domingo, 15 de febrero de 2015

Inquisición al surrealismo en sobre los ángeles, de Rafael Alberti. Tenekedjan, Pablo.


Inquisición al surrealismo en sobre los ángeles, de Rafael Alberti.

Tenekedjan, Pablo.

La crítica como ajusticiamiento (introducción)

Algo que parece común a las críticas nacionales, y me refiero a aquellos que no entienden las literaturas nacionales, pero creen que el prestigio literario se funda en traer agua para su molino –aunque los molinos sean gigantes soñados y el agua esté un poco podrida o sepa a jugo barato- , ha sido embolsar detalles para ajustarlos a una homogeneidad inexistente, y poder hablar de “lo especial”  propio.

Tales cosas son irrisorias. Así ha pasado con la influencia de Huidobro en nuestra crítica, o con Borges en algunas variaciones argentinistas; así, sin duda, se habló de un libro necesariamente surrealista en cada uno de los poetas del 27. Lamento, entonces, que Lorca escribiera Poeta en Nueva York, luego de haber sido amigo de Dalí, o que Cernuda tuviera la desdicha de haber simpatizado con el espíritu surrealista, ya que le sirvió para entrar en la larga lista de aquellos aunados por las palabras de Bretón.

Cuando hace algún tiempo me propuse indagar en la poesía española de la Generación del 27 ( o Grupo Poético del 25, o Generación de la amistad, o como guste el lector), lo hice desde la intuición de que mucho de lo escrito, de las pautas para el acercamiento crítico, correspondían a un juicio fácil y antojadizo, o sesgado adrede, o queriendo comprobar gustos personales, o, sin más, con una falta de pertinencia que uno puede adjudicar a muchos aspectos –entre ellos, a la incomprensión- (1).

Alberti es otro de esos casos, y es una pena que la originalidad en Sobre los ángeles, se halle reducida sólo porque tuvo la desgracia (entiéndase, la desgracia de haberlo contado) de soñar y tener fiebre, de escribir en tal estado.

Entre sus obras poéticas, es la mencionada, a mi juicio, una de las más importantes. Pensar acerca de los aspectos que la hicieron relevante es ponerla en contraste con aquella parte de la crítica que en nombre de un mal hispanoamericano, de la paranoia crítica, la ha reducido mucho más de lo que, de hecho, hace toda crítica.

La poesía de este libro ha sido considerada en numerosas oportunidades de cierto hermetismo y, por lo general, relacionada, como he dejado entrever, con la influencia del surrealismo en España (no poco de la falta de discernimiento y  sensibilidad crítica han engordado las filas de obras atribuidas a movimientos cuyos métodos admiten algún tipo de inconsciencia). Sobre el tema se ha discutido luengamente y me propongo, someramente, adueñarme de aquellas consideraciones lúcidas y recalar destructivamente en otras no tan felices,  en pos de un sentido de ajusticiamiento que clama desde los versos. Si el lector  encuentra lo concluyente como satisfactorio, le sugiero abandonar la lectura, puesto que la disquisición planea poner de manifiesto lo erróneo, a partir de la descripción, pero no hacer gala de verdades, ya que trato la crítica en conciencia de sus límites interpretativos, abriendo brechas en el universo de los discursos, pero no cerrando tales mundos al lector.

Cuatro son las relaciones que puedo resumir como abordadas en este sentido: momento de producción, pertenencia de la poesía albertiana a la tradición, elementos autobiográficos (implicancia del recuerdo), y principales rasgos que se le atribuyen a la poesía surrealista. El orden lo dará la obra y no el agrupamiento que propondré por meras razones pragmáticas. Como las conclusiones estarán contenidas en el mismo cuerpo del análisis, creo oportuno decir que esta formalidad (la conclusión) se ausenta.

El ángel surrealista

Las opiniones sobre el surrealismo en Sobre los ángeles, son variadas y, algunas veces, contradictorias. Es notable el hecho de que tales por lo general se remiten a la posible influencia que Alberti habría recibido en la Residencia de estudiantes, junto a Dalí y Bruñel, o bien, por intermedio de Juan Larrea, a quien Luis Cernuda atribuye la mayor bandera del movimiento en España.

Cernuda también apunta que, “aunque francés de origen, el superrealismo llegó a convertirse en movimiento internacional, y eso, más que a influencia literaria se debió quizá a que correspondía a una rebeldía de la juventud, a un estado de ánimo general”(2).

Creo que el camino para tratar el ángel surrealista se abre a partir de la afirmación mencionada, por dos relaciones: en primer lugar, las palabras de André Bretón: “el estado del espíritu, o mejor dicho, el comportamiento surrealista es eterno”(3), nos refieren una correspondencia del surrealismo, al igual que Cernuda, con un estado de espíritu, o de ánimo, mucho más abarcante que el mero conocimiento de la técnica literaria empleada      ( aunque ambos entiendan la palabra espíritu en sentido diferente, juzgo el uso en el francés como decidor de varias consecuencias aberrantes por generalizadoras: de ella, críticos de abstracción dudable, supusieron la surrealidad de muchas obras, ante la incapacidad o ante la impericia de poder reconocer la diferencia entre lo dicho sobre el comportamiento humano –una aparente verdad inquietante- en relación a tal ámbito, de lo afirmado con posterioridad en relación a la aceptación ontológica de dicha verdad por parte de un grupo de hombres que influenciados por tal premisa quisieron activar un método de creación y de ahondamiento en la naturaleza humana por medio del arte.). En segundo lugar, la clara afinidad de tal estado con el que dio origen a las imágenes angélicas, según el mismo Alberti  nos dice: “y se me revelaron entonces los ángeles, no como los cristianos, corpóreos, de los bellos cuadros o estampas, sino como irresistibles fuerzas del espíritu, moldeables a los estados más turbios y secretos de mi naturaleza”(4).

Conocida es la crisis emocional que atravesaba el poeta durante el 27 y 28, años en los que escribió este libro; crisis, que C.B. Morris resume en “amor imposible...celos...triste sombra del amigo suicida, la envidia y el odio, caminatas infinitas, bolsillos vacíos, familia, miedos infantiles”(5).

El orden parece pertinente para un acercamiento a su vida y a la figura del ángel; pero “la presencia del poeta se objetiviza en configuraciones de orden suprapersonal”(6), así como la presencia de los ángeles, que no son en su mayoría “arquetipos y definiciones de lo humano, sino todo lo contrario: criaturas elementales y anteriores a toda precisión intelectual”(7). Estas palabras recuerdan lo que T.S.Eliot llamó “correlativo objetivo” y que A.P. Debicki adjudica como técnica surrealista albertiana, quien crea “poemas que encarnan objetivamente significados objetivos afectivos ... encontrando equivalentes  al significado o a la presencia de que se trata”(8).

La crisis emocional se encarna en los poemas, y los ángeles, irresistibles fuerzas del espíritu, son imágenes de problemas particulares (cómo adjudicarlos, entonces, a un espíritu epocal), actitudes y elementos dentro del mundo y del mismo poeta.

Algo en lo que no deparó Debicki y sí Vivanco es en que estos ángeles de la imaginación se vinculan a lo humano en forma circunstancial; en este sentido, la palabra es creadora de mundo irreales: “se trata de volverse de espaldas a toda realidad y arrancar ya de lo que está más allá del aquí y del ahora”. La palabra se hace instrumento para otra realidad que explica, por ejemplo, la independencia de cada ángel y su multiplicidad significativa. Los ángeles buenos, como tipo, ilustran lo antedicho.

Concebir un seguimiento a modo de ver la obra como ordenada preterintencionalmente, sería no tanto caer en una paradoja metódica, pues, es justamente uno de los rasgos que operan a favor de permitir la definición de algunos poemas como surrealistas, sino alejar la fidelidad posible a una evolución que me parece honesta como observable en la lectura primera de sus versos. Por otra parte, si tenemos en cuenta que la palabra surrealismo significa una intensificación del sentimiento de realidad, vemos que es la misma realidad percibida en forma diferente la que crea un mundo propio, más distorsionado que nuevo.

Sobre la penetración del mundo real en la poesía de Alberti trata Paul Ilie, quien divide en dos etapas dicha penetración. Sobre los ángeles pertenece a la primera, cuando el mundo real “trasforma su poesía inicial de un elaborado edificio barroco en un lugar más habitable para su yo subjetivo”(9). Se produce una distancia mayor entre la subjetividad y su retórica, que no es otra cosa que la tensión entre la emoción real y los artificios metafóricos. Esta es la disparidad que a mi juicio vamos a encontrar en la imagen del ángel: el simbolismo emocional de la palabra y la imagen real (significado simbólico y natural, respectivamente) no tienen relación. Atribuir semejante artificio a la exclusividad del surrealismo se me antoja absurdo, buena parte del Romanticismo alemán gozó de él sin por ello denominarlo necesariamente romántico.

Al destruirse la percepción normal en un mundo creado, Alberti produce un desacuerdo sensorial que es reflejo de sí, y que se da por la “reversibilidad de las sensaciones”(10)-sinestesias- que la crítica ha gustado en llamar mecanismo de percepción surrealista, pero que históricamente su proliferación responde a procesos tensionales de diferentes tipos.

La confusión de la percepción se transforma en una forma de muerte para el mundo normal, abriendo tal vez las puertas a la surrealidad.

Debicki divide los ángeles en positivos y negativos (que representan el conflicto del tema central), Salinas explica la ausencia de ángeles verdaderamente buenos y malos, porque el infierno o el paraíso están situados en el poeta mismo, en el subconsciente. Sin embargo, “hay ángeles muy cercanos a los ángeles malos tradicionales: los bélicos, el rabioso, el ceniciento, el de la ira, el ángel de la luz, los vengativos, los crueles”(11).

Los ángeles participan en el bagaje albertiano en otras obras, pero su presencia es mínima y no generan como en ésta un mundo diferente al teológico. Una postura opuesta es la de Salinas de Marichal, quien ha defendido la vinculación de nuestros ángeles a la tradición poético-religiosa, permitiéndose, además, circunscribir toda la obra del poeta a la tradición.(12). El juicio, de ser correcto, implicaría otro instrumento que agregar a la tesis de la no surrealidad de la obra (al basarse en la tradición, al ser imagen convencional, claro está).

Sobre el punto vale referir que  según lo allí leído, existe, desde muy tempranas épocas, el concepto de ángel caído. El espacio en ellos no es el habitual, pero su función de aquellos que se mueven entre el cielo y la tierra es la de comunicar el amor (o el odio) de(a) Dios. El espacio puede dividirse en planos en donde hay categorías diversas de ángeles: el testamento de Leví, por ejemplo, da siete clases de ángeles, entre los que se encuentran unos que castigan y otros destructores. En el libro de Alberti, dicho orden es inexistente, pero la crítica utiliza la palabra “destruye”, para vincular a la jerarquía celestial el hecho de que “para deshacerlo tuvo que imaginarlo”; o para referir que, como ya habrá reaccionado mi lector, la tradición consta de una gran variedad de ángeles y de funciones(13).

Otra vinculación está en la utilización de adjetivos, ampliándolos, que se aplican a los ángeles en los textos sagrados, relacionados con su función. Esto nos podría importar en la medida de que encontremos alguna correspondencia funcional o de imagen con las tradicionales; de otra forma, los ángeles seguirán siendo originales y explicables desde otro punto de vista. No me parece adecuada la ampliación que sugiere Marichal a la mayoría de los ángeles por una adjetivación que no comprueba sino sólo semeja a las de La Biblia.

Se ha dicho que el surrealismo trata de “modificar las estructuras sensibles del mundo dado”(14); para ello, utiliza entre otras técnicas el método de desplazamiento; es decir, la pura traslación del objeto a un ambiente inhabitual. Desde este punto de vista el espacio ocupado por los ángeles, más allá de las coincidencias que encuentre Salinas de Marichal, es completamente atípico. Esto bien puede relacionarse a otra técnica de modificación de la percepción por medio de la irracionalización de la cosa, que consiste en dos operaciones básicas: el olvido voluntario (la supresión de las imágenes mnémicas asociadas), que podemos encontrarlo, de verlo así, en las imágenes que amplían y desrealizan ángeles, que no tienen la forma tradicional, que no son ángeles más que por la palabra misma que los nomina; y la enestructuralización, la concentración del objeto en sí, cortando la idea de su función: característica que se da plenamente en la mayoría de los ángeles. ¿Coincidencias o adopción?

Hay que tener en cuenta que Alberti jamás se dijo surrealista y nunca dio cuenta de haber seguido sus técnicas, a excepción del pasaje que habré de citar, correspondiente a La Arboleda Perdida, y que se ha orgullosamente asociado, ipso facto, a la manera surrealista.

Para mí esta es la gran arbitrariedad que se comete en la interpretación de la obra. Quisiera repetir algo que aparecerá como evidente, para que se tenga en cuenta en qué sentido se puede hablar de surrealismo en Sobre los ángeles: Alberti no fue y no practicó el surrealismo, pero las circunstancias y su producción artística llevan el karma de hacer coincidir los resultados, aunque su estética poética no contenga un ápice de las técnicas del movimiento.

André Bretón y sus seguidores sobrevaloran los sueños por constituir otra realidad, fuera de la diurna habitual; realidad que posee una sintaxis de imágenes enteramente distinta, la cual, es fuente indudable de emocionalidad. De los sueños no se trata de extraer conocimientos, sino que sirven para ampliar la extensión de la vida exterior, para enseñar la relatividad de la lógica al uso, y para relacionarlo con su esfera objetiva. “Entrañan una sistemática basada en la simbolización, el desplazamiento, la concentración y la sobredeterminación”. Estas leyes existen también en lo subliminal y en esto me importan, pues, como señala Vivanco, “no es en el sueño, sino en la máxima vigilia que algunos ángeles –de los números, “los dos ángeles”, “el ángel bueno”- son productos del recuerdo; para mí, agrego, sin intención trasfiguradora, por lo dicho en La Arboleda Perdida: “a tientas sin encender la luz, a cualquier hora de la noche, con un automatismo no buscado, un empuje espontáneo, tembloroso, febril, que hacía que los versos se taparan los unos a los otros, siéndome a veces imposible descifrarlos en el día”.

Alberti obra casi maquinal e inconscientemente, “en la penumbra que precede al sueño” como dijera J.L.Borges.

La expresión automática, como más espontánea, tiene muchas probabilidades de arrojar cargas emocionales que no se revelarían de otro modo. El plano preconciente, asimilado al ánimo, y por tanto, pertinente a las figuras estudiadas, se refleja en las imágenes con gran precisión. Los llamados restos diurnos emergen en el automatismo verbal, del cual nos concierne como elemento diferenciador, la interferencia entre el idioma visual y verbal (imágenes figurativas, frases, respectivamente). Pero si hacemos caso a la palabras, realmente, Alberti nos señala la impertinencia de referir tal verbalización a una técnica surrealista, es más, el muestreo de la litotes “no buscado” me parece más decidor que cualquier aventuranza crítica: no hay adopción adrede de tal método; la urgencia restaña sobre las preconcepciones estéticas que quieran forzar ( a ello debe el contraste con su obra inmediatamente anterior).

Tanto las técnicas psíquicas como artísticas del surrealismo giran en torno a la cuestión del mundo, de los elementos de su organización. Dos son los comportamientos del surrealista en este sentido: aversión al orden en que habitualmente aparecen las cosas y veneración de los objetos. Cirlot analogiza el objeto como “símbolo del ser individual”, y la organización de las ideas como “la transferencia a un plano distinto de la constricción circunstancial que pesa sobre el hombre”(15). De esta forma se pueden ver las imágenes de los ángeles como lo hace George W. Connell, quien separa en temas el libro, relacionándolo con la vida del poeta.

Se afirma, por otra parte, que el odio a la realidad dada y el anhelo de lo maravilloso son actitudes propias del surrealista y muy propias de Alberti por aquellos años; tales actitudes se traducen en signos contradictorios que desgarran aspectos de lo real (contenido manifiesto del mundo-universo) e injertan alusiones al contenido latente, impulsado por el deseo. El placer y el dolor, el bien y el mal, como elementos especialmente aptos para ser contrapuestos. Este perspectiva parece ser la tomada por Luis Vivanco al dividir los ángeles en positivos y negativos.

Queda de manifiesto, sin embargo,  que los objetos no son, directamente, los ángeles, sino el ser individual y su estado ( concepto que, aclarado en la introducción, hace de este trabajo una redundante perífrasis y una mal justificada paráfrasis crítica); este estado es el que subvierte el orden en que habitualmente aparecen las cosas (según Cirlot) por un odio a la realidad dada (Vivanco): la imagen del ángel es un reflejo, un eco de esto en tanto es desrealizada.

Si bien el momento de producción, referido por Alberti en La Arboleda Perdida, nos hace pensar en una escritura automática, en imágenes en el límite de la vigilia y el sueño, es evidente que muchos de los poemas no fueron creados en tales circunstancias; aunque no es motivo para dudar de la palabra del poeta, sino para exponer las diferencias de origen ( por momento de producción) y las similitudes temáticas, que son reflejo de un ánimo seguramente real.

De la misma forma, la imagen tradicional del ángel irrumpe en algunos poemas; precisamente en aquellos que muestran una clara conciencia de creación. A pesar de ello, la mayoría de las imágenes angélicas pueden suponerse creadas no a partir, sino como resultado de un estado ligado en ciertos casos al surrealismo. Las dudas, producto de la mezcla de rasgos surrealistas y otros que no lo son, pueden verse agravadas al correr de los poemas, en tanto el poeta se va “adentrando” a la crisis personal. Coincido aquí con Morris al decir que “no hay salida”; agregaría que la única posible se da en el plano estilístico, en un surrealismo, si se permite la expresión depurado ( no inducido, sino vivido espontáneamente). Lo anterior es puesto en evidencia correctamente por Bousoño(16): hay un paso del surrealismo primario a uno secundario.

Los elementos autobiográficos, al igual que las imágenes tradicionales angélicas, juegan su papel de importancia. El rastreo de tales elementos no significan  la no surrealidad de la imagen; antes bien, nos refieren restos diurnos, recuerdos que no tienen por qué pertenecer a un grado de conciencia sobre el originado.

Boris Pasternak aseguraba que la objetividad sólo puede ser conocida por el creador al leer su poema y desconocerlo; quizá sea el mismo desconocimiento del que habla Alberti en su libro autobiográfico. Tal cosa, como la influencia de Larrea o Bruñel, seguirán como puntos oscuros que importan mínimamente a la lectura.



(1) Señalo el caso de José Maristany, quien al escribir el prólogo a Críticas, ensayos, evocaciones de Luis Cernuda, lo hace con un supuesto fuerte: la idea de que fue O.Paz su crítico más lúcido. Haciéndose cargo de ello, logra amortiguar la serie de obscenidades que una dureza académica y algunos revanchistas ideológicos formaron sobre la poesía del sevillano.

(2) Cernuda, Luis. Estudios sobre poesía española contemporánea, Ediciones Gua­darrama, Madrid, 1957, p.192. He de aclarar que el circunscribir el movimiento a un estado de ánimo poco aclara y más bien relativiza toda pertenencia, si entendemos que su aceptación implica algo más que el compartir aquello, es decir, adoptar una estética y una técnica; hecho que jamás ocurrió en Cernuda y creo que, apenas, en Alberti.

(3)  Nadeau, Marcel. Histoire du surrealisme, Ed. Prax, París, 1954, p.115.

(4) Alberti, Rafael. La arboleda perdida, Losada, Buenos Aires, p.269.

(5) Morris, C. B.   “Las imágenes claves de Sobre los ángeles”, en Rafael Alberti, Ed. Taurus, Madrid, 1975, p.98.

(6) Vivanco, Luis F. “Rafael Alberti en su palabra acelerada y vestida de luces”, en Op. Cit. Ibid. Nota 4, p. 119

(7) Op. Cit. Nota 5

(8) Debicki, A. P. “El correlativo objetivo en la poesía de Rafael Alberti”, en Rafael Alberti, Ed. Taurus, Madrid, 1975, p. 129. Lo relativo, por otro lado, es que Eliot lo afirma en virtud del imaginismo.

(9) Ilie, Paul. “Retórica Surrealista”, en Los surrealistas españoles, Taurus Ediciones, Madrid, 1972 (versión española de J.Curuchet), p. 87.

(10) Ibid. Nota 8.

(11) Salinas de Marichal, Solita. El mundo poético de Rafael Alberti, Ed. Gredos, Madrid, 1975, p.241.

(12) Cfr. Op.cit. Nota 10

(13) Cfr. Alberti, Rafael. Sobre los ángeles, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p.17. La separación en ángeles buenos y malos también se da en un drama religioso medieval, El esclavo del demonio, de Mira de Mescua; la diferencia está en que Alberti no los puede definir: “ángeles malos o buenos”. Esta dualidad se presenta en los ángeles cristianos, donde el vengador es a la vez bueno o malo, cosa que adopta en algunos poemas.

(14) Cirlot, Juan Eduardo. Introducción al surrealismo, en “Revista de Occidente”, Madrid, 1953.

(15) Op. Cit. Ibid. Nota 13

(16) Bousoño, Carlos. Superrealismo poético y simbolización, Ed. Gredos, Madrid, 1979, p.365.

Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile ISSN 0717-2869.

viernes, 13 de febrero de 2015

La poesía de Luis Rosales José María García de Tuñón Aza.


La poesía de Luis Rosales
José María García de Tuñón Aza
Luis Rosales (Granada 1910 - Madrid 1992)
Luis Rosales en 1972

Quizá haya sido el poeta granadino la figura más interesante de la generación de 1936{1} y uno de los mejores poetas que dio España en el pasado siglo. Nace Rosales en Granada el 31 de mayo de 1910. Estudió en los escolapios y cuando termina el bachiller se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras y en la de Derecho. Fue en la Universidad donde entabla amistad con el poeta García Lorca de quien más tarde publicaría un ensayo sobre el Romancero gitano en la revista Cruz y raya que dirigía José Bergamín, aunque su vocación poética surgió en torno a los componentes de la revista El Gallo donde colaboraba el propio García Lorca. Pero Luis Rosales ya se había sentido poeta relativamente pronto pues el conocimiento de Federico García Lorca y de algún otro amigo no le sirvió para despertar en él el sentimiento poético. «Me sirvió -dice Rosales- para hacer las cosas mucho mejor que las que había hecho anteriormente.»{2} En 1930 se traslada a Madrid, ciudad que acogía en ese momento tres generaciones de escritores, donde continúa sus estudios que había abandonado en su Granada natal.

Aunque ya había publicado algunos poemas, su primer libro de versos no se presenta hasta 1935. Se titulaba Abril, y es, en su totalidad, un libro de poesía amorosa inspirado, al parecer, en una antigua relación que mantuvo con una compañera de estudios. Empezó escribiendo amorosa para terminar escribiendo «poesía enamorada», nos dice Julián Marías. Esa primera obra hizo su impacto entre los que querían incorporarse a la vida literaria madrileña porque señala una fecha importante para la poesía española: «Cuando aparece Abril, la batalla vanguardista de renovación de la palabra poética a través de las imágenes, ya ha sido ganada. Y Luis Rosales ha sido de los primeros en darse cuenta de ello. Si en algún momento la imagen ha tenido más importancia que la palabra, ahora va a suceder todo lo contrario y la palabra va a ser más importante que la imagen.»{3} El periódico El Sol saludaba al poeta como capitán de una coqueluche dispuesta a «contener en moldes duros una poesía que se expandía ya demasiado, como gas libre, en el verso suelto»{4}, gracias a su obra Abril un libro dividido en tres partes: Vigilia del agua, Primavera del hombre y Poemas en soledad:

Abril, porque siento creo,
por calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos
que son sino devaneo?;
mirando la nieve veo
memoria de tu hermosura,
y cuando vi en su blancura
tu inmediata eternidad
¿fuiste sino claridad
temblor, paciencia y dulzura?{5}

Poco antes de aparecer Abril, Rosales conoce en Madrid a Ricardo Gullón y éste le recordaría viviendo en una pensión del barrio de Salamanca con Leopoldo y Juan Panero. «No puedo imaginarlos ni recordarlos separados; siempre juntos, con Luis Felipe Vivanco también. Este era el grupo que trataba de renovar la poesía española de aquellos momentos. Después de la vanguardia se imponía, a juicio de Luis ?que era la cabeza rectora de este grupo?, una transformación de la poesía española hacia la espiritualidad. Yo llamé movimiento de salvación del espíritu lo que Luis intentó realizar en Abril»{6}, porque cuando apareció la obra, España estaba en vísperas de una gran convulsión espiritual que alcanzaría prácticamente a todos. «Es importante recordar -continúa diciendo Gullón- que la guerra supuso para Luis Rosales un choque tremendo porque él amparó a Federico García Lorca en su casa. Fue por ese motivo perseguido, se le quitó la camisa azul que le habían dado poco antes y después tuvo que soportar la infinidad de calumnias y miserias que se vertieron con motivo de la muerte de Federico García Lorca.»{7}

Un García Lorca de quien Rosales cuenta cómo el autor de Mariana Pineda «estaba decidido a que realizáramos entre los dos una composición a los muertos, a los muertos en los dos bandos. Él quería que fuese una cantata, o una especie de romance para poderlo cantar. Algo que no fuese una elegía. Y él se reservó la parte musical, para que yo compusiera la letra. La música no la tenía escrita, pero sí pensada, y a mí me le interpretó varias veces en el piano de mi tía. Yo no había escrito la letra. Posteriormente, a la muerte de Federico, yo hice mi poema como una elegía a los muertos, que no era el que yo pensaba, pero que no pudo llegar, que nació influido por aquellas conversaciones tan repetidas que tuvimos. Mas al morir mi amigo, la poesía tomó el rumbo de la elegía.»{8} Elegía que tituló La voz de los muertos y que termina con estos versos:

Y así en la tierra dura que el trigo amarillece
Vuestro silencio ha sido la primera Verdad.
¡Silencio enajenado que la muerte hermosea!
¡Silencio que ha de ser tierra para el arado!
¡Gloria espaciosa y triste donde descansa España
Su viril hermosura tan antigua y tan nueva!
¡Tierra entera de sangre que es la voz de tus muertos
¡Y nos da nacimiento, costumbre y agonía!
¡Tierra que sólo brinda paciencia y superficie!
¡Tierra para morir, deshabitada y loca
Por cumplir tu hermosura,
Oh España, Madre España!{9}

Aunque Luis Rosales declaró en 1976 a la periodista Estela Cirelli que «a mí la política no me interesa»{10}, lo cierto es que se afilió a Falange siguiendo la estela de sus hermanos Antonio y José que ya lo eran poco después de que este partido fuera fundado por José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, esta afiliación de nada le sirvió cuando los «fantasmones encaramados en el Poder», que había escrito el propio José Antonio, a punto estuvieron de fusilarle por haber tenido escondido en su casa al autor de Bodas de sangre. «Lo cierto es que Luis Rosales estuvo en peligro de ser él también muerto a consecuencia del asunto Lorca. Fue expulsado de Falange por el capitán Rojas, ya jerarca del partido, y se abrió una investigación sobre su conducta. Nos ha contado el propio Rosales.»{11} Al final todo se redujo a «una multa importante» que tuvo que pagar su padre.

Todas estas vicisitudes hicieron que Pedro Laín Entralgo considerara a Rosales como «un refugiado interior». Y así lo cuenta cuando colaboraba en el periódico Arriba España, en aquel entonces la publicación más intelectual entre las de su género, y en donde «nos juntó el dolor de nuestro pueblo; no su saña, aunque entonces la había, sino su dolor»{12}: «Vino a Pamplona desde Granada, principalmente para poner distancia geográfica entre él y un terrible suceso ?el asesinato de Federico García Lorca? del cual había salido éticamente limpio y cordialmente dolorido. El acto de su comparecencia fue deslumbrador: una lectura de sus últimos poemas, inéditos todavía, en el despacho del director de Arriba España. La palabra de sus versos ?intensa, honda, alquitarada? nos envolvió a todos sus oyentes y nos instaló por igual en el alciónico ciclo de la poesía y en el suelo patético de la vida española. Esos versos abrieron la vía de nuestra amistad, firme y creciente desde entonces.»{13}

Arriba España nace en agosto de 1936 dirigida por el clérigo Fermín Yzurdiaga y el poeta Ángel María Pascual. Era esta publicación, por aquel entonces, la más intelectual entre las de su género y el primer periódico nacionalsindicalista cuya aparición era una vez a la semana. En un primer momento se pretendió que llevase solamente el nombre de Arriba que además su cabecera haría grata a los falangistas; pero no cristalizó esta primera idea pensando que de ella querría disponer el propio José Antonio una vez liberado porque todavía se seguía pensando en su liberación. Fue Yzudiaga quien finalmente optó porque el nuevo periódico se titulará ¡Arriba España! con dos admiraciones en un principio, pero «fueron retiradas de la cabecera el 11 de octubre del 36.»{14} Tuvo un buen plantel de colaboradores y gozó de una cierta autonomía informativa pudiendo defender sin grandes problemas sus puntos de vista; aunque años más tarde serviría para que la labor del clérigo fuera duramente criticada: «El activo cura navarro transformó la retórica usual de Falange: empleó hasta el cansancio la palabra discurso como epígrafe de sus escritos; hizo escribir en rituales mayúsculas las palabras clave (Revolución, Imperio, Mando, César); se obsesionó con las inscripciones latinas…»{15}

La incorporación de Luis Rosales a este periódico pamplonés fue debida a Dionisio Ridruejo que consideró al poeta como la revelación poética más importante de aquellos años. Para él supuso la entrada de un gran vate que «empezaba a ser lo que luego iría siendo en plenitud y sin barajar sus cartas: crítico, erudito, pensador y conversador original y encendido, unos de los más sugestivos que se hayan dado en una tierra donde el hablar derramado ha consumido tantas -y algunas del todo- fuentes de ingenio.»{16} También Rafael García Serrano, que coincidió en la redacción del periódico con Luis Rosales, lo recordaría años después «siempre con el mono caqui claro, casi colonial, de las Banderas andaluzas, no recuerdo si trincheras negras o correaje a la inglesa, y con la pistola al cinto. Fue él quien me comunicó, a orillas del Gayarre, que ediciones Jerarquía iba a publicar mi Eugenio.»{17}

Según el escritor Andrés Trapiello, los poemas de guerra de Luis Rosales se publicaron en Jerarquía y es cierto, pero olvida el libro Los versos del combatiente a quien el jesuita Gabriel María Verd dedica un artículo en la revista Letras de Deusto. El libro, de difícil localización, según dice un poco exageradamente Verd, aparece sin nombre de autor en la portada, aunque sí en la cubierta: «Sargento de morteros José R. Camacho.»{18} Dice el jesuita que la primera noticia del libro le llegó por una mención que precisamente hace Rosales, a la muerte de Pemán, en el diario Abc. Posteriormente, en 1987, tuvo una entrevista con el poeta quien le señaló que el libro había sido preparado en Burgos por encargo de Dionisio Ridruejo. Colaboraron en él: Luis Felipe Vivanco, Manuel Machado, José María Pemán, Leopoldo Panero, Luis Rosales, y, muy posiblemente, Dionisio Ridruejo y Agustín de Foxá. La duda de la participación se produce porque ninguno de los versos venían firmados y al tratar de identificarlos, Rosales no pudo reconocer ninguno, pero estaba seguro de su colaboración. Después de tanto tiempo el poeta solamente señaló como suyos nueve poemas y cinco probables. Entre los propios hay uno poco conocido, aunque lo recogen sus Obras Completas, dedicado a José Antonio Primo de Rivera, que tituló, José Antonio:

Para cumplir con la muerte
silenciosos.
¡Acuérdate de nosotros!

Para hacer que la victoria
sea de todos.
¡Acuérdate de nosotros!

Para llevar a los débiles
sobre el hombro.
¡Acuérdate de nosotros!

Para no ser de los unos
y de los otros
¡Acuérdate de nosotros!

Para que amemos a España
sobre todo
¡Acuérdate de nosotros!

¡Y para ser en la Patria
la exactitud y el decoro,
para buscar el milagro
con los ojos!

¡Para salvar la esperanza!
José Antonio:
¡Acuérdate de nosotros!{19}

Pero volvamos a Jerarquía la «revista negra de la Falange» de cubiertas negras con letras doradas y sus páginas encuadradas con viñetas y alegorías. Intelectualmente influyó en la misma Eugenio d’Ors, contó con la inspiración de Ángel María Pascual y colaboraron en ella los más destacados intelectuales falangistas. Editó durante los años de guerra numerosos libros, como por ejemplo, Eugenio de García Serrano, y hasta la antología Poesía heroica del imperio de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco. La poesía ocupó buena parte de las páginas de la revista: Ridruejo, Foxá, Basterra, d’Ors, Vivanco, Rosales, etc., vieron sus poemas publicados en ella que sólo publicó cuatro números: invierno de 1936, octubre de 1937, marzo de 1938 y un último fechado en 1938. Otra obra editada por Jerarquía fue la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, donde participarían veintiséis poetas y, entre ellos, Luis Rosales cuyo soneto dedicó «a José Antonio, que descubrió, expresó y defendió la verdad de España. Murió por ella»: Tú amaste el ser de España misionera / frente al peligro y por la luz unida, / el ser de la evidencia enaltecida / del mar latino en la ribera entera…

Vendría más tarde la revista Vértice que comenzó en abril de 1937 y finalizó, tras 81 números, en 1946. Colaboraron todos los escritores y poetas mencionados. También vieron la luz interesantes trabajos: desde novelas canónicas de Concha Espina a las «moralités» de Zunzunegui, las fantasías de Cunqueiro y los relatos de Edgar Neville. Luis Rosales publicó, a título de ejemplo: Ofrecimiento (Guardia en el parapeto) cuyos primeros y finales versos dicen así:

Esta noche, cierta y clara,
se puede morir; vendría
la muerte calladamente
hasta la sangre sumisa,
calladamente durmiendo
su pujante valentía…
………..
y en esta esperanza que tengo
Señor, te la ofrecería.{20}

Acabada la guerra, el reto más importante que se plantearon los intelectuales falangistas fue Escorial «revista de cultura y letras», dirigida en sus primeros números por Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo como subdirector. Aparece en noviembre de 1940 y este número comienza con un Manifiesto editorial: «Interesaba de mucho tiempo atrás a la Falange la creación de una revista que fuese residencia y mirador de la intelectualidad española […]. Escorial no es una revista de propaganda sino honrada y sinceramente una revista profesional de cultura y letras. No pensamos solicitar de nadie que venga a hacer aquí apologías líricas del régimen o justificaciones del mismo…»{21}. Rosales colaboró en este primer número con un artículo titulado Poesía y verdad donde agradece el «libro, titulado sencilla y esperanzadamente Primer Libro de Amor» de Dionisio Ridruejo, publicado en 1939.

En el mes de diciembre siguiente, ya acabada la guerra, aparece el segundo número y Rosales publicó Retablo Sacro del nacimiento del Señor, que se trata de un conjunto de 15 poemas, más una pieza introductoria compuesta por décimas: Dicen que el niño ha nacido, / y el corazón en la brisa / tiene una fiesta imprecisa / de campanario sin nido…{22} .Este Retablo tuvo una segunda edición en el año 1964 y pasó a tener 31 poemas. Después la edición que publicó Seix Barral de la Poesía reunida,se incrementó con ocho poemas más, por ejemplo: Romance que termina cuando se hace la luz, y que comienza con estos versos: Augusto ha dado un edicto; / para cumplir lo mandado; / hacia Belén de Judea / va la Virgen caminando…{23}. Serían otras muchas las colaboraciones de Rosales en esta «revista de cultura y letras». Vemos también su texto en prosa El contenido del corazón publicado en el noveno número, anticipo del libro del mismo título, y que a modo de confesión se sincera: «¿Escuchas? Son unas palabras sinceras, graves y doloridas; unas palabras que van buscando su verdad. El hombre que las dice, el hombre que se encuentra en el Retiro porque no puede regresar a parte alguna, el hombre que ahora se sueña y luego irá donde nadie le espera, soy yo mismo. Soy yo mismo, que me estoy recordando para conocerme el dolor, soy yo mismo, que tengo treinta años y aún no he dado el dibujo de mi hombredad, soy yo mismo, que no sé si afirmo algo, si digo algo, cuando repito, con la esperanza puesta en Dios, que soy yo mismo»{24}. Con este trabajo, encontró su expresión personal y la voz poética que después llevó a otros trabajos.

En el semanario El Español, fundado por el jonsista Juan Aparicio en 1942 y que duró hasta 1956, la participación de Luis Rosales es más bien muy escasa y apenas sus estudiosos hacen referencia alguna a esas colaboraciones del poeta. En el número siete del semanario publica un artículo que tituló El último heroísmo y alguna casa más del siglo XVII: «Es muy difícil resistir el mal cuando se encuentra dentro de nosotros, constituyendo nuestro ser; y el senequismo, verdaderamente, es la médula misma de la conciencia nacional, es el núcleo permanente y estoico sobre el que se tiene su asentamiento nuestra conducta. Es, por tanto, difícil y doloroso censurarle; pero si bien es cierto que él ha brindado a nuestro carácter su inequívoca dignidad, no es menos cierto que al mismo tiempo le restó ímpetu y le debilitó. Su voz es tan hermosa, tan altiva y está además tan afincada a nuestro ser, que apenas advertimos o moralizamos, incidimos en él; y lo más digno de advertir es que se ha pretendido, y aún se pretende, darle vestidura cristiana; no la tiene en verdad…»{25}. No volvería a colaborar en la revista hasta el año siguiente con otro artículo, sería el segundo y último, que tituló El sentimiento del desengaño, donde escribe la poesía Carta a las damas de la Corte para los galanes que iban a la Armada que comenzaba con estos versos: Los galanes de la Corte / que fuisteis a la jornada / las huérfanas de Madrid / os envían esta carta…{26}

En 1949 publica La Casa encendida. «Hacía mucho tiempo -dice Luis Felipe Vivanco- que Luis Rosales quería escribirse su poema integral, o lo más completo, desde el punto de vista de las realidades y experiencias humanas incorporadas a él […]. Un poema sin otro tema o materia que el de la existencia concreta de un hombre referida a sus dualidades elementales de memoria y olvido, vida y muerte, soledad y compañía. Y este poema, lo consigue en La Casa encendida»{27} porque el poeta cree en la poesía: «Vivir es volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas: se van. Y esto es morirse», dice Rosales:

Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
Has llegado a tu casa,
y al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que
llegaras
y encendiste la luz, para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas
como estarán dentro de un año…{28}

En 1951 publica Rimas en «Cultura Hispánica», libro por el que obtiene el Premio Nacional de Poesía. Ambas obras: La Casa encendida y Rimas, están consideradas como la plenitud poética del poeta. Desde los años 1953 a 1965 dirige la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Entre tanto, había publicado, año 1960, Cervantes y la libertad, excelente libro ensayísticocon prólogo de Ramón Menéndez Pidal, y fue premiado al año siguiente con el «Mariano de Cavia» por un artículo sobre el pintor Zabaleta. En 1962 fallece Ramón Pérez de Ayala, y Rosales pasa a ocupar su vacante al ser elegido por unanimidad académico numerario de la Real Academia Española.

Sigue trabajando y publica en el año 1966 El sentimiento del desengaño en la poesía barroca. Después, El contenido del corazón y Pasión y muerte del Conde de Villamediana lo publicaría en el año 1969. El siguiente año obtuvo el Premio de la Crítica con El contenido del corazón. A esta obra le seguirían en años posteriores Segundo Abril, Teoría de la libertad, Lírica Española, Canciones, Las puertas comunicantes etc. hasta que en 1982 gana el Premio Cátedra de Poesía Fray Luis de León-Ciudad de Salamanca, publica Un rostro en cada ola, y obtiene el Premio Miguel de Cervantes propuesto por la Real Academia Española de la Lengua y en dura competencia. La entrega del premio tuvo lugar en la Universidad de Alcalá de Henares y en su discurso de recepción dijo, entre otras cosas: «He dedicado gran parte de mi vida al estudio de la obra de Cervantes y pienso que hablar de él, en este día, no es solamente una obligación, sino una forma de agradecimiento. La lectura de Cervantes me ha dado muchas alegrías. Sin embargo, ¡cuidado! Una cosa es leer y otra es caer, pues la lectura del Quijote se nos adentra tanto que a veces es igual que una caída. Una caída de difícil y lenta recuperación, pues te puedes pasar la vida entera sin levantarte de ella…»

Poesía reunida (1979-1982), Oigo el silencio universal del miedo, El desnudo del arte y otros ensayos, Esa angustia llamada Andalucía, y, por último, Antología poética con prólogo de Laín Entralgo, serían sus últimas publicaciones. Porque la muerte que «no vendrá vencedora ni vencida», como él había escrito, le sorprendió el 24 de octubre de 1992. Después, su obra sería siempre recordada en España y fuera de ella por los buenos y fieles lectores de nuestra poesía.

Notas

{1} Martínez Cachero, José María, en su libro La revista de poesía. Garcilaso (1943-1946) y sus alrededores, dice: «La revista Ínsula tuvo a bien dedicar el número doble 224-225 (julio-agosto 1965) a este asunto generacional. Reconociendo lo que nuestra guerra civil supuso en la vida y obra de esta generación, casi todos los colaboradores y casi todas las personas convocadas en la encuesta de las páginas 6 y 7 vienen a afirmar su existencia, si bien Luis Rosales, uno de sus integrantes, estima que sería preferible llamarla de 1935, que es un año más importante literariamente hablando que 1936». Devenir Ensayo. Madrid, 2005, pág. 86.Por otro lado, en unas declaraciones que hizo en el diario de Oviedo La Nueva España, el 27 de mayo de 1979, dice: «Las generaciones son conceptos y los conceptos son muletas, que en la medida que sirven para andar, sirven para algo, pero, en definitiva, no apresan la realidad. A la generación a la que yo pertenezco se le han dado distintos nombres, la generación del 35 o la generación del 36, como a la generación del 97 a la que también se le han dado distintos nombres. Yo pertenezco a la que se llama la generación posterior a la del 27, generación 35 o generación 36.»

{2} Diario La Nueva España, Oviedo, 27 de mayo de 1979, pág. 38.

{3} Vivanco, Luis Felipe, Introducción a la poesía española contemporánea, Ediciones Guadarrama. Madrid, 1974, pág. 114.

{4} Citado por Alberto Porlan, en Luis Rosales. Antología poética, Alianza Editorial. Madrid, 1984, pág. 11.

{5} Rosales, Luis, Obras Completas.Poesía, Editorial Trotta. Madrid, 1996, pág. 124

{6} Gullón, Ricardo, Nobleza de ideas, en el diario Abc de Madrid, 31 de mayo de 1990, pág. 60.

{7} Ibíd.

{8} Molina Fajardo, Eduardo, Los últimos días de García Lorca, Plaza & Janés. Barcelona, 1983, pág. 177.

{9} Jerarquía nº 2, octubreMCMXXXVII.Este poema fue recogido posteriormente, con algunas modificaciones de texto, por LUIS ROSALES: Obras Completas. Poesía, Editorial Trotta. Madrid, 1996, págs. 209-210.

{10} Diario La Nueva España, Oviedo, 4 de julio de 1976, pág. 31.

{11} Gibson, Ian, Granada en 1936 y el asesinato de García Lorca. Editorial Crítica. Madrid, 1986, pág. 229.

{12} Laín Entralgo, Pedro, ¿Quién eras tú? Diario Abc, 25 de octubre de 1992, pág. 78.

{13} Laín Entralgo, Pedro, Descargo de conciencia (1930-1936), Alianza Editorial. Madrid, 1989, pág. 221.

{14} García Serrano, Rafael, La gran esperanza, Editorial Planeta. Barcelona, 1983, pág. 175.

{15} Mainer, José-Carlos, Falange y Literatura, Editorial Labor. Barcelona, 1971, pág. 39

{16} Ridruejo, Dionisio, Casi unas memorias, Editorial Planeta. Barcelona, 1976, pág. 138.

{17} García Serrano, Rafael, op. cit., pág. 247.

{18} Se trataba de José Rosales, hermano del poeta, que también componía versos y que era un personaje muy popular en Granada.

{19} Rosales, Luis, Los versos del combatiente, Citado por Gabriel María Verd, S. J. en Letras de Deusto, nº 39 sep-dic., pág. 26. También en Obras Completas, Op. cit., pág. 730.

{20} Revista Vértice, nº 13, agosto, 1938.

{21} Revista Escorial. Tomo I. Madrid, noviembre, 1940, págs. 7 y 9 .

{22} Ibíd.., diciembre, 1940, pág. 247

{23} Rosales, Luis, Poesía reunida, Editorial Seix Barral. Madrid, 1981, pág. 105.

{24} Rosales, Luis, El contenido del corazón, en la revista Escorial, nº 9, julio, Madrid, 1941, pág. 67.

{25} Semanario El Español, nº 7, 12 de diciembre de 1942, pág. 11.

{26} Ibíd.., nº 45, 4 de septiembre de 1943, págs. 1 y 12.

{27} Vivanco, Luis Felipe, Introducción a la poesía española contemporánea. 2, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1974, pág. 138

{28} Rosales, Luis, La casa encendida. Editorial Revista de Occidente, Madrid, 1967, págs. 25 y 26.
http://www.nodulo.org/ec/2013/n141p09.htm

martes, 10 de febrero de 2015

La novela total o la novela fragmentaria en América Latina y los discursos de globalización y localización*


La novela total o la novela fragmentaria en América Latina y los discursos de globalización y localización*

Gustavo Forero Quintero**
Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia

RESUMEN

Este texto compara dos perspectivas formales de la novela como género en la literatura hispanoamericana del siglo XX: la novela total de Mario Vargas Llosa y la novela fragmentaria de Macedonio Fernández. La primera alude al carácter absoluto del género, que da cuenta de la vida en su integridad, y la segunda a la imposibilidad del arte de hablar de la vida en todo su sentido. Desde el punto de vista del autor, cada una de ellas tiene relación con las ideologías vigentes en la contemporaneidad: la primera, con los discursos de la globalización, y la segunda, con los de la localización cultural. La novela se ve así como un género que responde de una forma u otra a la dinámica homogeneizante de la cultura o bien a su explosión discursiva, a su atomización. Ésta interpretación puede ser la clave difusa para la lectura de lo que hoy significa la literatura y en particular la novela.

Palabras claves: Novela, forma, literatura latinoamericana.

ABSTRACT

This paper makes a comparison between two formal perspectives of the novel as a genre in the Twentieth-Century Latin American literature: The Total Novel of Mario Vargas Llosa and the fragmented novel of Macedonio Fernández. From the autor’s standpoint, each of these perspectives is related to the discourses of cultural globalization and localization, respectively. The novel is, thus, seen as a genre that responds in one way or another to the homogenizing dynamics of a certain kind of globalization or its discursive explosion, its atomization. This may be the diffuse key for reading which today means literature.

Keywords: Novel, structure, Latin American literature.



"Vargas Llosa es uno de los pocos autores que todavía cree en la literatura…"
........................................José Emilio Pacheco (Armas Marcelo, 1991: 320).

Existen dos perspectivas formales de la novela como género literario que tienen relación con los dos discursos políticos modernos que les sirven de telón de fondo. De una parte, se puede definir la novela moderna como una totalidad, es decir, como el género que da cuenta de una "universalidad" de perspectivas de la vida; y por otra, como aquella expresión literaria parcial y limitada que entiende la imposibilidad de representar cualquier realidad. Esta oposición se puede rastrear a través de las refexiones de dos autores emblemáticos de la novela en América Latina: Mario Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936), representante del llamado Boom latinoamericano, y Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874-1952), escritor vinculado con el criollismo y las vanguardias literarias de principios del siglo XX en Argentina. Ambas propuestas se entienden dentro de una refexión formal que no responde del todo a una cronología histórica, sino que busca proponer una lectura estética a esa institución de la industria cultural que es hoy por hoy la literatura. Así, desde mi punto de vista, mientras la primera cree en la literatura como medio para alcanzar una descripción global del mundo, la segunda pone en duda esta capacidad y en general lo que se considera la institución misma de la literatura1. Desde el punto de vista cultural, la primera visión se puede relacionar con los discursos de la globalización, en tanto la segunda se acerca al presupuesto epistemológico de la localización cultural. Sobre esta base se presentan, en primer lugar, los postulados de los autores respecto del género, luego su relación con el criollismo, las vanguardias y la novela del Boom Latinoamericano, para llegar a establecer los nexos entre novela, globalización y localización.


1. LA NOVELA TOTAL Y LA NOVELA FRAGMENTARIA

Comparando Tirant lo Blanc (1490), novela de Joanot Martorell (Gandía, 1413-Valencia, 1468), con la novela moderna ("los procedimientos y métodos de organización de la materia narrativa de Martorell anuncian casi toda la estrategia de la novela moderna" (38), dice), en Carta de batalla por Ti-rant lo blanc (1992) Mario Vargas Llosa señala varios elementos en común. En primer lugar, el autor de aquella obra "es el primero de esa estirpe de suplantadores de Dios –Fielding, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstoi, Joyce, Faulkner– que pretenden crear en sus novelas una "realidad total", el más remoto caso de novelista todopoderoso, desinteresado, omnisciente y ubicuo" (11). Desde este punto de vista, la novela respondería así a una voluntad ambiciosa y fundadora de crear un mundo. Por el contrario, en Museo de la Novela de la Eterna (1929)2, Macedonio Fernández ataca esta capacidad del escritor contemporáneo, pues en una novela moderna ni existe una realidad, ni el principio mismo de la causalidad, y son los personajes los que actúan libremente para conformar el relato: una "novela cuyas incoherencias de relato están zurcidas con cortes transversales que muestran lo que a cada instante hacen todos los personajes de la novela" (1995: 140). Así, frente al propósito de crear una realidad total, en este tipo de novela el escritor busca la digresión e "inaugura" lo que denomina la "literatura salteada", es decir, aquella que exige a su vez un nuevo lector "salteado" o "completo" (159) que rebase al lector tradicional de historias realistas. Su pretensión, según dice el narrador de Museo, es "confundir" (192), pues su materia es "lo inexistente" y ese lector es, a la vez, personaje o autor (174).

Desde el primer punto de vista, el escritor, como un Dios, puede abarcar una "realidad", pues, como señala Vargas Llosa refriéndose a Martorell, "la vasta realidad fue su cantera al mismo tiempo que su paradigma. […] porque su mirada abarca desde lo más infinitamente pequeño hasta lo más infinitamente grande" (29-30). Así, con esta pretensión, el escritor "mantiene por lo general una actitud neutral respecto de lo que cuenta" (31) y

la formidable pretensión del conjunto de la obra –imponerse como una realidad total única que a la vez es representación de la realidad total, a la que refeja ilusoriamente en sus enormidades y minucias y a todos sus niveles– tiene su réplica o equivalencia en las partes esenciales que la componen. Novela concebida a imagen y semejanza de la realidad, sus "cráteres activos" están concebidos a imagen y semejanza de la novela (38-39).
En contraposición a esto, desde la segunda perspectiva, Macedonio Fernández expresa su rechazo a esa novela que da cuenta de todo, pues, "abomino de todo realismo" (177), afrma. Para él, de manera deleznable la novela realista produce un efecto de "Alucinación", que consiste en hacerle creer al lector que está frente a la vida (174). Justamente, cree el escritor argentino, el género debe ser por naturaleza una respuesta a la lógica dominante en la modernidad y a los ecos de una cultura aferrada a la fe. De este modo, mientras para Vargas Llosa la aparición de Carmesina y el enamoramiento de Tirant es un "fragmento de realidad" que es atrapado por el escritor "en su complejidad y diversidad: en su totalidad. La narración ha integrado [allí] en una indiferenciable fuencia, en una unidad, cuatro planos, cuatro dimensiones de lo real" (un nivel retórico, uno objetivo, uno subjetivo y uno simbólico o mítico) (40-58), para Macedonio Fernández "a medida que [el autor] escrib[e], indag[a] y esper[a] sucesos, como el lector" (162); mejor:

Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando "vida". En el momento en que el lector caiga en la Alucinación, ignominia del Arte, yo he perdido, no ganado lector. Lo que yo quiero es muy otra cosa, es ganarlo a él de personaje, es decir, que por un instante crea él mismo no vivir. Ésta es la emoción que me debe agradecer y que nadie pensó procurarle (174).

En tal virtud, según Fernández el escritor no hace creer al lector que está leyendo un "fragmento de la realidad", tan importante para Vargas Llosa, es decir, el escritor no crea una perspectiva de "la realidad"; por el contrario, en la novela el escritor invita a construir el propio discurso del lector que estará siempre por fuera del texto. De este modo, Macedonio Fernández busca procurar una emoción que rebase lo que se considera realidad y de ahí su crítica al automatismo de lo que llama la alucinación. La novela total sería, en esta dinámica, paradójica y ambiciosa, pero sobre todo artificial: trata de abarcar en una representación puntual la supuesta realidad en todos sus niveles, pues, según Vargas Llosa, da cuenta del mundo exterior e interior o mental, que son las modalidades absolutas de esa realidad. Este ejercicio racional sería imposible para Fernández, pues la realidad misma como tal no existe. El mundo tiene tantas representaciones como lectores pueda tener una novela y el sofsma de que existe una descripción fdedigna del mundo es sólo un artilugio. Desde su punto de vista, veríamos sólo como impostura del escritor aquello a lo que se refere Vargas Llosa cuando advierte:

Una "novela total". Novela de caballería, fantástica, histórica, militar, social, erótica, psicológica: todas esas cosas a la vez y ninguna de ellas exclusivamente, ni más ni menos que la realidad. Múltiple, admite diferentes y antagónicas lecturas y su naturaleza varía según el punto de vista que se elija para ordenar su caos (26).
Éste es el punto más importante de oposición de las dos perspectivas. Para Vargas Llosa, es en el interior de la novela y no fuera de ella donde se ordena el "caos"; su unidad procura el orden. El escritor como Dios funda ese orden. Así, en este sentido formal podemos comprender las oposiciones irresolubles entre las dos concepciones del género, que son las dos formas contemporáneas de asumirlo: entre realidad y alucinación, totalidad y fragmentación, y, en síntesis, entre orden y caos, es decir, entre la lógica o la causalidad y lo que se considera desorden o irracionalidad. De ahí que Macedonio Fernández hable de su novela como primera novela buena o "perfecta" (194) y proponga un "Belarte" o una teoría del arte aplicada a la novela, "con algo de un ensueño" (201) y de verdadera vida. A diferencia de Vargas Llosa, la "certeza metafísica" de su novela consiste en establecer la nihilidad del Tiempo y el Espacio, abstracciones que nos dicen únicamente que ocurren en nosotros representaciones de escenas o hechos que en la percepción o realidad nos procuran dolor o placer y que sin embargo se dan en nuestra mente unas veces suscitando emoción o iniciaciones motrices y otras nada de esto (207).

Para el efecto, nada más ilustrativo de este belarte de un mundo ideal que la novela misma Museo de la Novela de la Eterna, concreción de la poética de Fernández:

esta novela se parece más a la vida que la novela mala o realista, es decir la novela correcta. La congruencia (identidad) de los caracteres hace encantadores a los novelistas de la novela mala o correcta: esta congruencia nunca se mostró en una novela y no la hay en la vida; son poco realistas en esto los escritores realistas; ni siquiera saben decir qué es congruencia (226).
De esta manera, percibimos la oposición irresoluble entre ambos escritores y entre ambas teorías literarias. La novela total de Vargas Llosa implica la existencia de obras monumentales que, en sus palabras, "ordenan" el supuesto "caos". Desde este punto de vista, según el escritor peruano, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar hacen parte del catálogo de escritores de novela total, pues pretenden crear en sus novelas una realidad que se organiza gracias al punto de vista del autor.

No obstante lo anterior, siguiendo las pautas de Fernández, una novela como Rayuela de Julio Cortázar (Bruselas 1914-1984) escaparía a la cla-sificación de Vargas Llosa, no sólo por la complejidad formal sino por su propósito vanguardista de desvirtuar cualquier lectura canónica del texto: creo que, en contraposición a los postulados de Vargas Llosa, en este autor se da justamente la dinámica transgresora que se percibía en el maestro de la "Vigilia"3. Como señala Fernando Rodríguez Lafuente a propósito de la novela de Macedonio Fernández (y esto podría decirse también de la novela de Cortázar):

La lengua literaria se desdobla en dos direcciones: la desconfanza sobre la capacidad de las palabras para expresar una realidad confundida, atomizada, múltiple y compleja, y el rechazo de la estructura lógica del discurso, pues se considera insuficiente para explicar el decurso de las cosas, de los acontecimientos, en suma, la tragedia. Si el lenguaje se rompe en infinitos modos de representación […] la unidad queda como gesto de inútil restauración (50).

Igual se podría pensar de otros textos de Cortázar como Historias de cro-nopios y famas o 62/Modelo para armar. En tal sentido, Cortázar incluyó además una foto de Macedonio en "De la seriedad en los velorios" en La vuelta al día en ochenta mundos (1967: 35), uno de sus libros atípicos, y celebró y confrmó la consideración que hizo en Cuba, en 1966, Roberto Fernández Retamar al señalar la influencia de la obra de Macedonio Fernández en Ra-yuela. Al respecto, Cortázar dice:

Cuánta razón tienes en una de tus intervenciones en la mesa redonda cuando presumes una posible influencia de Macedonio Fernández en mi libro. Yo me olvidé de citarlo en su momento, y lo lamento, y es una deuda que pagaré en su día. […] Es imposible que Macedonio no haya infuido en mí aunque yo no me acuerde; no es a base de recuerdos que obran las influencias más profundas (Cortázar, 2000: 1016).
De este modo, por oposición necesaria a la novela total que exalta Vargas Llosa, creo que tanto la novela de Fernández como la de Cortázar responden de una manera fragmentaria a los problemas estéticos de la literatura en la contemporaneidad. La novela ya no describe y recompone un mundo, lo anatematiza. En consecuencia, mientras para los cultores de la novela total el género cuenta con un novelista todopoderoso, desinteresado, omnisciente y ubicuo; la novela denominada fragmentaria da cuenta de la atomización misma de este presupuesto confiable: Macedonio Fernández abandona así su podio de escritor y le da al lector una cualidad creativa y confguradora de la novela ("El desorden de mi libro es el de todas las vidas y obras aparentemente ordenadas" (248)), la pluralidad de perspectivas de la individualidad en Cortázar hacen de su novela un laberinto de sentido ["Para ese lector, mon semblable, mon frère, la novela cómica (¿y qué es Ulysses?) deberá transcurrir como esos sueños en los que al margen de un acaecer trivial presentimos una carga más grave que no siempre alcanzamos a desentrañar" (Cortázar, 1980: 449)]. La explosión del discurso así como la relatividad del narrador y la anécdota hacen de las dos novelas argentinas mencionadas paradigmas de cierta novela actual, inmersa en la tensión entre la lógica y la irracionalidad, entre la realidad y la emoción.

Respecto de estas diferencias entre los escritores Vargas Llosa y Macedonio Fernández, me parecen dilucidadoras las oposiciones epistemológicas entre los movimientos literarios que les sirven de trasfondo a los autores y que sustentan la disparidad de perspectivas en torno a la forma en la novela.

2. LA NOVELA DEL CRIOLLISMO, LAS VANGUARDIAS Y LA NOVELA DEL BOOM LATINOAMERICANO

La diferencia entre las dos concepciones del valor de la novela en el mundo contemporáneo se nota, mucho más por las relaciones paradójicas de los escritores Mario Vargas Llosa y Macedonio Fernández con el contexto estético que le da origen a sus obras. Aunque el problema formal no lo había planteado como tal el criollismo, a finales del siglo XIX y principios del XX la descripción de la vida de los gauchos, de los indios y, acaso, de la población afroamericana, lo mismo que el ambiente de refexión en torno a la forma de principios de siglo, fueron una invitación para la superación misma del realismo y, a partir de ahí, para confgurar ese anhelo deconstructivista de Fernández y, posteriormente, de las vanguardias literarias, incluido en ellas Cortázar. No obstante su realismo, el criollismo representó una primera oposición a la homogeneización de la vida "moderna". Al hablar del campesino, del "huaso" o del hombre en su contexto adverso (Mariano Latorre, Horacio Quiroga y Roberto J. Payró), con su propio lenguaje, este movimiento se planteó de manera precoz, creo yo, el tema de la identidad local por oposición a los discursos dominantes. Así, ya en el campo formal, el empleo del regionalismo o el neologismo, o la recreación poética de costumbres cotidianas como la siesta y el mate y la "pavita", elementos de contenido presentes en la obra salteada de Macedonio Fernández, constituirán la herramienta primigenia para una nueva forma de entender las tensiones planetarias entre lo global y lo local. Luego, fueran dadaístas o surrealistas los autores, fuera Cortázar o Guillermo Cabrera Infante, en las vanguardias "el fragmento se transforma en el instrumento retórico", en un modelo muy diferente "del antiguo anhelo surgido en el romanticismo de presentar al escritor como un agente provocador de la modorra colectiva, un rebelde sin más causa que él mismo o la mística. […], el fragmento atraviesa el campo de operaciones del arte contemporáneo" (Fernández, 1995: 66). En este sentido, a diferencia de alguna novela del Boom latinoamericano, la que encarna Vargas Llosa, Fuentes o García Márquez, y en general aquella que fue especialmente acogida en Europa (acaso por su exotismo o por ajustarse a las preocupaciones estéticas de ese continente), otra clase de escritor empieza a hablar en distintos términos de su experiencia local. La fragmentación de su discurso se opone poco a poco al discurso generalizador de una ideología, evidente ésta en la novela tradicional, sobre todo realista o histórica. Además, la discontinuidad temporal o el sentido de unidad malograda será un duro golpe no sólo contra ese realismo automático, sino además contra la certeza argumental de esa novela histórica que tanto interesa a Vargas Llosa [Conversación en La Catedral da cuenta de este propósito].

Desde este punto de vista, Macedonio Fernández preludia las novelas "posmodernas", caracterizadas por la simultaneidad temporal y la fragmentación formal; y, por la línea de algunas vanguardias, gracias a él el género empieza a constituir una respuesta a la racionalidad dominante de los textos del realismo decimonónico (incluidos sus derivados, el realismo mágico y lo real maravilloso). Desde este momento literario, paradójicamente anterior al Boom, la forma se pone a tono con los discursos contestatarios de las ideologías dominantes y se vincula cada vez más con las expresiones locales que carecen de vigencia en las mentalidades uniformadas de Occidente.

Así, al margen de una literatura canonizada por procesos editoriales originados en centros hegemónicos de poder, surgen distintas literaturas, o bien, formas literarias que buscan trascender los modelos establecidos en esos centros. Por tal razón, hoy más que nunca la novela es el campo de cruce contemporáneo entre dos aspectos literarios propios de las industrias culturales: por una parte, el de la refexión formal y, por otra, el de la preocupación en torno al vínculo entre la literatura y las ideologías en juego.

Por lo anterior, se pueden advertir algunas relaciones intrínsecas del hecho literario con los discursos culturales y sus nexos contradictorios con ellos.

3. NOVELA, GLOBALIZACIÓN Y LOCALIZACIÓN

A partir del establecimiento de sus relaciones con las ideologías, contra la unidad discursiva de la racionalidad dominante o la autoridad literaria de la narración lógica, cierta novela actual pretende exponer, de una manera no sistemática y contingente, simultánea y fragmentada, discursos que rebasan el valor de cambio que caracterizaba la escritura realista. Al respecto dice Barthes (1989): "En ese momento comienzan a multiplicarse las escrituras. En adelante, cada una, la trabajada, la populista, la neutra, la hablada, se quiere el acto inicial por el que el escritor asume o rechaza su condición burguesa. Cada una es un intento de respuesta a una problemática órfica de la Forma moderna: la de los escritores sin Literatura" (65).

De tal modo, frente a novelas totales como las de Carlos Fuentes y Vargas Llosa, y siguiendo la vertiente de las preocupaciones de las vanguardias en torno al valor de la literatura en sociedades modernas, aparecen cada vez más y con mayor acogida novelas fragmentarias que, con el modelo de Fernández, ponen en duda incluso lo que se considera literatura. De A dos ruedas (1996), del español José Machado –novela de 80 historias cortas–, hasta El barrio era una festa (2005), del paraguayo Mauricio Rosencof –recreación de los inefables temas del exilio y la marginalidad en el sur–, y la historia de dos pueblos de cruce de historias en Navidad y Matanza (2007), del chileno Carlos Labbé, pasando por el mundo cotidiano de Trapos al Sol (1991), del colombiano Julio Olaciregui4, y la serie de crónicas ligeras de la ciudad Luna llena en las rocas (2000), del mexicano Xavier Velasco, es interesante observar cómo en estas novelas los discursos políticos tienen resonancia en los discursos estéticos y viceversa, pero dentro de una perspectiva fragmentaria y, retomando la palabra del principio, con una voluntad atomatizadora. Aquí vemos la relación entre novela e ideologías, lo que se ha acusado desde siempre como presupuesto material del arte en América Latina.

En efecto, si Alexis de Tocqueville (1805-1859) planteaba una recurrente relación entre la anarquía y la tiranía como extremos políticos de gobierno y desgobierno y las formas de representación estéticas en América Latina, el problema de la literatura tuvo desde el siglo XX la apariencia de la oposición entre americanismo y nacionalismo, o entre nacionalismo y cosmopolitismo, o bien, entre internacionalismo y nacionalismo, o entre nacionalismo y regionalismo, entre civilización y barbarie, y entre campo y ciudad5. Más contemporáneamente, esta relación podría verse a través de la oposición entre globalización y localización y, según lo expuesto aquí, entre novela total y novela fragmentaria. En este campo se puede preguntar entonces: ¿hasta qué punto un escritor da cuenta formal de este conficto? o ¿qué se entendería por una novela fragmentaria y, por tanto, local? Estos parecen ser los interrogantes de hoy en torno a la institución literaria de la novela, sobre todo si se plantean con el ánimo de superar el prurito formal de considerar el realismo o el historicismo como garantías neutrales del valor literario o del compromiso del artista.

La necesidad de fundar o fortalecer una unidad nacional homogénea, por oposición al reconocimiento de las regiones o de entidades territoriales, tuvo desde la independencia de los países de la región y durante todo el siglo XX los más enconados debates, máxime en función del papel de la literatura como medio de cohesión social. Pero, como apunta José Luis Romero, "la unidad no existió ni antes ni después de la independencia" (Romero, 1970: 19). El discurso aglutinante, la pretensión conciliadora, resultó desde entonces un medio para los objetivos políticos, militares y económicos (o todos al tiempo, de acuerdo con las pretensiones de los gobernantes de turno):

Antes de concluir la guerra contra España, un binomio de militares –que la revolución triunfante llamará "libertadores"– proclama la necesidad de preservar la unidad hispanoamericana. […] Pero a esas alturas semejante unión era una utopía. Hispanoamérica estaba políticamente fragmentada y resultaba imposible superar esa fragmentación, que se apoyaba en la existencia de "patrias reformadas" (Odone, 1993: 211)6.
En esta dinámica, las "grandes ideas" se oponían a las ideas de caudillos o gamonales que, en el mejor de los casos, representaban la identidad de una región. En este proceso también tuvo parte la literatura. Para el caso de Argentina, por ejemplo, para José Artigas:

La autonomía provincial era el principio substancial de su ideario, en defensa irrestricta del localismo que caracterizaba la heterogeneidad de regiones aglutinadas administrativamente por la metrópoli, pero que ante la explosión revolucionaria y la presión de la capital fueron adquiriendo conciencia más clara de su personalidad diferenciada (Odone, 1993: 215).
La posición de aquellos que creían y luchaban por una unidad, se oponía, pues, a aquellos que partían de la base epistemológica de la fragmentación regional. Por otra parte, quienes defendían la fragmentación regional se encontraron con el obstáculo del cosmopolitismo que se les exigía a los intelectuales y más aún a los escritores "modernos". El discurso político, económico o militar tuvo y tiene entonces especiales vasos comunicantes con los discursos estéticos de hoy, en una sinergia apenas analizable desde la óptica histórica. Aquí, sólo propongo el ejercicio teórico de plantearlo en términos formales de totalidad/fragmentariedad y, en términos políticos, de globalización/localización, como surge de los planteamientos teóricos de Vargas Llosa y Macedonio Fernández. La novela se ve así como un género que responde de una forma u otra a la dinámica homogeneizante de cierta globalización burguesa o bien a su explosión discursiva, a su atomización. Ésta puede ser la clave difusa para la lectura de lo que hoy significa la literatura.

NOTAS

1 En este sentido recojo la sugerencia de Roland Barthes que en El grado cero de la escritura habla de la literatura como institución. Al respecto dice: "Toda escritura intelectual es por lo tanto el primero de los "saltos del intelecto". En vez de un lenguaje idealmente libre que no podría señalar mi persona y dejaría ignorar totalmente mi historia y mi libertad, la escritura a la que me confío es ya institución; descubre mi pasado y mi elección, me da una historia, muestra mi situación, me compromete sin que tenga que decirlo" (1989, 34).

2 Probablemente 1929 es la fecha de escritura de la novela a pesar de que haya sido publicada de manera póstuma en 1967. El autor describe su texto como "Primera novela buena" –de un modo similar al usado también por él al referirse a su novela Adriana Buenos Aires (1938) como la "última novela mala" (150).

3 Hago referencia al texto No toda es vigilia la de los ojos abiertos (Gleizer, 1928).

4 Sobre el tema de la fragmentariedad en su obra, se puede consultar mi artículo "Julio Olacire-gui o el eterno fuego de la voluntad creadora", en Luz Mery Giraldo (1995).

5 Sobre este tema, me parecen pertinentes las consideraciones de Noel Salomón ("Cosmopolitismo e internacionalismo"; Carlos Bosh ("Las ideologías europeístas") o Roberto Fernández Retamar ("América Latina y el trasfondo de Occidente", en Leopoldo Zea (1993).

6 El autor hace referencia en este caso a la "Carta de Jamaica" (1815) de Simón Bolívar.



REFERENCIAS

Armas Marcelo, J.J. 1991. Vargas Llosa. El vicio de escribir. Bogotá: Norma.         [ Links ]

Barthes, Roland. 1989. El grado cero de la escritura y nuevos ensayos críticos. Bogotá: Siglo Veintiuno Editores.         [ Links ]

Bolívar, Simón. 1998. "Carta de Jamaica", en Escritos fundamentales. Caracas: Monte Ávila.         [ Links ]

Cortázar, Julio. 1967. La vuelta al día en ochenta mundos. México: Siglo Veintiuno Editores.         [ Links ]

___. 1980. Rayuela. Barcelona: Bruguera.         [ Links ]

___. 2000. Cartas. Buenos Aires: Alfaguara.         [ Links ]

Fernández, Macedonio. 1995. Museo de la Novela de la Eterna. Madrid: Cátedra.         [ Links ]

Forero Quintero, Gustavo. 1995. "Julio Olaciregui o el eterno fuego de la voluntad creadora", en Luz Mery Giraldo (ed). Fin de siglo: narrativa colombiana. Bogotá: Centro Editorial Javeriano, pp. 265-273.         [ Links ]

Gleizer, Manuel. 1928. No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Papeles de Recienvenido. Buenos Aires: Cuadernos del Plata.         [ Links ]

Labbé, Carlos. 2007. Navidad y Matanza. Cáceres: Periférica.         [ Links ]

Machado, José. 1996. A dos ruedas. Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

Odone, Juan A. 1993. "Regionalismo y nacionalismo", en Leopoldo Zea (ed). América Latina en sus ideas. México: Siglo Veintiuno Editores.         [ Links ]

Olaciregui, Julio. 1991. Trapos al Sol. Bogotá: Planeta.         [ Links ]

Romero, José Luis. 1970. El pensamiento político de la derecha latinoamericana. Buenos Aires: Paidós.         [ Links ]

Rosencof, Mauricio. 2005. El barrio era una fiesta. Madrid: Alfaguara.         [ Links ]

Vargas Llosa, Mario. 1992. Carta de batalla por Tirant lo blanc. Bogotá: Seix Barral Biblioteca Breve.         [ Links ]

Velasco, Xavier. 2000. Luna llena en las rocas. México: Cal y Arena.         [ Links ]

Zea, Leopoldo (ed). 1993. América Latina en sus ideas. México: Siglo Veintiuno Editores.         [ Links ]




* Una versión inicial de este texto fue presentada el jueves 8 de noviembre de 2008 en el marco de las XXX Jornadas Hispánicas y de América Latina: Congreso Internacional: La ciudad y los imaginarios locales en las literaturas latinoamericanas en Valparaíso, Chile. El trabajo posterior se realizó gracias al apoyo del programa de la Estrategia de Sostenibilidad del grupo GEL 2009 de la Universidad de Antioquia.

** Profesor Asociado de la Universidad de Antioquia-Colombia. Doctor por la Universidad de Salamanca y Magíster en Études Romanes de la Universidad de la Sorbona (París IV). Dirige el Grupo Estudios Literarios (GEL). Entre sus libros están: El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinosa (Universidad Externado de Colombia, 2006), Magia de las Indias (Planeta, 2007) y la edición notada de Xicotencatl de autor anónimo (Vervuert, 2011).

viernes, 6 de febrero de 2015

Tres visiones de 'Aura', de Carlos Fuentes.



Tres visiones de 'Aura', de Carlos Fuentes

Por Pedro Paunero. Alfonso Reyes, el polígrafo mexicano nominado al Premio Nóbel de Literatura y pionero de la crónica cinematográfica, escribió en 1912 uno de los mejores cuentos mexicanos, “La cena”, que inspiraría una más desarrollada y magistral historia de fantasmas y reencarnaciones en “Aura”, la “nouvelle” escrita por Carlos Fuentes (1) en 1962. En 1982 el autor norteamericano Peter Straub, célebre por obras como “Fantasmas” (1979) y “Las casas sin puertas” (1990) y ocasional colaborador de Stephen King escribió “La esposa del General” (The General´s Wife) narración larga dedicada a Carlos Fuentes que no es sino la versión que ofrece el norteamericano de la narración de Fuentes. “La cena”, escrita en primera persona y con técnica cinematográfica, cuenta cómo Alfonso (el mismo autor como protagonista) ha recibido una misteriosa invitación a cenar. Su cita tiene mucho de viaje onírico, de paseo por “otro mundo”, que está aquí mismo, sin embargo:

Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr delante de mis pasos, y la hora de la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban solas. Serpientes de focos eléctricos bailaban delante de mis ojos. A cada instante surgían glorietas circulares, sembrados arriates, cuya verdura, a la luz artificial de la noche, cobraba una elegancia irreal. (…) Por la mañana el correo me había llevado una esquela breve y sugestiva. En el ángulo del papel se leían, manuscritas, las señas de una casa. La fecha era del día anterior. La carta decía solamente: “Doña Magdalena y su hija Amelia esperan a usted a cenar mañana, a las nueve de la noche. ¡Ah, si no faltara!...”

En “Aura” se narra la historia de Felipe Montero historiador becario de la Sorbona que lee un anuncio de periódico cuando –se entiende-, se encuentra más necesitado de trabajo:

Lees ese anuncio: Una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de té que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. Tú releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada, apropiada, estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado  de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.

“La esposa del General” se desarrolla en Londres y está escrita en tercera persona; Andy Rivers es la esposa de Phil, a quien la empresa para quien trabaja acaba de enviar a esa ciudad:

Andy Rivers tardó un par de meses en comprender que su esposo odiaba Londres. (…) Andy también comprendió que Phil se sentía celoso de Londres, fueran cuales fuesen sus otros sentimientos, del mismo modo que había terminado por comprender que su matrimonio sólo era un cáscara con un poco de polvo en su interior, únicamente el suficiente para marcar la felicidad compartida de otros tiempos. Porque ella se había sentido cada vez más seducida por la ciudad. Desde su casa de Belgravia —perteneciente a la empresa, pero de ellos durante  un año—, podía caminar hasta Mayfair, hasta Kensington, e incluso hasta el West End. Descubrió la National Gallery, el Tate, el South Bank, la Courtauld Gallery. El hecho de que la ciudad fuera tan diferente a Chicago y Nueva York la excitaba. Estaba encantada por el hecho de ser extranjera allí, del mismo modo que Phil se sentía ofendido por ello.

Este párrafo de Straub tiene un paralelismo con el que podemos leer en “Aura”:

Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud, tratando de distinguir el número 815 en este conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas. Las nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas, confundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado «47» encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924. Levantarás la mirada a los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinfonolas no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de los edificios. Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas ensombrecidas por largas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tú la miras, miras la portada de vides caprichosas, bajas la mirada al zaguán despintado y descubres 815, antes 69.

Para estos personajes los límites con el sueño, con el “otro mundo”, están a la vuelta de la esquina, pero a diferencia del solitario (y romántico) Felipe Montero del cuento mexicano, el matrimonio Rivers del texto norteamericano hace agua (como en cualquier sociedad hipermoderna que se precie de serlo), como se leyó en un párrafo más arriba. Un día Andy expresa:

-Quiero un trabajo –le dijo ella un día a finales de mayo-. Voy a ver si puedo conseguir uno.

En un restaurante lee en una revista:

“Se busca: mujer, preferiblemente norteamericana, con cierta experiencia de vida en el Reino Unido, para ayudar en la preparación de unas memorias militares. Debe poseer conocimientos de lectura en francés. Salario negociable”. Se añadía una dirección situada en los jardines de Kensington Park.

Acude a la dirección y se encuentra con su empleador, un anciano general británico de la Segunda Guerra Mundial:

Al bajar del taxi, Andy comprobó la dirección y se aseguró de que el alto edificio de ladrillo ante el que se encontraba correspondía a la dirección impresa en el anuncio. El edificio poseía una fachada extrañamente insulsa, sin ningún carácter. Dos de las ventanas del segundo piso estaban rotas, aunque detrás de todas las ventanas, incluidas éstas, había cortinas limpias, que colgaban como telarañas. (…) La casa olía a cerrado. (…) En la pared de la derecha, inmediatamente al lado de una puerta alta de color marrón, había una polvorienta imagen de Jesús. (…) -Su nombre –dijo el viejo. Tenía el pelo enmarañado, la piel casi tan grisácea y deslucida como las sábanas. Parecía agotado por el esfuerzo de haberle gritado desde la ventana. Hacía tanto calor que la atmósfera del pequeño dormitorio era el infierno. -Rivers. Andrea Rivers. -Soy el general Anthony August Leck ¿Significa eso algo para usted? La miró desafiante desde su rostro hundido. -Sí –contestó Andy-. Claro que le conozco. (…) El general había supervisado el esfuerzo inglés en Europa mientras Montgomery estaba en África; ¿o había estado él en África mientras Montgomery estaba en Europa? (…) –Empiece esta misma mañana con los papeles –dijo, apenas sin respiración-. Tendrá que leerlos todos primero…, ése es su primer trabajo, muchacha. Leerlos. Leerlos todos. Después tendrá que volverlos a escribir y traducir al inglés los trozos que están en francés…

En “Aura” se describe así el encuentro entre Felipe Montero y la viuda del General Llorente, Consuelo:  

Te apartarás para que la luz combinada de la plata, la cera y el vidrio dibuje esa cofia de seda que debe recoger un pelo muy blanco y enmarcar un rostro casi infantil de tan viejo. (…) —Se trata de los papeles de mi marido, el general Llorente. Deben ser ordenados antes de que muera. Deben ser publicados. Lo he decidido hace poco. —Y el propio general, ¿no se encuentra capacitado para...? —Murió hace sesenta años, señor. Son sus memorias inconclusas. Deben ser completadas. Antes de que yo muera.

Andy conoce a Tony, el nieto del general, con quien mantiene amoríos en secreto del abuelo para olvidar la esterilidad de su propio matrimonio. El contraste entre los pasajes de ambas narraciones es marcado. Con Peter Straub tenemos una prosa directa, a veces cruda, podría decirse “oral”, como cuando relata los recuerdos sexuales que tiene Andy de Tony mientras se acuesta con su esposo, Phil, y se mantiene así a lo largo de todo el cuento. La prosa de Fuentes está escrita decididamente de manera literaria, cargada de simbolismos (los colores de los vestidos de las mujeres, por ejemplo) en una segunda persona que involucra al lector. El encuentro entre Felipe y Aura está impregnado de misterio: asistimos a la irrupción de una realidad que tiene mucho de cualidad especular.

La señora se moverá por la primera vez desde que tú entraste a su recamara; al extender otra vez su mano tú sientes esa respiración agitada a tu lado y entre la mujer y tú se extiende otra mano que toca los dedos de la anciana. Miras a un lado y la muchacha está allí, esa muchacha que no alcanzas a ver de cuerpo entero porque esta tan cerca de ti y su aparición fue imprevista, sin ningún ruido —ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son más fuertes que el silencio que los acompañó—. —Le dije que regresaría... —¿Quién? —Aura. Mi compañera. Mi sobrina. —Buenas tardes. La joven inclinará la cabeza y la anciana, al mismo tiempo que ella, remedará el gesto. —Es el señor Montero. Va a vivir con nosotras. Te moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo: no te mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recamara. Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que solo tú puedes adivinar y desear. —Sí. Voy a vivir con ustedes.

En el cuento de Straub, Tony explica a Andy la presencia de varios gatos en casa de su abuelo debido a la población de ratas en Notting Hill, en la “Aura” de Fuentes se alude varias veces a gatos que parecen estar pero no están:

—Ah, sí ... Es que yo estoy tan acostumbrada a las tinieblas. A mi derecha . . . Camine y tropezará con el arcón… Es que nos amurallaron, señor Montero. Han construido alrededor de nosotras, nos han quitado la luz. Han querido obligarme a vender. Muertas, antes. Esta casa está llena de recuerdos para nosotras. Solo muerta me sacaran de aquí… Eso es. Gracias. Puede usted empezar a leer esta parte. Ya le iré entregando las demás. Buenas noches, señor Montero. Gracias. Mire: su candelabro se ha apagado. Enciéndalo afuera, por favor. No, no, quédese con la llave. Acéptela. Confío en usted. —Señora . . . Hay un nido de ratones en aquel rincón . . . —¿Ratones? Es que yo nunca voy hasta allá… —Debería usted traer a los gatos aquí. —¿Gatos? ¿Cuáles gatos? Buenas noches. Voy a dormir. Estoy fatigada. —Buenas noches.

Entre los papeles del General Leck, Andy Rivers descubre varias páginas de pasión erótica entre el resto de material trivial y una frase para recordar:

El general Leck era el hombre atrapado por la pasión en el buque transoceánico; su esposa era la encantadora muchacha criada en el París de la posguerra. Al final de aquella página, Andy leyó la siguiente frase en el francés del general: “En sus brazos, yo era siempre joven, y lo sería para siempre”.

En su habitación Felipe Montero medita sobre el nulo valor histórico de las memorias del general Llorente:

Te desnudas pensando en el capricho deformado de la anciana, en el falso valor que atribuye a estas memorias. Te acuestas sonriendo, pensando en tus cuatro mil pesos. (…) Sabes, al cerrar de nuevo  el folio, que por eso vive Aura en esta casa: para perpetuar la ilusión de juventud  y belleza de la pobre anciana enloquecida. Aura, encerrada como un espejo, como un icono más de ese muro religioso, cuajado de milagros, corazones preservados, demonios y santos imaginados.

En “La cena” de Reyes encontramos esos hermosos y enigmáticos párrafos que remiten a una botánica oculta, alquímica:

Al fin se entabló, entre Amalia y doña Magdalena, un verdadero coloquio de suspiros. (…) -Vamos al jardín. (…) En la oscuridad de la noche pude adivinar un jardincillo breve y artificial como el de un camposanto. (…) Sus explicaciones botánicas, hoy que las recuerdo, me parecen monstruosas como un delirio: creo haberles oído hablar de flores que muerden y de flores que besan; de tallos que se arrancan a su raíz y os trepan, como serpientes, hasta el cuello.

Más adelante leemos en “Aura” un párrafo que se distancia a la vez que se acerca a la escena del jardín en “La cena”:

—Está bien, señora. ¿Podría visitar el jardín? —¿Cuál jardín, señor Montero? —El que está detrás de mi cuarto. —En esta casa no hay jardín. Perdimos el jardín cuando construyeron alrededor de la casa.      —Pensé que podría trabajar mejor al aire libre. —En esta casa solo hay ese patio oscuro por donde entro usted. Allí mi sobrina cultiva algunas plantas de sombra. Pero eso es todo. (…) Tocas las paredes húmedas, lamosas (…) las hierbas olvidadas que crecen olorosas, adormiladas: las hojas anchas, largas, hendidas, vellosas del beleño: el tallo sarmentado de flores amarillas por fuera, rojas por dentro; las hojas acorazonadas y agudas de la dulcamara; la pelusa cenicienta del gordolobo, sus flores espigadas; el arbusto ramoso del evónimo y las flores blanquecinas; la belladona. Cobran vida a la luz de tu fósforo, se mecen con sus sombras mientras tu recreas los usos de este herbario que dilata las pupilas, adormece el dolor, alivia los partos, consuela, fatiga la voluntad, consuela con una calma voluptuosa.

Luego el amor se torna físico, sexual, y aparece –otra vez-, el quiebre de la realidad. Así en “Aura”:

Alargas tus propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo, que entonces agitará levemente el llavín que tú reconoces, y con él a la mujer que se recuesta encima de ti, te besa, te recorre el cuerpo entero con besos. No puedes verla en la oscuridad de la noche sin estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel más suave y ansiosa, tocas en sus senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides palabras. Al separarte, agotado, de su abrazo, escuchas su primer murmullo: "Eres mi esposo". Tú asientes: ella te dirá que amanece; se despedirá diciendo que te espera esa noche en su recámara. Tú vuelves a asentir, antes de caer dormido, aliviado, ligero, vaciado de placer, reteniendo en las yemas de los dedos el cuerpo de Aura, su temblor, su entrega: la niña Aura.

Y en “La esposa del General”:

Entonces apareció de nuevo aquella otra imagen mental que le había acosado antes, y cuando su boca cubrió la de él, como si tratara de infundirle vida, se encontró impedida por un espeso borbotón de sangre. Sintió las manos y brazos húmedos, y los huesos rotos del pecho de Tony se le clavaron dolorosamente en su propio pecho… “Perdido…” Su pene se dobló contra el muslo de ella, pequeño y frío; sus brazos la rodeaban inerte, y la sangre había dejado de surgir de su cuerpo… (…) Los brazos que le rodeaban eran débiles, y el delgado cuerpo que la cubría temblaba. El olor de la vejez, no el de la sangre, la rodeó. En el interior de ella murió un debilitado orgasmo. (…) Andy apartó el tembloroso cuerpo del suyo y se encontró mirando el rostro del General.

Llegamos con esto a la triple revelación sobre la verdadera identidad. Tenemos primero en “La cena”:

Y entonces me arrastraron a la sala, llevándome por los brazos como un inválido. A mis pies se habían enredado las guías vegetales del jardín; había hojas sobre mi cabeza. -Helo aquí –me dijeron mostrándome un retrato. Era un militar. Llevaba casco guerrero, una capa blanca, y los galones plateados en las mangas y en las presillas como tres toques de clarín. Sus hermosos ojos, bajo las alas perfectas de las cejas, tenían un imperio singular. Miré a las señoras: las dos sonreían como en el desahogo de la misión cumplida. Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato. (…) Y corrí, a través de calles desconocidas. Bailaban los focos delante de mis ojos. Los relojes de los torreones me espiaban, congestionados de luz… ¡Oh, cielos! Cuando alcancé, jadeante, la tabla familiar de mi puerta, nueve sonoras campanadas estremecían la noche. Sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté.

En “Aura”:

Y detrás de la última hoja, los retratos. El retrato de ese caballero anciano, vestido de militar: la vieja fotografía con las letras en una esquina: Moulin Photographe, 35 Boulevard Haussmann y la fecha 1894. Y la fotografía de Aura: de Aura con sus ojos verdes, su pelo negro recogido en bucles, reclinada sobre esa columna dórica, con el paisaje pintado al fondo: el paisaje de Lorelei en el Rin, el traje abotonado hasta el cuello, el pañuelo en una mano, el polisón: Aura y la fecha 1876, escrita con tinta blanca y detrás, sobre el cartón doblado del daguerrotipo, esa letra de araña:” Fait pour notre dixiéme anniversaire de mariage “ y la firma, con la misma letra, Consuelo Llorente. Verás, en la tercera foto, a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano, sentados ambos en una banca, en un jardín.  La foto se ha borrado un poco: Aura no se verá tan joven como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es . . . eres tú. Pegas esas fotografías a tus ojos, las levantas hacia el tragaluz: tapas con una mano la barba blanca del general Llorente, lo imaginas con el pelo negro y siempre te encuentras, borrado, perdido, olvidado, pero tú, tú, tú.

Y en “La esposa del General”:

Sus dedos lograron coger una pequeña fotografía cuadrada antes de que se cayera por el borde de la mesa. En ella se veía a un joven parecido a Tony, y a una mujer joven que era ella misma. La mujer de la fotografía que era Laurence Leck poco después de su matrimonio, tenía el mismo rostro que Andy.

Es curiosa la inversión que crea Peter Straub sobre los personajes de Carlos Fuentes. En la dualidad Consuelo-Aura encontramos los aspectos más visibles de la diosa: Deméter (diosa madre) y Perséfone (diosa doncella). El simbolismo de Fuentes es deliberado: el vestido verde de Aura tiene paralelismo con las plantas del jardín, a la vez emblema de fertilidad y fatalidad (son especies usadas por las brujas) y en algún momento se citan sacrificios de machos cabríos en los que la sangre envuelve como vapor; Aura sacrifica la cabra mientras su tía repite con las manos en el aire, con ademanes estáticos, los movimientos del cuchillo que hace su sobrina. Felipe Montero se revela, pues, como un nuevo Dionisio: tercero en los “Misterios de Eleusis” en Grecia, es el dios que resucita (reencarna). Dionisio, un rostro más refinado de otro dios, Pan, el alegre y pastoril dios cornudo con patas de cabra y falo en erección a quien los cristianos transformaron en la viva imagen del Satanás de las brujas del aquelarre. Los personajes masculinos de Peter Straub, al contrario, se vinculan más con el vampiro y los poderes de seducción masculinos. Y en el cuento original de Alfonso Reyes serán los fantasmas de las mujeres los que obren el prodigio: a través de flores vampíricas, que embrujan.  

La película.

Sería en 1966 cuando el italiano Damiano Damiani adaptaría la nouvelle de Fuentes para el guión de su autoría y su largometraje, “La Strega in Amore” (aka “La bruja en amor” [sic] ó “Las diabólicas del amor”). La película no obtuvo una favorable respuesta entre el público mexicano y Luis Buñuel expresó que él hubiera realizado un mejor trabajo con el texto al punto que Carlos Fuentes terminó repudiando la versión de Damiani. La película está situada en Roma y el argumento se decanta por un corriente complot erótico –el género que hoy denominaríamos “thriller erótico”-, en la cual la misma solicitud que se hace en el periódico y que se ha venido dando desde la obra de Fuentes y Straub, por parte de una viuda, indica la naturaleza del film: la traducción de unos libros antiguos del género erótico en la versión para el cine. Es decir, se suprimen las memorias militares de los cuentos y se inicia una recta incursión en los enigmas del sexo. Sergio Logan, un bibliotecario (Richard Johnson en el personaje que corresponde al Felipe Montero de “Aura”), se ve envuelto en una intriga amorosa entre la viuda Consuelo (Sarah Ferrati) y su hija Aura (Rosanna Schiaffino) para que asesine a Fabrizio (Gian Maria Volonté), esposo de Aura. El embrujo obrará efecto en Sergio, por parte de Consuelo, para caer en brazos de Aura y de esta manera poder alcanzar el ofrecimiento de una víctima propiciatoria en la persona de Fabrizio, como expresa Consuelo en determinado momento:

-Yo amo al diablo.

La cinta se abre con Sergio mirando por la ventana a una anciana que parece vigilarlo. Pronto nos damos cuenta que en realidad así es. Coge el periódico y encuentra el anuncio. En cuanto arriba a la mansión y descubre que la mujer del anuncio es la misma que ha ejercido un interés inquietante sobre su persona la película se desarrolla casi en su totalidad de “puertas para adentro”. La atmósfera por la cual se decide Damiani es la del gótico: extraños rituales (gatos ahorcados), el cadáver momificado del esposo de la anciana viuda (cual moderna “Barba Azul”), el sospechoso comportamiento de los personajes o los rumores sobre los misterios de la casa por parte de los vecinos.     El filme contiene varios aciertos –desde el estricto punto de vista cinematográfico-, que van desde el uso de luces y sombras, los primeros planos a la anatomía de la seductora Rosanna Schiaffino (denominada “la nueva diosa italiana del sexo” en la década de los años 60´s del Siglo XX) que recuerda las mejores interpretaciones de la hermosa Barbara Steel, la actriz fetiche del cine de horror italiano (en las realizaciones de Mario Bava) y las elegantes locaciones en que se rodó. Su director, Damiano Damiani (fallecido en marzo de 2013), cuyas cintas como “La isla de Arturo” (L´ isola di Arturo, 1962), la extraña historia de un joven que habita una isla para él solo, habían logrado un aura de respetabilidad intelectual y otras en la línea de la ideología de izquierdas con títulos como “Yo soy la revolución” (El Chucho: Quien sabe?, 1966), situada durante el periodo de la Revolución Mexicana, había ya explorado un cierto erotismo con su ópera prima “El lápiz de labios” (Il rosetto, 1960), que a la vez anunciaba sus películas policiacas posteriores como “Confesiones de un comisario” (Confessione di un commissario di polizia al procuratore della repubblica, 1971).         Vemos cómo se nos presenta una línea argumental que comienza con la fantasmal Amalia de “La cena”; la hechicera Aura de la nouvelle del mismo título; Andy, la amada y víctima –encontrada y una vez más perdida-, del vampiro de “La esposa del General” y la vulgar “femme fatale” de “La Strega in Amore” cuya madre, Consuelo, será la verdadera bruja enamorada, experta en herbolaria y satanista para finalizar –hasta ahora-, con una incursión decadente de parte del cine sobre un tema arquetípico que es la mujer como iniciadora. La mujer abre las puertas de la noche. Es conductora. Es lo que nos ha venido diciendo Aura a través de sus varias encarnaciones (fantasma, bruja, amante de vampiros, mujer fatal). Ella es capaz de abrir los ojos al varón dormido (o en franco deterioro en su viaje a través del tiempo en el caso de la Andy de Straub), de mostrarle su identidad, de deificarle. Pero no se trata de cualquier mujer: para iniciar hay que ser un iniciado, sólo entonces se cumplen las palabras del epígrafe de Jules Michelet (2) con que Fuentes abre su proverbial narración:

“El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses.  Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación... Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer...”

Sin embargo hay que leer las palabras anteriores a esta cita que nos da el mismo Michelet al inicio de su obra para entender la naturaleza de la eterna Amelia-Aura-Andy que, sabemos, no demorará en volver a cambiar de rostro:

“Las brujas lo son por naturaleza”. “Es un don peculiar de la mujer y su temperamento. Por nacimiento de un hada, por la periodicidad de su éxtasis, se convierte en sibila. Por amor, se convierte en hechicera. Por sutileza, a menudo para obtener un beneficio, se convierte en una bruja”.

Y esta es la clave.  

Notas:

(1)    Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán usaron el seudónimo conjunto de “Fósforo” para sus prototípicas crónicas del cine mudo, posteriormente, en un claro homenaje, Carlos Fuentes usaría el seudónimo “Fósforo Dos” para el mismo quehacer. (2)    Jules Michelet, La bruja en la Edad Media. Carlos Fuentes, Aura. Versión en PDF online
- See more at: http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=columnas_detalle&id_columna=4296#sthash.r08WFP4y.dpuf

Archivo del blog

POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

Páginas