domingo, 3 de julio de 2022

Frontispicio 27 Henrik Ibsen. GENIOS. HAROLD BLOOM.



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Frontispicio 27

Henrik Ibsen

lovborg. (Retorciéndose las manos.) ¡Oh! ¿Por qué no llevaría usted a

cabo su amenaza? ¿Por qué no me disparó un tiro?



hedda. Porque tengo mucho miedo al escándalo.

lovborg. Sí, Hedda. Bien mirado, es usted cobarde.

hedda. Terriblemente cobarde33.

La cobardía de Hedda, como la de Ibsen, era social; ninguno de los

dos estaba dispuesto a escandalizar a sus vecinos. Lovborg puede ser el

rival maligno, pero es la eterna víctima de Hedda. Aunque ella ni se acuesta

con él ni le dispara, de todas maneras lo destruye. No nos importa gran

cosa: Lovborg no es Otelo ni Antonio, pero Hedda tiene un poco de Yago

y un poco de Cleopatra y su autoinmolación nihilista no deja nunca de

ser fascinante.

Hedda fue para Ibsen lo que Anna Karenina fue para Tolstoi y

Emma Bovary para Flaubert, y mucho, mucho más. Si mezcláramos a

Hedda Gabler y a Peer Gynt en una sola conciencia y añadiéramos a

Brand a la cocción y una pizca del emperador Julián el Apóstata, el resultado

sería una semblanza bastante razonable de Henrik Ibsen.

Solness, Rubek y los demás son apenas instantáneas de Ibsen: su espíritu

está con los destructores de mundos y su verdadero amor es la retorcida

Hedda Gabler.

Me fascina que Hedda se haya convertido en una heroína feminista:

me provoca a sugerir que Yago es una mujer y que tiene méritos suficientes

para formar parte del panteón. Hedda estaría atrapada en cualquier

cuerpo -masculino o femenino- porque nada será jamás suficientemente

bueno para la hija del general Gabler, y nada surge de la nada.

El genio de Ibsen es nihilista, como se ve claramente en Hedda: olviden

al Ibsen arthur-milleresco, al entusiasta reformador social. Hedda

le teme a la sociedad pero no quiere reformarla. La arrojaría toda a la

hoguera si pudiera, pero sus oportunidades son limitadas, así que debe

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limitarse a arrojar al fuego a Lovborg, a su hijo no nato y a sí misma.

Podemos suponer que lo último que se le ocurrió, antes de dispararse

un tiro, fue que querría prenderle fuego al cabello deThea. Ibsen, atento

lector de Shakespeare, no pasó por alto la piromanía de Yago.

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Henrik Ibsen

1828 | 1906

“ l o q u e e s c r ib o d e b e t e n e r t r o l ” : Ibsen refiriéndose a Ibsen. En

esta definición precisa de su genio como daimónico, el más importante

dramaturgo occidental desde Shakespeare rebate la idea extendida de

que él fue el Arthur Miller de su tiempo. Tengo en mis manos una recopilación

reciente de estudios sobre Ibsen en donde encuentro artículos

sobre “ Ibsen y el drama realista” , “ Ibsen y el feminismo” . ¿Por qué no

mejor “ Ibsen y el orientalismo” o “ Ibsen y los estudios lésbicos inuit” ?

¿“ Ibsen y los grandes medios” ?

Volvamos a donde empezamos: el trol. Todos hemos conocido dos

o tres: mujeres odiosamente destructivas, hombres que nunca crecieron

y que posan de carismáticos o de máquinas sexuales. Nos hemos topado

con más frecuencia con casos fronterizos: Ibsen, que sin lugar a dudas

no era una persona amable, oscilaba entre ser un trol puro y uno fronterizo.

Cuando uno visita la sombría casa de Ibsen en Oslo sale con la sensación

de que un par de días en esa casa bastarían para causarnos la más

brutal depresión. Yo me quedé un rato de pie al lado del escritorio de

Ibsen, temeroso y reverente, y me estremecí al recordar que conservaba

un escorpión en un recipiente de vidrio y que se deleitaba alimentándolo

con fruta fresca.

No todos los troles son genios, ni los genios, troles. Ibsen era un conformista

social pero tenía el don de canalizar la energía destructiva del

otro lado de la frontera. Su mejores personajes imitan a su creador en

su empresa daimónica: Brand, el emperador Julián, Peer Gynt, Hedda

Gabler (maravillosa fusión de Cleopatra y Yago), Solness, el maestro

constructor. Aquí me ocuparé de Solness -he hablado de los demás en

otras ocasiones- y, al final, de Rubek, el maestro escultor, vicario de

Ibsen en su última obra, Cuando despertamos los muertos (1899). Un año

después de escribirla sufrió su primer ataque y no escribió nada más,

aunque vivió hasta 1906.

Ultimamente parece complicado recuperar a Ibsen, aunque sólo sea

porque muchos de los que dirigen sus obras o actúan en ellas parecen

pensar que la suya es la misma sustancia de la que están hechas Las brujas

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de Salem y Todos eran mis hijos. Dos de sus primeros admiradores, los

irlandeses George Bernard Shaw y James Joyce, tenían opiniones divergentes

al respecto, y aparentemente triunfó la visión reduccionista de

Shaw. Joyce, por su parte, veía a Ibsen tal como era (y lo mismo podemos

decir de Henry James y de Oscar Wilde): un Shakespeare del norte, y

el único dramaturgo posshakespeariano que logró encontrar un modo

trágico propio. En 1855, a los 27 años, Ibsen dio una conferencia en Bergen

sobre “ Shakespeare y su influencia en la literatura escandinava” . Me

hubiera gustado leerla, pero Ibsen destruyó el manuscrito. Shaw -que

temía y odiaba al bardo— puso a Ibsen absurdamente sobre el inglés,

porque su Ibsen era primordialmente el destructor de iconos idealistas:

Ibsen nos proporciona lo que no pudo darnos Shakespeare... sus

obras son mucho más importantes para nosotros que las de Shakespeare...

pueden herirnos cruelmente o emocionarnos con la posibilidad de

escapar de las tiranías idealistas y con la visión de una vida más intensa

en el futuro.

Esto no es Ibsen sino Hombre y superhombre o Santa Juana. El Ibsen

de Shaw es un garrote para usar contra Shakespeare, y qué diferente es

la relación del propio Ibsen con Hamlet y con Antonio y Cleopatra. En

su reseña de 1900 de Cuando despertamos los muertos, Joyce explicó claramente

la relación de Ibsen con la Edad Estética de Walter Pater:

Ante una expresión casual la mente se tortura con alguna pregunta,

y en un fogonazo se abren ante nosotros largos trechos de vida, pero la

visión es momentánea.

Estas son las epifanías negativas de Ibsen, los sombríos hermanos

(o las monstruosas contrapartes) de los momentos privilegiados de Pater

(véase mi discusión sobre Pater). Hamlet piensa demasiado bien, llega

a conocer la verdad de nuestra condición, resucita y después muere, y

eso es todo lo que la verdad nos permite, diga lo que diga Shaw. “Vivir

es combatir a los troles de corazón y de mente; escribir es vivir constantemente

enjuiciado por uno mismo” : es Ibsen pero podría haber sido

Hamlet, si el príncipe de Dinamarca se hubiese dedicado a chambonear

con el teatro.

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Quizás el lema de El maestro Solness no sea “Aquello que no me

destruye me fortalece” , las famosas palabras de Nietzsche. Ese sería más

bien un epígrafe irónico, pues la joven trol Hilda Wangel sí destruye al

vicario de Ibsen, el arquitecto Halvard Solness, supuestamente de 64

años de edad, la edad de Ibsen cuando compuso la obra. Hilda, que no

acaba de cumplir 23, llega después de exactamente una década, dispuesta

a hacer valer su reino, que será, en términos prácticos, el del sparagmos

de Solness, destrozado por su caída de la elevada torre -tras el vértigo

que le producen los vítores de Hilda desde abajo-. Todo esto sería tan

disparatado como suena, excepto por el hecho de que Ibsen lo hace funcionar.

Su genio convierte en fortaleza su mayor limitación, ya que la

trol Hilda y el semitrol Solness son esencialmente la misma persona.

De nuevo: Bernard Shaw no entendió nada; a diferencia de Shakespeare,

Ibsen sólo puede ponerse a sí mismo en escena, tal como lo demostró

con gran autoridad y sentido de la justicia Hugo von Hoffmansthal

en 1893, en su ensayo “La gente en los dramas de Ibsen” .

Hoffmansthal empieza señalando que nadie titularía una conferencia

“La gente en las obras de Shakespeare” porque en ellas no hay “ más

que gente” . Mientras que “ en el caso de Ibsen, toda las discusiones, los

entusiasmos y los repudios, están siempre relacionados con algo extraño

a los personajes -con ideas, problemas, prospectivas, reflexiones,

estados de ánimo-” .

No obstante, continúa Hoffmansthal, hay una persona en estas

obras: “Una variable de un tipo humano muy rico, muy moderno, que

ha sido estudiado con mucha precisión” ; se llama Julián el Apóstata, Peer

Gynt, Solness, Brand, Hedda Gabler, Nora, y así:

No es un ser simple desde ningún punto de vista -de hecho es muy

complejo-; habla con una prosa nerviosa, recortada, sin pathos... se mira

a sí mismo con ironía, reflexiona sobre sí mismo...

Hoffmansthal sugiere que lo que esta persona desea es dejar de escribir

poesía y convertirse en materia poética. Las diferentes versiones

de esta persona nombran esta materia de formas muy diversas: lo milagroso,

la gran bacanal, el océano, América. Y esta persona -con toda sus

mutaciones- quiere una muerte organizada; obsesión específica en el

caso de Hedda Gabler pero también la misión de Hilda Wangel, quien

llega a organizar la muerte del maestro constructor.

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Esto dice Hoffmansthal de El maestro Solness un año después de su

aparición:

Al artista creativo lo rodea la vida, exigente, sarcástica, confusa. De

esta manera enfrenta la princesa Hilda al vacilante maestro. Ella es la pequeña

Hilda, la hijastra de la Dama del océano, convertida en mujer. El

maestro le prometió alguna vez un reino y ella viene a reclamarlo. Si él es

rey de nacimiento, debería resultarle fácil. Si no es así, simplemente perecerá.

Y eso sería terriblemente excitante. Su reino, como el de Nora y

el de Hedda, ocupa los terrenos de lo milagroso -donde nos invade el

vértigo y un extraño poder que nos lleva en sus brazos-. También él tiene

este anhelo de estar en lo alto de las torres más altas, donde reina la

más incómoda belleza rodeada de viento y de soledad crepuscular, donde

podemos hablar con Dios y caer de cabeza hacia la muerte. Pero no podemos

esgrimirlo a él como prueba contra el aturdimiento: sube temeroso

de sí mismo, temeroso de la fortuna, temeroso de la vida, de la totalidad

de la misteriosa vida. También es el temor el que lo atrae hacia Hilda, un

miedo curiosamente incitante, el asombro del artista ante la naturaleza,

ante las características inherentes a la mujer, la inclemencia, lo daimónico,

esa calidad como de esfinge, el temor místico de la juventud. Pues hay algo

misterioso en la juventud, un soplo de vida tóxico y peligroso, misterioso

y perturbador. Todo lo que hay de problemático en él, todas sus cualidades

místicas reprimidas se ven exacerbadas en contacto con ella. En Hilda

se encuentra a sí mismo, se exige un milagro, quiere obligarse a producirlo,

a la vez que observa y siente asombro “cuando la vida se apodera de

un hombre y lo convierte en su materia poética”. En ese momento cae hacia

su muerte.

El centro incontrovertible del texto anterior es “ en Hilda se encuentra

a sí mismo” . Los ibsenistas (quedan unos cuantos: una manotada,

un par) no estarán de acuerdo con Hoffmansthal, pero es evidente que

Hedda Gabler, Solness e Ibsen son uno solo, e Hilda, cuando madure,

organizará su propia muerte tan artísticamente como lo hace Hedda. Lo

que impide que todo se derrumbe es que, como acaba admitiéndolo

Hoffmansthal, en Ibsen nos encontramos a nosotros mismos, más bellos,

más extraños. En Shakespeare encontramos a los otros y la otredad,

pero Ibsen, como Solness, sólo se exigía milagros a sí mismo. Shakespeare

no tenía necesidad de exigir.

[307]

Lleno de admiración por la Irene de Cuando despertamos los muertos,

a Joyce le faltó poco para llegar a la conclusión de que Ibsen era mujer.

Sin embargo esta es una obra perfectamente delirante: en resumen, o

al analizarla, trasciende lo absurdo, pero no creo que ni siquiera Ibsen

haya logrado hacerla funcionar. Saltar de una torre alta porque hay una

trol hechicera hipnotizándonos desde abajo tiene visos de convicción,

aunque a alguien como yo, que no puede bajar las escaleras sin pensar

en la caída de Humpty Dumpty, le resulte más bien barroco. Pero es

absolutamente imposible representar en escena a Rubek escalando pesadamente

la montaña en medio de la niebla y de la tormenta y seguido

por Irene, su antigua modelo, enloquecida porque él nunca la tocó. Pero

una avalancha es un gran reto para los diseñadores, y como emblema

de la resurrección o de la libertad se aproxima bastante a la creación

catastrófica que Ibsen siempre anheló. Como persona, Ibsen se inmoló

en aras de la respetabilidad; como genio estético, dio por fin rienda suelta

a lo que había en él de trol, y acabó al borde el abismo.

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