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Frontispicio 2g
Oscar Wilde
¡Míster Worthing! Levántese usted, caballero, de esa postura
semitumbada. Es muy indecorosa.
Lady Augusta Bracknell a Jack37.
Los señores de la lengua aparecen en grupos muy variados y a mí
me gusta mezclar los personajes ficticios con los autores para formar
grupos. Se me ocurre, por ejemplo, que Jane Austen y la Rosalinda de
Shakespeare (A vuestro gusto) pasarían un rato más ameno tomando el
té que Cecily Cardew y Gwendolyn Fairfax durante su confrontación a
la hora del té en La importancia de llamarse Ernesto. Imagino también al
señor Samuel Pickwick reunido con sir Juan Falstaff en la prisión de
Newcastle para discutir cuestiones relacionadas con las deudas y la cárcel.
Y qué divertido sería un intercambio en prosa resonante entre el
doctor Samuel Johnson y lady Bracknell, su florida parodista.
William Butler Yeats pensaba que Wilde era un hombre de acción
frustrado que se había desviado hacia la vida literaria. Aunque es una
opinión curiosa, Yeats sí logra poner el dedo en un aspecto enigmático
de Wilde, pródigo con su genio y con su vida, y derrochador de ambos.
Incluso en La importancia de llamarse Ernesto, algo en el mismo Wilde
siempre hace falta.
Aunque Wilde se consideraba discípulo de John Ruskin y de Walter
Pater, donde se sentía más cómodo era en su papel de famoso, y como
tal fue precursor de Truman Capote, de Andy Warhol y de varias otras
superestrellas estéticas. Tristemente, su genio era demasiado grande para
el papel escogido. La muerte de Wilde a los 46 me parece lamentable,
pero sospecho que mi pesar es más personal que literario. De profundis
y La balada de la cárcel de Reading están trabajadas en exceso. Si hubiese
habido más obras de teatro, serían del tipo de Salomé y no del tipo
de Ernesto. Cuando Wilde afirmó que guardaba su genio para la vida y
que sólo invertía su talento en el arte estaba siendo acertado, como siempre,
pero quizás en este caso particular llegó a lamentar su precisión.
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Oscar Wilde
1854 | 1900
se l e a t r ib u y e A w i l d e un acervo oral nada despreciable, pero en parte
sin duda apócrifo. Su nieto, Merlin Holland, nos recuerda que Oscar
Wilde admitió “ vivir con el terror de no ser incomprendido” . Cuando
Oscar el Esteta llegó a los 28 años a la Aduana de Nueva York, se supone
que dijo no tener “ nada que declarar excepto mi hermoso genio” . Si no
lo dijo quizás ha debido hacerlo, tal como ha debido expresar su desencanto
con el océano Atlántico: “No pudo rugir” . W.B. Yeats pensaba que
Wilde siempre estaba desempeñando el papel de Wilde, pero podemos
decir otro tanto de lord Byron, de Hemingway y de (¿osaremos decirlo?)
el ilustre Goethe. Merlin Holland le asigna a su abuelo el papel de Fausto,
aunque no sabemos bien si es el Fausto de Marlowe, el de Goethe o
el de Mann. Dado que mi tema es el genio de Wilde, y el divino Oscar
es no sólo proteico sino objeto de mi eterna adoración literaria, no me
limitaré a una sola de sus obras, aunque con ello desafíe el procedimiento
establecido en estas páginas. En donde el genio de Wilde se manifiesta
más poderosamente es en La importancia de llamarse Ernesto y en dos
ensayos magníficos, “El alma del hombre bajo el socialismo” y “La decadencia
de la mentira” . Recurriré a los tres al azar, mientras echo una
mirada a su vida y a su obra.
Fue Jorge Luis Borges quien pronunció el principio fundamental
que debe guiarnos a la hora de estudiar a Wilde: el gran Esteta casi siempre
tenía razón. Mi autoinmolada profesión, que antaño se ocupaba de
la enseñanza académica de la literatura de la imaginación en el mundo
de habla inglesa, seguiría viva si hubiese aprendido de la sabiduría
wildeana: “Toda la mala poesía es sincera” . Pero ya es demasiado tarde
y los mejores estudiantes huyen de sus profesores muertos en vida.
Necesitamos a Wilde, incluso a la hora de nuestra perdición. Durante
su tour por Estados Unidos, Oscar descendió al pozo de una mina en
Leadville, Colorado, perforó un nuevo pozo y después ascendió con los
mineros y sus novias a un casino: “Y en una esquina un pianista y sobre
el piano el siguiente aviso: ‘No le disparen al pianista, hace lo me[
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jor que puede’ . Me deslumbró el descubrimiento de que el mal arte
merece la pena de muerte” .
El mal arte se estudia en las universidades y se enaltece en los medios
masivos de comunicación y debemos considerarlo políticamente
bueno para nosotros. Un siglo después de su muerte, Wilde, tan acertado
en sus profecías, sigue siendo incomparable a la hora de describir
nuestra situación literaria:
Antaño los hombres de letras escribían libros y el público los leía. Hoy
en día el público escribe los libros y nadie los lee.
Wilde ilustra los dos sentidos principales del genio: una fuerza
maternal y paternal innata y otro yo que busca y encuentra la destrucción
de lo que es innato. Un siglo más tarde, cuando la homosexualidad
ya no es fuente de inmolación social, Wilde habría tenido que buscar
una salida alternativa más allá de todo lo imaginable. Para Byron fue la
causa griega y para Hemingway, las diversas formas de “vivir la vida a
fondo” hasta el suicidio; preferiría pensar que Wilde hubiese encontrado
un fin más individual. De sus “máximas para instruir a los excesivamente
educados” , mi favorita es la que dice:
Uno nunca debería escuchar. Escuchar es una señal de indiferencia
hacia los que nos oyen.
No he ganado un solo premio durante mis cincuenta años de carrera
docente porque creo en la pasión y en la inteligencia contenidas en
este apotegma. Una de las más indiscutidas afinidades de Wilde (sabiamente
resaltada por su editora, Isobel Murray) es con Emerson, en especial
con el ensayo “ Self-Reliance” [Confianza en sí mismo], del cual
encontramos ecos en “El alma del hombre bajo el socialismo” y en “La
decadencia de la mentira” . En dicho ensayo, “ Self-Reliance” [Confianza
en sí mismo], Emerson dice tantas cosas a la vez que cualquier comentario
resulta dudoso; sin embargo, parece que a Wilde lo que más lo
conmovía era lo siguiente:
Evado a mi padre y a mi madre, a mi esposa y a mi hermano, cuando
llama mi genio. Escribiría en el quicio de la puerta mi huida, y espero que
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acabe siendo algo más que un capricho, pero no podemos pasarnos el día
entero dando explicaciones.
El capricho es el camino más indicado hacia la incomprensión, otra
meta que Wilde heredó de Emerson. Sospecho que hay dos oraciones
en el ensayo “ Self-Reliance” [Confianza en sí mismo] que produjeron
en Wilde el mismo efecto que provocan en muchos de mis alumnos:
En todas las obras de genio descubrimos nuestros propios pensamientos
rechazados; vuelven a nosotros con cierta majestad alienada.
Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de la
voluntad, sus creencias son una enfermedad del intelecto.
En su lecho de muerte, Wilde se convirtió al catolicismo. Hay opiniones
diversas sobre las conversiones en el lecho de muerte, pero Wilde
aseguró toda su vida que Jesús era esencialmente un artista y un
gnóstico, y prefería el Evangelio según San Juan por razones profundamente
heréticas, como las que aduce en De profiindis:
Leyendo los Evangelios (especialmente el de San Juan o de cualquier
gnóstico que se disfrazara con su nombre y su manto) veo la afirmación
continua de lo imaginario como base de toda vida espiritual y material, y
veo asimismo que, para Cristo, la imaginación era, simplemente, una forma
del amor, y que para El el amor era soberano, en el más amplio sentido
de la palabra38.
Wilde recordaba haber asegurado a Gide que todo lo que Cristo dijo
podía ser trasladado de inmediato a los dominios del arte y, allí, llevado
a cabo en su totalidad. Uno de los más famosos aforismos de Wilde
- “Una verdad deja de serlo cuando más de uno cree en ella”- deja muy
poco espacio para la conversión, excepto en el lecho de muerte. La discusión
crucial en torno a Cristo aparece en “El alma del hombre bajo el
socialismo” y es, como el resto del ensayo, un himno a la personalidad,
al desarrollo individual. Aquí encontramos a Wilde en su expresión
menos irónica, y quizás más incomprendida:
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Así, pues, sólo el hombre que es íntegra y exclusivamente él mismo
puede decir que vive una vida semejante a la de Cristo. Quizá este sea un
gran poeta, un gran sabio, un joven estudiante de universidad, o quizá un
pastor apacentando su rebaño en la llanura o un dramaturgo como Shakespeare,
o un teólogo como Spinoza, o un niño jugando en un jardín, o un
pescador echando su redes en el mar. Poco importa lo que sea, con tal que
realice la perfección de su propia alma. Toda imitación, en la moral y en
la vida, es perniciosa. Actualmente, según cuentan, hay en las calles de
Jerusalén un loco cuya demencia consiste en recorrerlas penosamente,
llevando una gran cruz de madera sobre su hombro: es el símbolo de las
vidas deformadas y viciadas por la imitación. El padre Damián obraba
como Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, pues al asumir esa tarea
realizó plenamente lo que había en él de mejor. Pero no por eso era
más semejante a Cristo que Wagner, expresando su alma en música, o que
Shelley, expresando la suya en poesía. No hay un tipo único para el hombre.
Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos. Pero así como
un hombre puede ceder a los imperativos de la caridad, permaneciendo,
sin embargo, libre, nadie que quiera conservar su libertad podrá someterse
a las exigencias de la uniformidad39.
Aunque Wilde usa la palabra “ socialismo” , lo que quiere decir está
más relacionado con la visión de los anarquistas catalanes que pelearon
contra Franco y contra los comunistas por igual y que mantuvieron vivas
las tradiciones cátaras (gnósticos provenzales). Wilde creía profundamente
que debemos “ vivir las vidas de los demás y no las propias” , lo
cual es irreconciliable con la exaltación del individualismo de la personalidad;
pero, al igual que Emerson, el autor de “El alma del hombre bajo
el socialismo” consideraba que “una necia consistencia” era deplorable.
El genio de Wilde brillaba en la paradoja, y los magníficos ejemplos
que nos dejó borran la línea que divide la crítica de la creación. A través
de su vicaria Vivian, Wilde sobresale como crítico en su diálogoensayo
“La decadencia de la mentira” :
Ningún gran artista ve las cosas tal como son en realidad. Si las viese
así, dejaría de ser un artista. Tomemos un ejemplo de nuestros días. Sé
que le gustan a usted los objetos japoneses. Pero ¿se imagina acaso, mi
querido amigo, que han existido nunca japoneses tales como ese arte los
representa? Si lo cree usted, es que no ha comprendido nunca nada del
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arte japonés. Los japoneses son la creación reflexiva y consciente de ciertos
artistas. Examine usted un cuadro de Hokusai, o de Hokkei, o de algún
otro pintor de ese país, y después una dama o un caballero japoneses
reales, y verá usted cómo no hay el menor parecido entre ellos. Las gentes
que viven en el Japón no se diferencian de los ingleses, en general. Es
decir, que son de una gran vulgaridad y no tiene nada curioso o extraordinario.
Por lo demás, todo el Japón es una pura invención. No existen
semejante país ni tales habitantes. Recientemente, uno de nuestros pintores
más exquisitos fue al país de los crisantemos con la esperanza insensata
de ver allí japoneses. Todo lo que vio y tuvo ocasión de pintar
fueron farolillos y abanicos40.
No es muy usual encontrar a alguien tan sabio y tan divertido a la
vez; pero el genio deslumbrante irrumpe en esta magnífica afirmación:
“Por lo demás, todo el Japón es una pura invención. No existen semejante
país ni tales habitantes” .
Este es uno de aquellos pasajes memorables de crítica literaria, que
contribuyen a redimirla como género. Qué regocijante me resulta plagiarme
a mí mismo al notar que este Japón también es la tierra ancha y
lejana donde vive el Jumblies de Edward Lear, junto con su Dong, el
de la nariz luminosa, y Pobble, que no tiene dedos en los pies, y el mejor
de los matrimonios posibles, el del búho y el minino. Es allí a donde va
Alicia, ya sea por el hueco o a través del espejo y es también el país de
los emparedados de pepino cohombro, donde lady Bracknell enfrenta
a la señorita Prism. El nombre del país es la más elevada crítica:
Porque la crítica elevada es, en realidad, el relato de un alma. Es más
fascinante que la historia, porque no se ocupa más que de sí misma. Tiene
más encantos que la filosofía, porque su tema es concreto y no abstracto,
real y no vago. Es la única forma civilizada de autobiografía, porque se
ocupa no de los acontecimientos, sino de los pensamientos de la vida de
un ser; no de las contingencias de la vida física, sino de las pasiones imaginativas
y de los estados superiores de la inteligencia41.
Me contaron hace poco que un eminente neohistoricista y poeta
cultural, al dar comienzo a su monumental estudio sobre Shakespeare,
había asegurado que su libro sí se ocuparía de Shakespeare, a diferen[
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cia de un monstruoso y desgreñado trabajo reciente que ostensiblemente
se ocupaba de Shakespeare pero que en realidad no era más que el capítulo
más reciente de la autobiografía en curso de un envejecido crítico.
Acepto jubilosamente la sabiduría de Wilde al tiempo que espero
poder evitar el sensacional solipsismo de lady Bracknell con el que sigue
siendo mi pasaje favorito de La importancia de llamarse Ernesto y
de todo Wilde:
LAD Y B R A C K N E L L . [...] Saca su reloj. Vamos, querida. Gundelinda se
levanta. Hemos perdido ya cinco trenes, o seis. Si perdemos alguno más,
nos exponemos a toda clase de comentarios en el andén42.
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