lunes, 20 de junio de 2022

FRONTISPICIO 9 Dante Alighieri. GENIOS. HAROLD BLOOM.





FRONTISPICIO 9

Dante Alighieri

“Oh hermanos -dije—, que tras de cien mil

peligros a occidente habéis llegado,

ahora que ya es tan breve la vigilia

de los pocos sentidos que aún nos quedan,

negaros no queráis a la experiencia,

siguiendo al sol, del mundo inhabitado.

Considerar cuál es vuestra progenie:

hechos no estáis a vivir como brutos,

mas para conseguir virtud y ciencia511.

Ulises se dirige por última vez a sus hombres mientras se avecina

el final en los límites del mundo conocido. Muchos expertos contemporáneos

en Dante piden que condenemos a Ulises alegando que el lenguaje

que usa el viajero es egoísta y que se limita a exaltar la aventura heroica

e ignora la obligación moral. ¿Leemos a Dante por su moralidad o por

su genio? Ese gran crítico italiano que fue Benedetto Croce prefirió el

genio: “Nadie en su época buscó con pasión tan intensa conocer todo

lo conocible” , y esa es la pasión del Ulises de Dante, quien no obstante

es ubicado en el profundo Infierno, donde lo rodean otros falsos consejeros.

El mismo Dante, peregrino de su Comedia, no responde nada al

discurso de Ulises y nos obliga a conjeturar su reacción a la elocuencia

del héroe. Dado que en el poema el viaje de Dante es una loca huida

similar a la de Ulises, la identidad poética entre los dos sobrepasa la

divergencia moral. Como lector de 71 años que soy, no puedo oír a Ulises

diciendo “ahora que ya es tan breve la vigilia de los pocos sentidos que

aún nos quedan” y no querer unirme espiritualmente a él, así sea en parte.

Algo en Dante busca también reunirse con Ulises, digan lo que digan

sus entusiastas seguidores teológicos.

No hay nada más expeditamente destructivo del genio de Dante que

los comentarios que exaltan su supuesta piedad y sus virtudes humanas.

[139]

Ningún poeta, ni siquiera John Milton, ha exhibido ese monstruoso

orgullo de Dante. No confiamos en la reacción de Dante ante Brunetto

Latini, su “maestro” , y uno de los habitantes del Infierno por un acto

de sodomía que quizás Dante inventó. Estacio, un mal poeta romano y

uno que nunca dejó de ser pagano, tiene un lugar en la Comedia por ser

un gran poeta y un converso secreto al cristianismo. El Estacio de Dante

no es exactamente un mártir pero si nos sugiere una cierta reticencia

en Dante, cuyo propio genio era más importante para él que todas las

piedades de Agustín y de Tomás de Aquino.

[140]

Dante Alighieri

1265 | 1321

l a v id a d e d a n t e a l ig h ie r i tiene visos de poema tormentoso, más parecido

a su “ Infierno” que a su “Purgatorio” y muy distante de su “Paraíso”

. Las biografías que tenemos hasta la fecha no hacen justicia al

genio de Dante, con excepción de la primera, la de Giovanni Boccaccio,

tan adecuadamente descrita por Giuseppe Mazzotta como una “ obra

de ficción muy consciente de sí misma y similar a la propia Vita Nuova

de Dante, que responde imaginativamente a la constante dramatización

de su propia vida que hay en sus obras” . Esto no debería sorprender a

nadie; Dante, como Shakespeare, es una expresión tan enorme del pensamiento

y de la imaginación que los biógrafos, los estudiosos y los críticos

individuales tienden a no ver más que algunos aspectos de tan

extraordinaria panoplia. Yo suelo recomendar a mis estudiantes que lean,

más que cualquiera de las biografías de Shakespeare, Nothing Like the

Sun, de Anthony Burgess, una novela más bien joyceana narrada por

Shakespeare en primera persona.

El exaltado Dante se consideraba un profeta, de la talla de un Isaías

o de un Jeremías. Shakespeare no tenía una idea tan clara de su tamaño:

el creador de Hamlet, Falstaff y Lear tiene mucho en común con

Chaucer, el hacedor del bulero y de la mujer de Bath, y Chaucer se burla

sutilmente de Dante. Hay que ser de la estatura de Chaucer para tratar

con ironía a Dante, y la verdad es que hay más admiración que rechazo

en Chaucer.

No es posible discutir el genio en la historia mundial sin centrarse

en Dante, pues de todos los genios de la lengua sólo Shakespeare es más

rico. En gran medida Shakespeare rehizo el inglés: aproximadamente

1.800 de las 21.000 palabras que utilizó son de su propio cuño, y no hay

periódico en el que no se encuentren giros shakespearianos regados por

doquier, sin intención alguna. Y sin embargo Shakespeare heredó el

inglés, de Chaucer y de William Tindale, principal traductor de la Biblia

protestante. Si Shakespeare no hubiese escrito nada, la lengua inglesa

habría persistido más o menos como la conocemos hoy; pero el

dialecto toscano de Dante se convirtió en el italiano en gran parte gra[

141]

cias a Dante. Él es el poeta nacional, como lo es Shakespeare dondequiera

que se hable inglés, y Goethe dondequiera que predomine el

alemán. No hay un poeta francés, ni Racine ni Víctor Hugo, cuya eminencia

sea tan incuestionable, ni un poeta en español tan central como

Cervantes. Y sin embargo Dante, aunque fundó el italiano literario,

prácticamente no se consideraba a sí mismo toscano, mucho menos italiano.

Él era un florentino, uno obsesionado por serlo, que vivió exilado

de su ciudad los últimos 19 de los 56 años que vivió.

Hay unas cuantas fechas cruciales para el lector de Dante, empezando

con la de la muerte de Beatriz, su ideal amado o su amada idealizada,

el 8 de junio de 1290, cuando el poeta tenía 25 años. De acuerdo con su

propia versión, podríamos llamar platónica la devoción de Dante por

Beatriz, aunque todo lo relacionado con Dante, incluyendo su catolicismo,

debe ser considerado dantesco. Fijó la Pascua de 1300 como la fecha

ficticia del viaje que emprende en la Divina comedia, y terminó el “ Infierno”

, su parte primera y más notable, en 1314. En los siete años que le

quedaban de vida tuvo la sublime fortuna de componer tanto el “Purgatorio”

como el “Paraíso” , de manera que su magnífico poema estaba terminado

un año antes de su muerte.

Shakespeare murió al cumplir 52 años, pero no perdimos nada con

ello porque había dejado de escribir tres años antes. Pero Dante quizás

hubiera llevado a cabo otros logros literarios de haber vivido los veinticinco

años más que hubiera querido hasta alcanzar la edad “ perfecta”

de 81 años, nueve nueves, de acuerdo con una visión numerológica que

no es posible descifrar del todo.

El propio Dante en su Convivio (libro iv, 24) nos cuenta que la edad

termina a los setenta años, pero que si seguimos vivos quizás alcanzaremos

la sublimidad:

Y este tiempo se llama senilidad. Como tenemos en Platón, del cual

se puede decir que era perfectamente constituido, por su perfección y por

la fisonomía, que tomó Sócrates de él cuando por primera vez lo vio, que

vivió 81 años, según atestigua Tulio en el De senectud. Y yo creo que si Cristo

no hubiese sido crucificado, y hubiese vivido el tiempo que su vida podía

conforme a la naturaleza recorrer, a los 81 años de cuerpo mortal hubiérase

transformado en eterno53.

[142]

¿Qué cambio esperaba Dante a los 81? ¿Se le habría aparecido de

nuevo Beatriz, la dama nueve, en esta vida? George Santayana vio en

Beatriz una platonización de la cristiandad; E.R. Curtius la consideraba

el centro de la gnosis personal y poética de Dante. Está crucialmente

relacionada con la transfiguración que Cristo hubiese experimentado a

los 81, dado que su propia muerte, de acuerdo con la Vita Nuova de su

amante, fue datada por él mediante un proceso en el cual el nueve perfecto

se completa nueve veces. A los 25 pasó de ser un cuerpo mortal a

ser un cuerpo eterno. Implícita y explícitamente, Dante nos dice a lo

largo de la Comedia que él es la verdad. Hallaj, el mártir sufí, murió por

proclamar que él era la verdad, aunque en las múltiples manifestaciones

de la religión estadounidense tal afirmación es casi un lugar común.

He hablado con mormones disidentes, baptistas sectarios y muchos

pentecostales que me han asegurado con gran candidez que ellos son

la verdad. La Comedia no funcionaría si Beatriz no fuese la verdad y sin

embargo ninguno de nosotros habría oído hablar de ella de no ser por

Dante. Esto no significa gran cosa y yo no acabo de comprender cómo

hizo Dante -definición misma del catolicismo para tantos intelectuales

de hoy— para desechar la posibilidad de que su mito personal de Beatriz

fuese una herejía como la Sofía de los mitos gnósticos, el principio femenino

en la divinidad. Simón Magus encontró a su Helena en un prostíbulo

en Tiro y la proclamó Helena de Troya y la caída Sofía, sabiduría

de Dios. Simón el samaritano, denunciado sin tregua por los cristianos,

fue el primer Fausto, audaz e imaginativo, y ahora es universalmente

considerado un charlatán. Dante encontró a su sabiduría de Dios, aún

reinante, en una joven florentina y la elevó a la jerarquía celestial. Simón

el mago, como Jesús el mago, pertenece a la tradición oral, en tanto que

Dante es -exceptuando a Shakespeare- el poeta supremo de toda la

historia y la cultura occidental. Y sin embargo Dante no era menos arbitrario

que Simón, como haríamos bien en no olvidar. Aunque diga lo

contrario, Dante usurpó la autoridad poética y se estableció como la figura

central de la cultura occidental.

¡Pero cuán diferente es la centralidad de Shakespeare de la de Dante!

Dante nos impone su personalidad, mientras que Shakespeare nos evade,

incluso en los Sonetos, a causa de su desapego sobrenatural. En la

Vita Nuova, Dante nos sumerge en la historia de su extraordinario amor

por una joven a quien escasamente conoció. Se conocen cuando apenas

tienen nueve años, aunque esa cifra es una advertencia para que no to[

143]

memos la historia literalmente. Nueve años después de que el poeta viera

por vez primera a Beatriz, ella le habla: lo saluda formalmente en la calle.

Otro saludo o quizás dos, un desaire después de que él declarara su amor

por otra dama a guisa de encubrimiento defensivo, y una reunión en la

cual Beatriz quizás se sumó a las burlas gentiles de las que estaba siendo

objeto su rendido admirador: aparentemente esto resume toda su

relación. El comentario más atinado acerca de esta simple realidad es el

del fabulista argentino Jorge Luis Borges, quien habla de “nuestra certeza

de un amor desgraciado y supersticioso” no correspondido por

Beatriz.

Podemos hablar del “ amor desgraciado y supersticioso” de Shakespeare

por el bello noble de los Sonetos, pero tendríamos que buscar otra

expresión para el descenso de Shakespeare al infierno de la Dama oscura

de la misma secuencia. Calificar el amor de Dante por Beatriz de

neoplatónico es insuficiente, ¿pero cómo más podríamos definir ese

amor? La pasión por nuestro propio genio, por una musa que nosotros

mismos creamos, podría parecer una siniestra idolatría del yo en casi

cualquiera excepto en este hombre central. El mito -o la figura- de

Beatriz está fundido con la obra de Dante: ella es la Comedia de una

manera esencial y no la comprenderemos si insistimos en mirar el poema

desde afuera. Y sin embargo Dante la presenta como la verdad, aunque

no ha de ser confundida con Cristo, el camino, la verdad y la luz.

La bibliografía académica en torno a Dante, inmensamente útil si

hemos de dominar las complejidades de la Comedia, no me ayuda a la

hora de aprehender a Beatriz. Ella es más cristológica en la Vita Nuova

que en la Comedia, aunque allí en ocasiones me recuerda lo que los

gnósticos llaman “el Cristo ángel” , pues ella desbarata la diferencia entre

lo humano y lo angélico. La fusión entre lo divino y lo mortal puede

ser o no ser herética, dependiendo de cómo se presente. La visión de

Dante no da la impresión de ser agustiniana o tomística, pero aunque

hermética, no es hermetista. En vez de identificarla con la teología,

Dante lucha por identificarla consigo mismo. La presencia de lo humano

en lo divino no es igual a la presencia de Dios en una persona, y en particular

en Beatriz.

Esto podría resultar curioso porque Dante no es William Blake,

quien nos instó a adorar sólo lo que él llamó la Forma humana divina.

Sin embargo al comienzo Dante escribió que Beatriz era un milagro.

Un milagro para toda Florencia, no sólo para Dante, aunque él fuese

[144]

su único celebrante. Guido Cavalcanti, su mejor amigo y mentor poético,

fue después condenado por Dante por no unirse a la celebración, pero

Dante tuvo con Cavalcanti la misma relación que el joven Shakespeare

tenía con Christopher Marlowe, una nube de angustia-influencia. ¿Debemos

creerle a Dante cuando insinúa que se habría salvado de haber

reconocido a Beatriz? ¿La originalidad compartida sigue siendo original?

Como lectores de Dante, podemos dejarle su supuesta teología a sus

exégetas, pero no podemos leerlo sin llegar a un acuerdo con Beatriz.

Para Dante ella es sin duda una encarnación en la cual se niega a ver

una competencia a la Encarnación. Ella es, insiste, la única felicidad que

él ha tenido y sin ella no habría encontrado el camino de la salvación.

Pero Dante no es un Fausto que deba ser salvado o condenado, o un

Hamlet, que muere de la verdad. Dante está empeñado en el triunfo, en

la reivindicación total, en el cumplimiento de la profecía. Trasciende a

sus “ padres” , Brunetto Latini y Virgilio, a quienes cariñosa pero decididamente

deja a un lado. Reconoce a sus “hermanos” poéticos (algo sombríamente,

en el caso de Cavalcanti), pero ellos no son sus compañeros

de camino. ¿Logra convencernos, en su Comedia, de que Beatriz es algo

más que su genio individual? El se encuentra tanto adentro como afuera

de su poema, igual que Beatriz en la Vita Nuova. ¿Tiene ella una realidad

que permita a los demás invocarla?

Los más grandiosos personajes shakespearianos pueden salirse de

sus obras y vivir en nuestra conciencia de ellos. ¿Y Beatriz? La personalidad

de Dante es de tal magnitud que no le deja espacio a nadie más;

el Peregrino de la eternidad ocupa todo el espacio disponible. Esta difícilmente

es una falla poética, como la sería en cualquier otro poeta.

En Dante es una fortaleza, estimulada por su originalidad absoluta, por

una cualidad de nuevo que interminables lecturas no agotan y que no

podemos asimilar a sus fuentes, ni literarias ni teológicas.

A diferencia de los grandes neoplatónicos, Plotino y Porfirio, Agustín

insistió en que la confianza en uno mismo y el orgullo no eran suficientes

para ascender hacia Dios. Eran necesarias guía y ayuda y estas sólo podían

provenir de Dios. ¿Habrá un orgullo más feroz y una confianza en

sí mismo más resuelta que los de Dante? Se presenta a sí mismo como

un peregrino, confiado en la ayuda, el consuelo y la guía, pero como

poeta es más un profeta elegido que un cristiano camino de la conversión.

¿Se molesta genuinamente en convencernos de su humildad? Su

[145]

heroísmo -espiritual, metafísico, imaginativo- convierte en la práctica

a Dante el poeta en un milagro equiparable a su Beatriz.

Afortunadamente se presenta a sí mismo como una personalidad y

no como un milagro. Lo conocemos tan bien, tan esencialmente, que

podemos admitir sus cambios, arduamente trabajados, a medida que se

desarrolla a lo largo de la Comedia. De hecho sólo él puede cambiar en

la Comedia porque todos los demás han alcanzado su finalidad, aunque

los habitantes del “Purgatorio” deben someterse a un proceso de refinamiento.

Así como todos en la Comedia son excesivamente vividos, de

la misma manera están más allá de toda posible alteración. No cambiarán

a causa de lo que Dante les haga decir o hacer, y esto posibilita la revelación

total: Dante nos dice la última palabra sobre ellos, sin discusión

posible, y siempre produce un efecto extraordinario. ¿Tendremos personalidad

después de haber sido sometidos al juicio final? Es una buena

pregunta.

Como creación de Dante que es, Beatriz no posee mucha personalidad

porque claramente tuvo una preexistencia angélica antes de su

nacimiento en Florencia. Dante sólo nos muestra en la Vita Nuova que

es de una belleza sobrenatural y que es capaz de mostrarse severa, y lo

es más aun en la Comedia, aunque sea una actitud meramente retórica.

Hay un enorme salto de su relativa indiferencia, en vida, ante el amante

que la idealiza, a su preocupación cosmológica por su salvación después

de su muerte. Ella es tan evidentemente su genio bueno o su ángel de la

guarda que aceptamos la transmutación sin problemas. Laertes afirma

con cierta nostalgia que Ofelia se convertirá en un ángel auxiliador cuando

muera, presumiblemente alguno de esos ángeles que Horacio invoca

al final -para nuestra sorpresa, si nos detenemos a pensarlo-. Dante

preparó durante largo tiempo su propia apoteosis y sometió a Beatriz a

un extenso entrenamiento.

No hay ningún otro escritor tan formidable como Dante, ni siquiera

John Milton o León Tolstoi. Shakespeare, milagro de elusión, es todos

y no es nadie, como dijo Borges. Dante es Dante. Nadie va a agotarlo

enmarcándolo históricamente o emulando su audaz teologización del yo.

Si Cavalcanti hubiese vivido su lírica sin duda se habría vuelto más

poderosa, pero no es probable que hubiera escrito un Tercer Testamento,

que es exactamente lo que la Divina comedia parece ser. La pregunta

[146]

sobre el genio de Shakespeare se nos escapa eternamente, pero el genio

de Dante es una respuesta, no una pregunta. Con excepción de Shakespeare,

que llegó tres siglos después, el poeta más potente del mundo

occidental terminó la más grande obra de arte literaria a finales de la

segunda década del siglo xiv. Si se quisiera igualar la Comedia, o superarla,

habría que considerar de alguna manera como una entidad al

menos las dos docenas más notables de entre las 39 obras de Shakespeare.

Pero es muy difícil tomar a Dante y a Shakespeare como una secuencia;

cuando uno intenta leer El rey Lear después del “Purgatorio”

o Macbeth después del “ Infierno” se siente una curiosa perturbación.

Los dos más centrales de entre los poetas son violentamente incompatibles,

al menos en mi experiencia. Dante hubiese querido que su lector

llegara a la incontestable conclusión de que Beatriz era Cristo en el alma

de Dante, aunque eso le podría resultar incómodo a muchos de nosotros

por varias razones; pero qué sorprendidos estaríamos si Shakespeare

sugiriera en los Sonetos que el bello noble (Southampton o quienquiera

que fuese) era una especie de Cristo para el poeta que a continuación

compondría Hamlet y El rey Lear.

Para el lector común capaz de absorber la Comedia en su versión

original, Beatriz no alcanza a ser un acertijo porque los críticos italianos

no abordan a Dante de la misma manera que los estudiosos angloamericanos,

y tienen una percepción más mundana de él que ha trascendido.

Atesoro la observación de Giambattista Vico de que incluso Homero se

hubiese rendido ante Dante de no haber sido el toscano tan erudito en

teología. Dante, como Freud (y como los místicos), creía que la sublimación

erótica era posible, y en eso discrepaba de su amigo Cavalcanti,

quien consideraba que el amor era una enfermedad a la que había que

sobrevivir. Dante, quien envió a Francesca y a su Paolo al Infierno por

adulterio, fue notorio por su deleite venéreo en mujeres muy diferentes

(desde su punto de vista) de la sagrada Beatriz. Prácticamente en el único

punto en el que Dante y Shakespeare se tocan es en la supremacía con

la que ambos transmiten el sufrimiento erótico, tanto propio como de

los demás:

Podrán las quebradas devolverse y trepar colinas

Antes de que la llama del amor en este húmedo y verde bosque

Se encienda, como se enciende dentro de una joven doncella,

[147]

Por mi causa, que el sueño extinguirá en piedra

Mi vida, o alimentándose de pasto como las bestias,

Sólo para ver sus prendas proyectar una sombra.

Esto es tomado de la versión de Dante Gabriel Rossetti de la “pedregosa”

sextina “To the Dim Light” , una de las “ rimas pedregosas” que

tan apasionadamente Dante le dedicó a una tal Pietra. Beatriz no es muy

shakespeariana; Pietra sí lo es, y se habría desempeñado bien como la

Dama oscura de los Sonetos:

La lujuria en acción es el abandono del alma en un desierto de vergüenza;

la lujuria, hasta que es satisfecha, es perjura, asesina, sanguinaria,

vergonzosa, salvaje, excesiva, grosera, cruel e indigna de confianza.

Apenas se ha gustado de ella se la desprecia.. .54.

Las reacciones piadosas a Dante no son tan evidentemente inútiles

como los intentos de cristianizar las tragedias de Hamlet y de Lear, pero

le hacen más daño a la Comedia que el resentimiento feminista, que tiende

a desconfiar de la idealización de Beatriz. La alabanza de Beatriz que

hace Dante es inmensamente conmovedora; su exaltación de un amor

no correspondido es más problemática, a menos que logremos remontarnos

a las profundas visiones de la primera infancia, cuando nos enamoramos

de alguien a quien apenas conocíamos y a quien quizás nunca

volvimos a ver. T.S. Eliot dedujo con gran perspicacia que la primera

experiencia que tuvo Dante de amar a Beatriz ocurrió antes de cumplir

los nueve, y el paradigma numerológico ciertamente hubiese podido inducirlo

a ubicar esa experiencia dos o tres años después del momento

en el que sucedió. Como no somos Dante, la mayoría de nosotros podemos

hacer poca cosa con una epifanía tan temprana, y parte de su hazaña

radica en su capacidad de fundar la grandeza en ella.

Si Beatriz es universal en sus orígenes, en la Comedia se convierte

en una figura esotérica, centro de la gnosis del propio Dante, pues es a

través de ella y gracias a ella que Dante reivindica un conocimiento mucho

menos tradicional de lo que la mayoría de sus exégetas estarían dispuestos

a admitir. La permanente notoriedad del “ Infierno” no ha

opacado la elocuencia dramática del “Purgatorio” , que sigue teniendo

un número razonable de lectores. Es el “Paraíso” el que resulta inmensa[

148]

mente difícil, y sin embargo es en esa dificultad en donde el genio de

Dante resulta irrefutable, al romper los límites de la literatura imaginativa.

No hay nada que se parezca al “Paraíso” , excepto quizás ciertas

secuencias de las Meccan Revelations [Las iluminaciones de La Meca]

del sufí andaluz Ibn Arabi (1165-1240), quien se había topado con su

Beatriz en La Meca. Nizam, la Sofía de La Meca, fue, como Beatriz de

Florencia, el centro de una teofanía y convirtió a Ibn Arabi al amor sublime

e idealizado.

A los 71, quizás no estoy listo para el “Paraíso” (a donde quizás no

voy a ir a parar de todas maneras, siendo como soy de la fe judía), y he

empezado a replegarme ante el “ Infierno” , una obra sublime si bien genuinamente

aterradora. Pero vuelvo una y otra vez al “Purgatorio” , por

razones que W.S. Merwin verbalizó tan espléndidamente en el prólogo

a su admirable traducción del canto intermedio de la Comedia'.

De las tres secciones del poema, sólo el Purgatorio sucede en la tierra,

como nuestras vidas, con nuestros pies bien puestos en ella, o atravesando

una playa, o subiendo una montaña... Hasta la cima misma de la montaña

la esperanza se mezcla con el dolor, acercándolo al presente vital.

Ninguno de mis amigos coincide en su canto favorito del Purgatorio;

yo escojo la visión de Matilde recogiendo flores en el Paraíso terrenal

del canto xxvm:

Deseoso de ver por dentro y fuera

la divina floresta espesa y viva,

que a los ojos temblaba el día nuevo,

sin esperar ya más, dejé su margen,

andando, por el campo a paso lento

por el suelo aromado en todas partes.

Un aura dulce que jamás mudanza

tenía en sí, me hería por la frente

con no más golpe que un suave viento;

[149]

con el cual tremolando los frondajes

todos se doblegaban hacia el lado

en que el monte la sombra proyectaba;

mas no de su estar firme tan lejanos,

que por sus copas unas avecillas

dejaran todas de ejercer su arte;

mas con toda alegría en la hora prima,

la esperaban cantando entre las hojas,

que bordón a sus rimas ofrecían,

como de rama en rama se acrecienta

en la pineda junto al mar de Classe,

cuando Eolo al Siroco desencierra.

Lentos pasos habíanme llevado

ya tan adentro de la antigua selva,

que no podía ver por dónde entrara;

y vi que un río el avanzar vedaba,

que hacia la izquierda con menudas ondas

doblegaba la hierba a sus orillas.

Toda el agua que fuera aquí más límpida,

arrastrar impurezas pareciera,

a ésta que nada oculta comparada,

por más que esta discurra oscurecida

bajo perpetuas sombras, que no dejan

nunca paso a la luz del sol ni luna.

Me detuve y crucé con la mirada,

por ver al otro lado del arroyo

aquella variedad de frescos mayos;

[150]

y allí me apareció, como aparece

algo súbitamente que nos quita

cualquier otro pensar, maravillados,

una mujer que sola caminaba,

cantando y escogiendo entre las flores

de que pintado estaba su camino.

“Oh, hermosa dama, que amorosos rayos

te encienden, si creer debo al semblante

que dar suele del pecho testimonio,

tengas a bien adelantarte ahora

-di jele- lo bastante hacia la orilla,

para que pueda escuchar lo que cantas.

Tú me recuerdas dónde y cómo estaba

Proserpina, perdida por su madre,

cuando perdió la dulce primavera”55.

En la extática traducción de Percy Bysshe Shelley este conserva la

terza rima -que Dante inventó- a expensas del significado literal original,

pero logra captar las sorpresas y el esplendor de la llegada de

Matilde, quien dio marcha atrás a la caída de Proserpina y de Eva, y

quien presagia para Dante el regreso inminente de la visión de Beatriz.

Es posible también que Shakespeare (acto iv, escena 3, de El cuento de

invierno) ronde la memoria de Shelley, pues Perdita es el equivalente

shakespeariano de Matilde:

[pe r d it a . - . . .]¡Oh Proserpina! ¡Que no tenga a mi disposición las

flores que, en tu espanto, dejas caer del carro de Plutón! ¡Los narcisos,

que preceden a las intrépidas golondrinas y cuya belleza cautiva a los vientos

de marzo!56.

Hay un enigma en torno a las razones por las cuales Dante llamó a

esta joven cantante de El paraíso recuperado Matilde (Matelda), y los

estudiosos han intentado explicaciones muy diversas. La Matilde de

Dante sólo aparece brevemente pero yo la prefiero perversamente a

[151]

Beatriz, que regaña y sermonea y siempre es demasiado buena para

Dante. Como la Perdita de Shakespeare, Matilde nos resulta encantadora.

¿Quién si no el feroz Dante hubiese podido enamorarse de nuevo

de la celestial Beatriz? ¿Cómo no enamorarse de Matilde después de las

siguientes estrofas?

.. .este supera a todos los sabores.

Y aunque bastante pueda estar saciada

tu sed para que más no te descubra,

un corolario te daré por gracia;

no creo que te sea menos caro

mi decir, si te da más que prometo.

Tal vez los que de antiguo poetizaron

sobre la Edad de Oro y sus delicias,

en el Parnaso este lugar soñaban.

Fue aquí inocente la humana raíz;

aquí la primavera y fruto eterno;

este es el néctar del que todos hablan57.

Graciosa y bella, misteriosa epítome de una joven enamorada, Matilde

camina con Dante por las praderas como si la Edad Dorada hubiese

regresado. Matilde se mueve como una bailarina y no es necesario que

la obliguemos a ir más despacio abrumándola de alegorías o relacionándola

con nobles mujeres de la historia o contemplativas benditas. Está

claro que Dante, famosamente susceptible a la belleza femenina, se habría

enamorado de Matilde si la transfigurada Beatriz, madre regañona

e imagen del deseo, no lo estuviese esperando en el canto siguiente.

La reacción de William Hazlitt, ese soberbio crítico literario del

Renacimiento británico, ante Dante es mucho más ambigua que la de

Shelley o la de Byron, y sin embargo él sí captó la verdadera esencia de

su originalidad, el efecto de su genio:

Es interesante tan solo porque logra estimular nuestra simpatía con

la emoción que lo posee. No nos presenta los objetos que han estimulado

esa emoción; más bien se prende de la atención y nos muestra el efecto

[152]

que esta produce en sus propios sentimientos; en consecuencia, su poesía

frecuentemente nos transmite la fascinante y sobrecogedora sensación

que nos invade al contemplar el rostro de una persona que ha visto un

objeto aterrador.

Hazlitt estaba pensando en el “ Infierno” y no en Matilde en el “Purgatorio”

, en donde la sensación es la de contemplar un rostro que ha

visto un objeto fundamental de deleite.

domingo, 19 de junio de 2022

Frontispicio 8 San Agustín. GENIOS. HAROLD BLOOM.

 





[130]

Frontispicio 8

San Agustín

Leen, eligen, aman. Leen siempre y nunca pasa lo que leen porque al

elegirlas y amarlas leen la inmutabilidad de tu pensamiento. Su códice

nunca se cierra ni se pliega su libro, porque tú eres su libro y libro eterno47.

Los ángeles no tienen por qué leer pero nosotros sí. Ellos no están

atrapados en los dilemas de la memoria ni del tiempo. El genio de Agustín

definió esos dilemas, en particular aquellos relacionados con la lectura,

con una claridad que perdura. En su Augustine the Reader (1996), Brian

Stock observa que la de Agustín fue la primera teoría occidental de la

lectura; se me ocurre que sigue siendo la mejor. Si fuese cierto que la

era del libro está en decadencia (espero que temporalmente), resulta vital

recordar que Agustín tuvo mucho que ver con el proceso que convirtió

el libro en la base del pensamiento. No obstante lo cual, cristiano devoto

como era, siempre se mostró escéptico ante las posibilidades de ilustración

del libro, si bien jamás dejó de insistir en que nuestro florecimiento

intelectual se detendría sin largas y profundas lecturas.

Los libros autobiográficos de memorias, pie para la reflexión, son

un invento de Agustín. Y si alguno de nosotros piensa en su propia vida

como en un libro de texto, también con Agustín estará en deuda.

Al transformarse en el narrador de sus Confesiones, Agustín se transforma

en un Eneas cristiano, y nos irrita e impresiona tanto como el

Eneas de Virgilio. La fiel concubina de Agustín, madre de su hijo, es rechazada

con firmeza, como Dido. Si Eneas nos parece un mojigato presumido,

Agustín sería algo peor, un santurrón engreído. Pero no está

escrito que los grandes genios deban regocijarnos con sus personalidades.

Agustín vivía temeroso de la voluntad que con demasiada frecuencia,

hamletianamente, se opone a la palabra. No podemos conocer la voluntad

de Dios, al menos no sin temor de equivocarnos, excepto a través

de una lectura de la Biblia impulsada por el deseo sincero de conocer a

Dios. Agustín sabía que el único lector ideal es el mismo Dios, y sin embargo

no hubo jamás un lector cristiano que llegara hasta donde él llegó.

[131]

San Agustín

354 I 430

s a n Ag u s t ín fue un escritor soberbio y una inteligencia formidable y

no podría excluirlo de mi mosaico de genios a pesar del desconsuelo que

me produce. Creía en dispersar a los judíos en lugar de matarlos, pero,

en palabras de Peter Brown, su biógrafo definitivo, fue también el primer

teórico de la Inquisición. A excepción de los creyentes dogmáticos, muchos

de los lectores de sus dos obras más famosas, Confesiones y La ciudad

de Dios, reaccionan con cierta incertidumbre. En un reciente y breve estudio

Gary Wills sugiere con perspicacia que demos a las Confesiones el

título de Testimonio, para eludir los sugerencias irrelevantes de “ confesiones

verdaderas” . Pero ¡ay!, no funciona; cada vez que Wills habla del

Testimonio nos estremecemos: el titulo real nos es demasiado familiar.

El tema que ocupa a Agustín es la formación de un cristiano, aunque su

historia va más allá de lo que hoy se consideraría una “ conversión” .

Si bien es cierto que la originalidad de Agustín inventa la autobiografía,

allí no se encuentra el meollo de su genio. El pensamiento no es posible

sin memoria y la memoria misma, en una conciencia extensa, bien

podría depender de la lectura. Agustín ilumina los procesos de la memoria

como nadie más lo ha hecho y posiblemente aún sea nuestro mejor

maestro de lectura. Esto me entristece un poco porque siento un profundo

afecto por Samuel Johnson y por Ralph Waldo Emerson mientras

que Agustín me disgusta, pero fue el primer gran lector en el sentido

que después le dieron al término Johnson y Emerson, y de alguna forma

sigue siendo el mejor, aun teniendo en cuenta su tendenciosidad, equiparable

únicamente a la de Freud sólo que en sentido opuesto. Hemos

tenido que padecer las cansinas y ya olvidadas modas impuestas por los

teóricos de la lectura, y no veo cómo discutir con Brian Stock cuando nos

presenta a Agustín como el teórico que sentó las bases de una cultura

de la lectura. Gran parte de lo que sé sobre mis obsesiones con la lectura

y la memoria lo aprendí de Agustín, si bien en ocasiones con cierta renuencia.

Empiezo con Virgilio porque ahí fue donde Agustín empezó, en un

combate interminable con el poeta romano. Dante malinterpretó a

[132]

Virgilio con mucha creatividad pero Agustín sí lo leyó correctamente,

cosa que desemboca en el hecho curioso de que el Virgilio de Dante es

agustiniano mientras que el Virgilio de Agustín definitivamente no lo

es. Tanto para Agustín como para Dante, Virgilio es el predecesor idealizado

(Agustín lo combina curiosamente con San Ambrosio), pero

Virgilio no fue el precursor auténtico ni del obispo africano ni del poeta

florentino. En el caso de Dante, ese puesto le corresponde al humanista

Brunetto Latini y al también poeta florentino Guido Cavalcanti. En el

caso de Agustín fueron los neoplatónicos Plotino y Porfirio, los cuales

rechazaron a Cristo. Afirmé antes que Homero y, más opacamente,

Lucrecio, habían obsesionado a Virgilio; Agustín había leído a Lucrecio

y lo aborrecía, como era de esperarse; pero lo que me resulta fascinante

es que a Dante le resultó absolutamente imposible eludirlo, si bien

lo hubiese leído con rabia.

Aunque Agustín se convirtió, junto con Ambrosio y Jerónimo, en

uno de los fundadores de la Edad Media (en palabras de E.K. Rand),

no debemos olvidar que el obispo teólogo empezó como lo que ahora

llamaríamos maestro de literatura, y que su texto central era Virgilio,

así como Shakespeare es ahora mi texto fundamental. Agustín nunca

dejó de sentir la embriaguez de las palabras ni la fascinación del lenguaje

figurado, aunque con el tiempo sólo aprobaba el de la Biblia. Mucho

más que Dante (que nunca dejó de ser un político aunque estuviera

exilado), Agustín fue un hombre de letras, una personalidad literaria,

antes de convertirse en una figura central de la Iglesia occidental. No me

ocuparé aquí de Agustín el teólogo, si bien es imposible resaltar su agudeza

psicológica y su perspicacia literaria sin invocar su originalidad

espiritual, aunque en ocasiones su aspereza no sea fácil de aceptar.

Estudiante de la conciencia, Agustín pragmáticamente empezó

como discípulo de Plotino para después romper definitivamente con el

neoplatonismo al empezar a considerar el conocimiento del yo como

consecuencia de la memoria más que de la intuición. Nos percibimos

como una continuidad al recrearnos a través de la memoria: la autobiografía

es inconcebible sin la memoria, y ambas fueron en parte una innovación

de Agustín. Virgilio, una presencia constante en su vida desde

su niñez, contribuyó implícitamente a esta formulación del papel de la

memoria en la forja de la conciencia individual; pero para el poeta romano,

como para su héroe, la memoria era nostalgia o pesadilla. Virgilio

preludia la insistencia de Nietzsche en que el dolor es más memorable

[133]

que el placer. Para Agustín, incluso el olvido es una parte vital de la memoria,

pues se convierte en un mito cristiano, en el que tres poderes del

alma reflejan, en nosotros, la Trinidad y su misteriosa unidad. La “ comprensión”

era una herencia del pensamiento clásico, pero la “voluntad”

agustiniana y su “memoria” son esencialmente una creación propia, por

mucho que dicha aseveración nos sorprenda. No obstante, si reconsideramos

la memoria modificamos también nuestra visión del intelecto,

y lo que para Agustín une memoria e intelecto es la voluntad de Dios

obrando en el alma como el principio paulino de la caritas, el amor del

Dios creador hacia todas sus criaturas, hombres y mujeres. Las Confesiones

hacen énfasis una y otra vez en el hecho de que la memoria es el

agente a través del cual los demás poderes del alma se iluminan a imagen

de Dios. Les ofrezco un centón de pasajes del libro décimo de las

Confesiones:

Grande es esta fuerza de la memoria, verdaderamente prodigiosa,

Dios mío. Un inmenso e infinito santuario. ¿Quién puede llegar a su fondo?

Es una potencia de mi alma que pertenece a mi naturaleza. Ni yo

mismo alcanzo a comprender lo que soy....

... [Con ello] llamamos a la memoria alma....

Grande es el poder de la memoria. Algo que me horroriza, Dios mío,

en su profunda e infinita complejidad. Y esto es el alma. Y esto soy yo mismo.

¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿Cuál es mi naturaleza? Una vida siempre

cambiante, multiforme e inabarcable. Aquí están los campos de mi memoria

y sus innumerables antros y cavernas, llenos de toda clase de cosas imposibles

de contar...

Mas, ¿en qué parte de mi memoria estás tú, Señor? ¿En qué lugar?

¿Qué celda te has construido para ti en mi memoria?

.. Tú estabas dentro y yo fuera, y fuera de mí te buscaba. Desfigurado

y maltrecho, me lanzaba, sin embargo, sobre las cosas hermosas que

tú has creado. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo48.

En este montaje está hermosamente implícito el paso casi invisible

de la memoria a la voluntad, esa transición llamada conversión. No

[134]

podemos recordar todo lo que nuestra memoria contiene, y lo más susceptible

de ser olvidado es haber conocido a Dios. La memoria es más

poderosa que el yo hasta que el yo entiende: “T ú estabas conmigo, pero

yo no estaba contigo” . La voluntad de conocer a Dios es superior a

nuestra debilidad al recordarlo. Esa debilidad incluye el misterio relacionado

del tiempo:

¿Qué es, pues, el tiempo? Sé bien lo que es, si no se me pregunta. Pero

cuando quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé49.

No podemos comprender la eternidad porque nuestro lenguaje está

atrapado en el tiempo así qué, ¿cómo podríamos hablar con precisión

de la naturaleza del tiempo? El presente no es más que una ficción de

permanencia, un poema o un cuento, y sin embargo todo lo que sabemos

sobre el pasado o el futuro aparece en ese poema o en ese cuento cuando

los recitamos. A mí no me sucedió lo mismo que a Gary Wills, quien

encontró la Trinidad en este extraordinario fragmento, pero sí lo recuerdo

cada vez que recito en voz alta un poema, lo cual significa que a pesar

de no ser un creyente pienso en Agustín muchas veces al día, porque

fue él quien comprendió a cabalidad la experiencia interior de recitar

un poema que poseemos gracias a la memoria.

Supongamos que me dispongo a cantar una canción que aprendí.

Antes de comenzar, mi expectación se extiende a toda ella. Pero, una vez

comenzada, lo que quito de aquella expectación para el pasado hace extender

mi recuerdo en la misma medida. De esta manera se extiende la vida

de esta canción mía en la memoria por lo que acabo de cantar, y en la expectación

por lo que todavía me queda por cantar. Pero mi capacidad de atención

sigue presente y por ella pasa lo que era futuro para convertirse en

pasado. Mientras se repite esto, tanto más se reduce la expectación cuanto

más se alarga el recuerdo, hasta que la expectación llegue a reducirse

por completo, cuando acabada mi acción pase a la memoria.

Y lo que sucede con la canción completa, sucede asimismo con cada

una de sus partes y con cada una de sus sílabas. Y esto mismo sucede con

otra acción más larga, de la que esa canción pudiera ser una parte. Y así

con toda la vida de los humanos, de la que todas sus acciones son partes.

Y así también con toda la historia de la humanidad, de la que la vida de

cada hombre es una parte50.

[135]

Cuando canto un poema de W.B. Yeats o una meditación de Wallace

Stevens, a causa de Agustín me veo obligado a enfrentar mi propia

mortalidad y quizás mi sentido de la historia. Quizás sea un tres en uno

(poema, vida, historia de la humanidad) o quizás no, pero Agustín convirtió

mi actividad en un acto consciente que desborda mis intenciones,

limitadas a mi propio placer estético. La fortaleza particular de Agustín

radica en el hecho de que nos puede perturbar con su inoportuna capacidad

para incrementar nuestra conciencia de vulnerabilidad, así nos

entusiasmen poco sus trascendencias de ese abismo.

Podría considerarse a Agustín como un puente entre Virgilio y Dante,

pero eso me parece un poco engañoso. La piedad de Dante -como

la de Milton o la de William Blake- es muy suya y sólo logra convertir

a los adictos teológicos que hay entre sus especialistas angloamericanos.

Agustín, que en lo personal era igualmente idiosincrásico, era esencialmente

un místico, interesado en primera instancia en el ascenso del alma

hacia Dios a través de la contemplación. Dante alaba a los contemplativos,

pero nadie que haya leído con cuidado el Paraíso, para no ir más

lejos, confundiría a Dante con San Bernardo. Aunque San Agustín combatió

la influencia de Plotino y de Porfirio, nunca logró huir de ella del

todo. Una vez más, Peter Brown tiene la última palabra:

No obstante, Agustín estaba profundamente inmerso en las formas

de pensamiento neoplatónicas. El mundo entero aparecía ante él como un

mundo que “está siendo” , una jerarquía de formas imperfectamente realizadas

dependientes, para su calidad, de su “participación” en un mundo

inteligible de Formas ideales. El universo existía en un estado de tensión

constante y dinámica en el que las formas imperfectas de la materia luchaban

por lograr su estructura fija, ideal.

La Iglesia es la imagen opaca de una iglesia más verdadera en la Eternidad

imperceptible. Pero, a diferencia del sistema celestial de Dante,

esa Eternidad es plotínea, y sólo es alcanzable cuando recurrimos a

nuestro propio espíritu interior. Este neoplatonismo residual nunca

abandonó a Agustín porque se había convertido en parte de su naturaleza

interior. Plotino fue una herida inmortal para Agustín, incluso mientras

Virgilio pasaba gradualmente de ser un consuelo mortal a ser un opositor

amado en La ciudad de Dios. Cuando Agustín pensaba en la poesía, pensaba

en Virgilio; los salmos estaban más allá de la poesía porque eran la

[136]

verdad. Dido era poesía para Agustín como lo es para nosotros. Agustín

sabía que la Dido histórica, la reina de Cartago, se había suicidado para

no casarse con un enfermizo rey africano. Virgilio se inventó la historia

del trágico amor de Dido por Eneas, el piadoso sinvergüenza, una historia

en la que Dido es la Cleopatra contra la que Augusto combatió y la

profetisa de las horrendas guerras romanas con Aníbal, el general cartaginés.

Virgilio nos da el sentimiento patético pero no nos da la verdad,

juicio que Agustín hizo extensivo al mito universalmente popular desde

la era de Constantino, el emperador cristiano, hasta la era de Agustín.

En su cuarta égloga (aproximadamente del 40 a.C.), Virgilio profetizó a

un niño divino:

La última edad del vaticinio de Cumas es ya llegada; una gran sucesión

de siglos nace de nuevo. Vuelve ya también la Virgen, vuelve el reinado

de Saturno; una nueva descendencia baja ya de lo alto de los cielos.

Si todavía permanecen algunas huellas de nuestro pecado, destruidas,

quedará libre la tierra de un temor perpetuo. Recibirá aquel niño la vida

de los dioses...51.

Regresa la edad dorada de Saturno y también la virgen Astrea, y

traen con ellos de regreso la justicia divina. Constantino impuso la muy

improbable interpretación de que el mesías de Virgilio era Jesucristo,

convirtiendo así al poeta pagano en un profeta del adviento cristiano.

Agustín era demasiado culto para admitir este absurdo y no estaba interesado

en añadirlo a las Escrituras, pero no le molestaba citarlo como

aliciente para convertir paganos.

Pero lo que más conmovía a Agustín de Virgilio era el patetismo

heroico de Dido y el tema general del exilio de Eneas de Troya. Cuando

Roma cayó ante los visigodos herejes en 420, el punto de vista de Agustín

cambió, como es evidente en La ciudad de Dios. Virgilio siguió siendo el

mejor y más amado de los poetas, pero fue rechazado como el Virgilio

augusto que sólo encuentra en la Roma antigua dioses corruptos y almas

corruptas que los adoran. El envejecido Agustín expone lo que Peter

Brown llamó “un humanismo ensombrecido que unía al poeta precristiano

con el presente cristiano en su desconfianza común hacia el placer

sexual” .

El genio de Agustín no es equiparable a la eminencia literaria de

Dante o a la de Chaucer, pero sí rivaliza con la sombría elocuencia de

[137]

Lucrecio y el lirismo elegiaco de Virgilio. Por último, no requiere, para

su apreciación (al menos en mi caso) de estándares espirituales o estéticos.

Agustín el lector (según la expresión celebradora de Brian Stock)

es uno de los héroes del arte, actualmente en peligro, de la lectura. Aquellos

lectores que han pasado su vida leyendo los mejores libros que es

posible leer son discípulos de Agustín, aunque a él lo hubiese tenido sin

cuidado dicho discipulado a menos que condujera a la aceptación de la

revelación cristiana.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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