nunca haya entendido por qué, así que no quiere ir allí, no ahora

que tiene el vientre tan grande, dice y Asle dice que ya es muy

tarde, la noche no tardará en caer y hará frío ahora tan entrado el

otoño, incluso puede llover, así que no les queda otra que agachar

la cabeza y preguntar si pueden quedarse un tiempo en casa de

madre Herdis de la Cuesta, dice Asle y Alida dice que entonces lo

pida él, que ella no piensa hacerlo, antes dormiría en cualquier otro

sitio, dice, y Asle dice que si tiene que pedirlo, lo hará y, al llegar al

zaguán, Asle cuenta las cosas como son, dice que ahora el

propietario de la Caseta quiere vivir en ella, así que no tienen

adónde ir, pero se preguntan si podrían vivir un tiempo en casa de

madre Herdis, dice Asle y madre Herdis dice que bueno, que siendo

así, no puede sino acogerlos, aunque solo por un tiempo, dice, y

luego dice que adelante, que pasen, y empieza a subir la escalera, y

Asle y Alida la siguen hasta el sobrado y entonces madre Herdis

dice que pueden quedarse allí un tiempo, aunque no mucho, y luego

se da media vuelta y baja y Asle deja en el suelo los dos hatillos con

todo lo que tienen y en un rincón la caja del violín y Alida dice que a

madre Herdis nunca le ha gustado Alida, nunca, aunque ella jamás

haya entendido bien por qué, y seguramente tampoco le gusta

demasiado Asle, la verdad es que no le gusta nada, así es la cosa, y

ahora que Alida está preñada y ellos no están casados,

seguramente madre Herdis no quiera tener la vergüenza instalada

en su propia casa, así debía de pensar madre Herdis, aunque no lo

dijera, dijo Alida, de modo que solo podían quedarse una noche, una

única noche dijo, y Asle dijo que en ese caso no veía otra opción

que emprender viaje a Bjørgvin a la mañana siguiente, porque allí

debería haber sitio para ellos, él había estado una vez allí, en

Bjørgvin, dijo, había ido con su padre Sigvald y recordaba bien cómo

era, recordaba las calles, las casas, la gente, los sonidos, los olores,

las tiendas y las cosas de las tiendas, lo recordaba todo, dijo y,

cuando Alida le preguntó cómo llegarían a Bjørgvin, Asle dijo que

tendrían que buscarse una barca y navegar hasta allí

Buscarnos una barca, dijo Alida

Sí, dijo Asle

Qué barca, dijo Alida

Hay una barca amarrada delante de la Caseta, dijo Asle

Pero esa barca, dijo Alida

y entonces vio a Asle levantarse y salir y ella se echó en la cama

del sobrado y se estiró y cerró los ojos, y está muy, muy cansada y

entonces ve a padre Sigvald sentado con su violín, lo ve sacar una

botella y echar un buen trago y luego ve a Asle, ve sus ojos negros y

su pelo negro, y se estremece porque ahí está, ahí está su

muchacho, y luego ve a padre Sigvald llamarlo con la mano y Asle

se acerca al padre y ella lo ve sentarse y colocarse el violín bajo la

barbilla y empezar a tocar y, al instante, algo se le movió por dentro

y Alida empezó a elevarse en el aire y en la música de Asle oyó el

canto de su padre Aslak, y oye su propia vida y su propio futuro y

sabe lo que sabe y entonces está presente en su propio futuro y

todo está abierto y todo es difícil, pero ahí está la canción, una

canción que debe de ser lo que llaman amor, de modo que se

conforma con estar presente en la música y no quiere existir en

ningún otro sitio y entonces llega madre Herdis y pregunta qué hace,

no tendría que haber llevado ya agua a las vacas, no tendría que

haber quitado la nieve, qué se había creído, acaso se había creído

que la madre iba a hacerlo todo, que iba a cocinar, cuidar de la casa

y atender a los animales, ya les costaba bastante hacer todo lo que

había que hacer como para que Alida, como siempre, como

siempre, intentara eludir el trabajo, no, eso no podía ser, tendría que

esforzarse más, tendría que mirar a su hermana Oline, ver cómo ella

procuraba ayudar todo lo posible, cómo podían dos hermanas ser

tan distintas, tanto en el aspecto como en todo lo demás, cómo

podía ser, aunque, claro, una se parecía al padre y la otra a la

madre, una era rubia como la madre y la otra morena como el

padre, así era la cosa, no se podía negar, y así sería siempre, dijo

madre Herdis, y desde luego Alida no pensaba ayudar en nada, no

mientras la madre siguiera regañándola y hablando mal de ella, ella

era la mala y la hermana Oline la buena, ella era la negra y la

hermana Oline la blanca, así que Alida se estira en la cama y se

pregunta cómo acabará aquello, adónde van a ir con ella a punto de

parir, en verdad la Caseta no era gran cosa, pero al menos era un

lugar donde alojarse y ahora ni siquiera podían quedarse allí y no

tenían adónde ir, por no mencionar los medios, no tenían

prácticamente nada, ella tenía algún billete y alguno tendría Asle

también, aunque pocos, casi ninguno, pero aun así saldrían

adelante, de eso estaba segura, saldrían adelante, y ojalá Asle

volviera pronto porque lo de la barca, no, no quería pensar en eso,

eso tendrá que ser como Dios quiera y Alida oye a madre Herdis

decir que es tan fea y tan negra como su padre, e igual de

holgazana, siempre eludiendo el trabajo, dice madre Herdis, quién

sabe cómo acabará, menos mal que es hermana Oline quien va a

heredar la granja, Alida no habría servido para eso, habría sido un

desastre, oye Alida decir a su madre y luego oye a la hermana decir

que menos mal que es ella quien va a heredar la granja, esa granja

tan buena que tienen aquí, en la Cuesta, dice hermana Oline y Alida

oye a madre Herdis preguntarse qué será de Alida, quién sabe

cómo acabará, y Alida dice que no se preocupe porque de todos

modos no se preocupa y entonces Alida sale y enfila hacia el

Peñasco donde ella y Asle han cogido por costumbre encontrarse y,

al acercarse, ve a Asle ahí sentado y lo ve pálido y agotado y ve que

tiene los ojos negros mojados y entiende que ha pasado algo y

entonces Asle la mira y dice que madre Silja ha muerto y que ahora

solo le queda Alida y Asle se tumba boca arriba y Alida se acerca y

se tumba a su lado y él la abraza y luego dice que por la mañana se

ha encontrado a madre Silja muerta en la cama y sus grandes ojos

azules le llenaban el rostro entero, dice y abraza a Alida contra su

cuerpo y desaparecen el uno dentro del otro y solo se oye un viento

suave en los árboles y han desaparecido y se avergüenzan y matan

y hablan y ya no piensan y después se quedan tumbados en el

Peñasco y se avergüenzan y se incorporan y se quedan sentados

en el Peñasco mirando el mar

Mira que hacer algo así el día que ha muerto madre Silja, dice

Asle

Sí, dice Alida

y Asle y Alida se levantan y se adecentan la ropa y miran hacia

las islas del oeste, hacia la Piedra Grande

Estás pensando en padre Sigvald, dice Alida

Sí, dice Asle

y alza la mano en el aire y la mantiene así, levantada con-tra el

viento

Pero me tienes a mí, dice Alida

Y tú me tienes a mí, dice Asle

y Asle empieza a agitar la mano como si estuviera saludando

Saludas a tus padres, dice Alida

Sí, dice Asle

Tú también debes de notarlo, dice

Que están aquí, quiero decir, dice

Ahora están aquí los dos, dice

y Asle baja la mano y la posa sobre Alida y le acaricia la barbilla

y luego enlaza su mano con la de ella y así se quedan

Pero imagínate, dice Alida

Sí, dice Asle

Pero imagínate si, dice Alida

y se coloca la otra mano sobre la tripa

Sí, imagínate, dice Asle

y se sonríen el uno al otro y empiezan a bajar por la Cuesta

cogidos de la mano y entonces Alida ve que Asle está en el sobrado

y que tiene el pelo mojado y hay un dolor en su rostro y parece

cansado y perdido

Dónde has estado, dice Alida

No, nada, dice Asle

Pero estás mojado y frío, dice Alida

y dice que Asle tiene que meterse en la cama con ella y él sigue

parado

Pero no te quedes ahí, dice Alida

y él sigue parado como un palo

Qué pasa, dice Alida

y él dice que tienen que irse ya, que la barca está lista

Pero no quieres dormir un poco, dice Alida

Deberíamos irnos, dice él

Solo un ratito, necesitas descansar un poco, dice ella

No mucho, solo un poco, dice

Estás cansada, dice Asle

Sí, dice Alida

Estabas dormida, dice él

Creo que sí, dice ella

y Asle se queda parado, bajo el techo inclinado

Anda, ven aquí, dice Alida

y extiende los brazos hacia él

Tenemos que irnos pronto, dice Asle

Pero adónde, dice ella

A Bjørgvin, dice él

Pero cómo, dice ella

Por mar, dice él

Para eso necesitamos una barca, dice Alida

Ya he arreglado lo de la barca, dice Asle

Descansemos antes un poquito, dice Alida

De acuerdo, un poquito, dice él

Así se me seca un poco la ropa, dice

y Asle se desviste y extiende su ropa por el suelo y Alida aparta

la manta y Asle se mete en la cama con ella y se acurruca a su lado

y ella nota lo frío y mojado que está y pregunta si ha ido todo bien y

él dice que sí, que no ha ido mal y pregunta a Alida si ha dormido y

ella dice que cree que sí y él dice que ahora pueden descansar un

poco y que luego tendrán que coger comida, toda la que puedan, y

quizá algún billete, si es que lo encuentran, y bajar a la barca y

zarpar antes del amanecer y ella dice que sí, que harán lo que él

crea mejor, dice, y ahí yacen y entonces Alida ve a Asle coger el

violín y ella lo escucha y oye la canción de su propio pasado, y oye

la canción de su propio futuro, y oye a padre Aslak cantar, y sabe

que todo está decidido y que así ha de ser, y se coloca la mano en

el vientre y el niño da patadas y coge la mano de Asle y se la lleva al

vientre y el niño vuelve a dar patadas y luego oye a Asle decir que

tienen que marcharse ya, mientras aún es de noche, es lo mejor y

además está tan cansado, dice, que si se duerme, cogerá el sueño y

no despertará en muchas horas, pero no debe hacer eso, tienen que

bajar a la barca, dice Asle y se incorpora en la cama

No podríamos quedarnos aquí un poquito más, dice Alida

Pues descansa tú un poquito más, dice Asle

y se levanta y Alida pregunta si quiere que le encienda la vela y

él dice que no hace falta y empieza a vestirse y Alida pregunta si se

le ha secado la ropa y él dice que no, que no del todo, pero tampoco

está mojada, dice y Asle se viste y Alida se incorpora en la cama

Ahora nos vamos a Bjørgvin, dice Asle

Viviremos en Bjørgvin, dice Alida

Eso es, dice Asle

y Alida se levanta y enciende la vela y por fin ve lo atormentado

que parece Asle, fuera de sí, parece, y entonces empieza a vestirse

ella también

Pero dónde vamos a vivir, dice Alida

Habrá que encontrar una casa en algún sitio, dice él

Seguro que encontramos algo, dice

En Bjørgvin hay muchas casas, allí hay mucho de todo, así que

algo encontraremos, dice

Con todas las casas que hay en Bjørgvin, creo que

encontraremos algo, dice

y coge los dos hatillos y se los echa al hombro y agarra la caja

del violín y Alida toma la vela y abre la puerta y sale delante de él y

baja la escalera despacio, en silencio, y él la sigue en silencio

también

Me llevo algo de comida, dice Alida

Muy bien, dice Asle

Espérame fuera, dice ella

y Asle sale al zaguán y Alida entra en la despensa y encuentra

dos bolsas y mete en ellas chacina, pan ácimo y mantequilla y luego

sale al zaguán y abre la puerta y, al ver a Asle delante de la casa, le

tiende las bolsas y él va hacia ella y las coge

Pero qué va a decir tu madre, dice

Que diga lo que quiera, dice Alida

Sí, pero, dice Asle

y Alida vuelve a entrar en la casa y se dirige a la cocina y

ciertamente ella sabe dónde esconde la madre el dinero, lo guarda

en la parte alta del armario, en un cofrecillo, y Alida saca un taburete

y lo coloca delante del armario y se sube y abre y ahí, ahí al fondo,

está el cofrecillo, y consigue abrirlo y saca el dinero que hay y

devuelve el cofrecillo al fondo y cierra de nuevo la puerta y ahí está

ella subida al taburete con el dinero en la mano cuando se abre la

puerta que da a la sala y ve el rostro de madre Herdis a la luz de la

vela que lleva la madre en la mano

Qué haces, dice madre Herdis

y ahí está Alida y se baja del taburete

Qué tienes en la mano, dice madre Herdis

Hay que ver, dice

Eres increíble, dice

A esto has llegado, a robar, dice

Te voy a dar, dice

Robas a tu propia madre, dice

Hay que ver, dice

Eres igual que tu padre, dice

Chusma como él, dice

Y una ramera, dice

Mírate, dice

Dame el dinero, dice

Dame el dinero ahora mismo, dice

Serás zorra, dice madre Herdis

y agarra la mano de Alida

Suéltame, dice Alida

Suelta, dice madre Herdis

Suéltame, zorra, dice

Ni loca te suelto, dice Alida

Robar a tu propia madre, dice madre Herdis

y Alida pega a madre Herdis con la mano que tiene libre

Pegas a tu propia madre, dice madre Herdis

Eres peor que tu padre, dice

A mí no me pega nadie, dice

y madre Herdis agarra a Alida de los pelos y tira y Alida grita y a

su vez agarra a madre Herdis de los pelos y tira y entonces aparece

Asle y agarra la mano de madre Herdis y consigue que suelte a

Alida y la mantiene sujeta

Sal, dice Asle

Salgo, dice Alida

Sí, sal, dice él

Coge el dinero, sal y espérame fuera, dice Asle

y Alida estruja los billetes y sale y se para junto a los hatillos y

las bolsas y hace frío y se ven estrellas, y la luna brilla y no oye

nada y entonces ve a Asle salir de la casa y venir a su encuentro y

Alida le tiende los billetes y él los coge y los dobla y luego se los

mete en el bolsillo y entonces Alida coge una bolsa con cada mano

y Asle se echa al hombro los hatillos con todo lo que tienen y coge

la caja del violín y luego dice que ya es hora de marcharse y

empiezan a bajar por la Cuesta y ninguno dice nada y la noche es

clara y las estrellas brillan y la luna resplandece y descienden la

Cuesta y abajo está la Caseta y ahí está amarrada la barca

Pero podremos coger la barca sin más, dice Alida

Sí, podemos, dice Asle

Pero, dice Alida

Podemos coger la barca sin problema, dice Asle

Podemos coger la barca y podemos navegar hasta Bjørgvin, dice

No tengas miedo, dice

y Asle y Alida bajan hasta la barca y él la trae a la orilla y echa

dentro los hatillos y las bolsas y la caja del violín, y Alida embarca, y

entonces Asle suelta el amarre y luego rema un rato y dice que hace

buen tiempo, la luna resplandece y las estrellas brillan, hace frío y el

cielo está despejado, y sopla un buen viento para navegar

tranquilamente hacia el sur, dice, así que no tendrán problemas para

llegar a Bjørgvin, dice y Alida no quiere preguntar si conoce la ruta y

Asle dice que recuerda bien aquella vez que él y su padre

navegaron a Bjørgvin, sabe más o menos por dónde ir, dice, y Alida

va sentada en el banco y ve a Asle recoger los remos e izar la vela y

luego lo ve sentarse al timón y la barca se aleja de Dylgja y Alida se

vuelve y ve, tan clara es la noche de finales de otoño, ve la casa en

la Cuesta, y la casa parece malvada, y ve el Peñasco donde Asle y

ella cogieron por costumbre encontrarse, donde ella se quedó

preñada, donde engendraron al niño al que parirá pronto, aquel es

su sitio, aquel es su hogar y Alida ve la Caseta donde Asle y ella

pasaron unos meses y en ese momento la barca dobla el cabo y

entonces ve montañas, islotes y escollos y la barca avanza

lentamente

Échate a dormir, si quieres, dice Asle

Puedo, de verdad, dice Alida

Claro que sí, dice Asle

Cúbrete bien con las mantas y échate ahí delante, dice

y Alida deslía uno de los hatillos y saca las cuatro mantas que

tienen y prepara una cama en la proa y se envuelve bien y luego se

tiende a escuchar cómo el mar le hace cosquillas a la barca y Alida

se funde con el suave cabeceo y todo es cálido y bueno en la noche

fría, y levanta la vista hacia las estrellas claras y la luna

resplandeciente

Ahora empieza la vida, dice

Ahora nos adentramos en la vida, dice Asle

No creo que logre dormirme, dice ella

Aun así puedes descansar un poco, dice él

Se está muy bien aquí acostada, dice ella

Qué bien que estés bien, dice él

Sí que estamos bien, dice Alida

y entonces oye una ola romper y oye una ola alejarse, y la luna

brilla y la noche es como un extraño día y la barca avanza y avanza,

hacia el sur, a lo largo de la orilla

No estás cansado, dice Alida

No, estoy muy despabilado, dice Asle

y entonces Alida ve a madre Herdis llamándola zorra y luego la

ve una Nochebuena, trayendo las costillas de cordero curadas, tan

feliz, tan hermosa y tan buena, y no con ese pesado sufrimiento en

el que se hundía tan a menudo, y Alida sencillamente se marchó, ni

siquiera se despidió de madre Herdis, ni tampoco de hermana Oline,

cogió la comida que encontró y la metió en las dos bolsas y después

cogió el dinero que había en la casa y sencillamente se marchó, y

nunca, nunca más volverá a ver a madre Herdis, eso lo sabe, y ha

visto por última vez la casa en la Cuesta, de eso está segura, y

nunca volverá a ver Dylgja, pero si no se hubiera marchado así,

habría ido a madre Herdis y le habría dicho que no volvería a

molestarla nunca, ni entonces ni más adelante en la vida, ya se iba,

todo había acabado entre ellas, habría dicho, nunca volverían a

molestarse la una a la otra y nunca volvería a verla a ella igual que

nunca había vuelto a ver a padre Aslak después de que

desapareciera, ahora era ella quien se marchaba para no volver y

cuando madre Herdis seguramente preguntara adónde iban, Alida

habría dicho que no se preocupara y madre Herdis habría dicho que

le daría algo de comida y le habría preparado alguna cosa y luego

habría sacado el cofrecillo con el dinero y le habría dado un poco y

habría dicho que no quería enviar a su hija al mundo con las manos

vacías, y nunca volverá a ver a madre Herdis y Alida abre los ojos y

ve que han desaparecido las estrellas y que ya no es de noche y se

incorpora y ve a Asle sentado al timón

Estás despierta, dice él

Qué bien, dice

Buenos días, dice

Buenos días a ti también, dice Alida


fuente:

 Originalmente publicado en Noruega como Andvake (2007), Olavs

draumar (2012) y Kveldsvaevd (2014) en Det Norske Samlaget. Los

tres libros fueron publicados juntos comoTrilogien en Det Norske

Samlaget en 2014.

© Copyright 2014 by Jon Fosse

Publicado con el permiso de Winje Agency A/S, Sklensgate, 12,

3912 Porsgrunn, Norway.

© De la traducción: Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun

La publicación de esta traducción ha recibido ayuda financiera de

NORLA, Norwegian Literature Abroad.

De esta edición:

© De Conatus Publicaciones S.L.

Casado del Alisal, 10. 28014 Madrid

www.deconatus.com

Primera edición: octubre de 2018

Diseño: Álvaro Reyero Pita

ISBN: 978-84-17375-15-7

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni

almacenarse en sistema recuperable o transmitido, en ninguna

forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante

fotocopia, grabación ni otra manera sin previo permiso de los

editores.

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

comunicacion.deconatus@deconatus.com

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