viernes, 28 de febrero de 2025

FRAGMENTOS NOVELESCOS TRADUCCIÓN y NOTAS DE JULIA MENDOZA

 



INTRODUCCIÓN 

 1. Los papiros y la novela griega El hallazgo de papiros griegos en Egipto tuvo gran importancia para el estudio de la novela, ya que obli garon a modificar sustancialmente la cronología de las novelas ya conocidas, y por tanto a replantear toda la historia de la evolución del género. Además de esto, los papiros nos han proporcionado conocimiento, si bien sólo fragmentario, de otras muchas novelas desconoci das por otras fuentes o, como es el caso de Antonio Diógenes, de las que sólo teníamos noticias indirectas. La abundancia de fragmentos de novelas distintas nos ha dado idea, además, de la popularidad y difusión que alcanzó el género en época romana. Los estudiosos de la época romana, y después de ellos los de la bizantina, solamente sintieron interés y aprecio por algunas nove las, las más influidas por la retórica de estilo más lite rario, y son éstas solas las que nos han transmitido. Las demás, la inmensa mayoría de un género sumamente popular, fueron dejadas de lado y solamente hemos podido llegar a conocer algunas parcialmente por el descubrimiento de papiros egipcios a que nos hemos referido. Del hecho de que esta producción novelesca griega no sólo fue amplia, sino además extraordinariamente difundida y popular tenemos constancia por el hallazgo 320 FRAGMENTOS NOVELESCOS de mosaicos en algunas villae, como la de Antioquía (cf. Fr. 5 Introducción), con motivos y personajes de algunas de estas novelas perdidas. 

 2. Publicaciones De los fragmentos de novela se han hecho dos reco pilaciones que resultan ambas ya incompletas. La pri mera de ellas fue la de Lavagnini1 (Leipzig, 1922). Más completa es la de F. Zimmermann2 (Heidelberg, 1936), cuyos textos utilizamos básicamente en nuestra traduc ción, siempre que no digamos nada en contra, y que citaremos a partir de ahora simplemente por el nombre del autor más el número del fragmento. Después de la recopilación de Zimmermann ha sur gido un cierto número de nuevos fragmentos (frs. 5, 7, 8 y 9), y se han clasificado como novelas otros anterior mente considerados de otro género literario (frs. 10 y 13). Incluso hemos dejado fuera algún fragmento que por lo escasísimo del texto conservado, apenas dos o tres líneas, no parecía que mereciera la pena incluirlo en una tra ducción. Las características de la publicación de los papiros por colecciones según el lugar en que se conservan (POxy., PSI, etc.), o bien en revistas especializadas, hace que la bibliografía sobre los fragmentos de novela grie ga sea muy dispersa y que cada uno de ellos tenga en este aspecto su propia historia. Es indispensable citar la bibliografía sobre papiros literarios de Pack y las noticias que da sistemáticamente el Archiv für Papyrus 1 B, Lavagnini, Eroticorum graecorum fragmenta papyracea, Leipzig (Col. Teubner), 1922. 2 F. Zimmermann, Griechische Roman-Papyri und verwandte Texte, Heidelberg, 1936. INTRODUCCIÓN 321 forschung donde se agrupan los papiros por temas, y los papiros literarios por géneros. Rattenbury dedica el capítulo V del tomo III de New Chapters3 al estudio y comentario de los fragmentos de novela conocidos entonces, y parte de ellos son estu diados también en las obras generales sobre la novela griega de Perry, C. García Gual, así como en la revisión de Garin4 de algunos de los fragmentos más impor tantes. 3. Orden de los fragmentos En vista de que todas las recopilaciones de papiros resultan ya incompletas, nos hemos permitido deshacer la ordenación de Zimmermann y hemos colocado los fragmentos tratando de seguir en lo posible un orden cronológico. Tal orden puede establecerse en lo que res pecta a grandes períodos de tiempo (fragmentos del si glo i a. C., i d. C., etc.), pero el establecimiento de la cronología relativa dentro de los de un mismo siglo es imposible. Dentro de los del siglo n d. C. sabemos sola mente que el n.° 4, Herpilis, es anterior a los demás, pues se fecha generalmente en los primeros años de este siglo. Pero respecto de los otros ya no podemos decir nada más. El fragmento más antiguo, siglo i a. C., que es al mis mo tiempo la novela más antigua de todas las atestigua das, es el de la novela de Niño y Semíramis, basada en personajes histórico-legendarios. Posterior a ella, del i d. C., y más o menos contemporáneo de Caritón es 3 New Chapters in the history of the Greek Literature, ed. J. U. Powell, E. A. Barber y otros, tomos I-III, Oxford, 1921-23. 4 B. E. Perry, The ancient romances, Oxford, 1967. C. García Gual, Los orígenes de la novela, Madrid, 1972. F. Garin, «I pa- piri di Egitto e i romanzi greci», Stud. Itál. di Filol. Cías, NS 1 (1920), 163 ss. 322 FRAGMENTOS NOVELESCOS Antonio Diógenes y el de Quíone (n.° 2 y 3 respectiva mente). El siglo li d. C. es el del apogeo del género, y fechables dentro de él tenemos gran cantidad de frag mentos de papiros de muy diversos temas y estilos. Asimismo, de las épocas ii-in y m d. C. hay comparati vamente bastante cantidad de fragmentos, y su número disminuye a partir del iv.

 4. Los temas Para la consideración de los orígenes de la novela griega ha sido muy importante la reciente identifica ción de los personajes de Metíoco y Parténope (fr. n.° 5) como personajes históricos que el autor ha tomado de Heródoto, del mismo modo que Carítón toma a sus protagonistas de Tucídides. El hecho de que la primera novela conocida, la de Niño, sea también de ambiente histórico, que la cronología de la de Caritón se haya adelantado tanto, y ahora que también esta novela sea histórica hace pensar que en sus orígenes la novela griega fue de ambiente histórico, procediendo el género de obras como la Ciropedia y la historiografía en ge neral. El propio Antonio Diógenes, pese a que su novela se inscribe dentro del género de lo fantástico, de la areta- logía, trata de situarla en un ambiente histórico, la cen tra en torno a un personaje conocido, en este caso el filósofo Pitágoras. No utiliza los personajes históricos para convertirlos en protagonistas, pero sí sitúa la ac ción en una época determinada del pasado griego, ha ciendo incluso referencia a personajes concretos que, como el tirano Enesidemo, dotan a la acción de una da- tación precisa. Hay otro fragmento datable en este mismo siglo i d. C., el n.° 3, Quíone. Del tema de esta novela es difícil decir nada seguro, dado lo fragmentario del testimonio, INTRODUCCIÓN 323 pero llama la atención el hecho de que en él se hable de una corte real y una sucesión a un trono, ambiente que puede hacer también pensar en un contexto histó rico o histórico-legendario. Ya en época tardía, siglos iii-iv d. C., encontramos el fragmento de Sesoncosis que demuestra que el género histórico no desapareció nunca del todo en la novela griega. Posteriormente la ficción dio un paso más y se exten dió ya a todo el tema: anécdota y personajes salen ex clusivamente de la imaginación del autor. Este paso coincide además con el aumento del gusto por los am bientes exóticos y orientales, por los detalles patéticos y tremendistas, e incluso macabros, gusto ya patente en cierta medida en las Efesíacas y que alcanza un alto nivel en Loliano y en el propio Aquiles Tacio, que sus tituye la crudeza del anterior con un tratamiento retó rico y una cierta estilización que quita hierro a muchas de sus escenas. Coincide también con un cambio del sentido moral en materia erótica, que pasa de la exaltación de la castidad a ultranza aún presente en Jenofonte de Éfeso y bien patente en Caritón y en Niño y Semíramis (fr. 1) y en Antonio Diógenes (fr. 2) a un cierto regusto por los detalles eróticos que es claro en los fragmentos de Lo liano, cuya novela debía entrar en el grupo de las nove las licenciosas como dice el Suda que son las Rodíacas de Filipo y como son ciertos episodios del Asno de Oro de Apuleyo. Aumenta asimismo el gusto por lo fantástico, por la magia (fr. 13), y la intervención de sueños y visiones (Loliano, fr. 9), y entra ya en juego la sátira y la parodia de ciertos ritos, como en Yolao (fr. 8), que preludia ya el Satiricón. Aparte de estos rasgos generales, los temas de los fragmentos que conservamos son muy variados. Algunos 324 FRAGMENTOS NOVELESCOS nos transmiten escenas típicas de novela, como Ja des cripción de una tempestad (fr. 4), desesperación de la heroína (fr. 6), escenas del encuentro final de la novela (fr. 11 y 12), etc., que serán comentadas en la pequeña Introducción que precede a cada fragmento. J ulia M endoza

jueves, 27 de febrero de 2025

Biografias Literarias Latinas (Gredos)

 



Presentamos en este volumen todos los textos que han sobrevivido de la Antigüedad -poniendo a este término el límite convencional, y aquí en ciertos casos, conjetural, de la quinta centuria- encuadrables en el rótulo «Biografía literaria*, bajo el que los antiguos sin- tieron algo muy definido que da unidad a piezas de es- píritu tan diferente como son los De uiris illustribus de Suetonio y Jerónimo. Al interés que por sí misma tiene siempre la visión global de un género y su desarrollo en el tiempo, se añade en este caso el de reunir unas fuentes constante- mente referidas en las Historias de Literatura pagana o cristiana y que en ellas aparecen diseminadas en jue- go combinatorio con hipótesis modernas o testigos de otro cariz. Tras la reunión, traducción y anotación de estas pá- ginas hay una labor individual pero sobre todo un de- bate colectivo fielmente continuado durante los cursos de 1978 a 1981 por un grupo de alumnos de Filología Clásica de la Universidad de Santiago, en los Semina- rios con que el Profesor Díaz y Díaz logró dar un prove- choso y entretenido complemento a sus clases de textos latinos. A él tenemos que agradecer la iniciativa, colabora- ción y más que nada los renuevos de entusiasmo que impulsaron el trabajo hasta darle remate.

miércoles, 26 de febrero de 2025

GRACIELA REYES POLIFONÍA TEXTUAL LA CITACIÓN EN EL RELATO LITERARIO

 



GRACIELA REYES POLIFONÍA TEXTUAL LA CITACIÓN EN EL RELATO LITERARIO £ B IBLIOTECA ROMÁNICA HISPANICA EDITORIAL GREDOS MADRID o GRACIELA REYES, 1984.

 EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España. Depósito Legal: M. 43742-1984. ISBN 84-249-0971-2. Rústica. ISBN 84-249-0972-0. Guaflex. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1984. — 5780.

 A la memoria de Frida Weber de Kurlat 

PRÓLOGO Nous ne faisons que nous entregloser. Montaigne 

 En este libro se estudian los mecanismos lingüísticos de la traslación discursiva: cómo se hacen simulacros de palabras con palabras, cómo se reproduce una enunciación por medio de otra. El fenómeno es analizado en el lenguaje de la conversación y en algunos textos escritos, pero sobre todo en la literatura. El texto literario es, en sí mismo, un simulacro. En cuanto estructura verbal representativa de discurso (y conjuntamente de la realidad que el discurso articula) la literatura es simula cro lingüístico por excelencia, imagen de discurso desarraigada de un yo-tú, de un aquí y de un ahora determinables e históri cos, es enunciación imaginaria sujeta a infinitas actualizacio nes. Propongo en la Introducción que la literatura es cita de discurso: es lengua mostrada en uso, es análisis, tergiversación, explotación de virtualidades y juego con las convenciones, limi taciones y glorias de nuestros actos de habla corrientes. Estudio los simulacros en el simulacro. En el Capítulo 1 me detengo en el problema del simulacro, en el proceso de citar: su función representativa, su perversión. Ningún acontecimien to es reductible a otro: tampoco el acontecimiento lingüístico. En cuanto a las formas gramaticales de citar, retomo el sistema de los estilos directos e indirectos, inseparable de las primeras reflexiones sobre la literatura, y que podemos aprovechar, mati zándolo. En éste, como en todos los asuntos gramaticales, me he inspirado en los postulados de la lingüística pragmática y empleo métodos de análisis contextual. En el Capítulo 2 hago un análisis del relato literario, estruc tura de voces, mundo de fantasmas que hablan y fantasmas que escuchan. Reviso, a la luz de trabajos recientes, conceptos bási cos de teoría literaria, y muestro la estructura y funciones de algunos tipos de polifonía. El Capítulo 3 propone una variedad de oratio obliqua a la que encuentro un considerable valor explicativo, que trato de poner a prueba en el análisis de la técnica narrativa de García Márquez. El último capítulo discute un tema muy discutido, el estilo indirecto líbre. No reconstruyo polémicas: intento acotar el fe nómeno, analizar cuidadosamente textos, explicar funciones, y mostrar una evolución contemporánea. Sabiendo que toda escritura es una reescritura, y por oponer resistencia de algún modo a esa fatalidad, he elegido el camino más difícil: ni un análisis descriptivo, de manual (ejemplos y glosas, sobre un discurso teórico de función más bien ornamen tal, al uso), ni la erudición desencantadora de un fichero desovi llado (prosa empedrada de autores y años, también al uso). He reescrito, a conciencia. Muchas veces, como es inevitable, en ora tio quasi obliqua. Otras, creyendo organizar ciertos fenómenos lingüísticos o literarios a mi modo y a mi riesgo. El lector —pálido e intrépido lector, para citar a un autor tantas veces citado en este trabajo— se encontrará con exposiciones lingüís ticas, con disquisiciones de teoría literaria, y con análisis de textos. Si algún delito veo en esta mezcla, es delito de estilo: por convención genérica, tendemos a tratar literariamente lo li terario y secamente (o con ese humor pueril de gramáticos y lógicos, afectos a gatos y a reyes calvos) lo lingüístico. He inten tado armonizar asuntos y estilos; sé, por quienes tuvieron la buena voluntad de leer mis borradores, que no lo he conseguido siempre. Es muy difícil remediarlo, sin traicionar lo que quiero decir, y que, una vez dicho, coincide perversamente con la for ma en que está dicho. Al lector —paciente y desprevenido— que se meterá conmigo en un mundo de citas, lo remito a una, que sabrá descontextualizar y aplicar a este problema de mis esti los: en Madrid, al lado de las fuentes, hay un cartel que advierte «Esta fuente utiliza siempre la misma agua». También este li bro, aunque el agua no fluya con el sosiego y la geometría inva riable con que fluye la de las fuentes. Detalles de estilo y organización expositiva que será útil anun ciar al esforzado lector: sólo he utilizado tres abreviaturas: ED (estilo directo), El (estilo indirecto) y EIL (estilo indirecto libre); todos los textos que analizo, sean o no literarios, llevan un nú mero para facilitar las referencias; por más que el lector —atento— encuentre más repeticiones de las necesarias, el me jor entendimiento del texto exige, según la ilusión de la autora y su método de exposición, que se lo lea en el orden en que va presentado. Analizo autores contemporáneos hispanoamericanos: Borges, Cortázar y García Márquez sobre todo; también Vargas Llosa, Puig, y algunos más. Son los autores que yo conozco mejor; es probable que figuren entre los más conocidos por el lector, y que así podamos sobreentender un contexto, el de la obra de cada uno de estos autores, y los análisis no queden en el aire; una gran ventaja, ya que los textos han tenido que sufrir la ine vitable mutilación. Los que he elegido son, además, grandes na rradores, dignos de estudio, excelentes ejemplos de técnicas dis cursivas y literarias del español actual. Un prólogo es un resumen, una representación, una cita, del libro al que antecede. Para no tentar a los reseñadores, que en cuentran cómodo y seguro citar esa cita, no digo más. Me queda el deber, grato y difícil, de dar gracias. Frida Weber de Kurlat me alentaba a estudiar el lenguaje de la literatura. Después de diez años de mucho errar, quizás ahora he hecho algo semejante a lo que ella me proponía: lo ofrezco como pequeño homenaje a su recuerdo. Sin Manuel Alvar, hombre sabio y bueno, yo hubiera sucum bido al exilio y a mis incapacidades. Le agradezco su amistad, que me trajo, para mayor fortuna, la de Elena; le agradezco su ejemplo y su constante, espléndida generosidad. Félix Martínez Bonati y Ruth El Saffar leyeron borradores de este libro, y me hicieron valiosos comentarios; Beatriz En- tenza de Solare eliminó del manuscrito final torpezas y comas desconcertantes. Reciban mi gratitud por su interés y paciencia. Le doy gracias a Celina Sabor de Cortázar, que me acompa ña, estimula y enseña a la distancia. Y gracias a Leda Schiavo por sus despiadadas notas al margen y por una amistad que me ayuda, entre otras cosas, a escribir libros. Mis alumnos de Chicago, de Madrid y de Málaga, a quienes expuse algunos puntos de este libro, mostraron un entusiasmo que les agradezco mucho. Y quede constancia de mi gratitud a mis admirados amigos Julio Calonge y Valentín García Yebra, de Editorial Gredos. G. R. Madrid, 17 de febrero de 1984.

martes, 25 de febrero de 2025

ESQUILO GILBERT MURRAY Esquilo Creador de la tragedia

 



NOTA A LA TRADUCCIÓN 

 El lector del «Prefacio» escrito por Gilbert Murray ya sabe que nuestro autor cita las tragedias de Esquilo según su propia traducción inglesa. Se trata de versiones poéticas en las que el traductor tensa al máximo la literalidad del texto para satisfacer las exi gencias de la rima y el metro de los versos ingleses. Nos ha parecido lo más pertinente no traducir el mensaje desnudo de esos fragmentos al español, puesto que no se con servaban los elementos poéticos de la versión inglesa y, en consecuencia, el alejamiento del original esquileo queda sin justificación. Por tanto, en el caso de las citas más ex tensas, ofrecidas en párrafo aparte y cuerpo de letra menor, ofrecemos textualmente la versión de Bernardo Perea Morales de las tragedias de Esquilo (Gredos) y la de Fran cisco Rodríguez Adrados y Juan Rodríguez Somolinos de Las ranas de Aristófanes (Cátedra), pese a que, en ocasiones, difieren bastante de las versiones de Murray. Por otro lado, tanto en el caso de citas más breves o paráfrasis de las piezas de Esquilo, en garzadas en el texto principal de nuestro autor, como en el «argumento» del Agame nón que Murray ofrece en el «Apéndice», no siempre ha sido posible ajustarnos a la versión castellana citada. En los múltiples casos en los que el autor cita el texto de Es quilo de forma resumida o aproximada, hemos traducido el texto de Murray, teniendo a la vista la versión de Bernardo Perea y la de José Alsina Cota, publicada por Cátedra. 

PREFACIO ¿Es verdad que hay suficientes, y más que suficientes, libros sobre Esquilo, no solo ediciones, comentarios y traducciones, sino tam bién estudios literarios e históricos como aquellos que el difunto doctor Verrall llamaba, un tanto irrespetuosamente, «hojarasca» ? Cuando un estudioso consulta el catálogo de la Biblioteca Bodleia- na, o incluso sus propias estanterías, le resulta difícil pensar que no sea así. Y, sin embargo, habrá y tiene que haber más; el proceso no tiene fin. La razón es muy sencilla. Los pocos libros verdaderamente grandes de la historia, los libros cuya belleza y vitalidad intelectual siguen conservando la capacidad de acelerarnos el pulso e inspi rarnos al cabo de más de dos mil años tienen un valor especial para la humanidad y no debemos permitir que mueran. Sin embargo, morirán a menos que, generación tras generación, se los siga estu diando, amando y reinterpretando. Recuerdo la emoción con la que, hará unos cuarenta años, en la biblioteca Laurenciana de Florencia, tomé por primera vez entre mis manos el gran manuscrito de Esquilo, Mediceus 32,9. Me con taron que Rudolf Merkel no pudo reprimir las lágrimas cuando se lo dieron; pero en aquel entonces Merkel acababa de salir de la cár cel por haber participado en algún movimiento republicano en Alemania y le emocionó que lo tratasen con consideración y respe to. Hizo una transcripción extremadamente cuidadosa del ma nuscrito, que resultó muy útil hasta que fue remplazada por el fac 9 10 Prefacio símil fotográfico. En la misma situación, otros harían algo distinto; pero todo verdadero estudiante y amante de Esquilo querrá hacer algo, aunque solo sea tomar notas en el margen de su libro o parti cipar en los debates de alguna sociedad erudita. Algunos optarán por escribir libros. El sufrido público tiene el derecho de plantear al nuevo intér prete al menos dos exigencias mínimas. En primer lugar, tiene que haber estudiado realmente su materia, tiene que haberla es tudiado durante años, antes de creer que tiene algo valioso que de cir al respecto; en segundo lugar, su libro no tiene que ser innece sariamente largo. Creo que yo he cumplido estos dos requisitos básicos. El presente libro no es, en el sentido más estricto de la palabra, erudito. Es únicamente un intento de entender las obras esquíleas como literatura y teatro de gran calidad. Esa clase de estudios corren el riesgo de ser llamados «meramente populares», y el pre sente libro tiene los defectos propios de la especie. Da pocas refe rencias y no recoge una gran cantidad de testimonios o autoridades. Hace escasa o nula mención de la deuda que tiene con escritores anteriores. Los pasajes citados se ofrecen en la mayoría de los casos en inglés, y casi siempre están tomados de mis propias traduccio nes publicadas, opción que reconozco que es posible criticar. Soy consciente, sin embargo, de haber resistido a dos tentaciones que podrían haber hecho el libro excesivamente largo: la de añadir no tas argumentativas al pie para explicar o defender mis opiniones sobre determinados pasajes, y la de alejarme de mi tema inmedia to para adentrarme en otros ámbitos literarios. Por ejemplo, al mostrar que Esquilo elaboró sus grandes piezas dramáticas y su estilo magnífico a partir de «pequeñas fábulas y una dicción bur lesca», fue difícil no explayarse sobre los casos similares de otras grandes tragedias como Hamlet y Fausto: la primera es el resultado de una lenta evolución por etapas que se remonta a la tosca farsa del bufón Amlodi de la epopeya escandinava, de la que quedan Prefacio I I huellas en el Primer Cuarto de Shakespeare; la segunda procede de la popular Comedia del Dr. Fausto, común en las ferias alemanas desde el siglo xvi, que trataba del destino de un hombre que, según las palabras de un contemporáneo, era «un necio más que un filó sofo, un charlatán y un fanfarrón que merece que lo azoten». No obstante, la adición de un apéndice, apéndice que, por aña didura, entraña la repetición de algunas cosas ya dichas, exige una palabra de apología. Cuando empecé a leer obras de teatro griegas me di cuenta de que muchas veces, cuando creía que conocía la obra, y tenía la mente llena de frases y pasajes concretos, en reali dad tenía poca idea de la obra como conjunto o del valor dramá tico de determinadas escenas y transiciones entre escenas. Esto es especialmente aplicable a una obra tan sutil y difícil como Agame nón, y estoy seguro de que a mucha gente le pasará lo mismo. Por ejemplo, en un comentario competente desde el punto de vista lin güístico he visto una observación sobre la «extraña falta de inteli gencia» mostrada por los ancianos en la escena de Casandra. El escritor no había comprendido el interés esencial de la escena, que consiste en ver que se está cumpliendo la maldición de Apolo. Es un ejemplo extremo; pero creo que muchos profesores, cuando leen, pongamos por caso, un parlamento de Clitemestra, no se pre guntan suficientemente, o no hacen que su clase se pregunte, no solo «¿Qué significan las palabras?», sino «¿Por qué dice eso?» o «¿Qué efecto pretende lograr Esquilo?». Si queremos entender la obra, debemos formularnos estas preguntas. La respuesta que les demos, claro está, será hipotética y a me nudo equivocada. Ninguna producción de una obra es perfecta. Recuerdo que uno de los directores más expertos de nuestra época me dijo que, después de dirigir Chéjov con un éxito notable en Londres, vio cómo lo representaban en Moscú unos actores a los que había preparado el propio Chéjov y quedó perplejo al descu brir cuántas cosas no había sabido ver o había entendido mal. No hay duda de que, si pudiésemos ver una representación del Agame 12 Prefacio nón dirigida por el propio Esquilo, quedaríamos considerable mente más perplejos. Pero la comprensión perfecta de cualquier poema, como el propio poema perfecto, queda fuera del alcance de los mortales. Con todo, podemos esforzarnos para aproximarnos a ese ideal. Pero volvamos a los detalles. Como se menciona en la pág. 132, la búsqueda continua de fragmentos de Esquilo en los trozos de papiros de Oxirrinco y otros lugares se ha visto recompensada oca sionalmente con un hallazgo importante. Como el señor Lobel ha tenido la amabilidad de dejarme ver los fragmentos que publicará en su próximo libro, Oxyrhynchus Papyri XVIII, añado esta breve nota. En primer lugar, mi sugerencia sobre la trilogía de Perseo en la pág. 148 es errónea. Los nuevos fragmentos de los Δικτυουλκοί, o Los que tiran de la red, pertenecen sin duda al mismo manuscrito que los dos ya publicados por Vitelli y Norsa en Pap. Soc. It. 1209, y proceden de un drama satírico, no de una tragedia. Al parecer, el cofre en el que Dánae y su hijo fueron arrojados al mar no se man tuvo a flote como un bote abierto, sino que tenía la tapa cerrada y se hundió. Al menos, en el fragmento florentino, el coro, que lleva a la costa un objeto pesado que ha quedado atrapado en su red, cree que es «un tiburón o una ballena o alguna clase de mons truo», y en el fragmento de Oxirrinco se dice que Dánae estuvo «bajo el agua» (ύφαλος). Es evidente que el coro está formado por sátiros. Arrastran el cofre hasta la costa, lo abren y descubren a la madre y el niño. Parece que Dánae está dormida o inconsciente. El pescador, Dictis, se apiada de ellos y promete protección a los des terrados, y pide a los sátiros que los vigilen. Se marcha y Dánae despierta y se encuentra con los grotescos sátiros bailando a su alrededor. Dirige una súplica desesperada a Zeus, que la había traicionado, amenazando con matarse antes que permitir que vuelvan a arrojarla al mar o la entreguen a la merced de «esos mons truos» (τοΐσδε κνωδάλοις). Mientras tanto, no obstante, el niño, Prefacio τ3 divertido con las payasadas de los sátiros, empieza a reír. Juegan con él y hacen ruidos apropiados (ποππυσμός), y todo va bien. En un fragmento posterior, tenemos un final feliz, en el que Dánae va a casarse con Dictis. Se ha encontrado otro espécimen del estilo satírico de Esquilo y el señor Lobel lo ha relacionado con los Enviados o Isthmiastai. Los enviados son sátiros; los encontramos ante el templo de Posei don, colgando unas máscaras que son sus propios retratos. (¡Es tal el parecido que haría gritar a su madre!) Parece una referencia al ritual de los oscilla colgantes a los que se refiere en Géorgie II389 y sigs. (cf. el festival ateniense de Αιώρα). La trama es oscura. Algún «Exarchón» —probablemente el propio Dioniso, puesto que al guien lo llama άναλκις y γύννις— reprocha a su coro que haya asis tido a la fiesta de Istmia en lugar de dedicarse a sus propios bailes. Alguien se refugia en el templo, y algún perseguidor accede a abandonar su persecución a cambio de un regalo, un objeto «he cho con una azuela y un yunque» que no sabe para qué sirve. No tenemos ninguna descripción antigua de los Isthmiastai y los estu diosos tienen que recurrir a su ingenio para interpretar los frag mentos. Estos dos papiros tienen un interés extraordinario, puesto que son los únicos ejemplares de que disponemos del famoso drama satírico de Esquilo. Lo poco que se ha conservado permite hacerse una idea de la gracia y el vigor del estilo: parece espontáneo, ani mado y rápido, y al mismo tiempo tiene cierta elegancia. Ahora bien sería precipitado sacar conclusiones a partir de un material tan exiguo. Hay menos que comentar acerca de los nuevos fragmentos de tragedias. El papiro florentino de Níobe es un magnífico ejem plo del verso esquileo. Los numerosos fragmentos diminutos del Glauco de Potnia, la tercera parte de la trilogía de Los persas, solo son incitantes, pero parecen encajar bien, como señala el señor Lobel, con la historia conocida del Sparagmos de ese héroe por sus Μ Prefacio propios caballos. El otro Glauco también está representado. Un fragmento de quince versos contiene un pareado citado por Estra- bón a partir de Glaucus Pontius, y parece proceder de un par lamento de Glauco en el que cuenta que, en un lugar desierto, encontró la planta de la vida eterna, lo cual sabemos que era el epi sodio principal de la obra. G. M. Oxford 27 de diciembre de 1939

lunes, 24 de febrero de 2025

TEORÍA GENERAL DEL ENSAYO María Elena Arenas Cruz



 PRÓLOGO 

 Una comprensión global y exhaustiva de la escritura artística no puede dejar de tener en cuenta el estudio del ensayo como género perteneciente a un espacio que, situado en lo literario y en lo no literario, mantiene una vinculación plena con el arte de lenguaje y en gran medida es definido en función de éste. Este libro de María Elena Arenas Cruz se plantea decididamente elucidar la construcción y las características del ensayo y contribuir a dicha comprensión. Para ello, la auto ra delimita, como imprescindible paso, el objeto y explica el instrumental teórico que activa para su análisis de éste. La literariedad del ensayo y su construcción textual resultan fundamentales en la explicación que da la autora, quien; con el tratamiento de tales aspectos, pone las bases de su teoría del ensayo, en la que el componente textual ocupa necesa riamente el centro. El interés por el texto del ensayo va acompañado de la aten ción al referente de éste, como imprescindible parte del mundo proyectada a las estructuras textuales en las que es representada. El cerco semiótico al ensayo se completa con la aproximación pragmática que consiste en el estudio que María Elena Arenas hace de la comunicación ensayística y de los participantes en la misma; se trata de un planteamiento de pragmática plena, basado en estructuras que, lejos de estar vacías o de tener débiles soportes, son estructuras pragmáticas llenas de los elementos del componente textual y del componente referencial. Esta amplitud, acompañada de solidez, del planteamiento de análisis del ensa yo le viene al libro Hacia una teoría general deI ensayo (construcción del texto ensayístico), a mi juicio, de la orientación fundamentalmente retórica del instru mental que la autora emplea como armazón global de explicación y como activo esquema que se proyecta iluminadoramente sobre cada uno de los aspectos y par tes de la construcción ensayística, integrada por el componente textua], por el referencial y por el pragmático. La retórica, que no es menos la lingüística del texto de los antiguos que su estilística, se presenta como un complejo teórico completamente adecuado para el estudio del ensayo por dos razones principal mente; de un lado, por esa dimensión textual de la retórica con implicación de la dimensión referencial y de la pragmática y, de otro, por la adecuación entre la teorización sobre la argumentación que forma parte de la retórica y el constitu yente argumentativo propio del ensayo. El conjunto de operaciones retóricas for mado por la inventio, la dispositio y la elocutio da cuenta del texto del ensayo y de su referente y de la que es una de las cuestiones más actuales y, a la vez, his tóricas en el estudio del texto de arte de lenguaje: la relación entre texto y mundo extensional. la transformación del referente en texto y los condicionantes de las estructuras de éste sobre la configuración de aquél. No queda fuera de dicho con junto la elaboración estilística del ensayo, a cuyo estudio contribuye la teoría de la elocutio. Las relaciones retóricas que en el ensayo analiza la autora de este libro no se limitan al componente textual y al referencial. Se extienden, como no podía ser de otro modo estando presente la retórica, a las relaciones, tan importantes en todo texto literario y en todo texto oratorio, entre autor y receptor. En el ensayo, el autor pone su construcción textual al servicio de la finalidad pragmática que pretende alcanzar. Es la adhesión al texto, al referente, al pensamiento propuesto, lo que busca el autor en el lector como efecto de su poiesis ensayística. Es aquí donde la influencia retórico-lingüística se concreta en la convicción más que en la persuasión. No se trata de hacer que el lector actúe en un sentido determinado, sino de conseguir que vea el mundo de una manera determinada, que llegue a estar convencido de la validez de las propuestas que el autor le hace en su texto (y con su texto). El ensayo es, como la literatura, espacio de seducción a partir del encuentro del autor y el lector en el texto. Con los recursos figúrales y orga nizativos del lenguaje, con los recursos de configuración referencial, el autor establece con el lector una relación pragmática, de comunicación, cuya meta es atraer hacia sí al lector, llevárselo consigo, pero no solamente como resultado final de la lectura, sino desde el primer momento de ésta. Seducir al lector con el lenguaje y con las ideas, convencerle de las ideas que le propone, lograr su adhe sión en todo -estilo, disposición global, contenidos, etc.- es lo que el autor busca como resultado de su actividad escritural. Sin embargo, la persuasión no está completamente ausente del ensayo; es un efecto que, lejos del carácter central y directo que tiene la convicción, no está excluido, como paso posible desde la adhesión al pensamiento propuesto a una actuación, si se da la ocasión, en concordancia con esa adhesión. El libro de María Elena Arenas Cruz aporta luz explicativa sobre el ensayo, pero también lo hace sobre los propios métodos que utiliza para su estudio. Pone a prueba, con solvencia y positivos resultados, la adecuación entre el instrumen tal teórico y el objeto al que éste es aplicado. Una retórica y semiótica textual del ensayo como la propuesta en este libro supone, en mi opinión, un importante paso en la consolidación de los modelos de base textual en la elucidación de la constitución y el funcionamiento de la escritura artística con atención a todos sus componentes y aspectos. La textual idad como rasgo inherente del ensayo y la argumentación como elemento constituyente del mismo no sólo hacen posible, sino -podemos decir- exigen la presencia de la retórica, en asociación con la semiótica y la lingüística del texto, para el tratamiento teórico de esta clase de textos, de este género que participa de lo literario y de lo no literario. En el libro es manifiesta la coherencia de la actuación de la autora con su conocimiento de estas necesidades que presenta el objeto de estudio. Conocí y valoré la anterior redacción de este libro cuando fue defendido como tesis doctoral en la Universidad de Castilla-La Mancha ante un tribunal del que yo formaba parte. Del trabajo de la autora y de las oportunas orientaciones de su directora, la doctora María Rubio, profesora titular de dicha Universidad y queri da alumna mía, surgió una muy valiosa tesis doctoral. Ahora, tras la necesaria reformulación del trabajo, el resultado es ofrecido en forma de libro a la comuni dad científica como contribución a la explicación de la creatividad lingüística. 

 Tomás Albaladejo Catedrático de Teoría de la Literatura Universidad Autónoma de Madrid

sábado, 22 de febrero de 2025

VIDA Y OBRA DE GALDÓS PRÓLOGO JOAQUÍN CASALDUERO

 



Este estudio se propone mostrar la unidad interior de la obra galdosiana y el desarrollo orgánico del mundo de Galdós, que va de la Historia a la Mitología, de la Materia al Espíritu, de España a la Humanidad. Desarrollo que no es una evolución, sino una formación, un depurado crecimiento, en el cual cada etapa creadora no anula la anterior: la incorpora a una realización necesaria de su mundo. Dickens, Balzac, Zola, y especialmente Cervantes, forman el fon do sobre el cual se destaca la obra de Galdós. Cervantes, además de transmitirle la forma irónica para captar un personaje y plantearse un problema o concebir un conflicto, le guía en el estudio del complejo de la cristalización de la cultura española. Galdós se forma un concepto de la historia y de la vida, primero con las ideas de Comte y Taine, después con las de Hegel y Schopenhauer. En este trabajo no se encontrará ni un análisis de las obras de Galdós ni un estudio de los temas que constituyen el mundo galdosiano. Obras y temas se han tenido en cuenta en tanto que nos mostraban el significado de la Obra y sólo en el grado que ayudaban a ello. # # # Me han ayudado a preparar esta nueva edición las Señoras Flor Urrutia de Menéndez, y Sacha Casalduero junto con los Señores An gel Del Río y Charles A. Me Bride, a quienes me complazco en dar las gracias, J. C. New York, 1961.

viernes, 21 de febrero de 2025

VILLON POESÍA COMPLETA INTRODUCCIÓN.

 


INTRODUCCIÓN 

 He aquí unas breves líneas preliminares destinadas a explicar y, en cierto modo, justificar el plan seguido en la arquitectura de este libro. Su núcleo principal lo constituyen, por supuesto, las poesías completas incontrovertiblemente admitidas co mo de Frangois Villon confrontadas con su traducción al castellano en páginas impares. Ofrécese así una edición bilingüe para la que hemos adoptado una ver sión materialmente «pegada», en cuanto posible ha sido, al texto original, del que se ha modernizado su ortogra fía. De esta manera pretendemos evitar que pueda en ningún momento aplicársenos el conocido proverbio italiano: traduttore, traditore. Cuando se trata de traducir a los poetas, se hace más peligroso pecaY de «traición» por la dificultad —a menudo imposibilidad— de conservar a un tiempo el pensamiento y la melodía de su obra. Con Villon las cosas se complican todavía. Su lengua es ese francés del siglo xv en trance de perder las estructuras antiguas en su evolución hacia una sintaxis y una morfología dife rentes. Semejante período evolutivo se presta mejor a la ambigüedad y a la reticencia de quien quiere dar a entender cosas que no quiere manifestar claramente. Este poeta, gusta de la anfibología y de la antífrasis y hace de ellas el instrumento más adecuado de su mor daz humorismo. Nuestro mayor afán ha sido, pues, reflejar fielmente sus palabras para decir en nuestra lengua lo que él nos dice en la suya y en la forma que nos lo dice. Si hemos conseguido nuestro empeño, podemos dar nos por satisfechos; pero el lector seguirá encontrando indescifrable una buena parte de la obra de Villon, especialmente la dedicada a sus burlescos legados. ¿Qué relación tienen estos peregrinos donativos con los lega tarios que va nombrando el poeta? Ya Clemente Marot, a un siglo escaso de distancia, en su edición de Villon declara: «... En cuanto a la industria de sus legados que hizo en sus testamentos, para conocerla y entenderla suficientemente, habría sido preciso estar en su época en París y haber conocido los lugares, las cosas y los hombres de los que habla...» 

 La incansable y exhaustiva búsqueda de los eruditos modernos por los archivos nacionales franceses ha per mitido identificar a la casi totalidad de las gentes citadas por Villon, de modo que, para orientar a sus lectores y facilitarles la mejor comprensión de los juegos sentimentales o satíricos del poeta, toda edición de sus poesías completas suele acompañarse —y así se hace en este libro— de un índice alfabético donde se contiene noticia de esos nombres propios de personas y lugares. También resulta indispensable para compenetrarse con el espíritu de una obra tan íntima y emotiva como ésta conocer, al menos en grandes rasgos, los hitos más importantes de la biografía de su autor y dar una idea del escenario en que hubo de desarrollarse. 

A tal efecto, al no poder extendernos en tanto espacio como sería necesario, hemos creído oportuno añadir una sucinta cronología biográfica y el boceto de~una estampa gene ral del París que habitó Villon. Fuera de los poemas contenidos en este volumen, se atribuyen también con certeza a la pluma de nuestro poeta once baladas escritas en la particularísima jerga que emplearon entre ellos los malhechores integrados en la temible banda que se llamó «la Coquille». Se ha prescindido aquí de esos poemas cuyo texto está lejos aún de haber sido enteramente descifrado por los pocos filólogos que se han aplicado a su estudio. ¿Cómo entonces podríamos saborear unas baladas de contenido extraño y casi impenetrable? Puede asegurarse, además, que en ellas se dan consejos de prudencia y habilidad a ¿os malhechores a quienes van dedicadas y que no aña den nada a la gloria de Villon. Su único interés estriba en la lengua en que están escritas, de alcance y existen cia efímeros. Señalemos, finalmente, que, en todas estas notas anejas, hemos rehuido el empleo de abreviaturas y nos hemos circunscrito a unas pocas, indispensables y de fácil interpretación; así L. significa Lais o Legados, T. = Testamento, P. D. = Poesías diversas, B.= Balada, sigs. siguientes, etc.

jueves, 20 de febrero de 2025

SEXO Y PODER EN ROMA

 



CUNNUS La sexualidad puede parecer algo natural, como el comer, y, sin embargo, más allá de la biología, comporta una enorme carga social -como también lo hacen la gastronomía y los modales en la mesa-. Así, el elemento natural se va cubriendo de capas y más capas de normas, tabúes, prejuicios, deseos y miedos, en una convivencia difícil de ternura y violencia, de amor y de odio, de lo tópico y de lo transgresor. Por supuesto, la antigua Roma no fue una excepción en su tratamiento del sexo, y conocer mejor cómo los romanos concebían el cuerpo y el deseo, cómo entendían la reproducción y el matrimonio, cómo usaban el sexo en la política o cómo se impregnaba de sacralidad, nos ayuda a entender mejor su sociedad -y la nuestra-. ¿Podemos fiarnos de las maledicencias sobre la lasciva Mesalina o sobre el ambiguo Heliogábalo? Mejor, cuestionemos las fuentes, intentemos adivinar cuánto hay de real en sus exageraciones o acudamos a la iconografía, aunque sea problemática y no siempre bien conservada. Si con Soror. Mujeres en Roma Patricia González nos hizo ver el mundo clásico a través de los ojos de esa mitad de la población tan a menudo ocultada, en Cunnus. Sexo y poder en Roma recorre los diferentes aspectos del sexo y las distintas sexualidades que existieron en Roma: desde cómo se nombraba el sexo y el cuerpo hasta la pornografía y los juguetes sexuales, desde el matrimonio a la violencia sexual y desde las castas vestales hasta las insaciables brujas capaces de corromper a los hombres. Comprender cómo se naturalizaban ciertas prácticas, se rechazaban otras o cómo se crearon algunos prejuicios, nos ayuda a deconstruir nuestras propias ideas preconcebidas y nuestras, aparentes, esencias. Nos ayuda, en suma, a cuestionarnos, que es algo a lo que toda buena mirada al pasado debe empujarnos.

miércoles, 19 de febrero de 2025

CHARLES D'ORLÉANS Poesías Edición bilingüe Francés antiguo / Español Traducción e introducción Ana María Holzbacher

 



CHARLES D'ORLÉANS Poesías Edición bilingüe Francés antiguo / Español Traducción e introducción Ana María Holzbacher Servido de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid © Ediciones UAM, 2012 © La autora Ediciones Universidad Autónoma de Madrid Campus de Cantoblanco C/ Einstein, 1 28049 Madrid Tel. 914974233 (Fax 914975169) http://www.uam.es/publicadones servido.publicadones@uam.es ISBN: 978-84-8344-331-6 Diseño y maquetadón: Miguel A. Tejedor López Depósito legal: M-34860-2012 Printed in Spain - Impreso en España Este gran poeta y el tiempo que le he dedicado se los ofrezco a mi Maestro el Dr. Martín de Riquer A.M.H. ÍNDICE 9 21 127 131 

 Introducción Poesías Incipits de las poesías en francés antiguo Al César lo que es del César y a Charles d'Orléans... Introducción En el siglo XV francés tenemos dos grandes poetas: Francois Villon y Charles d'Orléans. Francois Villon es el poeta maldito, el "voyou", Charles d'Orléans es el gran señor. Normalmente se conoce ya pronto en las escuelas a Francois Villon, en cambio se ignora mucho a Charles d'Orléans, por más que, si tuviésemos que poner a cada uno en un platillo de la balanza, no sabemos de que lado se decantaría. Ch. d'Orléans nació en Paris en noviembre de 1394. Era hijo de Valentine Visconti, duquesa de Milán, y de Luis, duque de Orléans, hermano del rey Carlos VI. En 1406, prometieron a Carlos con Isabel de Francia, viuda del rey de Inglaterra Ricardo II. En 1407, recibió la noticia de que su padre había sido asesinado por sicarios de Juan Sin Miedo. El 4 de noviembre de 1408 su madre moría de pena después de haber intentado en vano rehabilitar la me moria de su difunto esposo y perseguir al asesino. A los catorce años Charles d'Orléans se casa con Isabel, su prometida. La joven esposa se queda embarazada y muere. Existe rivalidad entre los duques de Orléans y los de Bourgogne. Para atenuar la influencia de la casa de Bourgogne, se firma una alianza entre la casa de Armagnac y la de Orléans, y, como consecuencia, Carlos se casa con Bonne d'Armagnac hija de Bemard VH, conde de Armagnac. Se producen unos enfrentamientos en París, uno y otro bando ape lan a la ayuda inglesa y, finalmente, los ingleses van a sacar provecho de estas desavenencias: el rey de Inglaterra, Enrique V, prepara la con quista de Francia. Así empezará la guerra de los Cien Años. En 1415, la armada francesa sufre una derrota importante en Azin- cour, y Charles d'Orléans es hecho prisionero. Los vencedores lo con sideraban un hombre intrigante y peligroso y, por otra parte, creerán siempre que tienen con él m a presa de valor, de la que pueden cobrar un considerable rescate. Esto será un grave perjuicio para el poeta, por que retrasará una y otra vez su liberación. Charles d'Orléans es llevado en primer lugar a Londres, en compañía del rey, y, más tarde lo man tienen en ma prisión solitaria bajo la guardia de Robert Waterton. En 1432, el conde de Suffolk solicitó su custodia y esto cambió la situación de Charles, porque dicho personaje era un hombre cultivado y bueno, que además escribía poesías, lo cual le hacía capaz de comprender al prisionero y de ayudarle. De hecho la escritura estaba prohibida a los prisioneros por tratarse de un posible medio de contacto con el exte rior, en este sentido Charles d'Orléans gozaba de un privilegio excep cional. Esto explica su afirmación: "De balader j'ai beau loisir/ Autres de- duits me sont cassez". (Balada XL). (Tengo toda libertad para pasearme, pero me veo privado de otros placeres.) Durante años se negoció el intercambio de Charles d'Orléans o, al menos, la cuantía de su rescate, pero sin éxito, y nuestro poeta se sentía como un juguete, y deseaba la paz a toda costa, aun que fuese bajo la dominación en Francia del rey de Inglaterra. Por fin fue liberado en el año 1441, a cambio de una importante suma. Se casó conMarie de Cléves, sobrina del duque Philippe de Bourgogne, (su segunda espo sa había muerto durante su cautiverio en Inglaterra), recibió la orden de la Toisón de Oro, recobró sus estados y vivió en Blois, que fue su estancia predilecta, sin saber al principio aprovechar de este réposo. Durante un tiempo, quiso interesarse por la política, creyendo que po dría actuar como mediador entre Francia e Inglaterra, a la que había prometido que conseguiría la paz con Francia, pero sus trámites no llegan a buen puerto y, por fin, cuando tenía casi sesenta años, acepta o descubre, que lo mejor para él es m a vida tranquila, parecida a la que había llevado en Inglaterra: m a vida sobretodo interior. Murió a la edad de 69 años, en 1465, dejando tres hijos, uno de los cuales será Luis XII. Esto hace que Charles d'Orléans además de ser próximo pariente, por su linaje y por sus matrimonios, de los más im portantes focos de la vida artística y del destino de Francia, sea nieto de rey, sobrino de rey y padre de rey. La imagen de Charles d'Orléans que nos ofrecen las historias de la literatura es la de un príncipe "criado en el jardín de flor de lys", que un destino implacable hizo sucesivamente desdichado -muerte del pa dre, de la madre y de la joven esposa- y prisionero. Su largo cautiverio en Inglaterra -pasó 25 años de su vida en las prisiones inglesas- debió ser, en gran parte, un exilio relativamente confortable, que le dejaba el tiempo y la oportunidad de la creación literaria. El primer trovador, Guillermo de Aquitania, era conde de Poitiers, Charles, duque de Orléans, viene a tomar el lugar en una sucesión de grandes señores que se han ilustrado en la lírica del amor. Su obra poética está constituida por una serie de composiciones breves (Canciones, Baladas y Rondós) Heredero de los trovadores y de los trouvéres, Charles d'Orléans, poeta cortés, cantaba con voz doliente, pero con toda la sobriedad que requiere tina distinción suprema, su dama lejana e inaccesible, su lejano país y su peculiar circunstancia, y el mar era para él elemento poético y vital, frontera y camino, que fran queaba en sueños tripulante de nave de Esperanza. Más tarde, cantará las estaciones -primavera e invierno-, la Melancolía y la Muerte. Merece reseñarse su costumbre de invitar a los poetas de paso a escribir poesías que introduce en sus propios manuscritos. A menu do se trata de una especie de juego floral en el que Charles d'Orléans propone un tema a través del incipit que debe iniciar las poesías que participan en el concurso. Así la serie que comienza con «je moeurs de soifencousté lafontaine» (muero de sed junto a la fuente.), concurso de poesía que recibe el nombre de "concours de Blois". Villon participó en este concurso y tenemos la poesía que ofreció. Con Charles d'Orléans llegamos al momento en que la poesía se ha disociado de la música, su compañera primitiva, por más que se sigan utilizando géneros -la Balada el Rondó- creados originariamente para el canto. Este fenómeno se ha producido ya en varios poetas, como Eustache des Champs, Froissart y Cristine de Pisan, parece no obstante que Charles d'Orléans pensó en un primer momento en dar un com plemento musical a sus poesías, puesto que había dejado espacio en sus manuscritos para copiar la música, pero otras composiciones vinie ron ulteriormente a llenar estos huecos. En él la renuncia a la música ha sido casi total, en efecto, aparte de la rima y sobretodo del refrán, que desempeña un papel melódico y encantatorio, es raro que se encuentre en sus poesías una búsqueda realmente acusada de la musicalidad de la forma, de esta "música natural" que para Eustache Deschamps, en su Art de Ditier, podía reemplazar la "música artificial", la instrumen tal. En Charles d'Orléans la poesía ha abandonado la música y la ac ción que esta ejerce sobre la sensibilidad, para apoyarse, por la magia de la alegoría, en otras formas de arte: la pintura, y más adelante, en algo más inesperado: el teatro. Aquí la palabra significante del poeta no actúa únicamente al nivel de la inteligencia, sino que por la capaci dad propia de la alegoría de hacer visible incluso lo abstracto, penetra hasta la imaginación misma y proyecta en ella sus imágenes. Esto le permite representar a la perfección, no sólo el paisaje exterior modifi cado por el cambio de las estaciones, sino el espado de la condenda del poeta y más sutilmente, muy delicadamente, las situaciones, los movimientos, las acciones que se desarrollan en él. El aspecto pictórico de esta poesía, asociado a los límites espadales de la Balada y el Rondó, y a la época en que era compuesta, han hecho hablar de "miniatura". ¿Por qué no? Se piensa evidentemente leyendo a muestro poeta, en el arte de la miniatura, en su brevedad, en la suti lidad de su simbolismo, en su refinamiento, pero también y sobretodo en la pintura flamenca, con sus pequeñas ventanas abiertas sobre el infinito o sobre la realidad más próxima y en los cuadros de Jeróme Boch en los que contemplamos un mundo alegórico en movimiento. La lectura de la edidón crítica de sus obras1, nos permite descubrir un Charles d'O, cortés sí, elegante y sobrio también, pero impregna do de un tedium vitae a veces desgarrador, un Charles d'Orléans que manejaba magistralmente y de manera absolutamente personal la ale goría. No sólo la alegoría simple, sino la desplegada en la "metáfora filee" o metáfora prolongada, en la que caben la personificadón y la reificadón. 1 P, Champion: Charles d'Orléans, Poésies, vol. I y 31. H. Champion, París, 1971. Según Zumthor, que además de consagrarle a Charles d'Orléans muchas páginas en su Essai de poétique médiévale2, ha dedicado un estu dio a la alegoría en nuestro poeta3, el uso de la figura alegórica caracte riza más del 80 % de la poesía de Charles d'Orléans. Si las primeras baladas de Charles d'Orléans siguen muy de cerca la tradición cortés del Román de la Rose, pronto el poeta hace suyo el instrumento heredado, adaptándolo a su mentalidad y a su circuns tancia, mentalidad y circunstancia que van estrechamente ligados a su doloroso pasado y a su condición de prisionero, y hallamos la alegoría como expresión poética de los conflictos de la vida interior. Asistimos a un repliegue del "yo"sobre sí mismo, que tiene algo de autodefensa y de una forma de sabiduría impregnada de resignación. El poeta centra el mundo en su yo, y se detiene a examinar los proce sos que se suceden en su conciencia. Los elementos de estos procesos cobran vida y se convierten en los personajes de una breve escena, que nos comunica luego en forma dramatizada (teatralizada). Más tarde, de vuelta a Francia, la desconfianza que le inspira el mundo que lo ro dea lo confina una vez más en el aislamiento. La necesidad de centrar se en sí mismo, se convertirá en hábito o en placer, y el poeta seguirá su reflexión introspectiva. Para analizar esta alegorización de un mundo psíquico, podríamos examinar en primer lugar el marco que le es propio, luego los persona jes que evolucionan en este marco. El marco es un espado interior cerrado, que se opone a un espacio exterior: D'entrer ceans vous defendos, Fortune (R. 265) (pág. 108)4 boutons la hors cette Merencolie (R. 208) (pág. 102) 2 Seuil, París, 1972. 3 Zumthor: «Charles d'Orléans et le laneage de l'alléeorie» en Lannie, texte, énigme, Seuil, París,1975. 4 Los números de página que se dan a continuación de las citas corresponden a los de las poesías en francés antiguo. Los personajes los constituyen: "je" (el Poeta), una persona locu- toria, que apostrofa a un "vous", generalmente silencioso, alter ego del poeta, personificado como "mon cueur”, compañero del exilio interior, "Je + mon cueur" aparece designado como "nous/ nosotros". Montrons nous les plus forts mon cueur je vous en prie. (R. 208) (pág. 102) En el mundo exterior se encuentran otros personajes, los asaltantes, que quieren penetrar en el recinto, como Melancolía,y los que Alice Planche designa como los "cortejos fúnebres"5: conjuntos sombríos, como "Souci, Soin et Melancolie". "Ennui, Déplaisir et Souci", o "deux ou trois couples d'Ennuis" (dos o tres pares de enojos). A veces, en el espacio de un breve milagro poético que nos deslum bra, "je" y "mon cueur" siguen caminos distintos para realizar una mis ma acción, o padeciendo la misma situación en dos planos distintos: uno exterior (je) otro interior (mon cueur). Dedens mom Livre de Pensee j'ai trouvé escripvant mon cueur (...) les grossesz goütez de sueur lui saillent de peinne et labeur qu'il y prent, et nuit et joumee. (pág. 90) El Poeta, inclinado sobre su pergamino (en el mundo exterior), va a emprender con esfuerzo la escritura, y cuado penetra en su fuero inter no, encuentra a "mon cueur" "escripvant". El Poeta, cazando en el espacio exterior del bosque, se sumerge un momento en su mundo interior, en la "Forest de ma Pensee", y ve, como en un espejo, una escena de montería: "mon cueur" va a la caza de Dangiers. 5 Charles d'Orléans a la recherche d'un langage. Champion, París, 1975. Ainsi que chassoye aux sangliers mon cueur chassoit apres Dangiers en la forest de ma Pensee. (R. 198) (pág. 102) Estupendo ejemplo de "mise en abime". He aquí la pequeña ventana de la tabla flamenca. Lo que vemos de entrada, en superficie, es un cua dro de caza de jabalís, donde el cazador es el "je" / yo del poeta; luego, la apertura de esta pequeña ventana, nos permite asistir a la caza que se desarrolla en el mundo interior. El bosque aquí es el de "ma Pensee", el cazador es "mon cueur", que persigue, acompañado de su jauría de lebreles, los Dangiers, de los que ha encontrado "grande assamblée". Se podría representar esto con unos pinceles. La pintura y la miniatura del siglo XV manejan un simbolismo muy sutil, pero la palabra de Charles d'Orléans da prueba del mismo refinamiento y los mismos recursos. En lo que hace a la designación del espacio interior, después de haber sido durante un momento "logis" (alojamiento), "le logis de mon las cueur", se convierte en Pensee: "Mon cueur ouvre l'huis de Pensee", posteriormente en “chambre de ma Pensee". Pensée constituye en Charles d'Orléans una palabra tema, represen ta el recinto cerrado en el que vive y se mueve el poeta. Este lo designa unas veces como "la chambre de ma Pensée", otras aparece asociado de manera explícita a la idea de prisión: Jaulier des prisons de Pensée Soussi laissez mon cueur yssir. (R. 383) (pag. 122) En algunas composiciones, la cámara se transforma en ermita: mon cueur est devenu hermite en l'ermitage de Pensée. (B. 43) En otras, por último, en bosque profundo. mon coeur chassoit aprés gibiers (pág. 40) (pág. 102) en la forest de ma Pensée. (R. 197) Este esquema; recinto y personajes -ocupantes habituales y asal tantes- puede aplicarse a la mayor parte de los Rondeaux en los que se representa la vida interior, no obstante, en lo que atañe a la desig nación del recinto, el poeta hace una excepción notoria en una de sus más bellas poesías, donde Penseée, hasta entonces espacio interior, se convierte en una amiga enferma, de la que "je" protege celosamente el sueño después de una noche de insomnio. Ne hurtez plus a l'huis de ma Pensée Soin et Soussi sans tant vous traveiller car elle dort et ne veult s'esveiller toute la nuyt en paine a despensée (R. 398) (pág. 116) Pensée aparece aquí como un ser frágil y delicado, cuyo reposo defiende el poeta de las solicitudes intempestivas de Preocupación e Inquietud, alegando que ha pasado una mala noche. Se podría decir también que el poeta se ha convertido aquí en un personaje acosado por la migraña y su fiel enfermero. Al hilo de los Rondós vamos hacia un repliegue del "Je". El contacto con el mundo disminuye por el hecho de los avatares de la existencia, y el amor se difumina y desaparece bajo el efecto de la vejez, este otoño de la vida que invita a una intimidad confortable. Como consecuencia de todo esto, desde el punto de vista de la forma asistimos a un acorta miento: el espacio de la composición poética se reduce, a la vez que se vuelve más concentrado, y P. Zumthor indica con acierto el éxito que comporta la elección de una forma muy breve: el Rondó. El poema es ahora en nuestro poeta una doble figura retórica: es ante todo una "metaphore filée", y una alegoría, pero es también una "li tote", una atenuación: se dice lo menos posible para alcanzar al mayor grado posible de poesía... D. Poirion6 afirma que «se puede componer y corregir un Rondó bajo el efecto de una emoción sin romper el hilo de la inspiración». Este 6 Le Poete et le Prince. L'évolution du lyrisme courtois de Guillaume de Machaut a Charles d'Orléans, París, PUF, 1964. es tal vez el secreto: el contenido poético de un Rondó, corresponde a una unidad de inspiración. Unidad de inspiración que sabiamente elaborada gracias al tratamiento del incipit, (primer verso), que se con vierte en refrán (con las modificaciones de sentido que esto comporta) y más tarde en conclusión (verso final), constituye una unidad poética de poco volumen, concisa, que se cierra sobre sí misma, levantando una estela de sugerencias. Es que el relámpago de la inspiración no dura más que un instan te. De hecho en ciertos poemas de grandes poetas, encontramos una sola estrofa que es realmente poesía: el conjunto es una joya en la que está engarzada tina piedra preciosa. El total es bello, pero se puede distinguir la piedra preciosa del metal, por noble que sea, y este puede constituir dos tercios del todo. Charles d'Orléans, a veces, después de varios tanteos sobre el mismo tema, consigue, la unidad poética perfec ta: es el solitario en que un ligero anillo sostiene un único y espléndido diamante. Charles d'Orléans y la Música Hemos comentado ya en la Introducción, que Charles d'Orléans no compuso la música para ninguna de sus poesías, músicos del s. XIX, y XX, en cambio, sí lo hicieron. Claude Debussy compuso la música para tres rondós de Charles d'Orléans: Dieu, qu'il la fait bon regarder, Quant j ’ay ouy le tambourin, Yver, vous n'estes qu'un vilain7. Debussy se interesó mucho por la música y la poesía de finales de la Edad Media y del Renacimiento, y su influencia se manifiesta en varios compositores que dieron música también a composiciones de Charles d'Orléans, así Máxime Jacob, Darius Milhaud, Francis Poulenc, etc. 7 Esta información nos ha sido proporcionada por el Sr. J. Vallcorba. Para más do cumentación sobre las versiones musicales de estas composiciones, ver en Google: «Charles d'Orléans y Debussy». Selección y Traducción Hemos tomado como texto de base para el Francés Antiguo la edi ción de Pierre Champion (tomo I de 1971, t. II de 1966). Se publican aquí 70 poesías de Charles d'Orléans, acompañadas de su traducción. La mayor parte han sido elegidas por su belleza, las demás porque habían sido citadas en la Introducción. No hemos traducido en verso, pero hemos intentado, dentro de una estricta fidelidad al original, ha cer las traducciones lo más poéticas posibles. Bibliografía Ediciones Charles d'Orléans, Poésies, 2 vol, Editées par Pierre Champion, París, Librairie Honoré Champion, 1923-27. Hemos trabajado con la ed. de 1966 del vol I y la de 1971 del vol II. "Charles d'Orléans, Ballades et Poémes" en Romanciers du Moyen Age, pp.1038-1110, Albert Pauphilet, Bibliothéque de la Pléiade, NKF, 1952. Charles d'Orléans L'Ecolier de mélancolie, Selección de poesías publicadas por Claude Galderisi, Le Livréde Poche, Les Classiques d'aujourd'hui. Charles d'Orléans, Ballades et Rondeaux, ed. por J.Ch. Muhletaler, Livre de Poche, Lettres gothiques, 1992. (Edición del manuscrito 25458, fondo francés, de la B.N. de París) Le Livre de Poche, Les Classiques d'aujourd'hui. Estudios Planche, Alice, Charles d'Orléans ou la recherche d'un langage, Ed. Honoré Champion, París, 1975, Bibliothéque duXV e siéde XXXVM. (849 pág.). Planche, Alice, "Charles d'Orléans et la musique du silence", en Musique, ittérature et société au Moyen Age, Ates du Colloque d'Amiens, 1980, t.2. Poirion Daniel, Le Poete et le Prince L'évolution di lyrisme courtois de Guillaume de Machasut a Charles d'Orléans, Presses Universirtaires de F ranee, Paris, 1965. Yenal, E. Charles d'Orléans, A Bibliography of Primary et Secundan/ Sources, New York, 1984. Zumthor, Paul, Essai de poétique médievale, Seuü, Paris, 1972. Zunthor, Paul, "Charles d'Orléans et le langage de rallégorie" in Langue, Texte, Enigme, Seuil, Paris, 1975. Biografía Haasse, Helia S. En la Forét de Longue Atiente, Narración novelesca, apoyada en una documentación histórica rigurosa. Ha sido traducido al español, precedido de un Prólogo de Isabel de Riquer, con el título: La historia de Carlos de Orleáns, el poeta y el príncipe. Barcelona, Círculo de Lectores, 1995.

martes, 18 de febrero de 2025

AVERROES PRÓLOGO JUAN ANTONIO PACHECO

 


 Juan Antonio Pacheco 

 PRESENTACIÓN UNO La escritura de una biografía debería darse por acabada si, al final de la misma, pudiera responderse a la pregunta aparentemente más trivial y sencilla: «¿Quién fue?». Si, además, ese relato biográfico pretende ser plasmación de una trayectoria intelectual muy definida y clara, la mencionada pregunta debería acompañarse de otra no menos evidente: «¿Qué pensó?». El objeto de este libro es mostrar quién fue, qué pensó y cual es el sentido, para nosotros, del pensamiento de Abu al-Ualíd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Ahmad ibn Ahmad Ibn Ruxd, en adelante Averroes, nombre que deriva de la latinización del apelativo Ibn Ruxd, que nació en Córdoba en 1126 y murió en Marrakech en 1198[1]. Entre esos límites cronológicos se encierra una vida de la que conocemos fragmentos, indicios, referencias indirectas, pero nunca totalidades. Todo lo contrario de lo que sucede con su pensamiento que ha quedado por escrito en sus obras. Lo que sabemos del trayecto personal del pensador cordobés especificado en los momentos más destacados de su vida, procede de los datos que nos ofrecen autores que le fueron contemporáneos o inmediatamente sucesores. El conjunto de todas esas informaciones, que forman la biografía del filósofo, resulta ser muy escaso y poco ilustrativo si lo comparamos con la trayectoria de su pensamiento, un proceso intelectual cuyo prodigioso esfuerzo racional deja en la sombra al Averroes persona en beneficio del Averroes pensador. Junto a los momentos destacados de una vida cuyos límites espaciales o geográficos vienen determinados por continuos desplazamientos de ida y vuelta entre Córdoba, Sevilla y Marrakech, lugares en los que desempeñó cargos oficiales que no le impidieron reflexionar y escribir, sobresale un constante y sostenido esfuerzo intelectual plasmado en las 92 obras escritas en los 72 años de vida del filósofo. Casi cien años después de su muerte, en Italia, antes de la floración del averroísmo italiano, en la mirada retrospectiva hacia el pasado que caracterizó al humanismo renacentista, Dante Alighieri (n. 1265) en el «Canto IV» relativo al Infierno de su Divina Comedia, ubicó al pensador cordobés, definiéndolo como «el que hizo el Gran Comentario», en la compañía del geómetra Euclides, de Tolomeo, Hipócrates, Galeno y Avicena. Con estas pocas palabras, su figura y su obra quedará inscrita en un imaginario que soportará el paso del tiempo sin retoques. Los autores del mundo musulmán que nos informan sobre la vida y la obra de Averroes, destacan su valor como jurista más que como filósofo. Como muestra de algunos de dichos informadores, podemos recurrir a uno de sus primeros biógrafos, el valenciano Ibn al-Abbár (m. 1260), cuya azarosa vida estuvo siempre relacionada con asuntos políticos que lo llevarían a la cárcel y a su ejecución en Túnez. En su obra La túnica recamada nos ofrece una serie de biografías de los personajes más importantes del Occidente islámico de su tiempo. En el apartado destinado a Averroes, nos habla de sus logros como jurista y magistrado. Ibn Jaldún (m. 1406) que es, sin duda, el mayor historiador árabe y cuya producción es bien conocida en el mundo occidental a través del prólogo, «Muqaddima», que puso a su Libro de la experiencia, cita a Averroes haciendo breves alusiones a sus estudios metafísicos y lógicos. Ibn Jallikán (m. 1282) lo cita de pasada al hablar de la figura del califa almohade Iaqúb al-Mansúr. Posiblemente, la información más completa y detallada sea la que nos ofrece Ibn Abi Usaibía (m. 1270) que hace una referencia más amplia de todos los aspectos de la obra de Averroes señalando su valor como jurista, médico y filósofo. Casi sesenta años después de la muerte de Averroes, el pensador murciano Ibn Sabín (m. 1271) se explaya en la semblanza de numerosos filósofos musulmanes y, en lo referido a Averroes, nos ofrece un retrato peyorativo en el que refleja opiniones que circulaban sobre el poco valor filosófico del pensador cordobés. Así, dice de él que era un apasionado por el pensamiento de Aristóteles hasta tal punto que apoyaba con toda su ingenuidad la opinión apócrifa del filósofo griego que decía que era posible demostrar que se puede estar sentado y de pie al mismo tiempo. Averroes, dice Ibn Sabín, fue «autor de escasa comprensión, sin intuición y de imaginación pueril. Fue simplemente un discípulo de Aristóteles». De todas formas, a pesar de esta desfavorable opinión, al escritor murciano no le duelen prendas al reconocer que Averroes fue un hombre humilde, sin orgullo, muy ecuánime y, sobre todo, «consciente de sus lagunas». El hecho de que algunas de las obras de Averroes, precisamente aquellas donde expone su propio pensamiento y que no son, por tanto, comentarios de la obra aristotélica, no fueran traducidas al latín contribuyó al desconocimiento, en Occidente, de su originalidad filosófica. Aunque más adelante tendremos ocasión de hablar de las mismas, esa ignorancia por parte de los estudiosos europeos, contribuyó en cierta medida a forjar una especie de leyenda negra sobre el filósofo cordobés, que permaneció viva desde el siglo XIII hasta fines del XVIII. Hay datos abundantes sobre esa leyenda que se fortaleció en los tiempos en que circuló en las universidades europeas el denominado «aristotelismo heterodoxo» o «aristotelismo averroísta», llamado así porque la recuperación de la obra de Aristóteles se hizo en Occidente acompañada de los comentarios, entre otros, de Avicena y, sobre todo, de Averroes. Esta circunstancia, que desencadenó un amplio y apasionado movimiento a favor de las tesis emitidas por los partidarios de la Filosofía aristotélica en su versión averroísta, ocasionó prohibiciones y condenaciones papales, siendo las más rigurosas las de 1270 y 1277. Después de que, en la primera mitad del siglo XIII, las universidades europeas conocieran las primeras traducciones al latín de las obras de Averroes, entre 1480 y 1580, en Padua, primero, y en Venecia, después, cada año apareció una nueva edición parcial o total de las mismas. A pesar de ello, no dejaron de surgir las leyendas más absurdas y las interpretaciones más disparatadas sobre la persona y la obra del filósofo. Una de las más llamativas, fechada en 1767, relata que el filósofo Avicena (m. 1037), expiró en una calle de Córdoba en medio de los más atroces suplicios que le infligió Averroes, su más encarnizado enemigo. Antes, los pintores italianos del Trecento (Orcagna, Traini, Gaddi, entre otros) elaboraron una iconografía averroísta en la que el filósofo cordobés aparecía con turbante y una larga barba echado a los pies de santo Tomás de Aquino. En otro caso, se le ve lleno de cólera desgarrando un libro del que unos piensan que se trata de las Sagradas Escrituras y otros de sus propias obras. La lista de imágenes deformantes se completa con las fuentes literarias europeas de estos mismos siglos que aplican al filósofo epítetos suficientemente ilustrativos: «fanático», «libertino», «blasfemo» o «renegado». Hay que esperar al siglo XIX, cuando J. Ernest Renan (1823-1892), positivista francés, publicó su tesis doctoral en París, en 1852: Averroes y el averroísmo, fruto de su experiencia académica derivada de un viaje de estudios en una misión estudiantil francesa a Italia. En 1860, un año después de que Lesseps iniciara las obras del canal de Suez, tomó parte en una expedición científica francesa a Egipto y Oriente Medio, visitando detenidamente Palestina. En 1862 fue nombrado profesor de lenguas semíticas en el colegio de Francia. Es decir, que Renan sabía de lo que estaba hablando al dedicarse al estudio del pensamiento de Averroes y su obra causó gran impacto en los medios académicos y a ello nos referiremos más adelante. En cualquier caso, a partir de esos años, cambió significativamente la valoración de la obra y la figura de Averroes en Occidente y también en Oriente y, sobre todo, empezó a destacarse su valor filosófico por encima del jurídico que, siendo notable, fue el que, como dijimos, se valoró en mayor medida en el mundo árabe e islámico. 

 DOS Adelantamos, en un esquema que en adelante podemos ampliar, lo que sabemos de Averroes. Unrecorrido por sus obras nos da cuenta de su proceso de formación y de su presencia como instaurador de una forma novedosa de ejercer las funciones intelectuales puestas al servicio de la misión que la Historia le había reservado. Así, sabemos que su primera experiencia en el dominio de los conocimientos prácticos, fue la de médico. Como tal, nos remite a una tradición anterior, la helenística y, después, a la árabe e islámica que se inspiró en aquella. También sabemos que fue un jurista y que tuvo cargos oficiales al servicio del imperio almohade. Dicha tarea parecía estar predeterminada por su herencia familiar y los rasgos del procedimiento y de la argumentación jurídica no desaparecerán casi nunca de sus obras cuyo horizonte parece estar encuadrado en los dos extremos de la experiencia de un abogado: la defensa y la acusación basadas, ambas, en hechos comprobables o constatables. Indisolublemente unida a la función de jurista, en el Islam clásico, el entendido en leyes debía de ser también un teólogo y, por añadidura, un gramático. El motivo de esta relación estrecha no es otro que la primacía de la palabra y del texto en la tradición islámica desde sus mismos orígenes. El cabal Entendimiento de la Revelación, en árabe y para los árabes, precisaba de expertos que fueran capaces de desentrañar los secretos de la lengua y, siendo ésta una enunciación que provenía directamente de Dios, la función de dichos entendidos se consideraba como algo excepcional y de una altura intelectual claramente por encima de la media. Como, por otra parte, esa reflexión sobre la lengua derivaba en temas relativos a la Naturaleza del Ser divino, la tarea del gramático precisaba de la comprensión teológica. Como filósofo, sabemos que los comentarios a Aristóteles que escribió Averroes le valieron entre los escolásticos medievales el calificativo de Commentator por excelencia y, como tal, resultó ser una fuente indispensable de consulta para los escolásticos latinos sirviéndoles para aclarar aspectos del pensamiento aristotélico que resultaban algo confusos. Sin embargo, la obra original y propia de Averroes resultó oscurecida por la sombra de sus comentarios al estagirita aunque éstos manifiestan un largo, detenido y prolijo diálogo con Aristóteles en el que no hay que dar por hecho, de antemano, que el comentarista se dejase avasallar por el comentado en todos los casos. No olvidemos tampoco que la tarea comentadora no se refería solamente a la obra de Aristóteles sino también a la de sus comentaristas helenísticos de forma que, con cierto grado de justicia, podría llamarse a Averroes el Aristóteles árabe pues aquél se apoyó directamente en los cimientos asentados por éste para que luciesen más y mejor sus valores intrínsecos, es decir, universales. La restauración que Averroes propone no estuvo exenta de polémicas, rechazos tajantes y enfrentamientos intelectuales porque, comprometido con esa acción renovadora, una de cuyas bases era la consolidación de una Teología de cuño almohade, el filósofo cordobés no dudó en rechazar tajantemente la opinión de Avicena, por una parte y, por otra, se enzarzó en una polémica con Algacel, la Referencia del Islam de su momento. El instrumento de tales discursos no podía ser otro que la Razón y, aunque su presencia resulta obvia en los mismos, fue el citado Renan quien elevó a categoría de paradigma la imagen de un Averroes imbuido plenamente de las pretensiones de una actividad racional absoluta. Posteriormente, la opinión del pensador francés la compartieron otros estudiosos del pensamiento averroísta, aunque la misma no hacía más que poner de manifiesto la creencia, ampliamente extendida en la Edad Media europea, sobre el hecho de que Averroes era el eximio representante de la incredulidad y del desprecio de las religiones basándose en argumentos racionales. Más adelante tendremos ocasión de considerar esta cuestión con detalle. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar algunas connotaciones de este racionalismo que dio lugar a muchas reflexiones fuera y dentro del pensamiento árabe. Para empezar, citemos una aparente paradoja: ese racionalismo, en gran medida denostado en Occidente, resultó ser el punto de arranque de un racionalismo genuinamente árabe tal como lo pusieron de manifiesto los pensadores de la reforma islámica del siglo XIX, como fue el caso de Muhammad Abduh (m. 1905). Por otra parte, ese mismo racionalismo también fue, en la intención de Averroes, el fundador de un principio de largo alcance: la actividad filosófica racional, requerida por el mismo texto revelado, debía ser el elemento constitutivo de la utopía de una ciudad ideal en cuyo seno el filósofo, todos los filósofos, deberían tener parte principal. Ahora bien, como ya indicó Platón al hablar de su ciudad, los filósofos son pocos, es más, deberían ser cuantos menos mejor para el buen funcionamiento de la sociedad y esta escasez, requerida en nombre de la eficacia política, remite a un hecho irrebatible: la propiedad y el buen uso de la Razón es privilegio de los elegidos. Con esta afirmación entramos en un dominio particularmente referido a los filósofos del Islam clásico que, en numerosas ocasiones, se consideraron a si mismos como pertenecientes a una clase específica dentro del amplio dominio del saber y del conocimiento en todas su clases y especificaciones, siendo Averroes quien personifica de forma más evidente esta pertenencia. Desde un punto de vista, llamémosle externo, el pensador cordobés pertenecía a una elite de juristas andalusíes de larga tradición y ello lo incluía en una clase social muy cercana al poder de los almorávides, primero, y de los almohades, después. Es decir, que dicho privilegio era también un señalado mérito político. Sin embargo, el ya citado racionalismo del filósofo, lo hizo buen representante del tipo de pensador que permanece distanciado del común de las gentes al modo enquelo fue también, en el siglo XVII, el racionalista Spinoza. Lo que éste afirma en el párrafo final de su Ética, podría muy bien aplicarse a la actitud general de Averroes, teniendo en cuenta a título de prudencia en el juego de las similitudes, que toda Filosofía está inscrita en su propio tiempo histórico y sujeta a las limitaciones que éste impone. Lo que dice el filósofo holandés es lo siguiente: E nvirtud de ello (se refiere al poder del Alma sobre los afectos) es evidente cuánto vale el sabio y cuánto más poderoso es que el ignaro, que actúa movido sólo por la concupiscencia. Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado de muchos modos por causas externas y de no poseer jamás el verdadero contento de ánimo, vive, además, casi inconsciente de sí mismo, de Dios y de las cosas (…) Si la vía que, según he mostrado, conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla sin embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro[2]. En la misma obra, Spinoza reduce los grados de conocimiento a tres, después de haberlos expuesto en cuatro en una obra anterior sobre la reforma del Entendimiento. En la Ética, nos habla de que el conocimiento nos puede llegar por los sentidos, por la Razón o por la Ciencia intuitiva que es el grado más elevado y que no se alcanza sino después de que la Razón se ha remontado por encima de los dos primeros. En esta clasificación va implícita una simultánea jerarquización relativa a las capacidades personales que permiten acceder a cada uno de los grados de conocimiento expuestos. Volviendo a Averroes, nos encontramos con que su concepto de Entendimiento y del manejo de las potencias intelectuales se distribuye, también, en tres ámbitos que remiten a los fundamentos del texto revelado del que el filósofo nunca se alejó, convencido como estaba de que la actividad filosófica es un requerimiento de la ley religiosa cuyo fin no podía ser otro que el bien común entendido en sentido aristotélico. En principio, es necesario considerar, para entender cabalmente el propósito racional de Averroes, como también para hacerlo respecto del pensamiento de casi todos los filósofos racionalistas del Islam, que el texto revelado, el Corán, es un libro de signos y «signo» es precisamente la traducción de la palabra árabe que castellanizamos como «aleya» o versículo del libro. Esos signos no son solamente aleyas emanadas directamente de Dios sino que son, también, los elementos del sistema general del cosmos real: la sucesión de la noche y el día, los fenómenos atmosféricos, el vuelo de las aves, la lluvia, el movimiento de los astros y toda una suma deseñales que exigen la buena interpretación del creyente para acercarse debidamente a la realidad del Creador. Esa lectura solamente puede hacerse, según el mismo Corán, por medio de la Razón y son evidentes, al respecto, numerosas aleyas de entre las que citamos dos: Y entre Sus signos está el haceros ver el relámpago, motivo de temor y de anhelo, y el hacer bajar el agua del cielo, vivificando con ella la tierra después de muerta. Ciertamente, hay en ello signos para gente que razona[3]. También en la sucesión de la noche y el día, en lo que como sustento Dios hace bajar del cielo, vivificando con ello la tierra después de muerta, y en la variación de los vientos hay signos para gente que comprende[4]. Sin embargo, esta demanda divina a favor de una lectura racional de los signos que aparecen en el texto, en algunos casos, parece ir más allá de las posibilidades y capacidades de interpretación propias de los entendimientos humanos particulares. En primer lugar, porque Dios dice haber revelado la Escritura y, con ella, la Sabiduría (4, 113) y, en segundo y sobre todo, porque esa Revelación de la Escritura se ha realizado juntamente con la Verdad para que decidas entre los hombres como Dios te dé a entender (4, 105). Con ello, después del Profeta, destinatario unívoco de esta propuesta, todos aquellos que deseaban profundizar en el desciframiento de esa Verdad a través de la lectura del libro, debían emprender una denodada tarea cuyas dificultades el mismo plantea con toda claridad: Él es Quien te ha revelado la Escritura. Algunas de sus aleyas son unívocas y constituyen la Escritura Matriz. Otras son equívocas. Los de corazón extraviado siguen las equívocas, por espíritu de discordia y por ganas de dar la interpretación de ello. Pero nadie, sino Dios, conoce su interpretación. Los arraigados en la Ciencia dicen «Creemos en ello. Todo procede de nuestro Señor». Pero no se dejan amonestar sino los dotados de Intelecto[5]. «Dotados de Intelecto», «arraigados en la Ciencia», conceptos ambos que han sido objeto de numerosas y variadas interpretaciones pero que apuntan directamente al sabio, al que tiene capacidad de interpretación y, en suma, a quien emplea la Razón como instrumento básico de su discurrir. Entre ellos, los filósofos y, de entre ellos, uno de los más convencidos de la función raciocinante: Averroes que, atendiendo a este requerimiento explícitamente formulado, empieza por desgranar con el detenimiento y la perspicacia de un buen jurista, los considerados implícitos en la cuestión. Para entender su punto de vista es necesario acudir a su Tratado decisivo, al que más adelante volveremos a referirnos, y que ahora citaremos traduciendo su versión francesa. En el mismo, el pensador cordobés empieza diciendo que, dado que la ley religiosa revelada es la Verdad y, por tanto, dirigida a todos, es comprensible que a la misma puedan llegar todos los humanos por medio de sus específicas condiciones intelectuales que, por su misma Naturaleza humana, poseen capacidades heterogéneas en lo referido a los métodos que puedan utilizar para llegar al asentimiento y al convencimiento. Es un hecho, dice Averroes, que hay quienes están dotados para el convencimiento por medio de la demostración. Otros, por los argumentos dialécticos y otros, por medio de los procedimientos discursivos u oratorios. Así, «dado que nuestra divina Ley religiosa llama a los hombres por medio de estos tres métodos, debe lograr el convencimiento general de todos ellos, excepto aquellos que la rechazan claramente por obstinación (en referencia a los “de corazón extraviado” que menciona la aleya citada) o los que, por descuido, no prestan atención a los procedimientos que la Ley reclama para llegar a Dios»[6]. Y con ello, entramos en la distribución tripartita de los entendimientos cuyo eco resuena, por ejemplo, en Spinoza, como hemos dicho, aunque la clasificación o escalonamiento de los modos de entender el libro que establece Averroes deja en el aire, a nuestro juicio, el ámbito reservado a los citados en la aleya como «arraigados en la Ciencia» y «dotados de Intelecto», suponiendo que este dominio puede quedar reservado a los filósofos. De todas formas, Averroes fundamenta su propuesta en otra aleya revelada: «Llama al Camino de tu Señor son sabiduría y buena exhortación. Discute con ellos de la manera más conveniente. Tu Señor conoce mejor que nadie a quien se extravía de Su Camino y conoce mejor que nadie a quien está bien dirigido (16, 125)». Se mencionan en la aleya los tres caminos que la triple variedad de entendimientos humanos puede transitar en orden a la lectura correcta de los signos: la sabiduría (propia de los capacitados para el discurso racional), la buena exhortación (adecuada a los que están capacitados para la argumentación) y la discusión propiamente dialéctica, es decir, la basada en el diálogo conducido por el método «más conveniente» en cada caso y según las circunstancias. No deberíamos olvidar, aunque frecuentemente se hace al tratar de esta cuestión, que esta triple condición que determina el camino del pensar en los signos del libro, hay que situarla en la perspectiva de la, también, triple índole de los creyentes en tanto que hombres de Fe y a los que el Corán se refiere directamente: «Luego, hemos dado en herencia la Escritura a aquellos de Nuestros siervos que hemos elegido. Algunos de ellos son injustos consigo mismos; otros, siguen una vía media; otros, aventajan en el bien obrar, con permiso de Dios. Ése es el gran favor (35, 32)». Con ello tenemos, por una parte, las prerrogativas de la Fe. Por otra, las de la Razón. Ambos accesos delimitan, distribuyen y prescriben actitudes que, durante mucho tiempo y en medio de enconadas diatribas, dibujaron el espinoso terreno discursivo centrado en las relaciones de la Fe y de la Razón que no fue privativo, por otra parte, de la Teología y del pensamiento islámico, con sus derivaciones políticas, sino que también fue propio de la historia del pensamiento occidental cristiano en los siglos medios. De todo lo dicho, con la brevedad y el esquematismo que damos a estas páginas introductorias, queda pendiente decidir sobre la cuestión relativa al alcance y los límites del tan propagado «racionalismo» de Averroes y de su actitud elitista al respecto que hemos traído a colación. Resulta evidente que de la lectura de sus textos, podemos deducir que la obligación de razonar y, más certeramente, de filosofar, es algo recogido en la Escritura revelada y que dicha orden divina parece dirigirse, en especial, a los hombres de demostración. En esta perspectiva, Averroes es plenamente consciente de que sin el cumplimento del citado mandato por parte de quienes están mejor dotados para ello, la ley religiosa no sería verdadera y que, por consiguiente, la obligación de asentir a las prescripciones de la «mejor religión» que el texto proclama, carecería de sentido. Sin embargo, como dijimos, el filósofo no dejó de atender a requerimientos de orden práctico y desempeñó funciones de jurista por encargo del sultán almohade. Ello implica considerar al pensador como miembro activo de su sociedad y, por ello, comprometido con los quehaceres cotidianos que el oficio de la judicatura conlleva, es decir, con la dedicación a los asuntos reales que exigen atención, discernimiento y sentencia en el ámbito de la vida diaria: pleitos, querellas, demandas y toda suerte de menesteres a los que estaba obligado a «descender» para que su trabajo resultase eficaz. Podríamos deducir que incluso en sus reflexiones y propósitos intelectuales más elevados, estaba implícito el deseo de sentenciar en la justa medida de tal manera que, para el común de las gentes, la Teología y el amplio dominio de los conocimientos racionales, fueran asequibles y cercanos. Por ello, como veremos, una de sus preocupaciones fue la de despejar del horizonte de ese conocimiento toda sombra de adherencia perniciosa que, a su juicio, contenía la Teología axaarí que era la predominante en su momento. Entendiendo que su función era un privilegio, comprendía también que del mismo derivaban obligaciones y, entre las más decisivas, la de proponer a sus semejantes el camino medio capaz de restituir, recomponer y reconducir la conducta encaminada al bien general. Y ello, también, en estricto seguimiento de la Revelación: «Hemos hecho de vosotros una comunidad moderada, para que seáis testigos de los hombres y para que el Enviado sea testigo de vosotros (2, 143)». 

 TRES Si, como hemos mostrado, la Escritura es, para Averroes, algo irreductible e irrenunciable, es legítimo deducir que la raíz que sustenta su pensamiento y su actitud es la misma que dio comienzo a la Revelación hecha al Profeta: «¡Lee en el nombre de tu Señor!, Que ha creado, ha creado al hombre de un coágulo. ¡Lee! Tu Señor es el Munífico. Que ha enseñado el uso del cálamo, ha enseñado al hombre lo que no sabía (96, 1-5)». Ningún filósofo musulmán parece ser ajeno a esta determinación original y lo que distingue a cada uno de ellos es la orientación, el modo de realizar esa lectura. Averroes hizo la que le correspondía a tono con su propia tradición intelectual, social e incluso familiar. Detrás de él, había un respaldo discursivo formado por una larga secuencia de actos intelectuales que, partiendo del análisis del texto, integró conceptos filosóficos ajenos, elaboró sistemas, desarrolló nociones y formuló conjuntos de enunciados que constituyen la historia del pensamiento árabe e islámico clásico desde su etapa de formación hasta el momento de su consolidación en el siglo en el que nació el pensador cordobés. Los hitos de esa historia pueden resumirse esquemáticamente en lo que sigue aunque, obviamente, un desarrollo prolijo de la misma debería exponerse en un libro aparte. El Corán, como sabemos, es un libro destinado a la recitación y a la meditación de sus aspectos externos y ocultos. Aunque la finalidad esencial del mismo es el conocimiento de lo real, palabra que en árabe es sinónima de Verdad, en un primer momento era necesario que su lectura fuese a la vez recitación. En realidad, la orden inicial y originaria de la Revelación es «¡Lee!» que también puede traducirse, porque así lo permite la palabra en árabe, como «¡Recita!». De ahí que fuera el lector del Corán, el almocrí, el encargado de reproducir con precisión la tonalidad y la secuencia melódica de la palabra emitida por el Profeta tras haberla oído de Gabriel, sin añadiduras ni adulteraciones. La tradición consolidada de esta lectura, sobre cuyo procedimiento hay numerosas opiniones proféticas, derivó en el establecimiento de siete modalidades de recitación que manifiestan, precisamente, ese cuidado en respetar la secuencia eufónica ya mencionada y, con ello, obtener la debida precisión en la trasmisión de las aleyas. El contacto y la familiaridad con la palabra, hizo que la función del almocrí se fuera transmutando en la de teólogo, en árabe mutakal-lim, es decir, conocedor experto de los alcances del kalam, vocablo cuya raíz árabe está referida a los conceptos de creencia, decreto, orden, sentencia, verbo y, evidentemente, palabra. En tanto que el libro, en un primer acercamiento, es un conjunto de palabras, el experto en las mismas inició la vía del estudio gramatical del texto y, con ello, de la misma lengua árabe en su totalidad. Además, las exigencias de la interpretación del mensaje que esas palabras contenían y de la forma en que se expresaba, originó la función del comentarista, de aquel que desmenuzaba sabiamente e interpretaba con esmero todo el contenido de los signos. El comentario del Corán, el tafsír, es palabra árabe que remite a la operación de averiguar, explicar, aclarar o desgranar. Como en su lugar veremos, Averroes otorgará el rango de tafsír, o gran comentario, a su glosa de la Metafísica aristotélica y lo hará con un procedimiento muy cercano a los que en el Islam de los siglos VII y VIII abordaron la elucidación de las nociones reveladas[7]. De esta forma, en esos siglos, el teólogo podía ser también gramático, comentarista del libro y, en sus inicios, también jurista puesto que el mismo libro, junto con las opiniones del Profeta, constituyó la fuente del Derecho islámico. Funciones todas que Averroes desempeño en algún momento de su vida con especial dedicación. En todos los casos, quienes ejercitaban su capacidad intelectual en esos menesteres, manifestaban la preeminencia de la Razón sólidamente anudada a la Fe. Cuando se inició la construcción de la ciudad de Bagdad, en el año 762, el Islam ya había integrado en su territorio a culturas de profunda raigambre y solidez como la persa, la griega y la romana o, más precisamente, la greco-latina. Los primeros califas abbasíes animaron la vida cultural del imperio en cuyo seno, sobre todo en su capital, se constituyeron círculos de estudio que, en muchos casos, desarrollaban sus tareas en el mismo palacio califal con la protección de los califas. Bagdad fue, en ese momento, el punto de encuentro de culturas, debates, polémicas y, sobre todo, de recepción y traducción al árabe de las obras de la cultura griega. Los califas al Mansur (m. 775) y al-Mamún (m. 833) son los dos extremos de una trayectoria cultural que alentó el movimiento traductor y la promoción general de la cultura, representando su momento histórico la era clásica del Islam. Este último califa creó una institución, la Casa de la Sabiduría, bajo cuyo patrocinio se formaron equipos de traductores que pasaban del siríaco al árabe y, menos frecuentemente, del griego al árabe, manuscritos de Alquimia, Medicina, Astronomía, Aritmética, Geometría, ciencias de la Naturaleza y Filosofía, es decir, todos los vestigios del saber helenístico que permanecían guardados en monasterios cristianos y en otros lugares y que se llevaron a Bagdad para su traducción. Dentro de las obras de carácter filosófico, el mayor número de libros traducidos fue el de los aristotélicos y los de algunos de sus comentaristas. Además, por la influencia que tuvo en los filósofos árabes, merece especial mención la traducción de la denominada Teología atribuida a Aristóteles aunque en realidad era una paráfrasis de las tres últimas Ennéadas de Plotino. A todo ello nos referiremos con mayor detenimiento en adelante. La Filosofía no estuvo en el mundo islámico y su cultura clásica como una planta exótica en un invernadero. En realidad, constituía uno de los ingredientes fundamentales de la Ciencia mundana yunamanifestación más del lustre cultural con el que se adornaban los gobernantes. La naturalidad con la que se aceptaron e integraron en dicha cultura la sabiduría de los antiguos, como se denominaban a los pensadores del mundo clásico griego, es buena muestra de lo dicho, entre otras razones y con motivaciones específicas que más adelante expondremos. Por el momento, lo que importa retener es la consecuencia inmediata de la irrupción de las traducciones en los círculos ilustrados árabes. Dicha presencia, cuyo volumen se incrementaba a medida que progresaban los trabajos de traducción, consolidó la historia de las ideas del pensamiento islámico de una manera definitiva. El saber científico y filosófico se difundió con rapidez y dio lugar a definiciones precisas de temas que, inicialmente, fueron pertenencia de la Teología. Las nociones filosóficas nuevas, muchas de ellas inéditas en el pensamiento árabe anterior, enriquecieron el léxico y emigraron de la Teología a la Filosofía con formulaciones novedosas y de largo alcance. Por poner un ejemplo: considerando como dato revelado la secuencia de los nombres divinos que el libro enumera, su consideración a la luz de los nuevos conceptos adquiere rasgos de problema filosófico y, como tal, surgen elaboraciones teóricas en las que intervienen conceptos de origen griego tales como los de sustancia, duración, contingencia o predicación, que contribuyen a formular la cuestión teológica alumbrada por la Fe, desde un punto de vista racional pero teniendo en cuenta que la misma Fe puede reclamar como propia en orden a su buen Entendimiento a la misma tradición filosófica y a su ejercicio reflexivo. De entre los dedicados al estudio del ya mencionado kalam, a los que por comodidad expositiva venimos denominando teólogos, surgió una corriente o escuela que se inclinó por la consideración estrictamente racional de principios enumerados en la Revelación y que, desde el punto de vista ético-religioso tenían importancia. Algunos de dichos puntos fueron, por ejemplo, la situación del que comete un pecado grave o la naturaleza del Corán como libro eterno o creado, entre otros temas. Apartándose del método discursivo habitual, este grupo de pensadores a los que conocemos genéricamente como mu’tazilíes (la raíz árabe de la palabra significa alejar o separar), decidió encarar racionalmente esas cuestiones, por lo que ese apartamiento no debe entenderse como separación de la doctrina religiosa común, sino más bien como especificidad metodológica, es decir, como la propia de los que se apartaban del común modo de razonar, para dedicarse a una reflexión con fundamentos racionales más estrictos. Todos los mu’tazilíes, que se distribuyeron fundamentalmente entre las llamadas escuelas de Basra y Bagdad, desde el año 760 hasta el 942 aproximadamente, coincidían en el análisis de cinco principios fundamentales: la Unidad y la Unicidad divina; la justicia divina; el estado del pecador no arrepentido; la promesa y la amenaza de la otra vida y el mandato de hacer el bien y evitar el mal. La base racional de estas disquisiciones ocupa un amplio lugar en la Historia de la primera etapa del pensamiento árabe e islámico. De la misma se origina un amplio repertorio de consecuencias para el futuro y, en el caso del segundo y del quinto de los principios enumerados, los citados pensadores concluyen que el Ser humano es capaz de crear sus actos y, por tanto, es responsable inmediato de los mismos, tanto de los buenos como de los malos. En el seno del movimiento mu’tazil surgió uno de los pensadores cuya escuela tendrá amplias repercusiones en el futuro y que, llegado el tiempo, será el blanco de las críticas de Averroes. Se trata de Abul Hasan al-Axaarí (n. 873) que, hasta los cuarenta años de su edad fue adepto de dicha escuela y, por tanto, compartió todos sus principios racionalistas. Cumplida esa edad, renunció públicamente a la doctrina mu’tazil aduciendo la concesión excesiva que en ella se hacía a la función de la Razón de forma que la misma, en su opinión, llegaba a suplantar las demandas de la Fe. En este caso, al-Axaarí afirmaba que, en el dominio de la misma, hay un aspecto indescifrable por la Razón: el de lo oculto, que se menciona explícitamente al comienzo de la segunda azora coránica y que, como dato revelado, no puede ser apartado del horizonte dogmático del creyente. Apartir de esa constatación, el sistema filosófico del pensador se desplaza hacia el justo medio de la conciliación de los dos extremos, Fe y Razón, de forma que la Fe del creyente no se viera saltada por ninguno de los privilegios de la Razón de manera exclusiva y excluyente. Esta actitud tuvo plena aceptación en el seno del Islam sunní durante varios siglos y los discípulos del filósofo supieron completar los datos que él proporcionó de forma que en un determinado momento, axaarismo y sunnismo llegaron a ser identificados como una misma tendencia. Una vez consolidada como doctrina sólidamente establecida, el axaarismo no dejó de tener adversarios, ataques y críticas a las que, de todas formas, logró sobrevivir hasta el siglo XII cuando, como hemos dicho, Averroes intentará sistematizar una crítica bien argumentada a las tesis de la escuela. Noes conveniente dejar pasar sin la pertinente y breve aclaración, ya que lo hemos citado de pasada, lo que comprende y se entiende por el términosunní. La palabra árabe sunna, que en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se cita como zuna, significa camino trillado. Antes de la aparición del Islam, al modo de proceder tradicionalmente seguido por cualquier personaje o tendencia se le denominaba sunna en el sentido de costumbre o procedimiento. Tras la Revelación y sobre todo en la época en la que el Profeta no solamente recibía la misma sino que también estaba encargado del buen gobierno de la comunidad de medina, sus opiniones personales acerca de una amplia variedad de temas que surgían de continuo sobre cuestiones doctrinales o de administración de la vida cotidiana, fueron constituyendo un amplio repertorio de opiniones, hadices que son los elementos constitutivos de la sunna del Profeta. El Corán y el hadíz, la tradición del profeta, son los elementos que conforman, a su vez, la sunna del Islam. Ambos pilares son también la fuente del Derecho islámico sunní y su vertiente práctica y positiva que, en lo tocante al contenido de las disposiciones legales de todo tipo, forman el Cuerpo de la xaría o ley musulmana. A este seno legislativo, canónico y de jurisprudencia positiva se ciñó el proceder de los cuatro primeros califas del Islam: Abu Bakr, Omar, Uzmán yAli, que era primo y yerno del Profeta. Ali murió en el año 661, asesinado por un disidente jarichí y no entraremos aquí en la explicación detallada de este término ni de sus precedentes y consecuentes históricos y doctrinales. Sin embargo, la muerte del cuarto califa del Islam supuso la aparición de una reclamación de orden legitimista derivada de la pretensión de sus hijos, Hasan y Husayn, encaminada a la demanda de los derechos sucesorios del gobierno de la comunidad de los creyentes. Una vez desaparecido Ali, en Damasco se proclamó sucesor del califato Muáuia, perteneciente a la estirpe omeya que procedía de la tribu de Quraix a la que también pertenecía el Profeta. Esta decisión no fue aceptada de buen grado por los partidarios de la línea sucesoria que provenía de Ali que, adelante, serán conocidos como la xía de Ali, significando dicha palabra árabe partido o tendencia. En poco tiempo, en Damasco se consolidó el califato omeya que reclamó para sí la herencia plena de la sunna del Profeta ya citada y, en adelante, esa variante del Islam, la más numerosa demográficamente hablando, es lo que también entendemos hoy como sunní. En cuanto a la xía de Ali, sus seguidores establecieron un orden sucesorio hereditario cuyos representantes y portadores de esa legitimidad reclamada se denominaron imameso imanes. Llegados al sexto imám de la xía, Iafar al-Sadíq, sus sucesores se dividieron en dos ramas, la de los ismailíes, septimanos o fatimíes y la de los duodecimanos, en tanto que contaron hasta el duodécimo imán que desapareció o se ocultó en el año 873, el mismo año en que nació al-Axaarí. La xía, variante doctrinal islámica minoritaria, nunca tuvo parte en el gobierno de la comunidad de los creyentes hasta que en el año 909, los fatimíes fundaron un califato en El Cairo. Su presencia política fue elemento fundamental de la historia política del Islam hasta el año 1171 en que el citado califato desapareció y la corriente ismailí se disgregó. También fue de suma importancia su labor cultural y filosófica. Desde el punto de vista jurídico, la xía elaboró su propia escuela de Derecho y en lo referido al aspecto doctrinal, poco es lo que diferencia a un sunní un xií, puesto que ambos son plenamente musulmanes en todos los aspectos excepto en lo tocante a la dimensión escatológica del Islam. Para la sunna, Muhammad, el Enviado de Dios, fue el último de la serie de los profetas que empezó con Adán. Para la xía, tras el ciclo de la profecía, se inicia el ciclo de los imames que son los encargados de custodiar la pureza de la Fe revelada. Al final de los tiempos, en la xía duodecimana que es la que está en vigor hoy en Irán, reaparecerá el imán oculto para restituir los fueros de la justicia universal. Retomando el hilo de la exposición que dejamos interrumpida con la escuela axaarí, hay que decir que la etapa más brillante de la escuela mu’tazil coincide con la del desarrollo de las doctrinas xiíes cuyos adeptos tuvieron más de una discusión con los maestros racionalistas mu`tazilíes. Pocos años después de la muerte de al-Axaari, murió en Bagdad al-Kulainí, gran teólogo de la xía y ambos representan, en gran medida, los dos polos de la sabiduría de sus respectivas tendencias. Siglos después, un filósofo de tendencia axaarí, Abu Hamid al-Gazzáli (m. 1111), conocido como Algacel en Occidente, será también uno de los destinatarios de la crítica acerba de Averroes, como veremos en su momento. El prodigioso despliegue de la Filosofía del Islam, cuyos momentos iniciales acabamos de esbozar, contiene variadas tendencias que no podemos detallar ahora. En el ámbito de la xía, por ejemplo, destaca todo un espectro de manifestaciones que van desde la Filosofía profética y la dialéctica de la Unicidad divina, hasta la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza, la Filosofía de la Naturaleza de al-Razi, el hermetismo y su tema de la Naturaleza perfecta o la Filosofía de la luz de Suhravardi, por citar solamente a las más destacadas. En otro ámbito conceptual y discursivo, el que arranca de la escuela mu’tazil y continúa en la derivación de la escuela axaarí, nos encontramos con un juego de nociones que, bajo su aparente discontinuidad, permiten aislar temas, figuras y aportaciones novedosas que se sustentan en un fondo de permanencia cuyos orígenes remontan al saber griego. En este caso, podemos hablar de filósofos de tendencia helenizante cuyo despertar está ligado a la presencia de las obras del pensamiento griego clásico traducidas al árabe. Hay que tener en cuenta que la división entre zonas, ámbitos referenciales o pertenencias doctrinales más o menos claras, se realiza aquí de forma convencional. Es decir que, cuando hemos dicho «ámbito de la xía», no hemos pretendido abusar de la frontera separadora en lo externo, sino que lo hemos hecho por razones de comodidad expositiva. En una disciplina incierta, como la de la Filosofía, las denominadas fronteras nunca llegan a ser conceptuales en su pleno sentido, sino más bien señales de identificación y catalogación. Todas las tendencias, modulaciones, plasmaciones o manifestaciones intelectuales se destacan sobre un fondo común por los individuos que las llevan a cabo y, todas juntas, a pasar de sus desniveles, discontinuidades y rupturas, conforman lo que podemos denominar Historia de las ideas o del pensamiento islámico. Con este presupuesto bien entendido, podemos hablar ahora de la corriente de filósofos cuya referencia originaria es la obra de Aristóteles, en menor medida la de Platón y, sobre todo, la obra incierta de un Aristóteles neoplatónico, sin dejar de lado las nociones suministradas por las escuelas atomistas griegas, las estoicas y la obra de sus respectivos comentaristas que, como dijimos, también fue traducida al árabe. Todos los pensadores, de origen árabe, turco o persa, que aceptaron como propia esta tradición, consideraron necesario el establecimiento de un sistema organizado al modo en que lo hicieron los griegos: Lógica, Metafísica, Cosmología, estudio del Alma y sus potencias, Ética y Política son los elementos que estructuran un conocimiento racional de la Realidad. El despliegue expositivo de los mismos hace que sus intérpretes sean considerados filósofos en sentido pleno. Así, por esta circunstancia, fueron denominados falásifa, plural árabe de faylasúf que es directa traducción del griego philosophos, es decir, filósofo. El primero de ellos, al-Kindí (n hacia 796), fue testigo en Bagdad, de la corriente científica suscitada por las traducciones de textos griegos al árabe y de la floración del pensamiento mu’tazil. Él mismo contribuyó a la tarea traductora, aunque parece que no sabía griego. De origen árabe, acuñó los primeros términos técnicos de la Filosofía islámica y sentó las bases de una corriente filosófica basada en las ideas aristotélicas tamizadas por las neoplatónicas que proseguirá con al-Farabi (n. 872) y, después con Ibn Sína, Avicena, (n. 980). Todos los falásifa, en la medida de sus respectivas teorías, no fueron serviles imitadores de los griegos a los que, sin embargo, reconocieron como maestros. Sus pensamientos y sistemas se orientaron de acuerdo con sus propias normas y en respuesta a cuestionamientos que de ellos mismos nacieron. En gran medida, como puede observarse en el sistema de al-Kindí, los falásifa fueron conscientes de que la obra de los maestros helénicos estaba por acabar, es decir, que les había llegado abierta a posibilidades de completarla, perfeccionarla y, sobre todo, de integrarla sin fisuras en el contexto de la cultura árabe, de su lengua y de la Revelación. Siendo así que ésta venía a ser la culminación de las revelaciones plasmadas en libros anteriores, como la Torá y el Evangelio, los sistemas de los filósofos árabes se contemplaron bajo esta misma perspectiva: el pensamiento griego fue una etapa que debía tener su punto final en el pensamiento árabe e islámico. En al-Andalus, surgió la que podríamos denominar rama occidental del pensamiento helenizante. Sus inicios se remontan a Ibn Masarra (n. 883) y la escuela de Almería, seguido por Ibn Hazm de Córdoba (n. 994), Avempace (n. 1118) en Zaragoza, Ibn al-Síd de Badajoz (n. 1052), Ibn Tufayl (m. 1185) de Guadix y, finalmente, Averroes cuya muerte tiene lugar siete años después de la del ya citado Suhravardi y, ambos, son el punto de sutura de una corriente, por parte del primero, y de una apertura en el caso del segundo cuya influencia se mantendrá viva en la Filosofía iraní hasta, por lo menos, el siglo XIX. Si tuviéramos que analizar la secuencia histórica de las ideas del pensamiento andalusí, cuyos cimeros representantes hemos acabado de nombrar, avanzaríamos por un sendero plagado de signos presididos por una evidente racionalidad equilibrada por la representación de metáforas conceptuales que apuntan más a la sensibilidad que a la Razón estricta. En este caso, la plasmación más evidente de lo que decimos estaría en la obra de Ibn Tufayl y su anhelo por explicitar los procedimientos conducentes a la unión del Intelecto humano con el Entendimiento agente universal de raigambre aristotélica. Dicho afán nace de un deseo del Alma por encontrarse no solamente con la fuente de todo conocimiento sino, específicamente, con la luz de la que emana el Bien universal. El artificio que el autor personifica en el filósofo autodidacta, compendia casi todas las corrientes anteriores del pensamiento andalusí y deja abierta la puerta a un acceso por el que Averroes transitó con su andamiaje racional. CUATRO Unmismopensamiento puede ser pensado de nuevo muchas veces. Cada vez que se piensa, la etapa histórica en que tiene lugar ese acto renovado, no es la misma y, por ello, el mismo pensamiento se convierte en otro modo de pensar. Cuando la Filosofía griega entró en el pensamiento árabe e islámico, se volvieron a pensar los supuestos que aquella produjo, sin prejuicios doctrinales, considerando que estaban ante un legado accesible a todos. De ahí que, en el mundo islámico clásico, a Aristóteles lo llamasen el primer maestro, a al-Farabi, el segundo, siendo Avicena el tercero. Cuando el segundo, al-Farabi, escribió su Ciudad Virtuosa, su inspiración directa no fue Aristóteles sino Platón, siendo capaz de adaptar la constitución de una polis dirigida por el sabio, a una umma inspirada por la profecía emanada de Al-lah en cuya estructura jerárquica el sabio se colocaba un escalón por debajo del Creador. Visión de un mundo donde lo real y lo divino se armonizan en un todo significativo de orden práctico: la ciudad y sus derechos, sus funciones reguladas como las de un organismo vivo que se dirige a su propia perfección tal como preconizó Aristóteles. El mismo horizonte que, por otra parte como veremos, contempló Averroes al hablar de la ciudad, bajo inspiración también platónica, según resulta de su paráfrasis a la Republica del filósofo griego. AAverroes le tocó vivir una peculiar etapa histórica de al-Andalus que le proporcionó parte de los elementos necesarios para reflexionar sobre el modelo de convivencia social más adecuado a sus circunstancias. El imperio almorávide había impuesto una unidad política y una cierta homogeneidad social en la que la elite cedió sus derechos en beneficio de un pueblo que nunca acabó de entender la verdadera situación. Los almohades, después, instauraron un modo de gobernar en el que el componente ideológico, más que el religioso propiamente dicho, era predominante. En ese nuevo contexto, parecían estar garantizadas e incluso promocionadas, todas las tentativas intelectuales que contribuyeran a consolidar y defender la reforma de altos vuelos que había predicado Ibn Túmart. Fuera de al-Andalus, los reinos cristianos parecían estar movidos por una ideología religiosa de signo contrario al de la almohade. Sus raíces tenían todo tipo de componentes entre los cuales no era el menor el económico que, a su vez, iba a nutrir de fuerza y permanencia a las cruzadas que, fuera de la península, se estaban predicando desde el centro de gobierno de la Iglesia. Además, ese Occidente que había permanecido en la oscuridad feudal, poco a poco va manifestando una recuperación de las luces intelectuales que venían de la tradición griega y latina. Como resultado de esta integración, la ideología escolástica latina empezaba a tomar fuerza y se polarizó en una serie de cuestiones que tenían que ver con la Teología de manera inmediata y con la Metafísica de forma subsidiaria. La denominada «cuestión de los universales» afinará los instrumentos dialécticos y será Averroes, sin él saberlo, quien un siglo después resurgirá en Occidente bajo la forma de controversias agudas con su doctrina interpretada a gusto de las nuevas necesidades intelectuales y, por ende, reflejadas en lo político y lo religioso. En un Imperio que, como el almohade, hizo gala de benevolencia y generosidad para con los hombres de pensamiento, la racionalidad parecía imponerse por sí misma, por derecho propio. Sin embargo, como antítesis dialéctica de esa Razón omnipresente en un dominio particularmente significativo como el jurídico, se manifestaron cada vez con mayor fuerza, movimientos de índole espiritual que, a su modo, recuperaban y asimilaban las demandas espirituales de una sociedad que nunca había perdido la esperanza de la redención social. Debajo de la inmutable capa de serena majestad que parecía imponer el Estado almohade, fueron muchos los síntomas de rebeldía que se aferraban a la llegada de un mahdi protector y justo, reparador y bálsamo de inquietudes y pesares que se manifestaban en el seno del pueblo. Por ello es muy ilustrativo al panorama literario andalusí en el siglo XII porque nos ofrece un fiel reflejo de esta situación. Mientras la poesía árabe clásica empieza a decaer desde el momento en que los almorávides pisaron al-Andalus y fue languideciendo paulatinamente bajo los almohades, fue la poesía popular la que ocupó un lugar de privilegio desde el momento en que Muqaddam al-Cabrí el Vidente, inventó o introdujo la moaxaja en tierra andalusí. El éxito popular de este estilo poético, suscitó la aparición de poetas que, sin dejar del todo el cultivo del clásico, se diseminan por todas las regiones de al-Andalus[8]. Ejemplo de ellos fueron el denominado Ciego de Tudela (m. 1126) que vió como su fama saltaba a Oriente y el más famoso zejelero de todos los tiempos, el contemporáneo y paisano de Averroes, Ibn Quzmán (m. 1160) al que el filósofo oyó posiblemente cuando recitaba sus versos en las calles de Córdoba enaltecido por un título, el de visir, en una época que ya no hacía caso de tales encumbramientos. El poeta es, con su obra, el prototipo y la antítesis de su vecino el filósofo y jurista. A la seriedad y circunspección que éste mantenía posiblemente por temperamento, pero también por alcurnia familiar y posición oficial, Ibn Quzmán con su desenfado y tolerable desvergüenza, abrió las puertas a la lengua romance de la misma forma a como Averroes, con su talante, las abrió a la reflexión racional de altos vuelos. Si éste pudo pensar alguna vez en el epitafio que expresase sus ideas de la forma más exacta, tal vez hubiera elegido los versos del sabio Abu Amr ibn Hazm, visir de uno de los reyes de Córdoba en el siglo XI: «El hombre libre es como el oro, sujeto unas veces al golpe del martillo, pero al que ves otras veces la corona de un rey»[9]. El testamento de Ibn Quzmán, por el contrario, es el que figura en el zéjel número 90 de su cancionero, en traducción también de Emilio García Gómez, que rezaba así: «Cuando muera, éstas son mis instrucciones para el entierro: dormiré con una viña entre los párpados. Que me envuelvan entre sus hojas como mortaja y me pongan en la cabeza un turbante de pámpanos». Hijo de su tiempo y de sus circunstancias, heredero de una tradición filosófica muy consolidada, a la que la mayor parte de este libro está dedicada, de Averroes nos quedan sus escritos y, con su lectura, lo traemos hacia nosotros y hacemos de su razonar objeto del nuestro. Con ello, se convierte en instrumento de nuestro propio pensar. A lo que de él quedó entre nosotros, lo consideramos una forma de supervivencia que nos permite interrogar a sus palabras por medio de las nuestras. Aunque nos sea imposible comprenderlo tal como él se comprendía y de la misma forma en que lo hicieron sus contemporáneos o inmediatamente sucesores, todavía nos está permitido integrar sus palabras en nuestros conceptos, de la misma forma que él lo hizo con las palabras y los conceptos de una forma de pensar que tuvo lugar casi un milenio y medio antes de que él naciera.

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