viernes, 17 de septiembre de 2021

Marqués de Sade Zoloé y sus dos acólitas. Fragmento.

 


 

Marqués de Sade

Zoloé y sus dos acólitas

O

Unas semanas en la vida de tres bellas mujeres

 

 

 

 

 


 

 EL AUTOR A DOS LIBREROS

—Buenos días, señor. ¿Habéis leído mi manuscrito? ¡Excelente! ¡Delicioso! ¿No es así?

—¿El manuscrito de quién, de qué? Señor, no entiendo.

—¡Diablos, esta broma es nueva! Me pedisteis, anteayer, tres días para leer mi Zoloé y vos…

—¡Demontre, señor, he tenido tiempo de sobra de leer vuestra creación! Tomad, aquí tenéis vuestro repertorio de sandeces; que el cielo os ayude…

—Señor, vuestro rostro me inspira confianza; no dudo de que en vos he dado con alguien que me hará olvidar los modos indecentes de uno de vuestros colegas.

—Quizá. ¿De qué se trata, en dos palabras? Sólo dispongo de un minuto.

—Esto, señor, es un manuscrito interesante. Le ruego que tenga a bien leerlo. En cuanto al precio que merece, para fijarlo me remito a vuestra generosidad. Sólo quiero estipular que se imprima cuanto antes.

—¡Que compre y que imprima un manuscrito! Si me dedicara a tales negocios, mi establecimiento se convertiría en seguida en una trivial caseta de feria. No, señor, no. No compro manuscritos; me los dan, me tomo mi tiempo para leerlos y, con mis correcciones y mejoras, a veces les concedo el honor de imprimirlos.

—Os agradezco, señor, vuestra franqueza; y respecto al honor de que habláis, me lo procuraré yo mismo, y así no estaré en deuda con nadie.


 ZOLOÉ
Y SUS DOS ACÓLITAS

ACUERDO PROVISIONAL

—¿Qué tenéis, mi querida Zoloé? Vuestro ceño fruncido revela una triste melancolía. ¿La fortuna no ha sonreído lo bastante a vuestros deseos? ¿De qué carecen vuestra gloria y vuestro poder? Vuestro inmortal esposo ¿no es el sol de la patria? En la cúspide de los honores, ¿podrán alzarse hasta nosotros nubes sombrías?

—¡Lauréda, ah, cruel, con qué inhumanidad te burlas de mi amargura! Detén tu odiosa burla, o no te la perdonaré nunca.

—De acuerdo. Firmemos la paz.

Y abraza a Zoloé.

—¿Puede saberse al menos, querida, a qué hay que atribuir este aire negro e inquietante que ni siquiera mi presencia ha podido disipar?

—Ésta es —responde Zoloé mostrando un delgado volumen—; esta es la serpiente que me ha emponzoñado. ¡Maldito sea el vil delator que ha osado revelar a ojos de un vulgar profano los secretos misterios de nuestra alianza!

Lauréda, con un ágil movimiento, cogió el opúsculo.

—¿Será posible, Zoloé? ¡Cómo! ¡Esta creación efímera de un autor desarrapado es lo que ha alterado la tranquila circulación de tu sangre! La verdad, me darías pena si no me entraran ganas de reír. ¡Ja! No hagamos caso de las habladurías bobas de los virtuosos, los sarcasmos de los devotos, las sátiras de los envidiosos y las pequeñas traiciones de las mariposillas; volemos de un placer a otro, sin detenernos jamás. ¡Oh, cielos —miró su reloj—, son las dos; y la marquesa aún no ha llegado! ¡Adiós, pues, mi reina de la alegría!

Al abrir la puerta, se presenta Volsange; Lauréda vuelve a entrar con ella. Ambas niegan que Zoloé tenga razones para estar amargada y le reprochan que se preocupe de esas quimeras.

En resumen, dejan de hojear el librito, de reírse de él y permiten que el autor se las arregle como pueda con el público.


 RETRATOS

ZOLOÉ, al borde de los cuarenta años de edad, conserva la pretensión de atraer como a los veinticinco. Su crédito atrae a su paso una multitud de cortesanos, y suple, en cierto modo, las gracias de la juventud. A un humor muy fino, un carácter dócil u orgulloso —según las circunstancias—, un tono de voz insinuante, un disimulo hipócrita consumado; a todo lo que puede seducir y cautivar, ella añade un ardor por los placeres cien veces más vivo que Lauréda, una avidez de prestamista por el dinero que derrocha con la prontitud del jugador, y un lujo desenfrenado que engulliría las rentas de diez provincias.

Zoloé nunca fue bella; pero a los quince años su coquetería ya refinada, esa flor de juventud que suele servir de pasaporte para el Amor, y sus grandes riquezas habían atraído a un séquito, a un enjambre de adoradores.

Lejos de dispersarse por su matrimonio con el conde de Barmont, honorablemente conocido en la Corte, los dos juraron no ser desgraciados; y Zoloé, la sensible Zoloé, no puede consentir que se les haga violar su juramento. De esta unión nacieron un hijo y una hija, hoy unidos a la fortuna de su ilustre padre.

Zoloé tiene su origen en América. Sus posesiones en las colonias son inmensas. Pero los conflictos que han desolado esas minas fecundas para los europeos la han privado del producto de sus ricos dominios, que tan necesario le habría sido aquí para alimentar su prodiga magnificencia.

LAURÉDA justifica la opinión que se ha formado en el exterior acerca de la nación española; es toda fuego y amor. Hija de un conde de última hora, pero extremadamente rica, su fortuna le permite satisfacer todos sus antojos y su inclinación declarada por la singularidad. Tres moradas en diferentes barrios, de los más selectos de la capital, son los sucesivos santuarios en que Lauréda va a ofrecer sus sacrificios en el altar del placer. Entregada por igual tanto a las lubricidades de Ovidio como a los furores de Safo, ha exprimido todas las combinaciones de la voluptuosidad.

Lauréda sólo ha conservado de su primera belleza una figura envidiable, unos bonitos dientes y unos brazos encantadores; pero los años y, sobre todo, la fatiga de los placeres desbocados, han causado en su tez y sus rasgos unos estragos crueles que ni el arte del maquillaje ni la sabia mezcla de blanco y rojo pueden reparar. Sólo en el licor de las cenas íntimas siguen lanzando sus ojos esos destellos que inflaman el corazón de un amante.

Al levantarse, Lauréda parece tener treinta años; con sus mejores galas, diez menos. Pero lo que el tiempo no podría arrebatarle es un corazón generoso, un carácter servicial que se presta de buena gana a ayudar con su crédito e incluso de su bolsillo; es infinitamente amable con todo el mundo.

Uno podría persuadirse, al verla rodeada sin cesar de un cortejo de placeres, de que es feliz. Pero, ¡ay!, lleva en su seno un gusano devorador, el mortal lamento de haber admitido como esposo a un hombre que confundió antaño en la oscuridad de la servidumbre. En vano cubre Lauréda todos los días la frente de ese insolente advenedizo con ese adorno que sólo hiere a su amor propio; una ruptura amistosa y un divorcio consentido en aras de la paz común no podrían hacer olvidar a las malas lenguas que ella ha llevado el innoble nombre de Fessinot.

VOLSANGE se había casado con el marqués de Obzembak, capitán de los guardias suizos, noble y valiente como Tancredo, pero sin fortuna. Los vínculos de sangre con Zoloé reforzaron los lazos de la simpatía entre estas dos mujeres. Con tantos medios, cuando uno se lanza a la carrera de la intriga, cuando destaca en sociedad, o se abre camino en la administración, con las ventajas que se obtienen; uno se crea numerosos partidarios y adversarios.

Las hazañas de Volsange en las escaramuzas galantes sitúan su nombre por encima de los más famosos del género; se ha hecho merecedora, tanto por el número como por la variedad, y por la cantidad de aquellos a quienes ha hecho felices, de figurar con honor en la federación de Zoloé y Lauréda.

Pero ¿cuál es el punto de unión lo bastante fuerte para mantener una armonía tan perfecta entre tres mentes organizadas de manera tan dispar, entre estas sacerdotisas del amor, a menudo rivales? El placer. ¡Ah! ¿No es él, no es el interés personal aquello que se honra, en las tres cuartas partes de los hombres, con el nombre de amistad? Por lo demás, ¿qué no es capaz d’Orbazan? Él es el fuego regenerador del trío femenino; es algo así como su motor supremo: apacigua, irrita, entristece, anima, enfría y caldea a su antojo a estas almas versátiles en todas las pasiones que les sugiere.

Así se ve resuelto, mediante la destreza de este hábil mentor, el problema de tres mujeres perfecta y largamente unidas en la más estrecha amistad.

Discúlpensenos estos detalles: van a llevarnos a desentrañar lo más oscuro que presentan los hechos que se describen a continuación. Imitamos a los pintores: esbozamos los rasgos principales de los personajes antes de representarlos en acción.

Fuente:

Formato

Libro físico
Tema
Literatura francesa - narrativa -
Año
2006
N° páginas
127 + 128 págs.
Dimensiones
17 x 12. solapas.

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