martes, 2 de febrero de 2016

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE (1772-1834). Prólogo: Harold Bloom.




Samuel Taylor Coleridge

Balada del viejo marinero y otros poemas

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE (1772-1834)

 Coleridge, hijo menor de los catorce que tuvo un pastor protestante provinciano, fue un niño precoz y solitario, que constituyó casi un reto para su propia familia. Desde muy temprano, soñador y (como él mismo se definía) todo un carácter, perdió a su padre —quien le adoraba sobre todos los hermanos— cuando sólo tenía nueve años de edad. Poco después de esta pérdida, el Christ’s Hospital, de Londres, le acoge; excelente colegio que le proporcionaría la educación intelectual que precisaba, así como la amistad eterna del futuro ensayista Charles Lamb. Pronto sintió la llamada de la poesía y se enamoró profundamente de «Mary Evans, hermana de un compañero del colegio, pero aquel amor acabó en el vacío».
     En el Jesus College, de Cambridge, Coleridge continuó sus estudios superiores, etapa de su vida que comenzó muy bien, pero, debido a su temperamento, que le hacía rechazar la disciplina académica, no destacó en aquéllos. Opta por huir de Cambridge, cargado de deudas, y se alista en el cuerpo de caballería, bajo el imperecedero nombre de Silas Tomkyn Comberbacke, aunque no era capaz de sostenerse sobre la cabalgadura. Sin embargo, prueba su utilidad con sus compañeros dragones como redactor de misivas amorosas; se le asigna la labor de limpiar los establos, pero, finalmente, el cuerpo permite que sus hermanos lo rediman pagando cierta cifra por su liberación de tal servicio. Vuelve a Cambridge, pero su característico complejo de culpabilidad no le permite realizar ninguna labor académica de provecho. Cuando abandona Cambridge, en 1794, lo hace sin haberse graduado.
     Joven poeta sin un céntimo, con pensamientos de carácter político muy radicales, se hace íntimo amigo de Robert Southey, por entonces poeta también muy radical, y recordado hoy día como el Conservador Laureado, maltratado constantemente por los versos satíricos de Byron. Como nuestros jóvenes contemporáneos amigos de las columnas, Coleridge y Southey proyectan lo que ellos bautizaron con el nombre de Pantisocracia. Acompañados de las doncellas ideales para tal plan, y de otros espíritus elegidos, fundarían una colonia comunista, de carácter agrario-literario, a las orillas del río Susquehanna, en el exótico estado norteamericano de Pennsylvania. Bajo el acicate de Southey, Coleridge se compromete pantisocráticamente con la no muy inteligente miss Sara Fricker, con cuya hermana Southey estaba a punto de casarse. La pantisocracia murió al nacer, y Coleridge abrió los ojos a tiempo para comprobar que se había casado con la persona menos adecuada para él, lo cual constituiría la mayor desgracia de toda su vida.
     Entonces recurrió a Wordsworth, a quien conociera en 1795. La poesía de Coleridge influenció la de Wordsworth y le ayudó a conseguir su estilo característico. No es muy atrevido decir que la poesía de Coleridge desapareció absorbida por la de Wordsworth. Hoy día recordamos a las Lyrical Ballads (1798) como obra de Wordsworth; sin embargo, un tercio de su contenido fue escrito por Coleridge, y Tintern Abbey, cima del libro, con la excepción de The Ancient Mariner, le debe muchísimo a Frost at Midnight, de Coleridge. Tampoco existen muchos testimonios de que Wordsworth admirase o animase la poesía de su amigo; sobre The Ancient Mariner, sus opiniones siempre dejan ver un gran resentimiento, y se sintió desconcertado (aunque de forma inevitable) con Dejection: An Ode y To William Wordsworth. Generoso en lo tocante a las obras de Wordsworth, Coleridge tuvo que sufrir el desdén de su amigo más íntimo, sobre sus propias ambiciones poéticas.
     No es fácil ser honrado en tal asunto, pues la literatura, por necesidad, es tanto cuestión de personalidad como de carácter. Coleridge, como Keats (y como Shelley, para ciertos lectores), es digno de ser amado. Byron, siempre es, por lo menos, fascinante, y Blake, en su solitaria magnificencia, es héroe de la imaginación. Pero la personalidad de Wordsworth, como la de Milton o Dante, no estimula el afecto del lector normal hacia el poeta. Coleridge tiene, como observó Walter Pater, un «encanto peculiar»; parece como si se hubiera entregado a los mitos del fracaso, lo cual es asombroso cuando se tiene en cuenta la totalidad de su obra.
     Sin embargo, son su vida y el autoabandono de sus ambiciones poéticas, que continuamente nos convencen de la necesidad de hallar en él parábolas del fracaso del genio. Sus mejores poemas fueron escritos en el año y medio en que veía diariamente a Wordsworth (1797-1798); sin embargo, hasta sus mejores poemas, con la única excepción de The Ancient Mariner, son fragmentarios. Su forma de vida es también fragmentaria. Cuando recibió la pensión que le asignó la familia Wedgwood, dejó a Wordsworth y a la hermana de éste, Dorothy, para marcharse a estudiar alemán y filosofía a Alemania (1798-1799). Al poco tiempo de regresar empezaron los miserables años de su madurez, aunque sólo tenía entonces veintisiete años. Se fue a vivir cerca de los Wordsworth, de nuevo, y se enamoró perdidamente, y de forma permanente y desgraciada, de Sara Hutchinson, con cuya hermana, Mary, se casaría Wordsworth en 1802. El mismo matrimonio de Coleridge fue un desastre, y su salud empeoró rápidamente, debido, quizá, a motivos psicológicos. Para poder hacerle frente al dolor, empezó a beber láudano, del cual se volvió adicto, vicio que nunca pudo arrancar totalmente de su ser. En 1804, buscando un clima más propicio para su salud, se marchó a Malta, pero a su regreso, dos años más tarde, se encontró en el peor momento de su vida. Tras separarse de su mujer, se fue a vivir a Londres, donde comenzó una nueva vida profesional como conferenciante, redactor de periódicos y escritor capaz de tratar cualquier tema por encargo, mientras sus miserias aumentaban. Tras la inevitable ruptura con Wordsworth de 1810, vino la reconciliación ostensible de 1812, pero la amistad real no volvió a surgir hasta 1828.
     Desde 1816 en adelante, Coleridge vivió en la casa de un médico, James Gillman, único medio que le permitía seguir trabajando, evitando así el colapso total. Envejecido prematuramente, acabada su poesía, Coleridge comienza su última fase de creador, como crítico y filósofo, etapa de la cual depende su importancia histórica; pero la misma, como sus primeros logros en prosa, no deben tratarse en una introducción a su poesía. Nos queda por preguntar cuál fue su verdadero logro como poeta, y a pesar de su carácter excepcional, por qué cesó de escribir poesía después de 1807. Wordsworth siguió cultivando los versos después de 1807, aunque la mayoría sean en realidad muy malos. Los pocos poemas que Coleridge escribió después de sus treinta y cinco años son importantes, pero ocasionales. ¿No sería que le fallaría el deseo poético, ya que sus fuerzas imaginativas siempre se mantuvieron frescas?
     Las grandes ambiciones poéticas de Coleridge incluían la creación de una obra épico-filosófica sobre el origen del mal, y una secuencia de himnos al Sol, la Luna y los elementos. Estas ilustres intenciones fueron muriendo lenta pero definitivamente, y se vieron sustituidas por el sueño de un opus maximum filosófico, obra enorme que sintetizaría y reconciliaría la filosofía idealista alemana con las verdades ortodoxas del cristianismo. Aunque sólo llegó a redactar fragmentos de la misma, ocupó su tiempo en otros temas: especulaciones sobre teología, teoría política y ensayos críticos que han tenido una profunda influencia en el pensamiento conservador británico de la era victoriana, y, de forma distinta, en el trascendentalismo norteamericano, cuyos líderes fueron Emerson y Theodore Parker.
     Los reales logros de Coleridge en la poesía se dividen en dos grupos notablemente distintos, lo cual es sorprendente, pues ambos ocurren casi de forma simultánea. El grupo demoniaco, por fuerza el más famoso, formado por la trilogía de The Ancient Mariner, Christabel y Kubla Khan. El grupo conversacional incluye los llamados poemas-conversación, de los cuales The Eolian Harp y Frost at Midnight son los más importantes, así como la desigual oda Dejection y To William Wordsworth. Los postreros fragmentos Limbo y Ne Plus Ultra marcan una especie de retorno del modo demoniaco. El que sólo nos interesen de verdad nueve poemas de un poeta tan dotado como Coleridge es una lástima, pero la singularidad de estos dos grupos nos compensan un poco de la brevedad del canon.
     Los poemas demoniacos rebasan el censor ortodoxo creado por los mismos temores morales de Coleridge, con los cuales intentaba atar sus propios impulsos imaginativos. Le da unión al grupo una forma de búsqueda mágica que se fija como meta la reconciliación entre la autoconsciencia del poeta y una forma más ilustre del ser, unida a un perdón divino, pero esta reconciliación, por fortuna, se halla más allá de la frontera de estos poemas. El marinero consigue un estado de purga, pero no puede ir más allá de este proceso. Christabel es violada por Geraldine, pero ello también es una purga, más que una condena, ya que su total inocencia es su único defecto. El mismo Coleridge, en el momento más intenso de toda su poesía, se ve tentado de asumir el estado de un renacimiento de Apolo: el joven de ojos relampagueantes y cabellos al viento, de Kubla Khan, pero se aleja de la visión que tiene del paraíso el poeta, al juzgarlo sólo como otro purgatorio.
     El grupo conversacional, aunque tremendamente diferente en atmósfera, nos habla más directamente de un tema parecido: el deseo de volver al hogar, no hacia el pasado, sino a lo que Hart Crane hermosamente nombró «una infancia perfeccionada». Cada uno de estos poemas, como los del grupo demoniaco, linda con una especie de redención purgatoria, sufrida en beneficio de otra persona, en la cual Coleridge, tiene que sufrir o fracasar, de forma que la persona a quien él ame se beneficie y logre la alegría. Hay una implicación sumisa de que, de alguna forma, el poeta, con todo, será aceptado en su verdadero hogar, de este lado de la tumba, si puede perfeccionar esta redención.
     Cuando Wordsworth, con su fuerza primordial, domina el mundo subjetivo y ayuda a sus lectores en tan difícil sentimiento, Coleridge, deliberadamente, corteja la derrota por la subjetividad y se contenta con ser confesional. Pero, aunque él no puede ayudarnos a sentir, como sí lo hace Wordsworth, en cambio, nos deja entender cuán profundamente sentida era su interpretación de la realidad. Aunque, en cierta forma, su poesía es un testamento de la derrota, un someterse a la ansiedad de las influencias y al temor de la autoglorificación, es uno de los testamentos más emocionantes y perennes que la literatura nos ha legado.
     HAROLD BLOOM

Fuente:
   Título original: The Rime of the Ancient Mariner and Other Poems
 Samuel Taylor Coleridge, 1982
Traducción: José María Martín Triana
Introducción: Harold Bloom
Ilustraciones: Gustave Doré

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