domingo, 7 de abril de 2013

Edgar Allan Poe (EEUU, 1809-1849)


Edgar Allan Poe (EEUU, 1809-1849)

Escritor, poeta y crítico estadounidense, más conocido como el primer maestro del relato corto, en especial de terror y misterio. Nació en Boston el 19 de enero de 1809. Sus padres, actores de teatro itinerantes, murieron siendo él niño, y fue criado por John Allan, un hombre de negocios rico de Richmond (Virginia), que probablemente fue su padrino. A los seis años viajó con la familia Allan a Inglaterra donde ingresó en un internado privado. Después de regresar a Estados Unidos en 1820 siguió estudiando en centros privados y asistió a la universidad de Virginia durante un año, pero en 1827 su padre adoptivo, disgustado por la afición del joven a la bebida y al juego, se negó a pagar sus deudas y le obligó a trabajar como empleado. Contrariando la voluntad de Allan, Poe abandonó su nuevo trabajo, que detestaba, y viajó a Boston donde publicó anónimamente su primer libro, Tamerlán y otros poemas (1827). Poco después se alistó en el ejército, en el que permaneció dos años. En 1829 apareció su segundo libro de poemas, Al Aaraf, y se reconcilió con Allan, que le consiguió un cargo en la Academia militar, pero a los pocos meses fue despedido por negligencia en el deber, su padre adoptivo le repudió para siempre. Al año siguiente de publicar su tercer libro, Poemas (1831), se trasladó a Baltimore, donde vivió con su tía y una sobrina de 11 años, Virginia Clemm. En 1832, su cuento `Manuscrito encontrado en una botella` ganó un concurso patrocinado por el Baltimore Saturday Visitor. De 1835 a 1837 fue redactor de Southern Baltimore Messenger. En 1836 se casó con su joven sobrina y durante la década siguiente, gran parte de la cual fue desgraciada a causa de la larga enfermedad de Virginia, Poe trabajó como redactor para varias revistas en Filadelfia y Nueva York. 

Entre la producción poética de Poe destacan una docena de poemas por su impecable construcción literaria y por sus ritmos y temas obsesivos. En `El cuervo` (1845), por ejemplo, el autor se siente abrumado por la melancolía y los augurios de la muerte. Su dominio extraordinario del ritmo y el sonido es particularmente evidente en `Las campanas` (1849), un poema que evoca el repique de los instrumentos metálicos, y `El durmiente` (1831), que produce un estado de somnolencia. `Lenore` (1831) y `Annabel Lee` (1849) son elegías a la muerte de una hermosa joven. Su obra poética refleja la influencia de poetas ingleses como Milton, Keats, Shelley y Coleridge, y su interés romántico por lo oculto y lo diabólico, al estilo del español Gustavo Adolfo Bécquer. Su trabajo como redactor consistió en buena parte en reseñar libros, escribiendo un significativo número de críticas. Sus ensayos se hicieron famosos por su sarcasmo, ingenio y exposición de pretensiones literarias, son valoraciones que han resistido el paso del tiempo situándole entre los mejores críticos literarios estadounidenses. Sus teorías sobre la naturaleza de la ficción y, en particular, sus ensayos sobre el cuento, han tenido una influencia duradera en escritores americanos y europeos.

Poe quiso ser poeta, pero la necesidad económica le obligó a abordar el relativamente beneficioso género de la prosa. Cierto o no que inventase el cuento, fue quien inició la novela policiaca. Quizá su relato más famoso en este género sea `El escarabajo de oro` (1843), que trata de la búsqueda de un tesoro enterrado. `Los crímenes de la calle Morgue` (1841), `El misterio de Marie Rogêt` (1842-1843) y `La carta robada` (1844) están considerados como los predecesores de la moderna novela de misterio o policiaca. Además de su soberbia construcción argumental, la mayoría de sus cuentos sobresalen por la morbidez de su inventiva. Destacan `La caída de la casa Usher` (1839), en el que tanto el argumento como los personajes acentúan la penetrante melancolía de su atmósfera, `El pozo y el péndulo` (1842) es un escalofriante relato de crueldad y tortura, en `El corazón delator` (1843) un maníaco asesino es impelido por su inconsciente a confesar su culpa, y `El barril del amontillado` (1846), es un relato estremecedor de venganza. En 1847 falleció su mujer y él mismo cayó enfermo, su desastrosa adicción al alcohol y su supuesto consumo de drogas, atestiguado por sus contemporáneos, pudo contribuir a su temprana muerte en Baltimore, el 7 de octubre de 1849.

Fuente: NN.

 Edgar Allan Poe 
El Cuervo y otros poemas 
Recopilación de 
http://rinconesoscuros.orgfree.com

EL VALLE DE LA INQUIETUD 
¡Hubo aquí, antaño, un valle callado y sonriente 
donde nadie habitaba. 
Partiéronse las gentes a la guerra, 
dejando a los luceros de ojos dulces, 
que velaran, de noche, desde azuladas torres 
las flores y en el centro del valle cada día 
la roja luz del sol yacía indolente. 
Mas ya quien lo visite advertiría 
la inquietud de ese valle melancólico. 
No hay en él nada quieto 
sino el aire que ampara 
aquella soledad de maravilla. 
¡Ah! Ningún viento mece aquellos árboles 
que palpitan al modo de los helados mares 
en torno de las Hébridas brumosas. 
¡Ah! Ningún viento arrastra aquellas nubes, 
que crujen levemente por el cielo intranquilo, 
turbadas desde el alba hasta la noche 
sobre las violetas que allí yacen, 
como ojos humanos de mil suertes, 
sobre ondulantes lirios, 
que lloran en las tumbas ignoradas. 
Ondulan, y de sus fragantes cimas 
cae eterno rocío, gota a gota. 
Lloran, y por sus tallos delicados, 
como aljofar, van lágrimas perennes. 

EL DÍA MÁS FELIZ 
El día más feliz, la hora más dichosa 
Que mi triste y marchito corazón vivió 
Y esa esperanza de poder y orgullo que vanidosa 
Presta voló. 
¿Dije poder? Pues sí, tal yo pensaba, 
Pero ¡ay!, ha tiempo que se desvanecieron 
Las visiones que en mi juventud guardaba 
Y al final murieron. 
¿Y el orgullo? ¿Qué tengo yo que ver contigo? 
Aún es posible que otra infausta alma 
Reciba el veneno que me diste enemigo 
El día más feliz, la hora más dichosa 
Que mis ojos verán o han visto enardecidos, 
Del orgullo y poder la visión majestuosa , 
¡Son sueños idos! 
Mas si aquella esperanza de poder y de orgullo 
Se me ofreciera hoy con su dolor y su melancolía 
Pienso que aun así el vano orgullo 
Una vez más no viviría. 
Porque en sus alas hubo un polvo oscuro 
Que al aletear cayó en lluvia dispersa 
Esencia poderosa y malhadada 
Que mata al alma con su roce impuro. 

EL PALACIO EMBRUJADO 
De nuestros valles el más lozano 
Un gran palacio muy elevado 
Radiante y bello guardaba antaño 
De ángeles santos fuera poblado. 
Era el dominio del buen Monarca 
Del Pensamiento. 
Ningún querube con su ala abarca 
Tal monumento. 
Las oriflamas flotan gloriosas 
Áureas al viento desde el tejado, 
(Esto en el viejo tiempo pasado 
De antiguas cosas) 
Toda voluta de aire retoza 
En la dulzura de un día tal. 
Hay un perfume alado ideal 
Que las almenas apenas roza. 
Del feliz valle los visitantes 
Por dos ventanas solían ver 
Danza de espíritus, al ofrecer 
Laúd templado notas vibrantes, 
Mientras que en trono alto y sereno, 
(¡Porfirogeno!) 
Ver se podía al soberano del reino arcano. 
Perlas, rubíes, grato dechado 
la perla augusta resplandecía 
Allí fluía... allí fluía... 
El eco cuyo deber alado 
Era cantar 
Al genio ilustre, genio dorado 
Del Rey sin par. 
Viles villanos que el luto emboza 
Se apoderaron del alto Estado 
(¡Nunca hay mañana para el cuidado!) 
¡Duelo que el tiempo jamás desbroza! 
Hoy en su casa ya no es la gloria 
La flor ambigua 
Pues sólo queda dormida historia 
Leyenda antigua. 
Y los viajeros que al valle bajan 
Por dos ventanas de fatuo fuego 
Ven vastas formas que se barajan 
A un son discorde en raro juego 
Y un río horrendo que se desliza 
Bajo el portón pálido y seco, 
Torrente horrible, eterno eco 
De carcajada ya sin sonrisa. 

AL SILENCIO 
Hay cualidades, incorpóreos seres 
que tienen doble vida y son espejo 
de esa entidad gemela que dimana . 
de materia y de luz, sólido y sombra. 
Hay un doble silencio -mar y costa- 
cuerpo y alma. Uno mora en sitios solos 
con nuevas hierbas; una grave gracia, 
algún recuerdo humano, algunas lágrimas, 
Quítanle horror, su nombre es «ya no más» 
es el silencio corporal: ¡No temas! 
Carece del poder de hacer el mal. 
Mas, si el hado veloz (¡suerte imprevista!) 
te presenta su sombra (elfo su nombre 
que vaga en soledades, que no ha hollado 
el pie del hombre), encomiéndate a Dios. 

ULALUME 
Los cielos cenicientos y sombríos, 
crespas las hojas, lívidas y mustias, 
y era una noche del doliente octubre 
del tiempo inmemorial entre las brumas, 
era en las tristes márgenes del Auber, 
el lago tenebroso de aguas mudas, 
ante los bosques tétricos del Weir, 
la región espectral de la pavura. 
A solas con mi alma recorría 
avenida titánica y oscura 
de fúnebres cipreses, o con mi alma, 
con Psiquis, alma que el misterio turba... 
Era la edad del corazón volcánico 
como las llamas del Yaanek sulfúreas, 
como las lavas del Yaanek que brotan 
allá del polo en la región nocturna. 
Pocas palabras nos dijimos, era 
como una confidencia íntima y muda; 
palabras serias, pensamientos graves 
que la memoria para siempre turban; 
no recordamos que era el triste octubre, 
que era la noche, ¡noche infausta y única! 
no recordamos la región del Auber 
que tanto conoció mi desventura, 
ni el bosque fantasmagórico del Weir, 
la región espectral de la pavura. 
Y cuando la noche avanza 
de estrellas al vago temblor 
al fin de la oscura avenida 
un lánguido rayo se ve, 
fulgor diamantino que anuncia 
de fúnebre velo al través, 
que emerge de nube fantástica 
la Luna, la blanca Astarté. 
Y yo dije a mi alma: «Más que Diana 
ardiente aquella misteriosa Luna 
rueda al través de un éter de suspiros; 
lágrimas de su faz una por una 
caen donde el gusano nunca muere. 
Para mostrarnos la celeste ruta 
y el alma imperio de la paz letea 
atrás deja a Leo en las alturas, 
sus estrellas traspasando, 
de Leo a su despecho, ora nos busca 
y sus miradas límpidas y dulces 
son las miradas que el amor anuncian.» 
Mas, Psiquis dijo señalando al cielo: 
«La palidez de ese astro me conturba; 
pronto, huyamos de aquí pronto, es preciso». 
Y de sus alas recogió las plumas 
con intenso terror, y sollozando, 
presa de pronto de invencible angustia 
plegó las alas hasta el polvo frío 
lentas dejando descender las plumas. 
Y yo le dije: «Tu terror es vano, 
sigamos esa luz trémula y pura, 
que nos bañen sus rayos cristalinos, 
sus rayos sibilinos que ya auguran 
e irradian la belleza y la esperanza. 
Mira: la senda de los cielos busca: 
Sigamos sin temor sus limpias rayas 
Que ellos a playa llevarán seguro, 
sigamos esa luz limpia y tranquila 
a través de la bóveda cerúlea». 
Tranquilicé a mi Psiquis y besándola 
de su mente aparté las inquietudes 
y sus zozobras disipé profundas, 
y convencerla que siguiera pude. 
Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca 
llegara! Al fin de la avenida lúgubre 
nos detuvo la puerta de una tumba 
¡oh triste noche del lejano octubre! 
nos detuvo la losa de una tumba, 
de legendario monumento fúnebre. 
¡Oh, hermana! -dije- ¿Qué inscripción confusa 
en la sellada losa se descubre? 
Respondióme: «Ulalume», ésta es su tumba, 
¡la tumba de tu pálida Ulalume! 
Quedó mi corazón como ese cielo 
ceniciento, como esas hojas mustias, 
como esas hojas yertas y crispadas. 
¡Ay!, pensé: el mismo octubre fue sin duda 
fue en esa misma noche cuando vine 
al través del horror y de la bruma 
aquí trayendo mi doliente carga. 
¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna! 
¡Oh!, ¿qué infernal espíritu me trajo 
a esta región fatal de la tristura? 
Bien conozco el mudo lago del Auber, 
y esta comarca que el horror anubla, 
y el bosque fantástico de Weir, 
¡la región espectral de la pavura! 

EL LAGO 
De mi vida en la distante primavera, jubilosa primavera, 
Dirigí mi paso errante a una mágica ribera. 
La ribera solitaria, la ribera silenciosa 
De un salvaje lago ignoto que circundan y oscurecen 
Negra cinta rocallosa 
Y copudos altos Dinos que las auras estremecen 
Pero cuando allí la noche su fúnebre manto arroja 
Y el místico y gemebundo viento de su melodía, 
Entonces, ¡oh!, entonces quiere despertar de su congoja 
Del terror del lago triste, despertar el alma mía. 
Mas ese terror que dejaba en mi espíritu contento; 
Hoy, ni las joyas ni el afán de la riqueza, 
Como antes, a contemplarlo llevarán mi pensamiento, 
Ni el amor por más que fuese el amor de tu belleza. 
La muerte estaba en el fondo de la ola envenenada, 
Y una tumba en lo más hondo, pérfidamente adornada 
Para quien a su amargura breve tregua hubiera dado 
Un solaz, a los dolores de su espíritu afligido, 
Y en un Edén transformado 
El salvaje lago ignoto, lago triste y escondido. 

LOS ESPÍRITUS DE LA MUERTE 

Tu alma, con sus sombríos pensamientos, 
Se hallará sola en la siniestra tumba. 
Nadie querrá saber lo que en secreto 
Tu corazón y tu conciencia ocultan. 

II 
Sé silencioso en soledad tan grande, 
Que no es tal soledad, pues te circundan, 
Los espíritus todos de la muerte, 
Que ya en vida rondaban en tu busca. 
Ellos querrán ensombrecerte el alma 
Con sus negros arcanos y sus dudas. 
Sé silencioso en soledad tan grande; 
Cierra los labios cual la misma tumba. 

III 
Y la noche, aunque clara y luminosa, 
Se tornará de pronto en cueva oscura; 
Desde sus altos tronos las estrellas 
No alumbrarán tu soledad adusta. 
Mas sus rojizos globos sin fulgores 
Han de ser a tu tedio y a tu angustia 
Como incendio voraz, cual una fiebre 
De los que libre no has de verte nunca. 

IV 
No podrás desechar los pensamientos 
Ni las visiones que tu mente turban, 
Y que antes en tu espíritu dejaban 
La huella del rocío en la llanura. 


La brisa, que es de Dios el puro aliento, 
Soplará en torno de la helada tumba, 
Y en la colina tenderá su velo 
La niebla vaporosa y taciturna. 
Las tinieblas, las sombras invioladas 
Símbolo y prenda son; hablan y auguran. 
Sobre las altas copas de los árboles 
Tiende el misterio su cerrada túnica. 

EL CUERVO 
Una hosca medianoche, cuando en tristes reflexiones 
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones 
inclinaba somnoliento la cabeza, de repente a mi puerta oí llamar, 
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta mano tímida a tocar. 
«Es -me dije- una visita que llamando está a mi puerta, ¡eso es todo, y nada más!» 
¡Ah! bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo, 
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo. 
¡Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura 
procurando en vano hallar tregua a la honda desventura de la muerta 
Leonora, la radiante, la sin par 
virgen rara a quien Leonora los querubes llaman 
-ahora ya sin nombre... nunca más! 
Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras 
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras, 
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante 
procurando dominar: 
«Es, sin duda, un visitante -repetía con instancia- 
que a mi alcoba quiere entrar, un tardío visitante a las puertas de mi estancia... 
¡eso es todo, y nada más!» 
Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando: 
«Caballero -dije- o dama, mil perdones os demando; 
mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza 
me vinisteis a llamar, y con tal delicadeza 
y tan tímida constancia os pusisteis a tocar, 
que no oí» -dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia: 
¡sombras sólo y... nada más! 
Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo 
empeños, quedé allí -cual antes nadie 
los soñé forjando sueños, 
mas profundo era el silencio, y la calma no 
acusaba ruido alguno... resonar 
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja 
a aquella hora yo me puse a murmurar, 
y que el eco repetía como un soplo: 
« ¡Leonora! ». 
¡Esto apenas, nada más! 
La ventana abrí, con rítmico aleteo y garbo extraño, 
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño. 
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto, con aspecto señorial, 
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta de mi puerta el cabezal, 
sobre el busto que de Palas la figura representa 
¡fue y posóse, y nada más! 
Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza 
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza 
y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de 
seguro no eres cuervo nocturnal, 
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla! 
Díme ¿cuál tu nombre, cuál, en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?» 
Dijo el cuervo «¡Nunca más!» 
Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho, 
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho, 
pues preciso es convengamos en que nunca 
hubo criatura que lograse contemplar 
ave alguna en la moldura de su puerta 
encaramada, ave o bruto reposar 
sobre efigie en la cornisa de su puerta, 
cincelada, 
con tal nombre: «¡Nunca más!» 
Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella 
solo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella 
vinculada; ni una pluma sacudía, ni un acento 
se le oía pronunciar... 
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se 
han marchado, y la aurora al despuntar, 
él también se irá volando cual mis sueños han 
volado.» 
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!» 
Por respuesta tan abrupta como justa 
sorprendido, 
«No hay ya duda alguna -dije- lo que dice 
es aprendido, 
aprendido de algún amo desdichado a quien la 
suerte persiguiera sin cesar, persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, 
en su duelo, sus canciones terminar y el clamor de su esperanza con el triste 
ritornelo de "¡Jamás, y nunca más!"» 
Mas el cuervo provocando mi alma triste 
a la sonrisa, 
mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y 
de cornisa 
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y 
fantasía dime entonces a juntar, por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso 
de un pasado inmemorial 
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y /odioso 
al graznar « ¡Nunca jamás! » 
Quedé yo esto investigando frente al cuervo, 
en honda calma, 
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y 
alma. 
Esto y más -sobre cojines reclinado- con 
anhelo me empeñaba en descifrar, en el rojo terciopelo donde imprimía viva 
huella luminosa mi fanal, 
terciopelo cuya púrpura ¡ay jamás volverá ella 
a oprimir ¡ah! ¡nunca más! 
Parecióme el aire, entonces, por incógnito 
incensario 
que un querube columpiase de mi alcoba en el 
santuario, 
perfumado. «¡Miserable ser! -me dije 
Dios te ha oído, y por medio angelical, 
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de 
Leonora te ha venido hoy a brindar: 
¡Bebe! ¡Bebe ese nepente, y así todo olvida 
ahora! » 
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!» 
«¡Oh profeta! -dije- o duende, más profeta al 
fin, ya seas 
ave o diablo, ya te envíe la tormenta, ya te veas 
por los vientos barrido a esta playa, desolado 
pero intrépido, a este hogar por los males devastado, dime, dime, te lo 
imploro: 
¿Llegaré jamás a hallar algún bálsamo para el 
mal que triste lloro?» Dijo el cuervo: «¡Nunca más!» 
«¡Oh profeta -dije- o diablo! Por ese ancho, 
combo velo 
de zafiro que nos cobija, por el sumo Dios del 
cielo a quien ambos adoramos, 
dile a esta alma dolorida, presa infausta del 
pesar 
si jamás en otra vida la doncella arrobadora a 
mi seno he de estrechar, 
¡el alma virgen a quien llaman los arcángeles 
Leonora! » 
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!» 
«¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida 
-grité alzándome-, retorna, vuelve a tu 
hórrida guarida, 
la plutónica ribera de la noche y de la 
bruma!... ¡De tu horrenda falsedad 
en memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El 
busto deja! ¡Deja en paz mi soledad! 
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu 
forma aleja!» 
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!» 
Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la 
escultura 
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la 
moldura... 
y sus ojos son los ojos de un demonio que, 
durmiendo, las visiones ve del mal 
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja 
trunca su ancha forma funeral 
y mi alma de esa sombra que en el suelo 
flota... nunca se alzará... ¡nunca jamás! 

A MI MADRE 
¡Porque sé que los ángeles que viven en el 
cielo 
Y que entre ellos entonan sus más hermosos 
cantos, 
No han hallado palabra que tenga los encantos 
Que aquel de «madre», del amor gemelo. 
Yo te doy ese nombre porque así lo ha querido 
Mi corazón: Tú has sido más que la madre mía, 
Cuando nuestra Virginia dejó la tierra un día 
Y tu amor llenó entonces mi corazón dolido. 
Mi pobrecita madre -que se fue tan 
temprano 
Era mi propia madre, mas tú lo eres de aquella 
Que me fue tan querida en la vida, y por ella, 
Te amo más que a la madre que fue la mía 
Con ese amor intenso de mi esposa querida 
Que era, para mi alma, más que su propia 
vida. 

SONETO A LA CIENCIA 
¡Ciencia! del tiempo viejo la hija eres. 
Todo lo cambias con tus ojos vagos 
¿Por qué en mi corazón saciarte quieres, 
¡Oh cuervo!, cuyas alas son estragos? 
¿Te amaré yo, ni el sabio en sus anhelos, 
Si explayar no dejas sus quimeras 
Cuando busca tesoros en los cielos 
Dejándose llevar de alas ligeras? 
¿No supiste arrancar del carro a Diana, 
Y echar las hamadríadas de sus lares 
Para acogerse a estrella más lejana? 
¿No quitaste a las náyades los mares 
Y al elfo el prado? ¿Acaso no prescindo 
Por ti del sueño al pie del tamarindo? 

PARA ANNIE 
¡Alabemos al Eterno! 
el mal ha cesado ya 
y la fiebre del vivir 
ahora vencida está. 
Sumido en honda tristeza 
y carente de energías 
tendido todo a lo largo 
van transcurriendo mis días. 
Ni un solo músculo muevo 
pero muy poco me importa; 
pues mejoro lentamente 
y esto ya me reconforta. 
Tan sosegado y tranquilo 
hoy en mi tálamo duermo que al verme se creería 
que estoy más muerto que enfermo. 
Ayes, quejas y gemidos, 
lamentaciones y llanto, 
aquieta el latido horrible 
de mi corazón un tanto. 
Con la fiebre por la vida 
que enloquecía mi mente, 
penas e incomodidades 
se alejaron prestamente. 
Lo que más me torturaba, 
sed de una pasión impía, 
bebiendo en cierta fontana 
tranquilicé el alma mía. 
De no lejana caverna 
brota un manantial riente 
en el que presto mis labios 
saciaron su sed ardiente. 
Que nadie tilde de oscura 
a la pieza en que reposo, 
ni de pequeño a este tálamo 
donde yazgo venturoso. 
Nadie durmió en lecho igual y, 
para en verdad dormir, 
otro semejante al mío 
es preciso conseguir. 
¡Cuán dulcemente reposa 
mi alma tantalizada! 
Su aspiración por las rosas 
y mirtas ya fue olvidada. 
Junto a su lecho imagina 
otra más suave fragancia de 
romero y pensamientos 
que embellecen su prestancia. 
Extasiada en el recuerdo 
de mi Annie y su belleza, 
es como duerme mi alma 
inebriada en su pureza. 
De mi Annie la constancia 
admira con embeleso 
y recuerda que en su trenza 
depositó un tierno beso. 
Enlázame con ternura, 
con gran pasión me acaricia; 
y yo, adormido en su seno, 
descanso en plena delicia. 
Esta es la causa real 
de mi sereno reposo; 
y, aunque muerto me creáis 
vivo tranquilo y gozoso. 
Fulge más mi corazón 
que las celestes estrellas; 
pues brilla para mi Annie, 
la de las miradas bellas. 
En el amor de mi Annie 
está mi ser abrasado; 
y en sus ojos tan ardientes 
siempre pienso extasiado. 

EL REINO DE LAS HADAS 
¡Valles privados de luz, 
fieros y umbríos torrentes, 
cuyos contornos las gentes nunca 
pueden descubrir! 
Gota a gota allí las lágrimas 
sin cesar van deslizando 
y las lunas aguardando 
vense doquiera lucir. 
Cada instante de la noche crecen, 
y luego se achican; 
al punto se modifican 
y se cambian de lugar. 
De sus faces siempre pálidas 
emiten vapores ellas, 
que a las tremantes estrellas 
hacen su brillo ocultar. 
Cerca de la medianoche, 
otra más opaca luna, 
que las hadas por su bruma, 
no encontraron superior, 
llega bajo el horizonte 
y asiéntase en las montañas 
circunferencias extrañas 
esparciendo en derredor. 
Sus vestiduras flotantes 
circuyen los caseríos, 
los distantes señoríos, 
los bosques y el mismo mar. 
Los espíritus danzantes 
y los seres adormidos 
en laberintos henchidos 
de luz se ven sepultar. 
¡Cuán profundo hállase entonces 
el éxtasis de su sueño 
mientras con pálido ceño 
las vemos presto venir! 
Levántase de mañana 
y con sus lunares velos 
cual albatros, por los cielos, 
vénse, al viento, sacudir. 
Mas las hadas, una vez 
que se hubieron refugiado 
cabe esa luna, y dejado 
lo que sirvióles de abrigo, 
Ya nunca logran hallar 
por aquellos mil lugares 
ningunas lunas lunares 
que sean refugio amigo. 
Las moléculas del astro 
pronto se volatilizan 
y en fina lluvia deslizan 
aquella materia astral. 
Por eso, las mariposas 
que en vano buscan los cielos, 
insatisfechas, sus vuelos 
escrutan lo sideral. 
Y al descender ya cansadas, 
en sus alas temblorosas 
nos traen las mariposas 
partículas desgajadas 
de aquellas lunas hermosas. 

LA CIUDAD EN EL MAR 
Una ciudad exótica se yergue solitaria 
donde la Parca pálida implantó sus reales; 
allá en el Occidente, la tumba funeraria 
a pérfidos y nobles liberó de sus males. 
Sus templos, sus palacios y torres carcomidas 
que ni oscilan ni tiemblan al impulso del viento, 
difieren de los nuestros; y sus aguas dormidas 
reposan melancólicas en singular concento. 
En la velada noche de esa ciudad callada, 
ningún rayo desciende desde el empíreo cielo. 
Sólo un resplandor ígneo de la mar alejada 
cruza las largas noches de aquel inmenso 
suelo. 
Por torres, por almenas, por cúpulas y alturas, 
por templos, por palacios y muros babilónicos, 
por macizos de hiedra sobre las esculturas, 
los resplandores lívidos circulan melancólicos. 
Ni siquiera respeta la soledad umbría 
las florecillas pétreas de los valiosos frisos 
que adornan de sus templos en fúnebre armonía 
los claveles, violetas, pámpanos y narcisos. 
Bajo el azul del cielo, sumidas en tristeza, 
las linfas no agitadas duermen en la ciudad; 
y las sombras y flores de aquella fortaleza 
parecen suspendidas del aire, en igualdad. 
De un torreón, la Parca, cual fantasma gigante, 
contempla con orgullo el país señorial 
y a sus pies yace inerte... y sonríe triunfante 
dueña omnímoda y grave de aquel suelo letal. 
Ábrense muchos templos y tumbas sin sus losas 
al nivel de las aguas tranquilas y brillantes, 
Sin que a dejar sus lechos las induzcan 
premiosas 
las joyas de los muertos e ídolos de diamantes. 
Aquel amplio desierto que al cristal se asemeja 
carece en absoluto de toda ondulación. 
Ni una ola siquiera por allí ver se deja... 
nada indica si hay vientos en mar de otra 
región. 
Mas ahora en el aire nótase un movimiento 
que estremece allá abajo aquesta soledad; 
en el piélago oscuro el agua en ronco acento 
saca de su marasmo a esta triste ciudad. 
Sus altos capiteles bambolear parecen 
y hundirse entre las ondas que calmas eran 
antes. 
Los picos que en la bruma del cielo ya se 
mecen 
abrirse parecieran en huecos, oscilantes. 
Entonces ya las ondas tienen luz más rojiza... 
deslízanse las horas lánguidas y silentes; 
quizá sea engullida la ciudad quebradiza 
entre ayes y gemidos que no son de vivientes. 
Cuando desaparezca y quede sepultada 
bajo la mar profunda con todo su oleaje, 
vendrá de los mil tronos de Luzbel la mesnada 
y entonces el Infierno le rendirá homenaje. 

BALADA NUPCIAL 
En mi dedo está el anillo, 
ciñe corona mi frente; 
mil joyas de hermoso brillo 
adornan mi ser fulgente. 
¡Soy feliz eEn el presente! 
¡CuáEn bien me ama mi señor 
mas en el primer instante 
que me declaró su amor 
estremeció su dolor 
mi espíritu y fiel amante. 
Pues sus palabras sonaban 
como toque de agonía 
y al que murió recordaban 
junto al valle eEn lucha impía 
Mas hoy, ríe noche y día. 
Al querer tranquilizarme 
besó mi pálida frente 
y en delirio vi patente 
al muerto Elormie abrazarme. 
¡Hoy sólo debo alegrarme! 
En esa hora solemne 
empeñé mi juramento... 
y si mi fe no es perenne 
ni mi espíritu está indemne, 
éste vive muy contento. 
El anillo está en mi dedo; 
prueba de que soy dichosa. 
y, aunque tiemblo y tengo miedo, 
quiera que despierte quedo 
de esta idea fatigosa. 
¿Con alguien mal procedí? 
El muerto que abandoné, 
a quien triste sorprendí, 
¿no goza con frenesí 
sabiendo que lo cuidé? 

EULALIA 
Desterrado del mundo voluntario, 
entre quejas y lágrimas vivía; 
era mi alma tristísimo calvario 
sin amores ni dulce compañía. 
Mas Eulalia, gentil y pudorosa 
llegó a ser mi agradable compañera, 
y en sus bucles auríferos, la hermosa 
recibió mi caricia placentera. 
En la noche el fulgor de las estrellas 
no iguala sus miradas tan radiantes, 
ni en el mínimo crepúsculo hay en ellas 
que irise cual sus ojos tan brillantes. 
Los bucles que ella ostenta en sus cabellos 
inculcan en mi ser la poesía, 
y Astarté lanza cálidos destellos 
contemplando a mi Eulalia noche y día. 
Suspiro por suspiro su alma entera 
Eulalia me dedica con amor; 
no me invade ya más la duda artera, 
ni yazgo en el abismo del dolor. 

UN SUEÑO DENTRO DE UN SUEÑO 
¡Toma en la frente este beso! 
Y partiendo, te confieso 
Que no fue errado tu empeño 
En creer mis días un sueño. 
Que si la esperanza mía 
Se fue una noche o un día, 
En una visión o en nada, 
¿Por eso es menos pasada? 
Cuanto hay de grande o pequeño, 
Sólo es un sueño en un sueño. 
Me encueEntro en la costa fría 
Que agita la mar bravía, 
Oprimiendo entre mis manos, 
Como arenas, oro en granos. 
¡Qué pocos son! 
Y allí mismo, 
De mis dedos al abismo 
Se desliza mi tesoro 
Mientras lloro, ¡mientras lloro! 
¿Evitaré ¡oh Dios! su suerte 
Oprimiéndolos más fuerte? 
¿Del vacío despiadado 
Ni uno solo habré salvado? 
¿Cuánto hay de grande o pequeño, 
Sólo es un sueño en en sueño? 

EL DORADO 
Arrogante 
y altanero 
Un armado caballero, 
Por la luz y por la sombra, alucinado, 
Y cantando 
Sus canciones, fue vagando 
En procura de la tierra de Eldorado. 
Pero vano fue su esmero 
Y ya viejo el caballero, 
Por la sombra el corazón sintió apresado, 
Al pensar que nunca el día Llegaría 
El que hallara aquella tierra de Eldorado. 
Ya sin fuerzas, vacilante, 
encontró una sombra errante. 
«Sombra» -díjole febril y esperanzado- 
A mi súplica responde: 
«¿Sabes dónde 
Hallaré, de Eldorado la tierra ignota?» 
-En la luna, tras de extrañas 
Y fatídicas montañas, 
En el valle por las sombras habitado- 
Respondióle: -Ve adelante, 
Caminante, 
Si es que buscas esa tierra de Eldorado. 

ANNABEL LEE 
Hace muchos, muchos años, en un reino 
junto al mar, 
Habitaba una doncella cuyo nombre os he de 
dar, 
Y el nombre que daros puedo es el de 
Annabel Lee, 
Quien vivía para amarme y ser amada por mí. 
Yo era un niño y era ella una niña junto al 
mar, 
En el reino prodigioso que os acabo de evocar. 
Mas nuestro amor fue tan grande cual jamás 
yo presentí, 
Más que el amor compartimos con mi bella 
Annabel Lee, 
Y los nobles de su estirpe de abolengo señorial 
Los ángeles en el cielo envidiaban tal amor, 
Los alados serafines nos miraban con rencor. 
Aquél fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo 
ya!, 
por el cual, de los confines del océano y más 
allá, 
Un gélido viento vino de una nube y yo sentí 
Congelarse entre mis brazos a mi bella 
Annabel Lee. 
La llevaron de mi lado en solemne funeral. 
A encerrarla la llevaron por la orilla de la mar 
A un sepulcro en ese reino que se alza junto al 
mar, 
Los arcángeles que no eran tan felices cual los 
dos, 
Con envidia nos miraban desde el reino que es 
de Dios. Ese fue el solo motivo, bien lo podéis 
preguntar, 
Pues lo saben los hidalgos de aquel reino 
junto al mar, 
Por el cual un viento vino de una nube carmesí 
Congelando una noche a mi bella Annabel Lee. 
Nuestro amor era tan grande y aún más firme 
en su candor 
Que aquel de nuestros mayores, más sabios en 
el amor. 
Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar, Ni los demonios que habitan negros abismos 
del mar 
Podrán apartarme nunca del alma que mora en 
mí, 
Espíritu luminoso de mi hermosa Annabel Lee. 
Pues los astros no se elevan sin traerme la 
mirada 
Celestial que, yo adivino, son los ojos de mi 
amada. 
Y la luna vaporosa jamás brilla baladí 
Pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel 
Lee. Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien 
amada, Mientras retumba en la playa la nocturna 
marejada, 
Yazgo en su tumba labrada cerca del mar 
rumoroso, 
En su sepulcro a la orilla del océano proceloso. 

ISRAFEL 
Y el ángel Israfel, en quien las fibras del 
corazón son un salterio, y que tiene la voz 
más dulce entre todas las criaturas de 
Dios. 

(EL CORÁN) 
Un ángel «lleva en las fibras 
Del corazón un salterio»; 
De extraña belleza inunda 
Tu canto, Israfel, los cielos. 
Y las estrellas, deudosas, 
(Lo cuentan antiguos cuentos) 
Naciente el divino cántico, 
Sus himnos enmudecieron. 
Allá en lo alto, vacilante 
En la cumbre de su vuelo, 
Enamorada la luna Enrojeció a sus acentos; 
Y para escuchar, su lumbre . 
Purpúrea -y al mismo tiempo 
Las siete rápidas Pléyades 
Hizo una pausa en el cielo. 
Y dice el coro estelar- 
Dicen los seres suspensos- 
Que su arrebato, Israfel 
Debe a esa lira de fuego 
Con que reclinado, canta; 
Al metal vívido y trémulo 
Del encordado inaudito 
Que puso en ella el Eterno. 
Pero mora el Ángel, donde 
Los más hondos pensamientos 
Son un deber; donde siempre 
Fue el amor un dios perfecto, 
Y arden cerca ojos de huríes, Si aquí estrellas brillan lejos. 
¡Oh Israfel! no yerras cuando 
Tu voz áurea tiene a menos 
Cantar cantos no sublimes: 
A ti el laurel, bardo excelso; 
A ti -el mejor ¡por más sabio! 
¡Vive alegre y largo tiempo! 
Al éxtasis del empíreo 
Se hermana tu ritmo angélico- 
Tu amor, dolor y alegría 
Al fervor de tu salterio, 
¡Pueden callar las estrellas! 
Sí, Israfel: tuyo es el Cielo. 
Mas nuestro mundo es un mundo 
De dulzuras y de duelos; 
Nuestras flores, sólo flores. 
Y la sombra del perpetuo 
Bienestar de que allá gozas, 
Claro sol es para el nuestro. 
De habitar yo donde él vive 
E Israfel donde yo muero 
Tal vez él no cantaría 
Con hechizo tan supremo 
Terrestre cántico, mientras 
Quizá un himno más intenso, 
Alzándose de mi lira Colmara el triunfo los Cielos. 

LA TIERRA DEL ENSUEÑO 
En una senda abandonada y negra 
que recorren tan sólo ángeles malos, 
donde un Eidolon llamado Noche, 
ha erigido su trono solitario; 
llegué una vez; cruel atrevido 
de Tule ignota los contornos vagos 
y al reino entré que extiende sus confines 
fuera del Tiempo y fuera del Espacio. 
Valles sin lindes, mares sin riberas, 
cavernas, bosques densos y titánicos, 
Con formas que el humano no descubre 
tras el denso rocío que las cubre 
montañas que a los cielos desafían 
y hunden la base en insondables 
mares mares que calmos, agitados luego, 
surgen de cielos de color de fuego; 
lagos que arrastran, frías y desiertas 
sus aguas solitarias, aguas muertas 
sus aguas quietas, inmutables, quietas 
como corolas de nevados lirios. 
Por esos lagos que reflejan sus solitarias 
y desiertas aguas, aguas muertas 
sus aguas tristes, inmutables, tristes 
como corolas de nevados lirios 
cerca de aquellos bosques gigantescos, 
enfrente de esos negros océanos, 
al pie de aquellos montes formidables, 
de esas cavernas en los hondos antros, 
vénse, a veces, fantasmas silenciosos 
que pasan a lo lejos sollozando, 
fúnebres y dolientes ¡son aquellos 
amigos que por siempre nos dejaron, 
caros amigos para siempre idos, 
fuera del Tiempo y fuera del Espacio! 
Para el alma nutrida de pesares 
para el transido corazón, acaso 
es el asilo de la paz suprema, 
del reposo y la calma en Eldorado. 
Pero el viajero que azorado cruza 
la región no contempla sin espantos 
que a los mortales ojos sus misterios 
perennemente seguirán sellados 
así lo quiere la Deidad sombría 
que tiene allí su imperio incontrastado. 
Por esa senda desolada y triste 
que recorren tan sólo ángeles malos, 
senda fatal donde la Diosa Noche 
ha erigido su trono solitario, 
donde la inexplorada, última Tule 
esfuma en sombras sus contornos vagos, 
con el alma abrumada de pesares, 
transido el corazón, he paseado... 
¡He paseado en pos de los que huyeron 
fuera del Tiempo y fuera del Espacio! 

PARA ALGUIEN, EN EL CIELO 
Para mi alma, fuiste, amor, 
Cuanto en el mundo sonreía 
La isla verde en el mar, amor, 
Y la fuente y el ara pía. 
Flores brotaban en redor, 
Y cada flor, fue sólo mía. 
¡Sueño fugaz, de tan brillante! 
¡Ampo estelar que de tan puro, 
Lució un instante! 
En vano a mi alma lo Futuro 
Clama: -¡Adelante! 
Vuelta al pasado, abismo oscuro, 
Persigue, muda, el Sueño amante. 
Pues, ¡ay de mí!, la luz de Vida 
Se me ha extinguido por jamás. 
«Ya nunca más -no más- no más-» 
(Así a la playa combatida, 
Mar solemne, diciendo vas) 
¡Tenderás vuelo, águila herida, 
Árbol seco florecerás! 
Y éxtasis son mis noches hondas; 
Y estoy contigo -alma fraterna 
Donde el mirar celeste ahondas, 
Donde el flotante andar gobiernas 
Al ritmo de qué etéreas rondas, 
Ante cuáles ondas eternas. 

CANCIÓN 
En tu día nupcial, te vi encendida 
Por ardiente rubor, 
Aunque era un cielo para ti la vida, 
Y el mundo, en tu presencia, todo amor. 
En resplandor que en tu miraba había, 
(¿Por qué se avivó tanto?) 
Fue cuanto el alma dolorosa mía 
Gozó en el mundo, de amoroso Encanto. 
«Sólo un pudor de virgen es motivo 
De tal rubor», pudo decirse ante él. 
Pero ¡ay! reanimó fuego más vivo 
En el pecho de aquél. 
Que te miró de novia, cuando quiso 
Lucir aquel rubor, 
Aunque te fuera el mundo un paraíso, 
Y en derredor, la vida, toda amor. 

EL GUSANO VENCEDOR 
¡Mirad! Noche de fiesta, 
Solemne, es del futuro 
En los postreros años de la vida. 
Un coro de querubes, 
Alados y con tules encubiertos, 
Ajando con sus lágrimas los tules, 
A un drama de terror y de esperanzas 
Asisten en grandioso coliseo 
Mientras exhala sobrehumana orquesta 
La música sublime de los cielos. 
Mimos, de Dios imagen, 
Moviéndose veloces, con cautela 
Murmuran: ¡meros títeres que impulsa 
La voluntad de inmensos y disformes 
Seres que van mudando 
La escena y arrojando de sus alas 
De cóndor, agitadas en la sombra, 
La invisible desgracia! 
¡Oh, nunca este confuso 
Drama será olvidado! 
Nunca con Fantasma, eternamente 
Por un tropel en vano perseguido, 
De círculo a través, que siempre gira. 
Y torna al mismo sitio; 
Siendo la esencia de la oscura trama 
El horror, la locura y el delito. 
¡Mas ved! Entre la turba 
Mímica se introdujo una rastrera 
Figura, ¡ser inmundo! 
Cuerpo color de sangre que acechaba 
Allá en la soledad del escenario, 
¡Se tuerce! ¡Se retuerce! 
Con mortales 
Tormentos en su pasto se convierten 
Los mimos; y los ángeles gimieron 
Cuando sus viles uñas 
Manchó con sangre humana el vil insecto. 
¡Las luces se extinguieron! 
¡Y todo yace extinto! 
Y, por cubrir las formas 
Trémulas, el telón, fúnebre manto, 
Cae con la rapidez de una tormenta. 
Y pálidos y mustios los querubes, 
Irguiéndose, arrancándose sus velos, 
Afirman que la mísera comedia 
Es la tragedia "Hombre" 
Y el inmundo gusano 
¡El Héroe vencedor de esta tragedia! 

SONETO A ZANTE 
¡Isla hermosa, la hermosa entre las flores 
te dio de nombres bellos el más bello! 
¡Qué recuerdos me traen halagadores 
las tuyas y tu mágico destello! 
¡Cuánta escena pasó de dicha ciega! 
¡Cuánta ilusión de anhelos enterrados! 
¡Visiones de una niña que no llega jamás, 
jamás, a tus risueños prados! 
¡Jamás! Todo lo cambia este sonido. 
Jamás tu antiguo encanto resucita; 
tu recuerdo, jamás. Siendo florido, 
me vas a parecer tierra maldita. 
¡Jacintito país! ¡Purpúreo Zante! 
¡Isola d'oro! ¡Fior di Levante! 

LA DURMIENTE 
Era la medianoche, en junio, tibia, bruna. 
Yo estaba bajo un rayo de la mística luna, 
Que de su blanco disco como un encantamiento 
Vertía sobre el valle un vapor somnoliento. 
Dormitaba en las tumbas el romero fragante, 
Y al lago se inclinaba el lirio agonizante, 
Y envueltas en la niebla en el ropaje acuoso, 
Las ruinas descansaban en vetusto reposo. 
¡Mirad! también el lago semejante al Leteo, 
Dormita entre las sombras con lento cabeceo, 
Y del sopor consciente despertarse no quiere 
Para el mundo que en tomo lánguidamente 
muere 
Duerme toda belleza y ved dónde reposa 
Irene, dulcemente, en calma deleitosa. 
Con la ventana abierta a los cielos serenos, 
De claros laminares y de misterios llenos. 
Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto? 
¿Por qué está tu ventana, así, en la noche 
abierta? 
Los aires juguetones desde el bosque frondoso, 
Risueños y lascivos en tropel rumoroso 
Inundan tu aposento y agitan la cortina 
Del lecho en que tu hermosa cabeza se reclina, 
Sobre los bellos ojos de copiosas pestañas, 
Tras los que el alma duerme en regiones 
extrañas, 
Como fantasmas tétricos, por el sueño y los 
muros 
Se deslizan las sombras de perfiles oscuros. 
Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto? 
¿Cuál es, di, de tu ensueño el poderoso encanto? 
Debes de haber venido de los lejanos mares 
A este jardín hermoso de troncos seculares. 
Extraños son, mujer, tu palidez, tu traje, 
Y de tus largas trenzas el flotante homenaje; 
Pero aún es más extraño el silencio solemne 
En que envuelves tu sueño misterioso y 
perenne. 
La dama gentil duerme. ¡Que duerman para el 
mundo! 
Todo lo que es eterno tiene que ser profundo. 
El cielo lo ha amparado bajo su dulce manto, 
Trocando este aposento por otro que es más 
santo, 
Y por otro más triste, el lecho en que reposa. 
Yo le ruego al Señor, que con mano piadosa, 
La deje descansar con sueño no turbado, 
Mientras que los difuntos desfilan por su lado. 
Ella duerme, amor mío. ¡Oh!, mi alma le desea 
Que así como es eterno, profundo el sueño sea; 
Que los viles gusanos se arrastren suavemente 
En torno de sus manos y en torno de su frente; 
Que en la lejana selva, sombría y centenaria, 
Le alcen una alta tumba tranquila y solitaria 
Donde flotan al viento, altivos y triunfales, 
De su ilustre familia los paños funerales; 
Una lejana tumba, a cuya puerta fuerte 
Piedras tiró, de niña, sin temor a la muerte, 
Y a cuyo duro bronce no arrancará más sones, 
Ni los fúnebres ecos de tan tristes mansiones 
¡Qué triste imaginarse pobre hija del pecado 
Que el sonido fatídico a la puerta arrancado, 
Y que quizá con gozo resonara en tu oído, 
de la muerte terrífica era el triste gemido! 

A HELENA 
Sólo una vez te he visto 
Sólo una vez- en tiempo ya lejano. 
Sé que no muy lejano -pero velan 
Brumas de lo pasado su distancia. 
Era una medianoche 
Del dulce mes de julio; y de la luna – 
Que, en ascensión feliz como tu vida 
Buscaba, entre los cielos, á más alta 
Región, rápida senda-Un velo descendía con reposo, 
Con pesadez, con sueño 
-Un velo indefinido 
De plata y seda y luz- que se extendía 
De los erguidos rostros de mil rosas 
De un encantado Edén, lleno de calma, 
Por el que blandamente o con sigilo 
Tan sólo a deslizarse se atreviera 
El viento -se extendía 
En los erguidos rostros de esas rosas 
Que, cual desvanecidas de ternura, 
Soltaban en retomo 
A la amorosa luz que las besaba. 
Sus perfumadas almas -se extendían 
En los erguidos rostros de las rosas, 
Que sonreían con feliz deliquio en ese paraíso que hechizaba 
De tu presencia en él la poesía. 
Te vi, como los ángeles, vestida 
De blanco, en muelle alfombra de violetas 
El cuerpo dulcemente reclinado, 
Mientras que, de la luna, 
La plateada luz se reflejaba 
En los rostros erguidos de las rosas 
Y en tu bello semblante 
Al cielo alzado con profunda pena. 
¿No fue el mismo Destino 
Quien en la dulce medianoche -en julio 
No fue el mismo destino (cuyo nombre 
También es sentimiento) quien detuvo 
Mi paso en el dintel del paraíso 
Para aspirar el delicado incienso 
De esas dormidas rosas? 
Todo era soledad, silencio, en torno. 
Y, mientras daba a su ruindad olvido, 
El mundo que aborrece el alma mía, 
Del impalpable sueño en los misterios, 
Dos seres angustiados 
Velábamos a solas: tú conmigo. 
(¡Oh, Cielos! ¡Oh, Señor! ¡Cómo se agita 
Mi corazón uniendo estas palabras!) 
¡A solas tú conmigo!... El pie detuve... . 
La pálida hermosura 
Del cielo descendido a tu existencia, 
Miré con devoción; y, al encontrarse 
Mi vista con la tuya, 
Todo dejó de ser, formas y vida, 
En ese Edén que tú, maga sublime, 
Con tus divinos ojos encantabas. 
Perdió la luna su fulgor de perlas 
Y huyeron a mis ojos fascinados, 
Los ya musgosos bancos, los senderos, 
Los árboles, las flores; 
Y las puras esencias 
De las dormidas rosas fallecieron 
En los amantes brazos de los aires. 
Todo -todo expiró menos tu imagen; 
y aún ella, con la lumbre de la luna 
Aún ella se extinguió para mi vista, 
Que sólo vi el fulgor de tu mirada 
Y el alma de tus ojos 
Alzados con pesar a las alturas. 
Los vi -y el mundo fueron 
Para mi ser tus ojos imantados. 
Los vi más breves horas 
-Los vi hasta que la luna huyó del cielo. 
¡Qué tormentosas luchas 
Del corazón! 
¡Qué impíos infortunios! 
¡Qué lúgubres historias! descubrían, 
En misteriosa unión esas esferas 
De pura luz celeste!... ¡Y qué brillantes, 
Sublimes esperanzas! ¡Qué apacible 
Mar de engrandecimiento! ¡Qué osadas ambiciones! 
¡Y para amar, qué inmenso poderío! 
Ya la amorosa diana 
Al mundo se ocultó bajo una densa 
Nube de tempestad de occidente; 
Y tú, pálida sombra, 
Entre la sepulcral y hosca arboleda, 
Te deslizaste huyendo taciturna. 
Mas sólo la figura de tu cuerpo 
-Sólo ella- del jardín y de mi vida 
Por siempre se alejó: como dos astros 
Quedaron ante mí tus bellos ojos. 
Tus ojos que dejarme no quisieron 
Y en esa noche, oscura ya, alumbraron 
La triste senda de mi hogar sombrío. 
Tus ojos, que jamás, cual la esperanza, 
Mi ser abandonaron; y me siguen, 
Me guían, me seducen 
En el largo transcurso de los años. 
Ellos mis dueños son y yo su esclavo 
Su misión es dar lumbre 
Con nobles entusiasmos a mi alma, 
Cual mi deber salvarme 
De su guiadora luz a los destellos, 
Y ser purificado por su llama, 
Y ser santificado 
De su fuego celeste en los fulgores. 
Ellos mi alma llenan de hermosura 
(Que es la esperanza), y lejos 
Allá en el cielo, brillan: dos estrellas 
Ante las que, en el triste y silencioso 
Desvelo de mi noche me arrodillo. 
Y luego, cuando el día 
De alegre claridad la tierra inunda, 
Los veo aún: ¡dos dulces 
Y centelleantes vésperos, que el rayo 
Del mismo sol no extingue! 

EL COLISEO 
¡Eres símbolo constante de la fiel y antigua 
Roma! 
¡Excelente relicario de sublime admiración, que a esta época legaron aquellos tiempos ya 
[idos cuya pompa y poderío parecen ensoñación! 
Tras largo peregrinaje y ardiente ser de tu ciencia, 
me humillo con reverencia en las sombras de 
tu historia, 
y transformada mi alma sacia su sed de belleza 
contemplando tus grandezas, tus tristezas y tu 
gloria. 
¡Oh profunda inmensidad, tiempo y recuerdo 
de antaño desolación y silencio, noche grandiosa; 
admirable! 
Al percibiros comprendo vuestra mágica 
pureza en la perenne realeza de vuestra fuerza 
indomable. 
Vuestros dulces sortilegios son mejores para mí 
que los que el rey de Judea hiciera en 
Gethsemamí. 
Ni la encantada Caldea jamás consiguió 
arrancar 
a las estrellas prodigios cual vense en este 
lugar. 
Donde un héroe cayera, hoy vese una columna... 
y, donde el águila escénica envuelta en oro 
brilló 
hoy el vampiro revuela al llegar la medianoche 
y el fantástico aquelarre este lugar convirtió. 
Aquí do las cabelleras de las matronas romanas 
balanceaban al viento el rubio de sus colores, 
hoy sólo se balancean el cardo y la débil caña... 
han cesado aquellos días de sublimes 
esplendores. 
Y, donde el rey poderoso su trono de oro tenía, 
ágil y oscuro lagarto viene siempre a recorrer; 
y hacia su casa marmórea cual espectro se 
desliza 
a los pálidos reflejos de la luna en su crecer. 
Mas yo pregunto: esos muros, esas inertes 
arcadas junto a zócalos de musgo hoy en hiedra 
revestidas 
esos relieves tan vagos, esos frisos tan ruinosos 
esas cornisas tronchadas y piedras enmohecidas, 
¿es esto cuanto dejaron las horas y tiempos 
idos? 
¿es lo único que resta de su fama colosal? 
¿es cuanto a mí y al destino aquella época ha 
llegado de su firme poderío y su obra escultural? 
«Eso no es todo» -responden en aquel lugar 
los ecos«voces graves y proféticas hay en nuestro 
corazón... 
y toda ruina recuerda las ideas de los sabios 
semejantes a los himnos que al sol dedicó /Memnón. 
Aún reinamos poderosas en los más grandes 
señores; asentamos nuestro imperio en las almas 
gigantescas... 
no; no somos impotentes...; queda nuestro 
poderío, 
nuestra gloria y nuestro nombre, aunque pálidas 
nos veas. 
Las mil y una maravillas que extáticas nos 
circundan. 
y recuerdan nuestra estirpe, nuestra gala y 
nuestra historia 
se han prendido a nuestros flancos... y su 
admirable vestido 
nos envuelve entre su manto más fulgente que la gloria».

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