Fragmento
COLAÏ HARTMANN
ESTÉTICA
Traducción al castellano
de ELSA CECILIA FROST
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
MÉXICO 1977
Título original en alemán:
Asthetic
Editada por Walter de Gruyter
& Co., Berlín 1953
*
Primera edición en español: 1977
DR © 1977, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, México 20, D. F.
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES
Impreso y hecho en México
INTRODUCCIÓN
1. Actitud estética y la estética como conocimiento
Al escribir una "Estética" no se la destina ni al creador ni al
contemplador de lo bello, sino sólo al pensador, para quien son
un enigma la obra y la actitud de ambos. El pensamiento sólo
puede molestar a quien se halla gozosamente ensimismado, al
artista sólo puede destemplarlo y disgustarlo; a lo menos cuando
el pensamiento trata de comprender lo que hacen y cuál es su
objeto. Arranca a ambos de su actitud extática, si bien los dos
están cercanos al sentimiento de lo enigmático, pues pertenece
a su actitud. Para ambos su actitud es lo enteramente natural;
saben que existe una necesidad interna y no se equivocan en ello.
Pero los dos la aceptan piadosamente, como un don del cielo, y
esta aceptación es esencial a su actitud.
El filósofo inicia su tarea donde ambos abandonan el asombro
de lo que experimentan a los poderes de la profundidad y del
inconsciente. El filósofo sigue el rastro de lo enigmático, analiza.
Pero en el análisis cancela la actitud de la entrega y del éxtasis.
La estética es exclusiva de quien tiene una actitud filosófica.
A la inversa, la actitud de la entrega y el éxtasis cancela la
filosófica o, cuando menos, la perjudica. La estética es un tipo
de conocimiento que lleva la legítima tendencia a convertirse en
ciencia, y el objeto de este conocimiento es esa actitud de entrega
y éxtasis. Desde luego, no sólo ésta, sino también aquello a lo
que se dirige, lo bello, pero fundamentalmente ella. De lo que
se desprende que la entrega estética es, por principio, diferente al
conocimiento filosófico que se dirige a ella como a su objeto.
Desde luego, la actitud estética no es la del estético. Aquélla es
—y seguirá siendo— la del contemplador artístico y creador, y
ésta la del filósofo.
Tanto la una como la otra no son algo natural de suyo. La
exclusión mutua, si fuera total, haría imposible la tarea reflexiva
6 INTRODUCCIÓN
del estético. Esto tendría que ser capaz de asumir la actitud artística,
pues sólo puede conocerla por propia realización; por lo
demás, se ha dado entre pensadores muy notables la convicción
opuesta. Fue Schelling quien quiso hacer de la intuición estética
el organon de la filosofía. El romanticismo alemán soñó con
una identidad entre la "filosofía y la poesía"; por ejemplo, Friedrich
Schlegel y Novalis. Este último imaginaba al filósofo como
un "mago" que podía poner en acción, a su arbitrio, al "órgano
universal" y encantar al mundo según sus deseos. Es indudable
que esta representación se ha tomado del quehacer del poeta y, por
otra parte, parecía que la mirada del artista podría escudriñar los
secretos de la naturaleza y de la vida espiritual. Lo parecía
porque se creía poder reconocer en todas las cosas y en todo el
universo, como trasfondo, una misma esencia y fundamental, que
se hacía consciente en el yo. La identidad de estas dos actitudes,
en sí del todo heterogéneas, se sostuvo y cayó con esta fórmula del
universo, antropomórfica en el fondo. Y con su cancelación
consciente, que se presenta ya en Hegel, reapareció toda la
magnitud de la oposición entre el acto artístico y el cognoscitivo,
entre la visión entregada a su objeto y el trabajo intelectual
analítico.
Tampoco es algo comprensible de suyo, visto desde otro ángulo,
la separación de los actos. Desde el principio de la estética
verdadera, en el siglo XVIII, se mantiene tenazmente el supuesto
tácito de que esta disciplina puede enseñar cosas esenciales al
contemplador de lo bello y aun al artista creador. Así debió parecerlo
mientras se consideró la visión estética como una especie
de conocimiento, si bien distinto del racional. Fue por esa misma
época cuando se creyó que la lógica debía enseñar a pensar al
pensador. Y sin embargo, la relación se ha hecho aquí mucho
más complicada. Cuando menos, la lógica puede señalar sus
errores al pensamiento equivocado y, con ello, contribuir en forma
indirecta y práctica a su coherencia. La estética considera algo
semejante sólo en forma muy secundaria y burda. Así como la
lógica establece a posteriori qué leyes ha de obedecer un pensamiento
coherente, así lo hace —y en mayor grado— la estética,
y sólo en la medida en que, en ella, puede hablarse de búsqueda
de las leyes de lo bello.
La estética presupone el objeto bello, lo mismo que el acto
de aprehensión, junto con el tipo peculiar de visión, la experiencia
de los valores y la entrega interior; es más, presupone
el acto —mucho más asombroso— de la producción artística, y
INTRODUCCIÓN 7
a ambos sin la pretensión de preparar sus leyes ni siquiera
en forma remotamente parecida a como la lógica prepara las
leyes del pensar coherente. Por ello mismo, no puede tener el
mismo rendimiento respecto a la visión estética que la
lógica respecto al pensamiento.
2. Leyes de lo bello y el saber de ellas
Hay que agregar otra diferencia. Las leyes de la lógica son generales,
varían sólo ligeramente de acuerdo con el campo de
objetos. Las de lo bello son altamente especializadas, en el
fondo, son distintas según cada objeto. Hay además leyes
generales, es decir, leyes que en parte afectan a todos los
objetos estéticos y, en parte, cuando menos a clases enteras
de ellos. Y dentro de ciertos límites, la estética puede intentar
apresar éstas. En qué medida lo logra es otra cuestión, y no
deberán alentarse demasiadas esperanzas en este sentido. Pero
estas leyes generales son sólo justo condiciones previas, quizá
categoriales o en cierta forma constitutivas. La esencia de lo
bello en su unicidad, como la del contenido de especial valor
estético, no se encuentra en ellas, sino en las leyes
especiales del objeto único.
Ahora bien, estas leyes especiales se sustraen
fundamentalmente a cualquier análisis filosófico. No pueden
aprehenderse por medio del conocimiento. Es propio de su
esencia el quedar ocultas y el ser experimentadas como algo
dado y obligatorio, pero no ser aprehendidas objetivamente.
Tampoco el artista creador las aprehende. Crea, desde
luego, según ellas, pero no las descubre ni las expresa. Es
incapaz de expresarlas, pues no tiene tampoco un saber
objetivo acerca de ellas. Mucho menos lo tiene el
contemplador intuitivo. Es aprehendido por ellas, pero como
por un enigma que no puede resolver; por su parte, no las
aprehende. Desde luego, en algunos casos puede descubrir
hasta qué grado dominan de hecho la obra, por ejemplo,
hasta qué grado hay en ella rasgos no artísticos, es decir, en
qué medida ha fallado. Pero lo estructural de la ley escapa
también a su saber.
No existe una verdadera conciencia de las leyes de lo
bello. Al parecer, es propio de su esencia el mantenerse
ocultas a la conciencia y formar tan sólo el secreto de un
trasfondo muy escondido.
Ésta es la razón por la cual la estética si bien puede
decir, en principio, qué es lo bello y señalar sus tipos y
grados junto con sus supuestos generales, no puede enseñar
prácticamente lo
8 INTRODUCCIÓN
bello o por qué es bella justo la forma especial de una imagen.
La reflexión estética es siempre, en cualquier circunstancia, una
reflexión ulterior. Puede surgir una vez realizados la visión estética
y el simple goce de entrega a lo bello, pero de ninguna manera
es necesario que los siga, y si los sigue a duras penas les
aporta algo como tales. Por ello, ofrece mucho menos que la
ciencia del arte que, cuando menos, puede señalar los aspectos
no percibidos de una obra de arte y hacerla accesible, de este
modo, a la conciencia que la recoge inadecuadamente. Y mucho
menos puede proporcionar lineamientos al artista productor. Dentro
de ciertos límites puede enseñar a reconocer la imposibilidad
artística como tal y proteger al arte de seguir un camino equivocado.
Pero ni con mucho entra en el campo de sus posibilidades
el señalar en forma positiva qué y cómo debe configurarse.
Hace ya tiempo que todas las teorías que siguieron esta dirección,
y todas las esperanzas no expresadas de este tipo —que con
tanta facilidad se ligan a los trabajos filosóficos de la estética—,
mostraron ser vanas. Si quiere seguirse con entera seriedad el
problema de lo bello en la vida y en las artes, hay que renunciar
desde el principio y de una vez por todas a cualquier
pretensión de este tipo.
Hay que decir algo más en relación con esto. Existe un prejuicio,
de tipo más radical, por lo que se refiere a la relación general
entre el arte y la filosofía. De acuerdo con él, la aprehensión
artística es sólo un grado previo de la sapiente y comprensiva.
La filosofía hegeliana con su gradación del "Espíritu absoluto"
dio voz a este parecer: la idea sólo alcanza su pleno "ser para
sí", es decir, el saber auténtico sobre sí misma, en el grado del
concepto. Si bien actualmente es difícil hallar un representante
de esta metafísica del espíritu, está muy difundida la idea de
que el arte es una forma de aprehensión en la que se conserva
la apariencia sensible como un momento de lo inadecuado.
No es necesario insistir aquí en que con ello se malinterpreta
del todo lo propiamente "estético", es decir, lo sensible percibido
en forma artística, cuando es precisamente la intuición sensible
la que proporciona a las artes su superioridad sobre el concepto.
Pero el error más grave es sostener que la aprehensión estética
(intuición) es un tipo del aprehender, que está en la misma línea
del aprehender cognoscitivo. Con ello se equivoca del todo su
esencia. La vieja estética ha arrastrado ya tiempo suficiente este
error. En Alexander Baumgarten se trata, ni más ni menos, que
de un tipo de la cognitio y ni siquiera Schopenhauer logra libeINTRODUCCIÓN
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rarse del esquema del conocer en su platonizante estética de las
ideas, si bien rechaza conscientemente su racionalismo.
Ahora bien, hay desde luego ciertos momentos del conocer contenidos
en la visión estética. Ya la percepción sensible en que
se basa conlleva algunos, ya que la percepción es, en primer término,
una aprehensión de objetos. Pero estos momentos no son
lo esencial de la visión, sino algo subordinado a ella. Lo esencial
de la visión no se ha tocado siquiera con ella. Esto sólo podrá
sacarlo a luz un análisis más profundo. Pues aquí entran en juego
momentos del acto de muy distinta índole a los de los del aprehender,
momentos de la valoración (del llamado juicio del gusto),
del sentirse atraído y retenido, de la entrega, del goce y de la
liberación. Aun la intuición adquiere aquí un carácter muy diferente
al que tiene en el campo teórico. Justo ella está muy lejos
de ser un mero ver sensible. Y las etapas superiores de la visión
no son ya un mero apresar receptivo, sino que muestran un aspecto
de la aprehensión productora, que la relación cognoscitiva no
conoce ni puede conocer. El arte no es una prolongación del
conocimiento. Y tampoco lo es la visión del contemplador.
Por su parte, la estética tampoco es una prolongación del arte.
No es una etapa en cierto modo superior a la que debiera o pudiera
pasar el arte. Lo es en tan poca medida como la psicología
es la meta de la poesía, ni la anatomía la de la plástica. Su relación
es en cierto sentido la inversa. La estética trata de develar
el misterio que las artes procuran guardar por todos los medios
posibles. Intenta analizar el acto de visión gozosa que sólo puede
existir mientras el pensamiento no lo disuelve ni perturba. Convierte
en objeto lo que en este acto no lo es ni puede serlo. Por
ello, para la estética el objeto artístico es algo diferente, un objeto
de meditación e investigación, lo que no puede ser para la
visión estética. Ésta es la razón por la que la actitud del estético
no es una actitud estética, de tal modo que puede seguir a ésta
y subordinarse a ella, pero no interpolarse ni, mucho menos, precederla
ni dominarla.
3. Lo bello como objeto universal es la estética.
Debemos preguntar ahora: ¿es "lo bello" en verdad el amplio
objeto de la estética? O bien: ¿es la belleza el valor universal de
todos los objetos estéticos, a la manera, por ejemplo, en que el
bien es el valor universal de todo lo moralmente valioso? Ambas
cosas se dan tácitamente por supuestas, pero también se las ha
10 INTRODUCCIÓN
discutido. Por lo tanto, si se quiere sostenerlas, hay que
justificarlas.
¿En qué se basa la objeción contra la posición central de
lo bello? En una reflexión triple, pues en realidad se trata de
tres objeciones distintas. La primera afirma: el logro artístico
no es siempre lo bello, la segunda: hay muchos géneros de
valores estéticos que no son recogidos por lo bello; y la tercera,
la estética también trata de lo feo.
De estas tres objeciones, la tercera es la más fácil de
refutar. Es verdad, desde luego, que en la estética tratamos
también de lo feo. En cierto grado se da con todos los tipos de
lo bello. Pues por doquier hay fronteras de lo bello y aquí el
contraste es tan esencial como en otros terrenos de valores.
Además hay una escala descendente de lo bello, desde lo
perfectamente bello hasta lo notoriamente no bello. Pero esto
no es un problema de suyo, sino que está contenido en el de lo
bello. Pertenece a la esencia de todos los valores el tener una
contrapartida, el dis-valor correspondiente; y lo que en verdad
se discute no es nunca lo valioso solo, sino lo valioso y lo novalioso
correspondiente. La experiencia del análisis de valores
nos ha enseñado que con la determinación del valor se da
también la del dis-valor y viceversa. En ello se basaba ya el
método de Aristóteles que determina los géneros de la virtud
frente a los de la "maldad". Y lo que vale en el terreno ético se
ajusta aún más al estético. El fenómeno básico es aquí como
allí toda la escala, o sea, la dimensión de valores de la que son
polos el valor y el dis-valor.
Desde luego, continúa siendo un problema si en todas las dimensiones
especiales de lo bello se da también lo feo. Es un
punto que jamás se ha discutido respecto a las obras
humanas, pero sí respecto a las naturales. Pudiera ser que
todos los productos de la naturaleza tuvieran un aspecto
bello, aun cuando no nos sea tan fácil tener conciencia de él.
Es una posibilidad que hay que mantener abierta —en
contraposición a la antigua teoría que deja un amplio espacio
libre a las deformaciones naturales (por ejemplo, Herder en su
Caligone). Pero esto no alteraría mucho el problema de lo
feo. Sólo vendría a decir que las formaciones naturales nada
contienen de feo. Esto se debería a la peculiaridad de la
naturaleza, por ejemplo, a sus leyes o a su tipismo formal,
pero no a la esencia de lo bello.
La objeción citada en primer término es de muy distinta
índole: los logros artísticos no son siempre bellos. En el
retrato de un hombre decididamente feo distinguimos con
sencillez y natuINTRODUCCIÓN
11
ralidad entre las cualidades artísticas de la obra y el aspecto
de la persona representada, y lo hacemos, sobre todo, cuando la
representación es cruelmente realista. La misma distinción es
usual en la representación literaria de caracteres débiles o
repugnantes, o en el busto de un púgil de la Antigüedad, cuya
nariz ha sido fracturada por los golpes. En estos casos decimos:
el rendimiento artístico es grande, pero el objeto no es bello.
Para el conocedor de la estética esta distinción no presenta dificultad
alguna. Pero es posible preguntarse: ¿puede llamarse
bello al conjunto? Es evidente que la representación no
convierte en bello a su objeto, ni aun la verdaderamente genial
lo logra. Y sin embargo en la obra queda algo de bello. Está en
otro plano y no oculta la fealdad de lo representado. Depende de
la representación misma. Es lo bello verdaderamente artístico,
lo bello literario, lo bello pictórico.
Es evidente que aquí se han metido, uno tras otro, dos tipos
enteramente diferentes de lo bello y lo feo. Y se refieren a
dos tipos distintos de objetos. La representación pictórica o
literaria tiene de suyo un "objeto" que representa. Pero, para el
contemplador, la representación misma es, a su vez, objeto.
Esto no es válido en todas las artes; por ejemplo, la
ornamentación, la arquitectura y la música, pero sí es válido
respecto de la escultura, la pintura y la literatura. Aquí el objeto
es en primer término la obra del artista, la representación como
tal y otras cosas que van más allá de la plasmación; sólo en
segundo término aparece el objeto representado —desde luego
no en el sentido de un "después" temporal, pero sí en el de ser
algo mediato. Y designamos, con justicia, como bello el
logro de la obra y el fracaso, la trivialidad o lo increíble
(esto último con frecuencia, por ejemplo, en la literatura)
como feo. Pues de modo inequívoco el valor o dis-valor de la
realización artística se encuentra en esto y no en las cualidades
de lo representado.
Lo bello en uno y otro sentido varía dentro de límites muy
amplios, sin embargo, lo bello mal pintado parece en última
instancia feo y lo feo bien pintado resulta artísticamente bello.
Pero aun en lo bello bien pintado pueden distinguirse
claramente dos bellezas, en lo feo mal pintado dos fealdades.
Quien confunda una con otra —y no ya en la reflexión, sino en
la visión misma— tiene escaso sentido artístico. La
representación lograda nada tiene que ver con los bellos
colores; por el contrario, cuando se mezclan son más bien una
sustracción de la belleza que puede llegar hasta lo
artísticamente feo, hasta lo fallido, lo banal, lo cursi.
12 INTRODUCCIÓN
En este sentido es muy conveniente mantener lo "bello" como
valor fundamental estético universal y subsumir bajo ello todo
lo logrado y eficaz artísticamente. En qué consiste el estar logrado
es desde luego otro problema distinto; casi se traslada con el problema
fundamental de toda la estética: qué es en realidad la
belleza.
De las tres objeciones, ya sólo nos resta la segunda, que afirmaba:
lo bello no es más que uno de los géneros de lo valioso.
Junto a él está lo sublime, reconocido como tal por todos en
su singularidad. Y hay además otras cualidades valiosas, si bien su
autonomía no es indiscutible; lo gracioso, lo placentero, lo encantador,
lo cómico, lo trágico y muchas más. Si se penetra en los
dominios especiales del arte, se encuentra una riqueza mucho más
detallada de cualidades estéticas valiosas. Y es fácil encontrar el disvalor
que corresponde a cada una de ellas, aun cuando el idioma no
pueda siempre darle nombre.
Pero justo porque la lista es tan larga y porque cada una de ellas
podría pretender cierta consideración por parte de la estética, debe
haber una categoría general de valor que las abrace a todas,
dejando a la vez espacio libre a su diversidad. Desde luego, puede
discutirse que sea adecuado llamar belleza a esta categoría de valor.
Pues, en última instancia, "belleza" es una palabra del lenguaje
cotidiano y, como tal, es multívoca. Si hacemos a un lado
el uso idiomático no estético, quedan aún en pugna un significado
estrecho y otro más amplio. El primero está en oposición a
sublime, gracioso, cómico, etcétera; el segundo los comprende
a todos sin excepción, si bien sólo cuando las denominaciones
citadas se entienden en su sentido puramente estético, pues todas
parecen además una significación no estética. Sin embargo, podemos
dar tal condición por concedida, ya que es también supuesto
de la oposición a la belleza en sentido limitado.
Así vistas las cosas, toda la pugna de significados no pasa de ser
una pugna de palabras. A nadie puede impedirse que tome el
concepto de lo bello en sentido limitado y lo oponga a aquellos
conceptos más detallados, pero tampoco se puede impedir a nadie
que lo tome en sentido amplio como concepto superior de todos
los valores estéticos. Sólo es necesario mantener con firmeza el
significado aceptado y no mezclarlo, de nuevo, por descuido, con
el otro.
En las páginas siguientes se parte del significado amplio. Debe
mantenerse aun en aquellos casos en que los géneros especiales
irrumpen en el primer plano. Estos últimos aparecen, pues, como
INTRODUCCIÓN 13
especies de lo bello. En la práctica esto tiene la ventaja de elevar
a concepto fundamental el concepto estético más corriente y hace
superfino el procurarnos un concepto superior formado artificialmente.
4. Acto y objeto estéticos. Varios análisis
Existen varios caminos qué seguir. Pero no todos son transitables,
sobre todo en determinadas situaciones del problema. Todo
método se orienta según aquellos aspectos del fenómeno total
en cuestión que sean accesibles por el momento. En la estética
esto tiene una importancia especial, pues hasta ahora se le ofrecen
pocos análisis del fenómeno y todo el complejo de problemas,
en la medida de su dificultad, está poco estructurado aporéticamente.
Con ello no se menosprecian los logros de investigadores
notables. La situación muestra más bien hasta qué punto está la
estética todavía en sus principios y con qué pasos tan cautelosos
avanza. Así cuando menos se comporta la investigación estética
seria. Ya que desde luego no faltan proyectos y construcciones
arriesgados que sólo resultan instructivos por sus errores.
Dado que lo bello, por su esencia misma, está siempre relacionado
con un sujeto intuitivo, cuya actitud particular hacia el acto
presupone, hay, desde el principio, dos direcciones posibles que
seguir: puede hacerse del objeto estético la materia del análisis
o bien del acto cuyo objeto es. Ambas direcciones se subdividen
a su vez. Por lo que respecta al objeto, puede investigarse su estructura
y modo de ser o bien su carácter estético valioso y así
también el análisis del acto puede dirigirse al acto receptivo del
contemplador o bien al acto productor del creador. Hasta qué
punto pueden separarse unas de otras estas direcciones es otro
problema que, por el momento, podemos dejar de lado.
En una u otra forma nos encontramos con cuatro tipos de análisis,
de los cuales los tres primeros, cuando menos, son caminos
transitables, en tanto que el cuarto presenta obstáculos invencibles
desde su inicio mismo. Nada hay tan oscuro y misterioso
como el quehacer del artista creador. Aun las pocas declaraciones
del genio sobre su quehacer arrojan poca luz sobre la esencia del
asunto. Por lo común sólo atestiguan que no sabe más que los
demás acerca del milagro que se realiza en él y por él. Él acto
productor parece ser de tal índole que excluye el acto de conciencia
que lo acompaña. Por ello, sólo conocemos aspectos exteriores
y sólo podemos sacar conclusiones acerca de su esencia interna a
partir de sus logros.
14 INTRODUCCIÓN
Sin embargo, las conclusiones de este tipo son inseguras y desembocan
fácilmente en lo fantástico. Tienen el mismo amplio
margen que todas las conclusiones acerca de objetos metafísicos;
no se pueden controlar y resulta tan difícil apoyarlas como rebatirlas.
Hace tiempo, por la época del romanticismo, se emprendieron
avances de este tipo; los llevaron a cabo poetas y correspondían
al entusiasmo de la alegría creadora romántica, pero tomaban
como base una imagen del mundo de cuya comprobación no
puede hablarse. Todavía hoy descarrían a los crédulos, pero sólo
provocan escepticismo en el pensador maduro.
Si hacemos, críticamente, a un lado cualquier metafísica del
arte, nos quedan aún los otros tres caminos. De ellos, es el análisis
del valor el que se encuentra en la situación más difícil, pues los
valores estéticos, entendidos en forma concreta, están altamente
individualizados y toda división de ellos según géneros y especies
sólo toca los aspectos exteriores. La ciencia del arte y la literatura
ha logrado algo en esta dirección, ha realizado análisis de
estilo en los que se hacen visibles direcciones y gradaciones, se
toma conciencia de la correspondencia de lo similar y se apresan
oposiciones importantes. Pero visto con más detalle, tales determinaciones
sólo se refieren a lo estructural de las obras de arte
—también a lo bello extra estético—, y en forma mucho menor
a los verdaderos componentes de valor como tales.
Así como el idioma no tiene ya nombres para esto —aunque
sea sólo en forma muy superficial para determinados géneros—,
así el pensamiento carece ya de conceptos. Y cuando se crean
conceptos para ello y se les da nombres por libre elección, no
satisfacen del todo al sentimiento artístico. Aun los conceptos
corrientes —ya citados—, como lo sublime, lo cómico, lo trágico,
lo gracioso, etcétera, padecen de la misma falla: dicen mucho y
son imprescindibles en tanto que conceptos estructurales, pero
como conceptos valorativos callan lo auténtico. Esto se corresponde
con la situación en otros campos de valores, por ejemplo, en
el ético. También aquí el análisis sólo puede describir el contenido;
pero no puede captar el carácter valioso mismo, se limita
a apelar al sentimiento vivo del valor, a hacerlo comparecer como
testigo.
En el terreno de la estética hay que agregar el hecho de que
este llamamiento parte en gran medida de lo bello mismo —de
la obra creada por el artista o también del objeto natural—, pero
en forma muy débil del análisis estructural descriptivo. Sin embargo,
dentro de ciertos límites, hay que volver siempre de nuevo
INTRODUCCIÓN 15
a este camino, o cuando menos, debe mantenérselo abierto.
Pues es el único que lleva a la investigación especializada sobre
valores, aunque todo progreso en él sea siempre dependiente,
ligado estrechamente al análisis de objetos y de actos que,
por esencia, no le están emparentados.
Con ello se ha dicho ya que casi todo el peso de lo que la
estética es capaz de alcanzar cae en los dos caminos que
pueden seguirse: 1) el análisis de la estructura y modo de ser
del objeto estético y 2) el análisis del acto contemplativo,
intuitivo y gozoso.
A lo largo de casi todo el libro habremos de vérnoslas con
estos dos tipos de investigación, aun en aquellos casos en
que entran en juego los problemas de valor. Sería un error el
tratar de decidirnos por uno de ellos, pues se entrecruzan de
continuo en la aporética de lo bello. Ambos tienen lagunas
y se remiten uno a otro en todos los detalles. Esto puede
acarrear una especie de desequilibrio en el curso de la
investigación; que en el estado actual de ésta no es posible
cortar. Y representa el mal menor frente a la unilateralidad
mayor en la que se cae por necesidad si se hace una decisión
radical previa.
En cierto sentido la tarea principal recae sobre el análisis estructural
del objeto, ya que éste ha quedado, por el momento,
rezagado y no se ha mantenido al paso del análisis de los actos
emprendidos en ciertos terrenos parciales. A su vez, la
estética del siglo XIX hacía caer el peso sobre lo subjetivo; en
ella se desenvolvieron el idealismo neokantiano y el
psicologismo. Lo que acarreó consigo no sólo fallas y
unilateralidad, sino también ciertos progresos del análisis de
actos. Por lo tanto hay que trabajar para reponer lo que el
análisis de objetos ha perdido hasta ahora. Pero sería muy
desacertado cultivar únicamente este último. Sólo de la
cooperación de ambos es posible esperar la superación del
punto muerto al que nos ha llevado la unilateralidad del
pasado.
5. Separación y unión con la vida
El partir del objeto es, por lo demás, lo natural. Ya la
expresión "bellas artes", que usamos sin pensar, es conducente
a error. El arte no es bello de ninguna manera, sólo lo es
la obra de arte. De la misma manera tampoco se puede llamar
bella a la contemplación o al goce de los objetos bellos, ya se
trate de productos del arte o de formaciones naturales. En la
contemplación lo único bello es el objeto y lo es sin perjuicio
de la contribución que presta a ello la puesta de la conciencia
contemplativa.
16 INTRODUCCIÓN
Pero también visto desde el acto, resulta el objeto el punto
de partida natural. Justo quien contempla y goza se vuelve por
completo hacia el objeto en la visión, y puede entregarse a él
hasta el completo olvido de sí mismo. Esta situación del acto
es algo del todo distinto a la conducta cognoscitiva del estético,
si bien hay algo que comparte con ella, a saber, que se dirige
de la misma manera hacia el objeto. Desde luego, el análisis estético
no se queda en el objeto, sino que apresa además el acto.
Pero, por lo pronto, se encuentra dirigido hacia el objeto —por la
simple razón de que el acto del contemplar lo encuentra ya dirigido.
En este estar dirigido surge un problema que ha ocupado a la
estética desde sus principios. Lo conocemos bajo el nombre de
separación del objeto del contexto de otros objetos. En estrecha
conexión con esto hallamos el destacarse del acto contemplativo
del contexto de vida y actos de la persona. El hundimiento en el
objeto bello es, de inmediato, el olvido del yo y de todo aquello
que en la vida cotidiana le resulta presente, actual, importante
u opresivo.
El objeto aparece en nítido destacamiento del contexto vital
y el hombre que se entrega a su impresión experimenta en su
propia persona este apartarse —de lo cotidiano, de la preocupación,
de las trivialidades corrientes y las naderías. El mundo circundante
desaparece, y él junto con su objeto parece formar un
mundo propio alejado del otro. Es evidente que este fenómeno
es esencial para el auténtico goce artístico, y en algunas casos
fuerte, de tal modo que después se presenta un despertar francamente
doloroso del arrobamiento.
La suspensión estética es una forma del verdadero éxtasis. Sin
embargo, ha llevado a la opinión —quizá por ser experimentada
en forma más fuerte por las naturalezas sensibles— de que la esencia
y la tarea del arte es crear un reino de arrobamiento y de elevación
sobre la vida, un reino que tiene su sentido y fin puramente
en sí mismo y que excluye cualquier otro interés. Parece
entonces posible que la vida esté al servicio del arte, pero no
que éste sirva a la vida. Pues esto lo subordinaría a un fin extra
artístico.
A quienes vivimos en esta época nos es ajena esta agudización
del valor propio de la obra de arte y de la vida artística. Por ello
debemos hablar de ella aquí. En el movimiento de l'art pour l'art
desempeñó un gran papel. Y no sólo se la elevó en él a teoría,
INTRODUCCIÓN 17
sino que ganó una influencia considerable sobre el sentimiento
y la creación artísticos mismos.
El hombre de sano sentido común ve en forma clara e ineludible
que un arte que esté alejado de la vida y sus exigencias
pierde el terreno que pisa y queda sin asidero. Sin embargo, de
ningún modo resulta por ello evidente cómo ha de estar unido
a la vida y ha de cumplir con su tarea dentro de la situación espiritual
de su época, sin perder con ello la autarquía característicamente
estética. Esta aporía no puede ser solucionada ahora; habrá
que tratarla en otras circunstancias. Pues los puntos de que se
parte para llegar a su solución sólo se ofrecen en un estudio más
avanzado del análisis de objetos. Aquí sólo cabía señalarla. Ya
que no debe hablarse ni a favor de un esteticismo tal, ni menos
aún de un arte tendencioso barato.
Se trata más bien de reunir correctamente, es decir, en una
síntesis auténtica las exigencias de ambas partes. Se mostrará que
hay aquí un lazo más profundo; que sólo un arte surgido de una
vida movida culturalmente puede llevar a obras que se destaquen
intemporalmente; y, a la vez, que sólo una vida espiritual que
realiza tales obras es capaz de perfeccionarse en sus tendencias
actuales. Las creaciones espirituales sacan justo de una unión
plena con la vida su fuerza para elevarse hasta la rotundidad única
y la verdadera grandeza, y sólo frente a ella se ve claramente
su destacarse de manera insular; así como a la inversa sólo tales
obras pueden prestar a la vida del individuo y de la comunidad
una conciencia suficiente de su fuerza y profundidad, en otra
forma ocultas.
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