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Frontispicio 28
Anton Chéjov
Se queja usted de que mis personajes son lúgubres. ¡Pero, ay, no es culpa
mía! Así quedan involuntariamente, y mientras escribo, no me parece que
esté escribiendo sombríamente; de cualquier manera, siempre estoy de buen
humor cuando trabajo. Es notable que las personas tristes y los melancólicos
siempre escriben cosas alegres, mientras que los animosos deprimen a la gente
con sus escritos. Yo soy un hombre alegre; o al menos me parece que me he
divertido durante los primeros treinta años de mi vida.
La afabilidad de Chéjov siempre mitigaba su ironía. Como Samuel
Beckett, Chéjov es uno de los pocos santos de la literatura. Ambos hombres
fueron irremplazables como escritores y sus vidas fueron aun más
impresionantes que sus obras. Tolstoi amaba a Chéjov, como escritor y
como persona, pero consideraba que la persona poseía una grandeza
humana que sobrepasaba la de sus cuentos y sus obras de teatro. La bondad
de Chéjov se aunaba al respeto que sentía por la sencillez de los
demás. Gorki -que veneraba a Chéjov tanto como Tolstoi- resaltaba lo
inmisericorde que era Chéjov ante cualquier expresión de la vulgaridad.
En todos los demás sentidos, Chéjov era fuente de compasión hacia
todos.
El genio de Chéjov es shakespeariano: es esta una alabanza peligrosa
para cualquier escritor, pero me propongo establecer una comparación
exacta -aunque no pretendo asegurar en ningún momento que Chéjov
comparta con Shakespeare sus poderes sobrenaturales de caracterización-,
En Shakespeare (como en la vida) la gente no suele escuchar, y
cuando escucha, difícilmente entiende lo que el otro está diciendo. Esto
es algo que solemos pasar por alto, porque es tal la fascinación que nos
produce la personalidad de sus personajes que escasamente vemos cómo
se evaden entre sí. Chéjov no crea las personalidades de Shakespeare,
pero su capacidad de representar los abismos y las evasiones entre sus
personajes es asombrosa.
El extraordinario desapego de Shakespeare por sus personajes -incluso
con Hamlet y Falstaff- se refleja en el principio dramático de Chéjov
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de la restricción, necesariamente más evidente en sus obras dramáticas
que en sus cuentos. Puede parecer curioso denominar como genio de la
restricción a un autor tan benevolente como Chéjov, pero también parece
exacto.
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Antón Chéjov
1860 | 1904
e n sus r em in i s c e n c ia s de su amigo Chéjov, Máximo Gorki decía que
en presencia del dramaturgo-cuentista “ todos sentían un deseo inconsciente
de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos” 34. Me parece
que esa es la fórmula más adecuada para definir el genio de Chéjov, que
se esconde tras la máscara de la banalidad. Sin importar cuan siniestro
es el ambiente que representa, Dostoievski siempre está a un paso de lo
trascendental y de lo extraordinario. Chéjov, discípulo de Tolstoi, sólo
compartía con Dostoievski su intenso amor por Shakespeare, a quien
Tolstoi despreciaba. Al igual queTurguenev, Chéjov se centró en Hamlet,
en tanto que Dostoievski era más del tipo de Macbeth o de El reay Lear.
Lev Shestov, pensador religioso ruso del siglo xx, comparó a Chéjov con
el príncipe Hamlet, cosa que tiene sentido desde una cierta perspectiva
-Chéjov estaba obsesionado con la obra- pero que desde otro punto de
vista es engañoso. El Hamlet de Shakespeare es incapaz de amar a nadie
aunque insista en lo contrario y es en realidad un asesino sin capacidad
para el remordimiento. Según quienes lo conocieron bien y a
juzgar por la gratitud de sus lectores y espectadores, Chéjov era y es alguien
a quien debemos amar. Volvamos a Gorki, que recuerda a Tolstoi:
Siempre quiso a Chéjov, y cuando lo observaba, su mirada tierna parecía
acariciarlo. Un día, estando aún convaleciente, sentado en la terraza,
vio pasar a Antón Pavlovich con Alexandra Lvovna.
-¡Qué hombre encantador! -dijo-, ¡Qué hombre perfecto! ¡Modesto,
dulce como una joven! Y camina como una señorita. Simplemente
admirable35.
Tolstoi era un juez implacable de los otros pero se enamoró de
Chéjov y nunca dejó de quererlo, como nos sucede a casi todos. Robert
Brustein se expresa con elocuencia en nombre de los lectores y de los
espectadores de Chéjov:
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Nadie ha podido referirse a él sin el más profundo afecto; y él, el autor,
sigue siendo el personaje más positivo en toda su obra de ficción.
Hay grandes escritores cuyas personalidades llegamos a querer pero
que nos resultan demasiado asombrosos para mantenerlos cerca: Blake,
Shelley, Kafka, Hart Crane. Chéjov es una gran persona, además de muy
afectuosa; Samuel Beckett fue ejemplar en todo sentido, pero era una
persona remota. Me doy cuenta de que esto no es fácil de ver o de decir,
pero Chéjov es el menos daimónico, el más humano de todos los genios
literarios. Como su modelo, Shakespeare, Chéjov no le buscaba solución
a los problemas y no conocía el remedio para los predicamentos humanos.
Pero no sabemos mucho de Shakespeare como persona: nos deja
perplejos porque es todo el mundo a la vez, incluyendo a todos los personajes
de sus 39 obras. Chéjov es siempre Chéjov pero hay gran arte
en ello, y también la fundación de un genio extremadamente individual.
En Hamlet podemos creer que Shakespeare es todo el mundo, y sin
embargo el príncipe se destaca, y en la escena con los actores posiblemente
se fusione con Shakespeare. Como actor, Shakespeare se mantuvo
alejado en su papel de Fantasma real, aunque sospecho que también
representó al Actor rey. En La gaviota todo el mundo es Chéjov, pero
en una forma diferente, más relacionada con la farsa. El dramaturgo hace
una sátira de sí mismo en el escritor Trigorin y se parodia en el joven
dramaturgo Treplyov y también, sospecho, en Nina, la joven y arrogante
actriz. En los tres personajes hay elementos específicos de Hamlet, pero
ninguno de los tres es una parodia del príncipe. La relación de Treplyov
con su madre, la narcisista actriz Arkadina, está casi demasiado obviamente
modelada con base en el enfrentamiento de Hamlet y Gertrudis,
y Nina es una especie de Ofelia. Sin embargo Trigorin no es Claudio y
la obra dentro de la obra de Treplyov no es un ataque contra Trigorin,
que tiene más de Polonio que del tío usurpador.
Chéjov es sinuosamente sutil en La gaviota, y siempre interesado
en buscar más vida. Pero esta es una obra menor para el dramaturgo
ruso. Donde su genio se muestra más luminoso es en Las tres hermanas,
una obra que Shakespeare posiblemente habría admirado, y en “La
querida” , un cuento por el cual Tolstoi sentía especial afecto. La aprehensión
de los elementos más chejovianos en esta obra y en este cuento
quizás nos acerquen al genio de Chéjov, aunque de todas las figuras que
aparecen en este libro, sólo la originalidad de Shakespeare y de Tolstoi
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me parecen más difíciles de describir. Los tres son milagros de un arte
que es, en sí mismo, naturaleza, para usar una frase de Shakespeare.
Nadie soporta una minuciosa comparación con Shakespeare o con
Tolstoi, y Chéjov hubiese renegado de esta triangulación. Sin embargo
es él quien mejor explicita lo que une al Hadji Murad de Tolstoi con el
Antonio de Shakespeare, guerreros que son también magníficos héroes
trágicos: una pasión por la vida que la inminencia de la muerte no puede
disminuir. Chéjov, poeta de la vida no vivida, es calladamente apasionado
a la hora de acometer contra el desperdicio de la vida, en tanto
que Tolstoi o Shakespeare exhiben masivamente la plenitud de la vida
en protagonistas tan furiosamente vivos como el jefe checheno y el favorito
romano de Cleopatra.
De todas las obras de Chéjov, Las tres hermanas es la más difícil de
caracterizar, en parte porque no tiene género. Podemos llamarla tragedia,
tragicomedia, comedia, o lo que se nos ocurra. En un ensayo de lo
más che joviano sobre el drama, Howard Moss aseguró que “ la incapacidad
de actuar se convierte en la acción de la obra” . Siempre que leo a
Moss hablando de este tema, me detengo en su encantadora observación
de que Chéjov (como Proust) nunca nos muestra un matrimonio
feliz; a lo cual siempre replico, para mis estudiantes, que los Macbeth
son la pareja más feliz de Shakespeare. La lección más profunda que
Chéjov aprende de Shakespeare es que nadie escucha a nadie, sobre todo
si son amantes. Los personajes de Chéjov, como los de Shakespeare, se
caracterizan por sus interminables monólogos y por un solipsismo verdaderamente
espléndido. La ironía de Chéjov se nota, mientras que la
de Shakespeare, como lo señaló Chesterton de la de Chaucer, es demasiado
grande para ser evidente.
Las tres hermanas de Chéjov, Olga, Masha e Irina, nos resultan tan
familiares como nuestros más cercanos amigos. La maternal Olga nunca
se vuelve madre, y sin embargo es la representación innegable de la gentileza
y la bondad, si bien su talante nervioso le impide oponerse a su
cuñada, la vitalista y napoleónica Natasha. Masha es como el Hamlet
que cuenta la verdad, apasionada incluso en sus reticencias chejovianas.
También de Shakespeare aprendió Chéjov el arte de dejar algunas cosas
por fuera, y la elíptica Masha, otra heroína de luto por su vida, es el personaje
más absorbente de la obra. Su amante, Vershinin, es otra parodia
de sí mismo que fabrica Chéjov: culto, benevolente, débil y finalmente
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irrelevante, pues no puede soportar las tácticas ibsenistas de terror a las
que recurre Masha, mediante las cuales se nos bombardea con la verdad
hasta que esta nos destruye.
Irina no es tan compleja como Masha pero sigue siendo formidable
y querible, si bien incapaz de responder al amor. Más aún que Olga y
Masha, Irina está convencida de que el regreso a Moscú (donde fueron
criadas las hermanas) curaría sus astringencias y abriría sus posibilidades
eróticas. Su Moscú, como el de sus hermanas, es un lugar ficticio, y
se desvanecería tras su llegada. Cuando se las representa adecuadamente,
Irina y Masha, e incluso Olga, obligan a los espectadores a enamorarse
de ellas pero con un amor desesperanzado, porque las hermanas nunca
intentarán tener la vida que deberían tener y nunca reunirán la fuerza
mínima necesaria para dejar a un lado su desprecio el tiempo suficiente
para oponerse a su depredadora cuñada Natasha. Esto ya empieza a
sonar a telenovela chejoviana, pero las minucias lo elevan hasta un nivel
artístico extraordinario. Además una telenovela en la cual las tres
heroínas se convierten en un coro que se lamenta por no saber lo suficiente
ya nos enfrenta a un nuevo género, uno en el cual los imitadores
de Chéjov no han podido emular sus estados de ánimo y sus ritmos
dramáticos.
¿Cómo explicar el genio de Las tres hermanas? Moss lo resume así:
“Las hermanas anhelan lograr lo opuesto de lo que logran, para convertirse
en todo lo contrario de lo que son” . Sentimos el aleteo de los
eternos enigmas de Hamlet, sólo que el príncipe de Dinamarca puede
invocar ángeles y ministros de la gracia aunque no desciendan. En proporción
cOn su genio, Hamlet sólo logra el desastre de ocho muertes,
incluida la suya. Aunque es una catástrofe memorable, el desperdicio
de la conciencia más amplia de toda la literatura sería aplastante, de no
ser por la extraordinaria música del fallecimiento de Hamlet, sus
overturas a la eternidad. El dolor que Las tres hermanas nos produce es
de un registro diferente, indefinible. Todo el respeto que siento por el
gran crítico canadiense Northrop Frye (1912-1991) no alcanza a disipar
la infelicidad que me produce la siguiente afirmación, en su Anatomía
de la crítica (1957):
En aquellos pasajes de Chéjov, especialmente en el último acto de Las
tres hermanas, en que los personajes se retraen uno por uno dentro de sus
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celdas de prisión subjetivas, nos acercamos a la ironía pura, casi al máximo
de lo que la escena puede permitir36.
Cuando leo Las tres hermanas, o cuando la veo en teatro, me siento
sobrecogido de dolor cuando Masha exclama “Hay que vivir... hay que
vivir” e Irina proclama “Hay que trabajar, ¡trabajar!” , y Olga abraza a
sus dos hermanas y pone punto final a la obra con un “ ¡Si se pudiera
saber! ¡Si se pudiera saber!” . Las hermanas están atrapadas en la ironía,
no obstante lo cual mantienen los lazos que las unen. Cuando hay
tanto amor, incluyendo nuestro amor por ellas, ¿cómo puede ser pura
la ironía?
“La querida” (1899), escrita dos años antes de Las tres hermanas, es
la historia de Olenka, un alma “maravillosa y santa” digna de la descripción
tolstoiana. Es tan infantil, y a la vez tan maternal, que se queda vacía,
en una especie de muerte en vida, cuando no tiene a quien amar. Es
como si no tuviera yo, excepto en el afecto. Chéjov la adora y Tolstoi la
adoró, y el lector no tiene más opciones. En su crueldad, la vida mata a
sus dos maridos pero ella sobrevive gracias a un hijastro.
Los críticos han estado de acuerdo con Tolstoi en que el énfasis original
de la historia de Chéjov era irónico, posiblemente satírico, pero
después el cuento se le salió de las manos. Carente de personalidad o
de ideas propias, podemos considerar a Olenka una versión obscena de
una mujer, aunque ese me parece un juicio superficial. Yo he conocido
a unas cuantas mujeres, y a unos cuantos hombres, como Olenka. Quizás
todo lo hemos hecho, aunque nuestra sociedad no parece ocuparse
de “las almas santas” . Olenka es simple pero no tonta, y nuestra propia
lectura de la historia depende del juicio que nos hayamos hecho de nosotros
mismos. En su última fase como cuentista, Chéjov adopta una
perspectiva shakespeariana: ¿acaso el suyo no es más que el valor que
se le asigna? Los hombres de Olenka son absurdos y su hijastro es una
entidad precaria, desbordante de resentimiento contra ella.
¿Qué lectura hizo Chéjov de su historia? No sabemos y no creo que
sea importante. Es difícil aceptar a Olenka y peligroso rechazarla, porque
si la desdeñamos o le tenemos compasión le haremos un poco de
violencia a nuestros propios espíritus. Tísico y condenado, a los 39
Chéjov desistió de censurar su propio genio. Difícilmente podemos con[
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siderar a la pobre Olenka como una representación del genio de Chéjov
e indudablemente merece la condena de Gorki, desde su perspectiva
revolucionaria. Y sin embargo es Chéjov quien imagina a Olenka, no
Tolstoi. Olenka sufre un cambio mientras espera la llegada de aquellos
a quienes pueda amar. Se podría discutir, como lo han hecho algunos
críticos, que el amor de Olenka es devorador, que consumió a sus maridos,
que alejó a su admirador y que con el tiempo la hará perder a su
hijastro. Yo no puedo leer así la historia, y no puedo pensar en Olenka
como en una psique que se limita esperar el regreso de Cupido. Hay algo
en Chéjov que se escinde profundamente ante la imagen de Olenka.
Quizás su genio, a pesar de su sabiduría de los hombres, pertenecía más
al reino de la aspiración de lo que sus críticos han podido discernir. A
mí Olenka me parece una acusación contra la dureza irónica de nuestras
propias almas.
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