Goethe - La Vida Como Obra De Arte
Prólogo
RÜDIGER SAFRANSKI
Goethe es un acontecimiento en la
historia del espíritu alemán..., un acontecimiento que, a decir de Nietzsche,
careció de consecuencias. Pero lo cierto es que sí las tuvo. Aunque no dio un
cauce más favorable a la historia alemana, es incuestionable que, en otro aspecto,
Goethe tuvo una enorme trascendencia, y la tuvo como ejemplo de una existencia
lograda, capaz de unir riqueza espiritual, fuerza creadora y prudencia ante la
vida. La suya fue una vida rica en tensiones, que se encontró con ciertas
dádivas en la cuna, pero que también hubo de luchar, pues desde dentro y desde
fuera la amenazaban peligros y tribulaciones. Lo que no deja de fascinar es la
figura individual de esta vida. Pero no es algo que vaya de suyo.
Hoy los tiempos no son propicios
para el nacimiento de la individualidad. El encadenamiento de todo con todo es
la gran hora del conformismo. Goethe estuvo entrelazado de la manera más íntima
con la vida social y cultural de su época, pero se las compuso para seguir
siendo un individuo. Adoptó como principio la máxima de acoger en sí tanto
mundo como pudiera elaborar. Pasaba de largo ante aquello a lo que no podía dar
de alguna manera una respuesta productiva; dicho de otro modo, tenía una
admirable capacidad de ignorar. Es evidente que hubo de tomar parte en muchas
cosas que hubiera preferido evitar. Sin embargo, en cuanto dependía de él,
quería determinar por sí mismo el alcance del círculo de su vida.
En la actualidad tenemos cierto
conocimiento de lo que es el metabolismo fisiológico. Y el ejemplo de Goethe
nos permite aprender lo que es un metabolismo espiritual y psíquico con
respecto al mundo. También nos permite aprender que, junto al sistema
inmunológico corporal, gozamos además de una inmunología psíquico-espiritual.
Hemos de saber a qué dar entrada y a qué no. Goethe lo sabía, y eso forma parte
de la prudencia de su vida.
Por ello este poeta genial
estimula no sólo con sus obras, sino también con su vida. Además de un gran
escritor, fue un maestro de la vida. Ambas cosas juntas lo hacen inagotable para
la posteridad. Él lo presentía, por más que en una de sus últimas cartas a
Zelter escribiera que estaba enteramente entrelazado con una época que no había
de volver. No obstante, Goethe puede estar más vivo y presente que algunos
vivos con los que nos cruzamos en nuestro camino.
Cada generación tiene la
oportunidad de verse reflejada en el espejo de Goethe y comprenderse mejor a sí
misma y a su propio tiempo. En este libro emprendo un intento de ese tipo, por
cuanto en él describo la vida y la obra de un siglo, y simultáneamente, a la
luz de su ejemplo, me propongo explorar las posibilidades y los límites de un
arte de la vida.
Un joven de buena cuna, nacido en
Frankfurt del Meno, estudia en Leipzig y Estrasburgo, sin concluir una carrera
en sentido estricto, aunque al final acaba haciéndose abogado. Se enamora sin
pausa, revolotea en torno a él un enjambre de mujeres, jóvenes y maduras. Con Götz de Berlichingen alcanza la fama en
Alemania, y la Europa literaria habla de él tras la aparición de Las desventuras del joven Werther.
Napoleón afirmará haber leído la novela siete veces. Acude a Frankfurt un
cuantioso número de visitantes, para ver y escuchar a aquel joven hermoso,
elocuente y genial. Una generación antes de Lord Byron, se siente favorito de los
dioses y, lo mismo que aquél, cultiva también un contacto poético con su
diablo. Todavía en Frankfurt inicia la obra de su vida entera: Fausto, el drama canónico de la época moderna. Después
de la era del genio en Frankfurt, Goethe se hastía de la vida literaria, está a
punto de precipitarse en una ruptura radical y en 1775 se traslada al pequeño
ducado de Sajonia-Weimar, donde traba amistad con el duque y asciende al rango
de ministro. Se aficiona a las ciencias naturales, huye a Italia, vive en concubinato
y, en medio de todo ello, escribe inolvidables historias de amor, entra en
noble competición con Schiller, amigo y colega en el arte literario, escribe
novelas, se ocupa de política, cuida el contacto con los grandes del arte y de
la ciencia. Ya en el curso de su vida se convierte Goethe en una especie de
institución. Se convierte en historia para sí mismo, pues escribe Poesía y verdad, sin duda la
autobiografía más importante de la vieja Europa, tras las Confesiones de Agustín y las de Jean-Jacques Rousseau. Sin embargo,
por rígido y solemne que en ocasiones se nos presente su aspecto, en la obra de
los años de madurez aparece también como el audaz y sardónico Mefistófeles, que
hace estallar todas las convenciones.
En medio de tanta creatividad,
tiene siempre conciencia de que las obras literarias son solamente una
dimensión, y de que la otra dimensión es la vida misma. También a ella quería
darle el carácter de una obra. ¿Qué es una obra? Algo que destaca en el seno de
los latidos del tiempo, con un principio y un final, y entre ambos una figura
delimitada con rasgos firmes. Una isla de significado en el mar de lo casual e
informe, algo que llenaba a Goethe de espanto. Para él todo había de tener
forma. O bien la descubría, o bien la creaba en el vaivén cotidiano de los
seres humanos, en las amistades, en cartas y conversaciones. Era un hombre de
rituales, símbolos y alegorías, un amigo de insinuaciones y alusiones, y, sin
embargo, también quería llegar siempre a un resultado, a una forma, a una obra.
Esto tenía especial vigencia en los deberes oficiales. Había que mejorar las
calles y carreteras, urgía liberar de gravámenes a los labradores, a los
pobres, y quienes estaban capacitados debían obtener sueldo y pan, la
explotación de minas tenía que producir beneficios, y en el teatro, dentro de
lo posible, el público había de encontrar cada noche materia para reír o para
llorar.
Tenemos así, por una parte, las
obras, en las que la vida conquista una forma; y, por otra, la atención. Éste
es el más bello cumplido que podemos hacer a la vida, a la propia y a la ajena.
También la naturaleza merece ser percibida con amor. Goethe exploraba la
naturaleza en la medida en que la observaba con atención. Estaba persuadido de
que, si miramos con suficiente atención, se mostrará siempre lo importante y
verdadero. Nada más que eso, nada de jugar a misterios. La ciencia que cultiva
no acaba de oír ni ver. La mayor parte de las cosas que descubría le gustaban.
Y le gustaba también lo que lograba. Si esto no agradaba a los demás, a la
postre le daba igual. El tiempo de la vida le parecía demasiado valioso para
dilapidarlo con los críticos. «El adversario no se toma en consideración», dijo
una vez.
Goethe era un coleccionista no
sólo de objetos, sino también de impresiones. Así actuaba en los encuentros
personales. Se preguntaba siempre si y en qué le había «alentado» la persona en
cuestión, a tenor de su expresión favorita. Amaba lo vivo, y quería retenerlo
tanto como fuera posible para darle alguna forma. Un instante, llevado a una
forma, está salvado. Medio año antes de su muerte sube otra vez al Kickelhahn,
para leer aquellos garabatos de antaño en la pared interior de la cabaña de
cazadores: «Sobre todas las cumbres hay quietud».
Sobre ningún otro autor de la
época moderna fluyen con tanta abundancia las fuentes biográficas; ningún otro
autor está cubierto por tantas opiniones, conjeturas e interpretaciones. Este
libro se acerca al que quizá fue el último genio universal exclusivamente desde
fuentes primarias: obras, cartas, diarios, conversaciones, referencias de los
coetáneos. Goethe adquiere con ellos vida y se nos presenta como si lo viéramos
por primera vez.
Con Goethe se nos acerca también
su tiempo. ¡Cuántas rupturas y bruscas transformaciones históricas experimentó
este ser humano! Creció todavía en el juguetón rococó y en una rígida y arcana
cultura urbana, lo conmovió y provocó la Revolución francesa con sus
consecuencias intelectuales; asistió al nuevo orden de Europa bajo Napoleón y a
la caída del emperador y la restauración, que, a su pesar, no pudo detener el
tiempo. Estamos ante un hombre que registró tan sensible y reflexivamente la
irrupción de la modernidad como apenas ningún otro, y que extiende al arco de
su vida a la sobria y acelerada época del ferrocarril, así como a sus tempranos
sueños socialistas; ante alguien con cuyo nombre llegó a designarse más tarde
toda la época de estas transformaciones enormes: la época de Goethe.
Fuente: Tusquets Editores.
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