PRÓLOGO
Si
consideramos las riquezas de que ha colmado al género humano la Naturaleza
bienhechora, y la inteligencia o la Razón con que le ha dotado para servirle
de instrumento y de guía, es imposible admitir que el hombre esté destinado a
ser infeliz sobre la tierra; y si, por otra parte, vemos que es esencialmente
sociable, y por consiguiente simpático y afectuoso, tampoco podremos admitir
que sea naturalmente malo.
No
obstante, la historia de todos los tiempos y países nos muestra solamente
trastornos y desórdenes, vicios y crímenes, guerras y revoluciones, suplicios
y mortandades, calamidades y catástrofes.
Empero
si estos vicios y estas desdichas no provienen de la voluntad de la Naturaleza,
preciso es, pues, buscar su causa en otra parte.
¿Y
dónde hallaremos esta causa sino en la mala organización de la Sociedad, ni el
vicio radical de esta organización sino en la desigualdad que le sirve de base?
Ninguna
cuestión es evidentemente tan digna como ésta de excitar el interés universal;
porque si estuviese demostrado que los padecimientos de la Humanidad dependen
de un decreto inmutable del destino, sería preciso no buscar su remedio más
que en la resignación y la paciencia, mientras que, por el contrario, si el mal
no es otra cosa que la consecuencia de una mala organización social, y
especialmente de la desigualdad, preciso es no perder un momento sin trabajar,
a fin de conseguir la supresión del mal suprimiendo su causa, y sustituyendo la
Igualdad a la desigualdad.
Por
lo que a nosotros toca, cuanto más penetramos en el estudio de la historia,
tanto más profundamente nos convencemos de que la desigualdad es la causa
procreadora de la miseria y de la opulencia, con todos los vicios que de una y
otra dimanan, de la codicia y la ambición, de la envidia y el odio, de las
discordias y las guerras de todos géneros, y en una palabra, de cuantos males
agobian a los individuos y a las naciones.
Tal
es nuestra convicción, convicción que llega a ser indestructible cuando vemos a
casi todos los filósofos y sabios proclamar la igualdad; cuando vemos a
Jesucristo, autor de una inmensa reforma, fundador de una nueva religión,
adorado como Dios, proclamar la Fraternidad para redimir al género humano;
cuando vemos que todos los Padres de la Iglesia, todos los cristianos de los
primeros siglos, la Reforma, y sus innumerables partidarios, la Filosofía del
siglo XVIII, la Revolución americana, la Revolución francesa y el Progreso universal,
en fin, proclaman a una voz la Igualdad y la Fraternidad de los hombres y de
los pueblos.
La
doctrina, pues, de la Igualdad y de la Fraternidad o de la Democracia es, en
nuestros días, la conquista intelectual de la Humanidad: la realización de esta
doctrina es el fin a que se dirigen todos los esfuerzos, todas las luchas y
todos los combates sobre la tierra. Mas al penetrar seria y ardientemente en
la cuestión de saber cómo podría la sociedad organizarse en Democracia, es
decir, sobre las bases de la Igualdad y de la Fraternidad, se llega a reconocer
que esta organización exige y trae consigo necesariamente la Comunidad de
bienes.
No
omitiremos añadir que esta Comunidad ha sido igualmente proclamada por
Jesucristo, por todos sus apóstoles y discípulos, por todos los padres de la
Iglesia, por los cristianos de los primeros siglos, por la Reforma y sus
sectarios, y por los filósofos que son la luz y el honor de la especie humana.
Todos,
y Jesucristo a la cabeza, reconocen y proclaman que la Comunidad, basada en la
educación y en el interés público o común, constituyendo una seguridad general
y mutua contra todos los accidentes y desgracias; garantizando a cada cual el
alimento, el vestido, la habitación, la facultad de casarse y de crear una
familia, sin someterse a más condición que a la de un trabajo moderado, es el
único sistema de organización social que puede realizar la Igualdad y la
Fraternidad, precaver la codicia y la ambición, suprimir las rivalidades y el
antagonismo, destruir la envidia y los rencores, hacer casi imposibles los
vicios y los crímenes, afianzar la concordia y la paz, colmar, en fin, de
dicha a la Humanidad regenerada.
Esto,
no obstante, hace que los interesados y ciegos adversarios de la Comunidad, sin
dejar de reconocer los prodigios que su establecimiento ; procrearía, han
llegado a sentar la errónea conclusión de que es imposible, que sólo es un
hermoso sueño, una magnífica, quimera.
El
estudio profundo de esta cuestión nos ha convencido íntimamente de que la Comunidad
puede fácilmente realizarse tan luego como la adopten un pueblo y su gobierno.
Tenemos además la convicción de que los progresos de la industria facilitan,
hoy más que nunca, la realización de la Comunidad; de que el desarrollo actual
e ilimitado de la potencia productora por medio del vapor y de las máquinas
puede asegurar la igualdad de abundancia, y de que ningún sistema social es más
favorable a la perfección de las bellas artes y a la satisfacción de todos los
goces razonables de la civilización.
A
fin de hacer palpable esta verdad hemos redactado el Viaje por Icaria.
En
su primera parte referimos, describimos, y damos a conocer una gran nación
organizada en Comunidad; la presentamos en acción en todas sus diferentes
situaciones; conducimos al lector a sus ciudades, a sus campiñas, a sus pueblos
y aldeas, y a sus quintas; le hacemos recorrer sus carreteras, sus
ferrocarriles, sus canales y ríos; viajar en sus diligencias y ómnibus;
visitar sus talleres, sus escuelas, sus hospicios, sus museos, sus monumentos
públicos, sus teatros, sus juegos y fiestas, sus placeres y sus asambleas
políticas; exponemos la organización del alimento, el vestido, la habitación,
el mueblaje, el matrimonio, la familia, la educación, la medicina, el trabajo,
la industria, la agricultura, las bellas artes y las colonias; referimos la
abundancia y la riqueza, la elegancia y la magnificencia, el orden y la unión,
la concordia y la fraternidad, la virtud y la dicha, que son el infalible
resultado de la Comunidad.
Por
lo demás, la Comunidad, del mismo modo que la Monarquía, la República o un
Senado, es susceptible de una infinidad de organizaciones diferentes; puede
organizarse con ciudades o sin ellas, etc., etc.; y no tenemos la presunción de
creer que hayamos encontrado, desde luego, el sistema más perfecto para
organizar una gran Comunidad: nuestro objeto no ha sido otro que el de
presentar un EJEMPLO, para hacer concebir la posibilidad y la utilidad del
sistema comunitario. Abierta está la liza; presenten otros mejores planes de
organización y mejores modelos. Además, la nación sabrá rectificar y
perfeccionar, como sabrán modificar y perfeccionar más aún las generaciones
venideras.
En
cuanto a los pormenores de la organización, muchos de ellos son aplicables a la
simple Democracia del mismo modo que a la Comunidad, y nos inclinamos a pensar
que pueden reportar desde luego ventajas.
Al
suponer que la organización política de Icaria es la República, debe entenderse
que adoptamos la palabra República en su más lato sentido (Res publica, la cosa
pública); en el sentido que le dieron Platón, Bodin y Rousseau, los cuales
dieron el nombre de República a todo Estado o Sociedad gobernada o
administrada para el interés público, sea cual sea la forma de su gobierno
simple o múltiple, hereditario o electivo. Una Monarquía realmente
representativa, democrática, popular, puede ser mil veces preferible a una
República aristocrática; y tan posible es la Comunidad con una Monarquía
constitucional como con un presidente republicano.
En
la segunda parte indicamos de qué manera puede establecerse la Comunidad, y
cómo puede transformarse en tal una antigua y dilatada nación. Estamos íntima y
sinceramente convencidos de que esta transformación no puede operarse
instantáneamente, por medio de la violencia y de la fuerza, sino que debe ser
sucesiva y progresiva, por efecto de la persuasión, del convencimiento, de la
opinión pública y de la voluntad nacional. Exponemos por lo tanto un Régimen
transitorio, el cual no es más que una Democracia que adopta el principio de la
Comunidad, que aplica inmediatamente todo cuanto es susceptible de una aplicación
inmediata, que prepara la realización progresiva de lo demás, modela una
primera generación con arreglo a la Comunidad, enriquece a los pobres sin
despojar a los ricos y respeta los derechos adquiridos y los hábitos de la
generación actual, pero que al mismo tiempo suprime desde luego la miseria,
asegura a todos el trabajo y la existencia y procura en fin a las masas la
felicidad trabajando.
En
esta segunda parte discutimos la teoría y la doctrina de la Comunidad,
refutando todas las objeciones que hacerse pueden; presentamos el cuadro
histórico de los progresos de la Democracia, y exponemos las opiniones de los
célebres filósofos acerca de la Igualdad y de la Comunidad.
La
tercera parte contiene el resumen de los principios del sistema comunitario.
Bajo
la forma de una NOVELA, el Viaje por Icaria es un verdadero TRATADO de moral,
de filosofía, de economía social y política, fruto de asiduos trabajos, de
inmensas investigaciones y de meditaciones constantes. Para comprenderlo bien,
no basta con leerlo una vez; es preciso repetir su lectura y estudiarlo a
fondo.
No
podemos seguramente lisonjearnos de no haber cometido ningún error; pero el
testimonio consolador de nuestra conciencia nos dicta que nuestra obra ha sido
inspirada por el más puro y ardiente amor hacia la Humanidad.
Abrumados
ya de calumnias y de ultrajes, necesitamos valor para arrostrar el odio de los
partidos, y tal vez las persecuciones; pero nobles y gloriosos ejemplos nos han
dado a conocer que el hombre a quien inflama y arrebata su adhesión a la
salvación de sus hermanos debe sacrificarlo todo a sus convicciones; y sea
cual sea este sacrificio, estamos prontos a aceptarlo, rindiendo en todos
tiempos y lugares un solemne homenaje a la excelencia y beneficios de la
doctrina comunista.
CABET
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