[287]
Frontispicio 25
Samuel Beckett
La única investigación fértil es la excavatoria, la inmersiva, una
contracción del espíritu, un descenso. El artista es activo, pero en sentido
negativo, condensando la nulidad de los fenómenos extracircunferenciales,
ahogándose en el núcleo del remolino24.
Este texto está tomado de la monografía de Beckett sobre Proust
(1931), pero no se refiere a Proust y tampoco a Joyce, una presencia
escondida e innombrada. Lo que oímos es un extraordinario reconocimiento
propio y la profecía de la obra posterior, más importante, de
Beckett: la trilogía (Molloy, Malone muere, El innombrable), Cómo es, Fin
departida y La última cinta de Krapp. En estas excavaciones, contracciones,
inmersiones y descensos Beckett permanece dentro de la circunferencia
del yo y descubre su genio para la negación. Su afinidad genuina
es con Kafka, el rival maestro de la negativa.
¿Tiene corazón un remolino? Prácticamente todos los protagonistas
de Beckett se parecen al cazador Graco de Kafka, cuyo barco de muerte
carece de timón. Krapp enciende la última cinta y admite que perdió la
felicidad pero sigue exultante por el fuego en su interior. La energía
negativa, tanto en Beckett como en Kafka, se remonta a la aterradora
Voluntad de vivir de Schopenhauer, que busca ciegamente engendrar
vida para seguir adelante cuando no es posible seguir adelante. Así es
Pozzo en Esperando a Godot: “Dan a luz a horcajadas sobre la sepultura,
la luz brilla un instante, y de nuevo se hace de noche” .
El pesimismo cósmico de Schopenhauer nos permite asociarlo con
el budismo, por una parte, y con el gnosticismo, por la otra. Para Beckett
su protestantismo era una mitología muerta, pero su sensibilidad siguió
siendo oscuramente protestante. Si el remolino tuvo un corazón, este
fue el protestantismo vaciado de fe y de esperanza, pero no de caritas.
[288]
Samuel Beckett
1906 | 1989
e l g e n io d e b e c k e t t es el de quien llega tarde y es exquisitamente
consciente de ello. En la tradición europea -a la cual se unió al escribir
gran parte de su primera obra en francés-, es el heredero de James Joyce
y de Marcel Proust y, en menor medida, de Kafka. En la tradición angloirlandesa
protestante, vino después de su amigo, el pintor Jack Butler
Yeats, y su hermano, el poeta y dramaturgo William Butler Yeats. Podría
decirse que entre Joyce -una especie de hermano mayor de Beckett- y
Proust -sobre quien escribió una monografía sobresaliente- completaron
el desarrollo de la novela europea como género artístico. Ulises,
Finnegans Wake y En busca del tiempo perdido llevaron la tradición hasta
el límite.
La trilogía de Beckett -Molloy, Malone muere, El innombrable— se
las arregla para ir un paso más allá y sin embargo a Beckett no lo alcanzó
la posmodernidad, ese término tan inadecuado. El teatro de Ibsen, Pirandello
y Brecht también llega a una conclusión en las tres grandes
obras de Beckett: Esperando a Godot, Fin de partida, La última cinta de
Krapp. Después de Beckett hay que regresar al pasado literario —y nuestras
intenciones no importan-. Representa la perfección de lo que quizás
empezó con Flaubert y que ya no tuvo más futuro después de Cómo
es y La última cinta de Krapp.
Pero la conclusión de Flaubert, o de Proust, o incluso de Kafka, no
me interesa tanto como la culminación de James Joyce en Beckett. Aunque
Murphy (compuesta en 1935-36 y publicada en 1938) es la obra de
un hombre que se acerca a los treinta y que se encuentra bajo la influencia
de Joyce, sigue siendo una novela genial y es el libro más gracioso
de Beckett. Las grandes novelas cómicas son escasas; me divertí mucho
leyendo Murphy por primera vez hace más de medio siglo y sigue haciéndome
feliz, razón por la cual me referiré a ella aquí. Recuerdo
haberla comparado con una de las primera comedias de Shakespeare,
Trabajos de amor perdidos; ambas son festines de la lengua. Como Shakespeare,
Beckett descubre toda la gama de sus recursos verbales y por
primera vez les permite desplegarse lascivamente.
[289]
Beckett escribió Murphy en Londres, mientras se psicoanalizaba tres
veces a la semana y disfrutaba y padecía su soledad. Leída desde Watt,
la trilogía, y Cómo es, Murphy es una novela asombrosamente tradicional,
escrita en inglés -en el inglés de James Joyce, para ser precisos-. Era
un libro a partir del cual Beckett debía progresar y desarrollarse, pero
muchos lectores comunes y corrientes sienten que algo muy valioso y
bello se perdió para siempre. Beckett no habría podido quedarse ahí,
pero atesoro mi vieja copia de Murphy forrada en tela, comprada y leída
en 1957. La alegría y la frescura de releerlo no ha disminuido con los
años.
Sólo Beckett podría basar la estructura de una novela tan salvaje
como Murphy en los procedimientos de Jean Racine, cuyas obras el joven
académico Beckett había enseñado con entusiasmo. Los personajes de
Racine están gobernados por fuerzas inevitables, como los de Murphy.
Es un salto en el tiempo y en el espacio desde la corte de Luis xiv hasta
el Londres y el Dublín de mediados de los treinta, pero el joven y ágil
Beckett se deleitaba con esas incongruencias. También se divirtió diseñando
su vulgar historia con una base metafórica: Baruch Spinoza y
Joyce son los genios conductores de Murphy. Murphy sustituye el amor
a Murphy con el amor intelectual a Dios de Spinoza, y toda la novela
vibra con el más elocuente de los principios de Spinoza (y la menos americana
de todas las doctrinas), según el cual deberíamos aprender a amar
a Dios sin esperar su amor a cambio.
Murphy, deliciosamente anticuada, recurre a un narrador que no
duda en interrumpir y en interpretar mientras que el pobre Murphy,
el protagonista, se muestra falto de voluntad. Murphy es (una especie
de) héroe spinozista a merced del narrador raciniano. Y sin embargo el
narrador es muy joyceano y refleja los esfuerzos que Joyce hace en Ulises
para distanciarse tanto de Stephen como de Poldy. En Murphy, una farsa
maravillosamente bulliciosa, Beckett lucha por distanciarse de su protagonista.
James Knowlson, su mejor biógrafo, lo expresa así en Damned
to Fame (1996):
Sobre todo, Murphy expresa, de manera radical y con un perspicaz
enfoque, ese impulso a sumergirse en sí mismo, a la soledad y a la paz interior
cuyas consecuencias Beckett estaba tratando de resolver en su propia
vida personal a través del psicoanálisis.
[290]
Así como Joyce puede desprenderse de Stephen pero no de Poldy
(a pesar del arte y del esfuerzo), Beckett tuvo que admitir que se había
involucrado demasiado en la muerte de Murphy; hubiera deseado “mantener
a los muertos bajo control y continuar tan campante y terminar
tan brevemente como fuera posible. Escogí esta opción porque me pareció
que era la más consistente con el manejo general de Murphy, con
una mezcla de compasión, paciencia y burla” . Beckett sabía que esto no
funcionaría y por eso sigue siendo el sobreviviente de Murphy o, más
bien, un Murphy que sobrevive. Pero preferimos el sabor del personaje
y de su libro; he aquí el espléndido primer párrafo:
El sol brillaba, no teniendo otra alternativa, sobre lo nada nuevo.
Murphy lo evitaba, sentado, como si estuviera libre, en un pasaje del West
Brompton. Allí, durante algo así como seis meses, había comido, había
bebido, había dormido, se había vestido y desnudado, en una jaula de tamaño
mediano orientada al noroeste y que dominaba un ininterrumpido
panorama de jaulas de tamaño mediano orientadas al sudeste. Pronto tendría
que arreglárselas de otro modo, porque el pasaje estaba condenado a
la demolición. Pronto tendría que empaquetar y empezar a comer, a beber,
a dormir, a vestirse y desnudarse, en un ambiente del todo extraño25.
La primera frase es famosa y Murphy tampoco se libra. Siete bufandas
lo atan a su mecedora. ¿Cómo se las arreglará para eludir su corazón?
“Una vez revestido y en libertad de funcionar, era como Petrushka en
su jaula” .
Se nos cuenta que Murphy estudió recientemente en Cork con el
gran pitagórico Neary, uno de los atractivos del libro -e l otro es su discípulo,
Wylie-. También son adorables Celia, la puta irlandesa enamorada
de Murphy, y su abuelo paterno, Willoughby Kelley. Murphy
-como Beckett, que en ese momento tuvo que someterse a la exigencia
de su madre de conseguir un empleo bien remunerado- es presionado
por Celia para que haga otro tanto, pero con resultados nulos, hasta que
amenaza con partir. Su propia perdición empieza cuando cede a las pretensiones
de Celia, como lo averiguamos retrospectivamente.
Antes de la decadencia, Beckett nos lleva a la heroica Oficina Postal
General en Dublín, donde MacDonagh y MacBride, y Connolly y
Pearse, y sus compañeros igualmente martirizados se resistieron a Gran
[291]
Bretaña por última vez. Después viene la escena en la cual el maestro
pitagórico Neary, enloquecido de amor, intenta romperse la cabeza contra
las nalgas de la estatua yacente del héroe celta Cuchulain. Su discípulo
Wylie lo rescata de las garras de la Guardia Civil alegando locura
y conduce al sabio a un bar subterráneo donde lo revive con brandy.
Entonces nos cuenta de su desesperación erótica:
En cuanto miss Dwyer, desesperando de recibir las mercedes del teniente
de aviación Ellman, dio a Neary toda la felicidad que un hombre
puede desear, se confundió ella con el fondo frente al cual había destacado
tan placenteramente. Neary escribió a herr Kurt Koffka requiriendo
una explicación inmediata. No había recibido todavía respuesta26.
La esencia de Beckett es esa piedra de toque cómica, así haya refinado
posteriormente su arte con gran complejidad. Desilusionado por
esta asimilación del personaje con el suelo, Neary se enamora de la señorita
Cunihan, que anuncia su fidelidad a Murphy, quien se encuentra
en Londres. Muchos infortunios después, cuando ya nadie está
enamorado de nadie, el espléndido trío formado por Neary, Wylie y la
señorita Cunihan se traslada a Londres donde conocen a Celia, y todos
juntos van a identificar los restos calcinados de Murphy, víctima (para
llamarlo de alguna manera) de un incendio en el asilo donde trabajaba
de asistente. Pero la trama no es importante en Murphy, donde el lenguaje
lo es todo. ¿Quién podría olvidar “las nalgas calientes y untadas
de mantequilla de la señorita Cunihan” ? Y, de entre todas las alusiones
a la doble amonestación de San Agustín de no desesperar y tampoco
exultar, dado que uno de los ladrones se salvó y el otro se condenó, ¿qué
puede ser superior al sermón pitagórico de Neary?
—Siéntense los dos frente a mí -dijo Neary—, y no desesperen. Recuerden
que no hay ningún triángulo, por obtuso que sea, que carezca de una
circunferencia que pase por sus tres malditos vértices. Y recuerden también
que un ladrón se salvó27.
James Joyce era un gran admirador de Murphy, hasta el punto de
que se sabía de memoria el magnífico párrafo de la penúltima sección
en el que las cenizas de Murphy se riegan en el piso de la taberna:
[292]
Unas cuantas horas más tarde, Cooper extrajo el paquete de cenizas
de su bolsillo, donde lo había guardado para más seguridad, y lo arrojó
con ira a un hombre que lo había ofendido gravemente. El paquete rebotó,
estalló, cayó de la pared al suelo, y allí se convirtió en seguida en objeto
de muchos dribblings, pases, despejes, mareajes, desmarcajes e incluso
obediencias al reglamento. A la hora de cerrar, el cuerpo, la mente y el alma
de Murphy estaban liberalmente repartidos por el pavimento del salón;
y antes de que otra aurora tiñera de gris la tierra habían sido barridos con
la arena, la cerveza, las colillas, los vidrios, las cerillas, los escupitajos, los
vómitos28.
El vigor de este párrafo es maravilloso y terrible. Beckett expió su
demora añadiendo su Purgatorio al Infierno de Kafka. Los dos, Kafka y
Beckett, son responsables de dos tercios del Dante del siglo xx, y eso es
todo lo que podían darnos en una época en la que el Paraíso ya no se
podía componer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario