lunes, 11 de julio de 2022

Frontispicio 29 Oscar Wilde. GENIOS. HAROLD BLOOM.




 [316]

Frontispicio 2g

Oscar Wilde

¡Míster Worthing! Levántese usted, caballero, de esa postura

semitumbada. Es muy indecorosa.

Lady Augusta Bracknell a Jack37.

Los señores de la lengua aparecen en grupos muy variados y a mí

me gusta mezclar los personajes ficticios con los autores para formar

grupos. Se me ocurre, por ejemplo, que Jane Austen y la Rosalinda de

Shakespeare (A vuestro gusto) pasarían un rato más ameno tomando el

té que Cecily Cardew y Gwendolyn Fairfax durante su confrontación a

la hora del té en La importancia de llamarse Ernesto. Imagino también al

señor Samuel Pickwick reunido con sir Juan Falstaff en la prisión de

Newcastle para discutir cuestiones relacionadas con las deudas y la cárcel.

Y qué divertido sería un intercambio en prosa resonante entre el

doctor Samuel Johnson y lady Bracknell, su florida parodista.

William Butler Yeats pensaba que Wilde era un hombre de acción

frustrado que se había desviado hacia la vida literaria. Aunque es una

opinión curiosa, Yeats sí logra poner el dedo en un aspecto enigmático

de Wilde, pródigo con su genio y con su vida, y derrochador de ambos.

Incluso en La importancia de llamarse Ernesto, algo en el mismo Wilde

siempre hace falta.

Aunque Wilde se consideraba discípulo de John Ruskin y de Walter

Pater, donde se sentía más cómodo era en su papel de famoso, y como

tal fue precursor de Truman Capote, de Andy Warhol y de varias otras

superestrellas estéticas. Tristemente, su genio era demasiado grande para

el papel escogido. La muerte de Wilde a los 46 me parece lamentable,

pero sospecho que mi pesar es más personal que literario. De profundis

y La balada de la cárcel de Reading están trabajadas en exceso. Si hubiese

habido más obras de teatro, serían del tipo de Salomé y no del tipo

de Ernesto. Cuando Wilde afirmó que guardaba su genio para la vida y

que sólo invertía su talento en el arte estaba siendo acertado, como siempre,

pero quizás en este caso particular llegó a lamentar su precisión.

[317]

Oscar Wilde

1854 | 1900

se l e a t r ib u y e A w i l d e un acervo oral nada despreciable, pero en parte

sin duda apócrifo. Su nieto, Merlin Holland, nos recuerda que Oscar

Wilde admitió “ vivir con el terror de no ser incomprendido” . Cuando

Oscar el Esteta llegó a los 28 años a la Aduana de Nueva York, se supone

que dijo no tener “ nada que declarar excepto mi hermoso genio” . Si no

lo dijo quizás ha debido hacerlo, tal como ha debido expresar su desencanto

con el océano Atlántico: “No pudo rugir” . W.B. Yeats pensaba que

Wilde siempre estaba desempeñando el papel de Wilde, pero podemos

decir otro tanto de lord Byron, de Hemingway y de (¿osaremos decirlo?)

el ilustre Goethe. Merlin Holland le asigna a su abuelo el papel de Fausto,

aunque no sabemos bien si es el Fausto de Marlowe, el de Goethe o

el de Mann. Dado que mi tema es el genio de Wilde, y el divino Oscar

es no sólo proteico sino objeto de mi eterna adoración literaria, no me

limitaré a una sola de sus obras, aunque con ello desafíe el procedimiento

establecido en estas páginas. En donde el genio de Wilde se manifiesta

más poderosamente es en La importancia de llamarse Ernesto y en dos

ensayos magníficos, “El alma del hombre bajo el socialismo” y “La decadencia

de la mentira” . Recurriré a los tres al azar, mientras echo una

mirada a su vida y a su obra.

Fue Jorge Luis Borges quien pronunció el principio fundamental

que debe guiarnos a la hora de estudiar a Wilde: el gran Esteta casi siempre

tenía razón. Mi autoinmolada profesión, que antaño se ocupaba de

la enseñanza académica de la literatura de la imaginación en el mundo

de habla inglesa, seguiría viva si hubiese aprendido de la sabiduría

wildeana: “Toda la mala poesía es sincera” . Pero ya es demasiado tarde

y los mejores estudiantes huyen de sus profesores muertos en vida.

Necesitamos a Wilde, incluso a la hora de nuestra perdición. Durante

su tour por Estados Unidos, Oscar descendió al pozo de una mina en

Leadville, Colorado, perforó un nuevo pozo y después ascendió con los

mineros y sus novias a un casino: “Y en una esquina un pianista y sobre

el piano el siguiente aviso: ‘No le disparen al pianista, hace lo me[

318]

jor que puede’ . Me deslumbró el descubrimiento de que el mal arte

merece la pena de muerte” .

El mal arte se estudia en las universidades y se enaltece en los medios

masivos de comunicación y debemos considerarlo políticamente

bueno para nosotros. Un siglo después de su muerte, Wilde, tan acertado

en sus profecías, sigue siendo incomparable a la hora de describir

nuestra situación literaria:

Antaño los hombres de letras escribían libros y el público los leía. Hoy

en día el público escribe los libros y nadie los lee.

Wilde ilustra los dos sentidos principales del genio: una fuerza

maternal y paternal innata y otro yo que busca y encuentra la destrucción

de lo que es innato. Un siglo más tarde, cuando la homosexualidad

ya no es fuente de inmolación social, Wilde habría tenido que buscar

una salida alternativa más allá de todo lo imaginable. Para Byron fue la

causa griega y para Hemingway, las diversas formas de “vivir la vida a

fondo” hasta el suicidio; preferiría pensar que Wilde hubiese encontrado

un fin más individual. De sus “máximas para instruir a los excesivamente

educados” , mi favorita es la que dice:

Uno nunca debería escuchar. Escuchar es una señal de indiferencia

hacia los que nos oyen.

No he ganado un solo premio durante mis cincuenta años de carrera

docente porque creo en la pasión y en la inteligencia contenidas en

este apotegma. Una de las más indiscutidas afinidades de Wilde (sabiamente

resaltada por su editora, Isobel Murray) es con Emerson, en especial

con el ensayo “ Self-Reliance” [Confianza en sí mismo], del cual

encontramos ecos en “El alma del hombre bajo el socialismo” y en “La

decadencia de la mentira” . En dicho ensayo, “ Self-Reliance” [Confianza

en sí mismo], Emerson dice tantas cosas a la vez que cualquier comentario

resulta dudoso; sin embargo, parece que a Wilde lo que más lo

conmovía era lo siguiente:

Evado a mi padre y a mi madre, a mi esposa y a mi hermano, cuando

llama mi genio. Escribiría en el quicio de la puerta mi huida, y espero que

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acabe siendo algo más que un capricho, pero no podemos pasarnos el día

entero dando explicaciones.

El capricho es el camino más indicado hacia la incomprensión, otra

meta que Wilde heredó de Emerson. Sospecho que hay dos oraciones

en el ensayo “ Self-Reliance” [Confianza en sí mismo] que produjeron

en Wilde el mismo efecto que provocan en muchos de mis alumnos:

En todas las obras de genio descubrimos nuestros propios pensamientos

rechazados; vuelven a nosotros con cierta majestad alienada.

Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de la

voluntad, sus creencias son una enfermedad del intelecto.

En su lecho de muerte, Wilde se convirtió al catolicismo. Hay opiniones

diversas sobre las conversiones en el lecho de muerte, pero Wilde

aseguró toda su vida que Jesús era esencialmente un artista y un

gnóstico, y prefería el Evangelio según San Juan por razones profundamente

heréticas, como las que aduce en De profiindis:

Leyendo los Evangelios (especialmente el de San Juan o de cualquier

gnóstico que se disfrazara con su nombre y su manto) veo la afirmación

continua de lo imaginario como base de toda vida espiritual y material, y

veo asimismo que, para Cristo, la imaginación era, simplemente, una forma

del amor, y que para El el amor era soberano, en el más amplio sentido

de la palabra38.

Wilde recordaba haber asegurado a Gide que todo lo que Cristo dijo

podía ser trasladado de inmediato a los dominios del arte y, allí, llevado

a cabo en su totalidad. Uno de los más famosos aforismos de Wilde

- “Una verdad deja de serlo cuando más de uno cree en ella”- deja muy

poco espacio para la conversión, excepto en el lecho de muerte. La discusión

crucial en torno a Cristo aparece en “El alma del hombre bajo el

socialismo” y es, como el resto del ensayo, un himno a la personalidad,

al desarrollo individual. Aquí encontramos a Wilde en su expresión

menos irónica, y quizás más incomprendida:

[320]

Así, pues, sólo el hombre que es íntegra y exclusivamente él mismo

puede decir que vive una vida semejante a la de Cristo. Quizá este sea un

gran poeta, un gran sabio, un joven estudiante de universidad, o quizá un

pastor apacentando su rebaño en la llanura o un dramaturgo como Shakespeare,

o un teólogo como Spinoza, o un niño jugando en un jardín, o un

pescador echando su redes en el mar. Poco importa lo que sea, con tal que

realice la perfección de su propia alma. Toda imitación, en la moral y en

la vida, es perniciosa. Actualmente, según cuentan, hay en las calles de

Jerusalén un loco cuya demencia consiste en recorrerlas penosamente,

llevando una gran cruz de madera sobre su hombro: es el símbolo de las

vidas deformadas y viciadas por la imitación. El padre Damián obraba

como Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, pues al asumir esa tarea

realizó plenamente lo que había en él de mejor. Pero no por eso era

más semejante a Cristo que Wagner, expresando su alma en música, o que

Shelley, expresando la suya en poesía. No hay un tipo único para el hombre.

Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos. Pero así como

un hombre puede ceder a los imperativos de la caridad, permaneciendo,

sin embargo, libre, nadie que quiera conservar su libertad podrá someterse

a las exigencias de la uniformidad39.

Aunque Wilde usa la palabra “ socialismo” , lo que quiere decir está

más relacionado con la visión de los anarquistas catalanes que pelearon

contra Franco y contra los comunistas por igual y que mantuvieron vivas

las tradiciones cátaras (gnósticos provenzales). Wilde creía profundamente

que debemos “ vivir las vidas de los demás y no las propias” , lo

cual es irreconciliable con la exaltación del individualismo de la personalidad;

pero, al igual que Emerson, el autor de “El alma del hombre bajo

el socialismo” consideraba que “una necia consistencia” era deplorable.

El genio de Wilde brillaba en la paradoja, y los magníficos ejemplos

que nos dejó borran la línea que divide la crítica de la creación. A través

de su vicaria Vivian, Wilde sobresale como crítico en su diálogoensayo

“La decadencia de la mentira” :

Ningún gran artista ve las cosas tal como son en realidad. Si las viese

así, dejaría de ser un artista. Tomemos un ejemplo de nuestros días. Sé

que le gustan a usted los objetos japoneses. Pero ¿se imagina acaso, mi

querido amigo, que han existido nunca japoneses tales como ese arte los

representa? Si lo cree usted, es que no ha comprendido nunca nada del

[321]

arte japonés. Los japoneses son la creación reflexiva y consciente de ciertos

artistas. Examine usted un cuadro de Hokusai, o de Hokkei, o de algún

otro pintor de ese país, y después una dama o un caballero japoneses

reales, y verá usted cómo no hay el menor parecido entre ellos. Las gentes

que viven en el Japón no se diferencian de los ingleses, en general. Es

decir, que son de una gran vulgaridad y no tiene nada curioso o extraordinario.

Por lo demás, todo el Japón es una pura invención. No existen

semejante país ni tales habitantes. Recientemente, uno de nuestros pintores

más exquisitos fue al país de los crisantemos con la esperanza insensata

de ver allí japoneses. Todo lo que vio y tuvo ocasión de pintar

fueron farolillos y abanicos40.

No es muy usual encontrar a alguien tan sabio y tan divertido a la

vez; pero el genio deslumbrante irrumpe en esta magnífica afirmación:

“Por lo demás, todo el Japón es una pura invención. No existen semejante

país ni tales habitantes” .

Este es uno de aquellos pasajes memorables de crítica literaria, que

contribuyen a redimirla como género. Qué regocijante me resulta plagiarme

a mí mismo al notar que este Japón también es la tierra ancha y

lejana donde vive el Jumblies de Edward Lear, junto con su Dong, el

de la nariz luminosa, y Pobble, que no tiene dedos en los pies, y el mejor

de los matrimonios posibles, el del búho y el minino. Es allí a donde va

Alicia, ya sea por el hueco o a través del espejo y es también el país de

los emparedados de pepino cohombro, donde lady Bracknell enfrenta

a la señorita Prism. El nombre del país es la más elevada crítica:

Porque la crítica elevada es, en realidad, el relato de un alma. Es más

fascinante que la historia, porque no se ocupa más que de sí misma. Tiene

más encantos que la filosofía, porque su tema es concreto y no abstracto,

real y no vago. Es la única forma civilizada de autobiografía, porque se

ocupa no de los acontecimientos, sino de los pensamientos de la vida de

un ser; no de las contingencias de la vida física, sino de las pasiones imaginativas

y de los estados superiores de la inteligencia41.

Me contaron hace poco que un eminente neohistoricista y poeta

cultural, al dar comienzo a su monumental estudio sobre Shakespeare,

había asegurado que su libro sí se ocuparía de Shakespeare, a diferen[

322]

cia de un monstruoso y desgreñado trabajo reciente que ostensiblemente

se ocupaba de Shakespeare pero que en realidad no era más que el capítulo

más reciente de la autobiografía en curso de un envejecido crítico.

Acepto jubilosamente la sabiduría de Wilde al tiempo que espero

poder evitar el sensacional solipsismo de lady Bracknell con el que sigue

siendo mi pasaje favorito de La importancia de llamarse Ernesto y

de todo Wilde:

LAD Y B R A C K N E L L . [...] Saca su reloj. Vamos, querida. Gundelinda se

levanta. Hemos perdido ya cinco trenes, o seis. Si perdemos alguno más,

nos exponemos a toda clase de comentarios en el andén42.

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