sábado, 6 de febrero de 2016

(Fragmento. Novela: Mariposas negras para un asesino). *Tercera entrega.(páginas 28-42).


(Fragmento. Novela: Mariposas negras para un asesino). *Tercera entrega.(páginas 28-42). Autor: J.Méndez-Limbrick.
(4)
Mil metros antes de llegar a la Reforma y en línea recta, las grandes puertas de mallas metálicas señalaban la entrada principal. Henry giró la cabeza a derecha e izquierda, distinguió guardias fuertemente armados en torreones. Escapar imposible.
Faltando cien metros comenzó a disminuir la velocidad del viejo BMW.
El guardia de la casetilla principal se acercó acomodándose a su espalda el rifle reglamentario con la mano derecha.
-Sí señor, ¿qué se le ofrece?- interrogó el gendarme, Henry le extendió su carné de abogado y le preguntó la ubicación del “Gordo Monge” en el penal.
Vía crucis...
-Vaya ahí, al puesto de vigilancia, donde se encuentran aquellos dos guardias-le murmuró entre dientes el oficial señalando la casetilla.
“Insufrible trabajo. Rutina de siempre. ¡Ojalá no se enfurezca... una ráfaga de ametralladora y a la mierda todos” farfulló Henry alejándose del gendarme. Nadie lo escuchó. Sacó su pañuelo, limpió varias gotitas de sudor que querían desprenderse del cuello.
Esperó. La espera se le hacía interminable, no importaba cuanto tiempo fuera, siempre le pasaba lo mismo. El aguardar se le materializaba en la lengua con un sabor metálico que empezaba a inundar la boca. Así era desde que fue Jefe de Homicidios y tenía que esperar a algún compañero para transportarlo a la escena del crimen. Siempre pensó que era un mecanismo del cuerpo para defenderse de la misma angustia y el estrés que producía la espera.
Llegó un oficial del Pabellón de Mediana Abierta, entregó en la ventanilla de la caseta el carné de abogado, luego, le abrieron otra puerta de malla metálica y le hicieron el “cacheo” rápidamente: ya estaba dentro del Penal.
“La Reforma es un penal amplio, se extiende por varios kilómetros. Antes de ser Penal era una finca, por eso le llaman en la jerga del bajo mundo “La Finca” y si alguien cae con una condena dicen que “fulano” está en la “Finca caneando”. Conforme se va avanzando hacia el fondo del Penal, las penas comienzan a elevarse, es una especie de círculo del infierno de Dante, pero en forma horizontal, en lontananza, no es un infierno de forma cónica como se representa al del gran poeta italiano. Es evidente que allí se concentran todos los pecados y pecadillos de este mundo: cobardes, los que atentan contra sí mismos y contra los demás convertidos por la ira en monstruos, así como los violentos, los rateros, fraudulentos, y los lujuriosos. Los pabellones van desde “mínima sentenciados”, círculos menores del Dante, hasta llegar al Pabellón de Máxima Seguridad, a lo más profundo del averno”, pensó caminando junto al oficial...
No quería que algún frustrado le hundiera un puñal hechizo en su voluminoso vientre. “No papito todavía estoy joven me falta mucho kilometraje que recorrer” farfulló para sí un poco agitado.
Nuevamente pensó en Dante en los círculos del infierno: “ En el caso mío yo no voy a descender a los grandes círculos del infierno de la “Reforma”, mi viaje se va a limitar a los círculos medios: al de los fraudes, los robos, las estafas, y el hurto...”.
-Sí, señor, ¿en qué lo podemos ayudar?- señaló un oficial del “Pabellón de Mediana Abierta”, entretanto el escolta indicaba que una vez terminada la visita pidiera que lo llamara para acompañarlo hasta la salida del penal.
-Por favor, busco a Carlos Monge -y antes de dar el segundo apellido del “Gordo” la voz entre oficiales de seguridad e internos fue invadiendo los diferentes pasadizos y celdas, “buscan al Gordo Monge” “Gordo, lo buscan”.
Más allá del puesto de oficialía, cerca de una pulpería improvisada se miraban varios afiches de actrices, en uno decía: “Jennifer López: tentadora doncella”, en donde la López de medio lado y recostada en una cama, con una t-shirt blanca y de tirantes, dejaba adivinar provocativamente -y con una sonrisa en sus labios por supuesto - parte de las bondades de su cuerpo para los internos. Deseos masturbatorios se imaginó entre la población penal. No todos tenían visita conyugal.
No tuvo que esperar demasiado, a los diez minutos, oyó un “chancleteo”, luego un cuerpo enorme se balanceaba hacia él: era Monge que con “bermudas” y una camisa de manga corta, rayas horizontales le extendía y le apretaba la mano en señal de saludo. Con su voz juvenil preguntó a qué se debía la sorpresa de la visita.
Henry le comentó que el asunto era delicado, así que solicitó a uno de los guardias si podía hablar con el “Gordo” fuera del pabellón, el oficial se negó:
-Es prohibido licenciado, si quieren estar solos pueden ir allí, y señaló una zona del pabellón que era utilizado no para celdas sino para trabajos de carpintería, cerca del afiche de la “tentadora doncella”.
-Y bien, licenciado qué pasó, a qué se debe su visita- interrogó “el Gordo” entretanto su cara se iluminaba como la de un niño fogoso.
-Mirá, Carlos, ayer fui a visitar al “Chaparro” a “San Sebas” y me manifestó que tal vez vos podías informarme algo sobre un crimen que sucedió hace quince días, para ser exactos sucedió el día 5 de noviembre de este año, y que salió una pequeña noticia en los periódicos.
Henry esperó al asecho.
-Nooo, noo recuerdo, esperá para verrr, ¿decís que sucedió el 5 de noviembre de este año?
Un sudor frío y una agitación invadió su cuerpo. Siempre le sucedía, desde sus primeros años en el Organismo de Investigaciones Criminales, al interrogar una extraña agitación que no podía evitar le revolvía el estómago.
-No, creo que no.
-¿No?-Respondió Henry de seguido, un poco turbado como el profesor con el estudiante que es reprobado por no conocer la materia de examen.
-No licenciado, de verdad que no.
Entre ambos se hizo un silencio.
-Bueno, si es así, ¿qué le podemos hacer?, siseo Henry no ocultando el malestar.
-¿Por qué licenciado, es un asunto de un cliente ?
-No, terminó diciendo en seco Henry palmoteándole el hombro al “Gordo Monge”.

(5)
Ese sábado no pudo conciliar el sueño, recordó “el homicidio de la bella sin marcas”. En aquella ocasión - y como muchas veces sucede- no se daba la información verdadera a la prensa nacional, e incluso los padres de la víctima pagaron grandes cantidades de dinero al Despacho de Prensa del Organismo de Investigaciones Criminales para que no saliera nada de información que pudiera revelar la identidad de la víctima. Por otra parte, los padres tuvieron en secreto la verdadera muerte de su “niña.” Y esparcieron entre sus amistades, familiares lejanos y cercanos la siguiente historia:
“Que la “bella, simpática, y espigada instructora de aeróbicos e hija” moría de un infarto al miocardio. Que la niña tenía una malformación congénita en el órgano del amor. Y que ellos sus padres y ella su hija, acordaron tener por siempre en el más profundo de los secretos el mal que le aquejaba desde su infancia.
Además, con el paso de los años, creyeron que la malformación era cualquier cosa y como muchas veces sucede con estas bromas de la naturaleza, la dolencia estaba superada mediante las prácticas de los aeróbicos y con el desarrollo de adolescente a mujer, pero que no fue así y más bien, la lesión se empeoró y se complicó hasta producir un desenlace fatal. Y Kattia María a sus 25 años, dejaba a familiares y amigos anonadados con su partida”.
Y la historia de Kattia María se convertiría en leyenda hasta para jovencitas y jovencitos que no la conocieron”.
Así empezaría la obsesión: primero con un crimen inusual, una joven muere en un motel, y es encontrada al día siguiente por uno de sus empleados. No existe violencia en la escena del crimen. La mujer yacía como dormida, desnuda y bocaabajo. El empleado del hotel al ver aquel torso se inmutó por un instante pensando que a lo mejor se trataba de una muchachita que había consumido quién sabe qué tipo de droga y estaba todavía en onda. No, no era así, el hombre se le acercó pronunciando algunas palabras, más bien balbuceando algunas frases, la joven no respondió. A dos o tres metros de distancia pudo apreciar con detenimiento el cuerpo:
-Psstt, psstt, señorita, ¿se siente mal? Insistió, el aire se hizo pesado como de plomo y por segunda vez nadie contestó, tocó el hombro... estaba frío, puso su mano instintivamente en la carótida no encontró pulso.
Pasadas dos horas, Henry estaba tomando la declaración a los empleados del motel y Rodrigo Castilleja de la Cuesta con el Juez de Turno hacían el levantamiento del cadáver.
En cuanto a la recolección de indicios en la escena del crimen no se pudo encontrar nada. Únicamente una pequeña mancha de sangre al levantar el cadáver en la sábana suponía cierto signo de lucha.
Y recordó que aquella noche no pudo dejar de sentir curiosidad sobre el crimen y qué habían encontrado sobre la manera de muerte, y como su oficina estaba en el mismo edificio de la Morgue Judicial bajó varios pisos. Llegó al salón de autopsias, ingresó a la Sala, no encontró ninguna persona. Solo la Bella sin Marcas parecía estarlo esperando dormida en el planché de metal. La podía observar: inmóvil, secretamente inmóvil, su cuerpo todavía emanaba vida. Primero pudo divisar la cabeza en la semi penumbra del salón y el gran lamparón que alumbraba el cuerpo. La cabellera estaba aún húmeda como parte de la rigurosa limpieza que son sometidos los cadáveres. Conforme se fue acercando, los pechos erectos y firmes parecían sentirse orgullosos de sí mismos. Avanzó más, y como un “voyeur” observó sus caderas y sus bien proporcionadas piernas así como su pubis recortado como lo hacen algunas chicas de la “Play Boy”. Y de igual manera como le causaba admiración ese cuerpo inerme, sintió repulsión-atracción por la muerte, y en unos segundos le pareció que solo existían dos personas en el Universo: “La Bella sin Marcas y él”. Se imaginó que hacían el amor en el mismo planché de las autopsias y cada vez que pasaba su lengua por su pubis hasta sus pechos sentía la delgada sutura donde alguna vez aquella carne se estremeció.
(6)

Nunca se recuperó del crimen sin resolver de la “Bella sin Marcas”, sabía que la investigación terminó mal no por culpa suya ni del equipo de investigadores, sino por la astucia del asesino y esto era lo que más le enfureció.
Durante meses recogieron una serie de testimonios que pensaron les iba a deparar un final feliz: no fue así.
Esta segunda ocasión no la iba a desperdiciar, tenía que aprovecharla.
La semana siguiente a la visita del “Chaparro y al Gordo Monge”, tuvo la certeza que no existía ninguna duda: Ernesto su amigo y oficial del Organismo, le enviaba un “file” vía fax con el informe de Medicatura Forense de la joven asesinada en el Hotel Astoria San José Internacional: los dos homicidios tenían ciertas similitudes y casi por completo se corroboraba desde un inicio la sospecha:
¡ se trataba del mismo asesino de diez años atrás!
Henry miró desde el gran ventanal hacia la noche. Su imagen se transparentaba en el vidrio, más allá la ciudad y el Valle de las Muñecas. Se contuvo. No deseaba pensar en las lindas damitas, ahora no.
El rompecabezas estaba tirado nuevamente sobre la mesa para que tratara de armarlo de una vez por todas. Un murmullo de voces ingresó a su cerebro: imágenes de aquella época. Unas imprecisas, otras más precisas, borrosas la mayoría... empezó a atar cabos.
No había ni el menor asomo de una equivocación una vez leído por completo el informe de Medicatura Forense. Respiró hondo. Como siempre Rodrigo Castilleja de la Cuesta, ponía todos sus conocimientos de patólogo a la hora de rendir aquel dictamen. Pensó que Rodrigo era demasiado preciso, analítico, y que parecía gozar a la hora del análisis post-mortem. “Todo patólogo es un necrófilo y voyeur con licencia” murmuró.
Llegó al Hotel Costa Rica. Los edificios y oficinas del casco metropolitano vomitaban literalmente a los empleados públicos y empleados de las empresas privadas. Y mientras tomaba el café, miró La Torre de Babel, no de la confusión de las lenguas sino de las prisas y de los equívocos. La gente huía de la ciudad, de sus entrañas. Algunos lo hacían en taxis, otros en buses y los más afortunados en sus carros, todos tenían un lema: escapar de la ciudad.
La ciudad en la noche era una degenerada y tranformista, muchos querían ignorarla, él no. Así la había conocido y así le agradaba: brutal, salvaje, el extraño paraíso.
Empezó a bajar Avenida Segunda, de oeste a este buscando el Complejo Judicial. Como siempre para esa hora pocas personas se veían por el Circuito de la Corte.
Un oficial saludó, Henry le dijo que se dirigía a la Morgue Judicial.
Por los corredores pudo percibir sus propios pasos.
Henry recordó algo de Historia Judicial:
“La Morgue fue construida en el mismo edificio del Organismo de Investigaciones Criminales, en la década de los años sesenta. ¿Cuántas veces habría pasado he pasado por por allí? En el primer subnivel está Medicatura Forense y el Consejo Médico Psiquiátrico: lo concerniente a valoraciones de incapacidades y dictámenes médicos.
En el segundo subnivel por una decisión emanada de la Corte Suprema de Justicia está la Recepción de Cadáveres. Fue transferida debido al exceso de trabajo los fines de semana -especialmente los días viernes, sábados y domingos- y la afluencia de las personas en los pasillos que hacían casi imposible el traslado de los cadáveres por los camilleros. Oscar Fernández Murillo, conocido en la Morgue como el Efebo, “mote” que le pusiera una estudiante de Medicina por su cara de niño que se traslucía en una piel sin barba y una sombrita en su labio superior que él decía era su moustache, fue uno de los que más se quejó en la época que la Recepción de Cadáveres estaba en el primer subnivel. El Efebo era quizá entre los camilleros y morgueros -función doble que desempeñaba con gran entusiasmo- una de las pocas personas que más años tenían de trabajar en ese submundo de olor a formol, sangre, y vísceras en descomposición. Iniciaba sus labores al cumplir los dieciocho años. Siempre decía que su ingreso a la Morgue fue el día de su natalicio para que no se le olvidara “el lugar tan lindo” donde pasaba la mayor parte del día: en este caso la noche, porque la mayoría de las jornadas laborales las hacía pasadas las seis de la tarde. Otra característica que lo diferenciaba de los demás morgueros es que Oscar, el Efebo, llegó a trabajar, por cierta inclinación a la medicina o a lo necrófilo. Algunos patólogos le pedían que los ayudaran en las disecciones de emergencias.
-Oscar, Osquitar, mirá dame una mano ahora más tarde, ¿sí?
Y el Efebo, respondía siempre con ese humor negro, chocante, macabro:
-Y... bien, ¿a quién hay que descuartizar hoy...? ¿En pedacitos, en pedazos, grandes, medianos? ¿Cómo va a hacer el corte doctor Castilleja, “estilo español” o de “chaleco?” Y reía con una risa entrecortada dejando mirar sus dientes de castor y unos ojitos que se achicaban con la risa y con los anteojos culos de botella que sus compañeros le decían no le sentaban nada bien. El estilo a que se refería Oscar el Efebo, no era otra cosa que la forma en que los patólogos hacen el corte para las disecciones: el de “chaleco” -como su nombre lo indica-, se realiza levantando la piel del torso hacia la misma cara del muerto en un corte semi circular, entretanto el estilo “español” es en v, desde el cuello: se hacen dos incisiones a cada lado de las carótidas uniendo ambas líneas más abajo de la tráquea y de ahí se realiza un solo corte lineal hasta los mismos órganos genitales, para luego abrir el cuerpo hacia ambos lados.
Con un humor negro, decía al llegar un muerto por accidente de tránsito:
“¿Y estos hijueputas cuándo dejarán de correr?” ¡Ahora sí papito corré, corré! Y de un solo golpe metía al difunto en la cámara de refrigeración como quien acomoda carne en una carnicería.
-Ahh, es inconcebible, una mierda, yo no sé para qué putas la gente corre en automóvil, como si se fuera a acabar el mundo, le comentaba muchas veces a su amigo Quique que los fines de semana lo iba a buscar a la salida del trabajo para irse a tomar unas cuantas cervezas en el Girasol Nocturno.
El tercer subnivel está lo referente a análisis físico-químico.
El cuarto y último subnivel es El Reino de Tanatos”... y a ese mundo se dirigía Henry, rápido, raudo, veloz, el mismo aire lo asfixiaba, quería saber más sobre los informes que Rodrigo le había enviado. Por un momento, recordó la primera vez que ingresó a la morgue. Fue con el doctor Rodrigo Castilleja de la Cuesta, se acordó perfectamente bien, porque Rodrigo no tenía ni un mes de estar en propiedad en el Organismo, en la Sección de Ciencias Forenses. Henry le confesaría que la Morgue con solo escuchar su nombre, le producía escalofríos en el cuerpo, Rodrigo sonrió:
-Mirá, la verdad, es cuestión de costumbre, creo que a la mayoría nos pasa igual, recuerdo que en mis primeros años de estudiante de Medicina las disecciones me revolvían el estómago y no podía ni comer por la noche. Ahora es normal, terminado mi turno de trabajo aquí en la Morgue Judicial, llego a mi casa con un hambre como si no hubiera comido durante toda una semana.
-¿De verdad?, replicó asustado y un poco incrédulo Henry.
-¡Claro, Henry, es cuestión de costumbre!, exclamó riendo por segunda vez”.
¿Cómo conoció a Rodrigo Castilleja de la Cuesta? Habían sido treinta años atrás: los dos iniciaban carreras judiciales, él en su rama de la medicina forense y Henry como investigador del Organismo. Congeniaron desde que se conocieron. Tenían pocas diferencias en sus estilos de vida. Rodrigo siguió soltero, Henry en cambio se casó y luego vino el divorcio.
Y Rodrigo por no haberse casado, algunos le endilgaban una homosexualidad sino manifiesta al menos sí latente. Sus subalternos decían que a “Rodriguito” le pasaba como a los portadores del sida, que son rh positivo y que la enfermedad no se les ha desarrollado, que era un homosexual reprimido que ni él mismo sabía que lo era.
Y Henry ahora lo miraba en los noventas con pocas variantes físicas. Su pelo semi crespo empezaba a cambiar de color negro a un gris. De contextura y de altura mediana, de piel blanca pálidad; utilizaba una leve barba y bigote lo cual le daba una fisonomía aristocrática. ¿Personalidad? No cabía la menor duda. Continuó el boceto de su amigo bajando las escaleras hacia los últimos subniveles: “siempre de vestido entero, más que doctor parecía un actor de los años cincuenta de la época dorada de Hollywood o del buen cine mexicano. Ahora en los noventas, Rodrigo daba clases de Medicina Legal en el mismo Organismo, lo hacía invariablemente con su gabacha blanca almidonada, lo que otorgaba cierto aire de reticencia, un muro de profesor-alumno, un anillo impenetrable de seguridad y contención para con los demás. En la mano derecha utilizaba un puntero de regular tamaño que apoyaba levemente al piso como un viejo profeta su báculo. Cuando explicaba algún tema en la pizarra el puntero lo colocaba a su lado. Escribía en forma rápida, alterada, y mientras iba escribiendo en la pizarra no dejaba de hablar. Miraba de reojo haciendo un pequeño giro con el torso apoyando la mano libre en su cintura como si fuera un torero.
Gesticula demasiado con las manos, de ahí que sus discípulos le hayan puesto el mote de “mano tonta”. Y Henry creía firmemente que Rodrigo lo hacía- ese gesticuleo con las manos- porque así él considera que sus interlocutores tenían una mayor comprensión de lo que se estaba explicando.
Siguió... faltaban pocos escalones y luego el rellano... : “se considera a Rodrigo el mejor patólogo que tenemos, basta con oírlo contestar las preguntas de sus discípulos para llegar a la conclusión que es una persona con grandes conocimientos en su materia y que indudablemente le gusta su trabajo...”.
En la Oficina de Rodrigo no había nadie. Bajó las gradas y esperó en la puerta de Ingreso de Cadáveres, tocó el timbre, vaciló si abrir o dirigirse como en los viejos tiempos directo al gran salón de disecciones. Optó por romper con los formalismos e inició la ruta hacia el Reino de Tanatos.
Tomó el ascensor que bajó hasta cuatro pisos, lo que muchas veces le hacía pensar que el salón de disecciones era una forma de premonición- para los empleados que trabajan allí como para las personas que visitan la Morgue - que la muerte nos hace estar siempre -por lo general- a varios metros bajo tierra.
El piso se bifurcó en varios pasadizos formando una especie de laberinto. Otra dimensión de la realidad: hermetismo, silencio absoluto.
Henry miró en una de las paredes del pasillo que conduce a la Morgue, un gran mural del grabado de Durero cuyo tema principal es la personificación de la muerte y el recuerdo de la vanalidad de las cosas temporales en este mundo. Siempre le había llamado la atención el grabado, siempre pensó que quién tuvo la idea de colocarlo en el pasillo debe o debió ser en el fondo un gran sádico. Por eso, se refería al mural como el grabado del “Sádico”.
Ahora pasaba por millonésima vez ante el mural, no lo miró. El aire frío se filtraba en sus narices hasta dolerle el mismísimo cerebro. La temperatura de los subniveles era de 19 grados centígrados. Estructuras de metal, paisaje de níquel y vidrio, desolador para cualquiera.
Nadie en los pasillos. No se percibía ningún ruido del mundo exterior. Sintió desprecio y burla mezclada con cierta satisfacción por el alboroto vulgar a varios metros sobre su cabeza que quizá ahora iba germinando en la noche. La bulla siempre le pareció obscena y elemento consustancial a la Suburra, a la chusma.
Al fondo un rótulo indicaba “Toxicología”. Una luz se reflejó en el suelo, dedujo que la puerta estaba abierta y que, era probable alguien estuviera en el interior de la oficina. La suposición era válida: una mujer joven con gabacha blanca salía de la oficina con un file en su mano derecha que leía absorta. La mujer al escuchar los pasos alzó la mirada, Henry preguntó por el Doctor Rodrigo Castilleja de la Cuesta. La mujer de inmediato contestó:
-En el Salón de Autopsias número cinco.
Rodrigo estaba terminado la disección y le dirigía las últimas palabras a un grupo de estudiantes que escuchaban formando un círculo junto a la plancha de metal, donde se hallaba un cuerpo femenino de unos cincuenta años de edad: inflado, gordo, mofletudo.
Henry lo miró y contrario a lo sucedido diez años atrás con La Bella sin Marcas, el cadáver le pareció grotesco y no pudo evitar cierta repulsión ante la muerte.
Después que los estudiantes se marcharon, Rodrigo sintió la presencia de alguien en la habitación, Henry literalmente tocaba su espalda:
-¿Y eso, Henry desde cuándo estás aquí? Interrogó Rodrigo dejando de escribir el reporte que tenía en su mesa y se levantaba extendiendo la mano.
- Antes que terminaras la clase, farfulló Henry.
-¿De verdad? ... es que no te había visto.
- Obvio, Rodrigo, sé que estás sumamente ocupado y una vez que se fueron los muchachos ni me volviste a mirar. Impaciencia.
- ¿Decime que te trae por acá?
Rodrigo acercaba una silla junto al escritorio para que Henry tomara asiento. Pausa. Impaciencia de nuevo. Se contuvo para que el tono de su voz saliera normal de la garganta. Hizo un esfuerzo. Siempre lo hacía en situaciones semejantes. No era un diestro en la materia como muchos de sus excompañeros del O.I.C.
- Mirá, Rodrigo, es algo que deseo preguntarte por simple curiosidad...
- Ajá, decime.
-¿Te acordás hace unos diez años atrás - poco antes que yo dejara el Organismo - acerca de la muerte de una joven que causó un gran revuelo porque nunca se supo quién o quiénes fueron los asesinos? Riesgo calculado.
- Claro, claro, y que los de la sección de homicidios le llamaron al caso, el caso de la...
- Bella sin Marcas, - añadió atropelladando antes que Rodrigo terminara la frase, como quien le arrebata a alguien un botín de guerra.
-Claro que me acuerdo... ahh qué lástima, hermosa mujer, tan joven...
-Sí, realmente. Respecto a ese caso quería hablarte. Tengo entendido que hace una semana atrás tuviste la oportunidad de realizar la autopsia a una joven que fue asesinada en las mismas circunstancias que la “Bella sin Marcas”.
Un único orificio debajo de...
-... la tetilla izquierda, murmuró Rodrigo un poco meditabundo.
-Exacto, eso es Rodrigo, el mismo modus operandi.
-Fractura de una de las costillas y laceración del corazón con arma punzante. No hubo otras lesiones internas ni externas que pudieran encontrarse.
Henry se estremecía a cada palabra de Rodrigo. La emoción que Rodrigo Castilleja de la Cuesta corroborara lo ya sospechado: que los dos homicidios tenían el mismo “patrón de conducta” hacía que su corazón empezara a latir fuerte. Sintió que toda la sangre se agolpaba en la cara:
-Mirá, Rodrigo, lo único- y te lo pido como un favor de amigo - es que corroborés si el diámetro de la herida punzante, posee semejanzas con la producida a la Bella sin Marcas, así como las características del psicotrópico que encontró Toxicología en la sangre de la víctima en aquella oportunidad.
- Es cuestión que me des varios días y te los consigo.
- Rodrigo, toda esta conversación jamás existió, señaló enfático Henry. Rodrigo asentió con la cabeza.

Fuente: Editorial EUNA. 2015. Cuarta Reimpresión. Premio UNA-Palabra 2004.

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