REPORTAJE: MEMORIA INÉDITA DE DOS
ESCRITORES
Borges viene a cenar
Adolfo Bioy Casares
relató en un diario de 1.700 páginas los encuentros con su amigo
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Madrid 14
OCT 2006
Una tarde de 1931, uno de los escritores jóvenes de mayor renombre en
Argentina conoció a un muchacho envenenado de literatura. Hablaron de libros y
se volvieron inseparables. El joven, de 32 años, se llamaba Jorge Luis Borges.
El muchacho, de 17, Adolfo Bioy Casares. No había pasado un lustro cuando
concibieron su primera obra a cuatro manos, un extravagante folleto comercial
sobre las virtudes de "un alimento más o menos búlgaro": la cuajada.
Lejos de toda frivolidad, aquel legendario cuadernillo tuvo para Bioy un
carácter iniciático: "Después de su redacción yo era otro escritor. Toda
colaboración con Borges equivalía a años de trabajo". Aquella primera
tentativa de literatura láctea desembocó en el nacimiento de Bustos Domecq, el nombre
con el que los dos amigos firmaron varias colecciones de cuentos policiales en
los que, según Borges, él ponía los argumentos y Bioy, "las frases".
Lo mismo cabría decir de las notas que el propio Bioy Casares dedicó en
sus diarios al autor de El Aleph. En
efecto, aquél puso los argumentos y éste, las palabras a lo largo de centenares
de encuentros consignados la mayoría de las veces con el mismo encabezamiento:
"Come en casa Borges". De las 20.000 páginas de cuadernos íntimos que
Bioy escribió a lo largo de su vida, su relación con Borges ocupa 1.700. Son
las que antes de morir, en 1999, preparó para su publicación con la ayuda de
Daniel Martino, su albacea. El resultado es un vibrante adoquín lleno de
nombres pero sin índice onomástico que, con el escueto título de Borges, la editorial Destino publicará en todo el
mundo de habla hispana el próximo día 19. Aunque el libro se extiende entre
1931 y 1989, la verdad es que Bioy resume los 15 primeros años en una decena de
páginas. Eso sí, brillantes. Son los tiempos del primer encuentro, de la
cuajada, la fundación de revistas y editoriales efímeras y de la boda, en 1940,
entre Adolfo Bioy Casares y la también escritora Silvina Ocampo. El padrino
fue, por supuesto, Borges.
Como era de esperar, los diarios borgianos de Bioy están llenos de
literatura. Cena tras cena, los dos escritores van alimentando lo que en una
entrevista el propio Borges admitió como una profunda amistad "sin
intimidad" cuya piedra angular eran los libros. Así, si Georgie se consideraba irónicamente "un viejo
discípulo" de Adolfito, éste
reconoce nada más abrir sus anotaciones que su amigo le hizo comprender la
inutilidad de la libertad total, "la libertad idiota" que había
defendido literariamente hasta entonces. Por supuesto, donde hay literatura hay
literatos. Así, por aquella mesa pasó también la admiración por los clásicos
"queribles" -Stevenson, Kafka, Cervantes, Montaigne- y el desdén por
contemporáneos como Ortega, Baroja, Juan Ramón Jiménez -los suecos del Nobel
"son mejores para inventar la dinamita que para dar premios"-,
Alberti -Marinero en tierra "es una porquería"-,
Sábato -"su conversación es anecdótica, sin pensamiento"- o Augusto
Roa Bastos -"un subalterno"-.
Con todo, en casi 2.000 páginas cabe mucha literatura pero también mucha
vida. Caben los temores de Borges a no ser reconocido por los porteros de la
Biblioteca Nacional de Buenos Aires cuando fue nombrado director en 1955 y
caben los crecientes problemas de retina que terminarían en ceguera. Y cabe,
con cuentagotas, la política, más la internacional que la doméstica pese al
peronismo y al golpe militar de 1976. Así, durante la guerra de los Seis Días,
el autor de El libro de arena arremete
contra los que defienden la causa árabe frente a Israel: "Los fascina la
bajeza [...] Si hubiera una guerra entre suizos y lapones todos serían
partidarios de los lapones [...] Los árabes de hoy no son los que levantaron la
Alhambra", decía Borges.
Reconocido seductor, Bioy relata menos sus propias aventuras que las
tormentosas relaciones de su amigo, que en 1967 se casa con Elsa Astete.
"Pongo mi destino en manos de una desconocida", recuerda que dijo
Borges. Una desconocida a la que Bioy encuentra ignorante pero respetuosa,
"en actitud de sierva enamorada". Cuando llega el turno de María
Kodama -con la que Borges, divorciado de Astete, se casó en Ginebra poco antes
de morir en 1986-, el tono de las anotaciones no ahorra acritud. Al principio
Bioy evita azuzar las inquinas desatadas contra Kodama, a la que algunos
consideraban responsable de que el escritor muriera lejos de sus amigos
argentinos: "Borges me dijo que para morir da lo mismo un sitio que otro.
Y qué lujo: tener un amor, y aun mal de amores a los ochenta y tantos".
Pasado el tiempo, cambian las formas: "María es una mujer de idiosincrasia
extraña; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios
(recuérdese que estaba ciego); lo celaba (se ponía furiosa ante la devoción de
los admiradores). Junto a ella vivía temiendo enojarla". El diario se
cierra con un último recuerdo. Antes de morir, alguien grabó a Borges cantando
tangos. Y Bioy apunta: "Dicen que en esa grabación Borges ríe con la risa
de siempre".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de octubre
de 2006
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