sábado, 17 de noviembre de 2012

GARCILASO DE LA VEGA. POETA.


Garcilaso de la Vega
(1503-1536) 



 Nació este eminente poeta, gran señor por su familia como por su ingenio, en la imperial ciudad de Toledo, en 1503, correspondiéndole por la elevada alcurnia de su casa el hábito de la orden de Alcántara.
 Desde muy joven siguió las banderas del Emperador Carlos Quinto, mostrando tales bríos y arrestos, que pronto se distinguió entre todos sus compañeros. Estuvo en casi todos los grandes hechos de armas de aquel glorioso reinado, habiéndose particularmente lucido en la defensa de Viena y en el sitio de Túnez, donde fue herido.
 Entonces se volvió a Nápoles, donde a pesar de sus eminentes servicios incurrió en la desgracia del Emperador, por haber protegido los amores de un sobrino suyo, que aspiraba a la mano de una dama que le era muy superior en jerarquía, por lo cual fue desterrado a una de las islas del Danubio, que con tanto donaire había de cantar.
 Mas no tardó en volver a la gracia del Emperador, dado que poco después le acompañaba en su expedición al Piamonte, en cuyo ejército tenía bajo su mando once banderas de infantería.
 Una vez derrotados los franceses y cuando ya se veían en retirada forzosa, el Emperador perseguía y daba caza, en esta operación ordenó la toma de una torre que se hallaba en un lugar cerca de Frejus, donde desesperadamente se defendían unos cincuenta franceses, Garcilaso fue de los primeros en subir, mas fue herido de una pedrada en la cabeza, y cayó. Lleváronle de allí a Niza, pero no sobrevivió sino veinte días a sus heridas, pues murió en dicho lugar a los treinta y tres años de edad. Era en 1536.
 El Emperador, indignado por la pérdida de uno de sus primeros oficiales, que tan joven era y tanto prometía, hizo pasar a cuchillo a todos aquellos franceses que le habían muerto.
 Pero si lo corto de su vida le impidió dar de sí todo lo que para la gloria de las armas habría podido, no fue ella tan corta para las letras, pues que ya en vida suya había recibido el título, que la posteridad le ha confirmado, de príncipe de los poetas castellanos.
 Sus obras eran conocidas de todo el mundo, y su autoridad tal, que el mismo Cervantes, que no tenía sobrada propensión al elogio, le consideraba como una de las más indiscutibles glorias de las letras patrias. Así, cuando el Licenciado Vidriera se partió para Italia, «los muchos libros que tenía los redujo a unas Horas de Nuestra Señora y un Garcilaso sin comento, que en las dos faldriqueras llevaba». Es decir, que al ingenioso licenciado le era imposible separarse de su gran poeta favorito.
 Otros autores han sido más o menos discutidos, y hasta se !es ha negado que fuesen verdaderos poetas, y sólo versificadores hábiles, pero la fama y renombre de Garcilaso han sido siempre y son de los más puros e indiscutidos.
 Es el primero de los poetas líricos castellanos, sin duda alguna, y representa por sí mismo uno de los géneros más en boga en nuestra literatura: el género bucólico, en el cultivo del cual llegó a tal altura que por nadie ha sido alcanzado. 



           Egloga I


  El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,                   5
(de pacer olvidadas) escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado                     10
el ínclito gobierno del estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;
                                                 
  agora de cuidados enojosos                       15
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;                20
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma                   25
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

  En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día,                30
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,                              35
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;                40
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.

  Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes al altura
el sol, cuando Salicio, recostado                  45
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,                               50
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,                              55
razonando con ella, le decía:

Salicio:

  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;                60
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,                                 65
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70

  El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre              75
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,                80
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar (¡desconocida!) al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?                     90
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
(pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo)
no recibe del cielo algún castigo?                 95
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento                100
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!                           105
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo                   110
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
(reputándolo yo por desvarío)
vi mi mal entre sueños, desdichado!                115
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la sienta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,                            120
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.                                 125
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,                            135
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140

  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no será juntada?,
y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,              145
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Materia diste al mundo de esperanza              155
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.              160
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido;               165
que mayor diferencia comprendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Siempre de nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada              170
la manteca y el queso está sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada
tanto que no pudiera el mantuano
Títiro ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,                         175
tan disforme ni feo;
que aún agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;                  180
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío                                 190
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!                         195
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan, cuando cantan,           200
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado                                  205
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210
  
  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura;
yo dejaré el lugar do me dejaste;                
ven, si por sólo esto te detienes;                 215
ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara,
en otro tiempo cara,                             
a quien de ti con lágrimas me quejo.               220
Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.       

  Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,             
con la pesada voz retumba y suena.                 230
La blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.              
Lo que cantó tras esto Nemoroso                    235
decidlo vos Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.

Nemoroso:

  Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,            240
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno                                 245
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría                     250
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.

  Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.                   255
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,                                 260
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,                   265
pues no la ha quebrantado tu partida.

  ¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,                  270
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro,
como a menor tesoro,                               275
¿adónde están?  ¿Adónde el blando pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,                                280
en la fría, desierta y dura tierra.

  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento            285
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto                            290
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295

  Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace              300
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en sólo vellas mil enojos,                  305
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable;
yo hago con mis ojos
crecer, llorando, el fruto miserable.

  Como al partir del sol la sombra crece,          310
y en cayendo su rayo se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,                  315
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir, en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,                  320
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.

  Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,               325
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente                           330
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,              335
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas;

  desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.                  340
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando                           345
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
tan desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo                             350
primero no me quitan el sentido.

  Una parte guardé de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño                   355
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,                        360
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.                   365

  Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece                     370
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.               375
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

  ¿Ibate tanto en perseguir las fieras?            380
¿Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,               385
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo             390
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?

  Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,                 395
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,                             400
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
do descansar y siempre pueda verte                 405
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

            ------

  Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,               410
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa                            415
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,                                420
se fueran recogiendo paso a paso.

viernes, 16 de noviembre de 2012

FERNANDO DE HERRERA






Fernando de Herrera (Sevilla, 1534-Sevilla, 1597). Poeta y prosista español del Siglo de Oro conocido como `el Divino`.
La mayor parte de lo que sabemos sobre él proviene del Libro de los verdaderos retratos (Sevilla, 1599) del pintor y poeta Francisco Pacheco. Nació en Sevilla, en el seno de una muy humilde familia, y se educó a las órdenes del maestro Pedro Fernández de Castilleja sin obtener, a lo que parece, título académico alguno. En los últimos años de la década de 1550 trabó amistad con don Álvaro y doña Leonor de Milán, conde y condesa de Gelves, que, desde muy pronto, se convirtieron en sus protectores, y esta última en su Musa, la enamorada que aparece aludida en sus versos como Luz, Estrella, Eliodora etc. Allá por los años 1565 ó 1566, tras haber recibido órdenes menores, se convierte en beneficiado de la iglesia de San Andrés. Frecuentó el reducido círculo de intelectuales y poetas sevillanos del que formaba parte el humanista Juan de Mal Lara. Juan Rufo y otros contemporáneos señalaron su carácter áspero, retraído y orgullloso. En 1572 publica en Sevilla su Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto, en que incluyó su celebérrima Canción en alabança de la Divina Magestad por la vitoria del señor don Juan en la batalla de Lepanto. Tras la muerte de su musa en 1578, Herrera se dedicó a corregir y limar los versos nacidos de su amor juvenil. La publicación de su comentario a los poemas de Garcilaso de la Vega (Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera [Sevilla, 1580]) originó una agria polémica entre los admiradores del poeta toledano. Un castellano, con el seudónimo de Damasio, escribió una carta feroz contra Herrera, y el Conde de Haro, Juan Fernández de Velasco, que era condestable de Castilla, redactó unas Observaciones del Licenciado Prete Jacopín, vecino de Burgos, en defensa del príncipe de los poetas castellanos Garcilasso de la Vega, vecino de Toledo, contra las Anotaciones que hizo a sus obras Fernando de Herrera, poeta sevillano. A este ataque y el anterior contestó Herrera con un opúsculo Al muy reverendo padre Prete Jacopín, secretario de las Musas, impreso por primera vez en Sevilla, en 1870. El conde de Gelves muere en 1581 a causa de la epidemia que asolaba a la sazón la ciudad de Sevilla. En 1582, después de haber atormentado a los impresores con sus caprichos tipográficos y de haber corregido a mano las erratas de muchos de los ejemplares impresos, Fernando de Herrera publica por fin una breve antología de su obra poética: Algunas obras de Fernando de Herrera, en edición no venal, ya que no lleva la tasa acostumbrada. Su semblanza biográfica de Tomás Moro (Sevilla, 1591) fue la última obra que publicó en vida. En 1619 el pintor Francisco Pacheco, autor, por lo demás, del conocido retrato del poeta, publicó una recopilación póstuma de la producción lírica de Fernando de Herrera: Versos de Fernando de Herrera, que contiene 372 poemas, seis de ellos repetidos, algunos expertos han puesto en duda la autenticidad de algunos de ellos, porque la lengua es muy diferente, con cultismos y más arcaizante, seguramente Pacheco utilizó unos manuscritos antiguos de Herrera o retocó los textos, o ambas cosas a la vez. Un manuscrito de la Biblioteca Colombina, con el título de Obras de Fernando de Herrera, natural de Sevilla, recojidas por don Ioseph Maldonado de Ávila y Saavedra. Año 1637, que publicó José María Asensio, contiene 28 poemas inéditos y varias copias de las Anotaciones.

Su poesía destaca por el escrúpulo formal, el intelectualismo petrarquista, poco espontáneo, y su defensa de un lenguaje creativo que enlazará a Garcilaso de la Vega con Góngora.


Sonetos
Fernando de Herrera
Ramón García González (ed. lit.)
Datos biográficos de Fernando de Herrera
Nace en Sevilla el año 1534.
De familia humilde, dedicó toda su vida al estudio y a la poesía.
A pesar de ser beneficiado de la parroquia de San Andrés de Sevilla, no quiso nunca tomar
las órdenes sagradas mayores.
Su amistad con los Condes de Gelbes, que llegaron a Sevilla por el año 1559, influyó en su
poesía, sobre todo en sus sonetos, al enamorarse platónicamente de la Condesa de Gelbes,
Leonor de Millán, que muere en 1581. A ella y con diferentes apelativos le dedicó parte de sus
sonetos. El poeta por entonces tenía 25 años. A pesar de las especulaciones, nunca se supo si el
amor que sentía el poeta por la joven Condesa pasara de lo estrictamente platónico. El esposo de
Leonor siempre aceptó la dedicatoria de todos estos versos.
Pasó entre sus amigos y conocidos como hombre afable y cortés, sobre todo en la Academia
Juan Mal de Lara, que solía frecuentar, y en donde conoció gran parte de los escritores y pintores
que por entonces vivían en Sevilla.
En 1582 publicó un reducido volumen con el título de Algunas Obras de Fernando de
Herrera, de tema amoroso, y la mayoría de estos poemas dedicados a Leonor de Millán. En
alguno de sus poemas la llama Luz, Estrella, Heliodoro, Lumbre, etc., tratándola en algunos de
sus versos de «belleza divina». A partir de la muerte de su amada el poeta no vuelve a escribir y
sólo emplea su tiempo en retocar su obra.
Años después de su muerte el suegro del pintor Velásquez, Francisco Pacheco, publica con
el título Versos de Fernando de Herrera enmendados y divididos por él en tres libros.
Sus sonetos marcan una lírica muy cercana a Petrarca por el que se sentía gran admiración.
Fernando de Herrera era conocido como «el Divino». Sin apenas datos de su muerte y
posterior enterramiento, parte de su obra se perdió sin saber las verdaderas causas. Gracias a
Pacheco, gran amigo y admirador de su obra, se salvaron algunas de sus obras.
Célebre es la obra Anotaciones a la obra de Garcilaso publicada en 1580; mas a pesar de la
admiración que sentía por este poeta, no fue impedimento para la crítica de sus versos.
Nunca abandonó Sevilla, en donde murió el año 1597.

Libro primero
- I -
Sufro llorando, en vano error perdido,
el miedo y el dolor de mi cuidado,
sin esperanza; ajeno y entregado
al imperio tirano del sentido.
Mueve la voz Amor de mi gemido 5
y esfuerza el triste corazón cansado,
porque siendo en mis cartas celebrado
de él se aproveche nunca el ciego olvido.
Quien sabe y ve el rigor de su tormento,
si alcanza sus hazañas en mi llanto, 10
muestre alegre semblante a mi memoria.
Quien no, huya y no escuche mi lamento,
que para libres almas no es el canto
de quien sus daños cuenta por victoria.
- II -
Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro;
Ondoso cerco que purpura el oro, 5
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;
cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano, 10
que desmaya la rosa y nieve pura,
es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.
- III -
Pues de este luengo mal penando muero,
sin que remedio alguno estorbe el daño,
amor me dé, en consuelo de mi engaño,
falso placer ajeno, aunque postrero;
que mi dolor anime el duro acero, 5
y en blanda saña el tibio desengaño,
y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
mi perdición, y en vano el bien espero;
para que de mi muerte la memoria,
y en voluntad ingrata mi firmeza 10
haga a la edad siguiente insigne historia,
que de mis esperanzas y riqueza
fincarán (¡corto premio a tanta gloria!)
deseos acabados en tristeza.
- IV -
¡Oh, fuera yo el olimpo, que con vuelo
de eterna luz girando resplandece
cuando mengua Timbreo y Cintia crece
en el medroso horror del negro velo!
En lo mejor del noble hesperio suelo, 5
que cerca baña el Betis, y enriquece,
viera la alma belleza que florece
y esparce lumbre y puro ardor del cielo;
y en su candor clarísimo encendido,
volviera todo en llama, como espira 10
en fuego cuanto asciende al alta etra.
Tal vigor en sus rayos escondido
yace, que si con fuerza alguno mira
en ella, con más fuerza en él penetra.
- V -
Amor, que me vio libre y no ofendido,
torció, de mil despojos ricos llena,
en lazos de oro y perlas la cadena,
y en nieve escondió y púrpura, atrevido.
Con la flor de las luces yo perdido, 5
llegué y apresuré mi eterna pena;
tiembla el pecho fiel y me condena;
huyo, doy en la red, caigo rendido.
La culpa de mis daños no merezco,
que fue el nudo hermoso, y de mi grado 10
no una vez le entregara la victoria.
Cuanto sufro en mis cuitas y padezco
hallo en bien de mis yerros engañado
y del engaño salgo a mayor gloria.
- VI -
Con el puro sereno en campo abierto
vuela mi alado carro, y fresco llega.
El viento arando el golfo; la paz niega
cielo airado, aire adverso, flujo incierto.
Desampara huyendo el mar desierto; 5
mas el miedo y horror lo aflige y ciega;
noto cruel, que su furor despliega,
las velas rompe, impide entrar el puerto.
Cuando ríe una luz en occidente
que alegra el orbe etéreo, y desfallece 10
el soplo austrino y cesa el ponto oscuro,
la prora vuelvo, y lejos tardamente
la tierra sola en puntas aparece,
y nunca al puerto arribo que procuro.
- VII -
Vuela y cerca la lumbre y no reposa,
y huye y vuelve, a su beldad rendida,
figura simple suya, y encendida
siente que fue a su muerte presurosa;
mas yo, alegre en mi luz maravillosa, 5
a consagrar osando voy mi vida,
que espera, de su bello ardor vencida,
o perderse o cobrarse venturosa.
Amor, que en mí engrandece su memoria,
entibia mi esperanza en lento engaño 10
y en llama ingrata ufano me consumo.
Cuidé (¡tal fue mi mal!) ganar la gloria
del bien que vi, y al fin hallo en mi daño
que sólo de mi incendio resta el humo.
- VIII -
¿Qué bello nudo y fuerte me encadena
con tierno ardor, en quien amor airado
me enciende el corazón, y en un cuidado
duro y terrible siempre me enajena?
El oro que al Gange indo en su ancha vena 5
luciente orna, y en hebras dilatado,
con luengo cerco y terso ensortijado,
gentil corona en blanca frente ordena.
¡Oh vos, que al sol vencido, prestáis fuego,
en quien mi pensamiento no medroso 10
las alas metió libre, y perdió el vuelo!
Lazos que me estrecháis, mi pecho ciego
abrasad, porque en prez del mal penoso
segura mi fe rinda su recelo.
- IX -
A la derrota del duque de Sajonia por Carlos V
Do el suelo horrido el Albis frío baña
al sajón, que oprimió con muerta gente
y rebosó espumoso su corriente
en la esparcida sangre de Alemaña;
al celo del excelso rey de España, 5
al seguro consejo y pecho ardiente,
inclina el duro orgullo de su frente,
medroso, y su pujanza, a tal hazaña.
La desleal cerviz cayó, que pudo
sus ondas con semblante sobrar fiero 10
y sus bosques romper con osadía,
Marte vio, y dijo, y sacudió el escudo:
«¡Oh gran Emperador, gran caballero!
¡Cuánto debo a tu esfuerzo en este día!»
- X -
La púrpura en la nieve desteñida,
el dulce ardor con tibia luz perdía,
y en los cercos y oro parecía
Venus desfallecer con voz vencida.
La enemiga cruel de humana vida 5
su niebla alegremente esclarecía,
y mi alma el fin último traía
en vuestros graves ojos escondida.
Mas aspirando amor suave y tierno
en el hielo y las rosas, la victoria 10
porfió y consiguió en dichosa suerte.
Centelló en vuestra faz su fuego eterno,
y a la belleza ufano dio la gloria
que en vida volvió leda la impía muerte.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Jorge Cuesta: poeta de LOS CONTEMPORÁNEOS.




La mala fama de Jorge Cuesta*

Octavio Paz afirmaba que la poesía del veracruzano era menos valiosa que “sus ideas”, lo que proporcionó una injusta sombra en torno a un autor para quien el lenguaje es la única materia constitutiva del poema.
I. Los sonetos
La mala fama que precede a la poesía de Jorge Cuesta se debe sobre todo a la mala opinión que Octavio Paz tenía de ella. Paz argumentaba, subrepticiamente, que la poesía de Cuesta era menos valiosa que sus “ideas”, contenidas, la mayor parte de ellas, en el ámbito deslumbrante y gaseoso de su “conversación”. Esto ha condenado lo mejor de Cuesta a un olvido que ha durado ya sesenta y ocho años —en septiembre de 1942, a un mes de su misteriosa muerte, la revista Letras de México publicó Canto a un dios mineral, que es tenido como el mejor —y sin duda el más extenso— de los poemas de Cuesta.
La opinión de Paz sobre los Contemporáneos, incluidos Villaurrutia y Gorostiza, está desde luego sujeta a una polémica y es difícil de explicar fuera del campo de lo subjetivo. Paz les debía a los Contemporáneos más de lo que estaba dispuesto a reconocer, y en algunos de ellos encontraba murallas insalvables para el desarrollo de su propia poesía. Es verdad que a Cuesta y a Villaurrutia les dedicó páginas admirables (en Xavier Villaurrutia en persona y en obra, 1978, Fondo de Cultura Económica; y en el apartado “Contemporáneos” de México en la obra de Octavio Paz, tomo II, Fondo de Cultura Económica, 1987), que remataba con la ambigüedad implacable de su magisterio retórico. A lo largo de su vida, Paz dio varios ejemplos de cómo se puede ensalzar la obra de un poeta haciéndolo añicos. Son inolvidables, en este sentido, sus juicios sobre López Velarde, a quien eleva a la condición de padre de la poesía mexicana moderna al tiempo que lo considera, al final de “El camino de la pasión”, un “gran poeta menor”; o su aseveración de que lo mejor de Gorostiza se encuentra, no en su poesía, sino en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde Gorostiza desempeñó una labor tan meritoria como secreta.
La sombra que Paz tendío sobre la literatura mexicana del siglo xx no nos impidió contrastar la poesía de Villaurrutia, Gorostiza o Pellicer, y apeciarla en su justa medida; pero sí pospuso la valoración de la poesía de Cuesta (para no hablar de casos parecidos, como el de Gilberto Owen o el de Enrique González Rojo). A Cuesta, de nuevo por iniciativa de Paz, se le erigió un monumento como la conciencia crítica del grupo de Contemporáneos, y con ello se le negó el lugar que debería ocupar como uno de los poetas más rigurosos de la literatura mexicana de la primera mitad del siglo XX.
La originalidad de Cuesta se encuentra no sólo en los contenidos de sus poemas sino en la elección del soneto como modelo de renovación poética. El soneto era una modalidad muerta con los poetas modernistas de finales del XIX y principios del XX. Cuesta lo entendió, efectivamente, como un anacronismo y una limitante —castigo torturado de la forma que se correspondía con una personalidad tormentosa e inflexible como la suya. Los sonetos de Cuesta son el lugar adecuado para llevar a cabo un prueba. Cuesta se ciñe al soneto para quebrantar sus bases y ligamentos y generar, a partir de ello, su propia versión del barroco. Su revisión de la poesía de los siglos de oro, que se da a través del tamiz del soneto, es un anticipo del neobarroco latinoamericano de la década de los ochenta y un punto de contacto con las preocupaciones de un poeta contemporáneo suyo, José Lezama Lima. Por otro lado, su lectura de Mallarmé le sirvió para enmarcar las evoluciones de una belleza fugitiva y totalmente reacia a las interpretaciones de la crítica.
Cuesta era un poeta puro, con Gorostiza, el más puro de su generación, precisamente por la resistencia que opuso en su poesía a las interpretaciones sociales, históricas y estéticas del poema. Sus sonetos parecen no fluir, como si se tratara de ensayos marmóreos sobre el comportamiento azaroso de la belleza. Nacidos de una línea rotunda, casi siempre un verso endecasílabo perfecto, éstos se van desarrollando, o complicando, a medida que esa línea progresa y se diluye en el contenedor del soneto. Cito un poema, aunque podría citar otros, que tiene mucho de autorretrato (el autorretrato, en Cuesta, es casi siempre una anticipación de su propia muerte):
Soñaba hallarme en el placer que aflora;
pero vive sin mí, pues pronto pasa.
Soy el que ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.
Dividido de mí quien se enamora
y cuyo amor midió la vida escasa,
soy el residuo estéril de su brasa
y me gana la muerte desde ahora.
La reflexión en los sonetos de Cuesta se desplaza entre paredes muy estrechas, casi siempre recubiertas de las lunas de un espejo. Mirándose a sí mismo, medita sobre el proceso de la vida, la muerte y el tiempo que contiene a ambas instancias. Son admirables los últimos dos versos de la primera estrofa: “Soy el que ocultamente se retrasa/ y se substrae a lo que se devora”. Los poemas de Cuesta son soliloquios donde el cuerpo, antes que la conciencia, se expone a los designios de los elementos, y la conciencia desdoblada observa este lento proceso de saturación y enriquecimiento —en el sentido mineralógico del término.
El motivo del vaso, que dio origen en Muerte sin fin de Gorostiza a una reflexión sobre la forma, reaparece en los sonetos de Cuesta como una reflexión sobre los valores cualitativos de la forma por encima del sentido que la contiene o restringe.
Junto a mi pecho te hace más ligera
la enhiesta flama que alza tu desvelo.
Tus plantas de aire se aman en mi suelo
y te me vuelves casi compañera.
Estás dentro de mí cómoda y viva
—linfa obediente que se ajusta
                              [al vaso—.
Mas la angustia de ti se me derriba,
se me aniquila el gesto del abrazo.
Y te pido un amor que me cohiba
porque sujeta más con menos lazo.
[“Signo fenecido”]
“Signo fenecido” es un poema de amor autobiográfico, uno de los pocos que se encuentran en la bibliografía de Cuesta. Es evidente la estela de Quevedo en el último verso, y la mediación de Gorostiza en la médula ósea del soneto. Los sonetos de Cuesta también son vehículos propicios para el diálogo. Diálogo con la tradición, por un lado, y diálogo con los demás miembros del grupo de Contemporáneos. En los sonetos de Cuesta aparecen los motivos de la mano y el espejo (Villaurrutia); el viaje y el exilio (Owen); el vaso, el tiempo y la muerte (Gorostiza). Son sustancias, en general, de lo que fue y que no ha sido. Son engaños para la mente y ejercicios preparatorios de algo mucho más amplio y menos restringido.
II. Como si fuera un sueño de la roca
Canto a un dios mineral es el equivalente, en Cuesta, a Muerte sin fin de Gorostiza. No sólo porque se trata de su poema más largo y evidente en su despliegue prosódico, sino porque se trata de la consumación de toda su poesía y la encarnación de su poética.
Deudor de las poéticas modernas, Canto a un dios mineral es un poema que se piensa a sí mismo. Su naturaleza autorreflejante se despoja de un primer atisbo de conciencia lírica, para posteriormente autoerigirse como una columna de humo sólido en el azul del cielo: “Capto la seña de una mano, y veo/ que hay una libertad en mi deseo;/ ni dura ni reposa”, así comienza el poema. El yo del poeta, a cuyas costillas todo este monumento se levanta, no volverá a aparecer en cada una de las treinta y seis estrofas subsiguientes. El resto es un devenir que sucede en el marco de una sensibilidad atenta a las evoluciones minerales del mundo, reducido a una pura forma —la roca, la nube y la espuma son motivos recurrentes, todos ellos aliados a la retórica del vaso que se forma, como quería Gorostiza, por el agua que lo colma.
“Estudio en cristal” (1936) de Enrique González Rojo, Canto a un dios mineral (1938-1942) yMuerte sin fin (1939)1 deben leerse, cada uno en la medida de su propia derrota, como poemas sobre la forma y la poesía. En su Museo poético, ya Salvador Elizondo se había referido a ellos tres como “el ala intelectualista de los Contemporáneos” 2.
En Cuesta, la reflexión sobre la forma lo lleva a pensar la existencia y el constante diapasón de vida y muerte en el que la existencia transcurre. Esa oscilación —sístole y diástole representada por la combinación de versos dodecasílabos y octosílabos o bien, endecasílabos y heptasílabos— es lo que marca el ritmo del poema. Canto a un dios mineral representa los latidos de un poema orgánico que respira, en el mismo sentido en el que la materia respira y está viva: “en su entraña ya vibra, densa y plena,/ cuando allí late aún, y honda resuena/ en las eternas rocas”.
Todo sucede adentro de espacios constreñidos, pasadizos mínimos donde la luz y la sombra se intercalan, y nada escapa a la certeza de que el sentido no puede buscarse más allá de las paredes transparentes de la forma que lo apresa:
Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.
III. La trascendencia del sentido
Sería un error decir que Cuesta es un poeta secreto o un poeta para poetas, cuando en realidad la mayoría de los poetas que conforman la tradición de la poesía mexicana son poetas secretos y poetas para poetas. Nuestra falta de criterio a la hora de juzgar obedece sobre todo a modas pasajeras y factores propios de nuestra idiosincrasia. La instauración del canon de nuestra poesía ha dependido en gran medida de una figura dictatorial que se erige sobre las demás conciencias como rectora del gusto cada treinta años más o menos. El interregno en el que nos encontramos ahora nos hace pensar todavía en López Velarde como el padre inmaduro de nuestra poesía moderna y en Jorge Cuesta como un poeta ambivalente y fallido. ¿Cuántos años harán falta todavía para que comencemos a pensar la poesía mexicana como una tradición plural, que por razones también de idiosincrasia se ha negado a trascender el cerco de su propia tradición e idioma?
Cuesta no es un poeta fallido sino un poeta imperfecto. Gorostiza en Muerte sin fin también lo es.Canto a un dios mineral y Muerte sin fin, ambos poemas de largo aliento, están hechos de subidas y caídas, momentos de gran belleza y fallas en su evolución sonora. Estas fallas deben entenderse en un sentido geológico —son fisuras producto de la enorme tensión generada hacia el interior del poema. Gorostiza ha calado hondo entre los lectores y los críticos. La estela de Cuesta se resiste a ser seguida en sus evoluciones precisamente por el carácter más acusadamente marmóreo de sus construcciones en verso. Los poemas de Cuesta están detenidos y más que detenidos en el espacio tiempo de su creación y lectura, están inmersos en sí mismos. En el carácter hermético de su poesía muchos han querido ver la influencia de su temperamento científico, que lo llevó a estudiar los efectos de ciertas sustancias químicas sobre su propio cuerpo. Salvador Elizondo, uno de los mejores lectores de poesía que hubo en el México de mediados de siglo, definió el Canto a un dios mineral de Cuesta en los términos de un poema sobre los estados y las transformaciones de la materia. Esta interpretación acabaría de ser correcta si se agrega que a esta meditación sobre la materia la permea un acusado empuje filosófico existencial: Cuesta piensa la materia con el mismo enfoque e intensidad con que piensa el ser. Decir “Cuesta piensa...” no es más que eso, un decir, porque Canto a un dios mineral está despojado de esa instancia lírica que en poesía nos lleva a decir que el autor piensa, dice, siente o reflexiona. En Canto a un dios mineral el poema se piensa a sí mismo o, mejor dicho, el poema se refleja a sí mismo. Y en esa misma medida, el poema se cierra sobre sí mismo.
Después de la lectura de los sonetos y del Canto a un dios mineral, quiero pensar que Cuesta concebía la poesía como un arte hecho de palabras, que aspiraba al sentido pero que iba más allá de las barreras impuestas por esa aspiración a ser leído. Esta concepción de la poesía quizá no descendía tanto de la poética de Valéry, que entendía la poesía como un arte cercano a la exactitud de las matemáticas, sino de la tradición romántica alemana, que entendía el poema como nostalgia de la poesía. Para los románticos alemanes, y también para Cuesta, el poeta es un agente que trabaja con potencias que lo exceden. El lenguaje es la potencia principal, y la única materia constitutiva del poema.
Canto a un dios mineral es un poema sobre los estados de la materia; pero la materia principal de la que trata el poema son las palabras mismas. Si la materia inerte en realidad está viva, las palabras también están vivas y dicen no lo que el poeta quiere decir, sino lo que las palabras quieren decir en el momento de entrar en contacto —o en colisión— unas con otras. Al abolir el yo y darle la preeminencia al material de que está constituido, el poema también se priva de toda historicidad o narratividad ajena al devenir de su discurso. El poema no sólo estaría rotando sobre su propio eje, sino diciéndose a sí mismo en ausencia de la figura del poeta que lo rubrica más allá de los márgenes restrictivos del sentido.
_____
1 Sigo el criterio cronológico establecido por José Luis Martínez en su artículo “El momento literario de los Contemporáneos” (Letras Libres, marzo, 2000, p. 62).
2 Museo poético, 2002, p. 36. *Este ensayo forma parte del libro Viaje al país de la errata, de próxima aparición.
Gabriel Bernal Granados

Aldous Huxley (1894 - 1963)

Aldous Huxley (1894 - 1963)

Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y eres tú mismo.

Escritor nacido en Inglaterra y muerto en Estados Unidos, se educó en los mejores colegios británicos y tocó casi todos los géneros literarios durante su vida: novela, ensayo, cuentos, poesía, libros de viajes, etc. En su obra destacan títulos como "Un mundo feliz", "La isla" o "Las puertas de la percepción",

Sin embargo, a los 16 años sufre un ataque violento de queratitis punctata el cual lo mantiene prácticamente ciego durante 18 meses, tras los cuales consigue recuperar una visión limitada en uno de sus ojos mientras que en el otro únicamente consigue detectar luz. Sin embargo, Aldous no se dio por vencido, y gracias a su gran fuerza de voluntad aprendió a leer y tocar el piano en sistema Braille. Una de las compensaciones, según decía el propio Huxley, era el placer de leer en la cama en la oscuridad, con el libro y las manos cómodamente bajo los cobertores.

Por suerte, años después conocerá las teorías sobre la reeducación visual del doctor W. H. Bates, produciéndo estas una notable mejoría en su capacidad visual.

miércoles, 14 de noviembre de 2012


Asunción Silva, José (1865-1896) 
Poeta colombiano, natural de Bogotá. De origen acomodado, vivió una juventud que no llegó a la madurez y que fue transcurriendo desde la placidez de una existencia burguesa hacia escenas de la vida bohemia y amenazas de tragedia. Viajó a Europa en 1885 y a su vuelta a la ciudad natal, se hizo cargo del negocio comercial de su familia, que acabó en la quiebra. Consiguió el cargo de secretario de legación en Caracas y, en su nuevo regreso, el barco en que viajaba naufragó, perdiéndose en el accidente, según hubo de referir él mismo, gran parte de sus trabajos literarios, que Silva consideraba los mejores y que permanecerán para siempre en un novelesco misterio. Si bien Silva proviene del romanticismo, se le considera un antecedente inmediato del modernismo, sobre todo por su poema emblemático, -Nocturno III-, donde fractura hábil y expresivamente los versos, que carecen de rima y alternan metros diversos. La audacia de sus figuras y la personalidad de su lenguaje acentúan su originalidad creativa. A ello se suma el carácter morboso del asunto, un lamento de amor, cargado de alusiones eróticas, cuyo objeto es una hermana muerta. En general, el sesgo de su poesía es sombrío y tiene un sostenido carácter de elegía, pues alude con frecuencia a personas difuntas, a tumbas y fantasmas, muy en la línea de otro modelo modernista, el estadounidense Edgar Allan Poe. Sus obras líricas conocen una edición póstuma con El libro de versos (1923), lo mismo que su novela De sobremesa (1925), típica ficción modernista cuyo personaje protagónico, José Fernández, es el artista en conflicto con la sociedad burguesa, un hipersensible y enfermizo joven surgido de ambientes decadentes, que se complace en la contemplación angustiosa de un mundo que no parece creado para su existencia. Podría caracterizarse como novela de conciencia en la que además alternan varias voces narrativas. Intentó rehacer sus negocios en la industria, sin mayores resultados, acabando sus días en suicidio, también de tinte novelesco, pues pidió a un amigo que le señalara el lugar del corazón, para asegurar la eficacia de su decisión. 

Las dificultades de las ediciones de la poesía de José Asunción Silva (Colombia, 1865-1896), derivadas de que nunca la publicó en libros durante su vida, lo que obligó a darles forma a partir de manuscri­tos y publicaciones dispersas, da la medida de la importancia y el aporte de esta edición que ha tenido en cuenta las más variadas fuen­tes para establecer las versiones definitivas de los poemas de Silva, así como un reordenamiento de sus libros, excluyendo poemas apó­crifos y reconstruyendo los textos originarios de otros.

Transcribimos uno de los mejores poemas del colombiano PRECURSOR DEL MODERNISMO de DARÍO.

Nocturno III 
Una noche

Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas, 
A mi lado lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
Por la senda florecida que atraviesa la llanura
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas,
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban,
Y eran una,
Y eran una,
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga...
Esta noche
Solo; el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia,
Por el infinito negro
Donde nuestra voz no alcanza,
Mudo y solo
Por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida,
Y el chillido
De las ranas...
Sentí frío; era el frío que tenían en tu alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas,
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte
Era el frío de la nada,
Y mi sombra,
Por los rayos de la luna proyectada,
Iba sola,
Iba sola,
Iba sola por la estepa solitaria
Y tu sombra esbelta y ágil
Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de murmullos de perfumes y de músicas de alas,
Se acercó y marchó con ella
Se acercó y marchó con ella...
Se acercó y marchó con ella...¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con 
[las sombras de las almas...
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!... 


martes, 13 de noviembre de 2012

HESÍODO: LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS.




Hesiodo (Siglo VIII a.C) 
Hesíodo, poeta griego que ocupa un lugar de excepción en la literatura griega, tanto por sus preceptos morales como por su estilo coloquial. 

Hesíodo nació en Ascra, Beocia (hoy Palaioppanagia). Tras la muerte de su padre se estableció en Naupaktos. Allí pasó su juventud, cuidando de un reba?o de ovejas y realizando las tareas propias de un campesino. Se sabe muy poco acerca de su vida, salvo lo que el propio autor deja entrever en su obra. Los especialistas modernos lo sitúan en el periodo homérico de la literatura griega. Su primera obra, Los trabajos y los días, es el primer ejemplo de poesía didáctica, destinada a instruir más que a entretener. Esta obra relata las experiencias de Hesíodo durante su época de campesino, y está salpicada de episodios alegóricos y fábulas. En un estilo sencillo y moralizante, Hesíodo subraya la importancia del trabajo y la rectitud. Ofrece consejos prácticos sobre cómo vivir, al tiempo que proporciona recetas y normas agrícolas, e incluye un calendario religioso con los días favorables y desfavorables para ciertas tareas del campo. El tema principal de la obra es la decadencia moral. Hesíodo relata la historia del mundo en cinco etapas, desde la edad de oro hasta la edad del hierro, que él considera dominada por el mal. 

También se atribuye a Hesíodo la autoría de la Teogonía, o nacimiento de los dioses, un poema en el que el amplio y amorfo corpus de los mitos griegos queda sistematizado y ampliado hasta incluir nuevas divinidades desconocidas en los poemas homéricos. La Teogonía narra la creación del mundo a partir del caos, el nacimiento de los dioses y sus haza?as. La última parte contiene una lista de las hijas de Zeus, padre de los dioses, así como de mujeres mortales. Esta lista es la introducción a un poema perdido, Catálogo de las mujeres, que narra las hazañas de los héroes nacidos de mujeres mortales. De su obra restante no quedan más que títulos y fragmentos, muchos de los cuales se atribuyen por los expertos a imitadores de Hesíodo, y que hoy se conoce como la escuela hesiódica.


***

Contemporáneo de las primeras colonizaciones griegas en la época arcaica y de la consolidación del estado aristocrático, HESIODO de Ascra se sitúa en la frontera entre dos mundos y dos sistemas de pensamiento. TEOGONÍA se ordena en torno a una sucesión de divinidades marcada por la violencia y que acaba con el triunfo de Zeus, garantía de un cierto orden moral.


Se transcribe LIBRO PRIMERO.

Hesiodo
(~800 AC?)
LOS TRABAJOS Y LOS DIAS



“Los trabajos y los dias” por Hesiodo, escritor griego posterior a Homero, cuya fecha de nacimiento y muerte se ignoran pero se situan alrededor del siglo VIII antes de cristo.
Obras conservadas:
 “Teogonia”
 “Los trabajos y los dias”
 “El escudo de Heracles”



LIBRO I



Musas que ilustráis con vuestros cantos, venid de la Pieria, y loando a vuestro Padre Zeus, decid cómo los hombres mortales son desconocidos o célebres, irreprochables o cubiertos de oprobio, por la voluntad del gran Zeus. Porque eleva y derriba fácilmente, abate con facilidad al hombre poderoso y fortalece al débil, castiga al malo y humilla al soberbio, Zeus que truena en las alturas y habita las moradas superiores.
¡Escucha, oh hombre que oyes y ves todo, y conforma nuestros juicios a tu justicia! Por lo que a mí respecte, procuraré decir a Perses unas cuantas verdades.
No hay una causa única de disensión, sino que hay dos sobre la tierra: la una digna de las alabanzas del sabio, la otra censurable.  Obran en sentido diferente. Una es funesta; excita la guerra lamentable y la discordia, y ningún mortal la ama; pero todos le están sometidos necesariamente por la voluntad de los Inmortales. En cuanto a la otra, la oscura Nix la parió la primera, y el alto Cronida que habita en el eter la situó bajo las raíces de la tierra para que fuese mejor con los hombres, pues excita al perezoso al trabajo. En efecto, si un hombre ocioso mira a un rico, se apresura a labrar, a plantar, a gobernar bien su casa. El vecino excita la emulación del vecino, que se apresura a enriquecerse, y esta envidia es buena para los hombres. Con él, el alfarero envidia al alfarero, el obrero envidia al obrero, el mendigo envidia al mendigo y el aeda envidia al aeda.
¡Oh Perses! retén esto en tu espíritu: que la envidia, que se regocija de los males, no desvíe tu espiritu del trabajo, haciéndote seguir los procesos y escuchar las querellas en el ágora. Hay que conceder poca atención a los procesos y al ágora cuando no se ha amontonado en la casa, durante la estación, el sustento, presente de Demeter. Una vez saciado, entablarás, si quieres, procesos y querellas a las riquezas de los otros; pero entonces no te será ya permitido obrar así.  Terminemos, pues, el proceso con juícios rectos, que son dones excelentes de Zeus; porque recientemente hemos repartido nuestro patrimonio, y me has arrebatado la mayor parte, con el fin de inclinar en tu favor a los reyes, esos devoradores de presentes, que quieren juzgar los procesos. ¡Insensatos! No sahen hasta qué punto la mitad a veces vale más que el todo, y hasta qué punto son un gran bien la malva y el asfodelo. Los Dioses, en efecto, ocultaron a los hombres el sustento de la vida; pues, de otro modo, durante un solo día trabajarias lo suficiente para todo el año, viviendo sin hacer nada. Al punto colgarías el mango del arado por encima del humo, y pararías el trabajo de los bueyes y de las mulas pacientes. Pero Zeus ocultó este secreto, irritado en su corazón porque el sagaz prometeo le había engañado. Por eso preparó a los hombres males lamentables, y escondió el fuego que el excelente hijo de Yapeto robara en una caña hueca abierta para dárselo a los hombres, engañando así a Zeus que disfruta del rayo. Entonces, Zeus que amootona las nubes dijo indignado:
¡Yapetionida! Más sagaz que ninguno, te alegras de haber hurtado el fuego y engañado a mi espíritu; pero eso constituirá una gran desdicha para ti, así como para los hombres futuros. A causa de ese fnego, les enviaré un mal del que quedarán encantados, y abrazarán su propio azote.
Habló así y rió el Padre de los hombres y de los Dioses, y ordenó al ilustre Hefesto que mezclara en seguida la tierra con el agua y de la pasta formara una bella virgen semejante a las Diosas inmortales, y a la cual daría voz humana y fuerza. Y ordenó a Atenea que le enseñara las labores de las mujeres y a tejer la tela; y que Afrodita de oro esparciera la gracia sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero Hermeas, matador de Argos, que le inspirara la impudicia y un ánimo falaz. Ordenó así, y los aludidos obedecieron al rey Zeus Cronión. Al punto, el ilustre Cojo de ambos pies, por orden de Zeus, modeló con tierra una imagen semejante a una virgen venerable; la Diosa Atenea la de los ojos claros la vistió y la adornó; las Diosas Cárites y la venerable Pito colgaron a su cuello collares de oro; las Horas de hermosos cabellos la coronaron de flores primaverales; Palas Atenea le adornó todo el cuerpo; y el Mensajero matador de Argos, por orden de Zeus retumbante, le inspiró las mentiras, los halagos y las perfidias; y finalmente el Mensajero de los Dioses puso en ella la voz. Y Zeus llamó a ésta mujer Pandora, porque todos los Dioses de las moradas olímpicas le dieron algún don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de pan
Tras de acabar esta obra perniosa e inevitable el Padre Zeus enhacia Epimeteo al ilustre Matador de Argos, veloz mensajero de los Dioses, con ese presente; y Epimeteo no pensó en que Prometeo le había recomendado que no aceptara nada de Zeus Olimpico y le devolviera sus presentes, para que no trajesen desgracia a los mortales. Y acepto el obsequio y no sintió el mal hasta después de haberlo recibido.
Antes de aquel día, las generaciones de hombres vivían sobre la tierra exentas de males, y del rudo trabajo, y de las enfermedades crueles que acartean la muerte a los hombres. Porque ahora los mortales envejecen entre miserias.
Y aquella mujer, levantando la tapa de un gran vaso que tenía en sus manos esparció sobre los hombres las miserias horribles. Únicamente la Esperanza quedó en el vaso, detenida en los bordes, y no echó a volar porque Pandora había vuelto a cerrar la tapa por orden de Zeus tempestuoso que amontona las nubes.
Y he aquí que se esparcen innumerables males entre los hombres, y llenan la tierra y cubren el mar; noche y día abruman las enfermedades a los hombres, trayéndoles en silencio todos los dolores porque el sabio Zeus les ha negado la voz. Y así es que nadie puede evitar la voluntad de Zeus.
Pero, si quieres, oh Perses, te diré otras palabras buenas y sabias; retenlas en tu espíritu.
Cuando al mismo tiempo nacieron los Dioses y los hombres mortales, primero los Inmortales que tienen moradas olímpicas crearon la Edad de Oro de los hombres que hablan. Bajo el imperio de Cronos que mandaba en el Urano, vivían como Dioses, dotados de un espíritu tranquilo. No conocían el trabajo, ni el dolor, ni la cruel vejez; guardaban siempre el vigor de sus pies y de sus manos, y se encantaban con festines, lejos de todos los males, y morían como se duerme. Poseían todos los bienes; la tierra fértil producia por si sola en abundancia; y en una tranquilidad profunda, compartían estas riquezas con la muchedumbre de los demás hombres irreprochables.
Pero, después de que la tierra hubo escondido esta generación, se convirtieron en Dioses, por voluntad de Zeus, aquellos hombres excelentes y guardianes de los mortales. Vestidos de aire, van por la tierra, observando las acciones buenas y malas, y otorgando las riquezas, porque tal es su real recompensa.
Después, los habitantes de las moradas olímpicas suscitaron una segunda generación muy inferior, la Edad de Plata, que no era semejante a la Edad de Oro ni en el cuerpo ni en la inteligencia, Durante cien años, el niño era criado por su madre y crecía en su morada, pero sin ninguna inteligencia; y cuando había alcanzado la adolescencia y el término de la pubertad, vivía muy poco tiempo, abrumado de dolores a causa de la estupidez.  En efecto, los hombres no podían abstenerse entre ellos de la injuriosa iniquidad, y no querían honrar a los Dioses, ni sacrificar en los altares sagrados de los Bienaventurados, como está prescrito a los hombres por el uso. Y Zeus Cronida, irritado, los absorbió, porque no honraban a los Dioses que habitan el Olimpo.
Después de que la tierra hubo escondido esta generación, estos mortales fueron llamados los Dichosos subterráneos. Están en segunda fila, pero se respeta su memoria.
Y el Padre Zeus suscitó una tercera raza de hombres parlantes, la Edad de Bronce, muy desemejante a la Edad de Plata. Al igual de fresnos, violentas y robustos, estos hombres no se preocupaban sino de injurias y de trabajos lamentables de Ares. No comían trigo, eran feroces y tenían el corazón duro como el acero. Era grande su fuerza, y sus manos inevitables se alargaban desde los hombros sobre sus miembros robustos. Y sus armas eran de bronce y sus moradas de bronce, y trabajaban el bronce, porque aún no existía el hierro negro. Domeñándose entre sí con sus propias manos, descendieron a la morada amplia y helada de Edes, sin honores. La negra Tanatos los asi¢, a pesar de sus fuerzas maravillosas, y dejaron la espléndida luz de Helios.
Después de que la tierra hubo escondido esta generación, Zeus Cronida suscitó otra divina raza de héroes más justos y mejores, que fueron llamados Semidioses en toda la tierra por la generación presente.  Pero la guerra lamentable y la refriega terrible los destruyeron a todos, a unos en la tierra Cadmeida, delante de Tebas la de las siete puertas, en tanto combatían por los rebaños de Edipo; y a los otros, cuando en sus naves fueron a Troya, surcando las grandes olas del mar, a causa de Helena la de hermosos cabellos, Ios envolvió allí la sombra de la muerte. Y el Padre Zeus les dio un sustento y una morada desconocidos de los hombres, en las extremidades de la tierra. Y estos héroes habitan apaciblemente las islas de los Bienaventurados, allende el profondo Océano. Y allí, tres veces por año, les da la tierra sus frutos.
¡Oh, si no viviera yo en esta quinta generación de hombres, o más bien, si hubiera muerto antes o nacido después! Porque ahora es la Edad de Hierro. Los hombres no cesarán de estar abrumados de trabajos y de miserias durante el día, ni de ser corrompidos durante la noche, y los Dioses les prodigarán amargas inquietudes. Entretanto, los bienes se mezclarán con los males.  Pero Zeus destruirá también esta generación de hombres cuando se les tornen blancos los cabellos. No será el padre semejante al hijo, ni el hijo al padre, ni el huesped al huésped, ni el amigo al amigo, y el hermano no será amado por su hermano como antes. Los padres viejos serán despreciados por sus hijos impios, que les dirigirán palabras injuriosas, sin temer los ojos de los Dioses. Llenos de violencia, no restituirán a sus viejos padres el precio de los cuidados que de ellos recibieron. El uno saqueará la ciudad del otro. No habrá ninguna piedad, ninguna justicia, ni buenas acciones, sino que se respetará al hombre violento e inicuo. Ni equidad, ni pudor. El malo ultrajará al mejor con palabras engañosas, y perjurará. El detestable Zelo, que se regocija de los males, perseguirá a todos los míseros hombres. Entonces, volando de la anchurosa tierra hacia el Olimpo, y abandonando a los hombres, Edo y Némesis, vestidas con trajes blancos, se reunirán con la raza de los Inmortales. Y los dolores se quedarán entre los mortales, y ya no habrá remedio para sus males.
Y ahora, diré un apólogo a los reyes, aunque piensan con su propia sabiduría.
Un gavilán habló así a un ruiseñor sonoro al que haóía cogido en sus garras y se lo llevaba por las altas nubes. El ruiseñor, desgarrado por las curvas uñas, gemía; pero el gavilán le dijo estas palabras imperiosas:
Desdichado, ¿por qué gimes?
Ciertamente, eres presa de uno más fuerte que tú. Irás adonde yo te conduzca, aunque seas un aeda. Te comeré, si me place, o te soltaré.  ¡Malhaya quien quiera luchar contra otro más poderoso que él! Será privado de la victoria y abrumado de vergüenza y de dolores.
Así habló el rápido gavilán de anchas alas.
¡Oh Perses! escucha la justicia y no medites la injuria, porque la injuria es funesta para el miserable, y ni siquiera el hombre irreprochable la soporta fácilmente; está abrumado y perdido por ella. Hay otra vía mejor que lleva a la justicia, y ésta se halla siempre por encima de la injuria; pero el insensato no se instruye hasta después de haber sufrido. El Dios testigo de los juramentos se aparta de los juicios inicuos. La justicia se irrita, sea cualquiera el lugar adonde la conduzcan hombres devoradores de presentes que ultrajan las leyes con juicios inicuos. Vestida de tinieblas, recorre, llorando, las ciudades y las moradas de los pueblos, llevando la desdicha a los hombres que la han ahuyentado y no han juzgado equitativamente. Pero los que hacen una justicia recta a los extranjeros, como a sus conciudadanos, y no se salen de lo que es justo, contribuyen a que prosperen las ciudades y los pueblos. La paz, mantenedora de hombres jóvenes, está sobre la tierra, y Zeus que mira a lo lejos, no les envía jamás la guerra lamentable. Jamás el hambre ni la injuria ponen a prueba a los hombres justos, que gozan de sus riquezas en los festines. La tierra les da alimento abundante; en las montañas, la encina tiene bellotas en su copa y panales en la mitad de su altura. Sus ovejas están cargadas de lana y sus mujeres paren hijos semejantes a sus padres. Abundan perpetuamente en bienes y no tienen que navegar en naves, porque la tierra fecunda les prodiga sus frutos. Pero a los que se entregan a la injuria, a la husca del mal y a las malas acciones, Zeus que mira a lo lejos, el Cronida, les prepara un castigo; y con frecuencia es castigada toda una ciudad a causa del crimen de un solo hombre que ha meditado la iniquidad y que ha obrado mal. El Cronión, desde lo alto del Urano. envía una gran calamidad: el hambre y la peste a la vez, y perecen los puehlos. Las mujeres no paren ya, y decrecen las familias. por voluntad de Zeus Olímpico; o bien les destruye el Cronión su gran ejército, o sus murallas, o hunde sus naves en el mar.
¡Oh reyes! considerad por  vosotros mismos este castigo; porque los Dioses  mezclados entre los hombres, ven a cuantos se persiguen con juicios inicuos sin preocuparse de los Dioses ni por asomo. Sobre la tierra mantenedora de muchos hay treinta mil Inmortales de Zeus que guardan a los hombres mortales; y envueltos de aire, corren acá y allá sobre la tierra observando los juicios equitativos y las malas acciones. Y la justicia es una virgen hija de Zeus, ilustre, venerable para los Dioses que habitan el Olimpo; y en verdad que, si alguien la hiere y la ultraja sentada junto al Padre Zeus Cronión, al punto acusa ella al espíritu inicuo de los hombres, con el fin de que el pueblo sea castigado por culpa de los reyes que, movidos de un mal designio, se apartan de la equidad recta y se niegan a pronunciar juicios irreprochables. Considerad esto, ¡oh reyes devoradores de presentes! corregid vuestras sentencias y olvidad la iniquidad. Se hace daño a sí propio el hombre que se lo hace a otros; un mal designio es más dañoso para quien lo ha concebido. Los  ojos de Zeus lo ven y lo comprenden todo; y en verdad que, si Zeus lo quiere, mira al proceso que se juzga en la ciudad. Pero no quiero pasar por justo entre los hombres, ni que pase por ello mi hijo, puesto que constituye una desdicha ser justo, y el más inicuo tiene más derechos que el justo. Sin embargo no creo que Zeus, que disfruta del rayo, quiera que las cosas acaben así.
Oh Perses! retén esto en tu espíritu: acoge el espíritu de justicia y rechaza la violencia, pues el Cronión ha impuesto esta ley a los hombres. Ha permitido a los peces, a los animales feroces y a las aves de rapiña devorarse entre sí, porque carecen de justicia; pero ha dado a los hombres la justicia, que es la mejor de las cosas. Si en el ágora quiere hablar con equidad alguno, Zeus, que mira a lo lejos, le colma de riquezas; pero si miente perjurando, es castigado irremediablemente: su posteridad se oscurece y acaba por extinguirse, en tanto que la posteridad del hombre justo se ilustra en el porvenir, cada vez más.
¡Te haré excelentes advertencias, insensatísimo Perses! Fácil es abismarse en la maldad, porqoe la vía que conduce a ella es corta y estó cerca de nosotros; en cambio, para ejercitar la virtud los mismos Dioses han sudado; porque la vía es larga, ardua y al principio está llena de dificultades; pero en cuanto se llega a la cúspide, se hace fácil en adelante, después de haber sido difícil.
Más prudente es quien, experimentando todo por sí mismo, medita acerca de las accienes que serán mejores una vez llevadas a cabo.  También es muy meritorio quien consiente que se le aconseje bien; pero quien no escucha ni a sí propio ni a los demás, es un hombre inútil.
Acuérdate siempre de mi consejo, y trabaja, ¡oh Perses, raza de Dioses! con el fin de que el hambre te deteste y de que Demeter la de la hermoso corona, la venerable, te ame y llene tu granero; porque el hambre es la compañera inseparable del perezoso. Los Dioses y los hombres odian igualmente al que vive sin hacer nada, semejante a los zánganos, que carecen de aguijón y que, sin trabajar por su cuenta, devoran el trabajo de las abejas. Séate agradable trabajar útilmente, a fin de que tus graneros se llenen en tiempo oportuno. El trabajo hace a los hombres opulentos y ricos en rebaños, y trabajando serás más caro a los Dioses y a los hombres, porque tienen odio a los perezozos. No es el trabajo quien envilece, sino la ociosidad. Si trabajas, no tardará el perezoso en tener envidia de ver que te enriqueces, porque la virtud y la gloria acompañan a las riquezas; y así serás semejante a un Dios. Por eso más vale trabajar, no mirar con espíritu envidioso las riquezas de los demás, y tener la preocupación de tu sustento, como te aconsejo. La mala vergüenza posee al indigente.
La vergüenza viene en ayuda de los hombres o los envilece. La vergüenza Ileva a la pobreza y la audacia lleva a las riquezas. Las riquezas no adquiridas por el robo, sino otorgadas por los Dioses, son las mejores. Si alguien a causa de la pereza de sus manos ha arrebatado grandes riquezas, o con el ejercicio de su lengua ha despojado a otro y estas cosas son frecuentes, porque el deseo de ganancia turba el espíritu y la impudicia ahuyenta el pudor, los Dioses arruinan fácilmente a tal hombre; su raza decrece, y no guarda él sus riquezas sino poco tiempo. Y es lo mismo el crimen de quien ofendiera con malos tratos a un suplicante o a un huésped, que el de quien subiera al lecho fraterno, cometiendo una acción impía por deseo de la mujer de su hermano, que el de quien, con el fraude, arruinara a niños huérfanos, y que el de quien abrumara con oprobios y palabras injuriosas a su padre al llegar éste al mísero umbral de la vejez. En verdad que Zeus se irrita contra ese hombre y le inflige un castigo terrible a causa de sus iniquidades.
En tu espírifu insensato abstente, pues, de esas acciones. Antes bien, ofrece castamente e inocentemente sacrificios a los Dioses inmortales y quema muslos crasos.  Aplácalos con libaciones y perfumes en el momento en que te acuestes y cuando vuelva la luz sagrada, con el fin de que te sean benévolos de espíritu y de corazón, y de que, sin vender su herencia, puedas, por el contrario, comprar la de otro. Llama a tu amigo a tu festén, y no a tu enemigo. Antes bien.  invita voluntario al que habita cerca de ti; porque si te acaeciera alguna necesidad doméstica; tus vecinos acudirán sin cinturones, mientras tus parientes esten ocupados todavía en ceñirse los suyos. Un gran azote es un mal vecino, en tanto que un buen vecino es una fortuna. Encontrar un buen vecino es una buena suerte. Jamás morirá uno de tus bueyes, a no ser que tengas un mal vecino. Mide estrictamente lo que recibas de tu vecino, y devuélveselo exactamente, y aun con creces, si puedes, a fin de que más tarde halles pronto socorro en caso necesario.
No aspires a ganancias ilícitas, porque equivalen a la ruina. Ama al que te ame, ayuda al que te ayude, da al que te dé; pero no des nada a quien no te dé nada. Se da, en efecto, al que da; pero nadie da a quien no da nada. Buena es la liberalidad; pero la rapiña es mala y mortal. Si alguien da, aunque sea mucho, y por su propio impulso, se alegra de dar y está contento de ello en su corazón; pero el que roba escudándose en su impudicia, aunque sea poco, queda con el corazón desgarrado, porque si añades lo poco a lo poco, pero frecuentemente, pronto lo poco se hará mucho. El que añade a lo que posee, evitará el hambre negra. Lo que está seguro en casa no inquieta al amo.  Más vale que esté todo en casa, ya que lo que hay fuera está expuesto.  Dulce es gozar de los bienes presentes y, cruel desear los de fuera. Te aconsejo evitar todas estas cosas.
Hártate de beber al principio y al final del tunel, pero no cuando está a la mitad. Vana es la economía donde ya no hay nada. Da siempre exactamente el salario convenido a tu amigo. Hasta cuando juegues con tu hermano, ten un testigo; la credulidad y la dcsconfianza pierden por igual a los hombres. No seduzca tu espíritu con su dulce charla la mujer que adorna su desnudez, porque anda buscando tu hacienda: y quien se fía de semejante mujer se fía del ladrón.
Al hijo unico es a quien compete vigilar la casa paterna, y as¡ es como la riqueza se acrece en las moradas. ¡Ojalá mueras viejo y dejes un solo hijo en tu lugar! Zeus otorga también grandes riquezas a las familias numerosas. Los esfuerzos de muchosproducen bienes mayores. Asi, pues, si tu esp¡ritu desea riquezas, procede como te aconsejo y a¤ada trabajo al trabajo.


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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

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