sábado, 2 de enero de 2021

Verne, el tiro en la pierna. 44 escritores de la literatura universal.

 


Verne, el tiro en la pierna

  Había un cofre en el desván de su casa donde se guardaban cartas y documentos, papeles y legajos de sus antepasados armadores. En las tardes espesas, todavía decimonónicas, lacias y acompasadas de su infancia, subía hasta allí en secreto, se sentaba, escapado, y cogía alguno de aquellos papeles que crujían al abrirlos. Los olía, se paraba en el tacto de los sellos, y en las volutas de la caligrafía que le hablaban de tierras y lugares lejanos, productos exóticos y maravillas remotas que crecían en su imaginación como la masa de un bizcocho horneado.

Obligado por su padre a estudiar Derecho, llegó al París de los adoquines, las barricadas y los puños alzados, cuyas librerías —centenares de ellas— tenían en sus escaparates obras de Dumas, Gautier, Victor Hugo, George Sand… Se habituó a trabajar de noche, rabiosamente, como un forzado en una buhardilla, donde tenía apenas una cama, una silla, apenas, y las obras completas de Shakespeare, que compró sustrayendo dinero de la comida.

Durante una temporada solo salía de casa para ir a la Biblioteca Nacional, donde se convirtió en un asiduo de las secciones de geología, astronomía, mecánica, balística, geografía. Tuvo problemas, siempre, con el insomnio, el dolor de cabeza, la fiebre y una parálisis facial que se presentaba cada vez que el trabajo lo acosaba y que le dejaba la boca torcida, un ojo cerrado y una expresión severa y aterrada.

Firmó un contrato con el editor Hetzel, que le obligaba a entregar tres libros al año de por vida. Y allí, cercado, cerrado, rodeado, en una casa cada vez más grande, y llena de criados, con su dolor de cabeza y su parálisis, fue terminando, uno tras otro, los libros que le harían inmortal: Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino, De la Tierra a la luna

Se compró un barco con el que viajó por medio mundo convertido en una celebridad. En Lisboa lo recibía el ministro de Marina; en Roma lo agasajaba el papa León XIII; en Tánger, el cónsul de Francia, todo él entorchados y escarapelas. Un día estaba abriendo la puerta de su casa cuando se acercó su sobrino Gastón, el rostro desencajado, pidiéndole que le defendiera de unos imaginarios perseguidores. Cuando le dijo que nadie lo seguía, sacó un revólver y le disparó dos veces.

Una de las balas le dio en la pierna izquierda, cerca de la articulación del pie, donde la tendría siempre incrustada y doliente. Pasó sus últimos años recluido en su casa, sin recibir prácticamente a nadie, leyendo y llenando los cajones de obras que se publicarían póstumamente. Había vivido un matrimonio sin amor, una paternidad desgraciada, y el disparo le había dejado impedido. Tenía cataratas. También se fue quedando sordo. «Es una gran consolación», le dijo a su hermana, «tener solo que oír la mitad de las tonterías que corren por el mundo».

2 comentarios:

  1. Verne, según se dice, perteneció a la Orden de los Caballeros de la Niebla. Se trató de una logia de iniciación ocultista.Su célebre personaje, Filias Fog, es un claro indicador cifrado de ello. Su traducción sería, para el caso, «hijo de la niebla» Laertes Marón

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