Fuera del juego
Heberto Padilla
Edición íntegraPremio de
Poesía Julián del Casal, 1968
DICTAMEN
DEL JURADO DEL PREMIO DE POESÍA “JULIÁN DEL CASAL” 1968
Los
miembros del jurado del género Poesía que hemos actuado en el concurso UNEAC de
1968, acordamos unánimemente conceder el Premio «Julián del Casal» al libro
intitulado Fuera del Juego, de
Heberto Padilla. Puesto que ningún otro libro, a nuestro juicio, tuvo méritos
suficientes para disputarle el premio al que resultó vencedor, acordamos,
además, no otorgar menciones honoríficas.
Consideramos
que, entre los libros que concursaron, Fuera
del Juego se destaca por su calidad formal y revela la presencia de un
poeta en posesión plena de sus recursos expresivos.
Por
otra parte, en lo que respecta al contenido, hallamos en este libro una intensa
mirada sobre problemas fundamentales de nuestra época y una actitud crítica
ante la historia. Heberto Padilla se enfrenta con vehemencia a los mecanismos
que mueven la sociedad contemporánea y su visión del hombre dentro de la
historia es dramática y, por lo mismo, agónica (en el sentido que daba Unamuno
a esta expresión, es decir, de lucha). Padilla reconoce que, en el seno de los
conflictos a que los somete la época, el hombre actual tiene que situarse, adoptar una actitud, contraer
un compromiso ideológico y vital al mismo tiempo, y en Fuera del Juego se sitúa del lado de la Revolución, se compromete
con la Revolución y adopta la actitud que es esencial al poeta y al
revolucionario: la del inconforme, la del que aspira a más porque su deseo lo
lanza más allá de la realidad vigente.
Aquellos
poemas, cuatro o cinco a lo sumo, que fueron objetados, habían sido publicados
en prestigiosas revistas cubanas del actual momento revolucionario. Así, por
ejemplo, el poema En tiempos difíciles
había sido publicado en la revista Casa
de las Américas, bajo el rótulo «Veinte poemas hablan desde la Revolución»,
sin que en el momento de su publicación se engendrara ningún comentario
desfavorable. Otros poemas habían sido publicados en la revista del Consejo
Nacional de Cultura y de la UNEAC así como en revistas extranjeras que muestran
un apasionado entusiasmo por nuestra Revolución.
La
fuerza y lo que le da sentido revolucionario a este libro es, precisamente, el
hecho de no ser apologético, sino crítico, polémico, y estar esencialmente
vinculado a la idea de la Revolución como la única solución posible para los
problemas que obsesionan a su autor, que son los de la época que nos ha tocado
vivir.
J. M. COHEN
CÉSAR CALVO
JOSÉ LEZAMA LIMA
JOSÉ Z. TALLET
MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
DECLARACIÓN
DE LA U.N.E.A.C.
EL
DÍA 28 de octubre de este año se reunieron en sesión conjunta el comité
director de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y los jurados
extranjeros y nacionales designados por ella en el concurso literario que, como
en años anteriores, tuvo lugar en éste. El fin de dicha reunión era el de examinar
juntos los premios otorgados a dos obras: en poesía, la titulada Fuera del Juego, de Heberto Padilla, y
en teatro, Los siete contra Tebas, de
Antón Arrufat. Ambas ofrecían puntos conflictivos en un orden político, los
cuales no habían sido tomados en consideración al dictarse el fallo, según el
parecer del comité director de la Unión. Luego de un amplísimo debate, que duró
varias horas, en el que cada asistente se expresó con entera independencia, se
tomaron los siguientes acuerdos, por unanimidad: 1. Publicar las obras
premiadas de Heberto Padilla en poesía y Antón Arrufat en teatro.
2.
El comité director insertará una nota en ambos libros expresando su desacuerdo
con los mismos por entender que son ideológicamente contrarios a nuestra
Revolución.
3.
Se incluirán los votos de los jurados sobre las obras discutidas, así como la
expresión de las discrepancias mantenidas por algunos de dichos jurados con el
comité ejecutivo de la UNEAC.
En
cumplimiento, pues, de lo anterior, el comité director de la UNEAC hace constar
por este medio su total desacuerdo con los premios concedidos a las obras de
poesía y teatro que, con sus autores, han sido mencionados al comienzo de este
escrito. La dirección de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar
por el mantenimiento de los principios que informan nuestra Revolución, uno de
los cuales es sin duda la defensa de ésta, así de los enemigos declarados y
abiertos como —y son los más peligrosos— de aquellos otros que utilizan medios
más arteros y sutiles para actuar.
El
IV Concurso Literario de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba,
tuvo lugar en momentos en que alcanzaban en nuestro país singular intensidad
ciertos fenómenos típicos de la lucha ideológica, presentes en toda revolución
social profunda. Corrientes de ideas, posiciones y actitudes cuya raíz se nutre
siempre de la sociedad abolida por la Revolución, se desarrollaron y crecieron,
plegándose sutilmente a los cambios y variaciones que imponía un proceso
revolucionario sin acomodamientos ni transigencias.
El
respeto de la revolución cubana por la libertad de expresión, demostrable en
los hechos, no puede ser puesto en duda. Y la Unión de Escritores y Artistas,
considerando que aquellos fenómenos desaparecerían progresivamente, barridos
por un desarrollo económico y social que se reflejaría en la superestructura,
autorizó la publicación en sus ediciones de textos literarios cuya ideología,
en la superficie o subyacente, andaba a veces muy lejos o se enfrentaba a los
fines de nuestra revolución.
Esta
tolerancia, que buscaba la unión de todos los creadores literarios y
artísticos, fue al parecer interpretada como un signo de debilidad, favorable a
la intensificación de una lucha cuyo objetivo último no podía ser otro que el
intento de socavar la indestructible firmeza ideológica de los revolucionarios.
En
los últimos meses hemos publicado varios libros, en los que en dimensión mayor
o menor y por caminos diversos, se perseguía idéntico fin. Era evidente que la
decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que ésta
comienza a ser libertad para la expresión contrarrevolucionaria, estaba siendo
considerada como el surgimiento de un clima de liberalismo sin orillas,
producto siempre del abandono de los principios. Y esta interpretación es
inadmisible, ya que nadie ignora, en Cuba o fuera de ella, que la
característica más profunda y más hermosa de la revolución cubana, es
precisamente su respeto y su irrenunciable fidelidad a los principios que son
la raíz profunda de su vida.
Como
dijimos en dos de los seis géneros literarios concursantes, Poesía y Teatro, la
Dirección de la Unión encontró que los premios habían recaído en obras
construidas sobre elementos ideológicos francamente opuestos al pensamiento de
la Revolución.
En
el caso del libro de poesía, desde su título: Fuera del Juego, juzgado dentro del contexto general de la obra,
deja explícita la autoexclusión de su autor de la vida cubana.
Padilla
mantiene en sus páginas una ambigüedad mediante la cual pretende situar, en ocasiones,
su discurso en otra latitud. A veces es una dedicatoria a un poeta griego, a
veces una alusión a otro país. Gracias a este expediente demasiado burdo
cualquier descripción que siga no es aplicable a Cuba, y las comparaciones sólo
podrán establecerse en la conciencia sucia del que haga los paralelos. Es un
recurso utilizado en la lucha revolucionaria que el autor quiere aplicar ahora
precisamente, contra las fuerzas revolucionarias. Exonerado de sospechas,
Padilla puede lanzarse a atacar la revolución cubana amparado en una referencia
geográfica.
Aparte
de la ambigüedad ya mencionada, el autor mantiene dos actitudes básicas: una
criticista y otra antihistórica. Su criticismo se ejerce desde un
distanciamiento que no es el compromiso activo que caracteriza a los
revolucionarios. Este criticismo se ejerce además prescindiendo de todo juicio
de valor sobre los objetivos finales de la Revolución y efectuando
transposiciones de problemas que no encajan dentro de nuestra realidad. Su
antihistoricismo se expresa por medio de la exaltación del individualismo
frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y
manifestando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una
línea ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de
derecha, y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución.
En
estos textos se realiza una defensa del individualismo frente a las necesidades
de una sociedad que construye el futuro y significan una resistencia del hombre
a convertirse en combustible social. Cuando Padilla expresa que se le arrancan
sus órganos vitales y se le demanda que eche a andar, es la Revolución,
exigente en los deberes colectivos quien desmembra al individuo y le pide que
funcione socialmente. En la realidad cubana de hoy, el despegue económico que
nos extraerá del subdesarrollo exige sacrificios personales y una contribución
cotidiana de tareas para la sociedad. Esta defensa del aislamiento equivale a
una resistencia a entregarse en los objetivos comunes, además de ser una
defensa de superadas concepciones de la ideología liberal burguesa.
Sin
embargo para el que permanece al margen de la sociedad, fuera de juego, Padilla
reserva sus homenajes. Dentro de la concepción general de este libro el que
acepta la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El
desobediente, el que se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna.
En la conciencia de Padilla, el revolucionario baila como le piden que sea el
baile y asiente incesantemente a todo lo que le ordenan, es el acomodado, el
conformista que habla de los milagros que ocurren. Padilla, por otra parte,
resucita el viejo temor orteguiano de las minorías
selectas a ser sobrepasadas por una masividad en creciente desarrollo. Esto
tiene, llevado a sus naturales consecuencias, un nombre en la nomenclatura
política: fascismo.
El
autor realiza un trasplante mecánico de la actitud típica del intelectual
liberal dentro del capitalismo, sea ésta de escepticismo o de rechazo crítico.
Pero si al efectuar la transposición, aquel intelectual honesto y rebelde que
se opone a la inhumanidad de la llamada cultura de masas y a la cosificación de
la sociedad de consumo, mantiene su misma actitud dentro de un impetuoso
desarrollo revolucionario, se convierte objetivamente en un reaccionario. Y
esto es difícil de entender para el escritor contemporáneo que se abraza
desesperadamente a su papel anticonformista y de conciencia colectiva, pues es
ése el que le otorga su función social y cree —erróneamente—, que al
desaparecer ese papel también será barrido como intelectual. No es el caso del
autor que por haber vivido en ambas sociedades conoce el valor de una y otra
actitud y selecciona deliberadamente.
La
revolución cubana no propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas
ni cantos apologéticos. No pretende que los intelectuales sean corifeos sin
criterio. La obra de la Revolución es su mejor defensora ante la historia, pero
el intelectual que se sitúa críticamente frente a la sociedad, debe saber que,
moralmente, está obligado a contribuir también a la edificación revolucionaria.
Al
enfocar analíticamente la sociedad contemporánea, hay que tener en cuenta que
los problemas de nuestra época no son abstractos, tienen apellido y están
localizados muy concretamente. Debe definirse contra qué se lucha y en nombre
de qué se combate. No es lo mismo el colonialismo que las luchas de liberación
nacional; no es lo mismo el imperialismo que los países subyugados
económicamente; no es lo mismo Cuba que Estados Unidos; no es lo mismo el
fascismo que el comunismo, ni la dictadura del proletariado es similar en lo
absoluto a las dictaduras castrenses latinoamericanas.
Al
hablar de la historia “como el golpe que debes aprender a resistir”, al afirmar
que “ya tengo el horror y hasta el remordimiento de pasado mañana” y
en otro texto: “sabemos que en el día de hoy está el error que alguien habrá de condenar mañana”, ve a la
historia como un enemigo, como un juez que va a castigar. Un revolucionario no
teme a la historia, la ve, por el contrario, como la confirmación de su
confianza en la transformación de la vida.
Pero
Padilla apuesta sobre el error presente —sin contribuir a su enmienda—, y su
escepticismo se abre paso ya sin límites, cerrando todos los caminos: el
individuo se disuelve en un presente sin objetivos y no tiene absolución
posible en la historia. Sólo queda para el que vive en la revolución abjurar de
su personalidad y de sus opiniones para convertirse en una cifra dentro de la
muchedumbre para disolverse en la masa despersonalizada. Es la vieja concepción
burguesa de la sociedad comunista.
En
otros textos Padilla trata de justificar, en un ejercicio de ficción y de
enmascaramiento, su notorio ausentismo de su patria en los momentos difíciles
en que ésta se ha enfrentado al imperialismo; y su inexistente militancia
personal; convierte la dialéctica de la lucha de clases en la lucha de sexos;
sugiere persecuciones y climas represivos en una revolución como la nuestra que
se ha caracterizado por su generosidad y su apertura, identifica lo
revolucionario con la ineficiencia y la torpeza; se conmueve con los
contrarrevolucionarios que se marchan del país y con los que son fusilados por
sus crímenes contra el pueblo y sugiere complejas emboscadas contra sí que no
pueden ser índice más que de un arrogante delirio de grandeza o de un profundo
resentimiento. Resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la
Revolución de Octubre sea encasillada en acusaciones como “el puñetazo en plena
cara y el empujón a medianoche”, el terror que no puede ocultarse en el viento
de la torre Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta “culto en los
más oscuros crímenes de Stalin”, los cincuenta años que constituyen un “círculo
vicioso de lucha y de terror”, el millón de cabezas cada noche, el verdugo con
tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época,
etcétera.
Si
en definitiva en el proceso de la revolución soviética se cometieron errores,
no es menos cierto que los logros —no mencionados en El abedul de hierro—, son más numerosos, y que resulta francamente
chocante que a los revolucionarios bolcheviques, hombres de pureza intachable,
verdaderos poetas de la transformación social, se les sitúe con falta de
objetividad histórica, irrespetuosidad hacia sus actos y desconsideración de
sus sacrificios.
Sobre
los demás poemas y sobre estos mencionados, dejemos el juicio definitivo a la
conciencia revolucionaria del lector que sabrá captar qué mensaje se oculta
entre tantas sugerencias, alusiones, rodeos, ambigüedades e insinuaciones.
Igualmente
entendemos nuestro deber señalar que estimamos una falta ética matizada de
oportunismo que el autor en un texto publicado hace algunos meses, acusara a la
UNEAC con calificativos denigrantes, y que en un breve lapso y sin que mediara
una rectificación se sometiera al fallo de un concurso que esta institución
convoca.
También
entendemos como una adhesión al enemigo, la defensa pública que el autor hizo
del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se declaró públicamente traidor
a la Revolución.
En
última instancia concurren en el autor de este libro todo un conjunto de
actitudes, opiniones, comentarios y provocaciones que lo caracterizan y sitúan
políticamente en términos acordes a los criterios aquí expresados por la UNEAC,
hechos que no eran del conocimiento de todos los jurados y que alargarían
innecesariamente este prólogo de ser expuestos aquí.
En
cuanto a la obra de Antón Arrufat, Los
siete contra Tebas, no es preciso ser un lector extremadamente suspicaz,
para establecer aproximaciones más o menos sutiles entre la realidad fingida
que plantea la obra, y la realidad no menos fingida que la propaganda
imperialista difunde por el mundo, proclamando que se trata de la realidad de
Cuba revolucionaria. Es por esos caminos como se identifica a la “ciudad
sitiada” de esta versión de Esquilo con la “isla cautiva” de que hablara John
F. Kennedy. Todos los elementos que el imperialismo yanqui quisiera que fuesen
realidades cubanas, están en esta obra, desde el pueblo aterrado ante el
invasor que se acerca (los mercenarios de Playa Girón estaban convencidos que
iban a encontrar ese terror popular abriéndoles todos los caminos), hasta la
angustia por la guerra que los habitantes de la ciudad (el Coro), describen como
la suma del horror posible, dándonos implícito el pensamiento de que lo mejor
sería evitar ese horror de una lucha fratricida, de una guerra entre hermanos.
Aquí también hay una realidad fingida: los que abandonan su patria y van a
guarecerse en la casa de los enemigos, a conspirar contra ella y prepararse
para atacarla, dejan de ser hermanos para convertirse en traidores. Sobre el
turbio fondo de un pueblo aterrado, Etéocles y Polinice dialogan a un mismo
nivel de fraterna dignidad.
Ahora
bien: ¿a quién o a quiénes sirven estos libros? ¿Sirven a nuestra revolución,
calumniada en esa forma, herida a traición por tales medios?
Evidentemente,
no. Nuestra convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía y ese
teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que ellos
necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo
se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra
Cuba. Prueba de ello son los comentarios que esta situación está mereciendo de
cierta prensa yanqui y europea occidental, y la defensa, abierta unas veces y
entreabierta otras, que en esa prensa ha comenzado a suscitar. Está en el juego, no fuera de él, ya lo
sabemos, pero es útil repetirlo, es necesario no olvidarlo.
En
definitiva, se trata de una batalla ideológica, un enfrentamiento político en
medio de una revolución en marcha, a la que nadie podrá detener. En ella
tomarán parte no sólo los creadores ya conocidos por su oficio, sino también
los jóvenes talentos que surgen en nuestra isla, y sin duda los que trabajan en
otros campos de la producción y cuyo juicio es imprescindible, en una sociedad
integral.
En
resumen: la dirección de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechaza el
contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados.
Es
posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o
encubiertos y por nuestros amigos confundidos, como un signo de endurecimiento.
Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la
Revolución, porque significa su profundización y su fortalecimiento al plantear
abiertamente la lucha ideológica.
Comité Director de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba
La Habana, 15 de noviembre
de 1968
“Año del Guerrillero
Heroico”
I. FUERA DEL JUEGO
EN
TIEMPOS DIFÍCILES
A
aquel hombre le pidieron su tiempo
para
que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le
pidieron las manos,
porque
para una época difícil
nada
hay mejor que un par de buenas manos.
Le
pidieron los ojos
que
alguna vez tuvieron lágrimas
para
que contemplara el lado claro
(especialmente
el lado claro de la vida)
porque
para el horror basta un ojo de asombro.
Le
pidieron sus labios resecos y cuarteados para afirmar, para erigir, con cada
afirmación, un sueño (el-alto-sueño);
le
pidieron las piernas,
duras
y nudosas,
(sus
viejas piernas andariegas) porque en tiempos difíciles ¿algo hay mejor que un
par de piernas para la construcción o la trinchera?
Le
pidieron el bosque que lo nutrió de niño, con su árbol obediente.
Le
pidieron el pecho, el corazón, los hombros.
Le
dijeron
que
eso era estrictamente necesario.
Le
explicaron después
que
toda esta donación resultaría inútil
sin
entregar la lengua,
porque
en tiempos difíciles
nada
es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y
finalmente le rogaron
que,
por favor, echase a andar,
porque
en tiempos difíciles
esta
es, sin duda, la prueba decisiva.
EL
DISCURSO DEL MÉTODO
Si
después que termina el bombardeo,
andando
sobre la hierba que puede crecer lo mismo
entre
las ruinas que en el sombrero de tu Obispo, eres capaz de imaginar que no estás
viendo lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos, o que no
estás oyendo
lo
que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía; o (lo que es peor)
piensas
que será suficiente la astucia o el buen juicio para evitar que un día, al
entrar en tu casa, sólo encuentres un sillón destruido, con un montón de libros
rotos,
yo
te aconsejo que corras enseguida, que busques un pasaporte, alguna contraseña,
un
hijo enclenque, cualquier cosa que puedan justificarte ante una policía por el
momento torpe (porque ahora está formada de campesinos y peones)
y
que te largues de una vez y para siempre.
Huye
por la escalera del jardín (que no te vea nadie).
No
cojas nada.
No
servirán de nada
ni
un abrigo, ni un guante, ni un apellido, ni un lingote de oro, ni un título
borroso.
No
pierdas tiempo
enterrando
joyas en las paredes (las van a descubrir de cualquier modo).
No
te pongas a guardar escrituras en los sótanos (las localizarán después los
milicianos).
Ten
desconfianza de la mejor criada.
No
le entregues las llaves al chofer, no le confíes la perra al jardinero.
No
te ilusiones con las noticias de onda corta.
Párate
ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente, y contempla tu vida,
y
contémplate ahora como eres
porque
ésta será la última vez.
Ya
están quitando las barricadas de los parques.
Ya
los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.
Ya
el perro, el jardinero, el chofer, la criada están allí aplaudiendo.
ORACIÓN
PARA EL FIN DE SIGLO
Nosotros
que hemos mirado siempre con ironía e indulgencia los objetos abigarrados del
fin de siglo: las construcciones trabadas en oscuras levitas. Nosotros para
quienes el fin de siglo fue a lo sumo un grabado y una oración francesa.
Nosotros
que creíamos que al final de cien años sólo había un pájaro negro que levantaba
la cofia de una abuela.
Nosotros
que hemos visto el derrumbe de los parlamentos y el culo remendado del
liberalismo.
Nosotros
que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres y a quienes nos parece
absolutamente imposible (inhabitable)
una
sala de candelabros,
una
cortina y una silla Luis XV.
Nosotros,
hijos y nietos ya de terroristas melancólicos y de científicos supersticiosos,
que
sabemos que en el día de hoy está el error que alguien habrá de condenar
mañana.
Nosotros,
que estamos viviendo los últimos años de este siglo,
deambulamos,
incapaces de improvisar un movimiento que no haya sido concertado;
gesticulamos
en un espacio más restringido que el de las líneas de un grabado;
nos ponemos las oscuras levitas
como
si fuéramos a asistir a un parlamento,
mientras
los candelabros saltan por la cornisa
y
los pájaros negros
rompen
la cofia de esta muchacha de voz ronca.
LOS
POETAS CUBANOS YA NO SUEÑAN
Los
poetas cubanos ya no sueñan
(ni
siquiera en la noche).
Van
a cerrar la puerta para escribir a solas cuando cruje, de pronto, la madera; el
viento los empuja al garete;
unas
manos los cogen por los hombros, los voltean,
los
ponen frente a frente a otras caras (hundidas en pantanos, ardiendo en el
napalm) y el mundo encima de sus bocas fluye y está obligado el ojo a ver, a
ver, a ver.
CADA
VEZ QUE REGRESO DE ALGÚN VIAJE
Cada
vez que regreso de algún viaje
me
advierten mis amigos que a mi lado se oye un gran [estruendo.
Y
no es porque declare con aire soñador
lo
hermoso que es el mundo
o
gesticule como si anduviera
aún
bajo el acueducto romano de Segovia.
Puede
ocurrir que llegue
sin
agujero en los zapatos,
que
mi corbata tenga otro color,
que
mi pelo encanezca,
que
todas las muchachas recostadas en mi hombro
dejen
en mi pecho su temblor,
que
esté pegando gritos o se hayan vuelto
definitivamente
sordos mis amigos.
EL
HOMBRE AL MARGEN
Él
no es el hombre que salta la barrera
sintiéndose
ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo
oculto
en el vagón que jadea
o
que huye entre los terroristas, ni el pobre
hombre
del pasaporte cancelado que está siempre acechando una frontera.
Él
vive más acá del heroísmo
(en
esa parte oscura);
pero
no se perturba; no se extraña.
No
quiere ser un héroe,
ni
siquiera el romántico alrededor de quien pudiera tejerse una leyenda;
pero
está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, fatalmente condenado a su
época.
Es
un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro, como un enorme viento
que apenas sobrevive con el viento de [afuera.
Cada
mañana recomienza
(a
la manera de los actores italianos).
Se
para en seco como si alguien le arrebatara el personaje.
Ningún
espejo
se
atrevería a copiar
este
labio caído, esta sabiduría en bancarrota.
PARA
ACONSEJAR A UNA DAMA
¿Y
si empezara por aceptar algunos hechos como ha aceptado —es un ejemplo— a ese
negro becado que mea desafiante en su jardín?
Ah,
mi señora: por más que baje las cortinas; por más que oculte la cara solterona;
por más que llene de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más que
corte los hilos del teléfono
que
resuena espantoso en la casa vacía; por más que sueñe y rabie
no
podrá usted borrar la realidad.
Atrévase.
Abra
las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje y la bata de dormir y quédese
en cueros como vino usted al mundo.
Échese
ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar.
Aúlle
con todos los pulmones.
La
cerca es corta; es fácil de saltar, y en los albergues duermen los estudiantes.
Despiértelos.
Quémese
en el proceso, gata o alción; no importa.
Meta
a un becado en la cama.
Que
sus muslos ilustren la lucha de contrarios.
Que
su lengua sea más hábil que toda la dialéctica. Salga usted vencedora de esta
lucha de clases.