miércoles, 17 de abril de 2013


John Milton (Gran Bretaña, 1608-1674)  

Poeta y ensayista inglés, autor de una obra rica y densa, que ha ejercido una influencia indiscutible en poetas posteriores. Milton dedicó su prosa a la defensa de las libertades civiles y religiosas y es para muchos el más grande poeta inglés después de Shakespeare. Milton nació en Londres, el 9 de diciembre de 1608. Estudió en el St Paul`s School y el Christ`s College, en la Universidad de Cambridge. En un principio quiso ser sacerdote, pero sus crecientes discrepancias con la cúpula del clero anglicano, unidas al despertar de sus intereses poéticos, le llevaron a abandonar este propósito. De 1632 a 1638 vivió en la casa de campo de su padre, en Horton (Buckinghamshire), y allí comenzó a preparar su carrera poética a través de un ambicioso programa de lecturas de los clásicos griegos y romanos, además de historia política y eclesiástica. De 1638 a 1639 viajó por Francia e Italia, donde conoció a las principales figuras literarias de la época. De regreso a Inglaterra se estableció en Londres y comenzó a escribir una serie de tratados sociales, religiosos y políticos. En 1642, se casó con Mary Powell, quien lo abandonó semanas más tarde por su incompatibilidad de caracteres, pero se reconcilió con él en 1645. Mary Powell murió en 1652. Milton defendió en sus escritos la causa parlamentaria durante la guerra civil entre parlamentarios y leales a la Corona, y en 1649 fue nombrado secretario de Asuntos Exteriores por el gobierno de la Commonwealth. Alrededor de 1652 quedó totalmente ciego y tuvo que realizar su trabajo literario con la ayuda de un secretario. Gracias a la colaboración del poeta Andrew Marvell, pudo continuar con sus responsabilidades políticas hasta la restauración de Carlos II, en 1660. En 1656 se casó por segunda vez, pero su esposa murió dos años más tarde, al dar a luz una hija que sólo vivió unos meses. Con la llegada de la restauración Milton fue condenado a prisión, durante un breve periodo de tiempo, por haber prestado su apoyo al Parlamento. En 1663, se casó por tercera vez y vivió recluido hasta su muerte, el 8 de noviembre de 1674. En las memorias escritas por algunos de sus contemporáneos se define la personalidad de Milton como una singular combinación de gracia y dulzura, de fuerza y severidad, capaz de llegar en ocasiones hasta la violencia. En algunos de sus propios escritos, Milton revela su arrogancia y amargura. Aunque aislado y atormentado por la ceguera, logró culminar sus objetivos y desarrollar las tareas que se había impuesto, iluminando la oscuridad de sus días con la música y la conversación. 

La obra de John Milton está marcada por su elevado idealismo religioso y su interés por los temas cósmicos. En ella revela un gran conocimiento de los clásicos latinos, griegos y hebreos. Su verso libre es rico y variado, y está modulado con tal maestría que se ha llegado a comparar con los tonos de un órgano. Su trayectoria como escritor puede dividirse en tres periodos. El primero, que abarca de 1625 a 1640, corresponde a sus primeras obras, y en él se incluyen los poemas escritos durante sus años de estudiante en Cambridge: la oda La mañana del nacimiento de Cristo (1629), el soneto Sobre Shakespeare (1630), L`Allegro y Il Penseroso (ambos probablemente de 1631), Tiempo (1632), Una música solemne (1633), las mascaradas Arcades (1634) y Comus (1634), y la elegía Lycidas (1637), que aborda el temor a la muerte prematura y la ambición insatisfecha. Se aprecia en estas obras un creciente dominio de la estrofa y la estructura, y en ellas aparecen ya imágenes y nombres propios que figurarán también en escritos posteriores. 

Su segundo periodo, de 1640 a 1660, estuvo dedicado principalmente a la redacción de ensayos que lo convirtieron en el más hábil polemista de su época. 
En sus primeros ensayos, Milton atacaba a los obispos y defendía la necesidad de difundir el espíritu de la reforma inglesa. El primero de los ensayos publicados de este segundo periodo fue Reformas de la disciplina de la Iglesia en Inglaterra (1641), mientras que el más exhaustivo y elaborado, en lo que a su argumentación se refiere, fue La razón del gobierno de la Iglesia (1641-1642), que incluye además una importante disgresión en la que Milton habla de su primera infancia, su educación y sus ambiciones. (Este tipo de reflexiones autobiográficas salpican toda su obra en prosa). La segunda fase de su preocupación por los problemas políticos y sociales produjo, entre otras obras, la Doctrina y disciplina del divorcio (1643), donde el autor afirma que como el matrimonio se basa en una afinidad intelectual, además de física, debe concederse el divorcio por incompatibilidad de caracteres, y la más famosa de sus obras en prosa, Areopagitica (1644), una encendida defensa de la libertad de expresión. En su obra Sobre la educación (1644) Milton aboga por un sistema que combine la instrucción clásica, destinada a preparar al estudiante para servir al gobierno de su país, con la formación religiosa. El tercer grupo de ensayos incluye sus escritos para justificar la ejecución de Carlos I. El primero de los comprendidos en este grupo, El ejercicio de la magistratura y el reinado (1649), aborda cuestiones institucionales e incide especialmente en los derechos del pueblo contra los tiranos. En su último grupo de ensayos, entre los que destaca Tratado de poder civil en causas eclesiásticas (1659), ofrece ideas prácticas para reformar el gobierno y se muestra contrario a la existencia de un clero profesional, defendiendo la libertad individual para interpretar las Escrituras de acuerdo con la propia conciencia. 

Durante sus años de ensayista y político Milton compuso parte de su gran poema épico, Paraíso perdido, además de 17 sonetos, entre los que figuran Sobre su ceguera (1655) y Sobre su esposa muerta (1658). El apogeo de su carrera poética llegó en el periodo comprendido entre 1660 y 1674, cuando completó Paraíso perdido (1667) y compuso además Paraíso recuperado (1671) y el drama poético Samson Agonistes (1671). El Paraíso perdido está considerada como la obra maestra de Milton, y uno de los grandes poemas de la literatura universal. En sus doce cantos narra la historia de la caída de Adán en un contexto de drama cósmico y profundas especulaciones. El objetivo del poeta era justificar el comportamiento de Dios hacia los hombres. El poema denota una imaginación desbordante y una abrumadora capacidad intelectual, y el estilo de Milton alcanza en él la máxima fuerza y exaltación. El Paraíso recuperado, que habla de la salvación humana a través de Cristo, es una obra más breve y menor, a pesar de su riqueza y su fuerza. En Samson Agonistes, una tragedia basada en el modelo griego y escrita en parte en verso blanco y en parte en verso coral sin rima y de longitud variable, Milton se basa en la leyenda de Sansón, incluida en el Antiguo Testamento, con el fin de proporcionar a los derrotados puritanos ingleses el valor necesario para triunfar a través del sacrificio.

El paraíso perdido es un poema narrativo de John Milton (1608-1674), considerado como un clásico de la literatura inglesa, y que ha dado origen a un tópico literario muy difundido en la literatura universal. 

Sobrepasa los 10.000 versos escritos sin rima. El poema es una epopeya acerca del tema bíblico de la caída de Adán y Eva. Trata, fundamentalmente, del problema del mal y el sufrimiento en el sentido de responder a la pregunta de por qué un Dios bueno y todopoderoso decide permitirlos cuando le sería fácil evitarlos. 

Milton responde a través de una descripción psicológica de los principales protagonistas del poema: el diablo, Dios, Adán y Eva, cuyas actitudes acaban por revelar el mensaje esperanzador que se esconde tras la pérdida del paraíso original. En el poema, el cielo y el infierno representan estados de ánimo antes que espacios físicos. 

La obra comienza en el infierno (descrito mediante referencias a la permanente insatisfacción y desesperación de sus habitantes), desde donde Satanás (definido por el sufrimiento) decide vengarse de Dios de forma indirecta, esto es, a través de los seres recién creados que viven en una estado de felicidad permanente.

(FRAGMENTO)
John Milton
El Paraíso Perdido

PRIMERA PARTE
ARGUMENTO

Este primer libro contiene, en breves palabras, la exposición o asunto de todo el Poema: La Desobediencia del Hombre; y como consecuencia de ella, la pérdida del Paraíso donde moraba. Indícase también que el primer móvil de su caída fue la Serpiente o más bien Satanás, personificado en ella; el cual, rebelándose contra Dios y atrayendo a su partido numerosas legiones de ángeles fue, por disposición divina, arrojado del cielo y precipitado con toda su hueste al profundo abismo.

Terminada esta exposición el poema prescinde de los demás antecedentes y representa a Satanás con sus ángeles sumidos ya en el infierno, que se describe aquí no como si estuviese situado en el centro del mundo (porque debe suponerse que ni el cielo ni la tierra existían aún y por tanto no podían ser mansión de réprobos) sino en un lugar de extrañas tinieblas, llamado más propiamente caos. Lanzado allí, Satanás con todos los suyos, en medio de un lago ardiente herido del rayo y anonadado vuelve por fin en sí como al despertar de un sueño, llama al que yace junto a él, que es su segundo en poder y jerarquía, y ambos discurren sobre su miserable estado. Evoca el príncipe infernal a todas sus legiones, hasta entonces tan abatidas como él.

Levantándose a su voz unas tras otras: su número, su orden de batalla y sus principales jefes, cuyos nombres son los de los ídolos conocidos después en Canaán y las comarcas circunvecinas. En un discurso que Satanás les dirige, los alienta con la esperanza de recobrar el cielo, anunciándoles por último la creación de un nuevo mundo y de un nuevo ser conforme a una antigua profecía o tradición que se conserva en el cielo, pues era opinión de algunos Santos Padres que los ángeles existían mucho tiempo antes que este mundo visible. 

Para averiguar la verdad de esta profecía y lo que en su consecuencia debiera hacerse, junta en consejo a los principales. El Pandemonio palacio de Satanás construido de pronto, surge del abismo, y en él tienen su consejo los próceres infernales.

Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre. Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar trajo la muerte al mundo y todos nuestros males con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande, reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada. En la secreta cima del Oreb o del Sinaí tú inspiraste a aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida grey cómo en su principio salieron del caos los cielos y la tierra; y si te place más la colina de Sión o el arroyo de Siloé que se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios, allí invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto; que no con débil vuelo pretendo remontarme sobre el monte Aonio al empeñarme en un asunto que ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás.

Y tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres a todos los templos un corazón recto y puro, inspírame tu sabiduría. Tú estabas presente desde el principio y desplegando como una paloma tus poderosas alas cubriste el vasto abismo haciéndolo fecundo, ilumina mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza para que desde la altura de este gran propósito pueda glorificar a la Providencia eterna justificando las miras de Dios para con los hombres.

Di ante todo, ya que ni la celestial esfera ni la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu vista, di qué causa movió a nuestros primeros padres, tan favorecidos del cielo en su feliz estado, a separarse de su Creador e incurrir en la única prohibición que les impuso siendo señores del mundo todo. ¿quién fue el primero que los incitó a su infame rebelión? la infernal Serpiente. Ella con su malicia animada por la envidia y el deseo de venganza engañó a la Madre del género humano. Por su orgullo había sido arrojada del cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes y con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar la gloria de sus próceres, confiaba en igualarse al Altísimo si el Altísimo se le oponía. 
Para llevar a cabo su ambicioso intento contra el trono y la monarquía de Dios, movió en el cielo una guerra impía, una lucha temeraria que le fue inútil. El Todopoderoso lo arrojó de la etérea bóveda envuelto en abrasadoras llamas; y con horrendo estrépito y ardiendo cayó en el abismo de perdición, para vivir entre diamantinas cadenas y en fuego eterno, él que osó retar con sus armas al Omnipotente.

Nueve veces habían recorrido el día y la noche, el espacio que miden entre los hombres desde que fue vencido por su espantosa muchedumbre, revolcándose en medio del ardiente abismo aunque conservando su inmortalidad. 

Condenado quedaba empero a mayor despecho, toda vez que habían de atormentarle el recuerdo de la felicidad perdida y el interminable dolor presente. Dirige en torno funestas miradas que revelan inmensa pena y profunda consternación, no menos que su tenaz orgullo y el odio más implacable; y abarcando cuanto a los ojos de los ángeles es posible contempla aquel lugar, desierto y sombrío, aquel antro horrible cerrado por todas partes y encendido como un gran horno. Pero sus llamas no prestan luz y las tinieblas ofrecen cuanto es bastante para descubrir cuadros de dolor, tristísimas regiones, lúgubre oscuridad, donde la paz y el reposo no pueden morar jamás, donde no llega ni aún la esperanza, que dondequiera existe. Allí no hay más que tormentos sin fin, y un diluvio de fuego alimentado por azufre, que arde sin consumirse.

Tal es el lugar que la Justicia eterna había preparado para aquellos rebeldes; y allí ordenó que estuviera su prisión en las más densas tinieblas, tres veces tan apartada de Dios y de la luz del cielo, cuanto lo está el centro del universo del más lejano polo. ¡Oh! ¡Qué diferencia entre esta morada y aquella de donde cayeron!

Presto divisa allí el Arcángel a los compañeros de su ruina envueltos entre las olas y torbellinos de una tempestad de fuego. Revolcábase también a su lado uno que era el más poderoso y criminal después de él, conocido mucho más tarde en Palestina con el nombre de Belcebú. El gran Enemigo en el cielo, rompiendo el hosco silencio, con arrogantes palabras comenzó a decir:

«Si tú eres aquel... pero ¡oh! ¡cuán abatido, cuán otro del que adornado de brillo deslumbrador en los felices reinos de la luz, sobrepujaba en esplendidez a millones de espíritus refulgentes...! Si tú eres aquel a quien una mutua alianza, un mismo pensamiento y resolución, e igual esperanza y audacia para la gloriosa empresa, unieron en otro tiempo conmigo como nos une ahora una misma ruina... mira desde qué altura y en qué abismo hemos caído por ser El mucho más prepotente con sus rayos. Pero, ¿quien había conocido hasta entonces la fuerza de sus terribles armas? Y a pesar de ellas a pesar de cuanto el Vencedor en su potente cólera pueda hacer aún contra mí, ni me arrepiento, ni he decaído, bien que menguada exteriormente mi brillantez, del firme ánimo, del desdén supremo propios del que ve su mérito vilipendiado y que me impulsaron a luchar contra el Omnipotente, llevando a la furiosa contienda innumerables fuerzas de espíritus armados, que osaron despreciar su dominación. Ellos me prefirieron oponiendo a su poder supremo otro contrario; y venidos a dudosa batalla en las llanuras del cielo, hicieron vacilar su trono. 

«¿Qué importa perder el campo donde lidiamos? No se ha perdido todo. Con esta voluntad inflexible, este deseo de venganza, mi odio inmortal y un valor que no ha de someterse ni ceder jamás ¿cómo he de tenerme por subyugado? Ni su cólera ni su fuerza me arrebatarán nunca esta gloria: humillarme y pedir gracia doblada la rodilla y acatar un poder cuyo ascendiente ha puesto en duda, poco ha, mi terrible brazo. Y pues según ley del destino no pueden perecer la fuerza de los dioses ni la sustancia empírea, y por la experiencia de este gran acontecimiento vemos que nuestras armas no son peores, y que en previsión hemos ganado mucho, podremos resolvernos a empeñar con más esperanza de éxito, por la astucia o por la fuerza, una guerra eterna e irreconciliable contra nuestro gran enemigo triunfante ahora, y que en el colmo de su júbilo impera como absoluto ejerciendo en el cielo su tiranía.»

Así habló el Ángel apóstata, aunque acongojado por el dolor; así se jactaba en alta voz, más poseído de una desesperación profunda; y de este modo le contestó enseguida su arrogante compañero: «¡Oh príncipe! ¡Oh caudillo de tantos tronos, que bajo tu enseña condujiste a la guerra a los serafines en orden de batalla, y que mostrando tu valor en terribles trances pusiste en peligro al Rey perpetuo del cielo, contrastando su soberano poder, débase éste a la fuerza, al acaso o al destino! Harto bien veo y maldigo el fatal suceso de una triste y vergonzosa derrota que nos arrebató el cielo. Todo este poderoso ejército se halla en la más horrible postración, y destruido hasta el punto que pueden estarlo los dioses y las divinas esencias, pues el pensamiento y el espíritu permanecen invencibles y el vigor se restaura pronto, por más que esté amortiguada nuestra gloria y que nuestra dichosa condición haya venido al más miserable estado. Pero, ¿y si el vencedor (forzoso me es ahora creerlo todopoderoso, pues a no serlo no habría conseguido avasallarnos), nos conserva todo nuestro espíritu y fortaleza para que mejor podamos sufrir y soportar las penas, para aplacar su vengativa cólera, o prestarle un servicio más rudo en el corazón del infierno, trabajando en medio del fuego, o sirviéndole de mensajeros en el negro abismo? ¿De qué nos ha de servir entonces conocer que no ha disminuido nuestra fuerza, ni se ha menoscabado la eternidad de nuestro ser para sufrir un castigo eterno?»

A lo que con estas breves palabras replicó el gran Enemigo: «Humillado Querubín, vileza es mostrarse débil, bien en las obras, bien en el sufrimiento. Ten por seguro que nuestro fin no consistirá nunca en hacer el bien; el mal será nuestra única delicia, por ser lo que contraría la Suprema Voluntad a que resistimos. Si de nuestro mal procura su providencia sacar el bien debemos esforzarnos en malograr su empeño, buscando hasta en el bien los medios de hacer el mal; y esto fácilmente podremos conseguirlo, de suerte que alguna vez lo enojemos, si no me engaño, y nos sea posible torcer sus profundas miras del punto a que se dirigen. Pero mira irritado el vencedor, ha vuelto a convocar en las puertas del cielo a los ministros de su persecución y de su venganza. La lluvia de azufre que lanzó contra nosotros la tempestad, ha allanado la encrespada ola que desde el principio del cielo nos recibió al caer; el trueno, en alas de sus enrojecidos relámpagos y con su impetuosa furia, ha agotado quizá sus rayos, y no brama ya a través del insondable abismo. No dejemos escapar la ocasión que nos ofrece el descuido o el furor ya saciado de nuestro enemigo. ¿Ves aquella árida llanura, abandonada y agreste cercada de desolación sin más luz que la que debe al pálido y medroso resplandor de estas lívidas llamas? Salvémonos allí del embate de estas olas de fuego; reposemos en ella, si le es dado ofrecernos algún reposo, y reuniendo nuestras afligidas huestes, vemos cómo será posible hostigar en adelante a nuestro enemigo, cómo reparar nuestra pérdida sobreponiéndonos a tan espantosa calamidad, y qué ayuda podemos hallar en la esperanza, si no nos sugiere algún intento la desesperación.» 

Así hablaba Satán a su más cercano compañero, con la cabeza fuera de las olas y los ojos centelleantes. De desmesurada anchura y longitud, las demás partes de su cuerpo, tendido sobre el lago, ocupaba un espacio de muchas varas. Era su estatura tan enorme, como la de aquel que por su gigantesca corpulencia se designa en las fábulas con el nombre de Titán, hijo de la Tierra, el cual hizo la guerra a Júpiter, y cual la de Briareo o Tifón, cuya caverna se hallaba cerca de la antigua Tarso; tan grande como el Leviatán, monstruo marino a quien Dios hizo el mayor de todos los seres que mandan en las corrientes del océano. Duerme tranquilo entre las espumosas olas de Noruega, y con frecuencia acaece, según dicen los marineros, que el piloto de alguna barca perdida lo torna por una isla, echa el ancla sobre su escamosa piel, amarra a su costado, mientras las tinieblas de la noche cubren el mar, retardando la ansiada aurora. No menos enorme y gigantesco yacía el gran Enemigo encadenado en el lago abrasador, y nunca hubiera podido levantar su cabeza, si por la voluntad y alta permisión del Regulador de los cielos, no hubiera quedado en libertad de llevar a cabo sus perversos designios, para que con sus repetidos crímenes atrajese sobre sí la condenación al fraguar el mal ajeno, y a fin de que en su impotente rabia viese que toda su malicia sólo había servido para que brillase más en el hombre a quien después sedujo, la infinita bondad, la gracia y la misericordia y en él resaltasen a la par su confusión, sus iras y su venganza.

Se enderezó de pronto sobre el lago, mostrando su poderoso cuerpo; rechaza con ambas manos las llamas que abren sus agudas puntas, y que rodando en forma de olas, dejan ver en el centro un horrendo valle; y desplegando entonces las alas dirige a lo alto su vuelo y se mece sobre el tenebroso aire, no acostumbrado a semejante peso, hasta que por fin desciende a una tierra árida, si tierra puede llamarse la que está siempre ardiendo con fuego compacto, como el lago con fuego líquido. Tal es el aspecto que presentan, cuando por la violencia de un torbellino subterráneo se desprende una colina arrancada del Perolo o de los costados del mugiente Etna, las combustibles e inflamadas entrañas que, preñadas de fuego, se lanzan al espacio por el violento choque de los minerales y con el auxilio de los vientos, dejando un ardiente vacío envuelto en humo y corrompidos vapores. Semejante era la tierra en que puso Satán las plantas de sus pies malditos. Síguele Belcebú, su compañero y ambos se vanaglorian de haber escapado de la Estigia por su virtud de dioses, y por haber recobrado sus propias fuerzas, no por la condescendencia del Poder supremo.

«¿Es ésta la región, dijo entonces el preciso Arcángel, éste el país, el clima y la morada que debemos cambiar por el cielo, y esta tétrica oscuridad por la luz celeste? Séalo, pues el que ahora es soberano, sólo puede disponer y ordenar es lo que justo se contempla; lo más preferible es lo que más nos aparte de él; que aunque la razón nos ha hecho iguales, él se nos ha sobrepuesto por la violencia. ¡Adiós, campos afortunados, donde reina la alegría perpetuamente! ¡Salud, mansión de horrores! ¡Salud, mundo infernal! Y tú, profundo Averno, recibe a tu nuevo señor, cuyo espíritu no cambiará nunca, ni con el tiempo, ni en lugar alguno. El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo. ¿Qué importa el lugar donde yo resida, si soy el mismo que era, si lo soy todo, aunque inferior a aquel a quien el trueno ha hecho más poderoso? Aquí, al menos, seremos libres, pues no ha de haber hecho el Omnipotente este sitio para envidiárnoslo, ni querrá, por lo tanto, expulsarnos de él; aquí podremos reinar con seguridad, y para mí, reinar es ambición digna, aun cuando sea sobre el infierno, porque más vale reinar aquí, que servir en el cielo. Pero, ¿dejaremos a nuestros fieles amigos, a los partícipes y compañeros de nuestra ruina, yacer anonadados en el lago del olvido? ¿No hemos de invitarlos a que compartan con nosotros esta triste mansión, o intentar una vez más, con nuestras fuerzas reunidas, si hay todavía algo que recobrar en el cielo, o más que perder en el infierno?»

Así hablaba Satán; y Belcebú le respondió así: «¡Caudillo de los ínclitos ejércitos, que por nadie sino por el Todopoderoso podían ser vencidos! Si otra vez oyen esa voz, seguro vaticinio de su esperanza en medio de sus temores y peligros, esa voz que ha resonado con tanta frecuencia en los trances más apurados, ya en el crítico momento del combate, o cuando arreciaba la lucha, y que era en todos los conflictos la señal indudable de la victoria, recobrarán de pronto nuevo valor y vida, aunque ahora giman lánguidos y postrados en el lago de fuego, y tan aturdidos y estupefactos como ha poco lo estábamos nosotros. Ni esto es de extrañar, habiendo caído desde tan funesta altura.»

No bien había acabado de decir esto, cuando el réprobo Príncipe se dirigió hacia la orilla. Pesado escudo de etéreo temple, macizo y redondo, pendía de sus espaldas, cubriéndolas con su inmenso disco, semejante a la luna, cuya órbita observa por la noche a través de un cristal óptico el astrónomo toscano, desde la cima del Fiésole o en el valle del Amo, para descubrir nuevas tierras, ríos y montañas en su manchada esfera. La lanza de Satán, junto a la cual parecía una caña el más alto pino cortado en los montes de Noruega para convertirlo en mástil de un gran navío almirante, le ayuda a sostener sus inseguros pasos sobre la ardiente arena, pasos muy diferentes de aquellos con que recorría la azulada bóveda. Una zona tórrida, rodeada de fuego, lo martiriza con sus ardores; pero todo lo sufre, hasta que llega por fin a la orilla de aquel inflamado mar. 

Desde allí llama a sus legiones, especie de ángeles degenerados, que yacen en espeso montón, como las hojas de otoño de que están cubiertos los arroyos de Valleumbrosa, donde los bosques de Etruria forman elevados arcos de ramaje; como los juncos flotan dispersos por el agua, cuando Orión, armado de impetuosos vientos, combate las costas del mar Rojo; del mar cuyas olas derribaron a Busiris y a la caballería de Menfis, que perseguía con pérfido encono a los moradores de Gessén, los cuales vieron desde la segura orilla cubiertas las aguas de enemigas aljabas y ruedas de sus destrozados carros. Así esparcidas, desalentadas y abyectas, llenaban el lago aquellas legiones asombradas al contemplar su horrible transformación.

Y Satán alzó su voz, de modo que resonó en todos los ámbitos del infierno: «¡Príncipes potentados, guerreros, esplendor del cielo que un día fue vuestro, y que habéis perdido! ¡Qué tal estupor se haya apoderado de unos espíritus eternos! ¿O es que habéis elegido este sitio después de las fatigas de la batalla para dar reposo a vuestro valor, porque tan dulce os es dormir aquí como en los valles del cielo? ¿Habéis jurado acaso adorar al vencedor en esa actitud humilde? El os contempla ahora, querubines y serafines, revolcándoos en el lago con las armas y banderas destrozadas; hasta que sus alados ministros observen desde las puertas del cielo su ventajosa posición, y bajen para afrentarnos, viéndonos tan amilanados, o para confundirnos con sus rayos en el fondo de este abismo. ¡Despertad: levantaos; o permaneced para siempre envilecidos!», y avergonzados se levantaron; apoyándose sobre un ala, como el centinela que debiendo velar, es sorprendido al dejarse vencer del sueño por su severo jefe, y, soñoliento aún, procura parecer despierto. No ignoraban cuán desgraciada era su situación, ni dejaban de experimentar acerba pena; pero todas aquellas innumerables falanges obedecen al punto a la voz de su general.

Así como, agitando al aire su poderosa vara el hijo de Amram, en días aciagos para Egipto, atrajo en alas del viento de oriente la negra nube de langostas, que cayendo como la noche sobre el reino del impío Faraón, ennegrecieron toda la tierra del Nilo; así en innumerable muchedumbre revoloteaban bajo la bóveda del infierno los ángeles protervos, cercados de llamas por todas partes hasta que, levantando su lanza el gran caudillo, como para señalarles el punto adonde habían de dirigir su vuelo, se precipitaron con movimiento uniforme sobre la tierra de endurecido azufre, y ocuparon la llanura toda. No salió nunca multitud tan grande de entre los hielos del populoso Norte para cruzar el Rhin o el Danubio, al arrojarse sus bárbaros hijos como un diluvio sobre el Mediodía, y extenderse desde las costas de Gibraltar hasta los arenales de  Libia.

De cada escuadrón y de cada hueste acuden al punto los guías y capitanes a donde se hallaba su supremo jefe. Asemejaban dioses por su estatura y sus formas, superiores a las humanas; príncipes reales; potestades que en otro tiempo ocupaban sus tronos en el cielo, aunque en los anales celestes no se conserve ahora memoria de sus nombres, borrados ya, por su rebelión, del libro de la vida. No habían adquirido aún denominación propia entre los hijos de Eva; pero cuando errantes sobre la tierra, con superior permiso de Dios para probar al hombre, corrompieron a la mayor parte del género humano a fuerza de imposturas, induciéndoles a que abandonaran a su Creador, a que venerasen a los demonios como deidades y a transformar con frecuencia la gloria invisible de aquel a quien debían el ser en la imagen de un bruto para tributar brillantes cultos de pomposa adoración y oro; entonces fueron conocidos con varios nombres y en el mundo pagano bajo las formas de varios ídolos.

Dime ¡oh Musa! cuáles eran; quién fue el primero, o quién el último que sacudió el sueño en aquel lago de fuego para acudir al llamamiento de su soberano; cómo los más cercanos a él en dignidad fueron presentándose en la desnuda playa, mientras la confusa multitud aún permanecía alejada.

Los principales eran aquellos que saliendo del abismo infernal para apoderarse en la tierra de su presa, tuvieron mucho después la audacia de fijar su residencia cerca de la de Dios y sus altares junto al suyo; dioses adorados entre las naciones vecinas que se atrevieron a disputar su imperio a Jehová, cuando fulminaba sus rayos desde Sión y asentaba su trono entre los querubines. Hasta en el mismo santuario llegaron no una vez sola a introducirse; y ¡oh abominación! profanaron con un culto maldito las ceremonias sagradas y las fiestas más solemnes y a la luz de la verdad osaron oponerse con sus tinieblas.

Primero Moloc, rey horrible, manchado con la sangre de los sacrificios humanos y destilando lágrimas paternales aunque con el estrépito de tambores y timbales, no fueron oídos los gritos de los hijos arrojados al fuego para ser después ofrecidos al execrable ídolo. Los Ammonitas lo adoraron en la húmeda llanura de Rabba, en Argob y en Basán hasta las extremas corrientes del Arnón; y no contento con tan dilatado imperio, indujo por medio de engaños al sabio Salomón a que le erigiera un templo frente al de Dios, en el monte del Oprobio, consagrándole luego un bosque en el risueño valle de Hinnón, llamado desde entonces Tophet y negro Gehenna, verdadero emblema del infierno.

A Moloc seguía Chamós, obsceno numen de los hijos de Moab, desde Aroax hasta Nebo y el desierto más meridional de Abarim; en Hesebón y Horonaim, reino de Seón; allende el floreciente valle de Sibma, tapizado de frondosas vides y en Elealé, hasta el Asfaltite. Llamábase también Péor, cuando en Sittim incitó a los israelitas que bajaban por el Nilo a que le hicieran lúbricas oblaciones, que tantas calamidades les produjeron. De allí propagó sus lascivas orgías hasta el monte del Escándalo, cercano al bosque del homicida Moloc, donde se unieron la disolución y el odio, hasta que el piadoso Josías los desterró al infierno.

Con estas divinidades llegaron aquellas que desde las orillas del antiguo Eúfrates hasta la corriente que separa a Egipto de las tierras sirias, son generalmente conocidas con los nombres de Baal y de Ascaro, varón el primero y la segunda hembra pues los espíritus se transforman a su antojo en uno u otro sexo, o se apropian ambos a la vez, porque su esencia es sencilla y pura, que no está enlazada ni sujeta con músculos ni nervios, ni se apoya en la frágil fuerza de los huesos como nuestra pesada carne, sino que toma la forma que más le place, ancha o estrecha, brillante u opaca, y así pueden realizar sus ilusiones y satisfacer sus afectos de amor o de odio. Por estas divinidades abandonaron a menudo los hijos de Israel a quien les daba vida, dejando de frecuentar su altar legítimo para prosternarse vilmente ante brutales dioses; y a esto se debió que, rendidos sus cuellos en lo más recio de las batallas, sirvieran de trofeo a la lanza del enemigo más despreciable.
Tras esta turba de divinidades apareció Astoret, a quien los Fenicios llaman Astarté reina del cielo, con una media luna por corona; a cuya brillante imagen rinden himnos y votos las vírgenes de Sidón, a la luz del astro de la noche. Los mismos cantos resonaban en Sión, donde se elevaba su templo en el monte de la iniquidad, templo que edificó el afeminado rey, cuyo corazón, aunque generoso, cedió a los halagos de idólatras hermosuras, e inclinó la frente ante su infame culto.

En seguida iba Tamuz, cuya herida, que se renueva anualmente, congrega en el Líbano a las jóvenes Sirias, para dolerse del infortunio del dios; las cuales durante todo un día de verano entonan plegarias amorosas, mientras el río Adonis deslizándose mansamente de su cautiva roca lleva al mar su purpúrea linfa, que se supone enrojecida con la sangre de Tamuz a consecuencia de su anual herida; amorosa fábula, que comunicó el mismo ardor a las hijas de Sión, cuyas lascivas pasiones condenó Ezequiel bajo el sagrado pórtico, al descubrir en una de sus visiones negras idolatrías de la infiel Judá.

Detrás estaba al que lloró amargamente cuando al pie del arca cautiva cayó su grosero ídolo mutilado, cortadas cabezas y manos, en el umbral de la puerta de su propio santuario, donde rodaron sus restos con mengua de sus adoradores. Dagón es su nombre, monstruo marino que tiene de hombre la mitad superior del cuerpo y de pescado la inferior; mas a pesar de ello ostentaba un alto templo en Azot, y era temido en toda la costa de Palestina, en Gata, en Ascalón y Ascarón y hasta en los límites de la frontera de Gaza,

Seguía Rimmón cuya deliciosa morada era la bella Damasco en las fértiles orillas del Ablana y del Farfar, apacibles y cristalinos ríos. También éste fue osado contra la casa de Dios; por el leproso que perdió una vez, se ganó un rey, a Acaz, su imbécil conquistador, a quien apartó del ara del Señor, poniendo en su lugar otra al estilo sirio, sobre la cual depositó Acaz sus impías ofrendas, adorando a los dioses a quienes había vencido.

Aparecieron después en numerosa cohorte aquellos que bajo nombres, un día famosos, Osiris, Isis, Oro y su séquito de monstruos y supersticiones, abusaron del fanático Egipto y de sus sacerdotes, los cuales se forjaron divinidades errantes, encubiertas bajo formas de irracionales, más bien que humanas. Ni se libró Israel de aquel contagio, cuando transformó en oro prestado el becerro de Oreb; crimen en que reincidió un rey rebelde en Bete y en Dan presentando bajo la apariencia de aquel pesado animal a su creador, Jehová, que al pasar una noche por Egipto aniquiló de un solo golpe a sus primogénitos y a sus rumiantes dioses.

El último fue Belial. Nunca cayó del cielo espíritu más impuro ni más torpemente inclinado al vicio por el vicio mismo. No se elevó en su honor templo alguno ni humeaba ningún altar; pero, ¿quién se halla con más frecuencia en los templos y los altares, cuando el sacerdote reniega de Dios, como renegaron los hijos de Elí, que mancharon la casa divina con sus violencias y prostituciones? Reina también en los palacios, en las cortes y en las corrompidas ciudades donde el escandaloso estruendo de ultrajes y de improperios se eleva sobre las más altas torres y cuando la noche tiende su manto por las calles, ve vagabundear por ellas a los hijos de Belial, repletos de insolencia y vino. Testigos las calles de Sodoma y la noche de Gabaa, cuando fue menester exponer en la puerta hospitalaria a una matrona para evitar rapto más odios.

Estos eran los principales en grado y poderío; los demás sería prolijo enumerarlos aunque muy célebres en lejanas regiones: dioses de Jonia a quienes la posteridad de Javán tuvo por tales, pero reconocidos como posteriores al cielo y a la tierra, padres de todos ellos. Titán, primer hijo del cielo con su numerosa prole y su derecho de primogenitura usurpado por Saturno, más joven que él; del mismo modo a éste se lo arrebató el poderoso Júpiter, su propio hijo y de Rhea, que fundó en tal usurpación su imperio. Estos dioses conocidos primero en Creta y en el monte Ida y después en la nevada cima del frío Olimpo, gobernaron en la región media del aire, su más elevado cielo o en las rocas de Delfos o en Dodona, y en toda la extensión de la tierra Dórica. Otro huyó con el viejo Saturno por el Adriático a los campos de Hesperia, y por el país de los celtas arribó a las más remotas islas.

Todos estos y más llegaron en tropel, pero con los ojos bajos y llorosos; aunque a vueltas de su sombrío ceño, se echaba de ver un destello de alegría; que no hallaban a su caudillo desesperado ni ellos se contemplaban aniquilados, en medio de toda aquella destrucción. Se notaba esperanza en el dudoso gesto de Satán, y recobrando de pronto su acostumbrado orgullo prorrumpió en recias voces, con entereza más simulada que verdadera y poco a poco reanimó el desfallecido aliento de los suyos disipando sus temores.

De repente ordena que al bélico son de trompetas y clarines se enarbole su poderoso estandarte; Azazel, gran querubín, reclama de derecho tan envidiable honor, y desenvuelve de la luciente asta la bandera imperial, que enarbolada y tendida al aire, brilla como un meteoro, con las perlas y preciosos metales que realzan las armas y trofeos de los serafines. Entretanto resuenan los ecos marciales del sonoro bronce, a los que responde el ejército todo con un grito atronador, que retumbado en las concavidades del infierno lleva el espanto más allá del imperio del caos y la antigua noche.

De repente aparecen en medio de las tinieblas diez mil banderas que ondean en los aires ostentando sus orientales colores, y en derredor de ellas un bosque inmenso de lanzas y apiñados cascos. Se oprimen los escudos en una línea de impenetrable espesor y a poco empiezan a moverse los guerreros, formando una perfecta falange, al compás del modo dórico, que resuena en flautas y suaves oboes. Tales eran los acentos que inspiraban a los antiguos héroes armados para el combate, en vez de furor, una noble calma, un valor sereno, que se sobreponía al temor, a la muerte y a la cobardía de la fuga o de una vergonzosa retirada; concierto que con sus acordes religiosos bastaba a tranquilizar el ánimo turbado, a desterrar la angustia, la duda, el temor y el pesar, y a mitigar el sobresalto del corazón así en los hombres como en los dioses.

Unidas así sus fuerzas y con un pensamiento fijo, marchaban silenciosos los ángeles caídos al son de los dulces instrumentos, que hacían menos dolorosos sus pasos sobre aquel suelo abrasador; y cuando hubieron avanzado todos hasta ponerse al alcance de la vista, se detuvieron, presentando su horrible frente, de espantosa longitud. Brillaban sus armas como las de los antiguos guerreros y alineados con sus escudos y lanzas, esperaban la orden que debía dictarles el soberano.

Fija Satán su experta vista en las compactas filas; de una ojeada recorre toda la hueste; ve el buen orden de los combatientes, sus semblantes, su estatura como la de los dioses y calcula por último su número. Dilátase entonces su corazón lleno de orgullo, y se vanagloria al verse tan poderoso, pues desde que fue creado el hombre, no se había reunido fuerza tan formidable. A su lado cualquiera otra sería tan despreciable como los pigmeos de la india que guerrean con las grullas aun cuando se agregase la raza gigantesca de Flegra con la heroica que luchó delante de Tebas y de Ilión, donde por una y otra parte se mezclaban dioses auxiliares; aunque se uniesen aquellos que celebran fábulas y leyendas al hablar del hijo de Utero, rodeado de caballeros de la Armórica y de Bretaña; aunque se juntaran, en fin, todos los que después, cristianos o infieles, lidiaron en Aspromonte o Montaubán, en Damasco, Marruecos o Traspisonda, o los que Biserta envió desde la playa africana cuando Carlomagno y sus pares fueron derrotados en Fuenterrabía.

Superior aquel ejército de espíritus a todos los de los mortales, observaba a su jefe, que superando a su vez a cuantos le rodeaban por su estatura y lo imperioso de su soberbio aspecto, se elevaba como una torre. No había perdido aún la primitiva belleza de sus formas, ni dejaba de parecer un arcángel destronado, en quien se traslucía aún la majestad de su pasada gloria; era comparable con el sol naciente cuando sus rayos atraviesan con dificultad la niebla, o cuando situado a espaldas de la luna en los sombríos eclipses difunde un crepúsculo funesto y atormenta a los reyes con el temor que inspiran sus revoluciones. Así oscurecido, brillaba más el arcángel que todos sus compañeros; pero surcaban su rastro profundas cicatrices causadas por el rayo, y en la inquietud que en sus demacradas mejillas y bajo sus cejas se retrataba, al par que en su intrepidez, e indomable orgullo, parecía anhelar el momento de la venganza. Cruel era su mirada, aunque en ella se descubrían indicios de remordimiento y de compasión al fijarla en sus cómplices, en sus secuaces más bien, tan distintos de lo que eran en la mansión bienaventurada, y a la sazón condenados para siempre a ser participes de su pena: millones de espíritus que por su falta se hallaban sometidos a los rigores del cielo, expulsados por su rebelión de los resplandores eternos, y que habían mancillado su gloria por permanecerle fieles. Asemejábanse a las encinas del bosque o a los pinos de la montaña, desnudos de su corteza por el fuego del cielo, pero cuyos majestuosos troncos, aunque destrozados, subsisten en pie sobre la abrasada tierra.

Prepárase a hablar Satán, y se inclinan de una a otra ala las dobles filas de sus guerreros, rodeándole en parte todos sus capitanes, a quienes la atención hace enmudecer. Tres veces intenta el Arcángel comenzar y otras tantas, con mengua de su orgullo, brotan de sus ojos lágrimas como las que pueden verter los ángeles; pero al fin se abren paso las palabras por en medio de sus suspiros.

«¡Legiones sin cuento de espíritus inmortales! ¡Dioses con quienes solo puede igualarse el Omnipotente! No dejó aquel combate de ser glorioso, por más que el resultado fuese funesto, como lo atestigua este lugar y este terrible cambio sobre el que es odioso discurrir. ¿Pero qué espíritu, por previsor que fuera, y por más que tuviera profundo conocimiento de lo pasado y de lo presente habría temido que la fuerza unida de tantos dioses, y dioses como éstos, llegaría a ser rechazada? ¿Quién podría creer aún después de nuestra derrota, que todas estas poderosas legiones cuyo destierro ha dejado desierto el cielo, no volverían en sí, levantándose a recobrar su primitiva morada? En cuanto a mí, todo el celeste ejército es testigo de que ni los pareceres al mío contrarios, ni los peligros en que me he visto han podido frustrar mis esperanzas; pero Aquel que reinando como monarca en el cielo, había estado hasta entonces seguro sobre su trono, sostenido por una antigua reputación, por el consentimiento o la costumbre, hacía ante nosotros ostentación de su pompa regia, mas nos ocultaba su fuerza, con lo que nos alentó a la empresa que ha sido causa de nuestra ruina. De hoy más sabemos cuál es su poder y cuál el nuestro, de suerte que si no provocamos, tampoco tememos que se nos declare una nueva guerra. El mejor partido que nos resta, es fomentar algún secreto designio para obtener por astucia o por artificio lo que no hemos conseguido por fuerza; para que al fin podamos probarle que el que vence por la fuerza, no triunfa sino a medias de su enemigo. Puede el espacio producir nuevos mundos; y sobre esto circulaba en el cielo ha tiempo un rumor, respecto a que el Omnipotente pensaba crear en breve una generación que sus predilectas miradas contemplarían como igual a la de los hijos del cielo. Contra este mundo intentaremos acaso nuestra primera agresión, siquiera sea por vía de ensayo; contra ése o cualquiera otro, porque este antro infernal no retendrá cautivos para siempre a los espíritus celestiales, ni estarán sumidos mucho tiempo en las tinieblas del abismo. Tales proyectos sin embargo deben madurarse en pleno consejo. Ya no queda esperanza de nada porque ¿quién pensaría en someterse? ¡Guerra pues! ¡Guerra franca o encubierta es lo que debemos determinar!»

Dijo, y en muestra de aprobación levantáronse en alto millones de flamígeras espadas que desenvainaron los poderosos querubines. Su repentino fulgor ilumina en torno el Infierno; lanzan los demonios gritos de rabia contra el Todopoderoso, y enfurecidos, y empuñando sus armas, golpean los escudos con belicoso estruendo, lanzando un reto a la bóveda celeste.

Elevábase a poca distancia una colina, cuya horrible cima exhalaba sin cesar fuego y columnas de humo, mientras lo restante de la eminencia brillaba con una capa lustrosa, señal indudable de que en sus entrañas se ocultaba una sustancia metálica, producida por el azufre. Por allí en alas del viento se precipitaba una numerosa falange, semejante a las escuadras de peones que armados de picos y azadas, se esparcen por los reales para construir una trinchera o levantar un parapeto. Mammón es quien la conduce; Mammón, el menos altivo de los espíritus caídos del cielo, pues aún en éste sus miradas y pensamientos se dirigían siempre hacia abajo, admirando más las riquezas del pavimento celestial, donde se pisa el oro, que cuantas cosas divinas o sagradas se gozan en la visión beatífica de la tierra, y con impías manos arrancaron a su madre las entrañas para apoderarse de tesoros que valdría más estuviesen para siempre ocultos. Abrió en breve la gente de Mammón una ancha brecha en la montaña, y extrajo de sus simas grandes porciones de oro. ¿Por qué hemos de admirarnos de que se reproduzcan las riquezas en el infierno, si sus senos son los más a propósito para tan precioso tósigo? Los que aquí se vanaglorian de las cosas mortales, y hablan maravillados de Babel y de las obras de los reyes de Menfis, sepan que los más célebres monumentos del poder y del arte humanos quedarían fácilmente eclipsados junto a los que los espíritus réprobos construyen. Ellos fabrican en una hora lo que los reyes, con incesantes trabajos e innumerables brazos, pueden acabar apenas. Cerca de allí, en la llanura, funden otros con arte maravilloso el mineral macizo en inmensos hornillos preparados al efecto, por debajo de los cuales pasa una corriente de fuego líquido que sale del lago y separa cada aspecto, sacando las escorias de entre los terrones de oro. Otros en fin forman con igual prontitud en la tierra diferentes moldes, y por medio de un admirable artificio llenan cada uno de aquellos profundos huecos con la materia de los ardientes crisoles, del mismo modo que en el órgano un solo soplo de viento, repartido entre varias series de tubos, produce todas sus armonías.

De repente al compás de una deliciosa música y dulces cantos, brota de la tierra como vaporosa llama un edificio inmenso, construido como un templo y rodeado de pilastras y columnas dóricas, coronadas por un arquitrabe de oro. No faltaban allí cornisas ni frisos con sus bajos relieves, y la techumbre era de oro cincelado. Ni Babilonia ni la grandiosa Menfis alcanzaron en sus días de gloria semejante magnificencia para honrar a sus dioses Belo o Serapis, o para entronizar a sus reyes cuando el Egipto y la Asiria rivalizaban en riquezas y ostentación.

Queda fija por fin la ascendente mole ostentando su majestuosa altura; y abriéndose de pronto las puertas de bronce, dejan ver interiormente su vasto espacio y toda la extensión de su pavimento terso y pulimentado. De la arqueada bóveda penden, por una sutil combinación mágica, varias filas de radiantes lámparas y esplendorosos fanales, que alimentados por la nafta y el asfalto difunden la luz como los astros de un firmamento. Penetra apresuradamente la multitud en aquel recinto, admirándolo todos, y unos ensalzan la obra y otros al arquitecto. Dióse a conocer su mano en el cielo por la construcción de varias elevadas torres, donde los ángeles que empuñaban cetro tenían su residencia y trono de príncipes. El supremo Soberano los elevó a tal poder encargándoles que gobernasen las celestiales milicias cada cual conforme a su jerarquía.

Ni fue el mismo arquitecto desconocido, ni careció de adoradores en la antigua Grecia; los hombres de Ausonia lo llamaron Múlciber. Contaba la fábula cómo fue arrojado por la ira de Júpiter, y por encima de los cristalinos muros del cielo, rodando todo un día de estío desde la mañana al mediodía y desde el mediodía hasta la noche, y al ponerse el sol cayó el cenit, como una estrella volante en Lemos, isla del mar Egeo.

Referíanlo así los hombres Y se equivocaban, pues la caída de Múlciber con su rebelde hueste tuvo lugar mucho tiempo antes. De nada le valió haber construido elevadas torres en el cielo ni se salvó a pesar de todas sus máquinas siendo arrojado de cabeza con su industriosa horda para que construyera en el infierno.

Entretanto los heraldos alados, por orden del soberano poder, con imponente aparato y a son de trompetas, proclaman en todo el ejército la convocación de un consejo solemne que debe reunirse inmediatamente en el «Pandemonium», capital de Satán y de sus magnates. Intiman el llamamiento a los más dignos por su clase, o por elección en cada hueste y legión regular, los cuales acuden al instante en grupos de ciento y de mil con su correspondiente séquito. Todas las avenidas están ocupadas, obstruidas las puertas, los espaciosos pórticos del templo y sobre todo el inmenso salón semejante a un campo cerrado, donde los bravos campeones acostumbran a cabalgar con todas sus armas ante el trono del sultán, retando a la caballería pagana a un combate a muerte o a romper lanzas.
Bulle apiñado el enjambre de espíritus, así en la tierra como en el aire, agitando sus ruidosas alas. Como en la primavera cuando se halla el sol en Tauro, hacen las abejas salir en grupos alrededor de la colmena a su populosa prole y revolotean acá y allá entre las flores húmedas de rocío o sobre la plancha unida que forma la explanada de su pajiza ciudadela, cubierta de reciente néctar y allí discuten y acuerdan sobre sus negocios de Estado, así revoloteaban y se comprimían aquellas numerosas legiones aéreas hasta el momento de darse la voz de alerta. Pero ¡oh maravilla!, los que antes semejaban superar en altura a los gigantes hijos de la Tierra, son ahora menores que los enanos más pequeños, amontonándose innumerables en un reducido espacio, parecidos a los pigmeos que se encuentran allende las montañas de la India, o a los duendes que el rezagado campesino ve o imagina ver en sus conciliábulos de medianoche, junto al lindero de un bosque o a la orilla de una fuente, mientras sobre su cabeza sigue tranquila la luna su pálido curso, acercándose más a la tierra, y los locuaces espíritus entregados a sus danzas y juegos halagan el oído del aldeano, cuyo corazón late a la vez de regocijo y miedo.

De este modo aquellos espíritus incorpóreos redujeron su inmensa estatura a las más diminutas formas, y casi todos se hallaron, aunque seguían siendo innumerables, en el salón de aquella corte infernal. Pero más allá, interiormente, en sus verdaderas proporciones y entre sí muy semejantes, hallábanse reunidos en un sitio retirado los grandes señores seráficos y los querubines; y mil semidioses, sentados en sillas de oro, constituían en secreto cónclave un consejo pleno, en que después de breve silencio, y leída la convocatoria, comenzó la solemne deliberación.

martes, 16 de abril de 2013

GUILLAUME APOLLINAIRE (Francia, 1880-1918)


GUILLAUME APOLLINAIRE
(Francia, 1880-1918) 
Poeta, novelista y ensayista francés, que nació en Roma y estudió en el liceo Saint-Charles, de Mónaco. Editó unas cuantas pequeñas revistas de poesía, en las que empezó a publicar sus primeras obras.
Entre ellas destaca Les Soirées de Paris (1913-1918). Debido a sus intentos por sintetizar la poesía y las artes visuales, Apollinaire ejerció una importante influencia tanto en la poesía como en el desarrollo del arte modernos. Los pintores cubistas (1913) es un documento decisivo al respecto.

Mas fuerte que el Marques de Sade , así califico un critico celebre Las once mil vergas, libro que Apollinaire publico con sus iniciales entre 1906 y 1907, con destino a un circulo muy restringido y del que pronto todos los salones mundanos y literarios de París hablaron en voz baja. Las once mil vergas es una obra abundante en escenas conmovedoras que mezclan de forma armoniosa la pederastia, el safismo, la necrofilia, el bestialismo... con los registros literarios del gran autor de los Poemas a Lou. 

FRAGMENTO.


Las once mil vergas

Guillaume Apollinaire


Advertencia previa
Del mismo modo que El Quijote no debe contarse entre los libros de caballerías, Las once mil vergas –la obra maestra de Apollinaire, según Pablo Picasso y otros contemporáneos– no debe ser tomada por una novela pornográfica (si este adjetivo tiene alguna significación precisa). La ausencia de metafísica, seriedad y trascendencia, que impregnan la pornografía de consumo, hace de ésta una obra completamente diferente, terriblemente humorística y sarcásticamente corrosiva. Louis Aragón ya lo advertía en su no firmado prólogo a la edición de 1930: “Permitidme haceros notar que esto no es serio”.

 Prólogo

Sobre la historia de “Las once mil vergas”
Esta es la primera obra que publicó Guillaume Apollinaire. Y siendo éste un personaje esencialmente contradictorio, no podía faltar la contradicción ya desde el comienzo. Pues, oficialmente, Las once mil vergas no es de Apollinaire. Oficialmente es una obra anónima. La primera edición data de 1907. Apareció sin ninguna indicación de editor y de forma clandestina. Sin someterse a ningún trámite previo de censura ni de inscripción en registro alguno. La distribución y la venta se realizaron también bajo cuerda. El deseo de evitar cualquier persecución por obscenidad hizo que esta gigantesca parodia apareciera firmada simplemente por un tal G. A. La segunda edición –1911– tiene las mismas características formales. No puedo afirmar con absoluta seguridad que estas dos ediciones corrieran a cargo del mismo Apollinaire, aunque es lo más verosímil, teniendo en cuenta todo el trabajo de reediciones –legales algunas, clandestinas otras– de libros eróticos realizado por el poeta.
A pesar del anonimato, ya desde su aparición esta obra fue atribuida al poeta. ¿Qué razones había para ello? Las declaraciones de sus amigos. Picasso, Dalize, Braque, Jacob, Salmón, Bretón, Eluard, Aragón, entre otros, han afirmado la paternidad de Apollinaire respecto a Las once mil vergas. Mac Orlan poseía un ejemplar de la primera edición con una dedicatoria del autor. En los círculos culturales de vanguardia del París de principios de siglo la personalidad del autor de Las once mil vergas era un secreto a voces.
Pero hasta 1924, seis años después de la muerte del poeta, este multitudinario secreto no se desvela en letra impresa. En el número de enero-febrero de 1924 la revista “Images de Paris”, número especial dedicado a Apollinaire, aparece un artículo de Florent Fels nombrando con todas sus letras al autor de Las once mil vergas y una bibliografía de Elie Richard, contabilizando este libro entre los escritos de Apollinaire. En 1930 aparece una reedición de la obra que ya incorpora el nombre del autor. A partir de entonces, si bien las reediciones no se han prodigado, siempre han llevado la indicación completa de la personalidad del autor.
¿Qué es “Las once mil vergas”?
Veamos que decía la gacetilla publicitaria de un catálogo clandestino de libros eróticos, fechado en 1907:
“Más fuerte que el marqués de Sade, así es como un célebre crítico ha juzgado Las once mil vergas, la nueva novela de la que se habla en voz baja en los salones más distinguidos de París y del extranjero.
“Este volumen ha agradado por su novedad, por su fantasía impagable, por su audacia casi increíble.
“Deja muy atrás las obras más aterradoras del divino marqués. Pero el autor ha sabido combinar lo encantador con lo horrible.
“No se ha escrito nada más aterrador que la orgía en el coche-cama, culminada por un doble asesinato. Nada más conmovedor que el episodio de la japonesa Kiliemu cuyo amante, afeminado confeso, muere empalado tal como ha vivido.
“Hay escenas de vampirismo sin precedentes cuya actriz principal es una enfermera de la Cruz Roja, bella como un ángel, que, insaciable, viola a los muertos y a los heridos.
“Los café-cantantes y los burdeles de Port-Arthur dejan en este libro los destellos rojizos de las llamas obscenas de sus faroles.
“Las escenas de pederastía, de safismo, de necrofilia, de escatomanía, de bestialidad se combinan de la forma más armoniosa.
“Sádicos o masoquistas, los personajes de Las once mil vergas pertenecen de hoy en adelante a la literatura.
“La flagelación, ese arte voluptuoso del que se ha podido decir que los que lo ignoran no conocen el amor, está tratado aquí de una manera completamente nueva.
“Es la novela del amor moderno escrita en una forma perfectamente literaria. El autor se ha atrevido a decirlo todo, es verdad, pero sin ninguna vulgaridad.”
Quizás sea cierto, pero no es toda la verdad y por lo tanto es mentira. Las once mil vergas es algo más. Es, en primer lugar, un resumen y una recapitulación de todos los motivos eróticos de la literatura universal tratados en forma paródica. Una parodia muy peculiar, por cierto. Lleva cada tema, cada situación, al límite. La coherencia interna se mantiene, pero la obra en conjunto se convierte en una enorme bufonada. La seriedad y la trascendencia, típicas de la pornografía de consumo, brillan por su ausencia. El humor invade y domina toda la obra. La define, creo yo. Las once mil vergas es esencialmente una obra humorística.
Esta clave paródica se refleja en el aspecto de crónica de la belle-époque que tiene la novela. El ambiente es totalmente belle-époque. Y los personajes, también. Están todos inspirados en amigos y conocidos de Apollinaire o en personajes de la crónica mundana del París de la época.
El nombre del protagonista, el hospodar rumano Mony Vibescu, parece estar inspirado en varias personas. Existió un príncipe Vibescu, hospodar en el siglo XIX. En París vivía un Bibesco, amigo de Marcel Proust. ¿Y el nombre propio, Mony? La psicología del personaje me hace pensar en Boni de la Castellane (1867-1932), político nacionalista francés y, sobre todo, el dandy supremo, el arbitro de la elegancia, de la moda y del savoir-faire del París de principios de siglo.
¿Y qué decir de Culculine d'Ancóne, que tiene un amante explorador? Esa encantadora personita con nombre indecente me hace pensar en la bella Emilienne d'Alençon, amante del rey Leopoldo II de Bélgica, el que dirigió personalmente la colonización del Congo. Emilienne d'Alençon, Cleo de Merode y Liane de Pougy eran las reinas indiscutibles del “de-mi-monde” de las grandes cortesanas que vivía en estrecha relación con el “monde” implacable de la aristocracia. Culculine d'Ancóne y Alexine Mangetout, la pareja de la ficción, están inspiradas en esas exquisitas hetairas. El grado de exageración paródica que se permite Apollinaire está sólidamente basado en la realidad, que en sí era ya bastante humorística. Baste un botón de muestra. El rey Leopoldo quería ocultar sus amores con Emilienne. No halló mejor solución para ello que aparentar ser el amante de Cleo de Merode, lo que le valió que los caricaturistas de la época le bautizaran como Cleopoldo. Ello le permitía relacionarse con facilidad y discreción con Emilienne, e incluso llevarla a casa como diría un castizo. Es famosa una carta del rey a la joven: “Voy a Escocia a cazar gallos salvajes. Ven con nosotros. Te llamarás condesa de Songeon y te presentaré a mi primo Eduardo”. El primo de marras era el futuro Eduardo VII de Inglaterra y la treta estaba destinada a engañar a la puritana reina Victoria. Este real episodio real podría figurar sin desentonar en el texto de Las once mil vergas.
Más personajes. André Bar, periodista parisino que en la ficción dirige el complot contra la dinastía de los Obrenovitch. Su nombre suena igual que el de André Barre, periodista parisino especializado en temas balcánicos.
De nuevo en la ficción, dos poetas simbolistas homosexuales dirigen un burdel en el Port-Arthur sitiado durante la guerra ruso-japonesa. Uno de ellos se llama Adolphe Terré. ¿Quién no le identificaría con el simbolista Adolphe Retté, que si no tenía fama de homosexual, sí la tenía de borracho?
¿Y Genmolay, corresponsal de guerra y escultor del monumento funerario del príncipe Vibescu? Fonéticamente es lo mismo que Jean Mollet, gran amigo de Apollinaire, que ni era corresponsal de guerra, ni escultor, ni estuvo jamás en Manchuria.
Y si pasáramos a otras obras de Apollinaire, veríamos que muchos personajes de Las once mil vergas parecen parientes próximos de los protagonistas de otros textos del poeta.
Las once mil vergas es el texto más claramente humorístico de Apollinaire. Responde a su gusto innato por la provocación, a su interés por el erotismo, a su portentosa e imaginativa erudición, a su don genial para la mixtificación y, cómo no, a la contradicción permanente a toda la obra y la vida del poeta. Entre las líneas de este texto corrosivo que puede ser interpretado, si se quiere, como denuncia de una manera de vivir y de unos falsos valores, aparece la atracción hacia ese mismo modo de vida que se denuncia. Creo que ni la denuncia ni la atracción formaban parte consciente de las intenciones del autor. Inconscientemente están presentes las dos. Atraído estéticamente por aspectos de una sociedad que le repugna, Apollinaire se burla ferozmente de ella. No es la única de sus contradicciones. Quizá donde quede reflejada con más claridad su actitud vital sea en su participación en la Gran Guerra: herido en las trincheras francesas mientras leía tranquilamente el periódico, él que decía desear la victoria de Alemania pues significaría el triunfo universal del cubismo. El hecho en sí no es fundamental. Pero sí arquetípico de la actitud del poeta ante la vida y de sus relaciones con ella. El mismo, admirador incondicional del cubismo, era un personaje cubista, con mil facetas diferentes. Provocador anti-burgués decía desear ardientemente la Legión de Honor.
La libresca y cartesiana tradición marxista francesa ha intentado apropiárselo y ha tenido que confesar su derrota para asumir las contradicciones de su vida y de su obra. Una cierta tradición “maldita” ha querido ver en él al apóstol de la marginación, el desarraigo y la angustia vital preexistencialista. Tampoco han podido digerirlo. Los momentos de angustia no son los únicos, ni siquiera los más importantes, dentro de la obra y la vida de Apollinaire. La alegría de vivir, la burla, el humor, la farsa por la farsa, la curiosidad cha-farderil e impertinente, la mixtificación por diversión ocupan demasiado lugar dentro de la producción y la vida del poeta. Las once mil vergas es el ejemplo más luminoso de todo ello. Precisamente por eso Pablo Picasso, entre otros, la consideraba la obra maestra del autor. Los marxistas esclerosados, los malditos autocomplacidos en su angustia y los tripudos académicos se han visto obligados a disculpar, como pecadillos sin importancia dentro de una Gran Obra, todos estos aspectos de la producción de Apollinaire. Coinciden en afirmar que no son los fundamentales. Mienten como bellacos, diría el príncipe Vibescu. Nada es accesorio en la obra del poeta. Y menos que nada, el sacrosanto humor.
Ernst Fischer, hablando de Karl Kraus, dice: “ ¡Que nadie diga: era de los nuestros! ¡Pues no era de nadie!... Estuvo siempre solo; conservador y rebelde, mirando hacia adelante y vuelto hacia el pasado...” Estas líneas, dedicadas a un personaje tan diferente, se pueden aplicar con exacta precisión a Guillaume-Albert-Vladimir-Alexandre Apollinaire Kostrowitzky, francés, nacido en Roma, hijo de una dama polaca y de padre desconocido, aunque haya fundados motivos para atribuir su paternidad al obispo de Monaco.
Un consejo
Quien pueda procurarse una edición francesa de este texto, que lo haga y lo lea en su idioma original. El francés se formó como lengua literaria con Rabelais y más tarde con el marqués de Sade. La literatura se desarrolló en un clima de relativa tolerancia desde la Revolución de 1789. Los términos eróticos y sexuales empleados en francés son de una precisión y un refinamiento extraordinarios. El vocabulario sexual castellano es más pobre, menos preciso y muchos vocablos, aunque no lo sean, parecen malsonantes a nuestros oídos tras tantos siglos de hipocresía y represión de los impulsos más vitales. La traducción, en este caso más que en otros, empobrece necesariamente el texto, hace perder muchos juegos de palabras y si hubiera traducido también los nombres y apellidos de los personajes, hubiera velado el doble sentido de muchos de ellos. El empobrecimiento que la traducción hace sufrir al texto empieza en el mismo título. En francés Les onze mille verges rima con las famosas Onze mille vierges que, dirigidas por santa Úrsula, prefirieron morir antes que entregarse a los hunos que querían violarlas. En castellano, vergas y vírgenes no riman. Quizás sea más real, pero no es tan divertido.
J. Rafael Macau
Noviembre de 1977

 Capítulo I

Bucarest es una bella ciudad donde parece que vienen a mezclarse Oriente y Occidente. Si solamente tenemos en cuenta la situación geográfica estamos aún en Europa, pero estamos ya en Asia si nos referimos a ciertas costumbres del país, a los turcos, a los servios y a las otras razas macedonias, pintorescos especímenes de las cuales se distinguen en todas las calles. Sin embargo es un país latino: los soldados romanos que colonizaron el país tenían, sin duda, el pensamiento constantemente puesto en Roma, entonces capital del mundo y arbitro de la elegancia. Esta nostalgia occidental se ha transmitido a sus descendientes: los rumanos piensan insistentemente en una ciudad donde el lujo es natural, donde la vida es alegre. Pero Roma ha perdido su esplendor, la reina de las ciudades ha cedido su corona a París, ¡y qué hay de extraordinario entonces en que, por un fenómeno atávico, el pensamiento de los rumanos esté ouesto sin cesar en París, que ha reemplazado tan adecuadamente a Roma a la cabeza del Universo!
Lo mismo que los otros rumanos, el hermoso príncipe Vibescu soñaba en París, la Ciudad-Luz, donde las mujeres, bellas todas ellas, son también de muslo fácil. Cuando estaba aún en el colegio de Bucarest, le bastaba pensar en una parisina, en la parisina, para conseguir una erección y verse obligado a masturbarse lenta y beatíficamente. Más tarde, había descargado en muchos coños y culos de deliciosas rumanas. Pero, lo sabía perfectamente, le hacia falta una parisina.
Mony Vibescu era de una familia muy rica. Su bisabuelo había sido hospodar, que en Francia equivale al título de subprefecto. Pero esta dignidad se había transmitido nominativamente a la familia, y tanto el abuelo como el padre de Mony habían ostentado el título de hospodar. Del mismo modo Mony Vibescu tuvo que llevar ese título en honor de su abuelo.
Pero él había leído suficientes novelas francesas como para saber mofarse de los subprefectos: “Veamos –decía-– ¿no es ridículo irse llamar subprefecto porque tu abuelo lo ha sido? ¡Es simplemente grotesco!”. Y para ser menos grotesco había reemplazado el título de hospodar-subprefecto por el de príncipe. “Este –exclamaba– es un título que puede transmitirse por herencia. Hospodar, es una función administrativa, pero es justo que los que se han distinguido en la administración tengan el derecho de llevar un título. En el fondo, soy un antepasado. Mis hijos y mis nietos sabrán agradecérmelo”.
EI príncipe Vibescu estaba muy relacionado con el vicecónsul de Servia: Bandi Fornoski que, según se decía en la ciudad, enculaba de muy buena gana al encantador Mony. Un día el príncipe se vistió correctamente y se dirigió hacia el viceconsulado de Servia. En la calle, todos le miraban, y las mujeres lo hacían de hito en hito pensando: “ ¡Qué aspecto parisino tiene!”.
En efecto, el príncipe Vibescu andaba come se cree en Bucarest que andan los parisinos, es decir con pasos cortos y apresurados y removiendo el culo. ¡Es encantador! Y en Budapest cuando un hombre anda así no hay mujer que se le resista, aunque sea la esposa del primer ministro.
Al llegar ante la puerta del vice-consulado de Servia, Mony orinó copiosamente contra la fachada, luego llamó. Un albanés vestido con unas enagüillas blancas vino a abrirle. Rápida-mente el príncipe Vibescu subió al primer pi-so. El vicecónsul Bandi Fornoski estaba com-pletamente desnudo en su salón. Acostado en un mullido sofá, lucía una firme erección; cer-ca de él estaba Mira, una morena montenegrina que le hacía cosquillas en los testículos. Estaba igualmente desnuda y, como permane-cía inclinada, su posición hacía sobresalir un hermoso culo, rollizo, moreno y velludo. En-tre las dos nalgas se alargaba el surco bien marcado con sus pelos obscuros y se vislumbra-ba el orificio prohibido redondo como una pastilla. Debajo, los dos muslos, vigorosos y largos, se estiraban, y como su posición forza-ba a Mira a separarlos quedaba visible el coño, grueso, espeso, bien cortado y sombreado por una espesa guedeja completamente negra. Ella no se interrumpió cuando entró Mony. En otro rincón, encima de un canapé, dos precio-sas muchachas de gran culo se acariciaban lan-zando suaves “ ¡ah!” de voluptuosidad. Mony se desembarazó rápidamente de sus ropas, lue-go el pene completamente erecto al aire, se abalanzó sobre las dos bacantes intentando se-pararlas. Pero sus manos resbalaban sobre los cuerpos húmedos y tersos que se escurrían co-mo serpientes. Entonces, viendo que babea-ban de voluptuosidad, y furioso al no poder compartirla, se puso a golpear con toda la ma-no el gran culo blanco que se encontraba a su alcance. Como esto parecía excitar considera-blemente a la propietaria de ese gran culo, se puso a pegar con todas sus fuerzas, tan fuerte que venciendo el dolor a la voluptuosidad, la bella muchacha a la que había vuelto rosa el precioso culo blanco, se incorporó encolerizada diciendo:
–Puerco, príncipe de los enculados, no nos molestes, no queremos tu abultado miembro. Ve a dar tu azúcar de cebada a Mira. Déjanos amarnos. ¿No es eso, Zulmé?
–¡Sí! Tone –respondió la otra muchacha. El príncipe blandió su enorme miembro gritando:
–¡Cómo, cochinas, todavía y siempre pasándoos la mano por entre las piernas!
Luego agarrando a una de ellas, quiso besarle la boca. Era Tone, una bella morena cuyo cuerpo completamente blanco tenía, en los mejores lugares, unos preciosos lunares, que realzaban su blancura; su rostro era blanco también y un lunar en la mejilla izquierda hacía muy picante el semblante de esta graciosa muchacha. Su busto estaba adornado con dos soberbios pechos duros como el mármol, cercados de azul, coronados por unas fresas rosa suave, el de la derecha coquetamente manchado por un lunar colocado allí como una mosca, una mosca asesina.
Mony Vibescu al agarrarla había pasado las manos bajo su voluminoso culo que parecía un hermoso melón que hubiera crecido al sol de medianoche, tan blanco y prieto era. Cada una de sus nalgas parecía haber sido tallada en un bloque de Carrara sin defecto alguno y los muslos que descendían debajo de ellas eran perfectamente redondos como las columnas de un templo griego. ¡Pero qué diferencia! Los muslos estaban tibios y las nalgas, frías, lo que es un síntoma de buena salud. La azotaina las había vuelto un poco rosadas, de tal modo que de esas nalgas se podría decir que estaban hechas de nata mezclada con frambuesas. Esta visión excitaba hasta el límite de la lujuria al pobre Vibescu. Su boca chupaba  alternativamente los firmes pechos de Tone, o bien posándose sobre el cuello o sobre el hombro dejaba marca de sus chupadas. Sus manos sostenían firmemente ese prieto y opulento culo como si fuera una sandía dura y pulposa. Palpaba esas nalgas reales y había insinuado el índice en el agujero del culo que era de una estrechez que embriagaba. Su grueso miembro que crecía cada vez más iba a abrir brecha en un encantador coño coralino coronado por un toisón de un negro reluciente. Ella le gritaba en rumano: “ ¡No, no me la meterás!” y al mismo tiempo pataleaba con sus preciosos muslos redondos y rollizos. El grueso miembro de Mony había tocado ya el húmedo reducto de Tone con su cabeza roja e inflamada. Ella pudo soltarse aún, pero al hacer este movimiento dejó escapar una ventosidad, no una ventosidad vulgar, sino una ventosidad de un sonido cristalino que le provocó una risa violenta y nerviosa. Su resistencia disminuyó, sus muslos se abrieron y el voluminoso aparato de Mony ya había escondido su cabeza en el reducto cuando Zulmé, la amiga de Tone y su colaboradora de masturbación, se apoderó bruscamente de los testítulos de Mony y, estrujándolos en su manecita, le causó tal dolor que el miembro humeante volvió a salir de su domicilio con gran contrariedad de Tone que ya empezaba a menear su gran culo debajo de su esbelta cintura.
Zulmé era una rubia cuya espesa cabellera le caía hasta los talones. Era más bajita que Tone, pero en cuanto a esbeltez y a gracia no le cedía en nada. Sus ojos eran negros y ojerosos. Cuando soltó los testículos del príncipe, éste se arrojó sobre ella diciendo: “Bueno, tú vas a pagar por Tone”. Luego, atrapando de una dentellada un precioso pecho, comenzó a chuparle la punta. Zulmé se retorcía. Para burlarse de Mony meneaba y ondulaba su vientre al final del cual bailaba una deliciosa barba rubia muy rizada. Al mismo tiempo ponía en alto un bonito coño que partía una bella y abultada mota. Entre los labios de ese coño rosado bullía un clítoris bastante largo que demostraba sus costumbres tribádicas . El miembro del príncipe trataba de penetrar en vano en ese reducto. Al fin, asió las nalgas con fuerza e iba a penetrar cuando Tone, enojada por haber sido privada de la descarga del soberbio miembro, se puso a cosquillear con una pluma de pavo real los talones del joven. El se echó a reír, empezó a retorcerse. La pluma de pavo real le hacía cosquillas continuamente; de los talones había subido a los muslos, al ano, al miembro que se desinfló rápidamente. Las dos picaras, Tone y Zulmé, encantadas de su farsa, rieron un buen rato, luego, sofocadas y arreboladas, continuaron sus caricias besándose y lamiéndose ante el corrido y estupefacto príncipe. Sus culos se alzaban cadenciosamente, sus pelos se mezclaban, sus dientes golpeaban los unos contra los otros, los satenes de sus pechos firmes y palpitantes se restregaban mutuamente. Al fin, retorcidas y gimiendo de voluptuosidad, se regaron mutuamente, mientras el príncipe sentía que volvía a empezarle una erección. Pero viendo a la una y a la otra tan fatigadas por su mutua masturbación, se volvió hacia Mira que continuaba manipulando el miembro del vice-Cónsul.  Vibescu se aproximó suavemente y haciendo pasar su bello miembro entre las gruesas  nalgas  de  Mira,  se insinuó  en  el coño húmedo y entreabierto de la preciosa muchacha que, sólo sentir que la penetraba la cabeza del nudo dio una culada que hizo penetrar completamente  el  aparato.   Luego continuó sus desordenados movimientos, mientras que el príncipe le hacía titilar el clítoris con una mano y con la otra le cosquilleaba los pechos. Su movimiento de vaivén en el apretadísimo coño parecía causar un vivo placer a Mira que lo demostraba con gritos de voluptuosidad. El vientre de Vibescu iba a dar contra el culo de Mira y el frescor del culo de Mira causaba al príncipe una sensación tan agradable como la causada a la muchacha por el calor de su vientre. Pronto los movimientos se hicieron más vivos, más brucos; el príncipe se apretaba contra Mira qué jadeaba aprentado las nalgas. El príncipe la mordió en el hombro y la estrechó contra sí. Ella gritaba:
–¡Ah! es bueno... quédate aquí... más fuerte... más fuerte... ten, ten, tómalo todo. Dámelo, tu esperma... Dámelo todo... Ten... Ten...
Y en una descarga común se derrumbaron y quedaron anonadados por un momento. Tone y Éulmé abrazadas en el canapé les miraban riendo. El vice-cónsul de Servia había encendido un delgado cigarrillo de tabaco oriental. Cuando Mony se hubo levantado, le dijo:
–Ahora, querido príncipe, es mi turno; esperaba tu llegada y precisamente por eso me he hecho manipular el miembro por Mira, pero te he reservado el goce. ¡Ven, mi corazón, mi enculado querido, ven! que te la meta.
Vibescu le contempló un momento, luego, escupiendo sobre el miembro que le presentaba el vice-cónsul, pronunció estas palabras:
–Ya estoy harto de tus enculadas, toda la ciudad habla de ello.
Pero el vice-cónsul se había levantado, en plena erección, y había cogido un revólver.
Apuntó a Mony que, temblando, le tendió las posaderas balbuceando:
–Bandi, mi querido Bandi, sabes que te amo, encúlame, encúlame.
Bandi, sonriendo, hizo penetrar su miembro en el elástico orificio que se encontraba entre las dos nalgas del príncipe. Introducido allí, y mientras las tres mujeres le miraban, se agitó como un poseído blasfemando:
–¡Por el nombre de Dios! Estoy gozando, aprieta el culo, preciosidad, aprieta, estoy gozando. Aprieta tus bellas nalgas.
Y la mirada salvaje, las manos crispadas sobre los hombros delicados, descargó. Enseguida Mony se lavó, se volvió a vestir y marchó diciendo que volvería después de comer. Pero al llegar a su casa, escribió esta carta:
“Mi querido Bandi:
“Ya estoy harto de tus enculados, ya estoy harto de las mujeres de Bucarest, ya estoy harto de gastar aquí mi fortuna con la que sería tan feliz en París. Antes de dos horas me habré marchado. Espero divertirme enormemente allí y te digo adiós.
Mony, Príncipe Vibescu, Hospadar hereditario.”
El príncipe cerró la carta, escribiendo otra a su notario en la que le pedía que liquidara sus bienes y le enviara el total a París en el momento en que supiera su dirección.
Mony tomó todo el dinero en metálico que poseía, 50.000 francos, y se dirigió a la estación. Echó sus dos cartas al buzón y tomó el Orient Express hacia París.

lunes, 15 de abril de 2013

Braque tenía 70 años, en 1952


Braque: el día y la noche 
Miércoles 2 de mayo de 2001

Braque tenía 70 años, en 1952, cuando apareció en Gallimard "El día y la noche", libro de menos de cien páginas que ahora edita en español la editorial El Acantilado.
 Lo menos que se puede decir es que se trata de un libro precioso, en el sentido literal de la palabra, hecho de anotaciones, pensamientos, aforismos que el pintor va desgranando desde 1917 hasta 1952 y que obviamente no constituye la principal de sus ocupaciones sino más bien todo lo contrario, y precisamente es esto lo que lo hace tan interesante, lo que le concede al libro el halo de ocupación secreta, no excluyente pero exigentísima.
 Braque, junto con Juan Gris y Picasso, formó la santísima trinidad del cubismo, en donde el rol de Dios padre perteneció íntegramente a Picasso y el rol del hijo, un hijo hasta hoy un tanto incomprendido, al sorprendente Juan Gris, que en otra obra de teatro hubiera podido interpretar sin ningún problema a un cíclope, mientras el destino le reservaba a él, el único francés del trío, el papel del Espíritu Santo, que es, como se sabe, el más difícil de todos y el que menos aplausos arranca al público. "El día y la noche" así parece atestiguarlo, con apuntes de este calibre: "En arte sólo es válido un argumento, el que no puede explicarse". "El artista no es un incomprendido, es un desconocido. Se le explota sin saber quién es". "Nunca hallaremos reposo: el presente es perpetuo".
 Algunos de sus atisbos, como los de Duchamp o Satie, son infinitamente superiores a los de muchos escritores de su época, incluso a algunos cuya principal ocupación era la de pensar y reflexionar: "Cada época limita sus propias aspiraciones. De ahí surge, no sin complicidad, la ilusión por el progreso". "Pensándolo bien, prefiero quienes me explotan a quienes me imitan. Los primeros tienen algo que enseñarme". "La acción es una cadena de actos desesperados que permite mantener la esperanza". "Es un error encerrar el inconsciente en un cerco y situarlo en los confines de la razón". "Hay que escoger: una cosa no puede ser verdadera y verosímil a un mismo tiempo".
 Humorista y desesperanzado al mismo tiempo (de la misma manera en que es religioso y materialista, o de la manera en que parece moverse demasiado aprisa cuando en realidad permanece inmóvil como una montaña o una tortuga), Braque nos ofrece estas joyas: "Recuerdo de 1914: a Joffre sólo le preocupaba reconstruir los cuadros de batallas pintados por Vernet". "Lo único que nos queda es eso que no nos quitan, y es lo mejor que poseemos". "Con la edad, el arte y la vida se funden en una sola cosa". "Tan sólo quien sabe lo que quiere se equivoca".
 El libro se cierra con un apéndice de no poco interés, el casi-manifiesto "Pensamientos y reflexiones sobre la pintura", publicado en el número 10 de "Nord-Sud", en 1917. Pero yo prefiero despedirme de este libro magnífico con uno de sus muchos hallazgos: "Desconfiemos: el talento es prestigioso".

ENTRE PARENTESIS

Roberto Bolaño.


En medio de la oscuridad: La imaginación espacial y el tiempo histórico Margarita Rojas


http://www.caratula.net/ediciones/53/critica-mrojas.php

En medio de la oscuridad: La imaginación espacial y el tiempo histórico
Margarita Rojas
Una nueva aproximación al narrador costarricense Carlos Cortés es ejercida por la pluma, lectura, e imaginación de Margarita Rojas González, colaboradora puntillosa, descubridora de aristas ocultas en los textos y subtextos de los autores a los que sigue. En medio de la oscuridad, valga la paradoja, alumbra el camino de la lectura de algunas historias de Carlos Cortés (Cruz de olvido; Tanda de cuatro con Laura), mediante una interpretación inteligente que conduce a un más allá de la superficie semántica y creativa de su obra. Con un carácter sustantivo, Margarita penetra aguda y profundamente en el cuerpo narrativo de Carlos, quien cada vez más, merced a su literatura, se torna emblemático en las letras del país centroamericano.


"viéndolo todo con aquellos ojos que
eran como lámparas en la noche invisible,"
Carlos Cortés, Tanda de cuatro con Laura

Novelistas y cuentistas costarricenses contemporáneos -como sus contemporáneos latinoamericanos nacidos entre 1950 y 1962-,  prefieren la ciudad para ambientar el escenario de los acontecimientos narrados[1] . Dentro de San José, además, hay una predilección marcada por una zona en particular: la formada por los barrios Amón, Bolívar y Otoya, que son casi los únicos que conservan edificaciones históricas, del siglo 19 o inicios del siglo 20. Después de la luz roja, de Mario Zaldívar, gran parte de Cruz de olvido y Tanda de cuatro con Laura, de Carlos Cortés, Mariposas negras para un asesino y El laberinto del verdugo, de Jorge Méndez Limbrick; Paisaje con tumbas pintadas en rosa y Faustófeles, de José Ricardo Chaves, y Los Peor, de Fernando Contreras, transcurren en esos barrios de la capital. Dentro de estos, a menudo aparecen lugares escondidos o secretos, que contienen diarios, libros, documentos históricos, es decir, la memoria de la ciudad o del país. Así, estos se vuelven equivalentes a la Historia. Pero esta no es conocida por todos ni es todo lo feliz que se podría desear: a lo largo de las sendas abiertas por sus personajes por las calles de la urbe se desenmascaran verdades históricas amargas, infelicidades, son los “monstruos”, la decadencia o las perversiones de un país, una familia o un individuo, que rara vez salen a la superficie.
En cada escritor la ciudad adquiere rasgos distintos, por ejemplo, en Mariposas negras para un asesino y El laberinto del verdugo se inventan zonas de San José que no existen y se unen a  otras conocidas; en El laberinto…, además, las descripciones adquieren connotaciones futuristas: hay un metro que llega a la Universidad de Costa Rica y centros comerciales o edificios grandes donde ahora solo existente pequeñas casas. La relación con el tiempo o la Historia se concreta en el archivo laberíntico que posee el Archivero de la Noche, donde resguarda miles de documentos del país.

La ciudad imaginada
En la afanosa búsqueda de los asesinos de su hijo, el protagonista de Cruz de olvido (1998) recorre incansablemente una ciudad y, al hacerlo, descubre espacios desconocidos y ocultos, vinculados todos con la Historia de Costa Rica. Algo similar le ocurre al joven huérfano Andrés en Tanda de cuatro con Laura (2002), otra novela de Carlos Cortés,cuando resulta encantado por los fabulosos restos del pasado y los siniestros habitantes que esconden las salas, los sótanos y los apartamentos del edificio que alberga el majestuoso cine Rex.
La configuración espacial de ambas novelas revela no sólo una extraordinaria imaginación; también metaforiza una particular visión del país gracias a la especial conjunción de esos lugares con la Historia. Las complejas estructuras y oposiciones del “topos” organizan un mundo desconocido, que el viaje del protagonista va revelando poco a poco, ante él y ante su Lector Modelo. Cruz de olvido es la novela de las múltiples pérdidas del protagonista, Martín Amador: huérfano de padre y autoexiliado, pierde violentamente al hijo –con el que de todas maneras no tenía una relación-; los sandinistas, a los cuales él estaba ayudando, pierden las elecciones –con el triunfo electoral de Violeta Chamorro-; allí mueren su novia y un escritor amigo. Si bien hacia el final recupera al hijo, cuando regresa al hogar natal, debe constatar la decadencia familiar y la pérdida de contacto con la realidad de parte de su madre.
En Tanda de cuatro con Laura todo gira alrededor del cine y los cines y, para eso, el texto se concentra espacialmente en el Cine Rex, de San José; en este se entrecruzan dos historias, cada una con su propio final. Una se refiere a la decadencia de las familias dueñas de los cines josefinos, incapaces de mantenerlos, de lo cual es testigo Andrés, el protagonista de la otra historia. Esta segunda se inicia cuando el joven huérfano conoce a la mujer-enigma de la que se enamora, cuando ella llega a comprar drogas a la casa-videoclub-bunker, que aquel comparte con su amigo Korea y la que violentamente los obliga a abandonar. En el cine Rex transcurre su nueva aventura; allí viven otros extraños seres que conoce en sus giros por la ciudad, algunos extranjeros–Soriano, Alejandra, la madre de esta, sudamericanos procedentes de México-, y otros nacionales, pertenecientes a otra época, como el Sátiro, y Peralta, de las familias dueñas de cines. En un cine abandona a Andrés la prostituta que lo acoge cuando Andrés era niño, después de que él y su amigo Korea se fugan de un reformatorio, donde abusaron de ellos. Aunque la historia de los cines termina con el incendio del cine Rex y la muerte del dueño, el final de la historia de Andrés sigue abierto, ya que él continúa buscando a Alejandra.

La ciudad de noche
En Cruz de olvido, la primera ciudad que aparece es Managua, asediada y oscurecida por la falta de electricidad pero también por la pérdida del poder que tanto costó en 1979. Tampoco San José está más clara: como el personaje entra aquí de madrugada, se trata también de un lugar en tinieblas, “una ciudad sola, vacía y muerta” (29). La casa familiar tampoco le depara abrigo pues, como su familia, está en una total decadencia: inundado el primer piso, en penumbras, habitada por cuatro ancianas que chapalean en medio de muebles podridos y viejos objetos sucios y pestilentes, lo único vivo son las cucarachas.
El periodista Martín realiza varios peregrinajes por San José de noche; una de las veces la voz de la narración la asume un muerto, el Maestro, metido dentro en un saco de gangoche en un ataúd con hielo en la batea de un ‘pick up’ (VIII) mientras sus acompañantes, borrachos, lo trasladan por los principales edificios josefinos. Después del alucinante paseo por la ciudad, el ataúd es tirado al río que recoge la basura, la “cloaca pública”.
Un sector especial y poco conocido de San José se revela cuando asesinan a la amante –un travestido o trasvesti- del Fiscal General del país y este le encarga a Martín encontrarlo. Con la ayuda de un guía, este recorre la denominada “ruta de la seda, el camino hacia el mundo homosexual de San José": “tabernas porno, territorios liberados para homosexuales, lesbianas y bisexuales, salas de masajes, discotecas, saunas, clubes e maripepinos –‘striptease’ masculino-- puteros disfrazados, reservados para concursos de ‘drag queens’ y fiestas secretas y discretas, y salones de baile” (265).

Los cines, los barrios y las familias
La capital de Costa Rica reaparece en Tanda de cuatro con Laura, en la cual se entrelazan la nostalgia y la denuncia por la desaparición de los viejos cines josefinos. A uno de estos entra el descendiente de una de las familias dueñas en la apertura de la novela, el cine Rex, ubicado frente al Parque Central en San José. El ingreso del hombre permite la descripción del cine y el recuerdo de algunos datos biográficos suyos.
Con la aparición de Andrés, el recorrido por el Rex se enriquece; en algún momento se recuerda que la primera visita que realizó de niño a ese cine, fue abandonado allí por la supuesta tía que lo había criado. Sin embargo, su propio presente lo hace ahora tornar al pasado del cine, cuando debe refugiarse en el Rex y lleva a cabo entonces una detallada exploración de imaginarios y recónditos rincones que esconden inimaginables objetos pertenecientes a las películas que se proyectaron décadas atrás.
Con Curling, el guía, descienden primero al sótano por una escalera de caracol que los lleva hasta una “bodega mal húmeda malamente iluminada con luces de emergencia e invadida por un olor a cloaca” (48). Por un viejo ascensor de madera y vidrio Andrés sube a la azotea, donde lo deja Curling para que solo se enfrente a otras zonas como la galería de espejos entre el segundo y el tercer piso o el paseo por el famoso baño de hombres, procedente de otro cine: el Adela. También es testigo de la decadente transformación del edificio: el mezzanine del segundo piso fue convertido en una cafetería; la sala principal y los palcos son ahora un parqueo; en la parte superior, el apartamento de los viejos dueños ha sido tomado por un extraño sudamericano, que lo tiene a la vez como ‘atelier’ de un pintor, atiborrado de cuadros, telas, pinturas, películas, afiches en las paredes, ropa militar y armas. Finalmente, se da cuenta de que para subsistir, los dueños del cine han dedicado varias salas  a los videojuegos y la exhibición de pornografía. El recorrido por los meandros internos del cine lleva al lector a una imaginativa exploración espacial, que también revela interesantes conexiones con otras salas, por ejemplo, la parte vieja, “que compartía cimientos con el venerable y desaparecido teatro Moderno” (22).
No solo en el Rex o el videoclub de Andrés se hallan las profundas huellas que el cine deja en sus aficionados; también la casa misma del Sátiro se convierte en un inmenso signo que remite a películas y actores famosos. El día de una fiesta llega allí Andrés y observa las paredes cubiertas de fotos y afiches, los invitados disfrazados de personajes de películas, Blade Runner proyectada en paredes, música de Muerte en Venecia cuando baja las escaleras; en el segundo piso halla una sala de cine.
De esa forma el texto desliza retazos de información histórica de varios cines de la capital, indaga la historia de una parte de San José, los barrios josefinos de la década de 1950 y su fin veinte años después. Así, la historia del cine Rex se articula con la de las dos familias dueñas de esta y otras salas: paralelamente a la revelación de las profundidades desconocidas del edificio que lo alberga, se van conociendo los secretos de los sucesivos propietarios que se lo habían traspasado, en series que hacen alternar presente y pasado, en un juego de suspenso entre las historias.
No es, sin embargo, una historia feliz: los cines esconden tras sus muros oscuras historias de matrimonios fallidos, abusos, abandonos e incluso asesinatos, pues esas familias disfuncionales que fracasaron en su propio proyecto, tampoco supieron administrar los cines, los abandonaron y convirtieron en estacionamientos o los dejaron quemarse hasta los cimientos para cobrar los seguros.

La ciudad de abajo
¿Cuál podría ser la imagen espacial que sintetiza esa búsqueda de lo desconocido, historia familiar e historia social? En ambas novelas de Carlos Cortés son los túneles, los sótanos y otros ambientes bajo tierra. ¿Y qué hay bajo el nivel del suelo? El tiempo, la Historia. Como esta no se conoce completamente, para descubrir sus estratos ocultos los protagonistas deben realizar un viaje. La literatura sirve entonces para “desenterrar”, para poner a la luz del sol lo desconocido en el presente.
En Cruz de olvido el primer espacio es Managua, “un mundo espectral” (14), percibida  como un infierno  (14), “ciudad sin ciudad” (16): oscura por los apagones y caliente. Posee, además, unos ambiente semejantes a catacumbas que se utilizan para fumar marihuana y también un barrio secreto, ubicado en un extremo de la ciudad, que era la zona donde vivían los combatientes salvadoreños. Aquí encuentra Martín a su amante, la comandante Laura, quien duerme durante el día en “un sótano sin hendijas ni filtraciones de luz, muerta, fuera del tiempo y del espacio” (27). San José también posee lugares parecidos, por ejemplo, la “ciudad subterránea debajo del corazón político de la ciudad real” (200).
La parte subterránea que conoce Martín bajo San José es una red de varios cientos de kilómetros de pasadizos “que conducían hasta los viejos cementerios del siglo XVIII” (200), que atravesaban las épocas de la historia del país. La red del acueducto lo lleva hasta los sótanos de la antigua Penitenciaría de San José, que también se relaciona con la Historia: su estructura se había copiado de una fortaleza europea del siglo 19 y, a mediados del siglo 20, “se había convertido en un infierno capaz de albergar a miles de presos en las peores condiciones de hacinamiento de depravación” (312).
El periodista se vuelve a encontrar con la Historia cuando, bajando por una “vieja calzada”, halla la desembocadura del viejo acueducto de San José, de 200 años, que lo conduce a su vez "hasta las entrañas de una ciudad muerta" (200). Allí mismo encuentra “la casetilla de cemento de la primera planta eléctrica de San José” (200) y un puente de piedra por donde habían salido de la capital, en el siglo 19, los soldados que participaron en la guerra contra los filibusteros yanquis. La calzada paralela contiene dos pasadizos, uno de los cuales llevaba hasta la antigua Penitenciaría Central, en cuyo piso inferior se hunde y se ahoga en un canal lleno de agua y cadáveres.
Otro tipo de temporalidad se revela en los espacios subterráneos de Tanda de cuatro con Laura cuando el joven desciende al sótano del cine Rex. Allí se ha formado un verdadero museo del cine: además de mil latas de películas mexicanas, se conservan objetos promocionales de varias películas; una colección de muñecos de tamaño natural de La guerra de las galaxias; objetos varios de Tiburón, guantes y reproducciones de cera de actrices, junto con otras cosas no relacionadas con el cine como partes de animales disecados, mascarillas mortuorias; espadas, maquetas de monumentos, fotografías de acontecimientos históricos. Se trata de un conjunto perteneciente a distintas épocas, es decir, la temporalidad múltiple o pancrónica del arte.
Un efecto similar genera la estructura narrativa de esa novela. Como continuación del capítulo 22, el capítulo 1 cuenta el final de la historia. En el epílogo se narra la muerte de Ronny Vargas, cuya entrada al cine se relata en el capítulo 1 -entra el cine a las 4 a. m., cuando Soriano incendia la torre y los últimos pisos del edificio. La historia de Andrés empieza en el capítulo 2 y concluye en el epílogo. Desde el punto de vista temporal la historia de los cines se presenta con la forma de una serpiente que se muerde la cola. 

Otros espacios urbanos
En Cruz de olvido aparecen otros espacios que se vinculan con el secreto y permiten enlazar el presente de Martín con su juventud, su pasado. Por un lado, dos lugares privados: un estudio fotográfico de un conocido y la casa de su profesor de periodismo, el “Maestro”; por otro, el espacio relacionado con la literatura. La galería de Pajarito, el primero, contenía colecciones de fotografías de personas muertas, no publicadas, y colecciones de fotos “porno-gay”. Eran documentos privados, secretos, que esconden a la vez otro secreto vinculado con la homosexualidad: (Pajarito) “mantenía un modesto estudio fotográfico en Barrio Amón: Foto Estudio Madonna, mejor conocido como La pajarera o El clóset. La especialidad eran los maes salidos, salidos del clóset” (219).
Martín va a la casa del Maestro, cuando se entera de su muerte. Entonces recuerda la devoción juvenil con la que se acercó de estudiante a ese lugar, para él una especie de templo. El Maestro había sido modelo de periodistas y escritores, profesor sin cátedra; quien intentó sin éxito convertirse en escritor. Su biblioteca esconde otra habitación, oculta, accesible únicamente a los iniciados, con una “entrada secretísima”. Un espacio semejante es un ambiente predilecto, el llamado “la basílica”, conectada con el bar, lugares ambos donde Martín y sus compañeros asistían para aprender del Maestro, lugares de iniciación[2] .
En la intensa búsqueda de Martín, un último espacio aparece en una vieja zona de San José, la casa del escritor de la novela perdida. El protagonista “se interna por un sendero casi secreto” cerca del viejo zoológico josefino, para llegar finalmente a la antigua mansión abandonada de Ricardo Pacheco, imaginario pintor y escritor costarricense que vivió y murió en Francia. Es la zona del apartamento donde Martín vivió de joven y desde el cual iba a buscar en la casa del escritor su supuesta novela perdida titulada Los costarrisibles[3] . 

Historia y ficción
La rica y compleja estructura espacial de estas novelas se mezcla de una forma particular con la Historia y la ficción. Cruz de olvido es una novela fuertemente anclada en el devenir histórico de la región centroamericana de las dos últimas décadas del siglo 20, particularmente los acontecimientos que agitaron Costa Rica al ser tocada por la violencia de la guerra civil en Nicaragua. Es la época cuando los “contras” invadieron Honduras y Costa Rica, financiados por el gobierno de R. Reagan de los Estados Unidos, el cual creó bases militares y estaciones de radio para atacar Nicaragua. La euforia del triunfo sandinista en 1979 se apaga cuando gana las elecciones Violeta Chamorro, quien gobernó desde 1990 hasta 1997.
Ese es el momento del que parte la novela, si bien el acontecimiento que desencadena la acción es de tipo familiar o individual: se trata del regreso obligado de Martín a Costa Rica, después de diez años, por el asesinato de su hijo. Este hecho, sin embargo, tiene una referencia igualmente histórica, pues se refiere a uno real ocurrido en 1986, en el que murieron una mujer y seis menores, en la Cruz de Alajuelita. El periódico La nación, en el cual trabajó Carlos Cortés desarrolló por varios años una investigación periodística que se prolongó por varios años[4] .
En Managua, Martín es pareja de una guerrillera salvadoreña que muere asesinada a puñaladas por sus propios compañeros: “¿Cuántas? ¿16, 24, 25 puñaladas?  ¿Cuántas puñaladas te dieron a vos los compas?” (315), traición que evoca, por un lado, la de Roque Dalton “el poeta, el guerrillero salvadoreño que terminó eliminado por su propia guerrilla, igual que la comandante Laura” (299). Además, ella se puede vincular con la comandante Ana María (Mélida Anaya Montes), segunda en el mando del Frente Farabundo Martí, a quien supuestamente mandó a matar el 6 de abril de 1983 otro líder y rival ideológico, Cayetano Carpio. Este se suicidó una semana después y aparentemente fue exculpado legalmente si bien esto no fue público.
Por otro lado, Martín resulta cercano a la cúpula del poder revolucionario si bien esto no lo enorgullece pues desde el inicio el joven desecha con desencanto la ametralladora regalada por el comandante Cero (Edén Pastora) que este había usado en el asalto al Palacio Nacional -22 de agosto de 1978- con otros trastos viejos (15).
En Managua Martín también es amigo del escritor Chuchú Martínez, que puede ser el escritor y piloto panameño José de Jesús Martínez, conocido como Chucho, muy vinculado con el Frente Sandinista, inspirador de la Brigada Simón Bolívar, ganador del premio Casa de las Américas con el libro Mi General Torrijos y fallecido en 1991.
Con respecto a Costa Rica, la interrelación historia-literatura se presenta mediante la caricaturización de personajes de la vida pública. La caricaturización es una especie de juego que apela al conocimiento generalizado de los lectores –la Enciclopedia, en términos de Umberto Eco- sobre esos personajes conocidos por todos. El gobierno de Costa Rica de las décadas del conflicto sandinistas-contras, fue el de Luis Alberto Monge (1982 a 1986), quien en la novela puede estar representado por el Procónsul. Con este recorre Martín la capital una noche, deteniéndose en multitud de bares, lo cual le permite conocer la dudosa personalidad del primer mandatario.
El llamado “Maestro” puede estar inspirado en Enrique Benavides (1916 - 1986) y este se vincula con el autor de la novela no solo porque como Carlos Cortés fue columnista y editorialista de La nación; Benavides es, además, el autor del libro El crimen de Colima (1966), que lo dio a conocer, y fue “uno de los primeros ejemplos de periodismo investigativo”[5] . En la novela el Maestro es un periodista autodidacta (138), director del Diario de Costa Rica, que había sido marginado por el presidente de la República debido a la publicación de un editorial en su contra[6] (130).
Otro ejemplo de mezcla entre historia y ficción es la figura del escritor “Ricardo Pacheco”, quien parece referirse al ensayista Napoleón Pacheco (1902-1980), costarricense que murió en París, autor de una novela desconocida (308) y del ensayo “El costarricense en la literatura nacional”.
En Tanda de cuatro con Laura, la novela toma prestados datos del lenguaje cinematográfico, de la historia de los cines josefinos y de una secta esotérica. La historia de los cines empieza con la referencia a una familia que fue propietaria de la mayor parte de los cines: en la novela la familia es Peralta, en la historia se trata de la familia Urbini, descendientes de Mario Urbini, quien llegó a Costa Rica en 1917, entró en el negocio del cine primero con el Teatro Variedades; con su pariente Felipe J. Alvarado, adquirieron en 1926 el Teatro América y crearon el “Circuito Urbini”[7] ; después de la desaparición de casi todos los cines de San José, la familia Jinesta Urbini mantiene el Teatro Variedades desde 2005.
También al cine se refiere la ilustración de la tapa del libro que deja ver, debajo de una pierna femenina que abarca el primer plano, un afiche con el título Laura. Se trata de una película de 1944, del director alemán-norteamericano Otto Preminger, cuya fotografía ganó un Oscar, y en la que actúan Gene Tierney y Dana Andrews. Considerada un clásico del cine negro, se basa en una novela policíaca de Vera Caspary, que cuenta la indagación obsesiva –como la de Andrés por Laura-de un detective por la muerte de una mujer que al final está viva[8] .
La obsesión que gobierna la búsqueda de Laura por parte de Andrés, así como  el nombre de uno de los personajes de la novela, Alejandra y su nacionalidad, recuerdan al escritor argentino Ernesto Sábato, especialmente en la novela  Sobre héroes y tumbas, cuya protagonista se llama también Alejandra.

En Tanda de cuatro con Laura Andrés y Korea leen las obras del maestro Samael Aun Word o Samael Aun Weor, creador y profeta de una secta llamada “Gnose” o “ciencia del auto‑conocimiento”. Ese era el seudónimo del colombiano Víctor Manuel Gómez Rodríguez (1917-1977) -activo entre 1947 y 1977-, cuyo movimiento gnóstico mezcla aspectos religiosos, cristianos y orientales, con conocimientos del zodíaco, yoga, magia sexual, platillos voladores y otras curiosidades semejantes. Su “curso de educación esotérica”, “de autoeducación íntima y verdadero saber práctico”, se dedica a “todos los desilusionados de escuelas, religiones, logias y sectas”[9] .
Tanto la Managua de Cruz de olvido como el San José de Tanda de cuatro con Laura duplican un espacio urbano conocido, hacen un reflejo de la ciudad de arriba en la ciudad de abajo, como un espejo, solo que el reflejo de abajo no solo está invertido sino que no es conocido por todos. Mientras las ciudades de arriba, rodeadas por la oscuridad, no conocen un tiempo, las ciudades subterráneas se vinculan con el tiempo, con la Historia. De esta forma se reitera la idea de la exploración por espacios recónditos cuyo conocimiento deja ver secretos políticos escondidos por algunos personajes.
La decoración de la casa del dueño del Rex trata de vestir sus paredes con las proyecciones y los disfraces, mediante el múltiple lenguaje de la cinematografía; ambas novelas configuran un Lector al cual mediante la ficción se le da a conocer la verdadera Historia del país. Sin embargo, no es una Historia “positiva”: ya desde el inicio de Cruz de olvido lo que priva frente a los acontecimientos relatados es un profundo desencanto; sentimiento que se extiende, conforme la indagación de Martín por su país avanza, a la literatura, la política, la familia y la pareja. En Tanda de cuatro con Laura el conocimiento del pasado acerca de los cines y las familias que los administraron no hace que subsistan ni unos ni otras: el ocaso de los cines coincide con el fin de las familias y nada puede salvarse de la ruina inevitable. La imagen que puede condensar esta visión de la Historia en estas novelas es la de los familiares de Martín que cenan en Cruz de olvido, hacia los cuales el agua lleva los objetos del pasado: ropa, radioemisoras sintonizadas en 1965, viejas fotografías, juguetes de Martín-niño. “Una tristeza general lo convertía todo en putrefacción” (241): eso es lo que encuentra Martín de su pasado familiar, lo que descubre en lo que se han convertido sus recuerdos más viejos.

Referencias bibliográficas[10] 
Chaverri, Amalia, “Cruz de olvido: historia, ficción y catarsis”, ponencia presentada en el VIII Congreso de filología, lingüística y literatura Carmen Naranjo, Cartago: Instituto Tecnológico de Costa Rica, www.tec.cr/sitios/docencia /ciencias _lenguaje/.../achaverri.pdf Comunicación, pp. publicada también en Letras, Heredia: Universidad Nacional, n. 35,2003, pp. 37-54.
_____, “Tanda de sueños, visiones y ficciones” modificado 102002, Istmo, 2001.
______, "Cruz de olvido. La (in)fidelidad de la ficción", Ancora, La nación. 27 junio 1999.
Cortés, Carlos, Cruz de olvido, México, Alfaguara, 1999. 
____, Tanda de cuatro con Laura, México, Alfaguara, 2002. 
Montero Rodríguez, Shirley, “La crisis de la identidad nacional en Cruz de olvido de Carlos Cortés”, Intersedes, Universidad de Costa Rica, v. X, n. 19, 2009, pp. 159-183.
____, “Las voces del relato o el desdoblamiento del yo en la novela Cruz de olvido de Carlos Cortés”, Pensamiento actual. v.9, ns. 12-13, 2009, pp.79-88.
____, “Los límites de la fragmentación del relato en Cruz de olvido de Carlos Cortés”, Revista de Filología, Lingüística y Literatura, v. 34, n. 1, 2008, pp. 67-82.
Moya, Rónald, “Caso del psicópata: una luz en el enigma” en Revista Dominical, La nación, San José, 17 de noviembre, 1996.
_____, OIJ dice ir en camino seguro nueva prueba contra psicópata. Realizan perfil y evalúan indicio surgido hace cinco meses”, San José, La nación, 13 de abril, 1999.
____, “293 muertes pendientes más crímenes sin resolver”, La nación, San José, 13 de diciembre, 1999. 
Moya, Rónald  y Adrián Meza  “OIJ cree que grupo cometió crimen”, La nación, San José, 20 de abril, 2002.
Rojas G., Margarita, «Presentación de Tanda de cuatro con Laura de Carlos Cortés», Universidad Nacional, 30 de octubre de 2002, manuscrito.
____, La ciudad y la noche. La narrativa latinoamericana contemporánea, San José: Farben, 2006.
Rojas, Margarita y Flora Ovares, «De la utopía al desencanto. La narrativa», Cien años de literatura costarricense, San José: Norma, 1995, pp. 231-245.
____, «In vino veritas: la narración del viaje», Taller de Letras, Santiago: P. Universidad Católica de Chile, n. 29, 2001, pp. 87-98.

NOTAS
[1] Para conocer en detalle el modelo propuesto y ver ejemplos de otras novelas y cuentos latinoamericanos del mismo período, cfr. Margarita Rojas G., La ciudad y la noche. Narrativa latinoamericana contemporánea (San José: Farben, 2006).
[2] Margarita Rojas G. y Flora Ovares, 2001 «In vino veritas: la narración del viaje», Taller de Letras (Santiago:   Universidad Católica de Chile, n.29) 87-98. En el artículo se describe este cronotopo como la conjunción especial de un tipo de lugares como cervecerías, salones, comedores o tiendas donde llega un viajero que ha superado una prueba en otro lugar. La iniciación sufrida no acaba hasta que se narra la experiencia ante interlocutores con quienes comparte también bebidas y recuerdos: “sólo por medio de la palabra y gracias a la presencia atenta de sus interlocutores, el narrador descifra el misterio que encerraban aquellos lugares y así conjura los fantasmas del pasado”, loc. cit..
[3] Cfr. M. Rojas G. y F. Ovares, 100 años de literatura costarricense (San José: Farben, 1995) pp. 113-114 y 149. El tema de la novela perdida reaparece y se desarrolla por secciones en otro libro de Carlos Cortés, La gran novela perdida. Historia personal de la narrativa costarrisible (2007), en la cual lo “perdido” está dentro de la misma literatura.
[4] Carlos Cortés fue redactor en La nación entre 1982 y 1983, editor y jefe de redacción de 1989 a 2003; entre 1985 y 1989 fie editor y redactor de la revista Rumbo, del mismo diario.
 [5] Autor de numerosas obras, Enrique Benavides escribió Casos célebres (1969), Crítica de la crítica, Nuestro pensamiento político en sus fuentes; “en los últimos años dedicó su columna con mayor frecuencia a una cruzada anticomunista fervorosa. Acusó duramente a la administración de Rodrigo Carazo, de quien había sido admirador y amigo, y lanzó elogios y loas a la siguiente de Luis Alberto Monge“, Manuel Bermúdez,  http://wvw.nacion.com/ ancora /2004/julio /25/ ancora7.html.
 [6] http://wvw.nacion.com/huellas/personajes1.html
 [7] Fernando Borges, Teatros de Costa Rica (1941, 2ª edición: San José: Editorial Costa Rica, 1988) pp. 91-98.
 [8] http://39escalones.wordpress.com/2009/03/24/el-riesgo-del-amor-idealizado-laura
 [9]. http://www.google.co.cr/...samael+aun+weor, www.es.wikipedia.org;
 [10] Para consultar la bibliografía completas de Carlos Cortés, cfr. http://veintisieteletras.com/fotos/titulo /18/Dossier_Prensa_18.pdf

domingo, 14 de abril de 2013

Augusto Monterroso (1921-2003)


Augusto Monterroso (1921-2003) es la máxima figura hispánica del género más breve de la literatura, el microrrelato, y una de las personalidades más entrañables, no sólo por su modestia y sencillez, sino también por su excepcional inteligencia y su exquisita ironía.
Autodidacta por excelencia, abandonó sus estudios tempranamente, para dedicarse por completo a la lectura de los clásicos, que amó con pasión, como a Cervantes, cuyo influjo es evidente en su obra.
Guatemalteco de adopción y centroamericano por vocación, dedicó una buena parte de su vida a luchar contra la dictadura de su país, antes de darse a conocer internacionalmente con el cuento «El dinosaurio», que, se dice, es el más breve de la literatura en español. Maestro de fábulas, aforismos y palindromías, su papel docente fue de capital importancia en la formación de los más conocidos escritores hispanoamericanos, y de otras latitudes.

Es el tercer libro de Monterroso y se inaugura con una cita de Lope de Vega: «Quiero mudar de estilo y de razones», es decir, que el autor prosigue con su intención de no crear un modelo fijo de escritura y antes bien se proyecta en el devenir continuo de formas literarias que le permiten, sin embargo, tratar los temas que le interesan desde sus inicios en la literatura. Esta vez, el ensayo, en su variante de reflexión literaria, va a ser la forma predominante en 
Movimiento perpetuo (1972), si bien, esta obra, como indica su título es un oscilar imparable entre distintos géneros, porque como asegura su autor en el «Prefacio» el ensayo es cuento que, incluso llega a ser poema. 



 AUGUSTO MONTERROSO

 Movimiento perpetuo

    

 La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo.


 Quiero mudar de estilo y de razones.
 Lope de Vega

  Las moscas

 Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas, que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres. Hace años tuve la idea de reunir una antología universal de la mosca. La sigo teniendo . Sin embargo, pronto me di cuenta de que era una empresa prácticamente infinita. La mosca invade todas las literaturas y, claro, donde uno pone el ojo encuentra la mosca. No hay verdadero escritor que en su oportunidad no le haya dedicado un poema, una página, un párrafo, una línea; y si eres escritor y no lo has hecho te aconsejo que sigas mi ejemplo y corras a hacerlo; las moscas son Euménides, Erinias; son castigadoras. Son las vengadoras de no sabemos qué; pero tú sabes que alguna vez te han perseguido y, en cuanto lo sabes, que te perseguirán para siempre. Ellas vigilan. Son las vicarias de alguien innombrable, buenísimo o maligno. Te exigen. Te siguen. Te observan. Cuando finalmente mueras es probable, y triste, que baste una mosca para llevar quién puede decir a dónde tu pobre alma distraída. Las moscas transportan, heredándose infinitamente la carga, las almas de nuestros muertos, de nuestros antepasados, que así continúan cerca de nosotros, acompañándonos, empeñados en protegernos. Nuestras pequeñas almas transmigan a través de ellas y ellas acumulan sabiduría y conocen todo lo que nosotros no nos atrevemos a conocer. Quizá el último transmisor de nuestra torpe cultura occidental sea el cuerpo de esa mosca, que ha venido reproduciéndose sin enriquecerse a lo largo de los siglos. Y, bien mirada, creo que dijo Milla (autor que por supuesto desconoces pero que gracias a haberse ocupado de la mosca oyes mencionar hoy por primera vez), la mosca no es tan fea como a primera vista parece. Pero es que a primera vista no parece fea, precisamente porque nadie ha visto nunca una mosca a primera vista. A nadie se le ha ocurrido preguntarse si la mosca fue antes o después. En el principio fue la mosca. (Era casi imposible que no apareciera aquí eso de que en el principio fue la mosca o cualquier otra cosa. De esas frases vivimos. Frases mosca que, como los dolores mosca, no significan nada. Las frases perseguidoras de que están llenas nuestros libros.) Olvídalo. Es más fácil que una mosca se pare en la nariz del papa que el papa se pare en la nariz de una mosca. El papa, o el rey o el presidente (el presidente de la república, claro; el presidente de una compañía financiera o comercial o de productos equis es por lo general tan necio que se considera superior a ellas) son incapaces de llamar a su guardia suiza o a su guardia real o a sus guardias presidenciales para exterminar una mosca. Al contrario, son tolerantes y, cuando más, se rascan la nariz. Saben. Y saben que también la mosca sabe y los vigila; saben que lo que en realidad tenemos son moscas de la guarda que nos cuidan a toda hora de caer en pecados auténticos, grandes, para los cuales se necesitan ángeles de la guarda de verdad que de pronto se descuiden y se vuelvan cómplices, como el ángel de la guarda de Hitler, o como el de Jonhson. Pero no hay que hacer caso. Vuelve a las narices. La mosca que se posó en la tuya es descendiente directa de la que se paró en la de Cleopatra. Y una vez más caes en las alusiones retóricas prefabricadas que todo el mundo ha hecho antes. Pues a pesar tuyo haces literatura. La mosca quiere que la envuelvas en esa atmósfera de reyes, papas y emperadores. Y lo logra. Te domina. No puedes hablar de ella sin sentirte inclinado hacia la grandeza. Oh, Melville, tenías que recorrer los mares para instalar al fin esa gran ballena blanca sobre tu escritorio de Pittsfield, Massachussetts, sin darte cuenta de que el Mal revoleteaba desde mucho antes alrededor de tu helado de fresa en las calurosas tardes de niñez y, pasados los años, sobre ti mismo en el crepúsculo te arrancabas uno que otro pelo de la barba dorada leyendo a Cervantes y puliendo tu estilo; y no necesariamente en aquella enormidad informe de huesos y esperma incapaz de hacer mal alguno sino a quien interrumpiera su siesta, como el loquito Ahab, ¿Y Poe y su cuervo? Ridículo. Tú mira la mosca. Observa. Piensa.

  
 Linneo ha podido decir que tres moscas consumen un cadáver tan aprisa como un león.
 Henri Barbuse, El infierno

  
 Movimiento perpetuo

 Pape: Satan, pape: Satan Aleppe
 Dante, Infierno, VII


 —¿Te acordaste?
 Luis se enredó en un complicado pero en todo caso débil esfuerzo mental para recordar qué era lo que necesitaba haber recordado.
 —No.
 El gesto de disgusto de Juan le indicó que esta vez debía de ser algo realmente importante y que su olvido le acarrearía las consecuencias negativas de costumbre. Así siempre. La noche entera pensando no debo olvidarlo para a última hora olvidarlo. Como hecho adrede. Si supieran el trabajo que le costaba tratar de recordar, para no hablar ya de recordar. Igual que durante toda la primaria: ¿Nueve por siete?
 —¿Qué te pasó?
 —¿Que qué me pasó?
 —Sí; cómo no te acordaste.
 No supo qué contestar. Un intento de contraataque:
 —Nada. Se me olvidó.
 —¡Se me olvidó! ¿Y ahora?
 ¿Y ahora?
 Resignado y conciliador, Juan le ordenó o, según después Luis, quizá simplemente le dijo que no discutieran más y que si quería un trago.
 Sí. Fue a servirse él mismo. El whisky con agua, en el que colocó tres cubitos de hielo que con el calor empezaron a disminuir rápidamente aunque no tanto que lo hiciera decidirse a poner otro, tenía un sedante color ámbar. ¿Por qué sedante? No desde luego por el color, sino porque era whisky, whisky con agua, que le haría olvidar que tenía que recordar algo.
 —Salud.
 —Salud.
 —Qué vida —dijo irónico Luis moviéndose en la silla de madera y mirando con placidez a la playa, al mar, a los barcos, al horizonte; al horizonte que era todavía mejor que los barcos y que el mar y que la playa, porque más allá uno ya no tenía que pensar ni imaginar ni recordar nada.
 Sobre la olvidadiza arena varios bañistas corrían enfrentando a la última luz del crepúsculo sus dulces pelos y sus cuerpos ya más que tostados por varios días de audaz exposición a los rigores del astro rey. Juan los miraba hacer, meditativo. Meditaba pálidamente que Acapulco ya no era el mismo, que acaso tampoco él fuera ya el mismo, que sólo su mujer continuaba siendo la misma y que lo más seguro era que en ese instante estuviera acariciándose con otro hombre detrás de cualquier peñasco, o en cualquier bar o a bordo de cualquier lancha. Pero aunque en realidad no le importaba, eso no quería decir que no pensara en ello a todas horas. Una cosa era una cosa y otra otra. Julia seguiría siendo Julia hasta la consumación de los siglos, tal como la viera por primera vez seis años antes, cuando, sin provocación y más bien con sorpresa de su parte, en una fiesta en la que no conocía casi a nadie, se le quedó viendo y se le aproximó y lo invitó a bailar y él aceptó y ella lo rodeó con sus brazos y comenzó a incitarlo arrimándosele y buscándolo con las piernas y acercándosele suave pero calculadoramente como para que él pudiera sentir el roce de sus pechos y dejara de estar nervioso y se animara.
 —¿Te sirvo otro? —dijo Luis.
 —Gracias.
 Y en cuanto pudo lo besó y lo cercó y lo llevó a donde quiso y le presentó a sus amigos y lo emborrachó y esa misma noche, cuando aún no sabían ni sus apellidos y cuando como a las tres y media de la mañana ni siquiera podía decirse que hubieran acabado de entrar en su departamento —el de ella—, sin darle tiempo a defenderse aunque fuera para despistar, lo arrastró hasta su cama y lo poseyó en tal forma que cuando él se dio cuenta de que ella era virgen apenas se extrañó, no obstante que ella lo dirigió todo, como ese y el segundo, el tercero y el cuarto año de casados, sin que por otra parte pudiera afirmarse que ella tuviera nada, ni belleza, ni talento, ni dinero; nada, únicamente aquello.
 —El hielo no dura nada —dijo Luis.
 —Nada.
 Únicamente nada.
 Julia entró de pantalones, con el cabello todavía mojado por la ducha.
 —¿No invitan?
 —Sí; sírvete.
 —Qué amable.
 —Yo te sirvo —dijo Luis.
 —Gracias. ¿Te acordaste?
 —Se le volvió a olvidar; qué te parece.
 —Bueno, ya. Se me olvidó y qué.
 —¿No van a la playa? —dijo ella.
 Bebió su whisky con placer: no hay que dejar entrar la cruda.
 Los tres quedaron en silencio. No hablar ni pensar en nada. ¿Cuántos días más? Cinco. Contando desde mañana, cuatro. Nada. Si uno pudiera quedarse para siempre, sin ver a nadie. Bueno, quizá no. Bueno, quién sabía. La cosa estaba en acostumbrarse. Bien tostados. Negros, negros.
 Cuando la negra noche tendió su manto pidieron otra botella y más agua y más hielo y después más agua y más hielo. Empezaron a sentirse bien. De lo más bien. Los astros tiritaban azules a lo lejos en el momento en que Julia propuso ir al Guadalcanal a cenar y bailar.
 —Hay dos orquestas.
 —¿Y por qué no cuatro?
 —¿Verdad?
 —Vamos a vestirnos.

 Una vez allí confirmaron que tal como Juan lo había presentido para el Guadalcanal era horriblemente temprano. Escasos gringos por aquí y por allá, bebiendo tristes y bailando graves, animados, aburridos. Y unos cuantos de nosotros alegrísimos, cuándo no, mucho antes de tiempo. Pero como a la una principió a llegar la gente y al rato hasta podía decirse, perdonando la metáfora, que no cabía un alfiler. En cumplimiento de la tradición, Julia había invitado a Juan y a Luis a bailar; pero después de dos piezas Juan ya no quiso y Luis no era muy bueno (se le olvidaban afirmaba los pasos y si era mambo o rock). Entonces, como desde hacía uno, dos, tres, cuatro años, Julia se las ingenió para encontrar con quién divertirse. Era fácil. Lo único que había que hacer consistía en mirar de cierto modo a los que se quedaban solos en las otras mesas. No fallaba nunca. Pronto vendría algún joven (nacional, de los nuestros) y al verla rubia le preguntaría en inglés que si le permitía, a lo que ella respondería dirigiéndose no a él sino a su marido en demanda de un consentimiento que de antemano sabía que él no le iba a negar y levantándose y tendiendo los brazos a su invitante, quien más o menos riéndose iniciaría rápidas disculpas por haberla confundido con una norteamericana y se reiría ahora desconcertado de veras cuando ella le dijera que sí, que en efecto era norteamericana, y pasaría aún otro rato cohibido, toda vez que a estas alturas resultaba obvio que ella vivía desde muchos años antes en el país, lo que convertía en francamente ridículo cualquier intento de reiniciar la plática sobre la manoseada base de si llevaba mucho tiempo en México y de si le gustaba México. Pero entonces ella volvería a darle ánimo mediante la infalible táctica de presionarlo con las piernas para que él comprendiera que de lo que se trataba era de bailar y no de hacer preguntas ni de atormentarse esforzándose en buscar temas de conversación, pues, si bien era bonito sentir placer físico, lo que a ella más le agradaba era dejarse llevar por el pensamiento de que su marido se hallaría sufriendo como de costumbre por saberla en brazos de otro, o imaginando que aplicaría con éste ni más ni menos que las mismas tácticas que había usado con él, y que en ese instante estaría lleno de resentimiento y de rabia sirviéndose otra copa, y que después de otras dos se voltearía de espaldas a la pista de baile para no ver la archisabida maniobra de ellos consistente en acercarse a intervalos prudenciales a la mesa separados más de la cuenta como dos inocentes palomas y hablando casi a gritos y riéndose con él para enseguida alejarse con maña y perderse detrás de las parejas más distantes y abrazarse a su sabor y besarse sin cambiar palabra pero con la certeza de que dentro de unos minutos, una vez que su marido se encontrara completamente borracho, estarían más seguros y el joven nacional podría llevarlos a todos en su coche con ella en el asiento delantero como muy apartaditos pero en realidad más unidos que nunca por la mano derecha de él buscando algo entre sus muslos, mientras hablaría en voz alta de cosas indiferentes como el calor o el frío, según el caso, en tanto que su marido simularía estar más ebrio de lo que estaba con el exclusivo objeto de que ellos pudieran actuar a su antojo y ver hasta dónde llegaban, y emitiría de vez en cuando uno que otro gruñido para que Luis lo creyera en el quinto sueño y no pensara que se daba cuenta de nada. Después llegarían a su hotel y su marido y ella bajarían del coche y el joven nacional se despediría y ofrecería llevar a Luis al suyo y éste aceptaría y ellos les dirían alegremente adiós desde la puerta hasta que el coche no arrancara, y ya solos entrarían y se servirían otro whisky y él la recriminaría y le diría que era una puta y que si creía que no la había visto restregándose contra el mequetrefe ese, y ella negaría indignada y le contestaría que estaba loco y que era un pobre celoso acomplejado, y entonces él la golpearía en la cara con la mano abierta y ella trataría de arañarlo y lo insultaría enfurecida y empezaría a desnudarse arrojando la ropa por aquí y por allá y él lo mismo hasta que ya en la cama, empleando toda su fuerza, la acostaría boca abajo y la azotaría con un cinturón destinado especialmente a eso, hasta que ella se cansara del juego y según lo acostumbrado se diera vuelta y lo recibiera sollozando no de dolor ni de rabia sino de placer, del placer de estar una vez más con el único hombre que la había poseído y a quien jamás había engañado ni pensaba engañar jamás.

 —¿Me permite? —dijo en inglés el joven nacional.

  
 Tanta fuerza tiene la mosca al picar, que rasga no solamente la piel del hombre sino aun la del caballo y la del buey; y aun al elefante le causa dolor cuando se le introduce en las arrugas, y con su trompita, según la posibilidad de su tamaño, lo hiere. En cuanto a unirse unas con otras tienen las moscas muy gran libertad, y el macho no deja inmediatamente a la hembra como el gallo, sino que se le une por largo tiempo y la hembra lo soporta y aun lo carga en su vuelo y se va juntamente con el macho, sin que esto los perturbe.
 Luciano, "Elogio de la mosca”.

viernes, 12 de abril de 2013

EL POLÉMICO Y COMERCIAL DAN BROWN.





Estas obras de Dan Brown, ¿están mal escritas? ¿Y si están tan mal escritas por qué su éxito? ¿Qué la hace tan atractiva a los lectores? ¿Es Dan Brwon un mal escritor? ¿Es Dan Brown un buen escritor pero, le interesa solo lo comercial? ¿Es fácil escribir una obra para un escritor medio una novela como el Código Da Vinci?
Dan Brown (22 de junio de 1964) escritor de novelas, entre ellas la polémica El Código da Vinci. Creció rodeado por las filosofías paradójicas de la ciencia y de la religión.

Brown nació y creció en Exeter, New York, Estados Unidos, el mayor de 2 hijos. Su madre es una profesional de la música, y tocaba el órgano en una iglesia. Su padre Richard G. Brown enseñaba matemáticas superiores en la Academia Phillips de Exeter.

Dan Brown se graduó en la Universidad de Amherst y la Academia Phillips de Exeter, donde dedicó su tiempo como profesor de inglés antes de entregarse por completo a escribir novelas. En 1996, su interés por los códigos y las agencias secretas estatales lo condujeron a escribir su primera novela, La Fortaleza Digital, que sin embargo no sería publicada hasta que ya era un autor famoso y reconocido. La novela, ambientada en USA y en España, explora la delgada línea entre el aislamiento civil y la seguridad nacional.

Las filosofías antes mencionadas en la ciencia y la religión sirvieron como inspiración para su aclamada segunda novela Ángeles y demonios, después escribió su segunda parte, la polémica novela El código DaVinci

Recientemente, ha iniciado el trabajo sobre una serie de novelas de suspenso introduciendo la simbología y a su popular protagonista Robert Langdon, profesor de simbología y de arte religioso en Harvard. Pasó mucho tiempo en el museo del Louvre recogiendo documentación para incluirla en El código Da Vinci, el libro de más éxito de los últimos tiempos en Estados Unidos y de gran éxito en el resto del mundo.

El código Da Vinci tiene un hilo argumental de novela policíaca, pero mezclado con simbología, religión, antiguos ritos paganos y sociedades secretas y un marcado interés comercial.

Ángeles y demonios, al igual que el anterior, contiene una trama de investigación y traición, bañada con referencias a obras artísticas y sociedades secretas presuntamente reales, lo que hará que el lector se pregunte en más de una ocasión qué hay de real en la simbología presentada en el desarrollo de la novela.

Por el contrario, La conspiración deja de lado el simbolismo, el arte y las sociedades secretas para inmiscuírse en una trama más política, económica y de espionaje. La novela gira alrededor del descubrimiento de un objeto en el Círculo Polar Ártico por parte de la NASA que traerá serias consecuencias para el gobierno estadounidense y algunas de sus agencias en plena campaña electoral.

Es precisamente la mezcla de datos y lugares reales con personajes y hechos ficticios lo que más polémica desata en esta obra, ya que invita a cuestionarse la veracidad de sus afirmaciones y provoca debates entre los fanáticos y los críticos de las teorías que expone este libro y la mayoría de sus libros.

La opinión de la crítica especializada y científica tacha estas novelas de libros oportunistas y pueriles, cargados de errores y con una documentación totalmente nula y un interés bastante comercial.

Las novelas de Brown se han traducido y publicado en más de 35 idiomas.

La corriente literaria que sigue es el trementismo.

¿Qué misterio se oculta tras la sonrisa de la Mona Lisa? Durante siglos, la Iglesia ha conseguido mantener oculta la verdad, hasta ahora. 

Antes de morir asesinado, Jacques Saunière, el último Gran Maestre de una sociedad secreta que se remonta a la fundación de los Templarios, transmite a su nieta Sofía una misteriosa clave. Saunière y sus predecesores, entre los que se encontraban hombres como Isaac Newton o Leonardo Da Vinci, han conservado durante siglos un conocimiento que puede cambiar completamente la historia de la humanidad. Ahora Sofía, con la ayuda del experto en simbología Robert Langdon, comienza la búsqueda de ese secreto, en una trepidante carrera que les lleva de una clave a otra, descifrando mensajes ocultos en los más famosos cuadros del genial pintor y en las paredes de antiguas catedrales. Un rompecabezas que deberán resolver pronto, ya que no están solos en el juego: una poderosa e influyente organización católica está dispuesta a emplear todos los medios para evitar que el secreto salga a la luz. 

Un apasionante juego de claves escondidas, sorprendentes revelaciones, acertijos ingeniosos, verdades, mentiras, realidades históricas, mitos, símbolos, ritos, misterios y suposiciones en una trama llena de giros inesperados narrada con un ritmo imparable que conduce al lector hasta el secreto más celosamente guardado del inicio de nuestra era. 




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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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