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Frontispicio 26
Molière
Señor, esta materia siempre es delicada, y a todos nos gusta que se nos
halague acerca de nuestro ingenio. Pero un día, a alguien de quien callaré el
nombre, le decía yo, viendo versos de su factura, que un hombre discreto debe
tener siempre gran dominio sobre las comezones de escribir que nos asaltan;
que debe refrenar los grandes impulsos que se tienen de divulgar tales
entretenimientos; y que por el entusiasmo de mostrar sus obras, se exponen a
quedar en mal papel29.
Es Alceste, el protagonista de El misántropo, quien me roba el corazón
al expresar mis propias quejas cotidianas por la avalancha de malos
versos que no pedí leer. La mayoría de los críticos de Molière no sienten
particular fascinación por el satírico que es Alceste y toman a mal los
excesos de las maravillosas diatribas de este misántropo. De todas maneras
los críticos tienden a no sentir predilección por los personajes ambivalentes
y el apasionadamente sincero Alceste habla demasiado de su
autenticidad y es ciego a su amor propio y a su palpable egoísmo.
Podríamos considerar a Alceste como un Hamlet cómico que, a diferencia
de Hamlet, carece por completo de sentido del humor. Y sin
embargo Hamlet nunca representa al tonto, ni siquiera en su locura,
mientras que Alceste a veces sí lo hace. Pero incluso en esos momentos
conserva una feroz dignidad estética.
El genio cómico de Molière es a la vez absoluto y sutil: cuando es
representado adecuadamente, Alceste es divertidísimo, y sin embargo,
si la verdad existiera y si se la pudiese representar en escena, se podría
decir que Alceste encarna un aspecto específico de ella. Como Shakespeare,
Molière empezó con la farsa y después se convirtió en un maestro
de la comedia intelectual. Pero aquí termina la comparación: no obstante
las serias ambigüedades de su Donjuán, Molière evitó la tragedia.
Desconocemos la vida interior de Shakespeare; la de Molière evidentemente
fue muy infeliz. Era un melancólico y un cornudo destacado
y dependía completamente de la protección de Luis xiv, el Rey Sol,
cuyo criterio literario afortunadamente era sobresaliente. Molière siempre
está presente en sus comedias en una forma compleja, y quizás había
más de él en Alceste que de Alceste mismo.
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Molière (Jean-Baptiste Poquelin)
1622 | 1673
d e s pu é s de sh a k e s p e a r e , los dramaturgos occidentales más importantes
son Molière e Ibsen. Racine, Schiller, Strindberg, Pirandello, todos
tienen sus partidarios, y en especial Racine es un artista magnífico,
pero Molière parece la única alternativa válida para Shakespeare -s i necesitásemos
una-. La personalidad de Molière, como la de Shakespeare,
nos es desconocida. Las descripciones que tenemos de él fueron hechas
por sus enemigos moralizantes, que no nos interesan. Su representación
de sí mismo en El impromptu de Versalles es heroicamente irónica,
y el contraste con Hamlet ensayando con los actores o con Peter Quince
dirigiendo al indirigible Bottom resulta fascinante.
En términos generales podemos afirmar que las comedias más vigorosas
de Molière no cruzan los límites de la tragicomedia porque Molière
no crea personajes perfectos (aunque habría que exceptuar a Luis xiv,
ese dios mortal cuya presencia está implícita); hasta los más admirables
están plagados de defectos, como es evidente en el misántropo Alceste,
necesariamente el más admirable de todos, no obstante lo cual ha recibido
palizas de los críticos más sabios. No puedo negar que Alceste carece
de humor y de afecto, pero es un gran satírico, el dueño de una inteligencia
moral excepcional atrapado en una comedia de genio, el de Molière.
Molière no permite que nadie en sus comedias cambie, y esa es quizás
la paradoja en la que aprisiona a Alceste y posiblemente la razón por
la cual Voltaire tan insanamente consideraba que Shakespeare era un bárbaro:
no pasa un verso sin que Hamlet cambie. Molière era contemporáneo
-aunque un poco más joven- de Pierre Corneille (1606-1684) y
contribuyó a las fases iniciales de la carrera de Jean Racine (1639-1699).
La corte de Luis xiv adoptó a los tres dramaturgos -dos trágicos heroicos
y el sorprendente dramaturgo cómico- cuyas obras no tenían relación
alguna con la gloria del Imperio romano. Una manera de entender el
genio singular de Molière es mediante la lectura del sabio y sutil librito
del admirable novelista Louis Auchincloss. En La Gloire: The Roman
Empire o f Corneille and Racine (1996) nunca se menciona a Molière -ni
hay razón para ello— pero no puedo menos que cavilar sobre la posible
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relación entre la búsqueda de la autenticidad de Alceste y la espléndida
definición de Gloire que logra Auchincloss:
Se puede definir la Gloire como el ideal elevado que el héroe (y en raras
ocasiones, la heroína) se ha impuesto y que considera su destino o su
misión en el mundo. Se debe mantener la Gloire a toda costa, ya sea de su
vida o de la de los demás, sin importar cuántas de estas.
No creo que la búsqueda de Alceste sea una parodia de Corneille o
de Racine sino la redefinición cómica de la Gloire, y el don Juan de
Molière es la transformación exacta de la Gloire al modo erótico, que
vacila precariamente entre la comedia, la sátira y una especie de tragedia.
A lo largo de treinta años de dedicación al teatro Moliere compuso
sólo siete obras dignas de su genio: La escuela de las mujeres, Las mujeres
sabias, E l avaro y El burgués gentilhombre, y la genial trilogía compuesta
por Tartufo, Donjuán (o El festín de piedra) y El misántropo. A
pesar del patrocinio benigno y de la protección del Rey Sol, Tartufo fue
prohibida y Don Juan tuvo apenas quince representaciones. La inquietud
que la autoridad provocaba en Shakespeare evidentemente lo disuadió
de presentar Troilo y Cressida, ¿pero qué hubiera pasado si no se
hubiesen podido poner en escena las dos partes de Enrique iv, la gran
falstaffiada, y Antonio y Cleopatra? ¿Habría desistido Shakespeare? La
acerbidad con que los hipócritas religiosos se defendieron de las sátiras
de Molière lesionó seriamente su carrera como dramaturgo. James Joyce
tenía razón de manifestar, en Finnegans Wake, su envidia de los espectadores
que Shakespeare tenía en El Globo. Molière, cuyos objetivos
eran muy diferentes, quizás habría agradecido un público así. Shakespeare
escribió 39 obras, de las cuales me atrevo a afirmar que al menos
dos docenas son obras maestras. El frustrado Molière no se arriesgó con
más Tartufos ni Don Juanes y se desperdició en frivolidades cortesanas
con música de ballet de Lully.
Molière creó tres personajes que ejemplifican íntegramente su genio:
Tartufo, don Juan y Alceste. En Tartufo hizo el papel de Orgon y
en Donjuán, el de Sganarelle; pero en El misántropo sí se adjudicó el
papel principal. ¿Por qué no representó a Tartufo o a donjuán? Aparentemente
había en juego una cierta ansiedad de representación, el temor
de ponerse en evidencia ante sus incontables enemigos. Mientras que
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como Alceste, denominado a veces el Quijote de la sinceridad, podía
actuar sin inhibiciones. Es difícil dejar de pensar en esta decisión: ¿qué
tanto nos habría preocupado el hecho de que Shakespeare hubiese decidido
representar a Hamlet y no al Fantasma? ¿Acaso Molière decidió
hacer el papel de Alceste como una forma de crítica sublime del dramaturgo?
Richard Wilbur, cuyas versiones de Molière son las mejores y las
más actuables en inglés, afirma que la intensidad histriónica del protagonista
es una empresa desesperada para “ creer en su propia existencia”
, pero eso me parece cierto de donjuán y no de Alceste. Otro tanto
podemos decir de la afirmación de W.G. Moore de que Alceste no es
consciente de su propio impulso hacia “el reconocimiento, la distinción
y la preferencia” , que podemos aplicar a Donjuán pero no tanto a Alceste/
Molière, cuya eminencia como satírico/dramaturgo exige el reconocimiento
del público, la distinción de los críticos y la preferencia del rey.
La observación de Ramón Fernández sigue siendo muy aguda: “Alceste
es un Molière que ha perdido su conciencia de lo cómico” . El arte satírico
no es del todo apropiado para el teatro cómico. La sociedad desvaría
y si Alceste, como Swift, está contaminado de aquello a lo que se
opone, quizás esta es la forma práctica de Molière de recordárselo.
Nunca he visto Molière representado en París; en Estados Unidos
y en Inglaterra sus tres grandes obras tienden a adolecer de una cierta
lentitud en escena, como suele suceder, por otro lado, con las comedias
de Shakespeare. Tartufo, Donjuán y El misántropo no son farsas, como
tampoco lo son A vuestro gusto, Mucho ruido y pocas nueces y Noche de
Epifanía, o lo que queráis, pero todas estas obras deben avanzar con furiosa
energía, con un toque verdadero de extravagancia, de fuerzas reprimidas
pugnando por salir. En especial El misántropo y Noche de Epifanía
deberían pasar volando a nuestro lado, obligándonos a reaccionar con
una energía equivalente para poder mantener el paso. Nada es más representativo
del genio de Molière que la energía daimónica de Alceste,
malinterpretada como histeria por los críticos moralizantes. En el siguiente
parlamento se ve claramente el ágil éxtasis del ultraje:
¡Y así están hechos los hombres, pardiez! ¡A tales acciones los induce
la gloria! ¡He aquí la buena fe, el virtuoso celo, la justicia y el honor que
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entre ellos se encuentran! Vamos, es demasiado soportar que nos castiguen:
salgamos de este bosque, de esta madriguera. Puesto que vivís así, como
verdaderos lobos, nunca en mi vida me tendréis entre vosotros, traidores30.
Hay tan poca avenencia entre los críticos en torno a El misántropo
como en torno a Hamlet. Todos somos misántropos de nosotros mismos.
Muchos consideran que Alceste no es más que un monstruo de
vanidad, como don Juan o incluso como el diabólico Tartufo. Y sin
embargo, ninguno de los personajes de la obra es preferible a Alceste.
Siempre me asombro cuando los moralistas académicos me dicen que
Falstaff es malvado. ¿Qué querrán decir con ello? ¿Quién es menos
malvado que sir Juan en Enrique iv? Como Shakespeare, Molière es sobre
todo un realista moral y un maestro del perspectivismo. Es inevitable
que un satírico limitado por el escenario se vuelva maniaco: pienso en
Timón de Atenas, una versión apocalíptica de Alceste, o en Mercucio de
Romeo y Julieta y Jacques de A vuestro gusto, anteriores a aquel. Don
Juan es engullido por las llamas del Infierno no tanto como castigo por
su libertinaje sino porque ese es el destino fatal del satírico que se dedica
al drama. En el caso de Molière, el destino del sátiro fue el largo
martirio padecido por haber creado a Tartufo, príncipe de los hipócritas
piadosos que debería ser resucitado para presentarse como candidato
a la presidencia de Estados Unidos.
Como estudiante aficionado de la religión estadounidense, adoro a
Tartufo, que engalanaría el ya refulgente Senado de Estados Unidos o
bien alcanzaría la fama como una nueva especie de televangelista. He
aquí su grandiosa y aplazada entrada en la escena 2 del tercer acto:
Lorenzo, guardad mis disciplinas junto con mi cilicio, y rogad para
que siempre os ilumine el Cielo. Si vienen a verme, que he ido a repartir
entre los presos el dinero de mis limosnas31.
Al rato, el saludablemente lujurioso Tartufo pasea sus manos sobre
Elmira -la esposa de su tonto patrón- mientras invoca la gracia del cielo
un poco más, después de lo cual malversa la fortuna de Orgón - y Orgón
es un caso aparte: amablemente difiero de Richard Wilbur cuando afirma
que Orgón es la víctima de edad madura de una sexualidad y una
autoridad declinantes, que recurre —bajo la tutela de Tartufo- al sadismo
y a la intolerancia como compensación. Orgón es mucho peor que
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eso y aparentemente hace una relación transferencial con Tartufo que
aclara los ensayos clínicos de Freud sobre la transferencia psicoanalítica.
Tartufo desea a Elmira (y el suyo es un deseo sincero, su único afecto
auténtico) y el Orgón que se derrumba muere en deseos reprimidos por
Tartufo. Cuando Orgón le grita a su hija que se case con Tartufo y mortifique
sus “ sentidos con este matrimonio” , sabemos dónde estamos. Si
Orgón, escondido bajo la mesa, no hubiese escuchado la escandalosamente
precisa opinión que Tartufo tiene sobre él, esta se habría vuelto
profètica:
¿Qué necesidad hay con él del cuidado que os tomáis? Aquí para entre
nosotros, es un hombre a quien se le lleva de la nariz; está hecho para
glorificar todas nuestras entrevistas, y yo lo he colocado en situación de
verlo todo y no creer nada32.
Aunque el dios debe descender de su máquina mediante la intervención
del omnisciente y benigno Rey Sol para salvar a todo el mundo y para
que Tartufo siga siendo una comedia, uno desearía que el apremiado Molière
hubiese dispuesto las cosas de otra forma. En la literatura, como en
la vida, los Tartufos deben triunfar, cosa que Molière sabía muy bien. Para
derrotar a Tartufo -o para destruir a donjuán- es necesaria la intervención
divina. Es por esta razón que El misántropo es la joya de la corona,
el más puro despliegue de su genio cómico. Alceste rechaza la única sociedad
que puede soportarlo y se aleja, dispuesto a correr el riesgo de la
soledad y la locura. Sabemos que regresará a componer comedias para
salvar su salud mental, y quizás también se dedique a la actuación, pues
es un actor natural. Si el vicio es rey (aunque el rey es la virtud absoluta),
sólo queda la locura del arte.
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