Spee Von Langenfeld Friedrich
Friedrich Spee von Langenfeld fue un jesuita, poeta y teólogo alemán nacido en 1591, célebre por su valiente oposición a los juicios por brujería en pleno siglo XVII. En una época donde el silencio era cómplice y la tortura era ley, Spee se convirtió en un crítico feroz del sistema inquisitorial, especialmente de los tribunales laicos del Sacro Imperio Romano Germánico2.
🕯️ ¿Quién fue Spee?
Sacerdote jesuita ordenado en 1622.
Profesor de teología en Paderborn y predicador en varias ciudades alemanas.
Autor de Cautio Criminalis (1631), una obra que desmonta la lógica judicial que permitía torturar y ejecutar a presuntas brujas.
⚖️ ¿Por qué es relevante?
Spee denunció que la tortura no revela la verdad, sino que fabrica culpables. Su frase más célebre:
Fue precursor de la criminología crítica, enfrentándose no solo a la Inquisición, sino al sistema penal entero que legitimaba el horror.
Murió en 1635, víctima de la peste, tras cuidar heridos durante el asalto a Tréveris.
Cautio Criminalis (1631), cuyo título puede traducirse como “Precaución criminal” o “Advertencia sobre los procesos penales”, es una obra monumental escrita por Friedrich Spee von Langenfeld, el jesuita que se atrevió a enfrentar el delirio judicial de su tiempo con una pluma afilada y una conciencia encendida.
📜 ¿Qué es Cautio Criminalis?
Es un tratado jurídico, teológico y ético que denuncia los juicios por brujería y, sobre todo, la tortura como método judicial. Spee lo escribió anónimamente, sin permiso de sus superiores, en un acto de valentía que hoy podríamos llamar resistencia editorial.
🔥 ¿Por qué es revolucionario?
Spee no discute si las brujas existen. Lo que denuncia es que nunca conoció una, a pesar de haber confesado a muchas antes de ser quemadas.
Critica el uso de la tortura como generadora de “verdades” falsas, donde las confesiones eran obtenidas bajo tormento y luego presentadas como voluntarias.
Se opone al procedimiento penal del Sacro Imperio, especialmente al artículo 109 de la Constitutio Criminalis Carolina, que legitimaba la quema de mujeres con pruebas inexistentes.
⚖️ Estructura del libro
Está compuesto por 50 preguntas que Spee responde con precisión, ironía y erudición.
Cada pregunta aborda un aspecto del proceso judicial: desde la legitimidad de la tortura hasta la responsabilidad de los jueces.
Utiliza un tono sarcástico y mordaz, que recuerda a los mejores textos de crítica política, pero con el peso de la teología y la ética detrás.
🕊️ Legado simbólico
Spee puede considerarse el primer criminólogo crítico de la historia. Su obra no solo desmonta el sistema judicial de su época, sino que abre la puerta a una ética del derecho penal que aún hoy resuena. Como escribió el jurista Zaffaroni:
“Spee no cayó en la trampa de discutir la existencia del mal, sino que mostró que el poder punitivo no lo combate, sino que lo fabrica.”
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Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
CAUTIO CRIMINALIS (Cautela criminal)
O
LIBRO SOBRE LOS PROCESOS CONTRA LAS BRUJAS,
NECESARIO EN ESTA ÉPOCA PARA LOS MAGISTRAD0S DE
ALEMANIA
Y TAMBIÉN PARA CONSEJEROS Y CONFESORES DE LOS
PRÍNCIPES, INQUISIDORES,
JUECES, ABOGADOS, CONFESORES DE LOS REOS, ORADORES
Y DE LECTURA MUY PROVECHOSA PARA LOS DEMÁS
AUTOR: TEÓLOGO ROMANO ANÓNIMO
IMPRESO EN FRANKFURT POR IOANNIS GRONAEI AUSTRII. AÑO
1632
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Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
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EPITOME O SUMA DE LA OBRA
„Y aún me ha aparecido bajo el sol
Como un lugar de crímenes el tribunal
Y la sede de la justicia
Como el lugar de la impostura“
Eclesiastes, 3 16
Dejáos corregir, oh jueces de la tierra
Salmos, 2 10
"Te mostraré qué carencia padecen las gentes
de alta posición social, es decir, qué les falta a los
que tienen todo: sin duda, alguien que diga la verdad."
Séneca, De Beneficiis (Sobre
los beneficios), Libro 6,
cap.30.
PROEMIO DEL AUTOR
Este libro está dedicado a las autoridades alemanas. No a quienes habrán
de leerlo, sino más bien a quienes no lo leerán nunca. En efecto: quienes
consideran un deber leer lo que he escrito aquí sobre la brujería, ya están en
posesión de cuanto el libro les podría proporcionar, es decir, de la capacidad de
ser cuidadosos y dilgentes al examinar a fondo estas causas. Por eso, no tienen
necesidad de leer y aprender de este libro. Los más negligentes en cambio,
aquellos que no leerán nunca este libro, son precisamente quienes debieran
Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
leerlo cuidadosamente, para aprender a ser solícitos y escrupulosos.
Justamente quienes no lo leerán son invitados a leerlo. Quien lo leerá, puede
muy bien omitir leerlo.
De todas forma, lo lean o no, al menos quisiera que todos leyesen la última
cuestión del libro y reflexionasen. Y no será inútil ni perturbará el orden de la
obra, leerla antes que las otras.
PREFACIO DEL EDITOR A LA SEGUNDA EDICIÓN (1632).
La primera edición de este libro, que Peter Lucius, tipógrafo académico
de Rinteln había impreso con la previa aprobación de la Facultad de Derecho de
Rinteln, ha motivado no sólo a las personas más conscientes, sino también a los
doctos, a examninar la cuestión del gran número de brujas existentes en
Alemania con mayor atención y sin prejuicios. Por tanto, es necesario que en el
futuro las máximas autoridades indaguen seriamente acerca de los procesos
que se desarrollan hasta este momento, siguiendo el ejemplo de Daniel.
En muchos Estados, también la conciencia de los príncipes ha sido
tocada, tanto que han suspendido rápidamente los procesos iniciados, después
de haber leído atentamente este libro, sobre todo esos pasajes en que
demuestra como algunos de sus funcionarios y jueces no observan la
Constitutio Criminalis Carolina en algunos puntos de la máxima importancia,
cosa de la que hasta presente casi nadie se había percatado. Por eso pareció
oportuno a muchas personalidades, como también a algunos miembros de la
Cámara y de la Corte Imperial, volver a publicar rápidamente este libro, para abrir
la vía a ulteriores reflexiones y para hacer surgir finalmente la verdad, cuestión
de la máxima importancia, puesto que se trata de vidas humanas y de la
reputación, no sólo de Alemania, sino de la misma fé católica.
En pocos meses se han vendido todos los ejemplares de la primera
edición, tanto que no he podido encontrar ninguno a ellos, a ningún precio. Por
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esta razón, para atender a los deseos de varios, lo he hecho imprimir a mi costa,
utilizando un manuscrito que me facilitó un amigo de Marburgo.
CUESTIÓN I: ¿EXISTEN HOMBRES Y MUJERES QUE PRACTICAN LA
BRUJERÍA?
RESPONDO que sí. En efecto, pese a saber que algunos lo pusieron en duda,
inclusive católicos y doctos, a los que no corresponde nombrar, como que
también hay quienes n o sin razón parecen sospechar que alguna vez hubo en la
Iglesia períodos en los que no se dio crédito a los reuniones físicas de brujas.
Pese a que, mientras trataba personalmente en las cárceles con varias acusadas
de ese delito con bastante frecuencia y cuidado, por no decir curiosidad, mi
espíritu se encontró más de una vez tan confundido que casi no sabía qué creer
de ese asunto. De todas maneras, cuando reúno por fin la totalidad de mis
perplejas meditaciones, considero que sin duda se debe tener en cuenta lo
siguiente: que en realidad en el mundo hay seres maléficos, y que esto no puede
ser negado sin temeridad y sin una nota de locura. Léanse los autores que
reconocen este argumento: Rémy, Del Río, Bodin y otros. No es mi propósito
detenerme en esto. Por otra parte, tampco creo –y conmigo muchos hombres
píos- que hubo tantas brujas, ni que lo fueran todas aquellas que hasta ahora se
disiparon transformadas en cenizas, y tampoco cualquiera que desee disputar
conmigo con ataques, gritos o autoridad, sin examinar el asunto con juicio y
raciocinio, me persuadirá fácilmente de que lo crea. Ruego que mi lector quiera
esto último, por aquella caridad que nuestro legislador Jesucristo deseó que se
encendiese con vigor entre sus seguidores. Si alguien tiene espíritu de rivalidad
y ataca la magia, que se reprima por ahora, añadiendo a la rivalidad un
conocimiento y una consideración que quizá no tenga. No todo ímpetu proviene
de la virtud, pues algunos sólo provienen de la naturaleza. La virtud es moderada
y medida y, además, ama al conocimiento, sin temor a sentirse subestimada
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cuando se instruye. Pero si nos precipitamos con ímpetu y rehusamos aprender,
porque nos hemos dedicado a saber todo, no sería para nada asombraso que la
verdad se nos escape en muchos aspectos. Vamos, lector y, dejando de lado el
prejuicio, sígueme con medida hasta donde yo, pooco a poco te conduzca, que
no te habrá de disgustar haber considerado muchas cosas lenta y
cuidadosamente.
CUESTIÓN II: ¿HAY MÁS BRUJAS O SERES MALÉFICOS EN ALEMANIA QUE EN
OTRO LUGAR?
RESPONDO: Esta pregunta se refiere a algo que desconozco. Sin embargo, diré
lo que ocurre para dejar de lado el ocio. Así pues, parece -o al menos se cree- que
en Alemania se encuentran más brujas que en cualquier otro lugar.
LA RAZÓN es la siguiente: en efecto, en primer lugar consta que en Alemania
hay por todas partes hogueras encendidas para consumir esta peste. Es
indudable que con este claro argumento habría que reconocer que se ha
extendido ampliamente. Por cierto, el nombre de Alemania se desacreditó no
poco entre nuestros enemigos y, como dicen las Escrituras, “hemos logrado que
nuestro mal olor llegue al Faraón y a sus esclavos”1.
Además, esta opinión acerca de la gran cantidad de brujas que hay entre
nosotros, la sostenemos por dos razones, que merecen ser tenidas en cuenta.
La PRIMERA es la ignorancia o superstición del vulgo, que demuestro así.
Todos los que se ocupan de la naturaleza enseñan que, inclusive aquellos
fenómenos que se apartan en algo del orden habitual de la naturaleza y suelen
ser llamados extraordinarios, como alguna lluvia muy profusa, el granizo y la
escarcha muy fuertes, un trueno muy luminoso o cosas semejantes, son
causados por motivos completamente naturales.
Dicen los médicos que las enfermedades penetran también en los
animales como en los hombres, que en hombres y en animales existen muchas
1Éxodo, 5.v. 21.
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afecciones nuevas que no han sido suficientemente exploradas por ellos, que en
la naturaleza se ocultan muchas cosas maravillosas que después salen a la luz
con gran admiración de los que ignoran las riquezas de aquella y que ninguna
persona muy docta de todos los siglos anteriores pudo abarcar investigando
toda la potencia de la naturaleza.
Imaginemos que se manifieste algo así
en Alemania, especialmente entre los paisanos: que invada a los animales
alguna peste, que el cielo se perturbe y se indigne con mayor vehemencia, que
un médico ignore la modalidad de alguna enfermedad nueva, o que una
enfermedad bien conocida no responda en seguida al tratamiento, o que por fin
ocurra algo siniestro que sea considerado extraordinario. De inmediato,
nosotros, llevados por cierta ligereza o superstición o ignorancia, dirigimos
nuestra mente a los maleficios y echamos la culpa a las brujas. En ese momento
exclamamos que tenemos en nuestras manos la entera causa del problema.
Pero entonces, en el caso de que hayamos visto en medio de estas cosas a
alguna mujer que accidentalmente atravesó el lugar, se detuvo, se acercó, hizo o
dijo esto o aquello, si por mera casualidad se anticipara al hecho o llegara
corriendo en el preciso momento o un poco después, la inculpamos a partir de
una interpretación siniestra y deslizamos por toda la vecindad una sospecha
que en realidad proviene de la malignidad de nuestra naturaleza. Por eso es que
no hay que extrañarse de que en pocos años nuestra fama crezca
desmesuradamente, especialmente porque los predicadores y los hombres
dedicados al espíritu no se conmueven, sino que ellos mismos son precisamente
quienes tienen más bien la culpa, sin que se haya encontrado en toda Alemania
ningún magistrado -por lo que sabemos- que haya dedicado sus esfuerzos a
enfrentar estas murmuraciones muy pestilentes. Acerca de esto escribiré más
adelante, en la cuestión 35. Otras naciones son más cautas y nos han superado
en este aspecto, dado que, si entre ellos algún niño o animal se consume por una
enfermedad, si un árbol es herido, o si los sembrados sufren una calamidad, si el
viento trae pobreza, si una langosta o un ratón devoran el trigo, atribuyen el
origen entero del mal a Dios o a la naturaleza; y únicamente si esos fenómenos
traspasan las leyes de la naturaleza - según ellos lo captan claramente y lo juzgan
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los doctos-, entonces recién lo atribuyen a maleficios.
La SEGUNDA es la envidia y la mala voluntad del mismo vulgo, que
demuestro así. Toda nación que no sea la nuestra admitirá que siempre hay
algunos a los que Dios otorga alguna bendición más opulenta en bienes
materiales, de modo que venden todas sus cosas con mayor rapidez que los
demás, que compran con una suerte más favorable que los otros y, para decirlo
en una sola palabra, que incrementan su patrimonio y se enriquecen más que
los otros. No obstante, suponiendo que esto suceda también en Alemania, entre
el vulgo prontoi habrá algunos vecinos a quienes la fortuna les es tardía, les
vuelve la espalda, que se reunirán y, una vez surgido un murmullo sobre la magia,
suscitarán pequeñas sospechas que acabarán fortaleciéndose en el caso de
haber visto a alguno de aquellos con los que rivalizan, ser muy devoto en los
templos, o usando su rosario como suplicante fuera del templo, o quizá postrado
de rodillas para rezar en el campo o en una habitación, o algo semejante. No me
faltan otros ejemplos, a partir de los cuales siento vergüenza por los alemanes.
Por cierto que se trata de algo indigno y completamente inaudito en otros países
que, como se cuidan de obturar estas dos fuentes de confusión, tienen entre
ellos menos personas maléficas que nosotros. Yo no diré que entre nosotros no
haya brujas. Admito que las hay, pero para que el lector prudente comprenda, a
partir de lo que se dirá después, añado que si se sigue actuando en general tal
como se lo hace ahora, es absolutamente inevitable que en tan gran cantidad de
mujeres quemadas haya habido muchísimas no culpables, y que en Alemania
nada es más incierto que saber cuántas culpalbes verdaderamente hubo.
CUESTIÓN III: ¿CÓMO ES EL DELITO DE LAS BRUJAS O DE LOS MALÉFICOS?
RESPONDO: es muy grande, muy grave, muy atroz.
LA RAZÓN es que en él concurren circunstancias de delitos enormes, de
apostasía, de herejía, de sacrilegio, de blasfemia, de homicidio, más bien de
parricidio, y a menudo de acoplamiento contra la naturaleza con una criatura
espiritual, y de odio a Dios, crimen más atroz que cualquiera. Estas son palabras
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de Del Río2 y a este argumento me referiré más ampliamente en otro libro. Este
asunto requiere un examen nuevo y cuidadoso; se podría decir lo que decía
aquel: “Regresemos al tribunal”3.
CUESTIÓN IV: ESTE CRIMEN ¿ES DEL GÉNERO DE LOS EXCEPCIONALES?
RESPONDO que sí. Observa que los jurisconsultos suelen diferenciar dos tipos
de delitos: unos, comunes, vulgares, como el hurto, el homicidio y semejantes, y
otros más atroces y graves, que se dirigen más directamente contra el bien
común y golpean al Estado de manera notable, como el delito de lesa majestad,
el de herejía, el de brujería, el de traición, el de conjuración, el de falsificación de
moneda, el de robo a mano armada, que suelen ser llamados “excepcionales”.
Este nombre proviene del hecho de que son excluidos de las disposiciones
comunes u ordinarias de la ley, de modo tal que para enfrentarlos no es
necesario emplear el procedimiento que prescribe el derecho para los otros
casos.
Dado que, como son muy perniciosos para el Estado y lo perjudican en
forma extraordinaria, parece justo que sean reprimidos también mediante
medios extraordinarios.
CUESTIÓN V: ¿ES LÍCITO INSTRUIR UN PROCESO ARBITRARIO CONTRA LOS
DELITOS EXCEPCIONALES?
RESPONDO que no es lícito.
LA RAZÓN es que, aunque, como dije antes, esos delitos son excepcionales en
cuanto a lo que ordena el derecho positivo, sin embargo no lo son frente a lo
2M del Rio, Disquisitionum magicarum libri sex, Maguntiae, 1600, 1, 5, secc. 1.
3Daniel, 13, v. 49.
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prescripto por la razón humana o la ley natural. Por consiguiente, cualquier
proceso que se realice contra esos delitos, tanto dentro como fuera del
ordenamiento jurídico común, debe realizarse en forma tal que no haya nada en
él que se enfrente a la razón. Esto es algo evidente por sí mismo y no necesita
ser probado, pues nadie dirá que es lícito algo contrario a la razón. Por otra parte,
formulo esta advertencia porque observo que algunos jueces, mientras
investigan a las brujas, proceden con mayor libertad que la que corresponde,
justificando todas sus acciones por el hecho de que se trata de un delito
excepcional. Así pues, cuando se han basado en indicios fútiles, excedieron la
medida en la tortura, fueron demasiado crédulos, le negaron el derecho de
defensa, o rezlizaron otras acciones igualmente alejadas de la razón, se escudan
argumentando que el delito es excepcional y que en estos casos la libertad del
proceso es muy amplia, sobre lo cual volveré con alguna frecuencia. Pero, a
menos que quiera ser completamente injusto, todo juez debiera considerar
como principio general y como axioma fijo e inquebrantable que en todo delito,
excepcional o no, no es lícito instruir un proceso de modo diferente de lo que
permita la recta razón. Además es también completamente falso que sea lícito
en los delitos excepcionales alejarse sin más de todos los elementos prescriptos
por las leyes positivas. Sólo en algunos es lícito, pero no en todos. En efecto,
nada diferente podrá colegirse de ningún tratado de derecho, con lo que se
demuestra la impericia de muchos. Enseña bien Farinacci4 que la doctrina según
la cual es lícito dejar de lado las disposiciones del derecho, estrictamente
hablando es falsa, o bien conviene que se interprete sólo acerca de la pena, o
sea, una vez que haya terminado la investigación, cuando el delito ya esté
probado, como si la pena pudiera ser más severa de lo que prescriben las leyes
habitualmente. Esta la opinión de la mayoría de los juristas a los que cita
Farinacci y que nosotros omitimos por causa de brevedad (léase también acerca
de esto a Mascardi5). Sea lo que fuere, no es adecuado detenerse más en esto,
4Prospero Farinacci, Praxis et Theoricae crimianlis libri duo, Venecia, 1603, cuestión 37, número 90.
5G. Mascardi, Conclusiones omnium probationum quae in utruque foro quotidie versantur, Venecia, 1593,
volumen 3, conclusión 1311.
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pues está fuera de controversia que no es lícito en los delitos excepcionales algo
que es contrario a la recta razón.
CUESTIÓN VI: ¿HACEN BIEN LOS PRÍNCIPES DE ALEMANIA CUANDO
PROCEDEN CON RIGOR CONTRA EL DELITO DE LAS BRUJAS?
RESPONDO. Está muy lejos de mí acusar a los magistrados cuando reaccionan
con vehemencia contra este delito, pues Dios quiso que ellos gobernaran y que
nosotros obedeciéramos. Tienen sus razones, que les dictan sus consejeros y
son éstas:
RAZÓN I: Como dicen, purgan al Estado de una insigne peste, que repta como
un cangrejo y perjudica mediante el contagio.
RAZÓN II: Preceden a daños y desgracias, que esos esclavos de Satanás no
dejan nunca de maquinar.
RAZÓN III: Cumplen con su deber y con su vocación. En efecto, como dice el
Apóstol Pablo en su Epístola a los romanos acerca del magistrado: “No sin
motivo lleva una espada; es el ministro de Dios, responsable de la cólera contra
el que actúa mal”6. De modo que, si en contra del bien común, los magistrados
omitieran sin un motivo legítimo castigar a los acusados, pecarían muy
gravemente y se volverían partícipes del crimen, según el capítulo 1 de De officiis
et potestate Iudicis y según Inocencio, Baldo, Decio, Barbazza de Palermo y los
demás doctores. A los magistrados incumbe restituir todos los daños inferidos
tanto al Estado como a los ciudadanos particulares, como surge del capítulo
citado y es opinión común de los teólogos Tomás, Silvestre, Cayetano, Domingo
de Soto, Medina y otros, que sería largo recordar7.
RAZÓN IV: Muestran su celo por proteger el honor de Dios, mientras persiguen
con horca y fuego a sus enemigos implacables. Por lo tanto, hacen bien, y no
pueden ser culpados, puesto que además las Escrituras advierten: “No toleréis
6Rom, 13 4.
7X 1 29 I, De officio et potestate iudicis, cap. I. Tomás de Aquino, Summa tgeologiae, II 2, qu. 62; D. Soto,
De iustitia et iure, Amberesw, 1567, IV, qu. 7 art. 3.; B. Medina, Cod. de rebus restituendis.
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que los malvados vivan.”
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CUESTIÓN VII: ¿SE PUEDE EXTIRPAR EL MAL DE ESTE MODO VIOLENTO O SE
PUEDE BUSCAR ALGUNA OTRA MANERA?
RESPONDO: Por más que los príncipes inicien incendios, nunca terminarán de
incendiar si no queman absolutamente todo. De este modo devastan sus
propias tierras, más que con una guerra, y no avanzan nada, lo que merece
lágrimas de sangre. Así pues hay quienes sugieren medios más suaves, entre los
cuales, por su discreción y prudencia, siempre me pareció el mejor el insigne
teólogo jesuita Tanner, en el tomo 3 de su Teología, en la disputa cuarta Sobre la
Justicia9. Si los príncipes quisieran escuchar los medios que él aconseja, no hay
duda de que el Estado experimentaría su fruto. Para hablar de mí claramente,
medité mucho sobre este asunto e intenté solucionarlo; sé también que muchos
otros elevaron a Dios múltiples llantos y ruegos para que les enviara algún rayo
de su luz y para que les enseñara de qué manera tan gran oscuridad podía
apartarse.
Pero veo que la condición de esta época es tal que, aun si se descubriera
algo así, me parece que los magistrados de Alemania no lo tendrían en cuenta.
Por eso hasta ahora no he podido tomar la decisión de exponerla en público,
porque no sé si la recibirían con calma y buena disposición.
Pero si alguno de los sumos magistrados tiene tal espíritu y preocupación
que desea y se anima a conocer y a emplear por primera vez un experimento, en
el término de un año podría expurgar su provincia de toda esta peste, de modo
8Éxodo, 22.
9A. Tanner, Universa teología scholastica, Ingolst
nº 123 y siguientes.
adt, 1627, cuestión 5, duda 4,
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que no hubiera ninguna acusación criminal más rara que la de una bruja. Digo
que si hubiera algún magistrado que quiera conocer y experimentar con
seriedad y que considerase que la experiencia podría ser beneficiosa tanto a su
conciencia como al Estado, tengo un amigo, hombre religioso, que quiere dar a
conocer su trabajo y además se atreve a poner en juego su vida si fallara. Vi y
examiné su trabajo y no observo en él ningún error -en lo que puedo razonar-, así
que con toda seguridad podría lograr lo que se busca. Y me asombré mucho de
que hasta el presente no se le hubiera ocurrido a nadie. Por lo demás, ya se ha
dicho demasiado, y debe ser envuelto en silencio y ocultado lo que el inventor
no quiere comunicar sino sólo a oídos ávidos.
Nuestro Maestro enseñó que el día tiene doce horas y que una tierra es
buena y otra inútil; si esparces semillas en esta última sería como si las hubieras
esparcido sobre las olas del mar. Así pues, cuando sea la época y la tierra esté
apta, no se ahorrarán semillas; pero quizá pueda decir en este mismo
comentario lo que puedan entender los hombres previsores. El asunto es fácil y
sencillo, muy pequeño y grande, conocido por todos, pero desconocido para
todos.
CUESTIÓN VIII: ¿CON QUÉ CAUTELA DEBEN PROCEDER LOS PRÍNCIPES Y
SUS FUNCIONARIOS ANTE ESTA ACUSACIÓN?
RESPONDO que así como los príncipes no actúan mal cuando proceden con
rigor ante esta acusación, actúan mal y pésimamente cuando no lo hacen con la
mayor cautela, prudencia y circunspección. A punto tal que, no sólo no es lícito
actuar ante esta acusación con gran libertad y negligencia en razón de ser
excepcional, sino que se debe vigilar mucho más que en algún otro tipo de
delitos capitales y con mayor cuidado y atención, para que de ningún modo se
forje un proceso ilegítimo y confuso.
Así pues admitiré que sea lícito en este delito excepcional de brujería
proceder en algunos casos de modo diferente respecto de los que no son
excepcionales. Pero sin embargo, niego que sea lícito actuar con menos cautela
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Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
y circunspección de lo acostumbrado. En efecto, se requiere aquí en el proceso
cierta mayor diligencia, atención, cuidado, observación, en comparación con lo
que es menester en otros. Las razones son las siguientes:
RAZÓN I: Como todos reconocen, este delito es absolutamente oculto: se
desarrolla generalmente de noche, entre tinieblas y fantasmas. Por lo tanto, es
necesaria una gran prudencia y meditación para llevarle luz de manera
adecuada.
RAZÓN II: Vemos que un proceso iniciado contra las brujas se extiende hacia
otras personas y el número de culpables aumenta tanto que pueblos enteros
son completamente destruidos, con lo que sólo se logrará que los libros se
llenen con nombres de más culpables. Si se continuara en esta línea, el único
final posible sería la cesación del fuego una vez que toda la región hubiese sido
abrasada. Nunca ha faltado un príncipe que debiera interrumpir los incendios, y
hasta hoy todos hicieron eso. Como este problema es grave y está muy
extendido, hay que emplear una gran diligencia para que no se deslice ningún
error que comprometa a inocentes; especialmente porque, si fuera involucrada
una sola persona inocente, de inmediato muchas otras quedarían implicadas,
como demostraré más abajo.
RAZÓN III: Si a causa de un proceso descuidado, fuesen heridas personas
inocentes son heridas por la misma tormenta, grandes desgracias caerán sobre
el Estado. Sin duda, en el caso de que los que parezcan más religiosos que otros
sean arrebatados por esta especie de torrente, serían injustas las penas de
muerte de tantas personas y se lograría la infamia y el oprobio, no sólo de
familias nobilísimas, sino también de la religión católica, cuyo descrédito -como
observó correctamente Tanner-, no es escaso entre nuestros enemigos. Hace
poco escuché decir a hombres importantes que en ningún lugar se percibe un
descenso de la maldad por lo siguiente: si alguien, a la manera de los católicos
más fervientes, hace girar las cuentas del rosario con pasión, si se atreve a
llevarlo consigo, si se rocía con agua bendita con bastante frecuencia, si ora en
el templo con gran fervor, si muestra devoción genuina, incurrirá de inmediato
en sospecha de practicar magia, como si aquellos que poseen esas
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Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
características quisieran ser más religiosos que los demás o, como dicen
algunos, como si el demonio no permitiera que ellos descansaran en algún lugar.
Así ocurrió en cierta región cercana a nosotros, gobernada por un príncipe
excelente y muy elogiado: todos se cuidaban con mucho esmero de mostrar su
devoción y algunos sacerdotes, que antes solían celebrar misa todos los días,
ahora o la posponen o, si la celebran, se atreven a hacerlo sólo en privado, luego
de cerrar el templo, para que el vulgo no empiece a expandir rumores sobre su
magia. De este modo, mientras procedemos bajo la apariencia de justicia, pero
sin cautela, abrimos el camino a la impiedad y al ateísmo, a quienes más bien
queremos cerrárselo. No es gratuita nuestra recomendación a los magistrados
acerca de una atención especial.
RAZÓN IV: Casi todas las personas contra las cuales se llevan a cabo procesos
son mujeres, pero ¿qué mujeres? Por lo general, las que deliran, las insanas, las
ligeras, las charlatanas, las inconstantes, las engañosas, las mentirosas, las
perjuras y, si son verdaderamente culpables, instruidas en todas las maldades
por su maestro. Sin duda, es necesario que se les otorgue una atención especial
para examinarlas, escucharlas, juzgarlas, salvo que se desee generar mil
problemas y equívocos. Hace poco me decía un famosísimo jurista, que por
estos casos estaba a duario asediado por muchísimas dificultades de este tipo,
que si pudiera salir de esas complicaciones, nunca más se volvería a meter en
ellas, como también que no aconsejaría a ningún príncipe iniciar con ligereza
procedimientos tan intrincados.
RAZÓN V: Oigo que en algunos lugares se establece que a los juristas y a los
inquisidores puestos por los príncipes al frente de estos procesos, se les pague
como salario cierta cantidad de dinero según el número de acusados (cuatro o
cinco taleros por cada persona). Es evidente que, aunque sólo fuera por esta
razón, se hace muy necesaria la supervisión para que el deseo de lucro no vicie
el proceso, puesto que cualquiera sería considerado culpable con mayor
facilidad cuando la ganancia del juez resulte mayor cuanto mayor fuese el
número de acusados. Se trata de un asunto muy difícil y peligroso. En efecto, no
todos somos santos ni de mente tan firme que no nos debilite el anhelo de tener
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Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
más y, aunque no nos arrebate, por lo menos, nos tienta.
RAZÓN VI: Nada debe ocupar la atención de los príncipes que se ocupen
adecuadamente a estos procesos, fuera de la convicción de que si se comenzara
por errar al inicio, la corrección futura sería dificilísima, puesto que casi siempre
hay alguna forma de corregir los demás errores, pero en este asunto no la hay.
Lo fundamente de ls siguiente forma: por lo general, en los demás asuntos se
encuentran personas que pueden o quieren advertir a los que se equivocan con
circunspección y provecho, sin que por eso manchen su reputación. Por el
contrario, únicamente en esta causa se impide la vía de admonición, dado que
cualquiera que en el futuro formulase advertencias, aun haciéndolo con cautela
y discreción, ya sea con la voz o con la pluma, de inmediato sentirá que se le
adhiere una mancha, como si empezara a temer por sí mismo, por su esposa, por
sus hijos o por otros familiares, o como si quisiera reivindicar las cenizas de
alguno de los suyos; oirá también estas palabras demasiado envidiosas: “Esto es
premiar con la libertad delitos muy atroces”, “Esto es acusar a príncipes
numerosos y muy importantes”, “Esto es acusar de injusticia”, “Esto es cubrir de
infamia a muchos juicios públicos”. Pero también será objeto de la indignación
de algunos magnates, a cuyos oídos, por obra de los aduladores, llegarán
desvirtuados todos los rumores. ¿Quién pues es tan virtuoso, o tiene un
renombre tan prominente o deja de lado su honor y el peligro de los suyos que,
a pesar de todo, quiera intentar contribuir a la verdad? De este modo, la
advertencia y la corrección se eliminarán cuando ya se haya iniciado el proceso
con falta de equidad, por lo que tanto más es necesario prever que no se
proceda inicuamente desde el principio.
RAZÓN VII: A diario surgen nuevbas dificultades en esta materia y divergen las
opiniones tanto de los estudiosos como incluso de los religiosos. Se pensaba
que Del Río y Binsfeld habían dicho todo, pero ahora hay quienes buscan
examinar a fondo cada aspoecto particular, considerando que se dio excesivo
crédito a pequeñas narraciones y a confesiones falaces obtenidas mediante
tortura. Estos últimos postulan sentencias menos severas, consideran que es
demasiado amplia la libertad de los jueces al sentenciar, ponen en duda los
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mentados encuentros de las brujas -o al menos consideran, junto con Tanner,
que eran menos frecuentes, puesto que es más creíble que la mayor parte de las
brujas se refiera a seres imaginarios-, quitan peso a las denuncias y a indicios
semejantes, a los que los jueces, basándose en razones no suficientemente
sólidas, les atribuyeron demasiada importancia. Finamente, a diario aparecen
nuevos libelos que ofrecen dudas acerca de este problema. ¿Quién podría negar
que en el futuro es necesario que al instruir estas causas se opere con mayor
circunspección y preocupación que en las otras, más transparentes?
TÚ DIRÁS: Que por el contrario, no merecería tanta ansiedad ni preocupación
quien haya seguido a un autor aprobado, puesto que los teólogos enseñan al
respecto que, cuando hay dos opiniones enfrentadas pero probables, se puede
elegir cualquiera de las dos con la conciencia tranquila, dejando de lado incluso
la más probable. Por otra parte, llaman opinión probable y segura a la que está
respaldada por una autoridad seria o a la que está basada en un razonamiento
de peso. Debe ser considerada seria la que por lo menos pertenece a un hombre
estudioso y probo, como enseñan la Casística (y véase Laymann10).
RESPUESTA I. La autoridad de una sola persona no transforma una opinión en
muy probable y segura, salvo que diversos autores, luego de sopesar las razones
que pueden contraponerse a ella, la elijan como tal. Aunque todos podemos
presumir -especialmente los menos doctos- que esto tuvo lugar, tal como lo
añadió Laymann en el pasaje citado. Sin embargo, si después otros se opusieran
a aquella opinión, ofreciendo razonamientos nuevos que no habían sido
desarrollados hasta ese momento, considero que al menos los más sabios
deben examinarlos y sopesarlos con cuidado, por si algunos pudieran superar al
otro o -al menos- indicar la probabilidad de la opinión opuesta. Por eso los jueces
no pueden proceder con ligereza, a menos que escuchen también a quienes
escribieron más recientemente y después retomen las causas que deban ser
examinadas. Toma nota de esto.
RESPUESTA II. Si bien es verdad que en general, cuando hay dos opiniones
10 P. Laymann, Theologia moralis, 1630, Libro 1, Tratado 1, cap. 5, preg. 2, número 6 .
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probables para un caso, es lícito en conciencia tomar cualquiera de las dos,
incluso la menos segura, sin embargo los teólogos (y por eso los valoro, porque
quieren saber, no observar) hacen una excepción y dicen expresamente que de
alguna manera es conveniente seguir la opinión más segura y además
investigarla cuando hay peligro de que tenga lugar próximamente un daño o una
injusticia. Dado que en nuestra materia se trata de este peligo, habrá que seguir
en conciencia la sentencia más segura y convendrá poner al menos cuidado y
atención para adoptar temerariamente cualquier criterio, a efectos de que esas
causas se desarrollen con muchísima cautela. De lo expuesto cabe concluir lo
que quería probar, es decir, que en procesos tan riesgosos como los que se llevan
contra las brujas, lo adecuado es hacerlo con especial y extraordinaria
preocupación para evitar caer en las redes de nuestra temeridad. Esto lo
reafirmo, en especial en razón de que algunos inquisidores están persuadidos
de que apenas pueden equivocarse, como también porque creen que sus
cautivas pueden convencer fácilmente a todos los sacerdotes y burlarse de ellos
con satánica hipocresía, pero que no pueden hacerlo ni con los inquisidores ni
con los jueces laicos ¿Qué gran cautela podrá hacer frente a esta seguridad tan
riesgosa? En efecto: nunca se preocupará lo suficiente quien directamente no
se preocupa.
CUESTIÓN IX: ¿PUEDEN LOS PRÍNCIPES LIBERAR SU CONCIENCIA SI, AL
ESTAR MUY POCO INTERESADOS, DELEGAN TODA SU PREOCUPACIÓN EN
SUS FUNCIONARIOS?
Planteo esta pregunta porque hace poco he oido que cierto príncipe, advertido
de la necesidad de preocuparse de un problema de brujas que urgía bastante,
respondió con ligereza que no estaba preocupado, porque de eso se ocupaban
los funcionarios que había nombrado para esa tarea.
RESPONDO: El príncipe que deja de lado todo cuidado y permite que sus
oficiales actuen según su parecer, no puede ser exculpado, puers es su deber
brindar personalmente su propia diligencia y capacidad de observación y
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además rezar mucho a Dios para que lo ilumine mediante su Espíritu. Las
razones son las siguientes:
RAZÓN I: No siempre el príncipe está seguro de la pericia y probidad de sus
hombres y a menudo muchos de éstos son inexpertos, impetuosos y malvados.
Cuando sus hombres comprenden que el príncipe quiere combatir ese delito, no
sé por qué deseo de complacerlo, tratan a los reos de manera muy poco humana
y cristiana. El deber del príncipe será en ese caso, hacerse cargo personalmente
de buena parte de las preocupaciones y no dejar todo en hombros ajenos.
RAZÓN II: En los asuntos económicos, en las cacerías de pájaros y de animales
y en otras actividades, los príncipes no delegan toda su responsabilidad y
quieren intervenir personalmente en esos asuntos. Consideran que el hecho de
transferir su pensamiento de otras preocupaciones gravísimas vinculadas con
el poder a estas más humildes, no lesiona en nada su majestad. De esto se
deduce que los príncipes no se purgarán suficientemente en el Juicio ante Dios
cuando, habiendo sido diligentes y solícitos en asuntos menores, sin embargo
hayan sido negligentes y despreocupados en otros de mayor peso, en que se
trata de sangre humana.
RAZÓN III: Dios, que es quien otorga todo poder legítimo, por lo general dota a
los príncipes de cierta prudencia y gracia singulares en comparación con el
resto de los seres humanos, de modo que cuando ellos se ocupan
personalmente del cuidado de alguna cuestión, todo se desenvuelve con mucha
felicidad y claridad. Será cuestión a verse, si cuando sin una razón valedera
omiten intervenir con su singular prudencia en cuestiones tan importantes,
acaso no se transforman en personas indignas de ulteriores dones de Dios y si
cumplen indebidamente la función de administrar justicia que tienen a su cargo.
RAZÓN IV: Pero los príncipes suelen ser de naturaleza bastante bondadosa y
muy propensos a la clemencia y a la humanidad cristiana. Si conocieran de
cerca, en forma personal, las miserias de los cautivos, si oyeran los gemidos y los
suspiros de los desdichados, y si no quisieran enterarse de los procesos
mediante ojos y orejas tan ajenos como los de sus funcionarios, no cabe duda
de que muchas cosas se hubieran conducido de otra manera y no se hubiesen
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ejecutado tantas penas capitales, con tanta facilidad y a precio tan vil. Los
funcionarios pueden ser salvajes y truculentos, pero los príncipes no, pues es
propio de ellos expandir la humanidad y la clemencia, nunca enfurecerse. Por lo
tanto, si hubieran observado alguna vez con sus propios ojos la brutalidad de las
torturas -que ahora florece por todas partes-, o si las hubieran conocido
mediante una narración fiel, hoy Alemania contaría por cierto con muchas
menos brujas, dado que hoy en día la crueldad de las interrogaciones en la
tortura hace crecer su número. Si bien esto lo debemos especialmente a
nuestros pecados, lo cierto es que los mismos príncipes también pecan cuando
nos privan por completo de esa singular humanidad con la que los dotó la
naturaleza para confortarnos a nosotros y para conocer un poco más
cercanamente nuestras miserias. En medio de todas las penas y desdichas de
los cautivos, suelo decir que el sumo problema es elk hecho de que carecerán
de cualquier mirada de los Príncipes, pues los acusados son arrojados a un
rincón, hacia el cual los príncipes jamás proyectan un rayo de luz, salvo a través
de ojos ajenos, es decir, mediante vidrios no pulidos, que presentan la luz y el
color según lo ve cada uno. El único que no despreció a los encadenados en
estado de mendicidad y con grilletes fue el Príncipe de la tierra y Rey de Reyes,
que iluminó a los que estábamos en las tinieblas y en la sombra de la muerte y
luego, vueltas sus vísceras hacia la misericordia, se apiadó de nuestras
debilidades, para que sin duda lo tuviéramos como abogado ante el Padre.
RAZÓN V: Cuando los funcionarios advierten que el príncipe apartó sus ojos de
ellos y que no se preocupa por lo que pueda pasar, es inevitable que se
comporten con mayor libertad y menor atención. Esta es la naturaleza de los
hombres, según la cual se realiza con más negligencia lo que está alejado del
control de los superiores. El príncipe no puede ignorar esto, de modo que
comete un pecado si aparta de sí toda preocupación y vigilancia, si no observa
directa y personalmente los actos y los procesos de sus funcionarios en un
asunto tan importante, si no aconseja, si no apremia ni da instrucciones con
seriedad para que de ningún modo se cometa una injusticia contra alguien. Está
obligado a agudizar la diligencia de sus oficiales y a evitar toda posibilidad de
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que alguna calamidad recaiga sobre personas inocentes. Por lo tanto, que
pregunte en especial lo siguiente:
1.¿Son visitadas las cárceles? ¿Cuántas veces?
2.¿Hay presos más escuálidos de lo que es conveniente en una cárcel?
3.¿Hay algunos presos que durante años enteros yacen en lugares fríos o muy
cálidos y no son escuchados, de modo que ruegan el final o de sus cadenas o
de su vida?
4.¿Cuál es el método y la medida de los tormentos?.¿Cuál es el sistema de
interrogación?
6.
¿Cuál es la moderación y la experiencia de los sacerdotes que son
convocados?
7.
8.
¿Está asegurada la defensa de todos?
¿Hay algunas protestas del pueblo sobre los comisarios, es decir, sobre
los inquisidores?
9.
10.
¿Estos son ávidos de dinero, o inhumanos?
Entre todos, ¿hay aunque sea uno que, antes de que un acusado sea
convicto, esté más de su parte que de la contraria?
11.
¿Hay uno que alguna vez haya mostrado claramente que él prefería que
el acusado fuera declarado inocente más bien que culpable?
12.
Y también ¿hay alguno que, cuando un acusado hubiera sido declarado
inocente, no se indignara sino que se alegrara?
13.
Que pregunte también si alguno de los acusados murió en la cárcel y
cómo ocurrió el hecho.
14.
Y si en este último caso fue enterrado bajo el patíbulo, ¿cómo se explicó
que había tenido una muerte infame?
15.
Que también investigue en los diversos juicios qué opinan en uno y otro
sentido acerca de las diversas cuestiones que suelen aparecer en los procesos
contra las brujas.
16.
Que no se pronuncie a favor de una sola parte sin haber ponderado
también el argumento de la otra.
21
17.
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Que exista para todos la posibilidad de decir libremente lo que se piense.
18.
leídos.
19.
20.
21.
Que inspeccione reiteradamente los protocolos o que ordene que le sean
Que estimule dudas o que se ocupe de provocarlas.
Que no crea inmediatamente en todo que lo que le es presentado.
Que se preocupe de que examinen los juicios más bien los que son de la
opinión contraria que los de la misma, para que así la verdad se muestre más
claramente.
22.
Que nada que no haya sido examinado parezca absurdo a primera vista..
¿Qué puede ser hoy más paradojal que pensar que el número de brujas es
pequeño? Y sin embargo esto podría demostrarse fácilmente si algún príncipe
tuviera la paciencia de escuchar y el deseo de aprender, pues no todo lo que
reluce es oro, ni todo lo que es contrario a la opinión común es falso. Son muchos
los secretos ocultos que deben dejarse lejos de los oídos del vulgo y únicamente
susurrados a los más poderosos, pues nada es tan enemigo de la verdad como
un prejuicio. Pero dejemos esto, pues lo que el vulgo no puede comprender no
se debe decir abiertamente.
RAZÓN VI: Quienes muestran mayor celo en los procesos contra las brujas
razón por la que los inexpertos los tienen como oráculo- suelen sostener con
seguridad que los príncipes buenos siempre se ocupan personalmente de estas
causas y lo hacen en forma adecuada. Hace poco, alguien muy talentoso
perteneciente a ese grupo, creía argumentar sólidamente contra Tanner u otro
religioso, diciendo: “Numerosos príncipes de Alemania, probos y excelentes,
luchan vigorosamente contra las brujas con armas y fuego. ¿Quién podría creer,
con Tanner o algún teólogo similar, que Dios podría permitir alguna vez que el
suplicio tocara también a los inocentes?” Este argumento tendría peso sólo si
no se tuviera en cuenta que los príncipes no se toman muy a pecho estas causas
ni trabajan lo suficiente como para conocer de cerca los excesos de sus
funcionarios, por lo que diría que Tanner y los que lo siguen, que son hombres de
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conciencia recta y cristiana, comprobaron muchas cosas con sus propios ojos y
oídos en las cárceles, en los juicios y en los protocolos, y las analizaron con
cuidadosa meditación, lo que ni los ojos ni los oídos de los príncipes indicados
supieron y que fueron alteradas de forma muy diferente a como las mostraron a
los príncipes, envueltas en la niebla o como a los funcionarios les pareció mejor.
De aquí que, para que el argumento tenga peso, dan por cierto que la experiencia
de los príncipes no es menor que la de los sacerdotes en los procesos contra las
brujas, quienes la lograron mediante percepciones particularmente inusuales.
¿Pero acaso los príncipes, buenos por naturaleza, no ordenan muchas cosas
diferentes y que sin embargo, al dejar que sean ejecutadas por otros, Dios
permite que terminen muy mal? ¿Y por qué no lo permitiría también en estas
causas? Por ende, esta argumentación resulta insignificante, o bien presupone
lo que yo quería demostrar.
RAZÓN VII: Los mismos funcionarios se ocupan de dar por cierto que sus
príncipes se se cargan su propia conciencia por estas causas. Eso queda claro
cuando algunos eclesiásticos les reclaman que actúen con cautela, y ellos
suelen responsabilizar de todo a los príncipes, como si fueran apremiados por
éstos. Por eso alguien dijo hace poco: “Sé que en nuestros procesos hay también
inocentes, pero no me inquieto, pues tenemos un príncipe muy consciente, que
nos acosa continuamente. Sin duda él sabrá, y actuará de acuerdo con su
conciencia; que él decida, lo mío es obedecer.” Y hace un tiempo me decía lo
mismo otro al que yo objetaba. Ambos habían sido designados por aquel
príncipe del que yo decía al comienzo que se apartaba de todos los asuntos,
encomendándoselos a sus funcionarios.
¡Cosa verdaderamente ridícula! El príncipe se libera de la preocupación y
de la atención esmerada y deja todo librado a la conciencia de los funcionarios.
Estos también se liberan y confían en la conciencia del príncipe. A en B y B en A.
El príncipe dice: “Que se ocupen los funcionarios”; los funcionarios dicen: “Que
se ocupe el príncipe”¿Qué clase de círculo es este? ¿Cuál de ellos responderá
ante Dios? Pues, aunque aquéllos vean y éste vea, nadie percibirá. Me cuesta
decir qué dolor siento en mi corazón, cuando no es posible decir esto ni
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Material de la Cátedra de Criminología del Prof. Matías Bailone
aconsejar a aquel óptimo y muy pío príncipe, por quien yo no dudaría en perder
la vida.
RAZÓN VIII: En la actual situación los príncipes no pueden conocer la verdad de
los procesos y el descuido de sus funcionarios, salvo que lo intenten
personalmente o mediante síndicos ocultos elegidos por ellos mismos; también
podrían conocerlo a partir de los funcionarios en persona y de los que emplean
los servicios de los laicos o de los sacerdotes o de otros.
No pueden obtener información de los funcionarios mismos ni de los que
los ayudan, pues éstos actuarán en beneficio propio y no se traicionarán a sí
mismos ni se privarán con tranquilidad de un lucro fácil, en especial porque ya
en algunos lugares no sólo a los laicos sino también a los confesores se les ha
fijado una retribución en dinero por cada uno de los acusados, y porque hay con
frecuencia banquetes en los que participan también los inquisidores, en los que
se bebe la sangre de los desgraciados, a quienes se exprime intensamente en
concierto para el engaño.
Tampoco pueden los príncipes recibir informes de otras personas, puesto
que éstas no quieren entrometerse en asuntos de este tipo o si, conmovidos por
la caridad quieren hacerlo, no son escuchados, o si les escucha una sola palabra,
ya por eso mismo se vuelven sospechosos de querer interrumpir el desarrollo de
la justicia y de proteger actos delictivos; y con este no pequeño argumento
podrían ser acusados de ese mismo delito, como indiqué antes. Para que el
lector no piense que exagero y que insisto por mala voluntad, que escuche a un
inquisidor, o mejor a dos, de cierto gran príncipe que, hace un tiempo, cuando
leyeron el erudito y juicioso Comentario del muy elogiado jesuíta Tanner, se
atrevieron a decir que si se hubieran apoderado de él, no hubieran dudado en
arrojarlo al potro de tormento. Es sabido que Tanner aconseja prudencia y
solidez al tratar la cuestión de las brujas, hacerlo con cautela, y advierte que los
jueces se equivocarán si se atribuyen excesiva confianza a sus propios juicios, y
otras cosas semejantes. Para hombres ignorantes, esto constituía un indicio
suficiente, que podría hacer que un teólogo tan valioso fuese arrastrado a la
tortura. Considero que la serenísima sangre de los príncipes alemanes ebulliría
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si oyesen decir estas cosas a sus funcionarios, aunque fuera de lejos. Que ahora
un príncipe -si es que alguno me lee- o los consejeros de un príncipe, juzguen
con qué clase moderación y competencia esos funcionarios entablan los juicios
contra almas viles, contra pobres mujeres; cuando se animaron contra un
hombre tan importante, para no decir a la vez que intentaron reformar la Orden.
No obstante, es así como Alemania sufre inquisidores o comisarios seculares y
laicos, y los príncipes confían todo el problema a la conciencia de ellos. Estos
presumen de doctísimos jurisconsultos, cuentan ambiciosamente a sus
príncipes y exageran cuántas y qué importantes cosas han hecho en su
expedición, con qué amplitud se divulgó la peste de la magia, qué abundante es
el número de brujas. Sabemos que entre ellos no sólo se habla mal de Tanner,
sino también de muchos otros hombres religiosos y piadosos, que por haber
aconsejado con mesura y solidez a los inquisidores para que no realizaran su
tarea su tarea con negligencia e impericia, y por haberles probado algunos
errores que habían cometido, no sólo no tuvieron éxito sino que fueron
infamados con la misma calumnia de magia por las habladurías de los malvados.
Por cierto, quien se ocupe de este tema con su pluma o a su palabra, aunque sea
breve, se expondrá mucho. Lamento la suerte de los príncipes, cuya conciencia
corre serio peligro -pese a que la tienen tan tranquila-, en razón de que sus
propios confesores carecen de la libertad o el cuidado de aconsejarlos. Hace
poco tomé tres veces la pluma para no adoctrinar a alguno por carta, y otras
tantas me contuve. ¿Qué podría esperarme a mí? Sin embargo, digo lo que callan
tantos otros, a los que les corresponde hablar y son los únicos que podrían ser
escuchados fructuosamente si hubieran podido hablar. En esta obra
verdaderamente admonitoria, si la consideras en su totalidad, no hago otra cosa
que aconsejar cautela, que reprender los errores de varios, que demostrar que
ciertas pruebas o indicios que algunos emplean son de poca importancia. Mi
objetivo es ayudar a muchos inocentes. Lo hago con la precaución de no ser más
duro de lo que exige el asunto y de lo que conviene a un religioso; no ataco sino
a los malos y en general no toco a los buenos ni hablo de ellos. Así, pues, aquí no
hay nada de malo, nada que pueda disgustar a los hombre buenos y amantes de
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la equidad, de modo que, por el contrario, los que aman la equidad y se mueven
según la razón y la prudencia se alegrarán de que día a día se abra una vía por la
cual sea posible acceder a la ciudadela de la verdad. Estoy completamente
seguro de que si esta obra cayera en manos del vulgo, habría muchísimos
prefectos responsables de la pena capital que se indignarían y me rechazarían.
Sin embargo, por esa reacción quedaría en claro quiénes son y hasta qué punto
aman la verdad. Pero, de todas maneras, finalmente queda claro que no habrá
quienes se atrevan a aconsejar a los príncipes, cuando éstos no tomen en
cuenta estos asuntos, y que además, es importante para su conciencia que los
tomen en cuenta.
RAZÓN IX: Si los príncipes en persona no acercaran más sus ojos a estas causas
y no tomaran de ellas un conocimiento experimental, pecarían gravemente en el
caso de que los funcionarios acudiesen a ellos en medio de algunas dificultades,
y se atrevieran a resolver por sí mismos qué se debe hacer. Demuestro que
cometerían un pecado grave porque inevitablemente resolverán mal, porque no
comprenderían las cuestiones ni las informaciones, dado que los jueces
emplean un lenguaje nuevo que los príncipes no conocen y que nosotros
empleamos hasta ahora a partir de los repositorios de la lengua o de los
Capepinos, cuando únicamente pueden ser comprendidos mediante el
conocimiento experimental del que les hablase. Para que no se considere que
miento, que los príncipes traten de saber si entre todos ellos hay aunque sea uno
que, después de encendidas tantas hogueras, sepa hoy qué significan estas
frases de los inquisidores, cuando dicen por ejemplo:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Fue escuchada la confesión de Gaya; no satisfizo.
Tenemos indicios graves contra ella.
Procesamos según documentación alegada y comprobada.
Ticia se reconoció culpable sin tortura.
Ratificó con absoluta libertad al juez la confesión hecha bajo tortura.
Muchas mujeres que acusaron a Gaya fueron muertas.
Ticia reconoció todos los puntos y las mismas circunstancias que
depusieron acerca de ella las cómplices que la denunciaron.
26
8.
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Sempronia utilizó contra los tormentos el maleficio del silencio.
9.
10.
No sintió nada durante los tormentos; rió, durmió.
Fue declarada culpable estando presente; no obstante, permaneció sin
arrepentirse.
11.
Fue encontrada muerta en la cárcel, con su cuello completamente
quebrado. El Demonio la estranguló..
Y otras cosas parecidas.
Me animo a afrimar que esas palabras no significan aquello que suenan, así
como “caballo” no corresponde a “buey”, ni “camello” a “asno”, ni "agua” a
“fuego”, como el lector comprenderá a partir de lo que sigue, cuando
expliquemos estas maneras de hablar de paso y en los lugares
correspondientes.
De ahí que, si el inquisidor pregunta al príncipe, por ejemplo, qué ordena que
le ocurra al sacerdote Ticio, si acaso no debe ser quemado vivo, puesto que no
sólo hay grandes indicios contra él, sino que también fue declarado culpable en
presencia y de ninguna manera quiere convertirse ni arrepentirse. ¿Qué significa
en este asunto “grandes indicios”, qué significa “ser declarado culpable en
presencia”, “no querer convertirse”, “querer morir sin arrepentirse”?
Supongamos, por otra parte, que el príncipe consulte a los teólogos y que
resuelva la situación no según su opinión, sino según la de ellos. Se equivocará
igualmente y del modo más pernicioso. ¿Dónde o en qué libros habrían podido
los teólogos encontrar esas frases explicadas? ¿Acaso podrían soñar que el
significado de esas palabras había cambiado sin convocar a un concilio de
literatos? Por lo tanto es necesario que el príncipe aprenda estas formas de decir
y otras similares, pero no las aprenderá si no logra un conocimiento
experimental, y no lo logrará, salvo que renuncia a delegar toda la preocupación
en sus funcionarios.