lunes, 11 de julio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas. N9.


Carta N.º 9[22]
Muy querido León Ostrov:
Quisiera explicarle lo que sucede. Pero no sé cómo transformarlo en palabras. El problema es si me quedo o me voy. Dentro de un mes y medio me dirán si me confirman en mi empleo. Si todo sigue como ahora, creo que me aceptarán, pues hasta el presente hago todo bien y no sólo no se quejan de mí sino que hasta parecen contentos.
Pero tengo un pasaje para volver que me sirve hasta principios de marzo. Si lo devuelvo pasarán años o mi vida hasta que pueda comprarme otro pues ahora cuesta el triple que cuando lo compré. Una forma de solución sería pedir aquí una licencia de dos meses (si es que me aceptan definitivamente) y volver con mi pasaje, quedarme un mes o quince días y retornar en avión a París. Pero ¿quién me pagaría el pasaje por avión? Mi familia, sin duda. Pero pienso si no será una esclavitud definitiva para mí obligarles a pagar tan caro el «placer» de ver mi rostro dos o tres semanas. Sin olvidar que les debo aún montones de dinero (pues son ellos que están pagando mi deuda con el Fondo Nacional de las Artes y son ellos que aún me envían un giro mensual —pues no quiero decirles todavía que trabajo). Confieso que no me gusta enviarle esta carta balzaciana llena de conflictos económicos pero es preciso, creo, para que vea cómo es el problema. Lo peor de todo es que mis conflictos económicos no existen. Quiero decir, no siento auténticamente la necesidad de ganar mi vida. Lo deseo con mi parte positiva, la que quiere liberarse de su estado infantil. Pero no deja de ser literaria esa parte mía, o al menos no deja de ser una construcción intelectual. Porque siempre hay algo detrás de lo que hago, siempre hay un sustituto que espera detrás de lo que hago y que me impide entregarme por completo. Es decir, que siempre hay lo otro por si me sale mal esto. Siempre está la posibilidad de volver si el empleo no resulta. Pero jamás me sucede «no tener más remedio» que hacer algo. Quiero decir, si la familia no me enviara giros y yo supiera que si no trabajo me muero de hambre y de frío, todo me sería más fácil.
Cuando pienso en Buenos Aires, veo cerrado, veo un pozo, veo algo que se abrirá por un segundo como una flor devoradora y se cerrará sobre mí. Cuando pienso en Olga, en Elizabeth, en Susana, siento el infierno que fueron esas relaciones. Cuando pienso en mi familia, en mi pieza, tengo horror ante la idea de envejecer allí, y me imagino absolutamente idiota, sin juventud, neutra, imposibilitada de hablar, imposibilitada de todo (casi diría que veo una plaza: yo ya soy casi vieja, mi madre me lleva a la plaza y me da órdenes, me dice que no juegue, que me voy a ensuciar y a darle más trabajo aún del que le doy). Esta imagen de la solterona frustrada e idiotizada por su madre me persigue. Tal vez la refuerzan las palabras de mi madre en sus últimas cartas («me apena que te quedes en París en el invierno; allí hace mucho frío y puede hacerte mal»; «para qué tenés que sufrir allí y privarte de las comodidades que tenés aquí y de tus padres que te quieren», etc.).
Pero de cuando en cuando me llega la angustia de la Facultad. «Ya diste bastantes vueltas. Ahora a entrar en serio, a terminar lo empezado». Y cuento los años que me faltan para dejar de ser joven (lo que es absurdo). Y me digo que es ahora o nunca. Que debiera recibirme, terminar, aprender lo que de lo contrario jamás voy a aprender. Pero algo me dice que sólo se aprende lo que se ama y que la cultura, el conocimiento, es sólo cuestión de amor. Si no hay amor es un caos, aunque se conozcan fechas y datos y noticias eruditas. Pero tal vez sea una excusa para mi pereza. Y me pregunto qué hacer con mis lecturas desordenadas, con mi imposibilidad de hacer tantas cosas que me propongo. Ahora bien: lo único que me haría volver a Buenos Aires es el deseo de estudiar, de finalizar la Facultad. ¿Pero no debiera considerar mi experiencia del pasado? ¿No debiera considerar las cuatro o cinco veces que reinicié en vano esos estudios? Anteayer almorcé con Fryda de Kurlat y su marido, que vinieron por aquí por una semana. Independientemente de que yo la considere una fría y desapasionada profesional de la literatura, me llegó muy hondo lo que me dijo sobre los cambios y reformas en los estudios y sobre todo esto: que Susana está estudiando maravillosamente bien, que da un examen tras otro. Supe que este progreso se debe a mi ausencia, porque era mi influencia la que le impedía a Susana entregarse a los estudios áridos, yo hablaba demasiado de Rimbaud y de «las aventuras que cuentan los libros para niños». Yo le hacía experimentar un abismo entre la verdadera poesía y esa acumulación de datos e informes. Ahora que me fui está libre y no solo eso: estudia tanto porque la impulsa a ello su amor por quien usted sabe. La correspondencia con Susana languideció; yo siento demasiado rencor por lo que sufrí por ella, y además descubrí que me siento más serena y más en paz conmigo dejando de escribirle y haciéndome a la idea de que nuestra amistad no fue más que una de las tantas formas o expresiones de mi neurosis. Además, ese famoso humor negro que nos unía era mío, no era de ambas, ella sólo lo festejaba. Lo sé porque también aquí establezco comunicaciones de ese tipo. En fin, no comprendo bien mi relación con Susana, pero sé que me ha frustrado y que me atraía justamente por eso. Además, mi angustia por el estudio surgió fuerte cuando supe lo de Susana. Una de mis voces, dijo, justamente, que si deseo tanto estudiar, qué otro lugar es mejor que la Sorbonne. Y tal vez, esto lo digo susurrando, tome la vía heroica, trabajar y estudiar Letras en la Sorbonne. Pero queda lo del amor y la necesidad, mi convicción más profunda.
Siguiendo con Buenos Aires, ¿qué podría hacer allí si no sigo estudiando? De nuevo buscar trabajo, buscar empleo, y yo sé bien que jamás voy a encontrar un empleo como éste (me refiero al excelente sueldo). Además, aún el hecho de que casi todo lo que hago en la oficina es maquinal y rutinario (casi siempre copias a máquina) es justamente lo que me hace falta. Primero porque soy automática por naturaleza, y segundo que por más que me demuestre lo contrario no sirvo para las tareas de creación en una oficina (simplemente porque no soy de este mundo). Es más: muchas veces quise ser periodista, pero sé bien que lo quise por juego de niña. En el fondo me horroriza escribir sobre no importa qué para ganar dinero. Entonces, ¿qué encontraría en Buenos Aires? Me gustaría mucho verlo a usted pero no siento —lo confieso— una fiebre urgente ni un deseo irreprimible de ello. Tal vez porque estoy segura de que si vuelvo dentro de veinte años o si no vuelvo nunca, no por eso me va a olvidar. ¿Entonces qué sucede? A veces, cuando es de noche y estoy en mi pieza (vivo ahora en un excelente hotel —por fin me lo permití) me extraño y me digo que estoy loca, me extraño tanto de encontrarme viviendo sola, «lejos de mamá y de papá», y me duele tanto pensar en mi casa, en mi piecita de prisionera, y me digo que nunca tendré fuerzas para quedarme aquí. Pero después es la mañana, y me despierto enamorada de mi vida, son las ocho y el autobús bordea el Sena y hay niebla en el río y el sol en los vitrales de Notre-Dame, y ver a la mañana, camino a la oficina, una visión tan maravillosa, y aún la lluvia, y aún este cielo de otoño absolutamente gris —tan de acuerdo con lo que siento— este cielo que amo mucho más que el sol, pues en verdad no amo el sol, en verdad amo esta lluvia, esta tristeza en lo de afuera. Me asusta tal vez caminar por la Gare St. Lazare, cuando desciendo del autobús, y confundirme y entrar en la masa anónima de oficinistas y seres que van como si les hubieran dado cuerda, rostros muertos, ojos mudos. Entonces digo: en vez de estudiar y hacer lo que te corresponde he aquí que eres como ellos: una oficinista más; lindo destino para una poeta enamorada de los ángeles.
Bueno, no tengo tiempo para seguir y además ya no hace falta, creo. No releo la carta porque tengo miedo de ver que no es eso, no es eso lo que quisiste decir. Hasta muy pronto.
Abrazos para usted, Aglae y la pequeña Andrea,
Alejandra



  Respuesta de León Ostrov


Buenos Aires, noviembre 25 de 1960.

Querida Alejandra:
Me alegró mucho su carta. El problema que plantea —venir o quedarse en París— por las dificultades económicas que implica, creo, sin embargo, que está a medias solucionado dentro de Ud., independientemente de lo que en última instancia resuelva hacer. Lo importante —lo más importante— es que sea Ud. capaz, de pronto, de decir que está enamorada de la vida que lleva, que advierta que se está ubicando cada vez más en lo que hace —no importa que la tarea en la oficina sea automática, mejor dicho, tanto mejor si es eso lo que quiere para obtener un sueldo. Está tomando Ud. conciencia de muchas cosas suyas. Creo que su regreso, ahora, podría ser contraproducente para Ud. Una vez que la confirmen en el trabajo comuníqueles a sus padres en qué está, cómo está. Afiáncese, asegúrese Ud. internamente y después podrá hacer esa visita que le preocupa, y podrá, más libremente, optar en definitiva: quedarse aquí, estudiar aquí o regresar a París. El problema del dinero, si Ud. se lo propone, lo puede ir resolviendo: arréglese para ir ahorrando algo todos los meses —ya que el sueldo parece tan bueno— aunque tenga que vivir en un hotel de menos categoría; organice las cosas para que no tenga que depender de nadie cuando llegue el momento de tener que resolver. Le digo todo esto porque creo que está Ud. muy cerca de saberlo por sí misma y desear actuar así. Ud. ya no se engaña. Es Ud. quien, frente a las nostalgias o remordimientos por no proseguir sus estudios en Buenos Aires se plantea qué mejor que seguirlos en la Sorbonne, si realmente quiere estudiar. Esto, también, aunque sea por ahora una mentira piadosa, puede aliviarles el pesar a sus padres, si les comunica que piensa permanecer un tiempo más en París. Y eventualmente, si viene, ser un pretexto —o ya una realidad— para regresar y retomar sus estudios en París. Creo, en definitiva, que esa experiencia de valerse sola —aunque no se den esas circunstancias extremas que señala, morirse de hambre y de frío, sin nadie a quien recurrir— es terapéutica. Ud. la necesitaba. No la desaproveche.
Un gran abrazo mío, de Aglae y de Andrea,
León Ostrov

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas