viernes, 22 de marzo de 2013

EMILIO PRADOS. TRES TIEMPOS DE SOLEDAD

En los 
años 80 del siglo pasado, -y cuando me escabullía por los estantes de libros de la Biblioteca Central de la Universidad de Costa Rica, después de aquellas maratónicas sesesiones de lecturas jurídicas- tomaba de los estantes, las obras completas de Emilio Prados y miraba desde la ventana del segundo piso, la inmensidad de la noche, de la oscuridad. El efecto era inmediato: sentía que aquella poesía me calaba, me perforaba hasta el último hueso. De aquellos poemas bellos, bellísimos, está el que transcribo para todos ustedes, y que -como a mí- espero, se sientan tocados por el verso de Prados.

LA SOLEDAD Y EL SUEÑO


TRES TIEMPOS DE SOLEDAD


(I)

SOLEDAD, noche a noche te estoy edificando,
noche a noche te elevas de mi sangre fecunda
y a mi supremo sueño curvas fiel tus murallas
de cúpula intangible como el propio Universo.

Dolorosa y precisa como la piel del hombre
donde vive la estatua por la que el cuerpo obtienes,
tu entraña hueca ajustas al paso de la estrella,
a la piedra y los labios y al sabor de los ríos.

Hija, hermana y amante del barro de mi origen,
que al más lejano hueso de mi angustia te acercas:

¿quién no sabrá que huirte es perderse en el tiempo
y en desgracia inocente desmoronar su historia?

Tenga valor la carne que se desgrana herida,
pues su fuga prepara la pròxima presencia,
igual que en el olvido prepara la memoria
su forma insospechada de la verdad más pura.

Sepa guardar su cauce la arteria que escondida
pone Dios bajo el pecho de quien le dio su imagen.
En ella marcha el oro, el papel, la saliva
y el sol, junto al misterio que da vida a la sombra.

Ni al derribarse el árbol, ni la indecisa piedra,
ni al perderse los pueblos sin flor y sin palabra,
se pierde lo que sueña el hombre que agoniza
sobre la cruz en ríos de su sangre en pedazos.

Lo que no quiere el viento, en la tierra germina
y más tarde hasta el cielo se levanta hecho abrazo.
ASÍ, con la manzana, vemos junto a la aurora
elevarse el olvido y el amor de los hombres.

Soledad infalible más pura que la muerte,
noche a noche en la linfa del tiempo te levanto,
sin querer complicada igual que el pensamiento
que nace en mi memoria sin temor y huye al mundo.

Huye al mundo y cobija sus pequeños fantasmas
dolorosos y agudos como espinas de sangre
que el fruto de la vida feliz le defendieran:
¡soledad ya madura bajo mi amor doliente!

Soledad, noble espera de mi llanto infecundo,
hoy te elevan mis brazos como a un niño o a un muerto,
como a una gran semilla que en el cielo clavara
junto a esta misma luna con que alumbras mi insomnio.

Yo que te elevo, abajo quedo absorto e inmòvil
viendo crecer la imagen de mi propia existencia,
el mapa que se exprime de mi fiera dulzura

Bajo mis pies contemplo tus cuadernos en tierra
y arriba la imprecisa concavidad del cielo.

Hoy te quiero y te busco como a una gran herida
fuente y tumba en el tiempo de mi olvido sin causa.
¿Quién me dará la forma que una nuestras figuras
y me muestre en tu cuerpo como un solo edificio?

Húndeme en tu bostezo: tu mudo laberinto
me enseñe lo que el viento no dejò entre mis ramas.
Los granados se mecen bajo el sol que los dora
y mi paladar virgen desconoce el lucero.

Soledad, noche a noche te elevas de mí sangre
y piedra a piedra asciende tu templo a lo infinito.
Yo conozco el lejano misterio de tus ojos...
Pero mientras te elevas:
¡Mírame, diminuto!


(II)

MÍRAME diminuto sobre esta blanca página,
sobre esta blanca ausencia tendida en mi memoria,
bajo el blanco desierto fecundo del olvido,
como una letra aislada de la flor de mi nombre.

Por buscar me he perdido y sin buscar no encuentro
ya posible la forma que antes me equilibraba
con la forma del árbol, ejemplo de mi vida,
mitad buscando el cielo y medio entre las sombras.

Ni bajo el tiempo mismo podré ya situarme
para saber la estancia precisa de mi cuerpo:

que tres hojas dividen la luz de mis palabras
y entre las tres no entiendo cuál es la más presente.

Pues si el jazmín futuro me coge el pensamiento,
tal desazòn me enturbia las horas donde habito,
que ni la sed me duele, ni el fuego me atormenta
y la rosa obscurece por mis ojos sin luna.

Y si el verme delante me da tan gran alivio
que borra hasta en mis sueños todo afán de presenci
el ser nuevo a que nace mi afirmaciòn de eterno
tiene un ala clavada por dos tiempos al mundo.

Si miro a lo pasado, su eternidad de muerte
de tal manera vive mi corazòn dormido,
que en rosario de piedra puede cambiar el llanto
que otra vez fuera escala de luz para mi vuelo.

Al presente más miro, tratando de fijarme
como fiel de balanza que muestre mi existencia;

pero al hallar su centro no encuentro en la penumbra
la dimensiòn ni encaje preciso en que me busco.

Mas, junto a los tres tiempos que me igualan a un ave
volando entre la tierra y el cielo que la oprime
y en un arco de olvidos, tenso en luz, tenso en sombra,
la flecha de mi cuerpo camina sin ver dònde.

Sòlo tengo conciencia de mi soledad viva,
al pensar en el centro que erige mi balanza,
y a ti te canto, humilde y orgullosa en tu nieve,
como a madre y hermana constante de mi busca.

Mira, mira esta letra que dejo abandonada
en el destino mudo que hoy llamo tu regazo,
soledad: que camine como una hormiga ciega
que el instinto conduce...
Tal vez llegue a mi nombre.




(III)

TAL vez llegue a mi nombre o al nombre de la piedra
o a los nombres del cielo o a los nombres del agua,
que con su antena torpe, mi letra perseguida
no deja cuerpo al mundo que de su tacto libre.

Andando, andando, andando, puede llegar un día
de tan altas preguntas y silencios tan grandes,
que otra vez a mí vuelva por buscar el granero
de más honda memoria, luna de otras palabras.

Allí, bordado, un manto se encontrará, sin orden,
en que el tallo y la oruga y la flor son hermanos
y a la vez intangibles hijos de una figura
que, invisible, les muestre su insospechado origen.

Por allí cruza el hombre silencioso y altivo,
viéndose separado del poder que anhelaba
para el soberbio juego de hacer lo que embellece
a la tierra del mundo, inmutable en su mano.

Sin voluntad camina, que involuntariamente
su voluntad naciò, y ajena a su conciencia
en él fue colocada para ser paz del fuego
que, necesariamente, quemaría su entraña.

Y en libertad padece su voluntad perdida...
Así cruza su pena mirando esta memoria.

Así también yo mismo, que como un hombre propio
quiero verme en la rosa y en el puñal luciente,
siendo parte del hombre que todos construimos,
libre en mi penitencia también puedo encontrarme.

Mas sí al hallarme libre de lo que me atormenta
a mi presente encuentro libre de mi pasado,
tan solo tendré un ala para cruzar el cielo;

pero es timòn un ala si conduce una nave.

Hoy sujeto en mí vivo y como la flor, quieto
por el tallo que amarra a la luz con la sombra,
voy rodando en el mundo de los que me acompañan
cuerpo a cuerpo en la lucha ciega de mi viaje.

Pregunto y más pregunto; pero solo mis ojos
se entienden con la forma que cubre la hermosura.
Así, de esta manera, tan solo la apariencia
presente me responde: —Aguárdame otro día.

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