miércoles, 13 de julio de 2022

Frontispicio 30 Luigi Pirandello. GENIOS. HAROLD BLOOM.



 

[323]

Frontispicio 30

Luigi Pirandello

enrique. - ¡Bravo; un poco de luz! Sentaos allí, en derredor de la

mesa. (Pausa.) No, así no. En elegantes y cómodas posturas. (A Arialdo.)

Espera... tú así. (Lo acomoda; luego a Bertoldo.) Y tú así. (Lo

acomoda.) ¡Bien! (Va a sentarse frente a ellos.) Y yo acá. (Volviendo la

cabeza hacia una de las ventanas.) Deberíamos poder ordenar a la luna

que nos envíe un rayo decorativo. A nosotros nos conviene la luna, nos

ayuda. Yo siento que la necesito y, a menudo, mirándola desde mi ventana,

me olvido de mí. ¿Quién podrá creer, al contemplarla, que ella no sabe que

pasaron ochocientos años, y que yo, sentado a mi ventana no puedo ser de

veras Enrique iv que mira a la luna como un hombre cualquiera? ¡Pero

mirad, mirad qué magnífico cuadro nocturno: el Emperador entre sus leales

consejeros! ¿No os causa placer? ¡Magnífico!*1.

Podemos inclinarnos ante el genio de Pirandello, en particular el de

Enrique iv, diciendo que el loco sin nombre que piensa que es Enrique

IV es una versión de Hamlet, en tanto que Belcredi, el bromista a quien

“Enrique iv” apuñala es a la vez la figura de Claudio y el sustituto de

Pirandello, adicto a la reescritura de Hamlet.

El personaje sin nombre que sería Enrique iv, de rasgos similares a

los de Hamlet, se venga de Pirandello por haberlo creado en una farsa y

no en una tragedia. Pirandello, un genio retórico en la más auténtica tradición

literaria siciliana, le da a su loco este momento de gran dignidad

estética y después se lo quita, y regresamos a la farsa melodramática.

Es irónico que el drama posterior a Ibsen haya alcanzado su punto

más original con este sofista siciliano cuya suposición esencial es que en

último término todos sus personajes están locos, y no en un solo sentido,

como Hamlet. Constantemente consciente de Shakespeare y de Ibsen,

Pirandello toma su teatralidad y la somete a lo que es casi una parodia.

Incluso Seis personajes en busca de autor bordea la farsa paródica, como

si Pirandello no hubiera podido resolver el enfrentamiento entre los

personajes, que aseguran que el escenario pertenece a su tragedia fami[

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liar y los actores, que exigen el escenario para entretener a unos espectadores

comerciales. Pirandello, como sofista que era, planteaba siempre

ambas partes de la disputa dramática.

[325]

Luigi Pirandello

1867 I 1936

e r ic b e n t l e y , cuya autoridad como crítico de teatro moderno es indisputable,

me dijo alguna vez que yo me equivocaba al asegurar que Fin

departida era el drama moderno por excelencia, pues al hacerlo ignoraba

a Pirandello, el dramaturgo más importante desde Ibsen. Bentley cita a

Pirandello al respecto: “Después de Shakespeare, el primero en mi lista

es sin duda Ibsen” . No estoy seguro de que deba poner a Pirandello de

primero en la lista después de Ibsen; la lectura de Chéjov y de Strindberg,

de Brecht y de Beckett, es mucho más intensa que la de Pirandello,

pero una buena puesta en escena de Pirandello me conmueve como no

lo hacen los otros grandes dramaturgos modernos. Dado que la tragedia

ya no es posible en su forma pura, mientras que la farsa trágica es demostradamente

practicable, podemos considerar al siciliano Pirandello como

el auténtico maestro de la farsa trágica de comienzos del siglo xx -más

tarde vinieron Brecht y Beckett-.

Pirandello sólo produjo dos obras que nos permiten clasificarlo

como genio dramático: Seis personajes en busca de autor (1921) y Enrique

iv (1922). El resto de su obra es secundaria, apremiante sólo a trechos.

Cuando se resume Seis personajes, suena a desastre teatral. En The Pirandello

Commentaries (1986) se reúnen los magníficos ensayos de Bentley

sobre el tema, y él mismo se encargó de la edición de las obras más importantes

de Pirandello, que reunió bajo el título Naked Masks (1952)

[Las máscaras desnudas]. Pero mi propósito es ocuparme exclusivamente

de la cuestión del genio. George Bernard Shaw se excedió al afirmar

que Seis personajes era la obra más original jamás escrita, pero al hacerlo

Shaw (que a mi juicio no era un genio) estaba empeñado en su desesperada

guerra contra Shakespeare. El Enrique iv de Pirandello es su

versión de Hamlet y esta sigue siendo la obra más original jamás escrita

y también la que incita Seis personajes.

Shakespeare era su propio director y director de escena, y también

era un actor de carácter confiable. Los personajes de Pirandello (al

menos dos de ellos) buscan a Shakespeare o a alguien que lo sustituya,

al Director que en últimas se niega a escribir la obra que el Padre y la

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Hijastra piden. La obra da comienzo con el Director que trata de empezar

el ensayo de una comedia incomprensible de Pirandello, pero lo

interrumpen seis personajes. “ Somos portadores de un drama muy

doloroso” , se lamenta el Padre, y la sensual Hijastra declara vivamente:

“Pero a usted podríamos traerle suerte” . Guardan silencio la Madre y

el Hijo, un joven furioso, y también el infeliz Muchacho, y la Niña, una

pequeña de aproximadamente cuatro años de edad.

La Hijastra (un papel grandioso, con un toque de comedia musical)

es la vida de la obra pero su centro es el Padre desesperadamente culpable,

cuyo pathos trasciende el atroz melodrama que se desarrolla entre

los seis personajes. Podríamos resumir así el melodrama: el Padre arroja

a la Madre en brazos de su secretario, con quien tiene tres hijos -e l Hijo

se ha quedado con el Padre, quien intenta abrazar a la Hijastra en un

burdel, pero la Madre lo interrumpe; tras la muerte del secretario el

Padre recibe de vuelta a todos pero la Niña se ahoga, el Muchacho se

pega un tiro y los seis personajes se abalanzan sobre el Director.

El genio de Pirandello invalida este fárrago y a lo largo de tres actos

entremezcla inextricablemente a los personajes con la compañía de

manera que todo resulta representación. Su modelo intrínseco es el

bache extraordinario que Shakespeare cava en Hamlet desde la llegada

de los actores (acto n, escena 2) hasta que Claudio sale huyendo de la

representación de La ratonera del príncipe (acto ni, escena 2). A lo largo

de mil versos, Shakespeare distrae a los espectadores con una obra dentro

de la obra, y otro tanto puede decirse de Seis personajes, que consiste

en personajes dentro de personajes. En Hamlet, Shakespeare inventa la

destrucción de los límites entre ser uno mismo y representarse a uno

mismo, y Pirandello pone ese invento al servicio de fines ibsenistas. Así

lo comprende Anna Paolucci:

Los actores que representan a los personajes no deben de ser actores;

son personajes que los actores deben de representar pero no pueden;

resaltan la diferencia entre lo que ellos son y lo que son los llamados actores

que intentan representarlos a ellos... Cuando cae la cortina, aplaudimos

a los actores que han representado a unos personajes demasiado

reales para ser representados. Quizás recordemos el famoso parlamento

de Hamlet al respecto, cuando se maravilla porque este, que no es más

que un actor, puede representar un papel con tanta pasión y tanto realismo

en tanto que Yo-Hamlet, que soy tan yo, no puede igualar la expre[

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sión apasionada de los actores. Los seis personajes de Pirandello deben

representar toda la obra con el espíritu de ese parlamento de Hamlet. Es

un tour-de-force atrevido, pero tour-de-force al fin y al cabo, si se lo compara

con Enrique iv, la versión de Hamlet que hizo Pirandello.

Es admirable, si elidimos el “quizás” . Pirandello afirmó que admiraba

“ las almas que se burlan de la posibilidad de congelarse o quedarse

rígidas en una u otra forma predeterminada” , como las que encontró

en Tnstram Shandy o en Hamlet. La discontinuidad del yo, infinita en

Hamlet, es diferente y más importante que la representación de papeles.

En Seis personajes sólo el Padre es una marisma de discontinuidades,

con lo cual identificamos la debilidad fundamental de Pirandello:

Hamlet es carismàtico, mientras que el Padre es un notorio vacío. Sólo

hay una personalidad en Seis personajes, y no es ninguno de los personajes

o de los de la compañía. El elemento singular de la obra es madame

Pace, la administradora del burdel, cuyo nombre irónicamente es portador

de paz. Llega al escenario en calidad de séptimo personaje, sólo

que ella no está buscando a un autor. Los seis personajes dejan de parecer

la realidad -en comparación con la ilusión de la compañía— porque

el vulgar realismo de madame Pace convierte al Padre y a la Hijastra

en ilusiones. Sólo hay un personaje convincente en la obra, y es la regenta

de un prostíbulo.

En la magnífica defensa que Bentley hace de Pirandello, aquel insiste

en que el dramaturgo siciliano le dio renovada importancia a la

naturaleza ineludible de la representación de papeles, tanto en la vida

como en el escenario. Así lo afirma inequívocamente: “El teatro nos

suministra una imagen de la vida, la imagen de la vida, porque la vida

es teatro” . Yo no estoy seguro de que podamos discutir con Bentley o

con Pirandello. Pero tampoco creo que sir Juan Falstaff y Hamlet, Yago

y Cleopatra, estarían de acuerdo, lo cual quiere decir que también

Shakespeare discreparía de Pirandello y de Bentley, a pesar de su fascinante

experimentación tanto en Hamlet como en otras partes.

En la guerra de los poetas Shakespeare toma partido contra su enemigo-

amigo Ben Jonson, y se divierte de lo lindo haciendo politiquería

teatral en Hamlet, Noche de Epifanía y Troilo y Cressida. En Noche de

Epifanía crucifica socialmente al maltrecho Malvolio, y este gesto, tan

glorioso como desconcertante, resulta tan divertido, que nos demoramos

en percibir la vulnerabilidad universal que este golpe contra Jonson

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destapa entre los espectadores. En Troilo y Cressida, al igual que en

Hamlet (desde el acto n, escena 2, hasta el acto m, escena 2), Shakespeare

no permite que los espectadores olviden que lo son, en una obra

tan consciente de sí misma que ya no exige ser considerada la sombra

ilusoria de la verdad. La visión de Bentley (surgida de Pirandello) de

que todo es teatro no es shakespeariana. Pirandello aprendió con Shakespeare,

como lo hicieron Chéjov e Ibsen, pero la lección que aprendió es

demasiado simplista y reduccionista. La vida a veces es un teatro, pero

a veces es también una guerra, una escuela, un purgatorio, un descenso

al infierno, un negocio, o lo que queráis. E indudablemente todos representamos

un papel, pero sólo en ciertas secuencias y ciertos espasmos,

y en general vivimos lejos del escenario. El teatro supone escenario,

actores y espectadores, y durante casi toda nuestra vida auténtica estamos

solos. Intente ser el actor de usted mismo como espectador, y más

tarde que temprano lo internarán.

Me parece que Enrique ives más interesante que Seis personajes porque

nos da un respiro de la metafísica teatral de Pirandello, aunque no

está del todo exenta. También en este caso Bentley es el mejor guía posible,

uno tan peligrosamente apto para la exposición que por momentos

opaca a su tema - y es que Enrique iv está plagado de faltas y de confusiones,

si bien logra sobrevivir a ellas.

El protagonista sin nombre de Enrique iv sufre por un amor no correspondido.

Su rival como admirador de la dama organiza un accidente

de caballos en una celebración con disfraces. Cuando nuestro héroe,

disfrazado del emperador alemán Enrique iv, recupera la conciencia, está

convencido de que es Enrique iv. Gracias a la indulgencia de una hermana

rica, puede vivir su delirio en una villa convertida en castillo. Doce

años más tarde recupera la cordura, pero decide seguir fingiendo. Veinte

años después del accidente un psiquiatra resuelve presentarle a la hija

de su antigua amada, con el fin de ayudar a Enrique iv a regresar a la

normalidad gracias al impacto del paso del tiempo. Pero él ya ha revelado

que no está loco e intenta abrazar a la joven. Interviene el rival -que sigue

siendo el amante de la madre veinte años después- pero es asesinado

por una espada que esgrime Enrique iv.

Kleist habría podido escribir una tragedia con este material, pero

no Pirandello. El personaje histórico es recordado por haberse sometido

astutatamente al Papa, ante quien se arrodilló en la nieve en Canossa,

con el fin de evitar ser destronado. Pero con estos datos históricos nos

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sobra y nos basta. El innombrado anda en busca de un autor tanto como

Hamlet anda en busca del espíritu de su padre, pues Pirandello reescribió

Hamlet como una farsa trágica de Ibsen. Y funciona.

Pero la de Pirandello es sólo una de las muchas revisiones de Hamlet,

aunque Alexander Welsh no la incluye en su Hamlet in his Modern Guises

[Las vestimentas modernas de Hamlet] (2001). Si incluye una serie de

novelas: Años de aprendizaje de Guillermo Meister, de Goethe, Redgauntlet,

de Walter Scott, Grandes esperanzas, de Dickens, Fierre, de Melville,

Ulises, de Joyce, y The Black Prince [El príncipe negro] de Iris Murdoch.

La perspicaz conclusión de Welsh es que “ el hamletismo del modernismo

es prueba del papel que el duelo desempeña en la conciencia” , prueba

válida de la razón por la cual el héroe innombrado de Pirandello acaba

asesinando a Belcredi, su Claudio; el duelo de Hamlet por su padre y

por lo que considera el honor perdido de su madre se expande hasta convertirse

en el lamento por la condición humana, pero no esperamos de

Pirandello que sea Shakespeare. “Enrique Iv” se lamenta por su juventud

perdida y se venga de Belcredi -causante de su miseria- por sus

veinte años de mascarada. Pero el protagonista sin nombre sigue vivo,

infeliz, ni cuerdo ni loco, y completamente arruinado tras haber intentado

asestar un golpe a través de la máscara de la ilusión. Bentley lo

compara con los personajes autoinmolados de Beckett, y Pirandello en

verdad nos lleva hasta el límite mismo de Fin de partida.

[330]

1. El Anticristo, núm. 18, Friedrich

Nietzsche, trad. de Andrés

Sánchez Pascual, Madrid, Alianza

Editorial, 1990, p. 43

2. La genealogía de la moral, tratado

11, núm. 19, “ ‘Culpa’, ‘mala

conciencia’ y similares” , Friedrich

Nietzsche, trad. de Andrés

Sánchez Pascual, Madrid, Alianza

Editorial, 1983, p. 102.

3. Crepúsculo de los ídolos, núm. 26,

“ Incursiones de un intempestivo” ,

Friedrich Nietzsche, trad. de

Andrés Sánchez Pascual, Madrid,

Alianza Editorial, 1984, p. 103.

4. Crepúsculo de los ídolos, núm. 44,

“ Incursiones de un intempestivo” ,

Friedrich Nietzsche, trad. de

Andrés Sánchez Pascual, Madrid,

Alianza Editorial, 1984, p. 121.

5 Hamlet, príncipe de Dinamarca,

acto 11, escena 11, trad. de Luis

Astrana Marín, en Obras completas

de William Shakespeare, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

p. 1362.

6. La primera parte del rey Enrique IV,

acto v, escena 4, en Obras completas,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

P- 454-

7. Crepúsculo de los ídolos, núm. 13,

“ Incursiones de un intempestivo” ,

Friedrich Nietzsche, trad. de

Andrés Sánchez Pascual, Madrid,

Alianza Editorial, 1984, pp. 94-95.

8. Kierkegaard, Diarios, marzo de

1836.

9. Migajas filosóficas o un poco de

filosofía, Soren Kierkegaard (con

el seudónimo de Johannes

Climacus), trad. de Rafael

Larrafteta, Madrid, Editorial

Trotta, 1997, p. 21-27.

10. Sagrada Biblia del pueblo católico,

Carta de Santiago, 1, 17-21, trad.

de limo, señor don Félix Torres

Amat, Bogotá, Panamericana

Editorial, 1992.

11. Mi punto de vista, capitulo 11, “La

diferencia de mi modo personal de

existencia corresponde a la

diferencia esencial de mis obras” ,

B: “El modo personal de existencia

en relación con las obras

religiosas” , Seren Kierkegaard,

trad. de José Miguel Velloso,

Madrid, Aguilar de Ediciones,

cedida a SARPE, 1985, pp. 95-96.

12. Cartas a Milena, Franz Kafka,

trad. de J.R. Wilcock, Buenos

Aires, Alianza Emecé, 1976,

p. 184.

13. Cuadernos en octava, “Octavo

cuaderno, núm. 54” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

José Martín González, Hadrid,

Teorema, 1983, pp. 1477-78.

14. “La muralla china” , en Obras

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p. 1264.

15. Cuadernos en octava en “Octavo

cuaderno, núm. 62” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

José Martín González, Madrid,

Teorema, 1983, p. 1476.

16. “El cazador Gracchus” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

Jordi Rottner, Madrid, Teorema,

1983, pp. 1291-92.

17. “El cazador Gracchus” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad. de

Jordi Rottner, Madrid, Teorema,

1983, pp. 1292-93.

18. Cuadernos en octava, en “Octavo

cuaderno, núm. 32” , en Obras

completas, Franz Kafka, trad de

José Martín González, Madrid,

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19. En busca del tiempo perdido, 7. El

tiempo recobrado, Marcel Proust,

trad. de Consuelo Berges, Madrid,

Alianza Editorial, 1988,

pp. 268-69, nota al pie 40.

[331]

20. Proust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenido Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62, 1992, p. 71.

21. Proust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenido Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62, 1992, p. 47.

22. Prust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenida Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62, 1992, p. 56.

23. Era busca del tiempo perdido, 4.

Sodoma y Gomorra, parte 11,

capítulo 1, Marcel Proust, trad. de

Consuelo Berges, Madrid, Alianza

Editorial, 1989, pp. 183-86.

24. Proust, Samuel Beckett, trad. de

Bienvenido Alvarez, Barcelona,

Ediciones Península, Ediciones

62,1992, p. 55.

25. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 9.

26. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 44.

27. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 162.

28. Murphy, Samuel Beckett, trad. de

Gabriel Ferrater, Barcelona,

Editorial Lumen, 1970, p. 207.

39. El misántropo, acto I, escena 2,

Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1974, p. 36.

30. El misántropo, acto v, escena 1,

Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1974, p. 76.

31. Tartufo o el impostor, acto m,

escena 2, Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1974, p. 51.

32. Tartufo o el impostor, acto IV,

escena 5, Molière, trad. de Nydia

Lamarque, Buenos Aires, Editorial

Losada, 1974, p. 72.

33. Hedda Gabier, acto n, en Teatro

completo, Henrik Ibsen, trad. de

Else Wasteson, completada por M.

Winaerts y Germán Gómez de la

Mata, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1952, p. 1567.

34. En Cómo leer y por qué de Harold

Bloom, trad. de Marcelo Cohén,

Santafé de Bogotá, Editorial

Norma, 2000, p. 45.

35. Tres rusos, “L. N. Tolstoi” ,

Máximo Gorki, sin créditos al

traductor, La Plata, Editorial

Calomino, 1944, pp. 52-53.

36. “Anatomía de la crítica” , Cuatro

ensayos, Northrop Frye, trad. de

Edison Simons, Caracas, Monte

Avila Editores, 1977, p. 378.

37. La importancia de llamarse Ernesto,

acto 1, en Obras Completas, Oscar

Wilde, trad. de Julio Gómez de la

Serna, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1954, p. 561.

38. Deprofundis, en Obras Completas,

Oscar Wilde, trad. de Julio Gómez

de la Serna, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1954, pp. 1141-42.

39. “El alma del hombre bajo el

socialismo” , en Obras completas,

Oscar Wilde, trad. de Julio Gómez

de la Serna, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1954, p. 1212.

40. “La decadencia de la mentira” , en

Obras completas, Oscar Wilde,

trad. de Julio Gómez de la Serna,

Madrid, Aguilar de Ediciones,

1954, PP- 9° 3-9°4-

41. El crítico artista, parte I, en Obras

completas, Oscar Wilde, trad. de

Julio Gómez de la Serna, Aguilar

de Ediciones, Madrid, 1954, p.

849.

42. La importancia de ser formal, en

Obras completas, Oscar Wilde, t. x,

Madrid, Biblioteca Nueva, s.f., p.

292, y en Obras completas, Oscar

[332]

Wilde, trad. de Julio Gómez de la

Serna, Aguilar de Ediciones,

Madrid, 1954, p. 602.

43. Enrique iv, Luigi Pirandello, trad

de Armando Discépolo, Buenos

Aires, Ediciones Losange, 1957,

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